Emilio Choy Ma: El sabio sin cátedra y la conciencia crítica del Perú
Primera parte: El pensamiento insurgente y la crítica al poder
Emilio Choy Ma fue, sin lugar a dudas, una de las figuras más singulares y radicales del pensamiento peruano del siglo XX. Su vida intelectual se desarrolló al margen de las instituciones académicas, sin cátedra ni reconocimiento oficial, pero con una lucidez y profundidad que lo convierten en un referente imprescindible para comprender la historia del Perú desde una perspectiva crítica, marxista y descolonizadora. Su obra, dispersa pero contundente, se caracteriza por una voluntad de desmitificación, por una lectura materialista de los procesos históricos, y por una defensa inquebrantable de los pueblos oprimidos.
Choy fue un “maestro sin cátedra”, como lo han llamado con justicia, y “el más modesto de los sabios”. No buscó protagonismo ni prestigio académico. Su compromiso fue con la verdad histórica, con la denuncia de las estructuras de dominación, y con la construcción de una conciencia nacional desde abajo. Su pensamiento incomodó a la academia, al poder, y a los intelectuales acomodados. Por eso fue silenciado, ignorado, marginado. Pero su legado persiste, y hoy más que nunca merece ser recuperado, estudiado y difundido.
Uno de los aportes más importantes de Choy fue su interpretación del Incario desde una perspectiva marxista. Sostuvo que el Inca Pachacútec llevó a cabo una revolución secular contra los sacerdotes, quienes perdieron el poder político pero no el religioso. Esta reorganización del Estado incaico implicó una subordinación del poder religioso al poder estatal, consolidando un aparato teocrático centralizado. El Inca se convirtió en hijo del Sol, desplazando a los sacerdotes como mediadores del orden cósmico, y estableciendo una nueva ideología estatal que legitimaba la expansión imperial. Para Choy, esta transformación no fue espiritual ni simbólica, sino profundamente política: una estrategia de concentración del poder en manos de la élite gobernante.
En su análisis del modo de producción incaico, Choy lo caracterizó como una forma de esclavismo colectivo y temporal. A diferencia del esclavismo clásico, donde los esclavos eran propiedad privada, en el Tahuantinsuyo el trabajo forzado se organizaba colectivamente a través de instituciones como la mit’a. Esta esclavitud no era permanente, sino cíclica, pero igualmente coercitiva. El Estado controlaba los medios de producción y extraía el excedente de las comunidades, beneficiando a la casta de los orejones. Para Choy, el individuo no era sujeto de derechos, sino instrumento al servicio de la producción estatal. En el Incario no había derechos humanos: el hombre estaba subordinado al interés de la élite, y su existencia estaba determinada por su función productiva.
Esta lectura crítica lo llevó a analizar el conflicto entre Huáscar y Atahualpa como una lucha entre dos fracciones de clase dominante. Huáscar representaba el sector esclavista tradicional, vinculado al poder central de Cuzco, mientras que Atahualpa encarnaba una tendencia feudalizante, surgida en el norte del imperio. Esta tensión reflejaba una contradicción interna en el modelo de acumulación: una acumulación horizontal en las comunidades que beneficiaba la acumulación vertical del Estado. La guerra civil incaica, según Choy, fue expresión de una crisis estructural que debilitó al imperio justo antes de la llegada de los españoles. No fue una simple disputa dinástica, sino una lucha entre modelos de reproducción social.
Choy también desenmascaró el doble juego del humanismo irracional de Francisco de Vitoria. Aunque Vitoria defendía la humanidad de los indígenas, justificaba la intervención española en América bajo pretextos como la evangelización, el comercio libre o la protección contra el canibalismo. Para Choy, este humanismo era funcional al imperialismo: una ideología que revestía la dominación con retórica moral. Vitoria no defendía la autodeterminación de los pueblos, sino su subordinación dentro de un orden cristiano y europeo. Esta crítica se inscribe en su esfuerzo por construir una historiografía descolonizadora, que no se deje seducir por discursos moralistas sin contenido emancipador.
En su análisis de la revolución de 1780, liderada por Túpac Amaru II, Choy iluminó las contradicciones internas del proceso. Señaló que la alianza entre la burguesía indígena ilustrada y el campesinado no logró sus objetivos emancipadores porque fue traicionada por la burguesía comercial criolla. Esta última, temerosa de una revolución social que afectara sus privilegios, se mantuvo neutral o colaboró con la represión. El fracaso de la rebelión mostró que sin una alianza sólida entre clases subalternas y sectores ilustrados, no es posible una emancipación real. Para Choy, la historia debía leerse desde las tensiones de clase, no desde los relatos heroicos o las gestas individuales.
En su genealogía de la conciencia nacional peruana, Choy identificó tres momentos clave: el nacimiento en Garcilaso de la Vega y Guamán Poma de Ayala, el origen de la emancipación en Túpac Amaru y el campesinado, y el bautismo ideológico en la Carta a los españoles americanos de Juan Pablo Vizcardo y Guzmán. Garcilaso y Guamán Poma representaron los primeros intentos de reinterpretar la historia desde una mirada indígena o mestiza. Túpac Amaru encarnó la lucha social contra el orden colonial. Vizcardo, desde el exilio, articuló por primera vez una idea de nación americana libre y soberana. Esta lectura muestra cómo Choy entendía la historia como un proceso de construcción de conciencia, atravesado por la lucha de clases y la resistencia cultural.
Segunda parte: Crítica contemporánea, esclavitud y resignificación simbólica
La mirada crítica de Emilio Choy Ma no se limitó a los procesos prehispánicos o coloniales. También se proyectó hacia el pensamiento contemporáneo, donde desplegó una aguda capacidad para detectar desviaciones ideológicas, confusiones teóricas y traiciones políticas. Su compromiso con el marxismo clásico lo llevó a confrontar a figuras reconocidas del pensamiento latinoamericano y europeo, sin temor a la polémica ni a la soledad intelectual.
Uno de sus blancos fue Maurice Godelier, antropólogo marxista francés, a quien Choy acusó de contaminar el análisis científico con ideología estructuralista. Para Choy, Godelier desviaba el marxismo hacia abstracciones simbólicas que oscurecían las relaciones materiales de producción. Rechazó el estructuralismo marxista por considerarlo una moda intelectual que debilitaba el rigor teórico y la capacidad transformadora del pensamiento revolucionario. En su defensa del marxismo ortodoxo, Choy insistía en que el análisis debía partir de la lucha de clases, la propiedad de los medios de producción y la explotación concreta, no de categorías culturales o epistemológicas.
También criticó a Aníbal Quijano, especialmente por su postura ante el imperialismo. Aunque Quijano desarrolló la teoría de la “colonialidad del poder”, Choy consideraba que no daba suficiente peso al carácter estructural del imperialismo como forma de dominación económica y política. Para él, en países como Perú, con desarrollo industrial incipiente, el enfrentamiento al imperialismo debía ser prioritario. Desconfiaba de los enfoques que desplazaban el análisis de clase hacia categorías identitarias o culturales, y acusaba a ciertos intelectuales —entre ellos Quijano— de caer en el reformismo, al proponer cambios dentro del sistema sin cuestionar radicalmente la estructura capitalista e imperialista.
En su estudio sobre la esclavitud china en el Perú, Choy iluminó las posturas de los hacendados conservadores y liberales. Los conservadores defendían abiertamente la esclavitud como necesaria para el desarrollo agrícola, especialmente en las haciendas azucareras y algodoneras. Veían a los culíes como inferiores, aptos solo para el trabajo forzado, y promovían leyes que perpetuaban su servidumbre. Los liberales, aunque usaban la retórica de modernización, mantenían condiciones de explotación similares bajo formas contractuales, como la “servidumbre por deuda”. Choy mostró que ambos sectores coincidían en la defensa del orden esclavista, aunque con lenguajes distintos. Su obra La esclavitud de los chinos en el Perú es una referencia clave para entender cómo el racismo, la explotación y el discurso político se entrelazaron en la historia peruana.
También abordó la liberación de los negros por parte de Castilla, desenmascarando tanto las causas internas como externas del proceso. Internamente, la crisis del sistema esclavista, la baja productividad y la resistencia esclava debilitaron el modelo. Externamente, la presión internacional —especialmente de Inglaterra—, los cambios en el capitalismo global y las revoluciones atlánticas forzaron la abolición. Choy denunció que la liberación no fue un acto de benevolencia, sino una decisión estratégica motivada por intereses económicos y políticos. Rechazó el discurso oficial que presentaba la abolición como gesto ilustrado, y mostró que fue resultado de contradicciones estructurales y presiones geopolíticas.
En el plano simbólico, Choy explicó cómo la figura de Santiago Matamoros fue resignificada en el mundo andino. Originalmente venerado como el santo guerrero que ayudaba a los cristianos en la lucha contra los musulmanes, Santiago fue traído a América como símbolo de la conquista. Representado como un caballero que aplasta indígenas bajo su caballo, se convirtió en instrumento de represión colonial. Sin embargo, durante las rebeliones indígenas, especialmente en el siglo XVIII, las comunidades resignificaron la figura como Santiago Mataespañoles, un santo que luchaba del lado de los oprimidos contra los colonizadores. En el siglo XIX y XX, Santiago fue adoptado como patrono de muchas comunidades rurales, protector de cosechas, ganado y justicia comunal. Para Choy, esta transformación revela cómo los pueblos oprimidos reinterpretan los símbolos del poder para expresar sus propias luchas. Es un ejemplo de cómo la cultura popular puede subvertir el discurso dominante, convirtiendo un ícono de la conquista en un aliado de la resistencia.
Tercera parte: Burguesía colonial
Emilio Choy Ma también dedicó parte de su obra al estudio de la formación de la burguesía en la colonia, especialmente en el siglo XVIII. Desde su enfoque marxista, analizó cómo ciertos sectores criollos comenzaron a acumular capital a través del comercio, la minería y la administración colonial. Esta burguesía criolla emergente no era revolucionaria ni autónoma: actuaba como intermediaria entre la metrópoli y las clases subalternas, y reproducía el orden colonial en lugar de transformarlo.
Con las reformas borbónicas, se intensificó el comercio interno y externo, lo que permitió a ciertos sectores criollos acumular riqueza. Sin embargo, esta acumulación no se tradujo en una transformación estructural, sino en una reproducción del sistema esclavista y racista. Choy estudió las ideas ilustradas que circularon entre los criollos, señalando que muchas de ellas fueron asimiladas superficialmente, sin cuestionar el sistema colonial. Esta burguesía adoptó discursos de modernidad y progreso, pero mantuvo prácticas de explotación. Su contradicción interna —deseo de autonomía sin ruptura con el orden imperial— fue clave en los procesos que llevaron a la independencia, y en la persistencia de las estructuras de dominación en la República.
Homenaje editorial y legado crítico
En 2015, con motivo del centenario de su nacimiento, se publicó el libro Emilio Choy Ma, 1915–2015: Homenaje por el centenario de su nacimiento, editado por Wilfredo Kapsoli y auspiciado por la Universidad Ricardo Palma. Esta edición representa un esfuerzo valioso por recuperar y visibilizar el legado de Choy, y por reivindicar su lugar en la historiografía peruana.
Entre los méritos de esta edición destacan el reconocimiento institucional que le otorga visibilidad a una figura históricamente marginada; la diversidad de enfoques, que permite abordar distintas facetas de Choy —su pensamiento historiográfico, su militancia, su vida personal y su influencia intelectual—; y el rescate de una voz crítica que iluminó zonas oscuras de la historia peruana. El libro incluye textos de autores como Antonio Rengifo y el propio Kapsoli, que aportan desde la historia social y la antropología, y que permiten comprender la profundidad y vigencia del pensamiento de Choy.
Sin embargo, también presenta limitaciones. La edición carece de una sistematización rigurosa de la obra de Choy, y no ofrece una edición crítica de sus textos más importantes. Esto dificulta el seguimiento de la evolución de su pensamiento y su articulación teórica. Además, no incluye documentos inéditos, manuscritos o correspondencia que permitan conocer mejor su método de trabajo o sus reflexiones personales. Finalmente, su difusión ha sido limitada, y no ha sido incorporado en los programas de estudio universitarios, lo que restringe su impacto en nuevas generaciones.
Estas limitaciones no desmerecen el valor del homenaje, pero sí señalan la necesidad de continuar el trabajo: editar sus textos, sistematizar su pensamiento, difundir su obra, y proyectar su legado en el debate contemporáneo. Choy no fue un pensador del pasado, sino un intelectual del futuro: sus ideas siguen siendo herramientas para pensar críticamente el Perú, para desmontar las estructuras de poder, y para construir una historia desde los pueblos.
Reconocer sus méritos implica valorar su lucidez, su compromiso, su capacidad para iluminar procesos históricos desde una perspectiva materialista y descolonizadora. Reconocer sus limitaciones implica entender que su obra fue fragmentaria, que su aislamiento intelectual lo privó de interlocutores, y que su rigidez teórica lo alejó de otras corrientes críticas. Pero estas limitaciones no opacan su legado: lo enriquecen, lo humanizan, lo hacen más urgente.
Emilio Choy Ma fue un sabio modesto, un maestro sin cátedra, un pensador incómodo. Su obra no es solo memoria: es herramienta para la transformación. Su pensamiento no es solo crítica: es conciencia. Su legado no es solo historia: es futuro.
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