Prólogo
Hacia un nuevo mundo
de Luis Enrique Alvizuri
En el verano de 1999 conocí a Luis Enrique Alvizuri durante un concurrido café filosófico. No recuerdo qué tema en aquella ocasión se trataba, pero mi memoria guarda nítidamente la impronta de un preclaro espíritu, cuya palabra cristalina y cadenciosa desenvolvía argumentos con soltura, los cuales iban engarzados en elevados ideales. A partir de allí se inició una amistad que el tiempo ha ido madurando como el vino. Tuve ocasión de paladear su poemario El cancionero del presbítero y su ensayo Andinia, ambos de 1997. Su poesía estremece por su realismo vital, versos tensos, naturales, transidos de robusta esperanza por un mañana mejor. Su ensayo expone con ardor y fiereza una utopía andina antioccidental. Ambos trabajos estaban ya preñados con el sueño legítimo de un futuro mejor para la humanidad. Pero él, que no necesita de elogios vulgares, es primigeniamente un trovador, con guitarra y todo; es un artista de raras cualidades como ejecutante y compositor. Quedará para el piadoso culto de sus amigos la admiración de tantas excepcionales capacidades, de la simplicidad, rectitud y bondad que solo pertenecen al hombre creador. Sí, es un artista verdadero, y como el arte no reproduce lo visible, sino que lo crea, siempre se hará notorio, en cada página que escribe, que también es un pensador que entrega su alma proteica para dar lugar a una obra heteróclita, esto es, escribe como un esteta que tiene el corazón pleno por una utopía. Por tanto, amigo lector, el valor de sus ideas no pueden medirse por el aparejo de conocimientos que exigen sus temas, sino por las intuiciones profundas en los diversos tópicos que aborda. De esta manera, quiero decirles a los fieles lectores algunas de las razones que justifican la lectura atenta del libro Hacia un nuevo mundo, el cual fue elaborado en casi un año, lapso en que se sustrajo monacalmente a todo contacto y no se dejó ver. Ahora, reaparece como el ave fénix, renovado y con una nueva utopía bajo el brazo, pero que vibra desde su corazón.
I
Primera razón: es un elogio de la necesidad de una vida creadora, lo cual nos hace exclamar al unísono con Romain Rolland: “Solo existe una dicha, la de crear. Solo vive aquel que crea. Los demás son sombras que deambulan en la tierra, ajenas a la vida. Toda la alegría de nuestra vida es la alegría de la creación”. Para Alvizuri la mejor y más grata manera de vivir es creando, solo así nos acercamos a la felicidad completa. Naturalmente, esta vida creadora está unida a una forma superior de existencia, más espiritualizada, articulada a lo bello y a lo bueno. No es un secreto que este ideal, así concebido, colisiona frontalmente con nuestra moderna sociedad industrial y postindustrial, la cual en la era de la globalización deja a las tres cuartas partes de la humanidad en la pobreza, en la lucha por la supervivencia, las perturbaciones nerviosas, la despersonalización, la xenofobia, el hambre, la desesperación y la alienación. Escribía el apóstol Pablo que debe haber herejías para que se descubran los que tienen una virtud probada. Es en este sentido que, si Alvizuri nos parece admirable, no es tanto por enaltecer la creación cuanto porque lo hace en medio de una generación sibarita, muelle y consumista, que vive del puro usufructo sin ser creativa.
II
Segunda razón: El hombre nuevo es el que prefiere el bien a lo útil. La creatividad, a la que hacer referencia, no es primordialmente la creación científico-técnica; no podría serlo, pues esta solo da cuenta de una manipulación de la realidad. La creación es sobre todo de índole moral; es la preferencia de lo bueno sobre lo conveniente y ventajoso. Y cree que la humanidad está en condiciones de hacerlo. Resueltamente afirma que ya existe la base técnico-industrial para solventar las necesidades básicas de la población del planeta entero, pero que aún falta la base moral para ejecutar tal plan de justicia. Esta segunda razón es una nueva herejía alvizuriana, en medio del ultraliberalismo luciferino que instaura una sociedad transaccional sin valores superiores. En realidad, colisiona con el núcleo del principio utilitarista de la globalización, a saber: reemplazando lo útil social por lo útil individual. Su verbo rechaza así el hedonismo especulativo de las elites transnacionales y por ello reacciona ante la destrucción desquiciada de la lógica de fines para reemplazarla por la lógica de medios.
III
Tercera razón: la voluntad de servir es superior a la voluntad de poder. Si ha existido en la modernidad un telos más nefasto que otro, ese sería el da la voluntad de poder. Sus monstruosas manifestaciones llegaron al paroxismo durante el holocausto, las guerras mundiales, la saturación del planeta con armas de exterminio masivo, la guerra fría, el peligro del exterminio atómico y la prepotencia del hegemonismo norteamericano en un mundo unipolar. Entonces, cómo no admirar el valor de Alvizuri de enfrentarse con un ídolo que aún arrastra a mayorías alucinadas por el poder, y que nos retrotrae a insignes figuras de la santidad cristiana que dieron ejemplo vivo de un espíritu de servicio y sacrificio. Es más, esta voluntad de poder tiene actualmente su más grosera manifestación con la arrolladora economía global de las megacorporaciones privadas, las cuales imponen la dictadura del sanchopancesco materialismo consumista del hombre sin trascendencia, y que barren del planeta todo viso de espiritualidad en las culturas locales.
IV
Cuarta razón: sin amor al prójimo no puede germinar un nuevo mundo. El amor es la única base que hace el bien, nos lo recuerda el autor, imbuido de un cristianismo profundo. Y con ello pone el dedo en la llaga pestilente del mundo moderno, el cual ha reemplazado la caridad y la piedad por el saco de oro, el condumio, las comisiones, las tasas y el porcentaje. No en vano dice el Evangelio: “Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón”. Bien podríamos creer con Nietzsche que lo que triunfa hoy es la moral de esclavos, de aquellos que privilegian los bienes materiales sobre los espirituales y que no son conscientes de cuán pobres los han convertido sus riquezas. Así se labra la ruina del mundo moderno mediante la ruina moral del hombre; sin duda, el más triste espectáculo de la posesión por la posesión.
V
Quinta razón: solo actuando a contracorriente se puede crear un mundo mejor. Alvizuri es optimista, cree en la posibilidad de cambio. No es que alimente un ciego heroísmo, no es que ambicione que todos seamos héroes, no, sino que su nuevo sentido de heroísmo consiste en que cada hombre debe hacer lo que puede o esforzarse hacia lo que no puede, porque la historia es un incesante volver a empezar.
VI
La inmortalidad consiste en trabajar en una obra inmortal, como son los
nobles ideales. Estas obras son de todos los tiempos, y no es requisito ser un
sabio consumado ni un aburrido doctor. Basta la honesta claridad, la sincera
inquietud y un esfuerzo denodado, como la que muestra el autor en este libro,
para que mediante el renacer de nuevas utopías estas puedan dar al hombre
nuevas esperanzas por un mundo nuevo y mejor. Alvizuri, con esta obra, nos
demuestra que tiene un destino, y que lo sigue como un faro de irradiación
interior. Acompañémosle, a partir de las pocas razones que acabo de señalar ¾entre las muchas que existen¾ en una travesía emocionante y digna de
extraordinarias posibilidades teórico-prácticas. Como a él, a mí también me
parece que este mundo se ha tornado caduco y decadente, como la Babilonia rica
y prepotente que no conocía al verdadero Dios. Entonces ¿por qué no hemos de
buscar la nueva Jerusalén, aprisionada ahora en las cadenas de su cautiverio?
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Salamanca 2000
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