Pensadores católicos cuestionados en el siglo XX: entre la fidelidad y la sospecha
El siglo XX fue una época de profundos cambios en la Iglesia Católica. En medio de guerras mundiales, revoluciones sociales, avances científicos y transformaciones culturales, la teología y la filosofía cristianas se vieron interpeladas por pensadores que, desde la fidelidad al Evangelio, buscaron renovar el lenguaje, los métodos y las categorías del pensamiento católico. Sin embargo, este impulso renovador no fue recibido con entusiasmo por todos los sectores eclesiásticos. Muchos de estos pensadores fueron objeto de sospechas, censuras, silenciamientos o incluso expulsiones, especialmente cuando sus ideas parecían rozar los límites de la ortodoxia. Algunos fueron acusados de modernismo, otros de panteísmo, relativismo o marxismo. Algunos fueron rehabilitados oficialmente, otros de forma tácita, y otros jamás fueron reconciliados con la institución que los formó.
Este ensayo recorre los casos más significativos de pensadores católicos que fueron cuestionados en el siglo XX, sin omitir detalles, nombres, fechas ni contextos doctrinales. Se trata de una historia de tensiones, fidelidades, rupturas y reconciliaciones que revela el pulso vivo de una Iglesia en diálogo —y a veces en conflicto— con su propia tradición y con el mundo que la interpela.
En este contexto de transformación, muchos de los pensadores cuestionados se atrevieron a pensar a Dios desde la realidad concreta del mundo, no como una concesión al secularismo, sino como una fidelidad más radical al misterio de la Encarnación. Esta forma de pensar no diluye la trascendencia divina ni confunde las jerarquías ontológicas entre el Creador y la criatura; al contrario, las honra al reconocer que el Dios absolutamente otro ha querido hacerse cercano, sin dejar de ser Dios. La teología que nace de esta intuición busca a Dios no solo en los tratados sistemáticos, sino también en la historia, en la carne, en el sufrimiento, en la cultura, en la pregunta humana. Es una teología que contempla la presencia divina como una realidad que no se reduce a lo visible ni se confunde con lo creado, pero que tampoco se aísla en una esfera inaccesible. En esta tensión fecunda entre lo inmanente y lo trascendente, muchos de los pensadores aquí estudiados encontraron el espacio para renovar el pensamiento cristiano sin traicionar su raíz evangélica.
Pierre Teilhard de Chardin, S.J. (1881–1955)
Jesuita, paleontólogo y teólogo francés, Teilhard de Chardin desarrolló una visión evolutiva del cosmos en la que Cristo es el punto omega hacia el que converge toda la creación. Su obra más conocida, El fenómeno humano, propone una síntesis entre ciencia y fe, donde la evolución no contradice la revelación, sino que la ilumina. Sin embargo, su lenguaje sobre la “divinización de la materia” y su aparente confusión entre Dios y el universo generaron sospechas de panteísmo. Fue prohibido de publicar por su orden, y sus obras circularon de forma privada durante décadas.
Papa involucrado: Pío XII (1939–1958)
Rehabilitación: Nunca oficial, pero tácita. Juan Pablo II elogió su visión cósmica de Cristo.
Henri de Lubac, S.J. (1896–1991)
Jesuita francés, autor de Surnaturel (1946), donde cuestionó la separación radical entre naturaleza y gracia que había dominado la teología post-tridentina. De Lubac proponía una visión más orgánica, donde la gracia no es un añadido externo, sino la plenitud del deseo natural del hombre hacia Dios. Esta propuesta fue considerada peligrosa por sectores neoescolásticos, que la interpretaron como una forma de modernismo. Bajo el pontificado de Pío XII, sus obras fueron retiradas de circulación por la Compañía de Jesús, y se le prohibió enseñar públicamente. Sin embargo, nunca fue condenado formalmente.
Rehabilitación: Juan XXIII lo nombró perito del Concilio Vaticano II; Juan Pablo II lo elevó al cardenalato en 1983.
Yves Congar, O.P. (1904–1995)
Dominico francés, pionero en la teología del laicado, la colegialidad episcopal y el ecumenismo. Su obra Vraie et fausse réforme dans l’Église (1950) fue considerada subversiva, y fue prohibido de enseñar por su orden durante varios años. Congar criticaba el centralismo romano y proponía una Iglesia más participativa y abierta al diálogo.
Papa involucrado en la censura: Pío XII
Rehabilitación: Fue llamado como perito al Vaticano II por Juan XXIII, donde influyó decisivamente en los documentos sobre la Iglesia y el ecumenismo. Juan Pablo II lo nombró cardenal en 1994.
Marie-Dominique Chenu, O.P. (1895–1990)
Dominico francés, autor de Une école de théologie: Le Saulchoir (1937), donde proponía una teología histórica, encarnada en la cultura y abierta al mundo moderno. Fue retirado de su cátedra por su orden y sus obras fueron censuradas por considerarse “modernistas”.
Papa involucrado en la censura: Pío XII
Rehabilitación: Participó como asesor en el Vaticano II, y su enfoque histórico fue clave para la renovación teológica del concilio.
Edward Schillebeeckx, O.P. (1914–2009)
Dominico neerlandés, Edward Schillebeeckx fue uno de los teólogos más influyentes del siglo XX, especialmente en el ámbito de la cristología, los sacramentos y la teología de la resurrección. Su obra más conocida, Jesús: la historia de un viviente (1974), constituye una reinterpretación profunda de la figura de Jesús desde una perspectiva histórico-crítica, pastoral y existencial. En ella, Schillebeeckx se propuso tender puentes entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe, sin renunciar a la tradición, pero tampoco sin someterse a una lectura literalista de los textos bíblicos.
Uno de los puntos más controvertidos de esta obra fue su interpretación de la resurrección. Schillebeeckx sostuvo que la resurrección de Jesús no debe entenderse como un evento físico verificable en el tiempo y el espacio, sino como una experiencia de fe vivida por los discípulos, quienes, tras la muerte de Jesús, experimentaron una transformación radical que les llevó a proclamar que él estaba vivo en Dios. Según el teólogo, esta experiencia no fue una alucinación ni una invención, sino una forma real de encuentro con el Resucitado, mediada por la fe y por la acción del Espíritu. Para él, la resurrección es el lenguaje teológico que expresa la certeza de que Jesús no fue vencido por la muerte, sino que vive en Dios y actúa en la comunidad creyente.
Esta interpretación fue considerada problemática por la Congregación para la Doctrina de la Fe, que abrió una investigación sobre sus escritos. Se le acusó de poner en duda la historicidad de la resurrección corporal, aunque Schillebeeckx insistía en que no negaba la resurrección, sino que proponía una forma de comprenderla más fiel a la experiencia pascual de los primeros cristianos.
Papa involucrado en la investigación: Pablo VI y Juan Pablo II
Resultado: Nunca fue condenado, pero fue interrogado varias veces. Su pensamiento sigue siendo influyente.
Jacques Maritain (1882–1973)
Filósofo laico francés, desarrolló un humanismo integral que buscaba reconciliar la fe con la democracia, los derechos humanos y la cultura moderna. Aunque nunca censurado oficialmente, fue objeto de sospechas por sectores conservadores que veían en su apertura al mundo moderno una forma de relativismo.
Papa involucrado: Pío XII lo apoyó parcialmente; Pablo VI lo elogió públicamente.
Rehabilitación: Fue asesor del Vaticano II y su pensamiento influyó en la declaración Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa.
Hans Urs von Balthasar (1905–1988)
Teólogo suizo, autor de una vasta obra sobre la teología estética, la gloria de Dios y la esperanza universal. Fue criticado por su lenguaje especulativo y por su tesis sobre la posibilidad de que todos los hombres se salven (¿Se atreve uno a esperar que todos se salven?).
Papa involucrado: Juan Pablo II lo propuso como cardenal en 1988, pero murió antes de recibir el título.
Resultado: Su obra es hoy ampliamente estudiada y respetada.
Karl Rahner, S.J. (1904–1984)
Jesuita alemán, Karl Rahner fue uno de los teólogos más influyentes del siglo XX. Su pensamiento, profundamente marcado por la filosofía de Martin Heidegger, dio origen a una teología trascendental, que buscaba comprender cómo el ser humano está estructuralmente abierto al misterio de Dios. Rahner no se conformó con repetir las fórmulas escolásticas tradicionales, sino que intentó repensarlas desde la experiencia existencial del sujeto moderno.
Su reformulación de la gracia consistió en entenderla no como un “objeto” añadido al alma, sino como la presencia misma de Dios en lo más íntimo del ser humano, una presencia que precede toda acción y que constituye la posibilidad misma de responder libremente al llamado divino. Para Rahner, el ser humano es “oyente de la Palabra”, es decir, está ontológicamente abierto a recibir la autocomunicación de Dios. Esta gracia no se impone desde fuera, sino que se ofrece desde dentro, como don gratuito que transforma la libertad sin anularla.
En cuanto a la revelación, Rahner la concibe como la autocomunicación de Dios en la historia, no como una simple transmisión de verdades doctrinales. La revelación es el acto por el cual Dios se da a sí mismo, y el ser humano lo acoge en la fe. Esta perspectiva implica que la revelación no es solo un conjunto de proposiciones, sino una relación viva entre Dios y la humanidad, mediada por la historia, la cultura y la experiencia.
Su cristología también fue innovadora: Rahner propuso que en Jesús se realiza plenamente la autocomunicación de Dios. Cristo no es simplemente un mensajero divino, sino el lugar donde Dios y el hombre se encuentran de manera definitiva. En Jesús, Dios se hace radicalmente cercano, sin dejar de ser trascendente. Esta visión permitió a Rahner hablar de la “existencia cristológica” como modelo de vida humana abierta al misterio.
Estas reformulaciones generaron tensiones con sectores más conservadores, que veían en su lenguaje filosófico una amenaza a la claridad doctrinal. Fue vigilado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, especialmente bajo el cardenal Joseph Ratzinger, aunque nunca fue censurado formalmente.
Cuestionamientos: Lenguaje filosófico complejo; sospechas de relativismo; vigilancia doctrinal bajo Pablo VI y el cardenal Ratzinger.
Rehabilitación: Perito del Vaticano II; citado por Juan Pablo II; considerado uno de los pilares de la teología contemporánea.
Hans Küng (1928–2021)
Teólogo suizo, crítico del dogma de la infalibilidad papal. En 1979, la Congregación para la Doctrina de la Fe le retiró la licencia para enseñar teología católica.
Papa involucrado: Juan Pablo II; sanción ejecutada por el cardenal Ratzinger
Rehabilitación parcial: Recibido por Benedicto XVI en 2005; su obra sigue siendo influyente.
D.M. De Petter, O.P. (1905–1971)
Filósofo y teólogo belga, miembro de la Orden de Predicadores, De Petter fue una figura singular en el pensamiento metafísico católico del siglo XX. Su obra, profundamente influida por la tradición tomista, buscó renovar el lenguaje filosófico para expresar el misterio del ser y la presencia de Dios en la experiencia humana. Entre sus principales escritos destacan Begrip en werkelijkheid (1965) y Naar het metafysische (1972), donde desarrolló una ontología abierta al dinamismo del conocimiento y a la profundidad del acto de ser.
Uno de sus aportes más originales fue la noción de intuición implícita, una forma de conocimiento no discursivo ni explícitamente conceptual, mediante la cual el ser humano accede al misterio del ser sin reducirlo a categorías objetivantes. Para De Petter, esta intuición no es irracional ni mística en sentido vago, sino una experiencia ontológica profunda, en la que el sujeto se encuentra afectado por la presencia del ser antes de tematizarlo. Esta propuesta buscaba superar el dualismo entre sujeto y objeto, y abrir la filosofía a una dimensión contemplativa, sin abandonar el rigor metafísico.
Sin embargo, su lenguaje —que hablaba de “presencia del ser”, “afectación originaria” y “transparencia ontológica”— fue considerado ambiguo por sus superiores. En los años 1960, su orden le prohibió publicar debido a sospechas de panteísmo, especialmente por la forma en que describía la relación entre Dios y el mundo. Aunque nunca fue condenado formalmente por la Santa Sede, vivió bajo censura interna y sus obras circularon de forma limitada.
Tras su muerte en 1971, su pensamiento fue rehabilitado académicamente. Sus escritos fueron publicados póstumamente y hoy se estudian en círculos tomistas renovados, especialmente en Bélgica, Francia y América Latina. Su propuesta de la intuición implícita ha sido retomada por filósofos contemporáneos interesados en una metafísica del don, del acontecimiento y de la gratuidad del ser.
Papa en funciones durante la prohibición: Pío XII
Rehabilitación: Académica y póstuma; sus obras fueron publicadas y estudiadas en círculos tomistas renovados.
Teólogos de la liberación
Gustavo Gutiérrez, O.P. (Perú)
Fundador de la teología de la liberación. Su obra fue revisada por la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Papa involucrado: Juan Pablo II
Rehabilitación: Recibido por el Papa Francisco en 2013.
Leonardo Boff, O.F.M. (Brasil)
Silenciado en 1985 por el cardenal Ratzinger. Abandonó la orden franciscana en 1992.
Jon Sobrino, S.J. (El Salvador)
Investigado en 2007 por su cristología. Se le prohibió enseñar en nombre de instituciones eclesiales.
Ignacio Ellacuría, S.J. (España/El Salvador)
Filósofo y mártir. No censurado doctrinalmente, pero asesinado por su compromiso político.
Pablo Richard, O.S.B. (Chile)
Vigilado por sus interpretaciones bíblicas. Nunca condenado.
Casos de expulsión o abandono
Salvador Freixedo (1923–2019)
Jesuita español, filósofo y teólogo, Salvador Freixedo fue una figura singular en el panorama religioso del siglo XX. Ordenado sacerdote en 1953, desarrolló una intensa labor pastoral en América Latina, especialmente en Puerto Rico, Cuba y Venezuela. En sus primeros años, fue un pensador comprometido con la justicia social y la renovación eclesial, influido por la teología latinoamericana emergente.
Sin embargo, su pensamiento evolucionó hacia una crítica radical de la estructura eclesial y una apertura a temas considerados esotéricos, como la parapsicología y la ufología. Obras como Mi Iglesia duerme, La granja humana y Defendámonos de los dioses lo alejaron del pensamiento oficial. En ellas, Freixedo denunciaba lo que consideraba el autoritarismo institucional, la manipulación espiritual y la falta de apertura al misterio cósmico.
Fue expulsado de la Compañía de Jesús en los años 1970, bajo el pontificado de Pablo VI, por sus publicaciones consideradas incompatibles con la doctrina católica. Aunque nunca fue excomulgado, perdió el estado clerical activo y se convirtió en autor independiente. Su obra sigue siendo polémica, pero ha influido en corrientes alternativas de pensamiento religioso, especialmente en el ámbito de la espiritualidad no institucional.
Matthew Fox, O.P. (1940–)
Teólogo dominico estadounidense, Matthew Fox desarrolló una “espiritualidad de la creación” que proponía una teología centrada en la bendición original, en lugar del pecado original. En su libro Original Blessing (1983), defendía una visión positiva del ser humano y del cosmos, en diálogo con la física cuántica, la ecología y las tradiciones místicas.
Estas ideas fueron consideradas panteístas por sus superiores. En 1993, fue expulsado de la Orden de Predicadores por orden del cardenal Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Posteriormente, fue incardinado en la Iglesia Episcopal, donde continuó su labor teológica y pastoral.
Fox sigue siendo una figura influyente en la espiritualidad ecológica y el diálogo interreligioso, aunque fuera del marco doctrinal católico. Su obra ha sido reivindicada por movimientos espirituales contemporáneos que buscan una fe más inclusiva y cósmica.
Tomás Malagón (1917–1989)
Sacerdote español, teólogo pastoral y sociólogo, Malagón fue una figura clave en la renovación pastoral de la Iglesia española en el siglo XX. Comprometido con los movimientos obreros y con una Iglesia encarnada en la realidad social, desarrolló una teología del compromiso que incomodó a sectores conservadores.
Aunque nunca fue condenado ni expulsado, fue marginado institucionalmente y su obra fue silenciada en ciertos círculos eclesiales. Hoy es reivindicado por teólogos sociales y pastoralistas como precursor de una Iglesia comprometida con la transformación histórica.
Conclusión
La historia de los pensadores católicos cuestionados en el siglo XX revela una Iglesia en tensión entre fidelidad doctrinal y apertura intelectual. Las censuras, silenciamientos y expulsiones no fueron siempre actos de condena, sino a menudo expresiones del miedo institucional ante el cambio. Sin embargo, muchos de estos pensadores fueron rehabilitados, reconocidos y celebrados por su contribución a una fe más encarnada, más dialogante y más comprometida con la justicia.
El Concilio Vaticano II fue el punto de inflexión que permitió la reconciliación de muchos de ellos con la Iglesia. Bajo pontificados como los de Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Francisco, se abrió el camino para que la teología dejara de ser una repetición de fórmulas y se convirtiera en una búsqueda viva del misterio de Dios en la historia.
Hoy, sus obras siguen inspirando a nuevas generaciones de creyentes, teólogos y filósofos que, desde la fidelidad crítica, buscan construir una Iglesia más humana, más libre y más fiel al Evangelio. Esta historia no es solo una crónica de conflictos, sino también una memoria de esperanza: la esperanza de que el pensamiento, cuando se vive en comunión con la verdad, puede transformar incluso las instituciones más antiguas.
La rehabilitación de muchos de estos pensadores no fue fruto de una retractación doctrinal ni de una concesión política, sino resultado de un cambio profundo en la sensibilidad teológica y pastoral de la Iglesia. El Concilio Vaticano II marcó un giro hacia una comprensión más histórica, encarnada y dialogante de la fe, que reconocía la necesidad de pensar a Dios desde la realidad concreta del mundo. Los aportes de estos teólogos —aunque inicialmente considerados peligrosos o heterodoxos— fueron finalmente valorados por su capacidad de iluminar el misterio cristiano en contextos nuevos, de tender puentes entre tradición y modernidad, y de devolver a la teología su dimensión profética. Su rehabilitación fue, en muchos casos, una forma de reconocer que la fidelidad al Evangelio no siempre se expresa en la repetición de fórmulas, sino en la audacia de pensar con profundidad, libertad y responsabilidad.
Pensar a Dios desde la realidad concreta del mundo significa asumir que la experiencia humana —con sus gozos, sufrimientos, luchas, culturas y estructuras— no es un obstáculo para la fe, sino su punto de partida legítimo. Es reconocer que Dios no se revela en un vacío abstracto, sino en la historia, en la carne, en los signos de los tiempos. Esta forma de pensar no niega la trascendencia divina ni diluye las jerarquías ontológicas entre el Creador y la criatura; al contrario, las honra al afirmar que el Dios absolutamente otro ha querido hacerse cercano, sin dejar de ser Dios. Se trata, por tanto, de una unión más profunda entre lo inmanente y lo trascendente, donde la presencia de Dios no se reduce a lo visible ni se confunde con lo creado, pero tampoco se aísla en una esfera inaccesible. Es una teología que escucha el clamor de la tierra y de los pobres, que contempla la historia como lugar teológico, y que busca a Dios no solo en los dogmas, sino también en los rostros concretos, en las preguntas urgentes y en los procesos de liberación. Pensar así a Dios es, en definitiva, hacer teología con los pies en la tierra y los ojos en el misterio.
Acápite complementario: Teólogos protestantes de la secularización y la distancia entre Dios y el hombre
La teología protestante del siglo XX vivió una transformación profunda que impactó no solo a las iglesias reformadas, sino también al pensamiento teológico católico. En respuesta a las crisis culturales, filosóficas y políticas del siglo, teólogos como Karl Barth, Rudolf Bultmann, Dietrich Bonhoeffer, Paul Tillich, Emil Brunner, John A.T. Robinson y Thomas J.J. Altizer reformularon el lenguaje de la fe cristiana desde nuevas categorías, muchas veces en tensión con la tradición dogmática. En conjunto, sus propuestas marcaron un giro hacia una teología que acentuó la distancia entre Dios y el hombre, cuestionó el papel de la razón frente a la revelación, y buscó formas de hablar de Dios en un mundo secularizado, incluso desde el lenguaje del ateísmo.
Karl Barth (1886–1968)
Teólogo reformado suizo, Barth fue el principal representante de la teología dialéctica, que surgió como reacción al liberalismo teológico del siglo XIX. En su monumental Dogmática eclesial, Barth afirmó que Dios es totalmente otro, y que el ser humano no puede alcanzar a Dios por medio de la razón, la cultura o la experiencia religiosa. La revelación, según Barth, es un acto soberano de Dios que irrumpe en la historia y se da exclusivamente en Jesucristo.
Su teología opuso razón a revelación, negando que el conocimiento de Dios pueda derivarse de la filosofía o de la naturaleza. Esta postura radical devolvió a la teología su carácter teocéntrico, pero también marcó una ruptura con la tradición escolástica y con el diálogo entre fe y razón. Aunque Barth fue crítico del catolicismo, su influencia se dejó sentir en teólogos como Hans Urs von Balthasar y Joseph Ratzinger, quienes reconocieron la profundidad de su cristocentrismo.
Emil Brunner (1889–1966)
Teólogo reformado suizo, cercano a Barth pero con diferencias clave, Brunner desarrolló una teología del encuentro, donde Dios se revela en la relación personal con el ser humano. En obras como El conocimiento de Dios y Verdad como encuentro, Brunner sostuvo que la fe no es una aceptación de proposiciones, sino una respuesta existencial al llamado divino.
Lo más provocador de su pensamiento fue su afirmación de que el ateísmo moderno puede ser entendido como una forma teológica, en tanto expresa la ausencia de un Dios domesticado por la cultura. Para Brunner, el lenguaje del ateísmo revela una búsqueda auténtica de lo absoluto, aunque deformada por la secularización. Esta idea abrió el camino para que la teología pudiera dialogar con el pensamiento no creyente sin perder su identidad.
Rudolf Bultmann (1884–1976)
Teólogo luterano alemán, propuso la desmitologización del Nuevo Testamento, es decir, la reinterpretación de los relatos bíblicos en categorías existenciales. Para Bultmann, los milagros, los demonios y la resurrección deben entenderse como expresiones simbólicas de la relación del ser humano con Dios, no como hechos históricos verificables.
Su propuesta implicaba una negación de lo sobrenatural como categoría explicativa, y una relectura de la fe desde la existencia humana. Aunque su visión fue rechazada por el magisterio católico, influyó en teólogos como Schillebeeckx y Rahner, que también buscaron una comprensión más experiencial de la revelación.
Dietrich Bonhoeffer (1906–1945)
Pastor luterano y mártir del nazismo, Bonhoeffer desarrolló una teología de la madurez del mundo, donde Dios ya no es invocado como explicación de lo inexplicable, sino como presencia silenciosa en el sufrimiento humano. En sus cartas desde la prisión, habló de una comprensión no religiosa de Dios, donde la fe se vive sin apoyos institucionales ni lenguaje sacralizado.
Bonhoeffer anticipó una teología post-confesional, donde el seguimiento de Cristo se expresa en la solidaridad con los oprimidos y en la responsabilidad ética. Su pensamiento influyó en la teología política y en la teología de la liberación, especialmente en América Latina.
Paul Tillich (1886–1965)
Filósofo y teólogo protestante alemán-estadounidense, Tillich propuso una teología de la correlación, en la que las preguntas existenciales del ser humano se encuentran con las respuestas simbólicas de la fe cristiana. Para Tillich, Dios es suprapersonal, no un ente entre otros, sino el fundamento del ser, aquello que sostiene y da sentido a todo lo que existe.
Su lenguaje filosófico permitió tender puentes entre teología y cultura contemporánea. Aunque su visión fue criticada por algunos sectores por su aparente abstracción, influyó en teólogos católicos como Rahner y Balthasar, quienes también buscaron una teología capaz de dialogar con la filosofía moderna sin perder su raíz revelada.
John A.T. Robinson (1919–1983)
Obispo anglicano y teólogo británico, Robinson alcanzó notoriedad con su libro Honest to God (1963), donde propuso una revisión radical del lenguaje religioso tradicional. Influido por Tillich y Bonhoeffer, Robinson sostenía que el concepto de Dios como “un ser supremo allá arriba” ya no era creíble ni útil para el hombre moderno. En su lugar, proponía pensar a Dios como “el fundamento del ser”, una presencia que se manifiesta en lo profundo de la existencia humana.
Su teología afirmaba que la teología debe ser secularizada, es decir, liberada de categorías sacralizadas y abierta al lenguaje de la cultura contemporánea. Esta propuesta provocó un escándalo en la Iglesia de Inglaterra, pero también generó un amplio debate ecuménico.
Thomas J.J. Altizer (1927–2018)
Teólogo estadounidense, representante de la llamada “teología de la muerte de Dios”, Altizer propuso que la muerte de Dios no debe entenderse como una negación de la fe, sino como un descenso al infierno, una expresión radical de la encarnación divina en la historia humana. En su obra The Gospel of Christian Atheism (1966), afirmó que Dios se ha vaciado en el mundo, y que la fe debe asumir esta ausencia como parte del misterio cristiano.
Aunque su propuesta fue considerada herética por muchos, abrió un espacio para pensar la teología desde el lenguaje del nihilismo, la secularización y la crisis de sentido. Su influencia se percibe en corrientes como la teología radical y la teología postmoderna.
Influencia en el pensamiento católico
Estos pensadores protestantes no fueron cuestionados por la Iglesia Católica —porque no pertenecían a ella—, pero sus ideas provocaron debates internos, inspiraron reformulaciones y ayudaron a abrir el pensamiento católico a nuevas categorías. En particular, su forma de pensar a Dios desde la experiencia humana, desde la historia y desde la cultura secular, contribuyó a que muchos teólogos católicos se atrevieran a renovar el lenguaje de la fe sin traicionar su contenido.
La teología protestante del siglo XX, en su conjunto, acentuó la distancia entre Dios y el hombre, rechazó el acceso racional a lo divino, y buscó una fe que pudiera hablar desde el mundo moderno, incluso desde el lenguaje del ateísmo. Esta tensión entre trascendencia y secularidad sigue siendo uno de los desafíos más profundos para la teología contemporánea, tanto protestante como católica.
Bibliografía
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