LA OTRA MODERNIDAD ANDINA
LA OTRA MODERNIDAD
ANDINA
Cuál modernidad andina
De qué otra modernidad
andina se está hablando cuando ya no es un secreto para nadie que justamente el
segmento criollo se hizo del poder, tras el abandono de Bolívar del territorio
peruano, porque la masa indígena era reacia a la independencia, sospechosa de
monarquismo y que era enemiga del mal gobierno más no del soberano español, al
que guardó fidelidad.
Los indígenas de
Ayacucho y Pasto defendían a Fernando VII. En el Perú la independencia no fue
fruto de una rebelión, menos de una rebelión indígena que se conservó pactista
y reformista, sino del intento de reemplazar a la monarquía española derrotada.
La ilustrada dinastía Borbónica no sólo convirtió al Virreinato del Perú en
Colonia, sino que afectó gravemente los privilegios de la nobleza indígena. Y a
ello se debieron todas las rebeliones indígenas que se sucedieron a lo largo
del siglo dieciocho (O´Phelan, 2001).
La masa indígena seguía
siendo teocrática e inclinada hacia un gobierno monárquico, y su nobleza indígena
no quería perder los privilegios que gozaba bajo la administración de la dinastía
Habsburgo. Pero el fracaso de las Cortes de Cádiz por la restauración
absolutista terminó por lanzar a conservadores y progresistas a manos de los
libertadores (Torres, 2024). El resultado fue que la élite criolla mantuvo el
orden colonial bajo el nuevo Estado republicano manteniendo al margen a la masa
indígena (Bonilla, 2001). Y esto hasta tal punto fue cierto que en 1826 la
República restauró el tributo indígena. Y la rebelión de campesinos iquichanos
en 1827 con su inequívoca adhesión realista revela su simpatía por el viejo
orden colonial. Ni la libertad ni la independencia fue la obsesión de los
indios peruanos, ecuatorianos ni bolivianos, nunca fue un ideal en la pasión de
los andes centrales.
En otras palabras, el
mundo andino nunca se volvió contra el emperador hispano, ni contra la
monarquía, sino contra el mal gobierno. Y esto fue lo que sucedió incluso bajo
Túpac Amaru II. El mismo San Martín deseó que la libertad fuera fruto de la
voluntad de los peruanos, incluso buscó un rey en las diversas casas europeas, pero
no tuvo éxito en su propósito y tras su encuentro con Bolívar se retiró de la
gesta libertadora. Entonces ¿de qué modernidad andina se puede hablar?
La tesis de que la masa
indígena se mantuvo indiferente a la independencia fue lanzada en 1973 por el
historiador Heraclio Bonilla y fue vista como un apoyo al grupo de militares de
la revolución velasquista que estaba forjando la segunda independencia del
Perú. Karen Spalding también insistió en el hecho de que la independencia no
era una causa popular, sino la acción de unos pocos hombres y de las fuerzas
internacionales apoyadas por el imperialismo británico. Para ambos
investigadores la independencia del Perú no fue una opción del Perú mestizo y
de las clases populares, sino que fue impuesta por las armas de los
libertadores. El Perú no peleó por su independencia, más bien se resignó a
ella. Y esto se puede afirmar a pesar de presencia de las guerrillas y montoneras
en la emancipación del Perú. A estas alturas de la investigación histórica ya
no se puede negar que la participación del pueblo peruano en la independencia
fue mínima. Así que: ¿de qué modernidad andina estamos hablando?
Sólo al compás de una
República que mantuvo la extorsión y marginación colonial de la población
indígena se puede entender la evolución del proyecto de modernidad andina que
va desde una monarquía perulera preconizada por los mestizos (Garcilaso) e indios
(Guamán Poma, Santacruz Pachacuti), pasando por un buen gobierno de la monarquía
española (ideal de las revoluciones indígenas del siglo dieciocho), hasta
arribar al siglo veinte con la exigencia de abolición del gamonalismo y ejecución
de la reforma agraria (ideal que se concreta desde arriba por la revolución militar
del General Velasco) y llegar al siglo veintiuno con una república fallida que
se hunde en el autoritarismo, la violencia, el racismo y la corrupción.
Varios proyectos
En otras palabras, no
ha habido un solo proyecto de modernidad andina sino varios que se prolongan
hasta nuestros días con las modificaciones introducidas por los acontecimientos
mismos. Si en un comienzo la vencida nobleza incaica y los conquistadores
columbraron un proyecto andino de una monarquía perulera y mestiza, luego ésta
se vio modificada por la reacción de la Corona de implantar dos repúblicas -de
indios y españoles- y un Reino, y al que la nobleza indígena respondió con
espíritu lascasiano y jesuítico para conseguir más autonomía a los indígenas
mediante un gobierno justo, y por justicia se entendía el respeto al pacto
social con sus castas, cortesanías y estamentos sociales.
A estas alturas la
modernidad andina ya había comprendido que la dualidad, la reciprocidad, la distribución
eran cosas del pasado, y para ello se esforzaba por actualizar en la medida de
lo posible la vigencia del ayllu, las relaciones de parentesco y la nueva ritualidad.
La atmósfera de ritualidad y magia precolombina nunca desapareció, pero en
contrapartida avanzó el sincretismo religioso.
Pasada la violencia del
choque cultural y advenida una nueva monarquía peruana bajo los Habsburgo la
modernidad andina de la nobleza indígena se estabilizó hasta la llegada de las
reformas borbónicas. La obsesión ilustrada racionalista de los Borbones por
centralizar el poder y hacer rendir al máximo sus posesiones de ultramar hizo
que todo debía funcionar con exactitud matemática, lo que convirtió al siglo
dieciocho en el siglo de las rebeliones indígenas -como consigna Scarlet O´Phelan-.
La selva también se levantó por una década con Juan Santos Atahualpa (1742-1752),
el cual simplemente desapareció sin ser nunca derrotado. Pero todas estas
rebeliones indígenas sólo buscaron renovar el pacto social, y nunca abandonaron
el terreno reformista. La derrota de Túpac Amaru II fue el fin del segundo
proyecto de modernidad andina liderada por su élite noble.
Primer y segundo
proyecto no equivalentes
Esta primera y segunda
modernidad andinas no son equivalentes, como hemos señalado, pero guardan un
rasgo común a saber, su barroquismo. El barroquismo de la modernidad indígena
es -como bien lo señala Bolívar Echevarría- una voluntad de forma para resistir
a la modernidad capitalista basada en la acumulación de capital. En la teología
jesuita fue una utopía neocatólica como proyecto alternativo a la modernidad
secular de deificación del hombre impulsada en nuestros lares por los borbones.
Esto es, la modernidad
andina en sus dos primeras etapas era un andar a horcajadas entre el esencialismo
ontológico y el funcionalismo nominalista de la praxis social. No olvidemos que
la nobleza indígena estaba compuesta por muchos curacas enriquecidos por diversas
actividades comerciales. Esto es que el barroquismo de la modernidad indígena
era sustancialmente ambiguo y se resistía a la acumulación capitalista en la
forma más no en el contenido. Esto es, sus relaciones en sus servidores y masa
de indios eran tradicionales, pero con el resto de la sociedad colonial eran
comerciales. Si no se dio el paso hacia el uso moderno del capital propio del
capitalismo fue porque se mantenía la servidumbre, la esclavitud y el campesino
no era despojado de sus herramientas de trabajo. Todo lo cual impedía la
aparición de un mercado laboral como efecto de lo que Marx llamaría la
expropiación de la acumulación originaria. En la Colonia el barroquismo no fue
sólo una estrategia de la identidad mestiza -como afirma Bolívar-, sino también
de la nobleza indígena.
El tercer proyecto
A partir de las
reformas borbónicas y la expulsión de los jesuitas entre 1767 y culminó en 1773
el segundo proyecto de modernidad andina se derrumbó y tardaría bastante tiempo
en recomponerse. Será recién en el siglo veinte, cuando las ideas políticas se
vuelven en ideologías, en que bajo el paraguas protector del movimiento indigenista
emergerá el tercer proyecto de modernidad andina.
Es cierto que bajo el
reformismo liberal de las Cortes de Cádiz se dan los antecedentes de la
política indigenista que buscaba integrar al indio a la sociedad moderna, pero el
liberalismo del siglo diecinueve fue supremacista y racista manteniendo la
discriminación de los derechos de los indios.
Conato de modernidad
andina
Un conato de modernidad
andina se protagonizará con la Confederación Perú-Boliviana del General Santa
Cruz (1836-1839). La misma que se frustró principalmente por la guerra
emprendida en su contra por Chile de Portales. Santa Cruz era cholo, pero sus enemigos
lo señalaban como indio a tono con los prejuicios racistas de la época. Tenía
gran convocatoria entre la masa indígena y no es imprevisible pensar el rumbo
que hubiera tomado la modernidad andina con él. En todo caso la unión con
Bolivia rememoraba a argentinos, chilenos y ecuatorianos el peligro de
reconstitución del otrora imperio del Tahuantinsuyo.
Antigamonalismo y reforma
agraria
Será a partir de la
revolución mexicana y la revolución rusa que cobra impulso en los años 30 el
nuevo proyecto de modernidad andina centrado en el enfrentamiento político con
gamonales, caciques, latifundistas y burócratas. Lo cual se tradujo en la lucha
por la supresión del gamonalismo, la reforma del Estado oligárquico y la
realización de una profunda reforma agraria.
Un indigenismo variopinto
tendrá su expresión en Clorinda Mattos de Turner, José Santos Chocano, Ventura
García Calderón, y Luis E. Valcárcel. Este último en su primera época expresado
en su libro Tempestad en los Andes (1927) es violenta y profundamente
antioccidental y en su segunda época consignado en su obra Ruta cultural del
Perú (1945) se decanta por un mesticismo y asimilación de la ciencia y
técnica occidental. El proyecto moderno andino en el siglo veinte evoluciona
con Mariátegui, Vallejo y Arguedas hacia el reconocimiento del valor del
mestizaje, y con ello vuelven al planteamiento del inca Garcilaso.
En lo político cuando
el Apra arria sus banderas revolucionarias en 1956 el proyecto de modernidad
andina queda a expensas del reformismo civil y, al fracasar este bajo el gobierno
de Belaunde, ve cumplida sus esperanzas bajo el reformismo militar del gobierno
de Velasco Alvarado. La vía militar para conseguir sus objetivos nunca estuvo en
manos de la masa indígena, atrasada, inculta y explotada no era capaz de
emprender más que rebeliones e invasiones de tierras, pero ninguna sublevación
organizada. Así acontece en la revolución de Trujillo de 1932, las invasiones
de tierras de los años 50, las guerrillas del 65 y bajo el temor militar de la
explosión de una revolución castrista local acontece el golpe militar de
Velasco Alvarado.
Pero el socialismo
nacionalista del gobierno militar, que emprendió la reforma agraria más
profunda de toda América, fue una revolución desde arriba y por ello la
contrarrevolución emprendida por el general Morales Bermúdez fue incruenta y
relativamente sin dificultad. La masa indígena no se levantó a defender a
Velasco, fue nuevamente engañada y se empezaron a desmontar las reformas,
aunque no se tocó la reforma agraria, la más sensible de todas.
Un detalle no poco
significativo es que el Apra ya embarcada desde hacía tiempo en la reacción
trató en su momento de defender a los latifundistas, pero sus tramoyas
fracasaron por completo. No obstante, lo felipillos de siempre no tardaron en
resurgir em 1975 tras el amparo norteamericano. El aborto de la revolución
velasquista significaba que el proyecto andino moderno no podía simplemente
fundarse en una plataforma nacionalista, socialista, antimperialista, humanista
y cristiana prescindiendo de las masas y el apoyo popular organizado. La tercera
fase del proyecto moderno andino fracasó por tratarse de basarse en una revolución
desde arriba.
Pero el capítulo más
trágico para la modernidad andina en su tercer periodo lo experimentará bajo la
violencia terrorista de Sendero Luminoso en la década de los 80. Basta
mencionar que según la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) de las 70
mil víctimas que dejó el conflicto interno la mayor parte fueron campesinos.
Sendero Luminoso trató de articularse en los Andes, pero su violencia vesánica
enajenó el apoyo del campo y los victimizó.
Su derrota en 1992
coincide con un ciclo de escándalos por corrupción en las altas esferas del
poder que no cesa hasta el presente. La seguidilla de escándalos políticos representa
a la república fallida que ha gobernado de espalda a los intereses del Perú profundo.
Presidentes de la república en prisión y procesados suman seis. El
encarcelamiento de presidentes corruptos señala dos cosas: primero, que la
indignación popular ha crecido; y segundo, que la globalización neoliberal se
agotó y ya no es vía para el proyecto de modernidad andina.
El cuarto proyecto
moderno andino
Se abre actualmente para
el mundo y para la modernidad andina del siglo veintiuno el nuevo capítulo de
una globalización multipolar con soberanía, respeto a la tradición y
nacionalismo. Sólo sobre esta base puede avanzar una ciudadanía multicultural
en un mismo espacio y sociedad, e intercultural en el diálogo con diferentes
culturas.
Pero hay un punto
fundamental que se conserva incólume en la otra modernidad andina a través de
los siglos y es que su giro hacia el subjetivismo es muy moderado hasta tal
punto que no ha sido dominado por la postura nominalista que domina la modernidad
capitalista occidental.
Naturalmente que esto
no pasó desapercibido tanto para el marxismo, que pugna para que la conciencia
nacional ingrese en el terreno del ateísmo, como para el liberalismo, que no
conforme con remitir las creencias religiosas al ámbito de lo privado se
esfuerza por hacer que la conciencia de la modernidad andina ingrese sin éxito al
antinormativo “todo vale” de la posmodernidad.
Pero el proyecto de la
otra modernidad andina se aferra a una imagen del mundo profundamente realista
y metafísica, esencialista y ontológica. De ahí arraigo a la tradición familiar
y religiosa. Las multitudinarias festividades religiosas en los Andes ante los
Santos Patronos son proverbiales. La Fiesta de la Virgen de la Candelaria, el
Corpus Christi, las procesiones en Semana Santa son tan populares y masivas como
el Inti Raymi y la peregrinación al Señor de Qoyllority y a otros Apus. Por eso
los intentos por modelar la subjetividad tradicional andina bajo un molde
materialista y panteísta u otro relativista posmoderno están destinados al
fracaso más rotundo.
Metafísica realista, trascendentalista
y esencialista
La masa indígena no es
panteísta, materialista, naturalista, animista ni relativista. Al contrario, es
ontológicamente realista, trascendentalista y esencialista, no pone el pensar
antes que el Ser, no es nominalista, y si conserva la reverencia a los Apus, la
Pachamama lo hace subsumido al Cristo de la nueva fe católica, lo que acontece
incluso en la mesa de los chamanes.
Los marxistas y los
liberales criollos se desvelan tratando de “modernizar” la subjetividad andina
del Perú profundo supuestamente atrapada en la subjetividad semifeudal, pero no
comprenden que el realismo metafísico de la subjetividad andina está asociada a
la realidad telúrica de los Andes. Es tan patente la presencia del Dios
revelado en dicha zona que se mantienen firmes y fieles a su adoración a través
de los siglos. No es que su geografía sea el fundamento de la subjetividad
metafísica del indio, sino que es la propia instauración del Ser en los andes
lo que hace posible su manifestación ostensible en la subjetividad esencialista
del mundo.
Podemos afirmar junto con
Kant que en los Andes se hace perceptible la gran finalidad del mundo, lo cual
obliga a pensar en una suprema inteligencia creadora. Por eso no es extraño que
los incas se hayan atrevido formular más allá de la teología solar la teología
del dios ignoto. Dios es impredicable, por eso no se le puede conocer lo que
sea en absoluto teóricamente. Pero por analogía Dios es pensable. Y el Inca
Garcilaso no anduvo errado cuando atisbó que en el vivificador dios Pachacamac
la conciencia religiosa andina se aproximó lo bastante al Dios providente del
cristianismo.
Hay quienes han querido
presentar la conciencia religiosa andina como animista, pero ello no se condice
ni siquiera con el desarrollo histórica de la propia historia de la religión.
El animismo es lo característico de las religiones prehistóricas de integración,
más no de las religiones de servicio de las primeras grandes civilizaciones.
Lo que caracteriza a
las grandes religiones de servicio de las civilizaciones ancestrales es el
politeísmo, que luego evoluciona hacia el henoteísmo, o subsunción de los demás
dioses al dios supremo. Pero el henoteísmo no es un monoteísmo. Por lo demás,
sólo una lectura bastante forzada de las crónicas y de los registros etnológicos
y antropológicos puede abonar a favor de la tesis animista, atea y panteísta.
Esta espiritualidad que
emerge a borbotones en los Andes ha querido ser interpretada no como Camac
o Vivificador sino como Kamaqen o energía vital (García, 2010), y ello
con el sólo fin de adecuarla al materialismo ateo. Pero son los propios andinos
los que admiten que en la veneración a los Apus y a la Pachamama no se adora a
la Naturaleza sino a la presencia de Dios en ellos.
Como bien señala Rodolfo
Sánchez Garrafa (2014) en la sociedad sacral andina los Apus son asumidos como
seres espirituales de poder, tal como acontecía en la sociedad prehispánica, ha
sobrevivido junto a la Pachamama como seres de intermediación cósmica entre el
mundo de arriba y el mundo de abajo, pero ya no están ligadas a Wiracocha, los
mallquis o momias ni a los astros tomados como divinidades, sino que se subsumen
a la nueva fe cristiana. Es todo un cambio de concepción que ha ido desde el
henoteísmo hasta el monoteísmo trinitario cristiano. Lo que permanecido
incólume es la concepción esencialista y metafísica del mundo, que tanto
incomoda a liberales y a marxistas.
Modernidad andina
contrapuesta a la occidental
En la otra modernidad
andina la imagen ontológico-metafísica del mundo es lo que se contrapone
radicalmente al subjetivismo cartesiano moderno. El origen de tal imagen andina
del mundo es la propia presencia de Dios en la geografía cordillerana asistida
por la revelación. Entender esta imagen teocéntrica del mundo ha sido
profundizar en la manifestación del Ser o Dios.
Efectivamente, en la
subjetividad andina es muy difícil, por no decir imposible, separa Dios y el
Ser. Aquí Dios no es un ente, aunque supremo, como lo quiere Heidegger. Sino
que es el Ser infinito que posibilita el ser finito. Para la subjetividad
andina la ontología teológica no puede existir sin teología. No en vano la
última gran concepción prehispánica con los incas fue el dios ignoto, o sea,
que el ser pensable es posible por el Ser primero impredicable, pero pensable.
Pensar el ser sin la causa suprema que la produzca no tiene sentido ni en la andina
subjetividad precolombina ni en la presente. Y es por eso que colisiona con la subjetividad
de la modernidad capitalista imperante.
Por todo ello es
evidente que las antiguas culturas andinas y amazónicas tuvieron teología no
sólo para el uso práctico-moral, sino para el teórico-filosófico. Ya hemos dicho
en otra parte, que no se trató de una filosofía logocrática -bajo el dominio
del concepto lógico-, sino mitocrática -bajo la lógica del mito-. De ahí que la
filosofía mitocrática no sea antípoda de la religión, sino su aliado. Algo
parecido sucede en el presente. Sólo postulando una filosofía abierta a la fe y
a la religión es posible que se de una metafísica y ontología esencialista y
realista, donde el Ser no se subsume al Pensar.
Esto es importante
señalarlo para advertir porqué hay tantas dificultades para construir un
capitalismo sin ambages y desembozado en nuestras tierras. América desde el sur
del Río Bravo hasta la Patagonia siempre será más humanista y sensible al
mensaje religioso y metafísico que el gélido Norte pragmático y utilitario.
En palabras de Rodó en
su Ariel, se trata de Ariel contra Calibán, de la oposición del espíritu
esteticista, metafísico y humanista de nuestros lares frente al espíritu
individualista, colonialista, especialista y materialista del capitalismo
monopólico e imperialista de Norteamérica. Tampoco es casual que esto también
lo haya subrayado Antenor Orrego en Pueblo Continente (1937) y Hacia
un Humanismo Americano (†1965), donde la subregión reluce como crisol de
razas y culturas.
Rechazo visceral a
agenda 20-30
Estas connotaciones
hacen comprensible la resistencia que encuentra la agenda 20-30 de la élite
globalizante neoliberal -con su ideología de género, el libre consumo de
drogas, la eutanasia, el aborto, la desintegración de la familia tradicional,
el transhumanismo, la promoción del homosexualismo y la cultura gay, y otras
deformaciones- entre la subjetividad de la modernidad andina. Por ejemplo, el
movimiento “Con mis hijos no te metas” no sólo estuvo animado por diversos
movimientos cristianos, sino también laicos y seculares.
Todo lo cual es una
demostración palpable de que la subjetividad de la modernidad andina va a contracorriente
de la decadente modernidad que promueve la plutocracia liberal mundial. Los
recientes juegos olímpicos de París, como bien lo señaló el viceprimer ministro
de Serbia, ha sido un choque de civilizaciones al proponer “un mundo sin Dios,
sin nación y en el que el concepto de LGTB+* suprime la familia. El occidente
liberal se ha convertido en una aberración moral. A todo ello sus enemigos le
llaman “subjetividad semifeudal y precapitalista”, sin darse cuenta que en la
defensa de la tradición subyace la fuerza espiritual para superar las lacras
infecciosas de la nihilista modernidad deshumanizada e irracional del imperialismo
imperante.
Modernidad andina propicia
para Nuevo Mundo
A la subjetividad de la
otra modernidad andina le esperan horas decisivas en el decurso de los
acontecimientos mundiales. El terremoto geopolítico que representa el retroceso
del mundo unipolar y el avance del nuevo orden multipolar le tiene reservado un
papel protagónico en la edificación de un nuevo humanismo con Dios, de un país
soberano, respetuoso de su tradición cultural, de los valores religiosos y
familiares.
Se ha objetado que
hablar de lo andino excluye a lo amazónico, y en cierta forma es preferible
hablar de lo andino-amazónico, sobre todo porque existe un mismo cordón
umbilical que une a ambos desde la raíz, a saber, la imagen mágico-religiosa
del mundo. De manera que es preferible entenderlo de esa forma y no de otra
excluyente.
Nuestro celebérrimo Nobel
al interpretar el indigenismo como una ficción ideológica de corte pasadista,
reaccionario, colectivista, mágico, irracionalista, antimoderno y antiliberal,
propio de los quechuas de los andes del Perú, ha reducido la otra modernidad
andina a mera utopía arcaica y estereotipo antioccidental. Y con ello no ha
comprendido su esencia y deja escapar lo más fundamental, a saber, que la masa
indígena andina y amazónica no desea un anacrónico retorno al pasado, sino que
mantiene en alto su proyecto de otra modernidad alternativa con libertad, pero
con justicia social. Al fino olfato de perdiguero de nuestro novelista no se le
escapa no se le escapa la reivindicación de justicia de la modernidad andina y
reacciona con violencia desde su ideología neoliberal donde la libertad se la
concibe al margen de la justicia y el humanismo.
Dejemos tranquilo al nobel encerrado en su ficción ideológica, pues en
verdad no entendió cabalmente ni siquiera a Adam Smith, el cual como profesor
de filosofía moral no deja consignar en su obra cumbre La riqueza de las naciones
que no sólo hay que tomar en cuenta la mano invisible del mercado, sino también
la mano visible del Estado y las instituciones, porque defender al capitalismo
no es defender a los capitalistas sino al pueblo. Esto último jamás admitirá
Vargas Llosa, atrapado como está en el predicamento de la desigualdad de Mises,
Hayek y Friedman.
Dicho de otro modo, muestra peruanidad se debate para sacudirse de dos
extremos patológicos, a saber, la simiesca imitación occidentofílica -también
llamada “eurocentrismo”- y la antihistórica regresión anacrónica hacia el
pasado precolombino –“paganocentrismo”-. Sin embargo, el legado de los más
representativos exponentes del alma nacional, desde la invasión occidental
hasta nuestros días, alejándose de dichas patologías son la clarividente
intuición de que la peruanidad es una síntesis moderna distinta a la occidental
y que involucra valores de la tradición andina.
La otra modernidad andina es justamente el desafío por construir una
peruanidad moderna enlazada con su tradición cultural milenaria, desde sus
valores fundamentales de orden y justicia.
La búsqueda de esa otra modernidad es la raíz telúrica que caracteriza
todos los terremotos políticos que han convulsionado al Perú desde la Conquista
y que lo seguirá haciendo hasta que encuentre su plasmación histórica de abajo
hacia arriba y no de arriba hacia abajo. Tomar conciencia de la necesidad de
consolidar el cuarto proyecto de modernidad andina resulta decisivo en momentos
en que la hegemonía norteamericana decae, se consolidan los lazos comerciales y
culturales con el mundo asiático China, Corea del Sur e India, todas ellas potencias
que valoran sus propias tradiciones y que fortalecen la dirección de la otra
modernidad andina. Entonces podrá advenir el Perú sin calco ni copia
preconizado por Mariátegui.
En suma, sólo un
enfoque ontológico metafísico permite comprender la otra modernidad andina que
se resistió por siglos a ser devorada por la modernidad occidental moderna. La
subjetividad andina brota de la verdad del Ser infinito, porque viene a ser una
forma peculiar de ser de la verdad. La otra modernidad andina es una forma de manifestación
del Ser. Y constituye una esperanza para superar el fango del nihilismo en que
se sume el Occidente liberal.
LAS CUATRO MODERNIDADES ANDINAS Y UN CONATO
1° Modernidad de monarquía
perulera inca (siglo XVI)
2° Modernidad dos
repúblicas un reino:
Fase 1: compartido con
los Habsburgo (siglo XVI-XVII)
Fase 2: quiebra del pacto social por los Borbones y
rebeliones indígenas (siglo XVIII)
3° Conato de modernidad andina: Confederación Perú-Boliviana
del General Santa Cruz (1836.1839)
4°Modernidad anti gamonal
y reforma agraria (siglo XIX-XX)
5° Modernidad globalista con soberanía nacional (siglo XXI)
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