ESPLENDOR DE LA MÍSTICA EN
LOS UMBRALES
DE LA MODERNIDAD
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
El mérito imprevisto de la profunda depresión y
degradación de la mística con los reformadores protestantes es provocar el
mayor esplendor de la mística mediante la renovación de la espiritualidad
católica durante la segunda mitad del siglo XVI.
Es decir, este esplendor místico acontece justo
antes de lo que Paul Hazard llamó “la crisis de la conciencia europea”
(1680-1715), con su rebelión característica frente a los dogmas y a lo
trascendente. Antes que Descartes, con la duda metódica, las ideas claras y
distintas, el cogito, la concepción de substancia, y las ideas innatas como
verdades aprióricas, diera lugar al subjetivismo, antropologismo, gnoseologismo
y racionalismo de la filosofía moderna. Antes que Pascal, con su distinción
entre espíritu matemático y espíritu de fineza arribara a la lógica del corazón,
que da razones que ponen a Dios como fin y grandeza del hombre. Antes que el
ocasionalismo Malebranche arribara a un ontologismo, que roza peligrosamente
con un panteísmo que borra las diferencias entre el ser creado y el increado. Antes
que el naturalismo de Spinoza procediera a la identificación pagana entre Dios
y el mundo. Antes que Leibniz advirtiera la profunda diferencia entre
racionalismo y empirismo: éste último no distingue entre cuestión de hecho
(orden esencial) y cuestión de derecho (orden contingente). Así, con el
espíritu antimetafísico de Hume en el empirismo adquiere hegemonía lo relativo,
el sentido, lo útil, lo individual, el querer, la parte, el tiempo, el poder. Antes
que Kant por su cercanía al empirismo de Hume se viera arrastrado por un
fenomenismo, que hacía olvidar al hombre su cercanía a Dios, dejándolo abandonado
al acontecer mundano.
Antes de que se desenvolvieran todas estas
profundas modificaciones en el pensamiento filosófico, que desembocaran en el
rechazo de la metafísica de las esencias platónico-aristotélico-tomista, antes
de todo este magnífico asalto a la razón humana que demolería el fundamento
trascendente, la espiritualidad católica de la contrarreforma alcanzará la más
elevada cumbre de unión mística, especialmente a través de tres figuras, a
saber, el jesuita San Ignacio de Loyola, y los carmelitas Santa Teresa de Jesús
y San Juan de la Cruz.
Descartes no es un hombre estrictamente religioso
como Pascal, que pone a la fe en un lugar preeminente junto a la razón. Pero su
duda no va más allá de una duda metódica porque siempre está convencido de una
verdad absoluta. En este sentido Descartes es un pensador antiguo y medieval
que se atiene a la fe en las esencias y verdades inconmovibles, aunque el
influjo del cogito tenga consecuencias imprevistas.
Lo que aquí llama poderosamente la atención es cómo
la renovación católica llega a su pináculo místico justo antes de que se vaya a
operar un profundo cambio de espíritu en la cultura occidental. Es como si en
los más excelsos místicos se cumpliera la apoteósica despedida del espíritu
religioso y el comienzo de una decadencia mística, como efectivamente sucederá
desde el siglo XVII.
Además, si hay algo que caracteriza a estos tres
santos es su potente racionalismo unido a la fe que los capacita para describir
minuciosamente el fenómeno extático y a la vez conceder muy poca importancia a
tales fenómenos. La madurez expresada por estos místicos ante los fenómenos
extáticos es tan digna de tomar en cuenta que sin ellos se perdería su firme
voluntad de obedecer a Dios con humildad.
Esto significa que la madurez mística alcanzada
durante la contrarreforma católica cierra en Occidente toda una gran etapa
espiritual expresada en la metafísica de las esencias y fe en las verdades
eternas, y, a su vez, abre otra fase de declinación del espíritu que se anuncia
con la Reforma protestante seguido por el racionalismo y empirismo filosófico.
La orden de los jesuitas ha producido una gran
cantidad de místicos. Lo cual es curioso porque la obra principal de San
Ignacio (1495-1565), los Ejercicios
espirituales, no es un tratado de mística, es apenas un libro de
instrucciones para efectuar un retiro provechoso ejercitando el entendimiento,
los sentidos y la imaginación para que influyan sobre la voluntad con el fin de
ordenar la vida acorde con la voluntad de Dios. El espíritu de los tiempos como
un amanecer de la era de la ciencia y de la técnica se advierte en su metódico
fin, apelando a la psicología y a los resortes de la acción humana. El objetivo
supremo es hacer el más generoso esfuerzo en el servicio de Dios.
San Ignacio recibió muchas gracias místicas. Con
frecuencia entraba en éxtasis durante la misa y recibía visiones. Además,
recomendaba prudencia con una vida de penitencia extremadamente dura. A quien
había de ser San Francisco de Borja le escribió que no debía permitirse el
debilitamiento de las potencias naturales. Pero en esencia la mística jesuita
era despertar la vida de Cristo en el hombre y con ello respondía a la
principal acusación del protestantismo: la Iglesia sucumbía en la avaricia y el
paganismo.
En el último estertor de la espiritualidad mística
católica también resalta Santa Teresa de Jesús (1515-1582). Para esta mística
también las cosas extraordinarias del éxtasis y las visiones ponen en peligro
la fe, son innecesarias para la virtud, deben ser temidas y en lo posible se ha
de huir de ellas. Y ello a pesar de que sus propias visiones místicas le fueron
calmando sus dudas. Tuvo visiones de Cristo en la cruz y glorificado. Quizá la
más importante sea la reverberación de su corazón en 1559. En la cual vio a un
pequeño ángel con un largo dardo de oro atravesar su corazón y al sacarlo la
dejó abrasada de un gran amor de Dios. A pesar de todo ello, más importante es
reconocer que la unión con Dios no se alcanza sin grandes sufrimientos
interiores.
En la obra principal sobre la doctrina extática, Castillo interior o las moradas, su
aporte principal es la descripción detallada y metódica de los diversos
estadios del desarrollo místico. Teresa nos presenta el alma como un castillo
en cuyo interior existen diversas moradas. Fuera rondan las sabandijas y
culebras que representan las distracciones y los pecados, y algunas de ellas
penetran en las primeras moradas, las del conocimiento
de sí y de la humildad, como
fundamentos de la vida espiritual. Estas moradas conducen a las segundas, donde
se practica la oración, y de ella se
penetra en la tercera morada de meditación
y recogimiento.
Si se soporta con fe la sequedad de esta morada se
está en condiciones de avanzar hacia las cuartas moradas, que permiten al alma
introducirse a los primeros estadios de la oración mística. Esta oración
también llamada oración de quietud,
que une al hombre directamente con Dios, es imperfecta porque sólo la voluntad
descansa pacíficamente en Dios, no así la razón ni la imaginación. Para Santa
Teresa muchos místicos no ascienden a la quinta morada, porque no están lo
bastante liberados de todas las cosas. Se trata de alcanzar la oración de unión, que dura media hora, y
que durante ese tiempo el hombre está completamente muerto al mundo. Ella lo
compara con una pareja antes de los desposorios.
La sexta morada es el estadio del desposorio,
asociado con trances, visiones, locuciones y demás. Y está caracterizada por la
oración de éxtasis. Cuando ésta se
produce cesan todas las actividades normales, no se puede hablar, el cuerpo
está frío y como sin vida. Y la voluntad junto al entendimiento queda tan
enajenado que su efecto puede durar todo un o varios días. Despertada la
voluntad de amar se han de soportar los más grandes sufrimientos naturales y
sobrenaturales. Es como una herida de amor producida por el intenso deseo de
Dios. En este nivel se deben distinguir entre las visiones imaginarias y las
visiones intelectuales, éstas últimas son impresas directamente por Dios en el
entendimiento. Y también distingue entre “extasis” y “vuelo del espíritu”,
porque se siente verdaderamente que sale del cuerpo.
La cumbre de este prodigioso itinerario interior
del espíritu hacia Dios lo constituye la séptima morada. Estadio final de
matrimonio espiritual donde se manifiesta al alma la visión intelectual de la
Santísima Trinidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo vienen a morar en el alma. Ya
no se trata de un estadio transitorio sino permanente. Cesan los violentos
arrebatos y éxtasis, que son considerados signos de debilidad de nuestra alma
que no puede soportar la presencia divina, y en su lugar prima un estado de
gran paz y gozo como último grado anterior de la visión directa de Dios en el
cielo.
El papel central de la oración en Santa Teresa de
Jesús explica el misterio de Cristo en el alma humana. La cual recorre la
epifanía pascual de la muerte, sepultura y resurrección para lograr el estadio
final de matrimonio espiritual con Dios. El secreto de la conversión gozosa se
logra así a través de un tipo específico de oración que acompaña el recorrido
místico que corresponde a cada morada. La transfiguración del hombre desde su
propia alma representa la Cruz de la pasión y de los caminos que apuntan a sus
cuatro direcciones salvadoras: ontológica-metafísica, ética, histórica y
religiosa. Se trata de restaurar en el hombre el verdadero sentido del tiempo,
donde Cristo es Alfa (Principio) y Omega (Fin) como Verbo encarnado de la vida
eterna. La consumación de la comunión eucarística de cómo Dios llega al alma descrita
por santa Teresa se compone de las siguientes oraciones:
Primera Morada: Oración de humildad
Segunda Morada: Oración vocal
Tercera Morada: Oración de recogimiento
Cuarta Morada: Oración de quietud
Quinta Morada: Oración de unión
Sexta Morada: Oración de éxtasis
Séptima Morada: Oración de alabanza, servicio y
quietud
Santa Teresa de Jesús tiene el significado
fundamental de demostrar que la oración es camino de: 1. amistad con Dios, 2.
interiorización, 3. Purificación, 4. Transformación, 5. Paz, y 6. Amor al
prójimo. Se trata de ahondar en la subjetividad humana para reconocer, desde el
corazón, nuestra humilde participación desde la historia del Amor de Dios. Es
decir, la oración es superior al éxtasis porque es una praxis de recogimiento
que lleva al alma a un estado superior ontológico de unión mística con Dios.
El Castillo
interior o las moradas de Santa Teresa de Jesús elevan nuestro estro
poético al Cielo de modo casi inevitable para animarnos a recitar del modo
siguiente:
Moradas interiores
Salve, aposento
verdadero,
ignoto como
misterio litúrgico,
donde tu
merced, Dios mío
deja caer su
dicha al alma;
¡Oh Jesús
bendito!
de tu costado
traspasado
vertiste agua y
sangre
en las siete moradas
interiores,
regaste esta
tierra en sequía,
para darnos tu
gozo eterno.
Bendita
santísima Trinidad,
Tabernáculo de
Dios,
donde el alma
halla su reposo
y no se espanta
de nada.
Oyendo el
grandísimo silencio
hasta el fondo
del alma,
gozo el último
aliento anterior
de la visión
directa de Tí
en el cielo.
La tercera gran figura de la apoteosis de la
mística de la contrarreforma es San Juan de la Cruz (1542-1591). Llamado el
místico de los místicos escribe sus primeros grandes poemas en la celda de su
prisión de Toledo. Cántico espiritual,
Subida al monte Carmelo, La llama de amor viva y la Noche oscura son las obras que recogen
su itinerario místico.
Para el Doctor del misticismo la plenitud de la
vida mística se alcanza a través de tremendas renuncias. Se trata de entrar en
la “noche oscura de los sentidos”, donde desaparece todo lo que antes se
estimaba, de tal forma que se verá libre de todo apego a las criaturas, de las
más ligeras imperfecciones y del pecado, tanto mortal como venial. Los
principios de la vida contemplativa son siempre elegir no lo más fácil, sino lo
más difícil; no lo confortable sino lo doloroso; no lo mejor entre las
criaturas de la tierra sino lo peor. Tales renuncian comprenden también a los
fenómenos extraordinarios de la vida contemplativa.
Visiones, locuciones y demás no son considerados
medios que conduzcan directamente a Dios, porque a Dios en este mundo se le
aprehende por la fe oscura. San Juan de la Cruz no se preocupa si estos
fenómenos vienen de Dios, del demonio o de la naturaleza humana. Si proceden de
Dios serán notorios sus efectos, de lo contrario sólo producirán peligrosas
ilusiones. Los rechaza todos porque estorban al único objetivo principal, como
es la unión perfecta del alma con Dios. Para esta unión Dios mismo purifica el
alma. Y entonces, a la noche de los
sentidos le sigue la noche del espíritu,
donde previo reconocimiento de su propia maldad Dios asalta el alma para
renovarla.
La noche del espíritu es una anticipación de los
sufrimientos del purgatorio. Esta penosa purificación puede durar varios años,
porque corresponde a un más elevado grado de perfección que Dios conduce al
alma. Pero todos estos sufrimientos quedan olvidados cuando acontece el
matrimonio espiritual. Aquí el alma es consciente de ser la morada de Dios. Donde
el alma queda transformada por gracia y no por naturaleza y se siente unido a
la Santísima Trinidad. El extraordinario deleite de aspirar el Espíritu Santo
es una anticipación de la vida eterna que comunica de modo continuo
conocimiento y amor.
Finalmente, el esplendor de la mística en la
contrarreforma demuestra lo erróneo de la exageración luterana sobre la
indignidad de sus criaturas, lo pernicioso para la libertad humana de ignorar
las gracias santificantes y lo nocivo de oponerse a la razón y al estudio. Al
contrario, los tres grandes místicos reseñados demuestran que en esta vida la
unión con Dios no sólo es posible sino necesaria. Porque se trata de despertar
la vida de Cristo en el hombre histórico, no dejándose distraer por los
fenómenos extraordinarios de la mística, para concentrarse en lo principal, a
saber, en la esencia del alma habita Dios mediante la gracia divina. Esto
supone que para los teólogos místicos se da una división entre alma (sensitiva,
racional, intelectiva) y espíritu (parte suprema del alma).
Lo que vendría después en el siglo XVII del
racionalismo y XVIII de la Ilustración sería una franca época de decadencia de
la mística sin la misma trascendencia y profundidad de sus antecesores.
Lima, Salamanca 26 de Diciembre del 2016
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