domingo, 14 de diciembre de 2025

Ontología y escatología en la Epístola a los Hebreos

Ontología y escatología en la Epístola a los Hebreos

Introducción

La Epístola a los Hebreos constituye uno de los textos más densos y enigmáticos del Nuevo Testamento, tanto por su anonimato como por la profundidad de su contenido. En ella se despliega una reflexión que no se limita a exhortaciones morales ni a instrucciones prácticas, sino que alcanza el nivel de una verdadera metafísica cristiana en clave pastoral. Hebreos articula una visión del ser y de la historia que integra lo eterno y lo temporal, lo increado y lo creado, lo divino y lo humano, en la Persona de Cristo.

Este escrito se convierte en un puente entre la filosofía y la teología, porque dialoga implícitamente con categorías platónicas, aristotélicas, heideggerianas y hegelianas, pero las supera al proclamar que el vértice del Ser no es una Idea, una sustancia, un horizonte impersonal ni una dialéctica cósmica, sino una Persona viva: Cristo, Logos intratrinitario, cósmico y humano. En Él se consuma la ontología y se inaugura la escatología, porque su sacrificio único y eterno abre la historia hacia su consumación definitiva.

La fuerza de Hebreos radica en que convierte la metafísica en pastoral. Las verdades más altas sobre el ser y la eternidad se traducen en exhortación concreta: perseverar en la fe, vivir en la esperanza, acercarse con confianza al trono de la gracia. Así, la Epístola a los Hebreos muestra que ya en el siglo I, bajo la mediación del Espíritu Santo, la Iglesia alcanzó una comprensión ontológica y escatológica que ilumina tanto la filosofía como la vida de la comunidad creyente.

I. Cristo como Logos intratrinitario, cósmico y humano

La Epístola a los Hebreos abre con una afirmación decisiva: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Heb 1:1-2). Aquí se condensa la triple dimensión del Logos. Antes de la creación, Cristo es el Logos intratrinitario, el Hijo eterno, “resplandor de la gloria de Dios e impronta de su ser” (Heb 1:3). Ontológicamente, esto significa que el ser pleno no es abstracción, sino Persona viva en comunión eterna con el Padre y el Espíritu. Después de la creación, el Logos se manifiesta como principio cósmico: todo lo creado encuentra su fundamento en Él. Finalmente, con la encarnación, el Logos se hace humano: “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote” (Heb 2:17). En esta triple dimensión, la Persona de Cristo es el vértice del Ser donde convergen lo humano, lo divino y lo cósmico. Frente a Heidegger, que abstrae el Ser de Dios y de la Persona, y frente al panteísmo que diluye lo divino en fórmulas impersonales, Hebreos proclama que el Ser se revela en su máximo esplendor en la Persona de Cristo, segunda Persona del Logos intratrinitario y Logos cósmico, que se hace Logos humano en la historia.

Este planteamiento dialoga con Platón y Aristóteles, pero los trasciende. Platón concebía un mundo de Ideas eternas y un mundo sensible como sombra, mientras que Aristóteles definía a Dios como acto puro, motor inmóvil. Hebreos, sin embargo, revela que la eternidad y el acto puro no son abstracciones impersonales, sino que se encarnan en una Persona viva. El Logos intratrinitario es más que Idea y más que acto: es comunión personal, razón, voluntad y amor. Así, lo que en la filosofía griega era intuición metafísica, en Hebreos se convierte en revelación personal y pastoral.

Además, Hebreos corrige las mutilaciones modernas. Heidegger abstrae el Ser y lo reduce a horizonte impersonal, mientras que Hegel diviniza el cosmos y mutila la dimensión intratrinitaria del Logos, reduciéndolo a razón dialéctica. Hebreos proclama que el Logos intratrinitario no es solo razón, sino también voluntad creadora y amor eterno. Por eso el ser pleno no está “al final” como resultado de la creación, sino que es Alfa y Omega, porque todo lo creado ya estaba en la mente de Dios antes de existir. La Persona de Cristo es, por tanto, el fundamento ontológico universal, donde se integran lo eterno y lo temporal, lo increado y lo creado, lo infinito y lo finito, en una unidad que es comunión personal.

En este horizonte, resulta iluminador contrastar la visión de Hebreos con los intentos de Friedrich Schelling en Las edades del mundo (Die Weltalter). Allí, el filósofo alemán trató de pensar el Logos antes de la creación, buscando un fundamento absoluto que explicara la emergencia del ser. Sin embargo, su recurso a una clave mitológica y a una estructura dialéctica lo condujo al fracaso: el Logos queda atrapado en narraciones cosmogónicas y en tensiones conceptuales que nunca alcanzan la plenitud personal. Hebreos, en cambio, proclama que el Logos intratrinitario no es mito ni dialéctica, sino Persona eterna, comunión viva de razón, voluntad y amor. Allí donde Schelling se pierde en la oscilación entre lo finito y lo infinito, la Epístola muestra que el ser pleno se revela en Cristo, Alfa y Omega, fundamento ontológico universal y clave pastoral para la comunidad creyente.

II. Ontología de la alianza: de la sombra a la realidad plena

La antigua alianza, establecida por medio de Moisés y sostenida en los sacrificios levíticos, es descrita como figura y sombra de la realidad definitiva: “La ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan” (Heb 10:1). Lo temporal y lo repetitivo son insuficientes para alcanzar la plenitud del ser. En contraste, la nueva alianza inaugurada por Cristo es presentada como realidad plena y definitiva: “Cristo es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna” (Heb 9:15). Ontológicamente, esta nueva alianza no es sombra ni figura, sino participación en lo eterno.

Aquí Hebreos dialoga con Platón: la distinción entre sombra y realidad recuerda la diferencia entre el mundo sensible y el mundo de las Ideas. Pero la novedad cristiana es radical: la realidad plena no es una Idea abstracta, sino una Persona concreta, Cristo, cuya entrega inaugura la nueva alianza. Platón intuía que lo sensible remitía a lo inteligible, pero Hebreos afirma que lo temporal remite a lo eterno en la Persona del Hijo. La alianza no es un concepto, sino un acontecimiento personal que transforma la historia.

Además, Hebreos introduce una dimensión pastoral: la comunidad es exhortada a no volver atrás, a no aferrarse a lo provisional, sino a vivir en la confianza de lo definitivo. “Teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe” (Heb 10:21-22). La ontología de la alianza se convierte en consuelo y firmeza: lo que era sombra se revela como realidad, lo que era figura se consuma en Cristo, y la comunidad es llamada a vivir en la certeza de una promesa que ya no puede fallar.

En este punto, Hebreos también dialoga con Aristóteles. Para él, la sustancia era aquello que permanecía bajo los accidentes, y la forma era lo que daba realidad a la materia. Hebreos, sin embargo, muestra que la verdadera sustancia no es un principio abstracto, sino la Persona de Cristo, que da forma definitiva a la historia de la salvación. La alianza antigua era accidente, provisionalidad; la nueva alianza es sustancia plena, porque se funda en el sacrificio único y eterno del Hijo.

Finalmente, Hebreos corrige las mutilaciones modernas. Heidegger abstrae el ser y lo reduce a horizonte impersonal, mientras que Hegel diviniza el cosmos y reduce la plenitud del Logos a razón dialéctica. Hebreos proclama que la alianza definitiva no es impersonal ni dialéctica, sino personal y eterna. El Logos intratrinitario, que es razón, voluntad y amor, inaugura una alianza que trasciende el tiempo y se inscribe en la eternidad. Así, la ontología de la alianza se convierte en pastoral: la comunidad es llamada a vivir en la certeza de lo eterno, sostenida por la Persona de Cristo, mediador de la nueva alianza.

En contraste con la plenitud de la nueva alianza proclamada en Hebreos, la filosofía contemporánea ha ensayado caminos que terminan en la ruptura de toda alianza ontológica. Richard Rorty, desde el neopragmatismo, disuelve cualquier pretensión de verdad objetiva y reduce el discurso ontológico a mera construcción lingüística y contingente, negando la posibilidad de una alianza que trascienda lo histórico. Gianni Vattimo, por su parte, con su propuesta de “ontología débil”, renuncia a toda afirmación fuerte sobre el ser y convierte la alianza en un horizonte fragmentado, sin fundamento definitivo. Hebreos, en cambio, se opone a estas derivas al proclamar que la nueva alianza no es débil ni contingente, sino realidad plena y eterna en la Persona de Cristo. Allí donde Rorty y Vattimo disuelven el vínculo ontológico en relativismo y debilidad, la Epístola afirma que el ser se consuma en una alianza definitiva, fundada en el sacrificio único del Hijo y garantizada por la fidelidad de Dios.

III. Ontología y escatología de la cruz

La cruz es el vértice donde se consuma la ontología y se inaugura la escatología. “Cristo, habiéndose ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos, aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (Heb 9:28). Ontológicamente, la cruz es el acto supremo, único y definitivo, donde lo humano y lo divino se funden en una entrega absoluta. Escatológicamente, la cruz abre la historia hacia su consumación, porque en ella se inaugura la esperanza de la plenitud futura.

Aquí Hebreos dialoga con Aristóteles: el acto puro concebido como fin último encuentra su realización en la cruz, donde la potencia humana se consuma en la entrega amorosa. Frente a Heidegger, que concibe el ser como horizonte impersonal y el “ser-para-la-muerte” como destino, Hebreos proclama el “ser-para-la-vida eterna” inaugurado en la cruz. La dimensión pastoral se hace evidente: “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (Heb 12:3). La ontología y la escatología de la cruz se convierten en exhortación concreta a la perseverancia.

La cruz, además, revela que el sacrificio de Cristo no es repetitivo ni provisional, como los sacrificios levíticos, sino único y eterno. “Pero Cristo, habiendo venido como sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (Heb 9:11-12). Ontológicamente, esto significa que la cruz es el acto definitivo que trasciende lo temporal y se inscribe en lo eterno. Escatológicamente, significa que la redención ya no depende de lo repetitivo, sino de lo único y definitivo.

En este sentido, la cruz es también el lugar donde se revela la plenitud del Logos como razón, voluntad y amor. La razón se manifiesta en el orden del sacrificio, la voluntad en la obediencia del Hijo (“y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” Heb 5:8), y el amor en la entrega total de sí mismo. Frente a Hegel, que reduce el Logos a razón dialéctica y diviniza el cosmos, Hebreos proclama que el Logos intratrinitario se consuma en la cruz como acto de voluntad y amor. La cruz no es mera racionalidad histórica, sino comunión personal que inaugura la esperanza escatológica.

La cruz, además, introduce una dimensión cósmica: no solo afecta a lo humano, sino que transforma el universo entero. “Para que por medio de la muerte destruyese al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Heb 2:14). Ontológicamente, la cruz es victoria sobre la muerte y sobre el mal; escatológicamente, es anticipación de la consumación definitiva donde la creación será liberada de la corrupción. Aquí Hebreos supera tanto el dualismo platónico como la dialéctica hegeliana: el cosmos no es sombra ni proceso impersonal, sino creación redimida por la Persona de Cristo en la cruz.

Finalmente, la cruz se convierte en camino pastoral para la comunidad. “Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Heb 12:1-2). La ontología y la escatología de la cruz se traducen en exhortación concreta: perseverar en la fe, vivir en la esperanza, y caminar hacia la consumación definitiva. La cruz es simultáneamente fundamento ontológico y horizonte escatológico, acto supremo y promesa eterna, razón, voluntad y amor en unidad personal.

La escatología de la cruz ha sido recuperada con fuerza por la teología de la encarnación del siglo XX posconciliar, especialmente en el marco del Vaticano II y en los desarrollos posteriores de la teología pastoral y cristológica. Allí se subraya que la cruz no puede separarse de la encarnación: el Hijo de Dios asume la condición humana hasta sus límites más radicales, y en esa entrega se revela la esperanza escatológica. Sin embargo, esta recuperación se ha dado muchas veces en clave existencial y pastoral, sin integrar plenamente todas sus implicancias filosóficas. Se ha destacado la solidaridad de Cristo con la humanidad sufriente y la dimensión histórica de la salvación, pero no siempre se ha profundizado en la ontología que Hebreos proclama: que la cruz es el acto supremo donde lo increado y lo creado, lo eterno y lo temporal, se funden en unidad personal. Así, la teología posconciliar ha enriquecido la comprensión pastoral de la cruz, pero aún queda pendiente desplegar toda su densidad metafísica y escatológica.

IV. La categoría ontológica de Persona como vértice del Ser

Hebreos revela que el ser alcanza su plenitud en la Persona de Cristo. “Porque convenía que aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos” (Heb 2:10). La Persona de Cristo es simultáneamente Logos intratrinitario, cósmico y humano. Como intratrinitario, es antes de la creación, increado, eterno e infinito. Como cósmico, sostiene el universo. Como humano, participa de nuestra condición y se convierte en sumo sacerdote misericordioso. En esta triple dimensión, la Persona se revela como vértice del Ser, porque en ella se integran lo eterno y lo temporal, lo infinito y lo finito, lo increado y lo creado.

La categoría de Persona introduce una novedad radical frente a la filosofía griega. Platón pensaba el ser en términos de Ideas eternas, y Aristóteles lo concebía como sustancia y acto. Hebreos, sin embargo, afirma que el ser se consuma en una Persona viva. La Persona no es una abstracción, sino comunión personal. Esto significa que la ontología cristiana supera la metafísica griega: lo que era Idea o sustancia se revela como comunión personal en Cristo.

Además, Hebreos corrige las mutilaciones modernas. Heidegger abstrae el Ser y lo reduce a horizonte impersonal, mientras que Hegel diviniza el cosmos y reduce el Logos a razón dialéctica. Hebreos proclama que el Logos intratrinitario no es solo razón, sino también voluntad y amor. La Persona de Cristo revela que el ser pleno es comunión personal, acto libre y entrega amorosa. Frente a la abstracción heideggeriana y la dialéctica hegeliana, Hebreos afirma que el vértice del Ser es una Persona concreta, histórica y eterna.

La Persona de Cristo es también el lugar donde se consuma la unión entre lo humano y lo divino. “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote” (Heb 2:17). Ontológicamente, esto significa que la plenitud del ser incluye la condición humana. Escatológicamente, significa que la humanidad está llamada a participar de la gloria eterna. La Persona de Cristo es el puente entre lo finito y lo infinito, entre lo temporal y lo eterno.

La dimensión pastoral se hace evidente: porque tenemos un sumo sacerdote que conoce nuestras debilidades, podemos acercarnos con confianza al trono de la gracia (Heb 4:15-16). La categoría ontológica de Persona se convierte en exhortación concreta: el ser pleno no es abstracción, sino comunión personal que acompaña, consuela y fortalece. La comunidad es llamada a vivir en la certeza de que el vértice del Ser es una Persona que intercede por ella.

Finalmente, la Persona de Cristo revela que la ontología cristiana es inseparable de la escatología. La plenitud del ser no se alcanza en abstracciones impersonales, sino en la comunión personal con Cristo. La Persona es el vértice del Ser y el horizonte de la esperanza. En ella se consuma lo humano, lo divino y lo cósmico, y en ella se inaugura la consumación definitiva. Así, Hebreos muestra que la categoría ontológica de Persona es la clave de la metafísica cristiana: el ser pleno y eterno se revela en la Persona de Cristo, razón, voluntad y amor.

La teología contemporánea del siglo XX y posconciliar —con autores como Karl Rahner, Hans Urs von Balthasar y John Zizioulas— recuperó con fuerza la categoría de Persona como clave para comprender la comunión trinitaria y la identidad cristológica. Se subrayó la dimensión relacional, la apertura al otro y la importancia de la comunión eclesial como reflejo de la vida intratrinitaria. Sin embargo, este esfuerzo, aunque fecundo en el plano teológico y pastoral, quedó muchas veces sin un abarcamiento metafísico filosófico profundo. La Persona fue entendida en clave existencial, fenomenológica o eclesiológica, pero no siempre se desplegó su densidad ontológica radical: que la Persona es el vértice del Ser, donde lo increado y lo creado, lo eterno y lo temporal, se integran en unidad definitiva. Hebreos, en cambio, ofrece esa clave metafísica: la Persona de Cristo no es solo categoría teológica o relacional, sino fundamento ontológico universal y consumación escatológica. Allí donde la teología contemporánea se detuvo en la dimensión pastoral y relacional, la Epístola proclama que la Persona es la categoría definitiva del Ser, razón, voluntad y amor en comunión eterna.

V. Síntesis ontológica y escatológica: el Ser pleno como Alfa y Omega

La Epístola a los Hebreos culmina en una visión integradora donde la ontología y la escatología se funden en la Persona de Cristo. El ser pleno no está al final como resultado de la creación, sino que es anterior a ella, porque todo lo creado ya estaba en la mente de Dios. Cristo, como Logos intratrinitario, es increado, eterno e infinito; como Logos cósmico, sostiene el universo; como Logos humano, participa de nuestra condición y se convierte en sumo sacerdote misericordioso. En esta triple dimensión, la Persona de Cristo revela que el Ser no es abstracción impersonal, sino comunión personal, razón, voluntad y amor. La escatología se desprende de esta ontología: el sacrificio único de Cristo inaugura la nueva alianza y abre la historia hacia su consumación definitiva. “Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará” (Heb 10:37).

La primera contundencia de esta síntesis es que Hebreos muestra cómo el principio y el fin coinciden en la Persona. El Alfa y el Omega no son dos momentos separados, sino la misma plenitud revelada en Cristo. Ontológicamente, esto significa que el ser pleno precede y fundamenta todo lo creado; escatológicamente, significa que el fin es la manifestación de lo que ya estaba en Dios desde el principio. Frente a Platón, que concebía un mundo de Ideas eternas, y frente a Aristóteles, que pensaba en el acto puro como motor inmóvil, Hebreos proclama que la plenitud del ser no es Idea ni motor, sino Persona viva que es principio y fin.

La segunda contundencia es que Hebreos corrige las mutilaciones modernas. Heidegger abstrae el Ser y lo reduce a horizonte impersonal, mientras que Hegel diviniza el cosmos y mutila la dimensión intratrinitaria del Logos. Hebreos proclama que el Ser se revela en la Persona de Cristo, donde razón, voluntad y amor se integran en unidad eterna. Ontológicamente, esto significa que el ser pleno es comunión personal; escatológicamente, significa que la consumación definitiva es participación en esa comunión. Frente al “ser-para-la-muerte” heideggeriano, Hebreos proclama el “ser-para-la-vida eterna”; frente a la dialéctica hegeliana, proclama la comunión intratrinitaria como fundamento y consumación.

La tercera contundencia es que Hebreos convierte la metafísica en pastoral. Las verdades más altas sobre el ser y la eternidad se traducen en exhortación concreta: “Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es el que prometió” (Heb 10:23). La ontología y la escatología no son especulación abstracta, sino alimento espiritual. La comunidad es llamada a perseverar, a vivir en la certeza de una promesa que ya no puede fallar, a acercarse con confianza al trono de la gracia. Así, Hebreos muestra que la metafísica cristiana no se separa de la vida, sino que la ilumina y la sostiene. El Ser pleno y eterno se revela en la Persona de Cristo, fundamento y consumación de toda la existencia, y esta revelación se convierte en consuelo, exhortación y esperanza para la comunidad creyente.

Esta síntesis ontológica, que une lo humano, lo divino y lo cósmico en la Persona de Cristo, fue intuida en el siglo XX por Teilhard de Chardin, quien vio en la figura del Cristo cósmico el punto Omega hacia el cual converge la evolución. Sin embargo, su propuesta careció de un alcance metafísico profundo, pues se mantuvo más en el plano de una visión científica y mística de la evolución que en una ontología filosófica rigurosa. De modo paralelo, la escatología fue reinterpretada por la teología política (Johann Baptist Metz) y por la teología de la esperanza (Jürgen Moltmann), que subrayaron la dimensión histórica, social y liberadora de la esperanza cristiana. Aunque estas corrientes enriquecieron la comprensión pastoral y comunitaria de la escatología, no lograron integrar plenamente la ontología radical que Hebreos contiene: que la consumación del ser no es solo horizonte histórico o social, sino comunión personal eterna en Cristo, Alfa y Omega. Hebreos, así, se mantiene como referencia insuperable, porque proclama que la plenitud del ser y la consumación de la historia se revelan en la Persona del Hijo, fundamento ontológico universal y esperanza escatológica definitiva.

Conclusión

La Epístola a los Hebreos se erige como un testimonio único de la capacidad de la Iglesia primitiva para articular una visión metafísica y escatológica en clave pastoral. En ella, el ser no se concibe como abstracción impersonal ni como sustancia aislada, sino como plenitud personal revelada en Cristo, Alfa y Omega, Logos intratrinitario, cósmico y humano. Hebreos muestra que la ontología cristiana no se limita a categorías filosóficas heredadas —Ideas platónicas, acto puro aristotélico, horizonte heideggeriano o dialéctica hegeliana—, sino que las supera y las corrige al proclamar que el vértice del Ser es una Persona viva, donde razón, voluntad y amor se integran en unidad eterna.

La escatología, lejos de ser mero futuro incierto, se desprende de esta ontología como consumación de lo que ya está presente en Cristo. La cruz, acto supremo y definitivo, inaugura la nueva alianza y abre la historia hacia su plenitud. El fin no es distinto del principio: el Omega es el Alfa manifestado en gloria. Así, Hebreos revela que la esperanza escatológica no es ilusión, sino certeza fundada en la comunión personal con Cristo, sumo sacerdote que intercede por la humanidad y que garantiza la herencia eterna.

La profundidad de Hebreos radica en que convierte la metafísica en pastoral. Las verdades más altas sobre el ser y la eternidad se traducen en exhortación concreta: perseverar en la fe, vivir en la esperanza, acercarse con confianza al trono de la gracia. La ontología y la escatología no son especulación abstracta, sino alimento espiritual que sostiene a la comunidad en medio de la prueba. En Cristo, Alfa y Omega, se consuma lo humano, lo divino y lo cósmico; el ser increado fundamenta al ser creado; la cruz se convierte en vértice ontológico y escatológico; y la Persona se revela como categoría definitiva.

En conclusión, la Epístola a los Hebreos muestra que ya en el siglo I, bajo la mediación del Espíritu Santo, la Iglesia alcanzó una comprensión metafísica en clave pastoral, donde el Ser pleno y eterno se revela en la Persona de Cristo como razón, voluntad y amor. Esta síntesis ontológica y escatológica no solo ilumina la filosofía y la teología, sino que ofrece a la comunidad creyente un fundamento sólido para la perseverancia y la esperanza. Hebreos nos recuerda que el misterio del Ser no se resuelve en abstracciones, sino en la comunión personal con Cristo, fundamento y consumación de toda la existencia.

En definitiva, el recorrido por las filosofías modernas y contemporáneas —desde el intento mitológico-dialéctico de Schelling, pasando por la disolución neopragmática de Rorty y la ontología débil de Vattimo, hasta las recuperaciones parciales de la teología posconciliar y las intuiciones cósmicas de Chardin, así como las reinterpretaciones escatológicas de Moltmann y Metz— muestra que todas estas aproximaciones, aunque fecundas en ciertos aspectos, carecen de la plenitud metafísica y ontológica que la Epístola a los Hebreos contiene. Hebreos no se limita a ofrecer claves pastorales o existenciales, sino que revela que el vértice del Ser y la consumación de la historia se encuentran en la Persona de Cristo, Logos intratrinitario, cósmico y humano, donde razón, voluntad y amor se integran en unidad eterna. Allí donde las filosofías y teologías modernas se fragmentan o se detienen en horizontes parciales, Hebreos proclama la síntesis definitiva: el Ser pleno y la esperanza escatológica se revelan inseparablemente en Cristo, Alfa y Omega, fundamento ontológico universal y consumación escatológica absoluta.

“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb 13:8).

Con esta afirmación, la Epístola sella la certeza de que el Ser pleno y la esperanza escatológica se revelan inseparablemente en Cristo, Alfa y Omega, fundamento ontológico universal y consumación escatológica absoluta.

Bibliografía

  • Aristóteles. Metafísica. Trad. Valentín García Yebra. Madrid: Gredos, 1970.

  • Biblia. La Santa Biblia: Reina-Valera 1960. Nashville: Sociedad Bíblica, 1960.

  • Congar, Yves. Verdadera y falsa reforma en la Iglesia. Madrid: Encuentro, 2014.

  • Heidegger, Martin. Ser y tiempo. Trad. José Gaos. México: Fondo de Cultura Económica, 1951.

  • Hegel, Georg Wilhelm Friedrich. Fenomenología del espíritu. Trad. Wenceslao Roces. México: Fondo de Cultura Económica, 1971.

  • Moltmann, Jürgen. Teología de la esperanza. Madrid: Sígueme, 1977.

  • Platón. La República. Trad. José Manuel Pabón. Madrid: Alianza Editorial, 1986.

  • Schelling, Friedrich Wilhelm Joseph. Las edades del mundo. Trad. Virginia López-Domínguez. Madrid: Tecnos, 1996.

  • Teilhard de Chardin, Pierre. El fenómeno humano. Trad. José María Valverde. Madrid: Taurus, 1965.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.