domingo, 7 de marzo de 2021

UN PATRIOTA EN EL CIELO

 

UN PATRIOTA EN EL CIELO

Gustavo Flores Quelopana


 Al escribir las presentes líneas siento que cumplo un deber sagrado ante quien no sólo fue un gran intelectual, sino un amigo sincero, como los que ya están en vías de extinción en esta vida. Cuando un amigo de esa talla se nos va, hemos perdido también algo de nosotros mismos. Su amistad era una hermandad que esperamos verla restaurada en la vida eterna.

Ayer seis de marzo del 2021, en plena marcha hacia el Bicentenario de la Patria, dejó este mundo a las diez de la mañana de un sábado, el insigne amigo, distinguido intelectual y perseverante patriota, Julio César Rivera Dávalos. Su vida fue segada por la inclemente mano asesina de la pandemia del covid 19, que con setentinueve años a cuestas él no pudo resistir, a pesar del tanque de oxígeno que le asistía.

A todos quienes lo conocimos y compartimos de su generosa amistad nos ha conmovido su partida. Y ello por varias razones. Primero, siempre honró el significado profundo de la palabra “amistad”. Su mano perennemente estuvo siempre presta para auxiliar a tirios y troyanos. Segundo, a todos admiró su indoblegable fe y convicción por la idea que batalló durante los últimos treinta años: las letras de un nuevo Himno Patrio como punto de inflexión para el forjamiento de una nueva mentalidad nacional valorativa y desarrollista. Tercero, fuimos testigos de la ingente cantidad de recursos mentales, editoriales, docentes, económicos y legales que desplegó para ver triunfar su ideal patrio. Cuarto, le dolía como a nadie la mefítica ola de corrupción que asolaba a nuestra vida política republicana. Y quinto, fue un personaje muy estimado en los medios de prensa nacionales e internacionales.

Se nos fue el último gran himnólogo vivo que le quedaba al Perú. Él fue quien demostró que el General Don José de San Martín no nos dio un Himno, sino una Canción patriótica en vistas que los peruanos la reconsideraran. Él fue el primero en insistir que el debate sobre la legitimidad del Himno Patrio surge en 1867 cuando la Academia de Ciencias y Bellas Letras presenta los primeros intentos de reforma. Él fue el primero en demostrar filosóficamente las leyes internas que le son propias a todo himno nacional. Fue también el primero en demostrar que la Ley de Intangibilidad es jurídicamente nula, psicológicamente opresiva u espiritualmente conformista. Todo lo cual volvía urgente su cambio de letra.

Todo esto los demostró en su primera obra “El mito de un símbolo Patrio” del 2004. La verdad es que durante el segundo gobierno de Alan García levantó tal polvareda periodística su segunda obra intitulada “El poder de un símbolo Patrio” del 2008, que el gobierno hizo cambios sólo en el orden de las estrofas para calmar superficialmente los ánimos. Esta su segunda obra fue la más profundamente filosófica que presentó, porque allí se explaya en el análisis fenomenológico, hermenéutico, dialéctico y axiológico de la esencia y forma del Himno Patrio. El nivel al que llevó la himnología en el Perú y el mundo no tiene paralelo en ninguna parte. La conclusión de fondo es que sin desarrollo espiritual no hay verdadero desarrollo material. A diferencia del connotado himnólogo Raygada, Julio Rivera consuma la ruptura con el paradigma hímnico anterior proponiendo una letra elevadamente valorativa. Para él era nítido el poder de un símbolo patrio como clave de la identidad e integridad.

Pero su filosofía hímnica no se detuvo ahí. Ya había demostrado la esencia valorativa, antes que estética, de los Himnos Patrios. Ahora se trataba de ahondar en dos aspectos, a saber, que el valor moral ínsito en el símbolo patrio trasciende lo consuetudinario y se constituye en el baluarte de la identidad nacional. Importante es su distinción entre “tradición” y “tradicionismo”. La primera es de naturaleza dialéctica y en desarrollo, que permite el desarrollo y rectificaciones, mientras que lo segundo es una actitud congeladora de la historia. Para Julio Rivera nuestro Himno nacional se hallaba prisionero de un enfoque tradicionista en vez de tradicionalista. Pero al descubrir en esta obra la categoría de la “emocionalidad cívico-ética” libra al símbolo patrio de ser un mero signo consuetudinario. Aquí madura su idea eje de profunda influencia scheleriana: un Himno Patrio no es más un símbolo estético, sino eminentemente un símbolo cívico de contenido ético. Aplicó la teoría de los valores al análisis del símbolo hímnico. Pero esta obra tiene también la virtud de señalar con valentía y coraje de dónde viene la amenaza que mella el amor patrio, a saber, de la cúspide neoliberal que encabeza la pirámide social global. Julio Rivera no era precisamente un anticapitalista, pero sí era indudablemente un antimperialista. 

En el pensamiento de Julio Rivera se puede rastrear el influjo de Husserl, Scheler, Gadamer, Habermas, Levinas, Morris, Peirce, Popper y Spranger. Pero empleó todo este acervo para forjar toda una nueva mentalidad nacional -de ahí que fundara el Instituto de la Mentalidad Nacional o INIMEN-. O sea, empleaba a autores de la subjetivización para realizar una empresa de des-subjetivización, a lo Nietzsche, Bataille o Blanchot. Aunque es innegable que su empresa de des-subjetivización estuviera dirigida a edificar una nueva subjetividad valorativa y libre. Es decir, jamás derivaría hacia una negatividad radical donde ya no hay nada que negar. Por el contrario, la salvación nacional no puede venir entonces sino de su transformación en civismo comprometido. La gran revolución copernicana que representan los estudios de Julio Rivera consiste en que nos enseña que no es tanto el Himno cosa del hombre cuanto el hombre es cosa del Himno.

En 2016 publicó “¡Himnos en la actualidad! Para qué”, fue una edición bellamente presentada y puedo decir que se trata de un obra que trasciende a su autor En el 2019 viajó a la Argentina, al Congreso Mundial de Semiótica que se realizó en Buenos Aires, siendo recibido por el buen amigo, el filósofo bonaerense Juan Maya. Fue llevando su ponencia “Semiótica del Himno Patrio”, que preparaba como libro y que quedó inédita. Y en mí guardo la esperanza que su querido hijo Jean Pierre junto a su madre Alicia Rivera -ésta última aún afectada de covid- puedan algún día publicarlo. Ese mismo año 2019 lo incorporé a la Sociedad Peruana de Filosofía, siendo miembro del Comité Directivo.

Muchos fuimos los amigos que colaboramos en su empeño y que acompañan en el luto: Antonio Belaunde Moreyra, Luis Enrique Alvizuri García Naranjo, Francisco Reluz Barturén, Kiko Álvarez Vita, Víctor Montero Cam, Fidel Gutiérrez Vivanco, José María, Mariela Cepedo, Sebastián Zileri, Mario Garvich, Carlos Gómez, Claudio Chipana, Gladys Rázuri, Ricardo Segura, Víctor Samuel Rivera, Odilón Guillén, Toribio Torres, José Luis Herrera, su inseparable y eficiente secretario Ysaí Quiroz Carreño. Todos fuimos integrantes del cenáculo de filosofía “Yachay Wiñay” o Casa del saber, que por diez años funcionó en su casa cada viernes, y que siguió en el relevo del cenáculo de filosofía sanborjino cuando se cerró. Estos cenáculos arrebataron a la academia la filosofía para ponerla en circulación en la vida cotidiana, cosa similar a lo que hizo el existencialismo francés en los años de guerra y postguerra. Todos fuimos cultivadores del pensar filosófico, del amor por el saber y la búsqueda de la verdad. Allí fortaleció y se desarrollaron las grandes ideas que Julio Rivera las convertiría en libros.

El Perú en el año de su Bicentenario envió al Cielo a un gran patriota, desde allí velará por su país que tanto amó, al que tantos esfuerzos dedicó y contemplará a la legión de amigos que dejó en sus esfuerzos por edificar un mundo mejor.

Lima, 7 de marzo 2021