EL ÉXTASIS
DE ARGUEDAS
Gustavo Flores Quelopana
Después de acabar su novela
Los ríos profundos, Arguedas en 1958 está en París, como parte de su
primera experiencia europea, y a orillas del rio Sena tiene una visión súbita,
donde como un rayo le llega una especie de revelación que le hace decir: “No
han podido quitarle el rostro de Dios”. Idea que se lo comunica por carta a su
amigo Alberto Escobar.
Ha visto detrás de todo el
avance de la modernidad del homo faber la persistencia de lo sagrado y
lo espiritual. ¿Se trata acaso de una mera conexión de José María Arguedas con
la naturaleza? ¿Se trata de una simple resistencia a la imposición de valores y
sistemas culturales que reemplazan a creencias ancestrales de la cosmovisión
andina? ¿Es una proyección de su visión del mundo indígena ligada a la
espiritualización de la naturaleza?
Ha visto algo a través de
la naturaleza que trasciende a la naturaleza, algo permanente que va más allá
de la estrategia de resistencia cultural, una patencia que se limita a la
naturaleza espiritualizada. Por tanto, se trata de algo distinto y muy
diferente a las hipótesis en uso. Ha experimentado un éxtasis místico.
Ahora bien, el éxtasis
místico tiene sus niveles, que van desde lo más alto -como la experiencia de la
Unidad total con lo divino-; pasando por visiones y audiciones de seres
divinos, figuras sagradas, voces o mensajes espirituales; sensaciones
corporales intensas de calor, vibración, luz o energía que fluye a través del
cuerpo, y que puede ser acompañado de un sentimiento de trascendencia; paz y
gozo inexplicables que se traduce en una mayor conexión espiritual; trance y
despersonalización con percepción separada del cuerpo y alterada del tiempo y
el espacio; hasta la Iluminación intelectual que implica una comprensión de las
verdades intelectuales y recepción de conocimientos divinos.
No es difícil interpretar
la visión súbita de Arguedas a ésta última y que encuentra lugar en su
expresión: “No han podido quitarle el rostro de Dios”. Su posesión extática
tiene que ver más con el último nivel, a saber, la Iluminación intelectual, que
con los niveles anteriores. Y lo atribuyo a que como ateo no practicaba la
oración, pero Dios misericordioso viendo su buen corazón le permitió acceder a
dicho éxtasis místico de la iluminación intelectual.
Aunque su caso es más
complejo. Veamos. Un ateo puede experimentar éxtasis místico mediante
experiencias naturales -asombro con el universo, la naturaleza o la humanidad-,
meditación o estados alterados de conciencia, arte y música que provoca estado
de elevación y trascendencia, y, por último, momentos de realización personal
mediante intuiciones intelectuales o amor profundo que induce estados de
éxtasis místico. Lo singular del caso de Arguedas es que como ateo tiene una
visión de Dios.
No es nada extraño que un
ateo tenga una visión de Dios y no se convierta, como parece que fue el caso de
Arguedas. Pero reparemos que no le dio una interpretación cultural, social,
psicológica o filosófica. No se ha plegado al subconsciente para rechazar el
contexto sobrenatural. Por el contrario, su intimidad ha sido arrebatada de la
ontología objetual para experimentar la estructura solidaria con Dios. Nada de interpretación
atea siendo ateo. Muy extraño. Simplemente registra la visión de Dios a
despecho del hombre transformador de la modernidad. Ha sido presa por un
instante del hundimiento total del gran tema de la era moderna que se llama
autonomía y en su lugar ha emergido el gran tema de las épocas premodernas,
esto es, la posesión extática, el sentimiento oceánico de la razón
participativa del alma del hombre prealfabetizado.
En otras palabras, no se
trata de la experimentación del sentimiento oceánico en sentido secular como
fue descrita por el poeta y escritor francés Romain Roland y popularizado por
Sigmund Freud en El malestar en la cultura (1930). No, lo suyo es más
íntimo y profundo, es un sentimiento oceánico sacralizado, participativo, como
inmersión abismal en la esfera general e insuperable de Dios. Peter Sloterdijk
en su obra Esferas I y II busca la comprensión de la realidad más
allá de la idea de sustancia para llevarlo a la categoría del flujo. Y aún
cuando no estemos de acuerdo con su nominalismo extremo no deja ser pertinente
traerlo a colación con la idea de la “arqueología de lo íntimo”, las “esferas”
y las “burbujas” para hacer notar que el hombre no es un ser “en” el
mundo sino “con” el mundo.
Lo cual es rescatable y
valioso para entender e interpretar el éxtasis religioso de Arguedas como un
salir de lo objetual hacia lo preobjetual, lo no-objetual. Ha tenido una visión
que lo ha catapultado de la estandarizada idea atea del mundo material para
llevarlo hacia un intenso secreto relacional con Dios. Como partícula o polo de
su esfera íntima personal ha sido llevado a una nueva situación tonal, hacia
una atmósfera más amplia, con una enigmática topología que tiene su propia
espesura y, sin embargo, se deja percibir con claridad. “No han podido quitarle
el rostro de Dios”.
Sin embargo, Arguedas a
pesar de su profunda sensación mística y espiritual con la naturaleza y el
cosmos no abandona el ateísmo. Este no abandono, por lo general, obedece a
varias razones, entre ellas: interpretación personal estrictamente
inmanentista, antropocentrismo, cientificismo, racionalismo, escepticismo, clerofobia,
cree en su independencia respecto a Dios, y, por último, resistencia a la
conversión por representar un cambio profundo en su identidad y forma de ver el
mundo. Esto último implica una forma de orgullo y amor excesivo hacia sí mismo.
Realmente es difícil
dilucidar por qué razón teniendo Arguedas un éxtasis religioso no abandona el ateísmo.
Muy aferrado a la ciencia no lo estaba, tampoco a la razón instrumental, ni al
racionalismo filosófico. Su respeto a la razón mítica y a la religión ancestral
tampoco parece ser una explicación satisfactoria. Pues, se mantuvo ateo a pesar
de ello. Por otro lado, su resistencia a la conversión pudo deberse a la adopción
del ateísmo como una creencia asociada a un ideal socialista revolucionario.
Era amigo del padre Gustavo Gutiérrez, en cuya teología de la liberación se cristianiza
al marxismo. ¿Llegó muy tarde su mensaje? Es difícil asumirlo.
La complejidad del ateísmo
arguediano es que después de esta experiencia ya no puede decir “Dios no existe”,
ya no puede sostener un ateísmo ontológico. No se le puede aplicar lo que reza
en los Salmos 14:1 y Salmos
53:1: Ambos versículos son casi
idénticos y dicen: "Dice el necio en su corazón: 'No hay Dios'. Se han
corrompido, hacen obras abominables; no hay quien haga el bien." Como
Arguedas no niega a Dios tampoco se le aplica lo se dice en Romanos 1:20-22. En estos
versículos, el apóstol Pablo habla sobre cómo las cualidades invisibles de
Dios, su poder eterno y deidad, se perciben claramente a través de la creación.
Afirma que aquellos que niegan a Dios son "inexcusables" y que
"profesando ser sabios, se hicieron necios".
Pero sí es aplicable el ateísmo
moral. Esto último se puede verter como “Dios existe, pero no creo en él porque
hay mal en el mundo”. Una formar particular de ateísmo moral lo acuñó Francisco
Miró Quesada Cantuarias basándola en su racionalista teoría de la no arbitrariedad
y simetría. Estos principios prescinden de Dios porque, según él, proporcionan
una base racional y objetiva para le ética sin depender de trascendencia y
metafísica alguna. Incluso su aceptación de las lógicas heterodoxas estaba más
ligado a la aceptación de nuevas formas de pensar antes que a la aceptación de
seres sobrenaturales.
Pero el ateísmo moral que
le atribuyo a Arguedas es más simple y sociológico, está más asociado a su
condena a la Iglesia Católica por su rol en la colonización cultural y opresión
de las culturas indígenas. Esto se
deja ver en su ensayo La cultura: Un patrimonio difícil de colonizar
(1966), donde denunció cómo la Iglesia, junto con otras instituciones
coloniales, imponía la cultura occidental de manera dominante y excluyente, contribuyendo
a la destrucción de las culturas indígenas y a la imposición de valores y
sistemas que no respetaban la diversidad cultural. Su crítica multicultural era
un poderoso factor que estaba en la base de su ateísmo moral.
El ateísmo
moral de Arguedas, nunca esclarecido por él, no niega la existencia ontológica
de Dios de manera explícita, pero cuestiona su necesidad en el plano moral, tanto
más cuando estuvo al servicio de la imposición de la cultura dominante y
excluyente. La verdad es que la Iglesia Católica ha sido históricamente
defensora de los pobres y ha promovido una pastoral centrada en la justicia
social y la caridad. Ahí tenemos los ocho siglos de Patrística en favor de la
justicia social, el lascasianismo durante la dominación española, y la teología
de la liberación desde fines de los años 60 del siglo veinte. Pero mientras
subsistió el gamonalismo la Iglesia católica fue su aliada en el Perú y en
América Latina. Y la denuncia viene con fuerza desde González Prada en
adelante. Este contexto permite entender mejor el ateísmo de Arguedas a pesar
de su experiencia mística.
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