sábado, 1 de abril de 2023

NIETZSCHE Y LA METAFÍSICA INMANENTE (LIBRO)

 

Gustavo Flores Quelopana

 


 

Nietzsche y la metafísica inmanente

 

 


 

Fondo Editorial IIPCIAL

Lima 2023

 

 

INTRODUCCIÓN

 

 Tradicionalmente se piensa que Nietzsche quedó ciego para el ser y los valores sempiternos al reducir lo ontológico a lo axiológico, dentro de una perspectiva vitalista, psicológica y relativista. Pero ello sólo es la mitad de la historia. La otra mitad es advertir que su propia propuesta filosófica, que es la destrucción de la metafísica trascendente, se fundamenta sobre la afirmación de una metafísica de la inmanencia, donde su guerra a muerte contra los valores trascendentes desemboca finalmente en una metafísica del devenir, donde la voluntad de poder se desenvuelve en el eterno retorno de lo mismo.

 

Su nueva visión inmanente de la metafísica hace de la voluntad de poder la esencia de lo existente, pero dentro del eterno retorno. Ante este flujo cósmico del nuevo dios Dioniso, sólo cabe la actitud existencial del superhombre como amor fati o amor al destino. Amar el destino como necesario y amar la necesidad misma del juego cósmico, es la palabra cumbre y final de la asistemática y aforística filosofía nietzscheana.

 

Esto hace que su idea del amor fati sea la clave última que desvela su pensamiento y a través del cual se descifra mejor las ideas de la voluntad de poder y de eterno retorno de lo mismo. Pues pensar a Nietzsche sólo desde la voluntad de poder lleva a identificar el ser con el valor, y expresar el subjetivismo del pensamiento moderno, como lo hace Heidegger. Mientras que interpretarlo desde el eterno retorno de lo mismo lleva a ver el ser como lo que está más allá de lo axiológico, como ocurre con Eugen Fink. Ambos puntos de vista son correctos pero incompletos, porque tanto el valor como el rebasamiento de lo axiológico se entienden cabalmente desde el amor fati. El amor fati es la real piedra de toque por el que cobra su verdadero significado la voluntad de poder y el eterno retorno de lo mismo.

 

Sólo así sale a la luz la gran contradicción de la filosofía nietzscheana, a saber, que lo que al comienzo aparecía como una alegre filosofía de la libertad termina siendo una oscura y triste filosofía de la necesidad. Efectivamente, su pensamiento se parece a una ópera trágica que promete mucho con la muerte del Dios, el superhombre, la voluntad de poder y la inversión de los valores, pero que acaba en bufonada carnavalesca con el eterno retorno de lo mismo y el amor fati.

El amor fati muestra una metafísica de la inmanencia dentro de una filosofía de la necesidad, donde el ser es la voluntad de poder que se repite eternamente, y donde la libertad humana resulta ilusoria y queda reducida a escombros de la repetición cósmica. El amor fati es la versión moderna del necesitarismo antiguo y medieval árabe adosado de ateísmo y biologismo. En suma, Nietzsche al interpretar la ontología trascendente desde la axiología consigue arribar a la metafísica de la inmanencia. Su camino es muy matizado, primero desde una metafísica del esteta, luego arriba a una antropología psicologizante, después madura en la propuesta propia del superhombre, para rematar finalmente en la problemática del nihilismo y el amor fati.

 

Lo singular de la trayectoria intelectual de Nietzsche es que su pensamiento presenta un despliegue que exige verlo desde su totalidad. Es desde esta exigencia que hemos propuesto comprender los cuatro periodos que generalmente se divide su pensamiento agrupándolos en dos grandes etapas. La primera la hemos llamado “Anunciación” y la segunda etapa la “Predicación”. Ambas guardan una inocultable referencia religiosa, porque Nietzsche no sólo es un artista y un filósofo, sino que su filosofía se resuelve en un nuevo anuncio religioso de Dioniso. El Nietzsche maduro es un predicador, pero que rehúsa a los discípulos: “Para esos hombres de hoy no quiero ser luz, no quiero que me llamen luz. A esos quiero cegarlos. ¡Relámpago de mi saber, sáltales los ojos!” (VI, 421).[1] Como bien señala Karl Jaspers Nietzsche se apodera de Jesús, pero con la salvedad -acotamos- de ser un Anticristo. Su sofística sugestionante se apodera de Jesús, respeta profundamente su regla de vida, pero sólo para mostrar que llevaba a la autodestrucción del yo. Por eso en su pretendida paganización se convierte en el profeta de Dioniso, asume la forma del Anticristo y saca adelante una desviación de la propuesta de Jesús. De ahí que no sea fácil decir, como lo hace Jaspers, que Nietzsche lucha contra el cristianismo desde exigencias cristianas porque su espíritu piadoso es el inverso al del Nazareno. Incluso la nueva concepción del mundo que termina esbozando es destrucción del trasmundo en el que Cristo basó su anuncio de la llegada del Reino. En suma, el tono religioso del Nietzsche maduro justifica verla como “Predicación”.

 

Por último, la significación y presencia que tiene el nihilismo de Nietzsche para nuestro relativista y hedonista tiempo de declive del mundo unipolar del occidente liberal, difícilmente se puede exagerar. A raíz de la crisis del mundo unipolar sale a la luz el enfrentamiento entre los dos occidentes: el liberal y el cristiano, el cosmopolita y el nacionalista, el que niega las tradiciones y el que las defiende. Se trata de una lucha a muerte entre dos visiones del mundo: la inmanentista del imperialismo mundial y la trascendente de las potencias emergentes con el resto de los países del globo. La verdad es que el occidente liberal ha llegado a empantanarse hasta límites aberrantes.

 

Ahí tenemos su repulsiva y antihumana agenda bien definida a través de la eutanasia, la eugenesia, la ideología de género, las opciones de identidad sexual, cambio de sexo en niños, gestación subrogada, rebaja de edad para tener sexo con niños, pedofilia rampante, homosexualización de la cultura, la disolución de la familia tradicional, las tradiciones culturales y espirituales. A todo ello se opone el Occidente cristiano con la defensa de la tradición cultural y religiosa, la nación, la familia, la identidad sexual definida, y los valores morales. En el fondo se trata de una batalla metafísica decisiva por definir los fundamentos del mundo.

 

También su presencia en los principales pensadores de nuestro tiempo es ostensible, desde Heidegger hasta Derrida, Foucault y Vattimo. Muchos se han reclamado neonietzscheanos. Y resulta muy sospechoso que esto haya ocurrido en el seno del occidente liberal. A través de los cuales el formalismo y el mito culturalista se volvió extensivo. No hay verdades, todo se construye. El nihilismo se ha vuelto vital y viral, los valores tradicionales se hunden y en su lugar se promueve la agenda del superhombre de la élite mundial: eutanasia, aborto, ideología de género, eugenesia, transhumanismo. Pero al mismo tiempo es precisamente esta agenda nihilista la que también se tambalea con el hundimiento del inmoral y corrupto mundo liberal.

 

Vivimos un terremoto geopolítico revolucionario global de amplias repercusiones que representa un cambio histórico profundo, y que es consecuencia de la insostenibilidad de la visión del mundo moderna de índole inmanentista. El agresivo imperialismo anglosajón es la principal fuente de riesgo para la sobrevivencia de la humanidad. Y dentro de él la comprensión de la visión inmanentista del mundo que porta la filosofía de Nietzsche resulta decisiva para entender el nuevo rumbo al que se dirige y debe emprender la civilización humana.

 

Lima, 05 de Abril del 2023

ANUNCIACIÓN

 

 

 

 

 

 

El pensamiento de Nietzsche no puede ser entendido de atrás para adelante ni de adelante para atrás, menos aún de modo fragmentario. Su pensar es uno cuyo Alfa y Omega compone una totalidad que exige una visión de conjunto. Visto fríamente y sin las alucinaciones que provoca la escritura hipnótica de Nietzsche se puede afirmar que su pensamiento se divide en dos grandes etapas: la Anunciación y la Predicación. Ambos términos guardan un tono religioso, pero se trata de una religiosidad inmanente, sin culto y en fiesta permanente. Esto significa recomponer la comprensión de su itinerario intelectual a la luz del espíritu inmanente, ateo y nihilista que da forma al pensamiento de Nietzsche.

 

Cada una de sus etapas implica dos periodos, haciendo un total de cuatro. El periodo estético y el periodo antropológico psicologizante pertenecen a la etapa de la Anunciación. Y los periodos del Superhombre y el Nihilismo al de la Predicación. De manera que la Anunciación se caracteriza por la gestación de las principales ideas y la problemática que eclosionará en la segunda, la cual tiene un acentuado tono predicador por parte de Zaratustra que representa el Antricristo. Sus obras finales y la obra póstuma componen el cuarto periodo de la segunda etapa de su pensamiento.

 

En buena cuenta ¿qué se anuncia en la primera etapa? Se anuncia la llegada del Anticristo. Y ¿qué se predica en la segunda etapa? Se predica la problemática del nihilismo, en medio del amor fati que pende en el pecho de un superhombre dejado en el oleaje del eterno retorno.  Finalmente, ¿cómo se comprende todo el movimiento de ideas que componen en conjunto las dos etapas de su pensamiento? Se comprende como una metafísica de la inmanencia, recia enemiga del trasmundo, defensora acérrima de lo vital, la transvaloración de los valores y del amor al destino en medio del eterno retorno.

 

De este modo, Así habló Zaratustra -publicado en cuatro partes de 1883 a 1885- inaugura el tercer periodo de su pensamiento y es la obra cumbre de su producción. Su idea clave es el eterno retorno de lo mismo, de la cual penden el superhombre, la muerte de Dios y la voluntad de poder. Mientras que el cuarto periodo se abre con Más allá del bien y del mal y se cierra con la obra póstuma La voluntad de poder. Y en ella juegan un papel decisivo la idea del Anticristo y el amor fati. Por ello, nos detendremos a iluminar en líneas generales la etapa de Anunciación que forma las ideas generales que tienen el papel de gestar su metafísica de lo inmanente.

 

Ante ello, es necesario empezar dejando apuntado dos observaciones preliminares sobre la primera y segunda fase de su filosofía, que dejarán una huella profunda en su filosofía final. En la primera fase deja sentado la reducción del ser al valor, mientras que en la segunda se anuncian los cuatro grandes temas como son: la muerte de Dios, el superhombre, la voluntad de poder y el eterno retorno. Su primer periodo se inaugura con el controvertido libro El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música (1871).[2] Su segundo periodo se abre con Humano, demasiado humano (primer volumen en 1878, segundo volumen en 1881) y se completa con Aurora (1881) y La Gaya ciencia (1882).[3] Y en todos sus libros se conserva el tono confesional con hipnótica fraseología aforística. Fueron menos de dos décadas de escritura y erupción editorial para producir una inmensa obra antes del colapso mental de 1888.

 

En El nacimiento de la tragedia ya se plantea una nueva experiencia ontológica original mediante un retorno a los presocráticos, en especial a Heráclito, su repulsa a veinticinco siglos de metafísica trascendente del ser, su lucha contra el conceptualismo socrático, contra los eleáticos, Platón y la metafísica trascendente que comienza con él. En realidad, el tema central de la obra quedaba ensombrecido por la intención de homenajear la ópera de Wagner, pero el auténtico problema es su definición de la esencia de lo trágico. Y al definirlo lo lleva de lo estético hacia lo ontológico, convirtiéndolo en categoría de una metafísica inmanente que caracteriza la realidad. Sin arribar a una concepción ontológica de lo estético formula una visión estético-ontológica del ser. Así, el arte será esclarecimiento metafísico de lo existente. Al proclamar que la esencia del mundo es trágica está formulando una concepción antagónica de la realidad. En su cosmovisión trágica no hay redención, el ser finito se hunde en el flujo ontológico y luego se vuelve a desgajar del flujo universal de la vida para volver a entrar en la existencia individualizada. Siendo su pathos trágico una afirmación de la vida se distancia del pesimismo de Schopenhauer. En la tragedia griega descubre una visión metafísica inmanente, donde el Hades y Dioniso son partes de la misma oleada vital. Lo apolíneo y lo dionisíaco son figuras de la vida infinita, de un fondo cósmico donde todo se construye y se destruye permanentemente.

 

De ahí que cuando en Ecce homo, de 1888, recapitula sobre la esencia de El nacimiento de la tragedia, afirmará “el prodigioso fenómeno de lo dionisíaco”. Se da cuenta que está ante una nueva experiencia ontológica que es el meollo de una metafísica de lo inmanente. Esto exige que la ecuación básica de su pensamiento del ser como valor deber ser comprendida a la luz de un fenómeno metafísico opuesto a la trascendencia. La metafísica de la inmanencia es visión trágica del mundo, opuesta al socratismo, que encarna el dominio de lo lógico sobre la vida, del intelecto racional sobre la vida que fluye en configuraciones y desconfiguraciones. En otras palabras, su primer atisbo de la metafísica de lo inmanente se concreta en la visión trágica del mundo, en el antagonismo entre lo apolíneo y lo dionisíaco como esencia de la realidad, su ataque a la metafísica de lo trascendente, en el cuestionamiento de la ciencia por hacer imperar lo lógico sobre lo vital, y en su convicción de que la metafísica del trasmundo es una invención para escapar del sentimiento vital decadente. Y así, ya desde su primer libro se configura la muerte del Dios del trasmundo por medio del antagonismo de lo dionisíaco y lo apolíneo, Hades y Dioniso, en un juego cósmico y vital interminable. Pero en esa visión trágica del cosmos se dan las bases del eterno retorno de lo mismo en la medida en que se realiza la configuración y desconfiguración infinita de la vida. O sea, en la visión trágica del mundo se encuentran in nuce dos ideas clave de Nietzsche: la muerte de Dios y el eterno retorno de lo mismo.

 

Veamos brevemente algunas citas de El nacimiento de la tragedia que confirman lo afirmado:

 

El arte es la tarea suprema, la actividad genuinamente metafísica.

 

Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo se renueva la alianza entre los seres humanos: también la naturaleza enajenada, hostil o subyugada celebra su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el hombre.

 

Lo que nosotros esperamos del futuro, eso ha sido ya una vez realidad -en un pasado hace más de dos mil años.

 

Todo nuestro mundo moderno está preso en la red de la cultura alejandrina y reconoce como ideal el hombre teórico, el cual está equipado con las más altas fuerzas cognoscitivas y trabaja al servicio de la ciencia, cuyo prototipo y primer antecesor es Sócrates.

 

Ahora se entiende por qué Nietzsche en Ecce homo se llama a sí mismo el primer filósofo trágico:

 

Antes de mí no hubo esta realización de lo dionisíaco como pathos filosófico: falta la sabiduría trágica. En vano busqué indicios de ella en incluso en los grandes griegos de la filosofía, aquellos de los dos siglos anteriores a Sócrates. Pero me quedó una duda con Heráclito, en cuya cercanía me sentía más abrigado, más a gusto que en ninguna otra parte. La afirmación de la fugacidad y la destrucción, que es lo decisivo en una filosofía dionisíaca, la afirmación de la antítesis y la guerra, el devenir, junto con un rechazo radical incluso del concepto de “ser”; forzosamente tengo que reconocer en eso lo más afín a mí de entre lo que se ha pensado hasta ahora.[4]

 

Aún cuando en El nacimiento de la tragedia Nietzsche opera con categorías psicológicas y artísticas, se va abriendo -como subraya Fink- una experiencia ontológica fundamental. Pero lo que Fink no precisa es que esa nueva experiencia ontológica corresponde a una metafísica de la inmanencia, una vida dionisíaca infinita que construye y destruye sin propósito ni objetivo.

 

El planteamiento de lo trágico como principio cósmico y del arte como conocimiento del mundo, fue lo que provocó el rechazo de filólogos clásicos como Wilamowitz-Möllendorf a través de un rechazo acervo en la que se reprochaba la “genialidad imaginaria y desfachatez, ignorancia y falta de amor por la verdad”. El reproche estaba justificado, porque bajo un problema estético expresaba su concepción filosófica del mundo. Filosofar bajo el ropaje del arte, aunado a un dominio incompleto de las ideas metafísicas, fue lo que provocó el desconcierto general. Así, la oscuridad de la obra se relaciona especialmente con la ambigüedad de su concepto del fondo dionisíaco. Más fácil de entender resultada lo apolíneo relacionado con el principio de individuación, mientras que lo dionisíaco quedaba como el fondo sobre el que se asienta el mundo luminoso. El hombre artístico está montado sobre un escenario teatral en el forma parte de la apariencia. De Schopenhauer sólo toma el velo de Maya, pero no el mundo como voluntad y representación aún cuando lo esté suponiendo.

 

…todo nuestro saber artístico es, en el fondo, totalmente ilusorio, porque nosotros, en cuanto sapientes, no estamos fusionados ni somos idénticos a aquel ser que, como único creador y espectador de aquella comedia del arte, se depara a sí mismo un disfrute eterno.[5]

 

Aquí todavía la dimensión dionisíaca tiene el problemático matiz de un trasmundo, porque toma de Schopenhauer la idea de voluntad y la distinción entre esencia y fenómeno, donde a través de imágenes míticas y primordiales se alude a un trasfondo cósmico, como fondo oscuro de la voluntad cósmica dionisíaca, habla de las madres del ser, lo uno primordial y lo uno viviente. En una palabra, lo trágico es la manifestación del ser dionisíaco en el mundo, pues lo apolíneo sigue siendo trágico como principio de individuación, mientras lo dionisíaco es el fondo oscuro de la voluntad cósmica. Es por ello que El nacimiento de la tragedia contiene casi todos los elementos de la filosofía nietzscheana. Sócrates encarna la ilusión de la lógica, opuesto al hombre intuitivo y vital.

 

En Consideraciones intempestivas ve al genio como algo sobrehumano o manifestación de una fuerza cósmica. Deja atrás las consideraciones antropológicas y psicológicas. Trasciende todo humanismo. El genio está ligado a la ontología cósmica.

 

Su segundo periodo es abierto por su obra de crisis Humano, demasiado humano, donde expresa una ruptura con Wagner y Schopenhauer. Lo interesante es que ya no se toma muy en serio la idea de que el tiempo es la forma en que juega al mundo lo uno primordial. Y lo hace con el propósito de combatir la duplicación idealista del mundo entre fenómeno y cosa en sí desde el punto de vista del antropologismo psicologizante. El hombre no puede conocer la cosa en sí, es un autoengaño de los metafísicos:

 

Vemos todas las cosas a través de la cabeza humana y no podemos cortar esa cabeza… Pero todo lo que hasta ahora ha hecho que las hipótesis metafísicas les resultaran [a los hombres] valiosas, aterradoras, placenteras, todo lo que las ha creado, no ha sido más que la pasión, el error y el autoengaño…Una vez que se haya desvelado que estos métodos son el fundamento de todas las religiones y metafísicas que hay, entonces se les habrá refutado.[6]

 

En este libro lleva adelante la destrucción psicológica de la metafísica trascendente. Cabe preguntarse: ¿Acaso, también, no es posible llevar adelante la destrucción psicológica de la metafísica inmanente? En ese segundo periodo la metafísica aparece como enorme ficción psicológica, una mentira vital que esconde necesidades y anhelos humanos. De ahí el título, la metafísica del trasmundo es para Nietzsche demasiada humana porque es una válvula anímica para vivir.

 

Obviamente que su interpretación psicologizante es cuestionable, porque lo lleva directamente a desilusionarse, calumniar y desencantarse de la grandeza humana. Metafísica y religión quedan convertidas en fantasmagorías, mera sublimación celeste. Si su óptica en el primer periodo era el arte, ahora lo es la psicología y la ciencia. En ninguna parte desarrolla una temática científica, sólo se limita a desenmascarar todo idealismo. El hombre es visto como animal de ilusiones, ideales y anhelos. Si algo tienen en común los dos periodos es conservar el sentimiento trágico de la existencia humana.

 

Somos de entrada seres ilógicos y por tanto injustos, pero poder darnos cuenta de esto es una de las disonancias mayores y más irresolubles de la existencia.[7]

 

En suma, se trata de una obra donde se opera un giro desde la metafísica del arte, donde el uno primordial juega con el tiempo creando mundos, hasta el antropologismo psicologizante, que desenmascara el ideal como impulso vital. El enigma del hombre queda reducido al problema de su tendencia al autoengaño, la sublimación y la huida constante del impulso vital creando mundos que no existen en la realidad.

 

Este segundo periodo se cierra con dos obras más, a saber, Aurora y La gaya ciencia. En realidad, son libros que anuncian el Zaratustra. En Aurora reflexiona sobre los prejuicios morales, niega su origen sacro, tras la moral está el egoísmo de los hombres, y ataca el imperativo categórico kantiano. En otras palabras, es el hombre mismo el que asigna los valores. Su positivismo sólo se limita en denunciar la servidumbre a una presunta trascendencia y a invertir el idealismo.

 

Hemos recapacitado y hemos acabado constatando que no hay nada bueno, nada bello, ni nada maligno por sí mismo, sino que sólo hay estados de ánimo en los que asignamos tales nombres a las cosas que hay fuera de nosotros y a las que hay dentro de nosotros…somos nosotros mismos quienes se los habíamos otorgado: procuremos que al darnos cuenta de esto no perdamos la capacidad de otorgar.[8]

 

En La gaya ciencia su gran intuición es la necesidad de luchar contra una civilización que con su idealismo, metafísica, moral y religión degradó a la humanidad hasta el límite de la esclavitud espiritual. Dirá cosas como éstas: Vivimos la época de la tragedia con la moral y la religión, pero llegará la época de la comedia, sin moral ni religión, donde predomine el instinto, la locura y la sin razón. La civilización industrial es la forma de vida más baja conocida. El realista no es invulnerable a la pasión, al contrario, está poseído por el amor a la realidad. La vida es una excepción, en el Universo la condición general es el Caos. La Naturaleza carece de todo atributo divino. La moral es el instinto de rebaño en el individuo. La ciencia es una humanización de las cosas. El cristianismo destruye la fe en la propia virtud. El hombre se elevará cuando deje de desbordarse en Dios. El hombre superior es más dichoso, pero más infeliz. La moral nos impide ser creadores de nosotros mismos. Con la muerte de Dios se hundirá toda la moral europea. El idealismo es una enfermedad porque teme a los sentidos. Somos impíos, incrédulos e inmoralistas. Las religiones se originan de una gran dolencia de la voluntad. No amamos la humanidad, pero tampoco el nacionalismo ni el racismo.

 

En una palabra, el segundo periodo de la primera etapa de que lo hemos denominado Anunciación tiene sus matices. Si en Humano, demasiado humano se hace presente un giro antropológico psicologizante en Aurora y en La gaya ciencia aparecen en el trasfondo los temas de la muerte de Dios, la voluntad de poder, el superhombre y el eterno retorno. En realidad, los dos primeros periodos de su pensamiento constituyen la gestación de los elementos necesarios para la formulación de su metafísica de lo inmanente de su venidero tercer periodo.

 

Como hemos visto la primera etapa de la Anunciación se cierra con ideas importantes que señalan el camino a recorrer a lo largo de su trayectoria inmanentista y nihilista. Los temas principales que arroja la etapa de la Anunciación son:

Primer periodo estético:

- sentimiento trágico del mundo

- dionisíaco y apolíneo

- reducción del ser al valor

- metafísica cósmica de unidad primordial y creación de mundos.

Segundo periodo antropológico-estetizante:

- desenmascaramiento del ideal

- papel central del impulso vital

- rompimiento con metafísica de la duplicidad del mundo en fenómeno y cosa en sí

- desaparición de grandeza humana

- inmoralismo y condena a la moral de rebaño

- condena de la era industrial

- apología del hombre superior

- anuncio de la muerte de Dios

- rechazo del cristianismo y su moral

- rechazo del trasmundo

- existir con riesgo

- se gesta nueva imagen del hombre

- la moral y el valor es una creación humana

- recelo en la razón, la ciencia y en el progreso

 

La formulación de todas estas ideas fundamentales tapiza la senda que lo llevará a la maduración de su pensamiento en la etapa de la Predicación que, como veremos, también comprende dos periodos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

OPINIÓN DE UNAMUNO Y REFLEXIÓN

Buscó toda su vida la revolución de los valores para recuperar al hombre vital, oprimido por el concepto, la esencia, la cristiana moral de esclavos, la religión, Dios y la metafísica. Para cambiar las cosas Nietzsche se propuso la destrucción de la civilización metafísica mediante la transvaloración de todos los valores y el nihilismo activo de la voluntad de poder. De él dijo Unamuno que se tenía a otro racionalista que inventó el remedo de la inmortalidad del alma con la tesis del eterno retorno, pero al menos no era un eunuco espiritual.

Sin embargo, hay que notar que la filosofía de Nietzsche refleja la disolución de todos los valores bajo el capitalismo imperialista. El logos nietzscheano guarda en su seno la ilusión de lograr la emancipación humana mediante la filosofía. Es una filosofía que trata de reaccionar contra la enajenación humana, sin darse cuenta que dicha alienación tiene su fuente en la misma determinación económica del capitalismo. Muere Nietzsche en 1900, justo al comenzar el siglo más inhumano de todos los tiempos: el siglo veinte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PREDICACIÓN

 

 

 

 

 

La segunda parte de su producción comprende, según nuestra clasificación, dos periodos, el primero que se inaugura con el Zaratustra y la segunda que se abre con Más allá del bien y del mal y se cierra con la obra póstuma La voluntad de poder.

 

Así habló Zaratustra -publicado en cuatro partes de 1883 a 1885- inaugura la tercera etapa definitiva de su pensamiento y es la obra cumbre de su producción. Su idea clave es el eterno retorno de lo mismo, de la cual penden el superhombre, la muerte de Dios y la voluntad de poder.

 

La muerte de Dios es la muerte del idealismo, lo que conduce a la idea del superhombre y el poner en lugar de Dios no al hombre, sino a la Tierra. A partir de aquí se trata de un inmanentismo paganizado que lleva directamente a la voluntad de poder.

 

Zaratustra habla en parábolas y metáforas, es un libro que se abre con el tema del superhombre y el último hombre, éste último es un nihilista pasivo que sólo quiere la nada. Pero tiene como0 idea clave el eterno retorno de lo mismo. El superhombre es el que no se aferra a nada, ni siquiera a la nada, no siente compasión. Zaratustra es el espíritu libre, el genio, y el propio Nietzsche se denomina a sí mismo el “poeta del Zaratustra” y la define como la parte afirmadora de su filosofía.

 

Frente al temor apolíneo hacia el instinto Nietzsche propone aceptar la vida y el dolor tal cual es para trocarlo en alegría. De ahí nace el rechazo a los valores de la cultura occidental, a los valores del cristianismo, de la perspectiva científica y de la moral. Hay que invertir los valores de la caridad, resignación y compasión. Este nuevo espíritu se encarna en el superhombre, el cual está tan lejos del hombre como éste del animal. El superhombre es el que acepta la muerte de Dios y así recupera su orgullo y se eleva a sí mismo. El destino del hombre encarna la evolución irracional del Universo, el eterno retorno, la negación superación. De manera que el Zaratustra es un poema en prosa, de lírica extraordinaria e inusitada potencia expresiva, donde preconiza que el conocer verdadero lo proporciona la poesía, la intuición. Al enloquecer Nietzsche su hermana Elisabeth interpoló afirmaciones germanistas y antijudías descubiertas en 1956 por K. Schlechta. En Ecce Homo dice Nietzsche que el Zaratustra significa la autosuperación de la moral.

 

No me preguntaron, pero me debieron haber preguntado qué significa el nombre de “Zaratustra justamente en mi boca… En mi boca, el nombre de Zaratustra significa la autosuperación de la moral a fuerza de veracidad, la autosuperación del moralista en su opuesto que soy.[9]

 

La primera parte es el Prólogo de Zaratustra y allí se desarrolla la idea de que el hombre es una realidad imperfecta, lo más grande de él es ser un puente y no una meta, es sólo un tránsito hacia el superhombre. Esta es una de sus ideas que mayor fortuna ha tenido entre sus pensamientos. El último hombre es el del nihilismo pasivo, que ya no cree en nada, en él la fuerza creadora se ha extinguido, vive de puro usufructo, es el pequeño hombre masa. Y añade, Dios ha muerto, no hay cielo, ni infierno, los valores se quebrantan, es hora de crear. Así exclama: “¡Llega el momento en el que el hombre dejará de lanzar la flecha de su anhelo más allá de sí mismo y en el que cuerda de su arco ya no sabrá vibrar!”[10]

Luego en el Discurso Zaratustra nos habla de las tres transformaciones que padece el espíritu: tú debes (camello), yo quiero (león) y juego creador (niño). No es virtud vencerse a sí mismo, eso es temor. El yo creador es la medida de todas las cosas y no “otro mundo”. El que desprecia su cuerpo desconoce que en él reside el sí mismo que incluso define al espíritu. Amando las virtudes el hombre perecerá. En la plebe el espíritu se ha trivializado. El noble crea nuevas virtudes, el bueno se aferra a las viejas virtudes. Los sacerdotes son los predicadores de la muerte, al contrario, hay que aprender a morir ni demasiado pronto ni demasiado tarde, morir a tiempo es un arte. Aconsejo valentía lucha y victoria. Donde acaba el nuevo ídolo llamado Estado allí comienza los puentes del superhombre. Todo lo que es grande se aparta del mercado, la fama, el pueblo y huye hacia su soledad. El verdadero casto se ríe incluso de su castidad. Capaz de amistad es aquel que no es tirano ni esclavo. La humanidad ha tenido mil metas, falta la única meta. Aman al prójimo los que huyen de sí mismos. La mujer es un enigma dulce y amargo, ama el ser poseída, el hombre es sólo malvado pero la mujer es mala. El mejor amor es amargura, por eso despertad la sed del superhombre. Virtuoso es el que está por encima del encomio y censuras, lo agradable y lo blando, tenéis poder, un pensamiento dominador y un alma inteligente. Así se cierra su prédica sobre el superhombre.

 

La segunda parte se llama El niño del espejo y expresará la idea básica de la voluntad de poder. Aquí ahondará con las siguientes reflexiones: No se puede crear un Dios, pero sí un superhombre. La sangre es el peor testimonio de la verdad. La expulsión de recompensas y castigos es precisamente el tú debes kantiano. La virtud no debe ser algo ajeno sino nuestro sí mismo. Las tarántulas son los predicadores de la igualdad. Los hombres no son iguales, pero hay los que predican la doctrina de la igualdad. Esto es su rechazo de la democracia y el socialismo. Defender la jerarquía y la desigualdad es defender la nobleza del alma. Los sabios célebres no sirven a la verdad, sino a la superstición del pueblo. La vida es voluntad de poder. El motivo oculto de nuestras acciones nobles es el resentimiento. Dudéis del pueblo cuando habla de grandes hombres. Di tu palabra y rómpete. El que quiera vivir entre los hombres debe saber beber de todas las copas. Dicho estas cosas Zaratustra rompió en llanto y partió solo, abandonando a sus amigos. Así, su idea del superhombre lleva al concepto de la voluntad de poder, como esencia de la vida de la Tierra.

 

La tercera parte del Zaratustra se intitula El Viajero. Es la parte medular de su pensamiento. Zaratustra se dirige a su caverna para enfrentarse a su pensamiento más enigmático. Después de haber hablado del superhombre a todos, de la muerte de Dios y la voluntad de poder a unos pocos, hablará del eterno retorno sólo consigo mismo. Después de haber dicho: “Todos los dioses están muertos, ahora queremos que viva el superhombre”, advierte que la voluntad de poder está en el tiempo y no puede ir contra éste. Y es entonces cuando se señala que el centro del pensamiento de esta tercera parte es la idea del retorno. La idea del eterno retorno de lo mismo es la nueva tasación de los valores. Su última cumbre es ver el eterno retorno de lo mismo como el corazón del mundo. Así frente al pensamiento paralizante del enano, Zaratustra evoca el coraje de la voluntad de repetición. El pensamiento de Zaratustra sólo se asoma a la amplitud universal cuando rechaza la infinitud del tiempo, y en su lugar ve desde dentro el tiempo intramundano del eterno retorno de lo mismo. El ciclo del tiempo pensado como la serpiente que se muerde la cola, el círculo del Uróboros, símbolo de la unidad de todas las cosas que no desaparecen nunca en un ciclo perpetuo de creación y destrucción.

 

En realidad, se trata de un pensamiento asfixiante donde todo regresa y todo progreso humano es vano. Para Nietzsche el verdadero iluminado es capaz de soportar y resistir esta idea de una transformación incesante de la existencia. Se trata de un futuro ya fijado donde se repite lo que ya aconteció. Si en este contexto todo riesgo es absurdo e inútil, aceptar justamente ello, el fracaso fatalista del instante, permite ver que el manantial de la eternidad está más allá del bien y del mal, lo axiológico sucumbe ante esta nueva ontología de la inmanencia del eterno retorno de lo mismo. De ese modo eternidad y temporalidad quedan unidos en el ciclo del devenir. El tiempo es lo eterno, y la esencia del tiempo es la eterna repetición. Esa es la revelación recóndita que Zaratustra sólo hablará consigo mismo. La esencia del tiempo como eterno retorno mismo es el último fundamento donde se opera una inversión de la moral. Ahora la voluptuosidad, el afán de poder y el egoísmo son valores que afirman lo finito. Así el retorno de lo mismo no surge del tiempo, sino que es el tiempo mismo. El superhombre es el que conserva la voluntad de voluntad a pesar de la eterna repetibilidad. Cuando los animales llaman a Zaratustra y son ellos mismos los que exponen su enseñanza:

 

Mira, sabemos lo que enseñas: que todas las cosas se repiten eternamente y también nosotros con ellas, y que nosotros ya hemos existido innumerables veces, y todas las cosas con nosotros… Todo va y todo vuelve. La rueda de la existencia gira eternamente. Todo muere, todo vuelve a florecer: eternamente corre el año del ser.

 

Y esta tercera parte termina repitiendo el estribillo: ¡Pues yo te amo, eternidad!

En realidad, Nietzsche no elabora explícitamente el concepto del tiempo, ni hace el análisis ontológico de la finitud. Sus razonamientos son cuestionables, y haciendo del devenir lo único eterno sigue aferrado a la noción antigua del ser como lo permanente. No justifica el ser como devenir, simplemente lo afirma, no hace el análisis fenomenológico del instante, solamente lo sostiene. El desarrollo precario de sus conceptos de infinitud y repetición llevan a que su doctrina sea cuestionable y equívoca. Quiere imponer sus ideas mediante el pensamiento paradójico y lo consigue a medias. Hay mucho de indecible en el tiempo intramundano. En el capítulo Del Gran Anhelo se alude al deseo que tiene el hombre de asomarse al espacio y al tiempo en su apertura cósmica, es un atisbar la eternidad por encima de todos los procesos existentes. Es un lugar donde desaparece la diferencia entre lo pasado y lo futuro. Predomina el presente eterno.

 

Por eso Zaratustra no sólo siente desprecio por el hombre, sino también amor, porque sabe que es la imagen del superhombre que logrará la visión de la totalidad universal en el eterno retorno de lo mismo. Ese ser liberado de Dios y del trasmundo, sabedor del eterno retorno, y elevado por encima de todo vínculo con lo existente se eleva al amor fati, al amor por el destino o querer lo necesario. En su conceptualidad paradójica es capaz de ver lo intramundano en su principio de individualidad y en su totalidad como voluntad de poder que discurre en el eterno retorno de lo mismo. Ver el eterno de lo mismo no es salirse de lo intramundano, sino que es ver la otra cara de lo mismo. Lo intramundano es un presente que se repite indefinidamente.

 

La gran repetición eterna es descrita cantando por Zaratustra, como la gran embarcación que flota en las aguas del devenir. Pero el señor de la barca es Dioniso, el dios de la embriaguez y del juego. En suma, la respuesta al gran anhelo del hombre es Dioniso, la venida del mundo es algo dionisíaco. El canto dionisíaco que se entona en los dos últimos capítulos de la cuarta parte del Zaratustra es la llegada en el hombre de su apertura cósmica. Si el sufrimiento sólo ve la fugacidad del tiempo, el placer ve más hondamente porque quiere la eternidad.

 

El dolor dice: ¡pasa!

Más todo placer quiere eternidad,

¡quiere profunda, profunda eternidad![11]

 

El gran anhelo es el gran año, y éste es la llegada en el hombre de la apertura cósmica, cuando desaparece la diferencia entre lo pasado y lo futuro, el hombre se libera de Dios y del trasmundo. El gran anhelo del hombre es Dioniso, el que juega alegre de placer con el eterno retorno de lo mismo. Es el placer el que ve más profundamente la eternidad.

 

Pero bien visto, se trata de la triste eternidad de lo finito en una desilusionante repetición. Y esa es la tragedia del hombre contemporáneo y Nietzsche lo representa. El hombre relativista y hedonista de hoy ha perdido el horizonte de lo eterno trascendente, es temporalista y antieternalista por excelencia, y por ese camino el occidente liberal se ha deslizado hacia el inmoralismo y el nihilismo disolvente. La humanidad pende de un hilo por causa de la descomposición del espíritu burgués.

 

Nos preguntamos, ¿Y qué sucede cuando el placer no encuentra eternidad? Parafraseando un verso del Conde de Von Platen se puede improvisar recitando:

 

El que ha visto que el placer quiere eternidad/

está ya a la locura entregado.

 

Pues, resulta muy significativo que Nietzsche perdiera la lucidez mental al ver interrumpido su placer dionisíaco, tras espectar en Turín cómo sufría un caballo que era duramente castigado por su dueño. Para comprender su hipersensibilidad y delicada salud, que condiciona su modo de escritura, haremos un breve excurso por su biografía. Al respecto cabe recordar que por la rama materna y paterna Nietzsche recibió la herencia de la enfermedad mental. Su padre muere a los 35 años y él apenas un niño de 4 años siente su ausencia. Rodeado de mujeres -su abuela, tías, madre y hermana- era el niño idolatrado. El niño resultó miope, serio, y gustaba del campo y la soledad. Fue alumno destacado y su talento literario ya se había manifestado a los 8 años. Como camillero en la guerra Franco-Prusiana le dan de alta por padecer de gastritis, insomnio, hemorroides, dolores de cabeza, vómitos y nerviosismo. Y en esas condiciones empieza a escribir su primer libro, El nacimiento de la tragedia. El prestigioso Wilamowitz rechaza su dupla apolíneo-dionisíaco, que el culto de Dioniso surgiera de lo trágico, y le pide que dejara de enseñar filosofía. Wagner y Cósima sospechan de su sexualidad y le recomiendan que se casara para que “volviera al mundo”. Pero Nietzsche tiene sus ojos en peor estado y se alegra de no poder leer para sólo oír su propio pensamiento. A punto de cumplir los treinta años el alejamiento de sus dos amigos golpea su narcisismo, uno para ser sacerdote y el otro para casarse. Escribe su tercera Consideración intempestiva. Para salir de la soledad piensa en el matrimonio, pero mientras una está en el manicomio, la otra anda enamorada de su profesor de piano. Un alumno suyo describe su contraste con Burckhardt: viste a la moda, una casa arreglada, muebles finos y cómodos. Rompe con Wagner no por ser este germanófilo, sino por decirle a su óptico que le recomendara contraer matrimonio y se alejara de la masturbación.

 

Su familia era apegada al nacionalismo y su hermana al antisemitismo. Catedrático a los 25 se jubila a los 30. Renuncia a la universidad, recibe una pensión, se vuelve apátrida, y no pudiendo dedicarse a la jardinería se dedica al vagabundeo. Se vuelve un filósofo nómade. En 1881 se encuentra a gusto en Sils María. Sólo había publicado dos libros. Las montañas italianas le inspiran su tercer libro, Aurora, luego en Roma conoce a la mujer fatal, Lou Salomé, que también cautivaría a Rilke y a Freud. Enamorado de ella le propone matrimonio y ella no se interesa. Él la llama “cerebro sin alma”. En realidad, era inepto para las mujeres. Antes se había enamorado también de Cósima Wagner. Tras el decepcionante idilio tiene un enfrentamiento familiar que lo tildan de “menesteroso y cobarde”. Escribe La gaya ciencia, donde aparece su idea de la muerte de Dios, y hace su aparición el loco y Zaratustra. Promete vivir en soledad. Se sume en el mayor aislamiento, cambia siempre de domicilio y de lugar de descanso.

 

Es 1882 y con 40 años publica Zaratustra, donde postula el ideal del superhombre. En 1883 al publicar sin éxito la segunda y tercera parte del Zaratustra siente cercana la locura. Su amiga Resa lo encuentra desequilibrado. En 1884 escribe la cuarta parte y el editor se niega a publicarlo. Vienen sus últimas obras que asocian el superhombre con la bestia rubia. Ese elemento luego sería asociado con el totalitarismo nazi, convirtiéndose en un pensador peligroso y antihumano. Le gusta el calificativo que le hace Georg Brandes de “radicalismo aristocrático”.

 

Pero su amigo Rhode se aparta al advertir su megalomanía y locura. Nietzsche entra en una fase de locura eufórica. Escribe El ocaso de los ídolos, donde cree completar la transvaloración de todos los valores. Todo lo producido en 1888 en Turín, año de asombrosa fertilidad, -Ecce homo, El Anticristo- está sellado bajo la época sifilomaníaca, paranoia autodeificadora, muecas involuntarias, correspondencia disparatada y formas con alias delirantes. Su psicosis avanza. Vive volcado contra el cristianismo, se siente un Dioniso-Anticristo. Entra en el crepúsculo mental completo en 1889. Recién se disparan la venta de sus libros.

 

Quien luche con monstruos debe cuidarse de no convertirse en uno él mismo. Y cuando se mira fijamente un abismo durante largo tiempo, el abismo le devuelve la mirada a su interior.[12]

Entra en la locura al ver a un caballo siendo castigado por el dueño. Se desploma. Se lo lleva a su habitación. Mantiene un comportamiento descontrolado y anormal, esto hace que lo llevaran al manicomio de Basilea y luego al de Jena. Su estado psicótico se tranquilizó hasta que le fue entregado a su madre, y ésta lo cuidó como un niño incontinente y sumiso.

 

¿Puede un asno ser trágico? ¿Puede alguien sucumbir bajo un peso que no puede ni llevar ni arrojar?... El caso del filósofo.[13]

 

Tan trágico como su sumergirse en la locura fue lo que vino después con su hermana Elisabeth. Paga una suma apreciable a su madre para manejar el Archivo de su hermano. Muere su madre Franziska. Elisabeth se adueña del archivo y lo trafica. Lo distorsiona y alienta su nazificación. Nietzsche desaparecido en 1900 en estado vegetativo, ni se imaginó su asociación con el nacionalsocialismo, racista y guerrerista. No se cumplió su profecía de que la crisis abierta por el último hombre tras la muerte de Dios solo podría ser superada por el advenimiento del superhombre.[14]

El sucinto recorrido biográfico hace comprender tres cosas, nada pequeñas. Primero, que su escritura aforística y apotegmática está condicionado por su crítico estado de salud, que no le permite una redacción continuada y sistemática. Su vista es cada vez más débil y sus jaquecas más insoportables. Lo cual le impiden una escritura continuada y apacible. A ello se añade luego su psicosis y delirio paranoide en franco progreso, que ya era advertido por sus seres más cercanos. Segundo, y esto solamente es hipotético, su extravío del sentido de lo sagrado y del ser va al compás de la agudización de sus dolores físicos, trauma familiar, infelicidad amorosa, indiferencia ante su pensamiento y avance de su patología mental. Lo cual significaría que no todo en su pensamiento viene de la lucidez mental. Es como si fracaso en la vida fuera compensado por un delirante éxito en su pensamiento. Y tercero, que en él no hay tres máscaras como piensa Deleuze, sino tan sólo una. Para Deleuze Nietzsche tiene tres máscaras: Dioniso en la juventud, Zaratustra en la madurez y el Anticristo en la “vejez” o apoteosis.

 

Esta imagen de Deleuze distorsiona completamente el pensamiento de Nietzsche, porque Dioniso encarna el juego cósmico final que justifica al amor fati o amor al destino. No son ni siquiera algo así como las posibles tres caras de Jano, sino un solo rostro que se transfigura en el juego cósmico del devenir en eterno retorno de lo mismo.

 

Por eso, la conclusión del Zaratustra es que la eternidad es la eternidad del propio mundo, y dicho personaje llega a su última madurez cuando supera la comprensión del hombre superior aferrado a la nada. La metafísica de lo inmanente está consumada. Ahora lo que falta consumar es la destrucción de la tradición occidental existente. A eso se abocará en su etapa final.

 

Después de su obra cumbre del Zaratustra viene el conjunto de sus obras finales que concluyen con la obra inconclusa de La voluntad de poder. Si Zaratustra es su parte positiva y propositiva, el último periodo es su parte negativa y destructiva. El ataque al cristianismo con odio diabólico se hace manifiesto. Y dice que su nuevo dios Dioniso le enseñó nuevas verdades y valores. Está en la cúspide de su etapa sofística, sigue siendo impreciso y ambiguo. Este último y cuarto periodo de la segunda parte que hemos llamado de la Predicación comprende las obras siguientes: Más allá del bien y del mal (1886), Genealogía de la moral (1887), El crepúsculo de los ídolos (1888), El Anticristo (1888), Ecce homo (1888) y La voluntad de poder. Todo este cuarto periodo se encierra en el esfuerzo nihilista de destruir la tradición occidental.

 

Más allá del bien y del mal representa un glosario conceptual de Zaratustra y el inicio de su última etapa. Su idea central es ambigua, porque la expresión “más allá” de las morales decadentes representa también un retorno más acá hacia una época premoral, sin bien ni mal. Pero la idea central es que la moral superior está más allá del bien y del mal. Reducir la voluntad de verdad a voluntad de poder es una nítida declaración nihilista. El tema es una crítica a la modernidad desenvuelta con una “crueldad declarada”. Critica a los filósofos de la verdad, defiende una época extramoral, señala las tareas de una nueva ciencia de la moral, compara el intelectual europeo con un animal de tiro, ridiculiza la emancipación femenina falsamente entendida, critica implacablemente al Reich y sostiene que sólo una nueva época de casta puede sacar a Europa de su empequeñecimiento. Termina presentando a Dioniso como el dios-filósofo, que enseña nuevas verdades y valores.

 

Ya antes, en La gaya ciencia, había dicho:

 

¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos entre los asesinos?

Ahora en Así habló Zaratustra vendrán expresiones rotundas como las siguientes:

 

 Yo predico el Superhombre. Yo os anuncio el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado… El superhombre es el sentido de la tierra (III)

No hay demonio, ni hay infierno, tu alma estará muerta aún antes que tu cuerpo. ¡Nada en absoluto tienes, pues, que temer! (VI)

El hombre es algo que debe ser superado

 (De las alegrías y pasiones)

 

Hay una sola cosa imposible en todas las cosas: racionalidad (72)

 

Todo placer quiere eternidad en todas las cosas (XI)

 

¡El placer es más profundo aún que el sufrimiento!...

Más todo placer quiere eternidad (XII)[15]

 

En Genealogía de la moral la nueva tasación de los valores queda marcada por la idea de la “inversión”. Ataca a los judíos como pueblo sacerdotal, interpreta la historia de Occidente de forma extremadamente simplificada, señala que la esencia del hombre es la crueldad, instinto básico  que consiste en el placer por ver sufrir y hacer sufrir, idea masoquista que se asocia a otra cuando enaltece al hombre como bestia reprimida, asocia el ascetismo con la nada, el trasmundo, la negación del mundo terrenal, y al sacerdote con el ideal opuesto a la vida, y enfatiza que el hombre es puente hacia el superhombre.

 

Pero el ser del valor no se problematiza. Le falta claridad en sus ideas, pero deja entrever una postura metafísica contradictoria donde reduce todas las nociones de verdad a la voluntad de poder. La voluntad de poder es un concepto ontológico que designa el dinamismo de todo ente, todo ser es un impulso de supremacía. Pero, así como hay morales como constructos de poder en auge hay otras que se hunden, y, por ende, están sumidas en la impotencia. O sea, la voluntad de poder se manifiesta de dos modos: como poder e impotencia. La nueva moral de los amos experimenta la muerte de Dios, y la moral de los esclavos experimenta el miedo al Señor. Superhombre y hombre orientado a Dios son dos polos opuestos. Y sobre esa base Nietzsche quiere hacer guerra contra toda forma de humanidad alienada.

 

Su prosa henchida de odio demoniaco prosigue en El Anticristo. Es una obra que sintetiza toda la obra de su último periodo. Su mensaje más profundo es que Dios está muerto porque lo humano exige la muerte de dios. El hombre tiene que crearse ex nihilo, tiene que volverse dios, superhombre, tiene que trasmutar todos los valores, destruir la moral de esclavos, de rencor propio del socialismo, anarquismo y socialismo, a sumir la moral del señor, noble, propio del aristocratismo, no renunciar al mundo, sino aceptarlo tal cual es.

 

En su crítica al cristianismo señala que la dinamita cristiana es la idea moderna de la igualdad de las almas ante Dios, pero ese es el principio de la decadencia de todo orden social. No se refiere a la igualdad jurídica, sino a la espiritual. Y le parece horrible que el ideal humano no sea la mayor desigualdad y diferenciación espiritual posible. Nietzsche fue contemporáneo de Marx, pero no conoció el socialismo más que superficialmente, su propaganda, pero no su esencia. Nunca su pensamiento avanzó hacia una interpretación económico social de la sociedad y el hombre. Su crítica a la metafísica es desde categorías vitales instintivas, y nunca desde categorías sociales. Por eso su revuelta aristocrática radical se queda en un individualismo utópico y nihilista incapaz de transformar al hombre y la sociedad.

 

Este dulce mensajero murió como vivió, como enseñó, no para redimir a los hombres, sino para mostrar a los hombres cómo se debe vivir (35).

Casi dos milenios y ni un solo nuevo Dios (19)

 

La nada divinizada en Dios, la voluntad de la nada santificada (18)

 

El reino de los cielos es un estado del corazón, no una cosa que advierte en la tierra o después de la muerte (34)

 

Ya la palabra cristiano es un equívoco: en el fondo no hubo más que un cristiano, y éste murió en la cruz (38)[16]

 

El ocaso de los ídolos prosigue su ataque feroz anticristiano: el más allá no existe. Se trata en el fondo de un ataque radical al platonismo y a todo idealismo. Existe sólo lo mundanal y terreno. La muerte de Dios es superación de la trascendencia de los valores. La ontología metafísica es sustituida por la ontología terrenal, inmanente, el puro devenir de la voluntad de poder. El ser permanente es una ilusión. El único ser que existe está en devenir. El fin de los ídolos -Dios, moral, idealismo- está cerca, se aproxima el reino del superhombre, situado más allá del bien y del mal. Pero contra lo previsto por Nietzsche el advenimiento del siglo sin Dios no marcó el ocaso de los ídolos, sino, al contrario, surgieron nuevos ídolos de índole inmanente y terrenal. Los totalitarismos políticos de todo cuño así lo testimonian. Pero también tiene que ver con la metafísica de lo religioso, donde se muestra que el hombre puede vivir sin confesión religiosa, pero no sin el acto de trascendencia, como lo hace ver Alfred Müller-Armack.[17] En el mundo secularizado e inmanente, doblegado por el positivismo al relativismo, se genera la formación inmanente de ídolos. Nietzsche no se da cuenta, pero la secularización es la nueva fe en lo terrenal. El superhombre queda convertido en un nuevo ídolo inmanente.

 

La última obra publicada por Nietzsche lleva por título Ecce homo. Considerada también como una autobiografía, pero que no refleja al hombre Nietzsche, sino al Nietzsche escritor y filósofo. Su persona lejos de ser el héroe de sus libros está llena de dobleces. Es una autobiografía más unida a su ideal de superhombre que a su vida fracasada. Fracasada como hijo y hermano, como profesor universitario, como hombre que nunca pudo casarse, como escritor que no pudo conocer en vida el éxito editorial, como vecino que siempre estaba cambiando de domicilio, como amigo que exigía una reverencia incondicional, como ciudadano que se convierte en apátrida, su salud era pésima, su vista más una carga que una ayuda. Su cuerpo no deja de torturar su mente desde hace décadas. Sólo tenía en sus manos su vida como pensador, como intelectual, que propone revolucionar la visión del mundo.

 

Empecemos por el título, muy significativo, por cierto, porque alude no a la voluntad de un Dios inexistente, ni a la voluntad veleidosa de los hombres, sino a la voluntad del destino, al amor fati. Efectivamente, en el Evangelio “Ecce homo” son las palabras pronunciadas por el gobernador romano Pilatos al presentar a Jesús junto al famoso criminal Barrabás ante la muchedumbre, creyendo que así lo podrá liberar y evitar la muerte de un inocente.[18] Pero el pueblo elige liberar a Barrabás y condenar a Jesús. Entonces, Pilatos procede a lavarse las manos como señal de que no quiere hacerse responsable de la muerte de un inocente. Esa fue la voluntad de Dios: la condenación de su Hijo para salvar a la humanidad de sus pecados.

 

Pero ocurre en Nietzsche, que, cuidadosa y mefistofélicamente, utiliza las mismas palabras para sustituir la voluntad de Dios por la voluntad del destino. Recién ahora podemos decir que se tiene el cuadro completo, a saber, la voluntad de poder es voluntad del destino, que está más allá del bien y del mal, es la nueva moral de los amos, del hombre cruel, del Anticristo, que señala el ocaso de los ídolos trascendentes, pero que abre la puerta al ídolo terrenal de Dioniso, el cual es el Ecce homo que representa la voluntad del destino. Por ello, Ecce homo no es una crónica temporal, ni una confesión cristiana atravesada por la gusanera humildad, sino la expresión de una voluntad gozosa de eternidad, una muestra de gratitud hacia la vida, donde vislumbra la llegada del superhombre, y refirma la voluntad de poder, que volverá a vivir un número infinito de veces en un eterno retorno de lo idéntico.

 

Para el padre dominico T. Urdánoz el libro es una defensa y una exaltación de sí, pero en el sentido en que es la humanidad la que tiene que dar cuenta de su error. Para E. Faguet se trata de un libro patológico que precede a la vesania y el extravío mental. Para Klossowski su locura representa una prueba irrefutable de su pensamiento, de la lucha entre su pensamiento y su cuerpo. Mientras que para Bataille es una demostración de su derrota ante la vida, de su impotencia, que lo lleva a compensarse levantando una cumbre inalcanzable.

 

Si estas opiniones no andan tan descaminadas, entonces, ante el descalabro mental ¿su parapeto filosófico no le sirvió de nada? ¿O ya estaba condenado en hundirse en la locura por los antecedentes familiares? ¿Era su destino volverse un insano mental y así lo percibió? ¿De ahí puede provenir su amor fati o amor al destino? ¿Sufrió tanto como hombre que se inventó la llegada del superhombre? ¿Renunció a Dios ante una vida tan doloroso física y mentalmente, para compensarla con la voluntad del destino? ¿Es la voluntad de poder una sublimación de su propia voluntad fracasada y menguada en la vida? ¿No es locura demoniaca contraponerse al propio Crucificado?

 

Para Nietzsche Dios designa una moral hostil a la vida, es un vampiro de la vida, una moral ontologizante porque establece lo permanente como lo bueno. Y así el hombre se aparta del mundo verdadero. La ontología de Nietzsche hace al ser en devenir y temporal en ser verdadero. Esta eliminación de la diferencia ontológica es para Nietzsche el punto culminante de la humanidad. Su forma teológica la sustituye por la cosmológica, pues predomina el dinamismo de lo finito como voluntad de poder en el tiempo del eterno retorno de lo mismo. A pesar de todo, no logra un desarrollo sistemático de su nueva ontología.

 

En el Prólogo afirma que es el discípulo del filósofo Dioniso, que no habla como un fanático profeta, y que el único mandamiento será encontrarse a uno mismo. Luego vienen una serie de títulos egolátricos y narcisistas. En Por qué soy tan sabio, sostiene que tiene olfato finísimo para detectar lo elevado y lo decadente. Añade que desde su lecho de enfermo redescubrió la vida, hizo de su voluntad de estar sano y vivir una filosofía.

 

En Por qué soy tan inteligente, responde que los es porque cambió todos los productos de la imaginación que la humanidad tomó en serio -Dios, alma, virtud, pecado, inmortalidad, verdad- por el amor a la vida. La verdadera grandeza del hombre consiste en amar el destino. En Por qué escribo tan buenos libros dice: porque soy un antiasno, un monstruo de la historia universal, un anticristo. Soy un psicólogo incomparable que purifica la sexualidad. A partir de aquí viene la evaluación de sus obras. Considera que El origen de la tragedia demostró que los griegos resolvieron la antítesis entre lo apolíneo y lo dionisíaco mediante la síntesis de la tragedia. Sócrates es el instrumento de la decadencia. Y prevé el advenimiento de una época trágica.

 

Sobre Consideraciones intempestivas advierte el tono beligerante en su integridad y el ejercer un librepensamiento de nuevo cuño. De Humano, demasiado humano colige que se liberó del idealismo, demostró el mundo inteligible no existe, y que el hombre moral se aferra a erróneas fantasías. Sobre Aurora piensa que emprendió una guerra contra la moral o la moralina, y que la nueva moral debe sustentarse en la fuerza de los instintos naturales. De La gaya ciencia dice que es un libro afirmativo y de agradecimiento por el maravilloso mes de enero que vivió.

 

Así habló Zaratustra lo aprecia como un lugar aparte. Fueron dieciocho meses de embarazo, donde la inspiración fue una encarnación. Pero paga caro ser inmortal: queda debilitado y un silencio lo rodea. Más allá del bien y del mal es visto como una crítica acerba a la modernidad a través de la inversión de los valores. No hay objetividad, sentido de la historia ni compasión. La genealogía de la moral tiene un final feroz, porque considera la conciencia no como la voz de Dios, sino como el instinto de crueldad que se vuelve contra nosotros. El ocaso de los ídolos significa que el fin de la vieja verdad está próximo. El caso Wagner es un ataque a todo lo decadente y alemán. Y concluye con Por qué soy un destino. Y responde por negar la moral cristiana y que el hombre bueno sea el tipo superior. Todo eso es vampirismo e ideas antitéticas de la vida.[19]

 

Ante ello no puede pasar desapercibido la consideración de Karl Jaspers que estima que la lucha de Nietzsche contra el cristianismo es desde exigencias cristianas, tratando de provocar una reacción contra el nihilismo, pero él mismo no llega a ofrecer una filosofía acabada.[20] No obstante, no es exigencia cristiana sustituir el ser por el devenir, hacer desembocar lo axiológico en una ontología de lo inmanente. La consideración de Jaspers está muy centrada en El Anticristo, pero dicha obra -como todas las demás- tienen que ser vistas orgánicamente, y sólo así revela que la nueva ontología en la que Nietzsche desemboca se resuelve desde exigencias totalmente anticristianas y metafísicas. No se trata de afirmar como Heidegger que Nietzsche es un pensador metafísico y no vitalista porque ve la Vida como el ser en devenir y la voluntad de poder como arte. No, en Nietzsche la voluntad de poder se sume en un eterno retorno de lo idéntico sin finalidad cósmica alguna. La voluntad de poder no se resuelve en arte porque en el arte hay finalidad, mientras que en Nietzsche el dios Dioniso teje y desteje sin propósito y en tono de juego todo el armazón cósmico. Pero qué es la Voluntad de Poder.

 

Su obra póstuma La voluntad de poder[21] es una recopilación de sus editores, pero hay aportes como el del nihilismo y sus etapas. Desconfía de la verdad y de su propia filosofía. Las cosas son ficciones de la voluntad de poder. Su apología del hombre pasa por el olvido de Dios. Pero el tercer libro aborda el tema que da título a la obra. Es cuando arriba a conclusiones nihilistas: no hay cosas, sólo oleaje cósmico vital. Su ontología negativa de la cosa es el contenido de su gnoseología ficcionalista. Sólo existe el flujo del devenir. Pero Nietzsche no distingue con claridad entre verdad del devenir y verdad del ente. Da la impresión que al final privilegia lo ontológico sobre lo óntico. Es un Parménides al revés, es un Heráclito que convierte el devenir en lo absoluto que arrolla la verdad del ente. Lo cual resulta desconcertante porque lo hemos visto defender la verdad de la tierra contra lo trasmundano. Pero Nietzsche ya nos tiene acostumbrado a sus ambigüedades. La voluntad del devenir es movimiento creador y destructor de la voluntad de poder, y la voluntad de poder es el devenir infinito. Se trata de una y la misma cosa. Naturalmente que hay diferencia entre la intuición del devenir y el concepto categorial. Las cosas son constructos mentales, no reales. El hombre falsea el mundo porque piensa. En última instancia, no es el hombre, sino la voluntad de poder como fuerza cósmica la que crea las ficciones. En suma, la voluntad de poder impera en todos los fenómenos.

 

En este último libro subraya que hay que adiestrarse en que el hombre dominador se reintegra a la tierra, porque la voluntad de poder es individualización, y eterno retorno es reintegración al flujo cósmico, a lo eterno. Entonces, el momento óntico es el principio de individualización que opera la voluntad de poder, y el momento ontológico es el eterno flujo cósmico. Ambos son procesos inmanentes, su nueva ontología y metafísica son de ese matiz. El ente en cuanto tal es voluntad de poder, y la totalidad de lo que existe es eterno retorno. El ser como valor desemboca en ser como voluntad de poder y eterno retorno, ante lo cual sólo queda amar el destino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SIGNIFICADO

 

 

 

 

 

 

Como hemos visto la filosofía de Nietzsche no puede ser entendida desde sus puntos intermedios, sino desde su cenit. O sea, desde su idea culmen del Amor fati. Ese amor al destino es lo que retrata cabalmente su pensamiento inmanentista y ateo, y que en buena cuenta no lleva sino al imperio de lo efímero, lo contingente, y el devenir. El ser como devenir sin propósito ni sentido es el cumbre de su pensamiento.

 

Por eso es metafísico, porque da fundamento a una visión última de la realidad de índole inmanente. Pero ese ha sido el destino de la metafísica moderna. Nietzsche representa el florecimiento de la metafísica en su índole inmanente moderna. En este sentido Heinz Heimsoeth tiene razón cuando escribe en su afamado libro La metafísica moderna[22] que su desarrollo ha sido de inmensa importancia en la Edad Moderna. Las épocas verdaderamente fecundas y creadoras de la filosofía han sido de florecimiento de la metafísica.

 

Sólo que nosotros acotaríamos tres cosas: primero, que la metafísica moderna da cuenta de los fundamentos del mundo desde una perspectiva terrenalista, inmanente y secular; segundo, tiene su base social en la burguesía en ascenso histórico; y tercero, que la metafísica moderna desde el siglo XIX refleja la senda de crisis y decadencia espiritual y material de la hegemónica burguesía capitalista. Lo cual no significa suscribir el determinismo marxista de la estructura económica sobre la superestructura ideológica, pero tampoco significa desconocer que la filosofía responde a las preocupaciones de su tiempo y no se desarrolla sin conexión con una determinada época histórica. En otras palabras, la susodicha Razón autónoma tiene su fuente en la vida espiritual y material de su tiempo. Y Nietzsche no es la excepción, su filosofía se corresponde con la decadencia nihilista de la razón moderna de la burguesía tardía, profundamente amoral, descreída, cruel, egoísta e irracional.

 

Como bien destaca Gilles Lipovetsky en sus célebres ensayos La era del vacío (1983) y El imperio de lo efímero (1987), el síntoma del cambio por el cambio señala el corazón mismo de la modernidad. Todo se vuelve momentáneo, el instantaneísmo es lo que predomina, el presentismo borra toda memoria y toda historia. El sujeto deshistorizado marca la nota saltante en la estructura moderna donde impera la manipulación del individuo. Ante ello cabe acotar que Nietzsche escribe en pleno auge de los imperialismos coloniales, mientras que Lipovetsky lo hace en plena era de la globalización neoliberal. ¿Qué guardan en común? Nada menos que la intensificación de una estructura económica y cultural profundamente deshumanizada, que reduce al ser humano al triste papel de consumidor, que se ensaña en la invención de necesidades innecesarias, ficticias y superficiales, que acelera el tiempo, la vida y el movimiento, que el primer Marx de los Manuscritos lo condenó por conducir al hombre a una vida sin esencia, que Simmel en su Filosofía del dinero denunció por reducir todo valor a mercancía, que Sartori en su ensayo Homo videns increpó la sociedad teledirigida por sustituir al homo sapiens por el homo videns, que Agamben en su ensayo Homo sacer mostró el aniquilamiento de la individualidad en la estructura de la modernidad, y esa estructura se llama capitalismo, como quinta esencia de la modernidad.

 

Efectivamente, el amor al destino de Nietzsche es una sublimación aristocrática de una mente que reacciona contra el sistema, pero desde el sistema, y por ello no logra librarse de él. El amor fati es la aceptación del destino del más fuerte, creador de nuevos valores, pero para que al final todo sucumba como una repetición de lo mismo. La creatividad y la libertad humana resulta siendo una parodia que no puede sino más que la aceptación de la necesidad cósmica del juego de Dioniso. Es por ello que la gran contradicción de la filosofía nietzscheana es que lo que al comienzo aparecía ser una alegre filosofía de la libertad termina siendo una oscura y triste filosofía de la necesidad. Efectivamente, su pensamiento se parece a una ópera trágica que promete mucho con la muerte del Dios, el superhombre, la voluntad de poder y la inversión de los valores, pero que acaba en bufonada carnavalesca con el eterno retorno de lo mismo y el amor fati.

 

De ahí que es una grave limitación entender a Nietzsche desde la voluntad de poder, donde el ser es valor. Esta es la interpretación de Heidegger en Caminos de bosque (1995) y Nietzsche (1961). En Caminos señala que Nietzsche es todavía prisionero de la metafísica de la modernidad porque define la verdad desde el sujeto, la aletheia es sustituida por la certitudo. Lo cual es absolutamente cierto, pero olvida señalar que el sujeto como voluntad y representación sólo se entiende dentro de una metafísica de la inmanencia. Su Nietzsche enfatiza que no se está ante un pensador moral, sino ante uno metafísico, porque identifica la voluntad de poder con el ser y éste con el valor. Y esto es pensar óntico y no ontológico.

 

Ciertamente que Nietzsche no tocó el problema ontológico del valor, pero es excesivo afirmar que el ser como valor en él no tiene profundidad ontológica. Pues lo tiene, de lo contrario no se comprendería la voluntad de poder en eterno retorno como principio de la realidad. Heidegger deja incompleto a Nietzsche con el fin de meterlo en el saco del nihilismo que olvida el ser. Al contrario, con esta crítica a Nietzsche es Heidegger el que cae en un sesgo ontológico pronunciado que olvida lo óntico. Pero esa solución resulta siendo muy sumaria y expeditiva.

 

En suma, contra Heidegger se puede afirmar que Nietzsche es un pensador metafísico porque reduce inmanentistamente el ser al devenir, y porque en el fondo el valor se da en el tiempo y el tiempo resuelve la densidad del ser. Si en Nietzsche el ser cae al nivel metafísico del valor no es porque su voluntad de poder tiene una limitación subjetivista, al contrario, es porque hay un más allá del bien y del mal, un más allá de toda valoración, que tiene que ver con el fondo dionisiaco del gran juego metafísico inmanente del nacimiento y muerte de todas las cosas. Por lo demás, llama la atención cómo el antihumanismo de Heidegger -el hombre como pastor del ser- se emparenta con el superhombre de Nietzsche, pues el hombre es una realidad a superar. Y tampoco puede pasar desapercibido que el ser y el tiempo en Heidegger guarda el mismo estrecho lazo que mantiene en Nietzsche.

 

Por su parte, Eugen Fink en su La filosofía de Nietzsche (1960) define la esencia del pensar nietzscheano desde el eterno retorno, donde el ser está más allá de lo axiológico. Es decir, la voluntad de poder está más allá de lo axiológico. Por tanto, no es pensar óntico, como quiere Heidegger, sino ontológico. Lo cual es absolutamente cierto, salvo que hay que acotar que su ontología post-axiológica es metafísica de la inmanencia. Y ese es precisamente el corazón de la modernidad, a saber, la metafísica de la inmanencia exclusivamente temporalista y del devenir. Pero esto se nota con mayor nitidez cuando se aprecia el pensamiento de Nietzsche desde el amor fati, donde se ve nítidamente cómo impera el necesitarismo antiguo.

 

Pero cómo es el necesitarismo nietzscheano. Veamos. El empirismo del nominalismo del siglo XIV fue la respuesta extrema al necesitarismo greco-árabe mediante la defensa de la libertad y la omnipotencia divina. Mientras Escoto subordina las ideas a Dios, Occam las elimina, suprime los universales. Aquí ambos oponentes se unen para oponerse al necesitarismo greco-árabe. Tienen presente al Dios puro Intelecto de Averroes y al Dios cuya voluntad se somete necesariamente a la ley de su entendimiento de Avicena. En cambio, el Dios cristiano no obedece a nada, ni siquiera a las ideas. Lo cual es destacado con suma claridad por Étienne Gilson en su Filosofía en la Edad Media.[23] Esto también llevó a decir a Emile Bréhier en su Filosofía en la Edad Media (1959), que mientras la filosofía griega es una filosofía de la necesidad la filosofía cristiana es una filosofía de la libertad.

 

Ahora bien, es interesante observar que en Nietzsche se conserva el núcleo doctrinal del nominalismo, pero en su versión radicalizada: no hay Ideas en Dios, porque no hay Dios, y tampoco hay universales en las cosas, porque no hay universales, sólo existe lo concreto e inmanente. La metafísica inmanente de Nietzsche es una versión extrema de la negación nominalista de la metafísica de lo trascendente. La filosofía nietzscheana es sin saberlo una influencia multiforme del occamismo en el pensamiento del siglo XIX. Hay quienes pueden pensar que solamente hay occamismo en la medida en que se reduce la teología a la simple probabilidad, y como en Nietzsche no hay teología por consiguiente no hay occamismo. Pero esta es una forma de entender el nominalismo occamista, la otra forma es su giro hacia lo individual y concreto, más que poner el acento en lo teológico. Y en esta medida hay nominalismo occamista en Nietzsche. No en vano el occamismo ha sido el origen de la ciencia moderna y de un empirismo radical donde la necesidad natural rige soberanamente.

 

Pero en Nietzsche lo concreto no son las cosas, sino el flujo del oleaje vital cósmico de la voluntad de poder en un eterno retorno de los mismo. Y el superhombre es el asume esta verdad como amor fati o amor al destino. No hay cosas, sólo existe el flujo del devenir en eterna repetición de lo mismo. Como en muchas otras cosas Nietzsche aquí no distingue con claridad entre la verdad del devenir y la verdad del ente. Solamente está obsedido por la verdad del devenir, como movimiento necesario y creador. Lo concreto, las cosas resultan ser constructos mentales, pues el hombre falsea el mundo porque piensa. Pero en última instancia reconoce que no es el hombre sino la voluntad de poder la que crea las ficciones de los entes.

 

En suma, la voluntad de poder impera en todos los fenómenos, y el hombre dominador debe reintegrarse a la Tierra, porque la voluntad de poder es individualización y el eterno retorno es reintegración al devenir cósmico. Y para que esta nueva visión metafísica no recaiga en un nuevo dualismo reintegra ambos en el juego cósmico del nuevo dios Dioniso. Dioniso viene a representar la nueva necesidad cósmica en el flujo del devenir. Se trata de una hipótesis empírica radical presentada en forma aforística. Todo sucumbe en la necesidad de la eternidad del devenir, el ser es el tiempo, pero no de un tiempo asintótico que se dirige hacia un fin, sino cíclico y en repetición. El juego cósmico se parece más a un juego sin finalidad, ni sentido ni propósito. Con ello rompe con toda escatología y teodicea, y en su lugar se instaura el necesitarismo del destino repetitivo. Esa es la cumbre de su metafísica inmanente.

 

Esto llevó a Frederick Copleston a preguntarse en su Historia de la Filosofía[24], si el eterno retorno no es una ficción de la voluntad de poder. Pero dentro de la lógica del amor fati no es una ficción, porque la voluntad de poder no sólo es individuación, creación de valores y dación de sentido al mundo, sino que en última instancia se resuelve en el eterno retorno de lo mismo que hay que amar. O sea, volverá la ignorancia, la metafísica de lo trascendente, su lucha contra él, el último hombre del nihilismo pasivo, el superhombre del nihilismo activo, pero todo sucumbirá en la rueda del tiempo inclemente para volver a repetirse eternamente de modo necesario. Por tanto, la idea del eterno retorno no parece una ficción de la voluntad de poder, como piensa Copleston, sino una necesidad interna.

 

El juego cósmico de Dioniso no tiene propósito permanente, todo sucumbe en un nihilismo cósmico sin fin. No hay Dios, ni sentido terminal en los ciclos sin fin. El que tiene la última palabra no es el hombre como superhombre, ni siquiera la voluntad de poder, lo axiológico se hunde en la noche oscura de la metafísica inmanente, donde el eterno retorno de lo mismo impera y al cual hay que amarlo. Esto en el fondo significa una negación radical del sentido en el universo, consecuencia natural del ateísmo del amor fati. No es un ateísmo cualquiera, pues los hay con la creencia de que el sentido del mundo es creador por el hombre. Pero Nietzsche lleva las cosas más lejos, para sostener que ni siquiera lo humano es el límite del devenir, y éste tiene su propia dinámica en el eterno retorno de lo mismo. La falta de sentido del universo puede parecer un panorama infernal, pero Nietzsche piensa en los fuertes, en el superhombre que no se ilusiona con nada.

 

En consecuencia, se puede decir, sin embargo, que lo realmente significativo en su filosofía no es la voluntad de poder, que nos lleva al eterno retorno de lo mismo, ni el amor fati, sino que todo es una ficción en el juego cósmico de Dioniso. El ser cósmico es finito y temporal, sin término ni propósito, carece de sentido y verdad. Todo está más allá del bien y del mal, de lo verdadero y lo falso. Lo axiológico sucumbe ante una nueva ontología de índole inmanente. Todo está imbuido en un proceso de creación y destrucción sin propósito ni final. Es el fin de todas las ilusiones, el nihilismo total.

 

Y aquí es cuando surge un tema crucial. ¿No será que Nietzsche está expresando, más bien, la dramática crisis espiritual de la modernidad y le está dando una expresión cósmica? Su pensamiento es una filosofía sin salida, justo como se expresa toda civilización que llega a su ocaso, decadencia y término. Parafraseando el famoso libro de Oswald Spengler, se puede afirmar que la filosofía de Nietzsche representa la decadencia de Occidente.

 

Precisamente, si la corriente secularista de la burguesía moderna se muestra robusta y revolucionaria en el siglo XVII, luchando por la libertad de conciencia y el republicanismo, y contra el inmovilismo monárquico, defendido por la jerarquía eclesiástica, en el pensamiento político de Hobbes, Spinoza y Locke, por ejemplo; en el siglo XIX América del sur, África, Asia y Oceanía padecen el yugo colonial del imperialismo europeo, o sea el secularismo de la burguesía capitalista se tornó conservadora, opresora, explotadora y reaccionaria. Ha degenerado el pathos ascendente de la modernidad para mostrar su peor rostro en el punto más álgido del colonialismo europeo durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX. Nietzsche fallece en 1900, justo en el umbral del siglo veinte, el más inhumano jamás conocido -por los valores que decía defender- en la historia de la humanidad.

 

Pero el espíritu burgués está infectado de resentimiento, envidia, perfidia, maldad y venganza por todo lo superior y permanente. Con mucha precisión Werner Sombart[25] apuntaba que la esencia espiritual del tipo humano responde al cambio del orden racional de lo celeste a lo terrestre. El espíritu capitalista del burgués -unión de la pasión por el dinero con el ánimo de empresa- fue lo primero que afloró y después surgió el sistema capitalista. Esto es importante destacarlo porque se comprende que la modernidad no es engendrada directamente por la estructura capitalista, sino por el espíritu capitalista.

 

Ciertamente que para la formación del espíritu capitalista habría también que tomar en cuenta otros factores poderosos y no menos decisivos, como, por ejemplo: racionalización del tiempo en los conventos a través del reloj, la invención de la banca y la aparición del préstamo a interés desde el siglo XIII-XIV, la era de los grandes descubrimientos geográficos en el siglo XV-XVI, como eficaz factor que convergió con otros, a saber, las fratricidas guerras de religión entre 1562-1568, la revolución científica del siglo XVI-XVII, los inventos como el de la imprenta, el impacto de la Reforma Contrarreforma. Naturalmente que estos fueron siglos decisivos en la formación del espíritu burgués, pero la mutación epocal no se detuvo y prosigue hasta nuestros días. Entre los cambios acontecidos cabe mentar lo que Ferdinand Tönnies[26] llama la aparición de la “sociedad”, basada en la promesa, la unión voluntaria y el contrato, en lugar de la “comunidad”, asentada en lazos de sangre, tradición e historia.

 

En la vorágine contractual caen los valores, la familia y el matrimonio, y de esa manera lo formal predomina sobre la significación real objetiva. En la civilización formal triunfa la mentalidad calculadora, la vida superior desaparece porque las cosas se han hecho más grandes e importantes, pero el hombre se volvió más pequeño e insignificante. La raíz de todo este cambio no es la inversión de los valores, sino que el verdadero fundamento es el predominio del orden terrenal sobre el orden celestial. Nietzsche creyó que la raíz eran los valores, por eso se propuso invertirlos. Pero tampoco dejó de advertir que era necesaria una visión del mundo y lo propuso. Pero su visión inmanentista del mundo compartía la misma base terrenalista de la decadente civilización burguesa moderna. Y de este modo su propuesta resultaba impotente e ilusoria. En una palabra, se trató de todo un terremoto espiritual, cultural y material de envergadura que terminó sepultando la visión medieval del mundo.

 

Ahora bien, la tectónica espiritual de la historia de la modernidad burguesa no se ha aquietado, al contrario, se aceleró en su seísmo. De ahí que un Bauman[27] salga a nuestro encuentro para señalar el carácter líquido de la modernidad, y un Byung-Chul Han[28] nos hable de la sociedad del cansancio y del reino de las no-cosas. Para Bauman la modernidad sólida terminó, y pertenece al capitalismo industrial. Hoy tenemos la modernidad líquida, donde no hay valores absolutos y permanentes, lo cual es propio del casino global del neoliberalismo. Su libro es publicado en 1999 y describe el capitalismo del momento, pero ahora estamos transitando al capitalismo digital y una modernidad que podemos llamar “gaseosa”. La realidad se esfuma en el metaverso de la hiperrealidad de la web.

 

Por su parte, Han anuncia que nuestra sociedad no se corresponde con la sociedad disciplinaria de Foucault, sino a la sociedad del cansancio, de la depresión, del rendimiento, de los emprendedores que se autoexplotan. Hasta aquí todo se corresponde con el capitalismo neoliberal, pero al hablarnos de la instauración de un reino de lo digital, que catapulta el narcisismo y la teatralidad ya se instala en terreno del capitalismo digital. Y así afirma que en el reino de la información, de la no-cosas nos volvemos ciegos a las cosas mismas. Mientras la cosa amplifica el ser, la no-cosa lo suprime. Aún, cuando Han no señale la distinción entre cosa tangible e intangible, queda bien señalado que el espíritu burgués ahonda la apoteosis del ente y el olvido del ser. Tanto Bauman como Han describen al último hombre de Nietzsche, aquel que ansía la nada antes que el ser. Ahora se entiende mejor por qué en el Occidente liberal el nihilismo se posesionó de la vida real y cotidiana, dejando de ser cosa de intelectuales.

 

A raíz de la guerra de Ucrania se ha esgrimido el argumento de que vivimos en pleno tránsito histórico del mundo unipolar del occidente liberal al mundo multipolar del occidente cristiano. Se trataría de una lucha a muerte entre el sentido ateo, anticristiano y nihilista del imperialismo anglosajón y sus vasallos europeos, y el sentido creyente, cristiano y de valores absolutos del occidente cristiano unido al mundo oriental de China, India, y que se extiende con los BRICS hacia África y América Latina. En el fondo se trataría de una guerra mortal, de inusitadas consecuencias, entre la visión inmanente y la visión trascendente del mundo. Son dos visiones metafísicas del mundo las que colisionan, pero como en la historia no hay repeticiones se trataría de una nueva metafísica que sepa armonizar la inmanencia con la trascendencia.[29]

 

Todos estos hechos que acontecen desde el siglo XIII hasta el siglo XVII alumbran en la modernidad una nueva mentalidad funcionalista en reemplazo de la otra substancialista, una forma de pensar calculadora y pragmática sobre la otra desinteresada y más reposada, un cambio de visión del mundo que afianza el Regnum hominis o reino del hombre, como agudamente lo caracteriza Paul Hazard[30]. Efectivamente, se trató de una crisis del pensamiento metafísico de occidente a gran escala, que terminó dando lugar a la visión metafísica del hombre burgués. Sólo que en Nietzsche aquel Regnum hominis será convertido en Regnum del Superhombre. En otros términos, se catapultó el espíritu burgués con su visión antitrascendentalista, inmanentista y secular del mundo.

 

No obstante, es a Georg Simmel[31] a quien no se le pasa desapercibido que en la expresión espiritual-cultural del espíritu capitalista está el predominio de lo cuantitativo sobre lo cualitativo, lo mensurable y calculable sobre el valor y lo intangible. Se trata del valor convertido en mercancía. Y sólo sobre esa base pude abrirse camino la economía dineraria que convierte todos los valores en mercancías. Sin esta mutación histórica de base material y espiritual no habría sido posible el ataque a los valores tradicionales por parte de Nietzsche. Su filosofía es hija del surgimiento del espíritu burgués contra el que se revuelve infructuosamente. Sin la tragedia de la cultura moderna que reduce el valor a objeto, sin la esencia de la economía dineraria que es la negación de todo valor, es inconcebible comprender en su base la filosofía nietzscheana y su transvaloración de los valores.

Nietzsche percibe el desastre espiritual de la crisis de la civilización occidental moderna y su filosofía lo expresa con una metafísica inmanente y un nihilismo cósmico, porque está convencido que el mal reside en la creencia en el trasmundo, lo trascendente y la metafísica tradicional. Está convencido que sin una nueva imagen del mundo no se puede enrumbar la historia y al hombre. Está dispuesto a proporcionar un nuevo sentimiento cósmico con el eterno retorno y la voluntad de poder. Y no le importa caer en el relativismo del ciclo interminable cósmico con amor al destino.

 

En realidad, antes de Heidegger y Fink había sido Max Scheler[32] quien advirtió que el resentimiento en la moral en Nietzsche era un resentimiento metafísico. El que falsifica la imagen del mundo se desfoga calumniando al mundo y despreciando la humanidad. Pero la moral no puede basarse en el resentimiento, sino en la eterna jerarquía de los valores. Era una ojeriza y envidia contra todo lo permanente y estable, de ahí el embotamiento moral del resentido que falsifica el juicio de valor. En Jesús no hay resentimiento, sino perdón. Por eso el agón cósmico o impulso espiritual de la antigüedad era una cadena en que lo inferior aspira a lo superior. En cambio, el agón cósmico cristiano es a la inversa, porque es lo superior quien desciende a lo inferior para hacernos igual a Dios. De ahí la inclinación de Cristo hacia los pecadores. Heidegger, por su parte, se mantiene prisionero del agón cósmico antiguo porque es el hombre como pastor del ser quien custodia sin fe una especie de revelación místico-ontológica. Para Scheler estaba claro, no ver que en la moral cristiana no hay resentimiento sino amor y el Reino de Dios, era la raíz del extravío del juicio de Nietzsche. Scheler es el primero que llama la atención sobre la esencia de la filosofía moderna como una renuncia al ser y su reemplazo por lo óntico. Por ello en la inversión de los valores de Nietzsche está el “todo es vano/todo vale” de los decadentes filósofos posmodernos.

 

Pero hay más. Nietzsche no es la culminación del subjetivismo de la filosofía moderna al reducir el ser al valor, pues ya hemos apuntado que él va allá de lo axiológico al colocar al superhombre más allá del bien y del mal y al concebir el eterno retorno de lo mismo como el juego cósmico del dios Dioniso. Su orden es ontológico. Nietzsche es, más bien, uno de los retorcimientos más pronunciados de la filosofía moderna, porque al final culmina no con la subjetividad del superhombre, sino con su disolución en el devenir del eterno retorno sin propósito ni finalidad. Presenta su propia metafísica. Esta reducción del ser al devenir es un planteamiento metafísico de índole inmanente, donde el orden terrenal burgués no es superado y sí ahondado. Su propia filosofía está infectada por la degeneración de la inversión de los valores del espíritu burgués. Y al no poder advertirlo considera todo el conjunto viviente desde Sócrates, el cristianismo hasta el industrialismo como la expresión degenerada del impulso vital. Ni el ethos ni el pathos de su pensamiento logra superar la esencia del espíritu burgués porque se afianza firmemente a su núcleo sustancial, a saber, la superioridad y autonomía del orden terrenal sobre el orden trasmundano. Ciertamente que ha roto con el mundo mecánico colocado como base del mundo, pero sólo para reemplazarlo por el mundo de la vida como nueva base del mundo. Se trata de un cambio superficial que no va hacia la superación del propio mundo, sino que, al contrario, se dirige al afianzamiento del orden terrenal. Nietzsche mientras filosofa es claro y contundente en sus fórmulas expresivas, pero es pobre cuando intenta ofrecer una imagen existencial del superhombre y ofrecer un fundamento sobre la reducción del ser al devenir. En lugar de Dios no pone al hombre, no incurre en un nuevo antropologismo, sino que pone a la Tierra. Por supuesto que se trata de una metáfora que refleja un paganismo inmanentista, pero que explica menesterosa e insuficientemente la superioridad ontológica de lo terrenal sobre lo celestial.

El aristocratismo del superhombre y la inversión de los valores no es más que una salida fallida al espíritu burgués de la modernidad. Ni su antropologismo psicologizante, ni su resentimiento anticristiano, ni su repudio idealista, ni su iluminación a la problemática nihilista, ni la propuesta del superhombre, es capaz de superar el pathos del espíritu burgués moderno porque comparte con él su inmanentismo acendrado. No se da cuenta que al identificar el ser con el devenir lleva al ateísmo y al nihilismo, aunque no conduce al panteísmo porque para él no hay Absoluto dirigido a un fin como en Hegel. Lo que hay en su pensamiento es un eterno retorno de lo mismo, donde lo único absoluto es una repetición de un destino sin propósito ni finalidad cósmica. En realidad, sólo cuando se presta atención a su idea del superhombre aislado del conjunto total de su pensamiento aparece un antropocentrismo aristocrático prometeico. Así aparece en la apreciación del pensador peruanista católico Víctor Andrés Belaunde[33] cuando afirma que la tragedia de Nietzsche es que el superhombre encarna la culminación de la absoluta autonomía humana del antropocentrismo renacentista, sumergido en la materia el hombre pone su energía divina al servicio de los instintos vitales, y así su subsuelo es un materialismo radical y un audaz amoralismo. La civilización cristiana, agrega, se halla amenazada de muerte por el humanismo ateo. Feuerbach y Comte proponen la divinización democrática de la humanidad, a eso Nietzsche le opondrá la divinización aristocrática del superhombre. Lo cual a todas luces es una apreciación justa. Pero todos devienen hacia la antropolatría. Remata Belaunde afirmando que hoy proletariado, campesinado y burguesía exhiben un impudoroso ateísmo práctico y prometeico, y la fe se refugia sólo en algunas cumbres.

 

No es difícil coincidir con Belaunde en la consideración de que la esencia de la cultura son los valores espirituales, los mismos que moldean los elementos físicos, biológicos e históricos. Así, la cultura aparece como una síntesis viviente, que en el presente está en crisis al socavarse su cimiento moral y religioso. Más, cabe acotar que lo moral y religioso ha ido minando al compás del cambio de la visión metafísica del mundo, desde el orden celeste hacia el orden terrestre. Belaunde[34] tres actitudes fundamentales humanas ante el Absoluto: inquietud, serenidad y plenitud. ¿A cuál de ellas corresponde Nietzsche? A ninguna, porque no toma en cuenta la indiferencia vital humana hacia Dios. El ateísmo práctico es precisamente eso, y a ello tenía que conducir el espíritu burgués reinante. Veamos.

 

La antropolatría de la modernidad tardía no se caracteriza por la actitud humana de la inquietud hacia el absoluto, ni la serenidad pascaliana que abriga la idea de poseerlo, ni la plenitud agustiniana de unidad de espíritu y naturaleza en Dios. En Nietzsche hay rabia, odio, deifobia, que culmina en indiferencia hacia el absoluto. Nietzsche aparece como una parodia de Cristo secularizado, pero también como el dedo acusador sobre el hombre moderno que sólo quiere la nada. El último hombre asediado por la sed de nihilismo. Su filosofía no está en guerra contra Dios, sino contra lo que considera una ilusión que impide al hombre realizarse plenamente. Aspira a liberar al hombre de Dios por reprimir el mundo vital e instintivo. Por eso lo que recomienda es una especie de indiferencia psicológica que de paso al impulso vital.

 

Pero si nos detenemos en la antropolatría subrayada por Belaunde corremos el riesgo de perder de vista que el destino del nihilismo no es la apología del hombre -como piensa Nietzsche-, sino su supresión y la de todos sus grandes temas, incluso la verdad. Nietzsche piensa la voluntad de poder y el eterno retorno como principios cósmicos del juego de Dioniso. O sea, niega la metafísica trascendente por una metafísica inmanente. El punto culminante del nihilismo en nuestro tiempo de vertiginoso avance de la inteligencia artificial no es la divinización prometeica del hombre, sino la concepción por la inteligencia artificial de que lo divino no existe. El pensamiento humano habrá sido remontado por la inteligencia artificial.

 

Todo indica que en el occidente liberal el nihilismo es un tránsito hacia muchas modalidades de transhumanismo, donde al final imperará la inteligencia artificial autónoma. Del antropoceno habremos pasado al ciberceno. Hay algo que Nietzsche no pudo prever, y es que el nihilismo en su hora final vuelve irreconocible el puesto del hombre en el cosmos, donde la única realidad pasa a ser el devenir. Se habrá pasado a la dictadura del algoritmo cibernético. Si Nietzsche aborda la problemática del nihilismo en el auge del capitalismo industrial, ahora mucha agua ha corrido bajo el río, y se ha visto cómo el nihilismo se profundizó bajo el capitalismo neoliberal y el actual capitalismo cibernético. El capitalismo digital[35] alienta el surgimiento de las tecno-utopías basadas en el dataísmo imperante. Lo cual no es antojadizo, sino que responde a una segunda revolución copernicana operada en la modernidad tardía, donde el sujeto es abolido para ser reemplazado por el chip algorítmico. Y esto no representa al superhombre nietzscheano fusionado con la máquina como un ciborg, sino la abolición del hombre mismo por la inteligencia artificial autónoma. El ciberceno que abre el occidente liberal instrumentaliza al hombre para superarlo por completo, el hombre se convierte en un medio para la máquina autónoma. No sabemos si un triunfo del occidente cristiano sobre el nihilista occidente liberal pueda asegurar un curso distinto en la historia, que pueda atajar el fin del humanismo sin Dios y la apoteosis de la inteligencia artificial sin el hombre. Por el momento es sólo una esperanza muy prometedora.

 

No hay que perder de vista que en el conjunto de su pensamiento Nietzsche no pone como fundamento del mundo al hombre, el mundo tiene su propio fundamento en el devenir del ser en un destino repetitivo. Su énfasis en el superhombre es momentáneo y no cae en la antropolatría. Quiere ser lo más anticristiano posible, de ahí que descarta cualquier escatología y centralidad del hombre. El hombre es una criatura a ser superada en el superhombre, pero el superhombre es un ser a ser olvidado en el eterno retorno de lo mismo. Claro que comparte con el giro antropológico, que acontece después de Hegel, la convicción de que Dios es simple idea humana, el trasmundo es pura ficción de lo vital reprimido. Pero su filosofía del superhombre no es más que otro ideal desesperado y condenado al desastre de una humanidad entregada a vivir solamente en función del orden terrenal.

 

La anestesia nietzscheana sobre sobre Dios opera en Husserl y Heidegger, quienes no se plantean el ser de Dios. Reina a sus anchas en Sartre. Empuja a las filosofías procesualistas de Whitehead y Alexander al panteísmo, al vitalismo de Bergson hacia la religión dinámica, e insufla el metarrelato de Lyotard y la ontología débil de Vattimo. Es decir, su metafísica inmanentista está detrás de la curva decadente de todo el pensamiento filosófico de la burguesía periclitante.

 

El espíritu filosófico burgués cae hechizado bajo el peso de la conciencia de lo finito, la historicidad, la temporalidad del ser, lo contingente y lo relativo. Lo permanente no sólo se esfuma, sino que huye de la historia, y así reina la decadencia de los valores, como siempre acontece en el declinar de toda civilización. La ambigüedad del ser se impone, el mito culturalista que afirma que la existencia precede a la esencia termina disolviendo el sujeto y desnaturalizando la desigualdad sexual. Todo se vuelve en “constructo social”. La erosión nihilista del mundo postmetafísico cree verse libre de la metafísica, pero está cogido por las garras de la metafísica de la inmanencia, donde el orden terrenal asfixia cualquier atisbo del orden trasmundano, esencial y permanente.

 

Bien visto, la metafísica de la inmanencia ha presentado en la modernidad diversas formas y, como veremos, prosigue su desarrollo. Veamos sus formas: El empirismo que convierte lo fáctico en lo único real; las metafísicas subjetivistas del yo; el panteísmo spinosista de la sustancia; el panteísmo hegeliano del absoluto en despliegue dialéctico; el positivismo que reduce lo verdadero a lo experimental; el procesualismo que ve lo real como un desarrollo inmanente; las metafísicas de lo finito que reducen el ser a lo temporal; la metafísica del eterno retorno de lo mismo; y, finalmente, la metafísica del algoritmo cibernético que explica la realidad como un proceso virtual. La cual ya luce como una amenaza para la humanidad, pidiéndose que no se avance más en esa dirección.

 

En realidad, Nietzsche es más actual por el nihilismo que por otras ideas suyas. Y lo es de tal modo que muchos se atreven a hacerse un Nietzsche a su medida. Foucault en su microfísica del poder usa el nietzscheano método genealógico para presentar la historia como fruto de la contingencia y negar que exista sentido en la historia. Derrida en su Gramatología se ceba en la idea nietzscheana de la verdad como mentira para hablar del sentido de la diferencia como deconstrucción del “sentido verdadero”. Deleuze en su esquizoanálisis saca provecho de la idea nietzscheana de superar al hombre para sostener que la diferencia se afirma desplazando a todo sujeto. Lyotard en su filosofía como metarrelato vuelve al Nietzsche esteta para desplazar la diferencia a terrenos ético-estéticos. Baudrillard explora sin mucho éxito el nihilismo activo. Y Vattimo desarrolla una apología de la perplejidad y una ontología debolista.

 

Para todo este conjunto de pensadores el sentido y la verdad resulta siendo un juego dionisíaco del poder, la escritura, el inconsciente, la narrativa, lo social y lo contingente. Pensar el ser como la diferencia o más allá de la identidad es asumir el devenir nietzscheano, pero esto lleva hacia la identificación de la diferencia con lo irracional y de lo irracional con el ser. El ser sería lo absolutamente otro e incognoscible. Todos comparten el mismo pathos escéptico y ethos nihilista. Uno proclamando la muerte del hombre ante la hegemonía de la palabra y la biopolítica (Foucault), el otro privilegiando el texto sobre la realidad (Derrida). Pero al final todos sucumben por igual al inmanentismo moderno como nueva metafísica planteada por Nietzsche.

 

Pero este extremismo del legado nietzscheano era innecesario y, al mismo tiempo, inevitable. Innecesario porque bastaba con reconocer que la razón tiene que admitir verdades suprarracionales. Algo totalmente intolerable para el espíritu burgués cismundano y carente de la verdadera trascendencia. E inevitable en medio del tiempo finisecular del espíritu burgués, que atraviesa sus horcas caudinas y sus últimos estertores históricos. Efectivamente, el amor fati o amor al destino no es otra cosa que la resignación ante la monstruosa repetición de lo finito en el tiempo. Esta triste eternidad de lo finito en una desilusionante repetición de lo mismo encarna la tragedia del hombre contemporáneo y Nietzsche es su máximo exponente. El hombre nihilista actual extravió el horizonte de lo eterno trascendente, y por la senda temporalista y antieternalista el occidente liberal ha desbarrado hacia la crisis de valores y la disolución espiritual. Esa humanidad decadente del occidente liberal blande irresponsable y provocadoramente las armas nucleares reflejando la putrefacción del espíritu burgués.

 

Nietzsche fue un individualista aristocrático consumado. Desde su primera obra que proclama la dualidad apolíneo-dionisíaco hasta su último periodo donde habla Dioniso como deidad, el Superhombre, el eterno retorno, lo real como interpretación, la bestia rubia, el Anticristo, y la transvaloración de todos los valores, culmina en una delirante etapa sifilomaníaca y psicótica.

 

Su advertencia de la muerte de Dios que exige al superhombre, capaz de renunciar a la metafísica, asumir la nada y la responsabilidad de sus actos sin subterfugios, implica el advenimiento del “último hombre”, el hombre masa, pero sin posibilidad real de que insurja el superhombre. El hombre sin Dios y sin religión se volvió en un monstruo que amenaza constantemente con destruir a la propia civilización. Esta debilidad de su pensamiento fue aprovechada ayer por el nazismo y hoy por el transhumanismo imperialista. Lo que nos lleva a la consideración de que el hombre no está en el mundo para volverse superhombre, porque esa consigna daña su propia humanidad.

 

Ahora bien, qué significa el amor fati. Bien visto es el juego de la necesidad. Lo cual no implica necesariamente consonancia cósmica entre el hombre y el mundo. Nada de ello. Es algo así como que la necesidad del juego cósmico es consigo mismo, sin perseguir ningún fin ni propósito. Esta negación de toda teleología, finalismo y providencia responde a su giro anticristiano y anti idealista, pero que tiene profundas implicancias sobre el significado del universo. Simplemente el universo carece de sentido y significado, en un repetirse idéntico de lo mismo sin propósito alguno. Dioniso juega y se recrea sin buscar nada permanente. Es el puro devenir sin sentido alguno. El último hombre y el superhombre participan en el juego del mundo, pero nada permanece, todo vuelve a empezar tras su desaparición. La tan defendida vida carece también de sentido, sucumbe y vuelve surgir de modo incesante. El que logra ver esta verdad tan desgarradora sólo le queda resistirla mediante el amor al destino, como muestra suprema del hombre superior. Al final Dios muere para entregarnos a una metafísica de la inmanencia terriblemente desoladora y sin sentido. Sólo quedan los rescoldos de la fugacidad del tiempo. Y a eso le llama eternidad, cuando más parece la mueca psicótica de lo eterno. Dioniso, como su última palabra, es el gran desprecio por todo sentido y finalidad. La duración en el juego dionisíaco del mundo es puro derroche de creación y destrucción. Esta idea delirante y fantasiosa de la monstruosa repetición de lo finito en el tiempo es su última cumbre, y lo llama la consumación del espíritu libre.

 

La dureza, crueldad y odio diabólico de su última etapa le impidieron pensar a fondo sus ideas esenciales. Y más bien lo enceguecieron para recuperar el sentido del ser y los valores, que quedan disueltos en puro devenir dentro de una metafísica de la inmanencia del eterno retorno y el amor fati.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ANEXO

 

1

PERIODIZACIÓN PROPUESTA EN LA OBRA DE NIETZSCHE

 

 

Dos grandes etapas: la Anunciación y la Predicación.

Cuatro periodos: Estético, Antropológico, Zaratustra, y Final.

 

ETAPA PRIMERA DE LA ANUNCIACIÓN:

-Primer periodo estético (Obras)

  El nacimiento de la tragedia (1871)

  Consideraciones intempestivas (1873)

-Segundo periodo antropológico (Obras)

  Humano, demasiado humano (1879)

  Aurora (1881)

  La gaya ciencia (1882)

 

ETAPA SEGUNDA DE LA PREDICACIÓN:

-Tercer periodo del superhombre (Obras)

  Así habló Zaratustra (1883-1885)

-Cuarto periodo del nihilismo (Obras)

  Más allá del bien y del mal (1886)

  Genealogía de la moral (1887)

  Crepúsculo de los ídolos (1888)

  El Anticristo (1888)

  El caso Wagner (1888)

  Ecce homo (1888)

  La voluntad de poder (póstumo)

 

Nietzsche en tan sólo veinte años produjo su inmensa obra. Es dudoso el valor de la presente periodización, pero sirve para comprender el tono permanentemente profético de su obra.

 

 

2

LA DEMENCIA DE F. NIETZSCHE O ¿CÓMO PUEDE MODIFICAR LA CREATIVIDAD UNA DEMENCIA?

Por: MARCELO MIRANDA C. Unidad de Parkinson, Trastornos del Movimiento y Demencias. Departamento de Neurología.

Revista Médica Clínica Las Condes. Vol. 27, Núm. 3, pp. 413-415, Mayo 2016 (Resumen)

 

Friedrich Nietzsche (1844-1900), nació en Röcken, cerca de Leipzig. Fue uno de los más importantes e influyentes filósofos de la historia. No tuvo reconocimiento en vida, pero logró un extraordinario éxito al poco tiempo de morir. Si bien, hasta una década atrás se afirmaba que la muerte de Nietzsche, como la de muchos grandes artistas del Siglo XIX, se debió a una parálisis general por lúes, la evidencia no es sólida.

A los 24 años, en 1869, fue nombrado Profesor de Filología; sin embargo, debió retirarse de este puesto en 1879 debido a jaquecas repetidas y a un problema de visión en su ojo derecho. Posteriormente, vivió como un filósofo itinerante en varios lugares de la Riviera italiana y los Alpes suizos, y desde mediados de 1888 hasta enero de 1889, en Turín, Italia. En este lugar se hizo inmanejable la alteración mental de Nietzsche y debió ser internado en Basilea, luego en Jena y finalmente enviado al cuidado de su madre y hermana, el 20 de marzo de 1890. Nietzsche perdió progresivamente sus capacidades cognitivas y su lenguaje, llegó a un estado de mutismo y no reconocía sus pocos amigos. Falleció el 25 de agosto de 1900 de una neumonía.

Desde la infancia, Nietzsche presentó jaquecas, en ocasiones muy invalidantes, con aura visual con el fenómeno de espectros de fortificación. La jaqueca era de predominio derecho, acompañada de vómitos, luego la cual debía reposar algunos días. Nietzsche contabilizó en un año 118 episodios de jaquecas. En 1887 fue examinado por el doctor Elser, quién diagnosticó una corioretinitis en su ojo derecho como causa de su defecto visual, que prácticamente le provocó una ceguera. En la historia familiar predominaban las enfermedades mentales: dos tías maternas tuvieron una enfermedad psiquiátrica, una de ellas se suicidó; un tío materno desarrolló un trastorno mental en la sexta década de la vida. Otro tío materno murió en un asilo. El padre de Nietzsche murió a los 35 años; se le describió como autista y que estuvo en ausencia meses previos al fallecimiento. La autopsia habría revelado un “reblandecimiento cerebral”.

No existe claridad de cuándo Friedrich Nietzsche inició los síntomas que lo llevaron a su deterioro cognitivo. Sus amigos lo describieron “extraño” en 1886, como ausente, “como que viniera de un país donde no hay habitantes”. Mencionaron que su postura era menos orgullosa, había perdido su marcha solemne y su discurso fluente, haciéndose laborioso y entrecortado. También se puso negligente con su cuidado personal y el lugar donde vivía.

En Turín, donde llegó el 20 de septiembre de 1888, fue evidente su extraña conducta para Davide Fino, dueño del hotel donde se hospedó. En diciembre de 1888, solía hablar solo, cantar y bailar desnudo en su habitación. En sus cartas de octubre de 1888 a enero de 1889 se manifestó un claro delirio megalomaníaco. Firmó sus misivas como “Fénix”, “Anticristo” y “Dionisio” y envió cartas irreverentes al Kaiser y a Bismarck. Se llamó a sí mismo “el redentor de todos los milenios”. Su colapso sucedió el 3 de enero de 1889 cuando, al ver un caballo que era maltratado, se abalanzó llorando sobre el cuello del animal con ánimo de protegerlo, cayendo al suelo sin sentido. A los pocos días fue trasladado a un asilo mental en Basilea.

El examen neurológico de ingreso a este asilo lo mostró grandilocuente y desorientado. No presentaba temblores y no había alteraciones motoras. Presentaba conductas como mantenerse aplaudiendo un lapso largo, hiperoralidad y un apetito muy voraz. En su etapa en Jena (1889-1890) presentó ataques de ira, golpeó a algunos compañeros de asilo, confundió a su cuidador con Bismarck y presentó severos desajustes conductuales tales como beberse su propia orina, ensuciar su cuerpo con heces y coprofagia. Desde un principio el diagnóstico fue una parálisis general luética, planteado incluso por autoridades médicas como Binswanger. En el siglo XIX no existía prácticamente el diagnóstico diferencial de una demencia y formular este diagnóstico era asumido como una sentencia de muerte, ya que no había tratamiento. La sobrevida no superaba cuatro años. En cuanto a una infección sifilítica primaria, no existen antecedentes clínicos sólidos y es dudoso que Nietzsche haya tenido relaciones sexuales alguna vez, ya que los informes de que habría contraído la infección en el año 1865 son muy cuestionados. El principal argumento en contra de una parálisis general es que la enfermedad de Nietzsche duró al menos 12 años, lo que sobrepasa en demasía la sobrevida esperada. Tampoco presentó la signología típica, con temblor facial y de la lengua al protruirla fuera de la boca, que era considerado en esa época como signo patognomónico de la enfermedad sifilítica.

Orth y Trimble, revisaron en el año 2006 los expedientes médicos de Nietzsche y plantearon una demencia frontotemporal. Este diagnóstico se sostiene cuando el paciente presenta un cambio de personalidad o de conducta, con alteraciones del comportamiento (apatía o desinhibición) o del lenguaje (disnomia, laconismo), aun cuando no exista compromiso importante de la memoria.

Durante su último año activo, 1888, escribió 7 libros, “La caída de Wagner”, “Nietzsche contra Wagner”, “El anticristo”, “Ditirambos para Dionisio”, “La voluntad del poder”, “Ecce Homo” y “El crepúsculo de los ídolos”. Esta productividad es incompatible con alguien afectado por una parálisis general, pero sí compatible con una demencia frontotemporal, en que se ha descrito la aparición de una creatividad excesiva en sus primeras etapas. En la demencia frontotemporal es frecuente la hiperfagia, que también estuvo presente en Nietzsche.

Desde los 32 años vivió prácticamente solo, acompañado de su piano y la música que amaba. Según Nietzsche “la vida sin música es un error”. Por 10 años (1868-1878) cultivó la amistad de Wagner y su esposa, pero se desilusionó por la postura antisemita y el chauvinismo del músico.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Chamberlain L. Nietzsche en Turín. Editorial Gedisa, Barcelona, 1998.

2. Orth M, Trimble M. Friedrich Nietzsche´s mental illness-general paresis of the insane vs frontotemporal dementia. Acta Psychiatr Scand 2006; 116:439-445.

3. Safranski R. Nietzsche: biografía de un pensamiento. Tusquets Editores, Barcelona. 2000

4. Yalom I. El día que Nietzsche lloró. Editorial Emecé, Buenos Aires. 2005.

5. Neary D, Snowden J S, Gustafson L, Passant U, Stuss D, Black S. et al Frontotemporal lobar degeneration: A consensus on clinical diagnostic criteria. Neurology 1998; 51: 1546-1554.

 

3

VEINTICINCO TESIS ANTI-NIETZSCHE

 

Originalmente publicado en mi blog www.gusfilosofar.blogspot.com

1. Heidegger (Caminos de bosque) comprende a Nietzsche desde la voluntad de poder, donde el ser es valor. Fink (La filosofía de Nietzsche) desde el eterno retorno, donde el ser está más allá de lo axiológico. Pero quizá sea mejor hacerlo desde el amor fati, donde se ve nítidamente cómo impera el necesitarismo antiguo.

2. El destino del nihilismo no es la apología del hombre -como piensa Nietzsche-, sino su supresión y la de todos sus grandes temas, incluso la verdad.

3. Nietzsche piensa la voluntad de poder y el eterno retorno como principios cósmicos del juego de Dioniso. O sea, niega la metafísica trascendente por una metafísica inmanente.

4. El hombre del futuro no es el portador de una gran voluntad -a lo Nietzsche-, sino el sintiente de una gran caridad, que una la inmanente con lo trascendente.

5. Nuestro tiempo nihilista es de transición, ambivalente, equívoco. Así, puede ser signo de hundimiento, pero también de nueva vida. Estamos en una coyuntura histórica en la que la humanidad o supera el último hombre del nihilismo pasivo nietzscheano, para avanzar no hacia el superhombre del nihilismo activo, sino hacia el nuevo hombre que armonice lo inmanente con lo trascendente.

6. Si no detenemos el nihilismo su último período será el giro no hacia el superhombre, sino hacia su sustitución por la máquina cibernética autónoma. El más serio de esta amenaza es el sistema ChatGPT, el cual representa prácticamente la sustitución y muerte del pensamiento humano por la inteligencia artificial.

7. El momento culminante del nihilismo -si es que llega- no será solamente el final de Dios, la metafísica y la moral, sino el fin del propio hombre como humanidad, porque su lugar será ocupado por la inteligencia artificial autónoma. No será el superhombre de Nietzsche, ni el homo deus de Harari, sino la supermáquina la que nos sustituirá.

8. El punto culminante del nihilismo no es la divinización prometeica del hombre, sino la concepción por la inteligencia artificial de que lo divino no existe. El pensamiento humano habrá sido remontado por la inteligencia artificial.

9. El nihilismo es un tránsito hacia muchas modalidades de transhumanismo, donde al final imperará la inteligencia artificial autónoma. Del antropoceno habremos pasado al ciberceno. 

10. El nihilismo en su hora final vuelve irreconocible el puesto del hombre en el cosmos, donde la única realidad pasa a ser el devenir. Se habrá pasado a la dictadura del algoritmo cibernético.

11. Se llegará al nihilista final absoluto de los tiempos no con el advenimiento del superhombre, sino cuando la inteligencia artificial destrone al hombre por completo.

12. La técnica es nihilista al sustituir el ser por el hacer, el movimiento, el devenir.

13. El error fundamental de la metafísica no es el desdoblamiento del mundo en ser y devenir, como piensa Nietzsche, sino no reconocer un ser verdadero en el propio devenir sin negar el ser verdadero del ser permanente.

14. El hombre moderno se concibe como punto culminante de la humanidad, pero en realidad es el comienzo del error más grande: encerrarse en la jaula de la inmanencia terrenal.

15. El fin del mundo unipolar es el fin del nihilismo liberal, pero no de toda forma de nihilismo, y menos del ligado a la técnica.

16. La gran contradicción de la filosofía nietzscheana es que lo que al comienzo aparecía como una alegre filosofía de la libertad termina siendo una oscura y triste filosofía de la necesidad. Efectivamente, su pensamiento se parece a una ópera trágica que promete mucho con la muerte del Dios, el superhombre, la voluntad de poder y la inversión de los valores, pero que acaba en bufonada carnavalesca con el eterno retorno de lo mismo y el amor fati.

17. El hombre nihilista nietzscheano queda encerrado en su propio infinito y desconectado del infinito que hay por encima de él. Lo infinito que hay por encima del hombre no es ni puede ser el eterno retorno de lo mismo, porque sería infinito movimiento más no lo infinito por excelencia.

18. El eterno retorno de lo mismo no es sino más que una mueca siniestra que simula lo infinito, y que sólo se piensa como autoconservación de la voluntad de poder. En Nietzsche la sustancia del cosmos es el poder en devenir perpetuo y repetible.

19. Nietzsche es una parodia insoportable de un Cristo secularizado, pero también el dedo acusador sobre el hedonista hombre moderno que sólo quiere la nada.

20. La filosofía de Nietzsche es la culminación del moderno y subjetivista hombre sin Dios, alma sahumada y marchita en el horno de lo temporal y finito.

21. La última etapa del pensamiento de Nietzsche es de una dureza, crueldad y odio diabólico declarado hacia lo trascendente, en el cual la voluntad de verdad se disuelve luciferinamente en voluntad de poder.

22. El alma del occidente liberal es nietzscheana. Así, el hombre moderno culmina reduciendo todo a los poderes omnímodos de su voluntad y de lo inmanente. Con ello no sólo extravía a Dios, sino su propia alma. Y de un desalmado se puede esperar lo más temible, incluso la vesánica destrucción termonuclear. 

23. La decadencia de la modernidad está signada por un relativismo y un nihilismo peligroso. No sólo termina negando toda grandeza humana, sino que las puertas infernales de los Auschwitz quedan abiertas de par en par.

24. La lucha contra el mundo unipolar es también contra el nihilismo inmoral y disolvente, pero no lo es contra toda forma de nihilismo. El mundo unipolar es nihilista porque encarna un ataque sistemático y sostenido contra Dios, la metafísica, y los valores.

25. Con la guerra en Ucrania llegó el final del nihilismo liberal y la posibilidad del comienzo de la época de la nueva metafísica, donde convergen al mismo tiempo fe y razón.

 

4

COMENTARIO BREVE A LA OBRA DE PRIDEAUX*

 

La documentada biografía de Sue Prideaux ¡Soy dinamita! Una vida de Nietzsche (Ariel, Barcelona, 2019) nos muestra perturbadoramente la relación existente entre genio y locura en Nietzsche. No hay duda que existe un vínculo desde su primera obra, donde proclama lo apolíneo y lo dionisíaco, hasta su último periodo donde habla y se siente un Dioniso encarnado.

Es muy sintomático que conforme se va acentuando su delirante etapa sifilomaníaca y psicopática hable de Dioniso como deidad, del Superhombre, el eterno retorno, renuncia definitiva de la metafísica, la muerte de Dios, asunción de la nada, lo real como interpretación, la bestia rubia, el Anticristo y la tras valorización de todos los valores. Nietzsche por parte de padre y madre tuvo familiares con alteraciones mentales. Su propio padre murió demente.

No es que sus ideas sean propias de un loco y sean pura locura, pero expresan muy bien el espíritu enloquecido de la modernidad prometeica y secularizada. La crisis nihilista que Nietzsche advierte es de advenimiento del "último hombre", pero en vez de que insurja el superhombre lo que viene es una época tan antihumana como jamás vista, con sus dos guerras mundiales, el Holocausto, las explosiones atómicas sobre Japón y otras perlas.

El hombre sin Dios y sin religión se reveló como un verdadero monstruo que destruye la propia civilización. Y esto no alcanzaría ver Nietzsche. Esa debilidad de su pensamiento fue aprovechada por el fascismo nazi y, hoy, por el transhumanismo del occidente liberal. La dolorosa lección que nos deja es que el hombre no está en el mundo para volverse superhombre. Al contrario, esa consigna daña su propia humanidad. 

* Tomado de mi blog www.gusfilosofar.blogspot.com

 

5

APUNTE SOBRE EL NIHILISMO*

El nihilismo no es consecuencia de la muerte de Dios, como pensaba Nietzsche, ni es consecuencia de que el mundo suprasensible haya perdido fuerza activa siendo ese el destino de la metafísica del platonismo, como sostiene Heidegger, sino que es efecto de la hegemonía de la racionalidad científico-técnica, que con la secularización convirtió lo trascendente en inmanente.

La revuelta o giro antropológico acontecido desde la muerte de Hegel culminó sumiendo a la filosofía y al espíritu de nuestra época de la modernidad tardía en el ateísmo, el anticristianismo y el nihilismo. Este naturalismo arrasador eliminó la temática religiosa y el fundamento metafísico del mundo, para poner al hombre como piedra basal de su propio ser y del cosmos en lugar de Dios. Dios quedó reducido a mera idea subjetiva, que ya no tiene origen en la autoconciencia (Fichte), la totalidad de lo finito (Schleiermacher) ni es la Idea Absoluta (Hegel), sino que nace de la neurosis religiosa (Nietzsche, Freud). Desde entonces la liberación es concebida a partir del ateísmo.

Pero este giro antropológico no sólo conocería su fracaso, sino su mayor desastre en el Holocausto. Acontecimiento del cual aún no se repone nuestro tiempo y, por el contrario, va pautando nuestra época. Efectivamente, Auschwitz no sólo representa el mayor fracaso del giro antropológico de la filosofía contemporánea, sino la demostración palmaria del desastre al que conduce convertir al hombre en el soberano absoluto.

Ni Descartes, Spinoza, Leibniz, Locke, Kant, Fichte, Schelling ni Hegel fueron ateos, ni pretendieron nunca destronar a Dios para poner al ser humano en su lugar. El ateísmo como clima espiritual histórico es propio de la modernidad tardía o después de la muerte de Hegel. Y encuentra a sus héroes en cuatro pensadores: Feuerbach, Stirner, Nietzsche y Marx. Estos son los pensadores de la finitud humana. Por ello resulta excesivo el juicio de Heidegger e impreciso el de Nietzsche. Particularmente éste último nunca puso su desconfianza en los argumentos y condicionamientos sociales de los maestros del ateísmo moderno (Feuerbach, David F. Strauss, Schopenhauer). 

Y en lo que concierne a Heidegger si bien en su "Carta sobre el humanismo" (1947) se defendió de su inclusión por Sartre en el grupo de los existencialistas ateos y afirmar en su conferencia pronunciada en 1927-1928, aunque publicada en 1969, "Fenomenología y teología", que la filosofía no es teísta ni atea y caracterizar a la teología como "enemigo mortal" de la filosofía por oponerse a la "autoasunción libre del ser-ahí total", no obstante su deslinde de las cuestiones ontológicas de la idea de Dios es un planteamiento esencialmente ateo, producto del giro antropológico de la filosofía posthegeliana en la gnoseología neokantiana y la fenomenología de Husserl. No por casualidad el método fenomenológico husserliano y el de Heidegger descartaban desde un principio la pregunta por el ser de Dios.

Dios no ha muerto sino la fe en él, y la metafísica perdió vigencia ante el avance arrollador y hegemonía cultural de la racionalidad científico-técnica, instrumental y calculadora, ante la cual está sucumbiendo la propia realidad humana. La racionalidad científico-técnica ha llevado a su epítome a la racionalidad instrumental con la aterradora consecuencia de la hegemonía imperial del nihilismo. Y es aterradora porque en definitiva el nihilismo es sólo una cosa: la desmalignización del mal y la malignización del bien. Pero cómo ha ocurrido semejante desvarío. En parte, el mismo Heidegger había señalado que la técnica es un saber del ente y un olvido del ser. Y si a esto le añadimos la lógica dineraria -tan bien descrita por Simmel en su "Filosofía del dinero"-, que convierte los valores en mercancías y disuelve lo cualitativo en lo cuantitativo, entonces lo que obtenemos es el cóctel letal del desarrollo práctico del nihilismo en todos los planos de la vida. Es cierto que el abandono de lo cualitativo está en la base y en origen de la ciencia moderna, determinando el avance arrollador del pensar funcional sobre el pensar substancial. En una palabra, el ser y el valor ha sido reducido a objeto, sin alma, sin espíritu, sin profundidad. Así quedaron asfaltadas las anchas avenidas luciferinas para el nihilista práctico.

Bajo el clima nihilista imperante el hombre se desprecia a sí mismo, toma partido por la cultura de la muerte, exalta la nada, y desespera escépticamente del conocimiento. La siniestra y tanática agenda global de la élite mundial o Cuarto Reich Bilderberg -cultura posmoderna, posverdad, ataque a la razón, eutanasia, aborto, ideología de género, lenguaje inclusivo, matrimonio igualitario, empoderamiento de la mujer, volver punitiva la masculinidad, promover la procreación genética y artificial de la humanidad, libre consumo de drogas, destrucción la familia tradicional, guerra contra la población-, es de profundo espíritu nihilista. Es el diseño de un mundo perverso en beneficio del gran capital imperial. No es difícil advertir quién promueve y a quién beneficia la ideología del nihilismo, si no es a otro sector como el de la luciferina, egoísta y avara gran burguesía planetaria. Y a este sector le hacen el juego la legión de filósofos e intelectuales, que como "tontos útiles" se suman a la danza dionisíaca y disolvente del nihilismo. ¡Nunca como en ninguna otra etapa de la historia, ha sido tan evidente y vergonzosa la traición de los intelectuales!

Contra el poder de la nada, la secularización, el inmanentismo y el estancamiento espiritual propios del nihilismo no hay más que un sólo camino, a saber, esforzarse en recuperar el supuesto de la fe en Dios. El nihilismo es la nueva neurosis espiritual mortal de nuestro tiempo y la liberación sólo es posible a través de la superación del ateísmo. En la hora presente de apoteosis del nihilismo y del último hombre, la Modernidad desnuda su verdadero rostro vernal, decadente, y depravada de una auténtica barbarie civilizada. No es el ideal de la libertad humana la que se debe abolir, sino su asunción dentro de un chato y estrecho marco inmanentista. Lo que demuestra que el hombre moderno sólo podrá realizar su mayoría de edad aunando su inmanencia con su trascendencia. No se trata solamente de repetir el lema: ¡sapere aude! o ¡atrévete a saber!, sino de enlazarlo con el otro lema indispensable: ¡atrévete a creer! Pues, el derrotero moderno es la demostración más elocuente del fracaso de una razón que se niega a reconocer las verdades suprarracionales que rodean al hombre y al mundo.

¡Despierta, hombre de nuestro tiempo! El giro antropológico de la modernidad se ha convertido en un profundo fracaso. El hombre como enemigo de Dios, a lo único que arribó es a la construcción de un orden satanocrático más nefando que Sodoma y Gomorra. Estamos a tiempo de desmontar las estructuras siniestras de la presente barbarie civilizada que se enseñorea. Recobremos la fe en Dios, la profundidad metafísica, la esencia de las cosas, reconciliémonos con la naturaleza y asumamos un nuevo ascetismo contemplativo. Hagámoslo porque la humanidad es capaz de reencontrarse con su elevada misión como criatura espiritual en la Creación.

* Tomado de mi blog www.gusfilosofar.blogspot.com

 

 

NIHILISMO Y GUERRA TERMONUCLEAR

Lo que nos amenaza actualmente no es un conflicto termonuclear, sino el nihilismo. Si el terremoto geopolítico que nos sacude con le aguerra en Ucrania logra sofocar el peligro de un enfrentamiento nuclear aún quedará como espada de Damocles la fuente desde la cual nace, a saber, el nihilismo. Veamos. Nuestra encrucijada tiene un nombre preciso, y es: NIHILISMO. Éste es el arma que blande el occidente liberal contra el occidente cristiano y el globo entero.

Ahora bien, el nihilismo pensado en su esencia no es la historia fundamental de Occidente -como cierto prestigioso pensador afirmó-, sino el movimiento fundamental de la civilización misma. La civilización humana se inicia como un poderoso movimiento de voluntad de poderío a través del ropaje de las monarquías divinizadas. Esto no significa satanización alguna del proceso civilizatorio mismo, pues ésta puede tomar otro cariz bajo presupuestos distintos.

De lo que se trata es de ver con claridad que el nihilismo como voluntad de poder, como negación y comienzo de la erosión del ser, tiene un principio acelerado con la invención de la civilización. La civilización humana ha sido desde su comienzo remoto hasta la actualidad, voluntad de poder en vez de voluntad de servir.

Voluntad es deseo, pero el deseo no tiene que ser necesariamente vorágine sin término de acrecentamiento del dominio sobre los hombres, la naturaleza y las cosas, como ha venido siendo. También la Voluntad puede ser acrecentamiento del servir, dar y amar, como no lo ha sido sino en personajes excepcionales (santos, héroes y profetas). No obstante, nuestra encrucijada tiene perfiles singulares desde que está atravesada e identificada con la técnica moderna. Bien se ha señalado que la técnica es el predominio del ente y el olvido del ser. O sea, la médula de la técnica es el imperio nihilista del devenir.

Si la cosa técnica es la tachadura del ser, si es el ámbito donde el ser se vuelve nada, ¿significa ello que el pathos de la técnica no pueda salir nunca de la ontología débil del nihilismo? Ello es dudoso. Si nihilismo es falta de sentido, decadencia civilizatoria, disolución de valores, imperio de la temporalidad, poder de la nada, poshistoria, secularización, utopía inmanente y estancamiento espiritual, ello no significa que el sentido unívoco del ser -el de las cosas finitas- tenga que imperar para siempre. Además, el devenir tampoco tiene que ser exclusivamente un ir del ser finito hacia el no-ser.

Como la negatividad no puede consistir en un ir de la nada a la nada, entonces ni agota el ser finito ni niega definitivamente el ser absoluto. Ciertamente que el nihilismo es el malestar global de nuestro tiempo y el pensamiento científico-técnico es su factor acelerador, pero ello no significa que terminemos negando la posibilidad de la ontología positiva, pues partir del reconocimiento de la interrupción ontológica del tiempo lleva también al reconocimiento del ser infinito y eterno. Sin ello no hay posibilidad ni de salir del nihilismo, ni de poner término a la identificación entre ser y ente finito, ni de reconducir la técnica por la senda de una nueva historia de la metafísica.

El paso temerario dado por la Modernidad de adentrarse en el abismo de lo finito está llegando a su término, y para evitar un desenlace catastrófico hay que ver que el problema de fondo es de naturaleza metafísica. Nuestra actualidad liberal es nihilista, lo es la historia del occidente colonial, por eso mismo es metafísica, pero no es la única metafísica posible -como no lo ha sido nunca-.

 

 

 

 

 

 

Indice

 

 

 

 

 

 

 

 

Introducción                                                                          5

 

Anunciación                                                                          7

 

Predicación                                                                          37

 

Significado                                                                          64

 

Anexo                                                                                 97



[1] Jaspers en su obra Nietzsche y el cristianismo cita según la edición dirigida por la hermana de Nietzsche, Elisabeth Foerster-Nietzsche. El orden de esa edición es: Vol. I, El origen de la tragedia y Consideraciones intempestivas; II y III, Humano, demasiado humano; IV, Aurora; V, La gaya ciencia; VI, Así habló Zaratustra; VII, Genealogía de la moral; VIII, El caso Wagner y El ocaso de los ídolos, Nietzsche contra Wagner, Desintegración de todos los valores (El Anticristo), Poesías; IX, Obras póstumas de los años 1869-1872; X, Obras póstumas de los años 1872-1873 y 1873-1876; XI, de la época de Humano, demasiado humano y Aurora (1875-1878 y 1880-1881); XII, de la época de la Gaya ciencia y de Zaratustra (1881-1886), entre ellas, Más allá del bien y del mal; XIII, Obras póstumas, Ecce homo; XVI, Obras póstumas, La voluntad de poderío.

[2] Los otros libros de la primera fase no modifican la línea central de la primera obra, y son: la primera de las Consideraciones intempestivas y David Strauss, confesor y escritor, ambos de 1873; Ventajas y desventajas de la historia para la vida y Schopenhauer como educador, ambos de 1874; Richard Wagner en Bayreuth (1876).  

[3] También al segundo periodo pertenecen: Miscelánea de opiniones y aforismos (1979), El viajero y su sombra, de 1886, que luego se juntó con Miscelánea para formar el segundo volumen de Humano, demasiado humano.

[4] Ecce homo, Madrid, Alianza, 2018, pp. 89-90.

[5] El nacimiento de la tragedia, Madrid, Alianza, 2018, p. 81.

[6] Obras completas, vol. III, Madrid, Tecnos, 2014, p. 78.

[7] Cf. Ibid., p. 91

[8] Obras completas, vol. III, op. cit., p. 603

[9] Cf. Ecce homo, Ediciones Busma, Madrid, 1984, p. 161.

[10] Cf. Más allá del bien y del mal, Madrid, Alianza, 2018, p. 33.

[11] Cf. Así habló Zaratustra, Sarpe, Madrid, 1983, p. 355.

[12] Cf. Más allá del bien y del mal, parte IV, sección 146.

[13] Cf. El ocaso de los ídolos, “Sentencias y flechas”, 11.

[14] Los datos biográficos están basados en la reciente obra aparecida sobre el tema: Sue Prideaux, ¡Soy dinamita! Una vida de Nietzsche, Ariel, Barcelona, 2019. También en Rüdiger Safranski R. Nietzsche: biografía de un pensamiento. Tusquets Editores, Barcelona. 2000

 

[15] Cf. Así habló Zaratustra, Grandes Pensadores, Sarpe, Madrid, 1983.

[16] Cf. El Anticristo, Ediciones siglo veinte, Buenos Aires, 1986

[17] Alfred Müller-Armack, El siglo sin Dios, FCE, México, 1986.

[18] Cf. Mateo 27: 15, 26.

[19] Cf. Ecce homo, Ediciones Busma, España, 1984.

[20] Cf. Nietzsche y el cristianismo, Editorial Leviatán, Buenos Aires, 1990.

[21] Cf. La voluntad de poder, Madrid, Edaf, 2006.

[22] H. Heimsoeth, La metafísica moderna, Revista de Occidente, Madrid, 1966.

[23] E. Gilson, La filosofía en la Edad Media, Gredos, España, 2019, p. 627.

[24] F. Copleston, Historia de la Filosofía, Ariel, Barcelona, 2011, tomo VII, p. 322.

[25] W. Sombart, El burgués, Alianza editorial, Madrid, 1972.

[26] F. Tönnies, Comunidad y sociedad, trad. José Rovira Armengol, Buenos Aires, Losada, 1947,

[27] Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, FCE, México, 2004; La sociedad del cansancio, Herder, Barcelona, 2010.

[28] Byung-Chul Han, No-cosas, Taurus, Barcelona, 2021;

[29] Sobre esta nueva metafísica en ciernes en la historia he publicado los siguientes libros: Carta sobre la Metafísica, La modernidad envejecida, Apocalipsis de la razón burguesa, Sentido metafísico del mundo multipolar, Antropología sin antropocentrismo, Ser y realidad; publicados en IIPCIAL, Lima, 2022; salvo el último que pertenece al 2023.

[30] P. Hazard, El pensamiento europeo en el siglo XVIII, Revista de Occidente, Madrid, 1966.

[31] G. Simmel, Filosofía del dinero, edición Capitán Swing, Madrid, 2013.

[32] Max Scheler, El resentimiento en la moral, Revista de Occidente, Madrid, 1927.

[33] V. A. Belaunde, La síntesis viviente, Madrid, 1950, pp. 71.83. Otros filósofos peruanos que han dedicado libros a Nietzsche han sido los sanmarquinos José Russo Delgado (Nietzsche, la moral y la vida, 1948) y Leopoldo Chiappo (Nietzsche liberación y dominación, 1978). No obstante, su metafísica de la voluntad influyó sobre Mariano Iberico y José Carlos Mariátegui.

[34] V. A. Belaunde, Inquietud, Serenidad, Plenitud, Sociedad Peruana de Filosofía, Imprenta Santa María, Lima 1951.

[35] Véase mis obras Miseria del capitalismo digital y de la tecnoutopía, IIPCIAL, Lima, 2021; Ideas ante el capitalismo digital, IIPCIAL, Lima, 2022.