Reseña a
La encrucijada de la condición andina.
Ensayos sobre la crisis identitaria
de Gustavo Flores Quelopana
Luis Enrique Alvizuri
Una
vez más alguien viene a hacernos perder el tiempo. Esta es otra demostración de
las agudas falencias y absurdos de nuestro sistema educativo. Porque no otra
cosa puede ser el hecho que se persista en tesis trasnochadas que no quieren
entender que la civilización es solo una, que la ciencia es una también y que,
por supuesto, solo existe una filosofía: la de Occidente. Yo, en lugar de
ustedes, estimados asistentes, me levantaría en este momento e iría a hacer
cosas más útiles y necesarias en vez de desperdiciar minutos valiosos en vanas
peroratas.
Pero
como veo que a la mayoría nos sobra tanto el tiempo como para seguir en este
sinsentido entonces trataré de actuar, ya no como observador o crítico, sino
como terapeuta. ¿Qué hace que gente inteligente, preparada incluso en aulas
universitarias, lance tantos dislates, a contramano de lo que es el
conocimiento universal? ¿Qué puede motivar a estas desviadas mentes a
prorrumpir frases extraídas de la oscura noche del pensamiento? ¿Por qué, una
vez más, este remanido e infantil tema de lo andino vuelve a ser puesto en el
debate en pleno siglo XXI? ¿Es que la gavilla de campesinos ignorantes, con sus
tomas de carreteras o sus disfraces precolombinos, nos impactan tanto que
terminamos por convencernos que sus fantasías pueden tener siquiera algún
sustento?
¿O
es que estamos asustados, tal como lo manifestaba un prestigioso siquiatra,
preocupado porque su abuelita le había dicho cuando niño que un día los cholos
iban a tomar por asalto Lima y que iban a matar a todos los blancos? ¿O tal vez
estamos acomplejados de que, por no ser blancos, no nos han contratado en la
Católica ¾así nomás, Católica, sin esa huachafería de “pontificios”¾ y, en revancha, apelamos a nuestros genes y nuestro devaluado color de
piel para, entre lágrimas, decir: “yo también valgo, aunque no sea inglés o
alemán”? En fin, difícil sería saber por qué extrañas razones uno reitera el
desgastado tema del pasado para afirmarse en el presente. Pero, les confieso
que me salta una duda, pequeña, pero duda al fin. ¿Y si no se tratara de eso,
de ignorancias patológicas raciales y revanchistas? ¿Y si hubiera algo en el
fondo de estas ansias contraculturales que tuviera algún tipo de sustento?
Claro, podría parecer que se trata de un momento de beodez o de alucinación
sicofarmacológica lo que nos esté llevando a contemplar esta posibilidad. Pero
¿y si no? ¿Y si de repente estamos obviando algo que no vemos? ¿Y si tal vez la
universidad no lo sabe todo, o no lo dice todo ¾que no es lo mismo?
Qué
preocupante ¿no? Y no sería la primera vez que tuviera que ser un extranjero ¾perdón, un “san” extranjero¾ quien viniese a
decirnos que ha descubierto que no somos lo que somos, sino que somos otra cosa
que él ha analizado y comprobado que somos (uno de esos miles de Hiram Bingham
del pensamiento que devoramos con devoción). Si pues, quizá pueda ser que
merezca la pena descartar esta posibilidad de que el tema andino no sea tan
solo una demostración de atraso folclórico-turístico de rabiosos y ambiciosos
indigenistas financiados con millones de dólares de las ONGs y de las Naciones
Unidas. Quizá lo andino pueda ser que tenga algo de sustento, un poquito digo.
Quizá, es un decir, puede que haya un poco de razón con respecto a eso de que
Occidente no es la Civilización humana sino solo una civilización más en la
historia.
Tal
vez puede ser cierto que cada civilización viene con su ciencia y tecnologías
bajo el brazo. Solo así podríamos explicarnos por qué los conocimientos no se
trasladan de civilización en civilización y sus restos quedan como misterios; o
a lo más pasan a la siguiente, pero deformados, sin el sentido que tenían en su
versión original (como por ejemplo las sillas donde ustedes están ahora
sentados, que, por si no lo saben, fueron creadas como altares y solo se
aposentaban sobre ellas los chamanes, como sinónimo de comunicación religiosa
con los dioses). Quizá por esa razón que hoy nadie construye pirámides ni Machu
Picchus; y tampoco nadie sabe cómo las hicieron. Las civilizaciones sucesoras
nunca gustan de recordar a sus antecesoras; las aniquilan hasta no dejar
vestigio de ellas. Si no, pregúntenles a nuestros sufridos arqueólogos cuánto
lamentan estas destrucciones. Y ya que especulamos así, podríamos quizá también
suponer que tal vez cada una de estas civilizaciones tuvieron, por qué no, su
filosofía, que, lógicamente, no se llamaba así, pero hacía lo mismo, aunque
algunos piensen que el nombre hace a la función y no al revés.
En
ese caso tanto el cerdo, como el cochino, el marrano, el chancho y el porcino son
animales completamente diferentes. Y si seguimos explorando estas posibilidades
¾insisto, solo estoy especulando, no afirmando¾ puede darse el caso que la civilización andina no esté tan
desaparecida como regularmente se dice. Quizá se encuentre escondida en lugares
que no nos permiten verla bien. Tal vez estemos percibiendo sus
manifestaciones, sus síntomas, pero, cual misterioso virus, no sabemos dónde
exactamente está. La escuchamos, la sentimos, nos empuja, nos molesta, ensucia
nuestras calles, malogra el idioma, degenera nuestra raza, se mete en los
negocios, en los medios de comunicación, “cholea” la pantalla, “cholea” las
cátedras, “cholea” la cultura, en fin, corrompe las estructuras occidentales
del Estado. Esta andinidad, como podríamos denominarla, es la llamada hoy
“informalidad”. Pero ¿qué es la informalidad? Es el salirse de las normas. Pero
¿quiénes se salen de las normas en una sociedad?
Los
delincuentes, tanto rateros como banqueros. ¿Será tal vez, quizá, la andinidad
una delincuencia, o un pueblo degenerado al que le falta cultura? (cultura en
términos occidentales, obviamente). ¿No será entonces otra cultura? Pero ¿puede
haber otra cultura en un mundo globalizado, donde lo occidental es calificado
como Cultura Universal, como sinónimo de Cultura? Eso parece absurdo. Admitir
que puede existir una cultura paralela a la oficial sería reconocer que
Occidente no lo es todo, no lo sabe todo y no tiene derecho a imponerse sobre
el resto de la humanidad. Y esto no se puede permitir. ¿Cómo quedaríamos
nosotros, los hijos de la madre universidad, fiel retrato de Europa? No como
ignorantes, lógicamente, pero sí como parcialmente instruidos; conocedores solo
de una parte, mas no del todo. Esto, lo vuelvo a decir, no lo debemos permitir.
Aquí no está en juego la verdad, señores, porque la verdad es solo aquello que
nos da la razón y nos conviene (seamos francos ¿alguien aceptaría una verdad si
sabe que ella le perjudica? ¿Conocen ustedes, han oído hablar alguna vez, de
algún suicida que reconozca que lo que él cree y le da poder, y le da para
comer, no es la verdad? Particularmente yo no). Por lo tanto, pienso que, así
me demuestren lo contrario, si nuestro estatus está peligro solo por el hecho
de que ocurran cosas que nos digan lo contrario a lo que creemos yo me opongo y
lo negaré cien veces.
Y
tal parece que el señor Gustavo Flores Quelopana, con este libro titulado La
encrucijada de la condición andina está intentando socavar las bases de un
conocimiento oficial y oficializado que es lo que nos permite mantener nuestros
privilegios. De continuar con estos esfuerzos podría incluso llegar a descubrir
mecanismos internos insospechados que nos generen angustias y nos causen nuevas
zozobras intelectuales y políticas de las cuales ya estamos sumamente hastiados.
Pienso
que, en pro de nuestra amada civilización y cultura Occidental y cristiana, en
su versión norteamericana, deberíamos prohibir e impedir que se continúe
insinuando la posibilidad de que se dé algún “revival” culturalista por cuanto
solo servirá para alimentar las desquiciadas obsesiones milenaristas y utópicas
de acomplejados indios marginales que para lo único que sirven son para
interrumpir el avance del desarrollo y progreso occidental. Por todo esto solo
quiero terminar diciéndole a nuestro delusivo amigo que, en nombre de la clase
gobernante pro occidentalista de este país, deje de ya de hacer divagaciones
subversivas y se ponga a escribir sobre las zapatillas de Platón, a ver si así
logra por fin que una editorial seria publique alguno de sus pintorescos
libritos.
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