viernes, 26 de diciembre de 2025

El exilio del sujeto

 

El exilio del sujeto

La obra de Rosemary Rizo-Patrón (PUCP, 2015) sostiene que la proclamada “muerte”, “elisión” o “exilio del sujeto”, tan repetida en la filosofía contemporánea post-heideggeriana y posmoderna, no es un fenómeno nuevo, sino que hunde sus raíces en la propia modernidad. Según Husserl —y siguiendo su lectura, Rizo-Patrón— el objetivismo, el tecnicismo y el fisicalismo derivados de la matematización de la ciencia desde Galileo redujeron la conciencia a una cosa más dentro del mundo, olvidando su fundamento de sentido en el mundo de la vida. Frente a esa reducción, la fenomenología husserliana reivindica la dimensión trascendental de la conciencia como vía para rescatar al sujeto de su aparente desaparición.

El libro expone cómo Husserl reprochó tanto a racionalistas como a empiristas modernos el haber concebido la conciencia como una res cogitans, un “pequeño pedazo de mundo”, perdiendo así el sentido más profundo de la vida del sujeto. Se destaca el caso de Hume, quien con su escepticismo pirrónico se acercó más que ningún otro filósofo moderno a cuestionar este paradigma, aunque permaneció prisionero del naturalismo empirista y no logró descubrir plenamente un nuevo dominio de la experiencia.

La autora subraya que, de haber vivido Husserl en la segunda mitad del siglo XX, habría reprochado a varios fenomenólogos post-heideggerianos su incomprensión del sentido de su obra, pues en cierto modo compartieron con los modernos el mismo prejuicio: ignorar o distorsionar la dimensión espiritual trascendental. De este modo, tanto modernos como posmodernos aparecen como partícipes de una misma clausura, que margina al sujeto de su horizonte más propio.

El mérito del libro reside en mostrar que el exilio del sujeto no es una invención posmoderna, sino un problema estructural de la modernidad. La autora ofrece una lectura clara y sistemática de la crítica husserliana al objetivismo y al naturalismo, y defiende la vigencia de la fenomenología como proyecto capaz de recuperar la trascendentalidad de la conciencia frente a su reducción. La obra cumple así una función pedagógica y académica: ilumina la genealogía del problema y reivindica la fenomenología como interlocutora indispensable en la filosofía contemporánea.

Objeciones

Sin embargo, una lectura crítica revela las limitaciones de esta defensa. Corregir el objetivismo moderno es insuficiente si no se cuestiona la raíz más honda del exilio del sujeto: el principio de inmanencia. Al reivindicar únicamente la trascendentalidad de la conciencia, la autora mantiene al sujeto confinado en el círculo de la auto-constitución, sin apertura hacia un horizonte trascendente. El verdadero extravío del sujeto no proviene solo de su reducción objetivista, sino de la pérdida de su dimensión trascendente.

Al respecto, hay que decir que para Husserl la dimensión espiritual trascendental es el ámbito en el que la conciencia se reconoce como condición de posibilidad de todo sentido y experiencia. No se trata de un “alma” sustancial ni de un objeto más en el mundo, sino de la subjetividad trascendental: la vida espiritual del sujeto que constituye los objetos, el mundo y la racionalidad misma.

Para Husserl, Dios no es un ente empírico ni una sustancia metafísica externa, sino una idea límite que se manifiesta en la vida espiritual trascendental de la conciencia. En su fenomenología, Dios aparece como horizonte regulativo y fundamento último del sentido, una referencia que orienta la racionalidad y la búsqueda de verdad, pero que nunca se da como objeto en el mundo natural. Así, la experiencia religiosa puede ser descrita fenomenológicamente como vivencia de la conciencia, mientras que la idea de Dios funciona como correlato absoluto de la subjetividad trascendental, garantizando la universalidad del sentido sin abandonar el marco de la inmanencia.

Precisando, para Husserl, la idea de Dios no se presenta como un objeto empírico ni como una sustancia metafísica independiente, sino como una idea límite que surge en el horizonte de la conciencia trascendental. En este sentido, su función es semejante a la de las ideas de la razón en Kant: no describen realidades accesibles a la experiencia, sino que actúan como principios regulativos que orientan la búsqueda de unidad, universalidad y sentido. 

Dios, para Husserl, es el correlato absoluto de la subjetividad trascendental, un horizonte espiritual que garantiza la dirección de la racionalidad y la vida del espíritu, pero siempre dentro del marco de la inmanencia constituyente. Así, la fenomenología puede describir la experiencia religiosa como vivencia de la conciencia, pero no afirmar la existencia de Dios como ente dado en el mundo natural. De este modo, la idea de Dios en Husserl cumple un papel regulativo y trascendental, semejante al de las ideas kantianas, pero permanece atrapada en el círculo de la inmanencia, sin abrirse plenamente a la trascendencia. Lo cual obviamente no es señalado por la autora.

En este sentido, la solución husserliana —y la defensa que Rizo-Patrón hace de ella— equivale a abrir una puerta de salida del objetivismo que conduce directamente al abismo de la inmanencia trascendental. El sujeto se salva como conciencia trascendental, pero sigue exiliado de su trascendencia. La fenomenología aquí defendida aparece como una fenomenología sin trascendencia: fuerte en descripción eidética, pero limitada en apertura.

Contradicciones y silencios

El libro guarda silencios significativos. No se confronta con las críticas marxistas de la fenomenología, como las de Tran Duc Thao en Marxismo y fenomenología, que intentan articular conciencia y condiciones sociohistóricas, mostrando los límites de la constitución inmanente frente a la praxis material. Tampoco se tematiza la posibilidad de una apertura del sujeto más allá de la conciencia, lo que deja intacta la clausura moderna que se pretendía superar. La contradicción mayor es interna: se denuncia el exilio del sujeto y se lo quiere rescatar regresándolo a la casa de la conciencia trascendental, pero esa casa es precisamente el lugar del exilio.

El silencio frente a la dimensión sociohistórica del sujeto es particularmente problemático porque deja sin explorar cómo las condiciones concretas de vida, las estructuras de poder y las mediaciones culturales influyen en la constitución de sentido. Al limitarse a la conciencia trascendental, la obra corre el riesgo de presentar al sujeto como una instancia abstracta, desligada de su historicidad y de las prácticas materiales que lo configuran. Esta omisión impide reconocer que el exilio del sujeto no solo proviene de la reducción objetivista, sino también de la incapacidad de integrar plenamente la experiencia vivida en su contexto social y político.

Asimismo, la falta de tematización de una apertura más allá de la conciencia mantiene intacta la clausura moderna que se pretendía superar. Al no considerar la posibilidad de una trascendencia que exceda la auto-constitución, el sujeto queda atrapado en un círculo inmanente que reproduce el mismo exilio que se denuncia. La contradicción es evidente: se busca rescatar al sujeto, pero se lo devuelve a un espacio que lo confina. En consecuencia, la propuesta se revela insuficiente, pues no logra abrir un horizonte que permita pensar al sujeto en relación con lo que lo trasciende y lo funda más allá de sí mismo.

Conclusión

La obra El exilio del sujeto se presenta como un esfuerzo sólido de interpretación y enseñanza, capaz de iluminar con claridad la crítica husserliana a la modernidad y a la posmodernidad. Sin embargo, su propuesta se revela insuficiente en el momento decisivo: la defensa del sujeto trascendental no logra abrir un horizonte nuevo, sino que lo mantiene encerrado en el mismo círculo de la inmanencia que constituye la raíz del exilio. Lo que se ofrece como salida termina siendo un retorno al mismo punto de partida, una recuperación aparente que no rompe con la clausura moderna.

La solución de la autora, al insistir en la trascendentalidad de la conciencia, perpetúa la condición del sujeto como prisionero de su propia jaula. La conciencia trascendental se convierte en un espacio cerrado, donde todo sentido se constituye pero nada trasciende. En lugar de liberar al sujeto de su confinamiento, se lo devuelve a la celda de la auto-constitución, incapaz de abrirse a un horizonte que lo exceda. La paradoja es evidente: se denuncia el exilio del sujeto, pero se lo rescata en el mismo lugar que lo destierra.

Por ello, el mérito del libro es principalmente pedagógico y sistemático, útil para comprender la genealogía del problema y la arquitectura de la fenomenología husserliana. Pero su límite es decisivo: filosófico y ontológico. La obra no logra superar la clausura inmanentista que constituye la verdadera fuente del exilio, y en consecuencia, la solución que propone mantiene al sujeto atrapado en la jaula de su conciencia, sin acceso a la trascendencia que podría devolverle su horizonte perdido.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.