El libro La agonía de la razón de Rosemary Rizo-Patrón (PUCP, 2015) se presenta como un intento de aplicar el método fenomenológico a cuestiones epistemológicas, antropológicas y políticas, con el propósito de mostrar que el proyecto racional moderno no está clausurado. La autora sigue de cerca la lectura husserliana de la crisis de la razón en la Edad Moderna, señalando cómo los “fundacionalismos” científicos y filosóficos derivaron en los fundamentalismos sociopolíticos y religiosos contemporáneos. Su propuesta consiste en refundar la razón desde sus raíces dóxicas, reconociendo su finitud radical y su instalación en la vida y la comunidad.
Sin embargo, este planteamiento revela una tensión irresuelta. Husserl, en su fase tardía, insiste en que no abandona las esencias, pero ya no las concibe como fundamentos absolutos. Esta redefinición parece más un recurso retórico que una solución metodológica clara. La noción de “ciencia de sentido” que propone no es ciencia empírica ni ciencia estricta en el sentido clásico, sino una tarea infinita de esclarecimiento. En consecuencia, la autora queda atrapada en las ambigüedades del propio Husserl: oscila entre la ortodoxia de la fenomenología como ciencia rigurosa y la heterodoxia que coquetea con el interpretacionismo posmoderno.
El resultado es un discurso que pretende salvar la fenomenología de su fracaso inicial, pero que termina diluyendo su promesa de cientificidad. La apelación al mundo de la vida y a la intersubjetividad, aunque fecunda para abrir la fenomenología hacia la ética y la política, se convierte en un terreno ambiguo que recuerda a la ontología débil de Vattimo y a las derivas hermenéuticas del posmodernismo. Lo contingente de la vida, por definición, no puede ser objeto de ciencia estricta, y la tentativa de convertirlo en fundamento fenomenológico parece más un desplazamiento discursivo que una verdadera refundación.
En este sentido, la obra de Rizo-Patrón refleja la misma paradoja que atraviesa la fenomenología husserliana: querer mantener la promesa de una ciencia estricta y, al mismo tiempo, reconocer que la razón es finita, histórica y situada. Esa ambivalencia, lejos de resolver la crisis de la razón, la expone con mayor crudeza. El proyecto racional moderno, tal como lo concibe la autora, no se clausura, pero tampoco se salva; queda suspendido en un espacio intermedio donde la fenomenología se convierte en un discurso que oscila entre la ortodoxia y la heterodoxia, entre la ciencia y la retórica, entre la promesa de fundamento y la aceptación de su imposibilidad.
La propuesta de Rosemary Rizo-Patrón en La agonía de la razón se revela como un ejercicio atrapado en la ambigüedad retórica que hereda de Husserl. Al insistir en que el proyecto racional moderno no está clausurado, pero al mismo tiempo admitir que ya no puede sostenerse en fundamentos absolutos, la autora se instala en un espacio intermedio que nunca se resuelve. La fenomenología, en su lectura, oscila entre la ortodoxia de la ciencia estricta y la heterodoxia que coquetea con el interpretacionismo posmoderno, sin decidirse por una salida clara. En lugar de ofrecer una refundación consistente, el discurso se convierte en una oscilación permanente: promete fundamento, pero reconoce su imposibilidad; invoca la ciencia, pero se refugia en la retórica del sentido. Esa indecisión, lejos de salvar la razón, la expone como un proyecto fallido que se sostiene únicamente en la ambivalencia discursiva.
La fenomenología husserliana, en su afán de asegurar un fundamento absoluto, termina por encerrarse en el inmanentismo de la conciencia, reduciendo toda realidad a correlatos intencionales y dejando al mundo concreto en un estado de desertificación. Al privilegiar la mirada trascendental y la constitución eidética, la fenomenología se desgasta en un ejercicio autorreferencial que pierde contacto con la densidad histórica, social y material de la existencia. Lo que se presenta como rigor científico acaba siendo una clausura del mundo en la conciencia, un agotamiento que revela la imposibilidad de sostener la promesa inicial de una ciencia estricta. En lugar de abrir horizontes, la fenomenología se repliega sobre sí misma, mostrando su agotamiento en la incapacidad de dar cuenta de la contingencia y la alteridad radical que desbordan cualquier esquema de constitución trascendental.
La autora acierta al señalar que la razón está en crisis, pero no agotada; lo que realmente se muestra exhausto son los modelos racionales que se aferraron a la inmanencia pura de la conciencia como único horizonte. Pero esto la autora no lo admite. Ese inmanentismo, propio de la ortodoxia husserliana, termina por desertificar el mundo real, reduciendo la riqueza de la vida y la alteridad a meros correlatos intencionales.
La crisis de la razón no significa su muerte, sino el agotamiento de las formas de racionalidad que pretendieron fundarse en un suelo absoluto y cerrado, incapaz de abrirse a la historicidad, la pluralidad y la trascendencia. Lo que Rizo-Patrón no admite es que la fenomenología husserliana, al insistir en salvar la promesa de fundamento desde la conciencia, se convierte en un callejón sin salida: la razón sobrevive, sí, pero solo si se libera de esos modelos clausurados y se abre a una racionalidad que reconozca su finitud y su carácter relacional. En otras palabras, lo que está en crisis no es la razón misma, sino la forma dogmática de concebirla como autosuficiente e inmanente.
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