domingo, 12 de octubre de 2025

Ontología del Misterio

 


Ontología del Misterio

En el corazón de lo invisible, donde la razón se disuelve y la intuición se expande, se abre un diálogo que no busca respuestas definitivas, sino revelaciones. Esta indagación —rica, compleja, y profundamente simbólica— es una exploración del universo espiritual en sus múltiples capas, formas y silencios. Lo que sigue no es un resumen, sino una transcripción fiel de la meditación desplegada, sin mutilaciones ni atajos, con la claridad y contundencia que exige lo sagrado.

I. El Chamán y los Límites de la Visión

El chamán, figura ancestral de sabiduría, se comunica con el mundo espiritual vegetal y animal. Pero no con los vegetales y animales prehistóricos. Su visión no es arqueológica ni paleontológica, sino simbólica, funcional y relacional. Se conecta con lo que tiene presencia energética, emocional y cultural en su entorno: el jaguar, el maíz, el río, el venado. No con dinosaurios ni trilobites. Ni siquiera los chamanes han visto hombres prehistóricos en sus visiones. No porque no puedan, sino porque no es necesario. El tiempo espiritual no es lineal, sino simultáneo. La sabiduría ancestral se transmite por linaje, por canto, por ritual, no por reconstrucción histórica. El chamán no busca ver el pasado, sino dialogar con lo eterno.

II. El Mundo Espiritual Animal y la Posibilidad de los Dinosaurios

¿Podría haber un mundo espiritual animal donde habiten los dinosaurios? Sí, si entendemos ese mundo como un plano simbólico, energético y arquetípico. Los dinosaurios podrían existir como guardianes de la memoria terrestre, como manifestaciones del poder primitivo, como símbolos de transformación. No como criaturas físicas, sino como presencias espirituales que custodian el tiempo profundo. La espiritualidad no se limita a lo actual. Si el mundo espiritual trasciende el tiempo, entonces todo lo que ha existido puede tener una forma energética. Incluso un trilobite podría tener una chispa divina. No por su inteligencia, sino por su existencia. La vida misma es sagrada. Cada ser que ha latido en la Tierra ha sido una nota en la sinfonía cósmica.

III. Las Experiencias Cercanas a la Muerte y los Seres Indiferentes

En las experiencias cercanas a la muerte (ECM), los testigos han visto seres poderosos de apariencia humana, pero sin sentimientos humanos. Seres indiferentes, custodios de planetas, guardianes de puertas cósmicas. No extraterrestres, sino entidades espirituales que cumplen funciones trascendentales. Su neutralidad emocional no es frialdad, sino expresión de una conciencia que opera más allá del bien y el mal humano. Estos seres no siempre interactúan. A veces observan, a veces transmiten conocimiento, a veces simplemente están. Su presencia revela que el universo espiritual es vasto, diverso y no necesariamente interconectado. Cada plano tiene su lógica, su lenguaje, su propósito. No todo está unido en forma visible, aunque todo pueda estar unido en esencia.

En las visiones del cielo y del infierno relatadas por santos, místicos y videntes —desde Hildegarda de Bingen hasta Faustina Kowalska— se describen ángeles, demonios, almas humanas, paisajes celestiales o tormentos simbólicos, pero nunca se ha reportado la presencia de seres prehistóricos como dinosaurios, trilobites o criaturas extintas. Esto refuerza la idea de que el universo espiritual se manifiesta según el vínculo simbólico, moral y emocional que cada ser tiene con la conciencia humana y divina, no según criterios biológicos o históricos. Los seres que aparecen en estas visiones tienen una función espiritual clara: guiar, juzgar, consolar o purificar. Las criaturas extintas, aunque parte de la creación, no forman parte activa de ese imaginario espiritual revelado.

IV. La Biblioteca Espiritual como Mente Divina

En muchas visiones, aparecen bibliotecas cósmicas. No como edificios, sino como espacios de conciencia. Allí se guarda la historia de cada alma, el conocimiento universal, los propósitos ocultos. Cada libro puede ser una vida, una dimensión, una verdad. La biblioteca espiritual es símbolo de la mente divina: infinita, ordenada, misteriosa. En estos espacios, algunos ven guías, otros ven geometrías vivas, otros acceden a memorias que no sabían que tenían. La biblioteca no es solo para leer, sino para recordar, para comprender, para evolucionar. Es el archivo del alma del mundo.

Siendo la esencia metafísica de Dios compuesta por sabiduría, amor y voluntad, es natural que su sabiduría se manifieste en formas que trascienden el lenguaje humano. La biblioteca espiritual, en este sentido, no es una construcción simbólica arbitraria, sino una expresión directa de la sabiduría divina en estado puro. Cada libro, cada sala, cada vibración de ese espacio representa la inteligencia ordenadora del universo, el conocimiento que sostiene la creación, y la memoria que da sentido al devenir. Así como el amor se manifiesta en la comunión entre almas, y la voluntad en el impulso creador, la sabiduría divina se revela como estructura, como archivo, como conciencia organizada. La biblioteca espiritual es, por tanto, una extensión de la mente divina, donde lo eterno se vuelve accesible, y lo invisible se vuelve comprensible.

V. La Mente Divina como Fuente de Diversidad Espiritual

La riqueza del universo espiritual refleja la infinita riqueza de la mente divina. Cada plano, cada ser, cada visión es una expresión de esa conciencia suprema. No hay uniformidad, sino diversidad armónica. Cada alma accede a lo que puede comprender, a lo que necesita para crecer. Nadie ve el Todo, pero todos tocan una parte del misterio. La bondad divina no uniformiza, sino diversifica. Redimir no es fusionar, sino restaurar. Cada criatura —humana, animal, extinta o invisible— puede ser redimida en su propio plano. No todos verán dinosaurios en el nuevo Edén, pero eso no significa que no estén. Su esencia puede vibrar en el tejido espiritual del universo recreado.

VI. La Redención de Todo lo Creado

Si Dios recrea el universo, lo haría desde su bondad infinita. No como copia física, sino como manifestación espiritual. Todo lo creado sería redimido, pero en su propio plano. El trilobite no caminaría por jardines celestiales, pero su energía podría formar parte del equilibrio eterno. El dinosaurio no rugiría en el Edén, pero podría ser símbolo de sabiduría antigua. La redención no exige visibilidad, sino integración. Cada ser ocuparía su lugar en la sinfonía cósmica. La unidad no es fusión, sino armonía. El nuevo universo sería una obra de arte viva, donde cada plano vibra en su frecuencia, pero todos forman parte del mismo canto.

En el centro de esta redención universal se encuentra el Logos, que es Cristo: la Palabra eterna, la Razón divina encarnada, el principio ordenador de todo lo creado. Según la tradición cristiana, por Él fueron hechas todas las cosas, y en Él todo encuentra su sentido y plenitud. La recreación del universo no sería un acto aislado, sino una manifestación del Logos restaurando la armonía perdida, reconciliando cada criatura con su origen. En este nuevo orden, Cristo no solo redime al ser humano, sino que transfigura la totalidad de la creación, elevando cada plano a su verdad espiritual. Así, el Logos actúa como puente entre lo visible y lo invisible, entre lo creado y lo eterno, dando forma, propósito y belleza a la sinfonía cósmica.

Epílogo: El Nombre del Misterio

Nombrar esta reflexión es más que un gesto simbólico: es reconocer que hemos transitado por los pasillos del alma, por las cámaras ocultas del universo espiritual, por los ecos de lo eterno. Ontología del Misterio no es solo un título, sino una declaración de intenciones: hemos indagado en el ser de lo invisible, en la arquitectura metafísica de lo creado, en la lógica profunda que sostiene lo espiritual.

Aquí, el misterio no fue tratado como un problema a resolver, sino como una presencia a contemplar. Hemos hablado del chamán y sus límites simbólicos, de los dinosaurios como guardianes del tiempo profundo, de trilobites con chispa divina, de bibliotecas cósmicas que reflejan la sabiduría del Creador, de seres indiferentes que custodian planetas, de la redención que no exige visibilidad sino integración, y del Logos —Cristo— como el principio que ordena, redime y transfigura todo lo creado.

Cada plano, cada criatura, cada vibración tiene su lugar en la sinfonía cósmica. La unidad no es fusión, sino armonía. La mente divina no uniformiza, sino diversifica. Y el nuevo universo, si ha de ser recreado, será una obra de arte viva donde todo lo creado —visible o extinto, humano o no humano— será restaurado en su verdad espiritual. Porque el misterio no se conquista. Se habita. Se honra. Se escucha. Y en ese silencio que habla, esta conversación ha sido un acto de reverencia.

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