lunes, 20 de mayo de 2024

REFLEXIONES DE UN FILÓSOFO PERUANO

 

ANÍBAL ISMODES CAIRO-Sociólogo/UNMSM

 

REFLEXIONES DE UN FILÓSOFO PERUANO

(Racionalidad y metafísica para la posmodernidad, Lima, IIPCIAL, 2003)

 



Debo confesar que me ha sorprendido la lectura del libro Racionalidad y metafísica para la posmodernidad escrito por Gustavo Flores Quelopana. No esperaba tal abundancia de reflexiones y manejo erudito de los temas que aborda en este volumen y, sobre todo, una vinculación casi directa entre los problemas filosóficos y las realidades vulgares de la vida social de nuestro país. No estamos ante un centón de páginas que traducen las elucubraciones especializadas de los grandes representantes de la filosofía contemporánea la que, a fuerza de sutilezas se ha convertido se ha convertido en un conocimiento radicalmente abstracto y, a veces, ininteligible. Filosofía de academias y aulas universitarias, encerrada en campanas herméticas, franqueables sólo para especialistas. No; el libro de Flores Quelopana, que, por el contrario, nos avienta a la discusión agónica, a la que compromete nuestro destino y pretende una explicación de nuestro ser. Lo forman diez ensayos que actúan a manera de prismas reflejando los diversos tonos del conflicto entre modernidad y posmodernidad, debate en el que, según el autor, participamos de muy distintas maneras, pues, a pesar de estar en la periferia de las decisiones empíricas, no dejamos de estar afectados por cuanto ocurre en el centro de ellas. No por razones de humanidad; pero sí por los impulsos de la expansión histórica.

Es bien sabido que la idea de modernidad la inventaron los filósofos racionalistas europeos para darle un punto de partida y la ubicaron en la rendición de Constantinopla a los turcos musulmanes, en 1453, fecha hito. El tiempo anterior era medio entre ese presente moderno y el pagano pasado. ¿Por qué se llamó moderno a ese nuevo tiempo? Sin duda, hubo un tratamiento metafísico forzado porque el pasado de ese nuevo tiempo se reconocía, en su momento, como moderno. De otro lado, en la desacreditada Edad Media hubo corrientes de pensamiento actuales. El tomismo era la actualidad frente al franciscanismo, al agustinismo y hasta al averroísmo. La modernidad de los siglos XVI-XVII en Europa occidental se tipificaba claramente como una oposición ideológica animada por un humor distante del influjo cristiano. Es bastante probable que las nuevas condiciones sociales generalizadas en esa zona geográfica impulsaran y animaran el reclamo diferenciador de la modernidad más como un eslogan, puesto que, de esta manera, los descubrimientos e invenciones tenían sus cunas en la inteligencia humana y no en la revelación divina. La inteligencia humana se servía de la razón ya no para elaborar silogismos, sino para aceptar o rechazar los hechos en su desnuda autenticidad.

La modernidad pronto fue consigna y una bandera. Se le aventó como una lanza mortal contra el pasado. Sobre todo, contra el que aparecía amurallado en instituciones que coincidían con las religiones en el mundo occidental. Por cierto, que adoptó el simplismo revolucionario y, prácticamente, careció de ideas. Se era moderno impugnando el ayer y pronto sus predicadores quedaron arrinconados en ese monstruoso pretérito que devora incansable el tiempo. El espectáculo literario y artístico es impresionante. A comienzos del siglo XX Picasso y los cubistas, Dadá, Bretón y los existencialistas de Sartre parecían los portaestandartes de un glorioso modernismo capaz de sepultar en la frialdad de los museos a los creadores del Renacimiento. Hoy también son salas de museos, páginas de la historia literaria o filosófica. Hay otros ídolos de la modernidad. Además, la batalla sobre su influencia ocupó los campos de la cultura occidental. En el resto del mundo la mentada modernidad no superó la información que recibían los componentes de sus memorias cultas. En el Perú, por ejemplo, lo tradicional sigue siendo lo presente y no se anquilosa en las sociedades rurales, sino que invade lo urbano sin impresionarse por la capacidad deformadora de la metrópoli. Lima es actualmente una aldea provinciana, en gran parte serrana distante de la ficticia modernidad.

Gustavo Flores Quelopana en Racionalidad y metafísica de la posmodernidad nos da una versión de esa premisa: la versión del filósofo y usa la experiencia peruana como eje de sus reflexiones. Sostiene que “la cultura actual no se ha deshumanizado por rechazar a la razón como instrumento de humanización, sino justamente por emplear un tipo de racionalidad surgida con la modernidad como el instrumento privilegiado para tal fin”. La razón no queda desprestigiada por el abuso que se ha hecho de ella en la especulación racionalista. Descartes, Hobbes, Spinoza, Hume y Kant la llevaron por el camino de la autonomía. Cada vez menos lucía lo trascendente y el individualismo inmanentista asumía el horroroso rostro del capitalismo que generaría el marxismo y la hecatombe contemporánea. El tomismo en el cristianismo y el averroísmo en el Corán resucitando a Aristóteles, habían colocado a la razón en el “justo medio”. Con la pretensión cartesiana de una sacralización de la razón irrumpe la modernidad con su caudal de tragedias y frustraciones. La razón se ha desacreditado hasta llegar a ser conocida como “la estúpida razón”, frase absurda por demás; pero significativa de cuantos hechos se han producido en el Occidente desde los siglos XVI y XVII sin que podamos avizorar su futura conclusión.

El autor de este pequeño libro propone una cuestión fundamental: relacionar la temática de la identidad nacional con la posmodernidad. El tema no es prescindible como lo son las preocupaciones filosóficas a pesar de sus apariencias funambulescas. Es que, como lo venimos advirtiendo en los párrafos anteriores: “la propia modernidad descompone el modelo racionalista con el desarrollo separado de la lógica de la acción hedonista, lucrativa y arribista” por lo que importa “interrogarse por el destino que le aguarda a la identidad nacional en este recomponer el mundo”. A partir de esta inquietante comprobación se teje una madeja de juicios expresados con pasión y que retratan una biografía intelectual que viajaba por senderos ideológicos polémicos. Flores propone interpretaciones novedosas empelando el acarreo de los paradigmas cognoscitivos ultramodernos (Gadamer, Feyerabend). Su ensayo sobre un presupuesto filosófico de la identidad nos podría abrir las puertas de comunicación entre filosofía, lingüística y sociología. Lo siento paradójico y esta calificación no es peyorativa. Las paradojas son siempre inductoras y cuando suscitan polémicas son bienvenidas.

El libro que leerás, apreciado amigo, es una suma de buenos ensayos. No se trata de un espeso centón filosófico elaborado en realidades europeas. La filosofía empieza a manifestar su identidad en el planteo teórico de una diferenciación. Los conceptos que amanecieron en el horizonte europeo adquieren una luz propia cuando son leídos por mentes americanas. Saludemos la publicación de Gustavo Flores Quelopana como un avance en ese camino. Además, nos ha librado de la jerga con la cual algunos pretenden contrabandear el pensamiento confuso burlando las aduanas del buen decir.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.