ANÍBAL ISMODES CAIRO-Sociólogo/UNMSM
REFLEXIONES
DE UN FILÓSOFO PERUANO
(Racionalidad y
metafísica para la posmodernidad, Lima, IIPCIAL, 2003)
Debo confesar que me ha sorprendido
la lectura del libro Racionalidad y metafísica para la posmodernidad
escrito por Gustavo Flores Quelopana. No esperaba tal abundancia de reflexiones
y manejo erudito de los temas que aborda en este volumen y, sobre todo, una
vinculación casi directa entre los problemas filosóficos y las realidades vulgares
de la vida social de nuestro país. No estamos ante un centón de páginas que
traducen las elucubraciones especializadas de los grandes representantes de la
filosofía contemporánea la que, a fuerza de sutilezas se ha convertido se ha
convertido en un conocimiento radicalmente abstracto y, a veces, ininteligible.
Filosofía de academias y aulas universitarias, encerrada en campanas
herméticas, franqueables sólo para especialistas. No; el libro de Flores
Quelopana, que, por el contrario, nos avienta a la discusión agónica, a la que
compromete nuestro destino y pretende una explicación de nuestro ser. Lo forman
diez ensayos que actúan a manera de prismas reflejando los diversos tonos del
conflicto entre modernidad y posmodernidad, debate en el que, según el autor,
participamos de muy distintas maneras, pues, a pesar de estar en la periferia
de las decisiones empíricas, no dejamos de estar afectados por cuanto ocurre en
el centro de ellas. No por razones de humanidad; pero sí por los impulsos de la
expansión histórica.
Es bien sabido que la idea de modernidad la inventaron los
filósofos racionalistas europeos para darle un punto de partida y la ubicaron
en la rendición de Constantinopla a los turcos musulmanes, en 1453, fecha hito.
El tiempo anterior era medio entre ese presente moderno y el pagano pasado.
¿Por qué se llamó moderno a ese nuevo tiempo? Sin duda, hubo un tratamiento
metafísico forzado porque el pasado de ese nuevo tiempo se reconocía, en su momento,
como moderno. De otro lado, en la desacreditada Edad Media hubo corrientes de pensamiento
actuales. El tomismo era la actualidad frente al franciscanismo, al agustinismo
y hasta al averroísmo. La modernidad de los siglos XVI-XVII en Europa occidental
se tipificaba claramente como una oposición ideológica animada por un humor
distante del influjo cristiano. Es bastante probable que las nuevas condiciones
sociales generalizadas en esa zona geográfica impulsaran y animaran el reclamo
diferenciador de la modernidad más como un eslogan, puesto que, de esta manera,
los descubrimientos e invenciones tenían sus cunas en la inteligencia humana y
no en la revelación divina. La inteligencia humana se servía de la razón ya no
para elaborar silogismos, sino para aceptar o rechazar los hechos en su desnuda
autenticidad.
La modernidad pronto fue
consigna y una bandera. Se le aventó como una lanza mortal contra el pasado.
Sobre todo, contra el que aparecía amurallado en instituciones que coincidían
con las religiones en el mundo occidental. Por cierto, que adoptó el simplismo revolucionario
y, prácticamente, careció de ideas. Se era moderno impugnando el ayer y pronto
sus predicadores quedaron arrinconados en ese monstruoso pretérito que devora
incansable el tiempo. El espectáculo literario y artístico es impresionante. A comienzos
del siglo XX Picasso y los cubistas, Dadá, Bretón y los existencialistas de
Sartre parecían los portaestandartes de un glorioso modernismo capaz de
sepultar en la frialdad de los museos a los creadores del Renacimiento. Hoy
también son salas de museos, páginas de la historia literaria o filosófica. Hay
otros ídolos de la modernidad. Además, la batalla sobre su influencia ocupó los
campos de la cultura occidental. En el resto del mundo la mentada modernidad no
superó la información que recibían los componentes de sus memorias cultas. En
el Perú, por ejemplo, lo tradicional sigue siendo lo presente y no se anquilosa
en las sociedades rurales, sino que invade lo urbano sin impresionarse por la capacidad
deformadora de la metrópoli. Lima es actualmente una aldea provinciana, en gran
parte serrana distante de la ficticia modernidad.
Gustavo Flores Quelopana en
Racionalidad y metafísica de la posmodernidad nos da una versión de esa
premisa: la versión del filósofo y usa la experiencia peruana como eje de sus reflexiones.
Sostiene que “la cultura actual no se ha deshumanizado por rechazar a la
razón como instrumento de humanización, sino justamente por emplear un tipo de
racionalidad surgida con la modernidad como el instrumento privilegiado para
tal fin”. La razón no queda desprestigiada por el abuso que se ha hecho de
ella en la especulación racionalista. Descartes, Hobbes, Spinoza, Hume y Kant
la llevaron por el camino de la autonomía. Cada vez menos lucía lo trascendente
y el individualismo inmanentista asumía el horroroso rostro del capitalismo que
generaría el marxismo y la hecatombe contemporánea. El tomismo en el cristianismo
y el averroísmo en el Corán resucitando a Aristóteles, habían colocado a la
razón en el “justo medio”. Con la pretensión cartesiana de una sacralización de
la razón irrumpe la modernidad con su caudal de tragedias y frustraciones. La
razón se ha desacreditado hasta llegar a ser conocida como “la estúpida razón”,
frase absurda por demás; pero significativa de cuantos hechos se han producido
en el Occidente desde los siglos XVI y XVII sin que podamos avizorar su futura
conclusión.
El autor de este pequeño
libro propone una cuestión fundamental: relacionar la temática de la identidad
nacional con la posmodernidad. El tema no es prescindible como lo son las
preocupaciones filosóficas a pesar de sus apariencias funambulescas. Es que,
como lo venimos advirtiendo en los párrafos anteriores: “la propia
modernidad descompone el modelo racionalista con el desarrollo separado de la
lógica de la acción hedonista, lucrativa y arribista” por lo que importa “interrogarse
por el destino que le aguarda a la identidad nacional en este recomponer el
mundo”. A partir de esta inquietante comprobación se teje una madeja de
juicios expresados con pasión y que retratan una biografía intelectual que viajaba
por senderos ideológicos polémicos. Flores propone interpretaciones novedosas
empelando el acarreo de los paradigmas cognoscitivos ultramodernos (Gadamer,
Feyerabend). Su ensayo sobre un presupuesto filosófico de la identidad nos podría
abrir las puertas de comunicación entre filosofía, lingüística y sociología. Lo
siento paradójico y esta calificación no es peyorativa. Las paradojas son
siempre inductoras y cuando suscitan polémicas son bienvenidas.
El libro que leerás,
apreciado amigo, es una suma de buenos ensayos. No se trata de un espeso centón
filosófico elaborado en realidades europeas. La filosofía empieza a manifestar
su identidad en el planteo teórico de una diferenciación. Los conceptos que
amanecieron en el horizonte europeo adquieren una luz propia cuando son leídos
por mentes americanas. Saludemos la publicación de Gustavo Flores Quelopana
como un avance en ese camino. Además, nos ha librado de la jerga con la cual
algunos pretenden contrabandear el pensamiento confuso burlando las aduanas del
buen decir.
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