lunes, 20 de mayo de 2024

KANT Y LA REVOLUCIÓN BURGUESA

 

JUAN ABUGATTAS-Filósofo/UNMSM

 

KANT Y LA REVOLUCIÓN BURGUESA

(Lima, CONCYTEC, 1990)

 



Presentación*

No es casual ni arbitrario el hecho fácilmente constatable en cuanto foro se desarrolla de un tiempo a esta parte sobre el tema de la modernidad y sobre el sentido de las revoluciones políticas que las discusiones terminen centrándose en torno al viejo filósofo de Königsberg. Lo que estuvo esbozado en Rousseau terminó siendo nítidamente diseñado en Kant y es allí que remitirse para visualizar el mito rector de la modernidad: la sociedad de hombres dignos y libres.

Ciertamente, como lo sostiene profusamente, Gustavo Flores, ese mito jugó un papel central en los movimientos políticos protagonizados por la burguesía, aunque fueran finalmente el proletariado y los grupos marginados de la sociedad burguesa contemporánea insistiendo, por ejemplo, en la necesidad de universalizar el voto y los derechos ciudadanos en general. Pero sobre todo en tiempos como los que vivimos, no es conveniente pasar por alto el hecho que el mito kantiano fuera también el elemento constitutivo central de las aspiraciones socialistas. ¿No buscaba Marx acaso también promover la constitución de una sociedad de ciudadanos libres? ¿No fue el ímpetu libertario la chispa del movimiento social europeo durante varias décadas? Quien eso recuerde no se extrañará que justamente ahora se replantean las categorías con las que se construyeron los llamados socialismos reales se tienda naturalmente a volver la vista a Kant.

Es importante en ese sentido notar que es a Kant a quien se vuelve y no, por ejemplo, a Hume. Y es que el individuo del reino de la libertad de Kant no es el que ha servido de referencia al liberalismo más desatado, que ahora pretende imponerse a través del discurso neoliberal. El individuo autolegislador de Kant se vale, para fijar sus reglas de conveniencia, de un instrumento que naturalmente tiende a compatibilizar y unificar: la razón. Su deseo natural es encontrar coincidencias. Mientras que el individuo de Hume, dominado por la pasión, encuentra coincidencias solamente por azar, y solamente de manera ocasional en el mercado y en las tiras y aflojas propios de la negociación. La revolución típicamente burguesa tiene pues como norte no al individuo kantiano, sino al humeano, mientras que el kantiano es compatible con el sueño socialista.

El problema de los socialismos reales con el ideal kantiano se origina más bien en otra dimensión, a saber, en la que se discute la primacía de los diversos posibles actores de un proceso de cambios, de una revolución. En los países del socialismo real, contrariamente a lo que se deriva como un postulado práctico de las tesis y posturas kantianas, se ha privilegiado al Estado como actor central. Al afirmarse a sí mismo e imponer sus propios términos, el Estado terminó por aplastar al individuo. Algunos de los impulsores de esta opción creyeron seguramente que el aplastado era el individuo más propio del proyecto burgués, cuando la realidad, según se la percibe con absoluta nitidez ahora, es que se aplastó toda individualidad.

El problema actual en las sociedades hasta hace poco escenario de los socialismos reales es precisamente determinar qué tipo de individualidad terminará por imponerse. Más que en ninguna otra parte del mundo en Europa central las opciones están abiertas. Si vence la desesperación y prima la presión por resultados inmediatos en términos de un mejoramiento de las condiciones materiales de vida, probablemente marchen esas sociedades a una suerte de restauración de la primacía del individuo liberal. Si prima empero el buen criterio no es imposible que veamos en un futuro más o menos próximo florecer allí el viejo ideal kantiano.

Es sobre todo en ese sentido que hay que destacar el esfuerzo de Gustavo Flores Quelopana. Su libro es, antes que nada, oportuno, y más allá de los puntos de controversia que seguramente suscitará, viene a alimentar un debate muy necesario nuestro medio. Curiosamente, a pesar de la gran actividad política que caracteriza nuestra vida colectiva últimamente, y a pesar de que en otros campos de la vida espiritual hay en marcha un importante movimiento renovador, los términos del debate político siguen siendo los mismos de hace años. La iniciativa ha quedado en manos de una derecha que apenas si sabe balbucear teoría política y que, sin embargo, se ha ingeniado para silenciar a una izquierda que no hace mucho era hasta vociferante.

Es pues indispensable retomar el debate serio, la discusión profunda de las opciones políticas que nos están abiertas y, para ese fin, obras como la que tengo la satisfacción de presentar ahora son aportes significativos.

De otro lado, Gustavo Flores Quelopana con este libro se confirma como uno de nuestros autores jóvenes más prolíficos. Su interés por comprender su entorno social y político lo ha llevado a ocuparse de temas tan diversos co0mo la deuda externa y las modalidades actuales de dominación imperial. Pero lo que destaca en todas sus obras es una sólida voluntad de seriedad intelectual y académica que también se muestra en cada una de las páginas de este ensayo sobre Kant.

 

*Esta fue la presentación que provocó un enfrentamiento entre Abugattás y Sobrevilla. Me lo contó el propio Dr. Abugattás en una de mis acostumbradas visitas que le hacía en la Universidad de Lima, pues solía adquirir gentilmente mis libros. Sobrevilla llevado por su petulante complejo de censor de la filosofía peruana le reprochó a Abugattás el haber escrito dicha presentación a mi libro por dos razones. La primera por considerar que debía basarme en su filosofía de la historia y no en la Crítica de la razón pura; y la segunda, por considerar como “intento fallido” al asentarme en lo gnoseológico y no en lo político. Abugattás reaccionó y rechazó tajantemente sus consideraciones por absurdas y pretensiosas. En conversación telefónica con Sobrevilla me ratificó sus impresiones añadiendo que sólo lo había revisado más no leído. No hay que hacer gran esfuerzo para advertir que con su autosuficiencia característica hizo gala de su “comprensión fallida”.

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