lunes, 3 de septiembre de 2012

EL AMOR EN OCCIDENTE

SENTIDO HISTÓRICO DEL AMOR
 EN OCCIDENTE 
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía


Tiempos degenerados producen sexo degenerado. El de hoy tiene una manifestación muy clara, a saber, la del consenso político que manipula a las masas decadentes y sin espíritu para que se acepte el sexo antinatural como si fuese natural. Lo cual no llama la atención, pues no hay que ser muy suspicaces para darse cuenta que hacia esto tenía que ir toda una civilización artificial y técnica que se sustenta en la locura universal del terrible mal de la exitación permanente.
Cada generación histórica forja un concepto del amor que responde a la modalidad filosófica, literaria y artística del ambiente de ese tiempo. Unas veces la renovación del impulso amoroso procede de lo intelectual otras veces de lo sensible. Y así la atracción de los sexos permanece idéntico por causas biológicas. La curva histórica del amor ha dibujado una trayectoria que va desde las cumbres del amor espiritual hasta los abismos del amor carnal. Sin embargo, en el siglo veinte se acentuaron el carácter trágico del amor al diluirlo en sexo y poderío. Pero como el amor es un fenómeno psicógeno que involucra lo anímico y lo fisiológico, su cambio parasitario ha producido más daño en lo anímico. El hombre de hoy vive con más intensidad su neurosis sexual, la cultura nihilista posmoderna con su relativización a ultranza agudizó el conflicto erótico. La inundación masiva de la pornografía por medios gráficos y cibernéticos ha borrado no sólo la frontera entre sexismo y erotismo, sino que ésta última casi ha desaparecido. El repliegue extremo del erotismo indica que hemos alcanzado una de los períodos de mayor decadencia sexual, pues sin arte, sin amor y sin los valores de la fidelidad y el matrimonio degenera el instinto de nuestra propia dignidad.

                                               

El amor en los mitos griegos, que surgen en la oscura Edad de su barbarie cuando se imponían sobre los minoicos y que se disipa en el siglo VIII a. de C., se plasma en el misterio del eterno femenino y de forma poética expresa la tragedia psíquica de los sexos. El corazón de la mujer es retratado como veleidoso y voluble. El mito de Orfeo y Eurídice representa la insatisfacción humana por la insuficiencia de lo real, la duda, la inseguridad. El mito de Atalanta encarna que no hay mujer imposible. El mito de Acis y Galatea representa la infidelidad disculpable. El mito de Céfalo y Proclis exhibe lo frágil de la fidelidad. Pero el mito más profundo de todos es el de Psiquis y Cupido, donde el amor y sabiduría sólo se fusionan en la eternidad. En amor en la filosofía griega, en plena crisis de la ciudad-estado, no desprecia a la mujer, la familia, el sexo o el matrimonio, sino que pone en primer lugar a la Virtud, el Bien, la Felicidad, el placer espiritual, la moderación, la sabiduría, y la tranquilidad interior. El homosexualismo era practicado y tolerado, pero no se les ocurrió como hoy consagrar en matrimonio la relación homosexual. Todo lo que va contra la ley natural es degenerativo. El simbolismo numérico pitagórico no incitó el desprecio a la mujer sino por el contrario inculca una moral ascética, aprehendida en Egipto y Oriente Medio, sólo reprobaba la intemperancia. El 8 es el número del amor, el 5 del matrimonio, el 2 de la mujer y el 3 del hombre. El Sócrates de Jenofonte presenta con realismo el ideal socrático de lo bello y de la tolerancia con la endemoniada maledicencia de su mujer Jantipa. En Platón el amor es afán de inmortalidad, búsqueda de fecundidad superior y de la fertilidad de las ideas. Aristóteles, en plena decadencia de las ciudades-estados y su reemplazo por las super ciudades-estados, se aboca a encontrar las soluciones prácticas del amor. No desprecia el placer aunque el verdadero placer sea el de la inteligencia. El hombre debe gobernar a la mujer, reivindica a la familia, la propiedad privada y que debe limitarse el número de hijos. La escuela cínica de Sínope con Diógenes y Antístenes, al suprimirse las soberanías de las ciudades-estados e imponerse el imperio mundial de Alejandro, sustituye el amor matrimonial por el amor libre para no perturbar el camino de la sabiduría. En la misma línea Epicuro coloca el amor espiritual por encima del amor carnal y aspira a la ataraxia o tranquilidad interior. El estoicismo de Zenón cree en la moderación y amor libre. Pero estos ya eran tiempos finiseculares del helenismo y su colapso determinaba su agotamiento espiritual. El colapso del helenismo fue de descenso del amor en los abisales de los excesos carnales.

                                                    

El amor en la vida cotidiana de los griegos era contrastado. Esparta convirtió a la mujer en cría para el Estado, pero su papel en la vida civil era mucho más preponderante que en toda la Hélade. Atenas dignificó a la mujer, el matrimonio y el amor espiritual sobre todo cuando con Pericles se impuso el imperio ateniense. El amor en la roma imperial se distinguió por su rectitud, austeridad y virtudes ciudadanas, pero con los triunfos militares de la etapa imperial se desencadenó la depravación moral. Ovidio estaba de moda. Oh tempore oh mores (oh tiempo, oh costumbres). La época de Séneca fue de diversión depravada, lo cual era combatido por el estoicismo de Epícteto y Marco Aurelio. La época de Plinio el Joven fue de retorno a la sana moral, movimiento que culmina con el triunfo del cristianismo con Constantino.
El legado del helenismo no murió sino que fue conservado por las tres civilizaciones nuevas: la islámica, la cristiana occidental y la cristiana oriental. La cuestión amorosa en el mundo visigodo, profundamente cristiano, no condenaba la belleza femenina y por el contrario la asumía como un camino para comprender la belleza espiritual. Y en sus leyes primaba un criterio moralizante sobre lo racial y social. Sus severas normas castigaban la desviación sexual, la conducta escandalosa y la codicia. En la Alta Edad Media, época de elevada espiritualidad no sólo en occidente sino en todo el mundo, el amor tuvo tres etapas. el cantar de gesta que exalta la fidelidad (s. XI-XIII), el heroico amor caballeresco (S. XIV-XV) y el poético amor trovadoresco de las cortes (s. XII-XVI). En la Baja Edad Media se presentan otras tres formas de amor: el idealismo amoroso (Dante, Petrarca), el amor cortés pastoril (Lope de Vega, Cervantes y Garcilaso de la Vega) y el amor loco (Arcipreste de Hita, Fernando de Rojas y Arcipreste de Talavera). En otras palabras, en la Edad Media, que no es lo mismo que feudalismo (la cual fue sólo una solución temporal del siglo X al XIII ante la debilidad del Estado frente a las nuevas monarquías, la burguesía y las cruzadas), el amor principia con una elevada espiritualidad y termina con una ligera atenuación de sus formas, pero sin llegar a los excesos lujuriosos del fin de la Edad Antigua.
El Renacimiento es una época orientada hacia la mujer, ya no es vista como objeto de perdición sino como un regalo de Dios, que alegra la vida doméstica y social. No obstante, los moralistas como Fray Luis de león y Luis Vives ven peligrosa la reciente libertad de la mujer. Por entonces, se hace famosa la locura de celos de Juana la Loca con su mujeriego marido Felipe el Hermoso. Don Quijote idealiza el amor y Hamlet ve el amor con egoísmo personal. El siglo XVII del amor estuvo signado por la alcurnia, la moral y los proyectos personales, cuando no por la política y la religión de Estado. Era el momento del donjuanismo -interpretado por Don Gregorio Marañón como narcisismo- y la elección femenina materialista.

                                                      

Werner Sombart en su libro Lujo y capitalismo subrayó que el capitalismo nace del señorío de la mujer en la corte, la sustitución del amor santificado por el amor hedonístico, el triunfo del amor libre, impulso de lo terrenal, el lujo, lo suntuoso y el carácter exportador de la economía. El triunfo de la mujer para Sombart está así asociado no sólo a la victoria del lujo sino también del capitalismo. La lady es la que da forma al capitalismo. Ahora bien, existía el don Juan sincero y el hipócrita. Las cortesanas dominaban la vida del rey francés Luis XIV. En la corte palaciega de Felipe IV, español, predominaba la vida frívola, sin cortesanas dominantes y la presencia de múltiples bastardos. En Inglaterra el amor se mezcló infortunadamente con la política y la religión. 
Pero el siglo de la voluptuosidad fue el siglo XVIII, donde impera lo sensual sobre lo sentimental. La mujer es vista como hembra, limitada espiritualmente y sólo valorada por su hermosura y honestidad. En el periodo inmediatamente posterior a la Revolución Francesa la naciente democracia excluye a la mujer de la vida pública y ciudadana. El argumento de fondo que se debatía era si la mujer tenía una razón o era mero cuerpo y sentimiento. En la discusión intervinieron Marechal, Madame Gacon-Dufour, Madame Clement-Hémery, Condorcet, Fourier, Proudhon, Stendhal, Cabanis, Balzac, Josef de Maistre, Sade, entre otros. Para los maximalistas la mujer tiene una razón sexuada, para los minimalistas la razón no tiene sexo. Para los primeros la mujer sólo tiene razón práctica y no razón teórica; para los segundos la mujer puede llegar a ser genio. Esta discusión hasta la actualidad entre esencialistas y procesalistas sigue abierta. De 1800 a 1850 domina el idealista Romanticismo con su proclividad introvertida, sentimental y meditabunda, que hizo del tema del amor el tema fundamental de la humanidad. Goethe, Heine, Hôlderlin, Novalis y el idealismo alemán dominan la interpretación del momento. Desde 1850 surge la reacción realista que prefiere lo crudo y natural, donde se ve al amor sin cursilería ni idealismo.
El siglo veinte, conmovido por dos guerras mundiales, revoluciones científicas, culturales y sociales, tuvo un protagonista singular con la revolución sexual y la píldora. Lo que liberó a la mujer del instinto sexual reproductor y la insertó con mayor vigor en el predominio del amor libre. Pero también es la época del consumismo capitalista que se vuelve hegemónico tras colapso del comunismo y el declive de las ideologías. Su resultado es el predominio de la mujer-objeto. En esta época el amor se despoja de la venda sentimental, entonces el instinto sexual se libera del amor y existe sin él. Frente al espíritu de competencia y el afán de lucro el amor sin sentimientos se ve libre de las ataduras para ofrecer el placer sexual como una mercancía más. Y así florece la industria de la pornografía, es decir amor físico sin sentimiento ni ideal. El amor deteriorado desde su entraña se torna pornográfico. Todo se queda en apetencia biológica. Se cae en el escepticismo en el amor.

                                                 
 
El amor en Occidente queda atrapado en un neurótico instinto de poderío para fines subalternos -dinero, poder, placer-. En la cultura nihilista posmoderna que transita el siglo veintiuno el amor termina evaporándose en instinto sexual e instinto de poderío. La intensa polémica en torno al derecho de los homosexuales al matrimonio civil -aprobado ya por varios países y siempre denunciada por la Iglesia- es fiel reflejo del deterioro relativista del derecho natural. Sucumbe el amor verdadero y espiritual frente a la exaltación del amor carnal, físico y el sexismo. El hombre posmoderno vive con más intensidad su neurosis sexual, el conflicto erótico se agudizó. No obstante sería absurdo no ver que el intento de habituar al hombre a la locura universal de la excitación continua y permanente se origina en la modernidad.  El contagio reformador por innovar a diario y sentirse inquebrantablemente atraído por el ardor continuo es un invento de nuestra civilización técnica y artificial. No hay que devanarse los sesos para darse cuenta que el verse arrastrado por el afán de novedades tiene que ver con la destrucción y ruina del hombre como ser natural. Así, el sexismo obsesivo y cada día más antinatural que descaminadamente desemboca el hombre moderno es consecuencia de un proceso extraviado que ha comenzado con la civilización técnica.
Si el siglo dieciocho fue el siglo de la voluptuosidad, el siglo veintiuno es el siglo pornográfico por excelencia, de carencia de vida normativa y moral en las relaciones sentimentales, de imperio del hombre anético que cree dictar el bien y el mal, y que delinea una época crepuscular, de hundimiento y declive espiritual de la civilización occidental.
La relación de la humanidad con el amor no es adjetiva y circunstancial sino sustancial a su propio destino. Cuando el amor degeneró en relación sensible casi siempre señaló el declive de una civilización, cuando el amor se extremó en amor intelectual casi siempre indicó el comienzo de un conflicto de las energías amatorias. Un equilibrio entre lo carnal y lo intelectual sería lo deseable. Sin embargo, aquí no se trata de condenar el placer sino de advertir la relación estrecha que existe entre el  colapso civilizatorio y la decadencia del amor espiritual. Y dicho colapso esta relacionado con el triunfo de la civilización técnica y el imperio de las necesidades artificiales, que extravían y excitan de modo permanente a la pobre humanidad atrapada en la locura universal.

Lima, Salamanca 03 de setiembre del 2012

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