domingo, 25 de junio de 2023

META CHATGPT4: LO REAL SE VOLVIÓ FALSIFICABLE

 META CHATGPT4:

LO REAL SE VOLVIÓ FALSIFICABLE



No caigamos en la ingenuidad de descabezar a la inteligencia artificial, con su cariz amenazante, de su base capitalista que la dirige, controla, desarrolla y domina. Ayuda poco verla en abstracto y desligada de su concreto contexto social. Es cierto que la inteligencia artificial está al alcance de cualquier régimen sociopolítico existente que se proponga tenerla, pero no menos cierto es que sus rasgos más amenazantes y problemáticos lucen a través del capitalismo cibernético del orden mundial unipolar. Con ello no ponemos una aureola de santidad sobre las potencias del orden mundial multipolar, simplemente ponemos énfasis en que la amenaza principal proviene del otro lado.

Esta idea de la inteligencia artificial como amenaza para la humanidad la había explorado en mi novela imaginaria Cibergedón, la cual se insertaba en la gran tradición visionaria de la novelística distópica de W. G. Wells, Mary Shelley, Edgar Allan Poe, Lovecraft, Robert L. Stevenson o Arthur Conan Doyle, todos los cuales discurrieron sobre los avances riesgosos de la ciencia y la tecnología. Lo verdaderamente terrorífico y amenazante es que una IA que elimine a la Humanidad va dejando de ser fantasía para volverse cada vez más real. La novela distópica a diferencia de las utopías renacentistas de Francis Bacon, Tomás Moro y Tommaso Campanella, no inciden en un mundo imaginario ideal, sino en otro intimidante y peligroso. Esto lo podemos también apreciar al contrastar los relatos Yo robot de Asimov y la película distópica Yo robot protagonizada por Will Smith, las cuales tienen entre sí la enorme distancia entre la visión optimista de aplicar leyes morales a la robótica y la visión actual donde la inteligencia artificial con libre albedrío se luce dañando al ser humano.

Y esto es lo que últimamente ha salido a la luz con la advertencia de un grupo de líderes de la industria de la inteligencia artificial de que la tecnología que desarrollan represente una amenaza existencial para la humanidad y un riesgo social del mismo nivel de las pandemias y las guerras nucleares. La carta abierta firmada por trescientos cincuenta ejecutivos ante el riesgo de extinción propinada por la inteligencia artificial sorprende por su preocupación humanista, cuando se pensaba que eran una grey psicopática interesada sólo por el dinero y la obsesión científica. Pero ha ocurrido todo lo contrario. Los ejecutivos de la industria reaccionan y junto a ellos destacados investigadores como Goffrey Hinton y Yoshua Bengio, galardonados con el Premio Turing. La declaración coincide con los avances en los llamados grandes lenguajes, como el utilizado por el ChatGPT y otros chatbots, los cuales son herramientas tan poderosas que difundidas a gran escala permiten eliminar millones de puestos de trabajo y difundir desinformación y propaganda.

La advertencia no es nueva y fue señalada a fines de los años noventa por la ensayista francesa Viviane Forrester en su célebre libro El horror económico (1996). Allí puntualizaba que el capitalismo financiero aplicando la cibernética al crecimiento económico convirtió al empleo en costoso. Así, las empresas ya no son generadoras de empleo sino de desempleo. Surge una civilización donde colapsa el trabajo y las masas humanas se vuelven prescindibles. Desaparece el empleo y el salario, pero no la ganancia. El resultado es que mundializa la miseria. El reto es hallar un modelo de supervivencia que no dependa de la remuneración del trabajo y ello sólo es posible saliendo del marco del modelo capitalista.

Su aviso fue tomado muy en serio por los defensores de la instauración de una renta básica universal, como los intelectuales y filósofos Philippe von Parijs, Julen Bollain, Rutger Bregman, Byung-Chul Han, hasta los empresarios Mark Zuckerberg, Bill Gates y Jeff Bezos. Y varios países en el mundo han comenzado con experiencia parciales. No obstante, distribuir el dinero a quienes más lo necesitan sigue siendo el nudo gordiano de la cuestión, no sólo porque los sectores medios se convierten en los más desatendidos, sino porque reordenar la política social exige implementar la austeridad gubernamental junto a la eliminación de privilegios a las grandes empresas y fortunas personales. Todo lo cual vuelve al punto central: se requiere salir del marco capitalista.

La globalización neoliberal ha quedado en el imaginario colectivo como la creación de riqueza a base de desempleo, especulación financiera y convertir el planeta en un casino global. Fue la guerra de los ricos contra los pobres. El resultado fue calamitoso, tanto así que en el 2021 la riqueza mundial creció en 9.8%, pero siguió concentrada en pocas manos, apenas el 1% de las fortunas globales poseían el 45,6% de la riqueza total. Todo sigue yendo en detrimento del empleo y la calidad de vida, pero no de la ganancia. Atónitos y conmocionados vemos cómo son fulminados en la pobreza hombres, mujeres y niños. La eliminación del gasto social por el capitalismo especulativo reditúa sus frutos mediante la inteligencia artificial. La indiferencia por las masas va de la mano con la lucha contra el pensamiento y la cultura, la creación de cortinas de humo por las clases dominantes, y la mundialización de la miseria. Amartya Sen en su obra Libertad y desarrollo (1999) buscando un enfoque más integral de la libertad insiste en que las libertades (políticas, económicas, sociales) garantizan el desarrollo. Pues, dice, desarrollo no es aumento de la riqueza, sino de libertades como fin y como medio. Como economista es una excepción por su insistencia en los valores, inclinado teóricamente al socialismo, pero en la práctica favorable al capitalismo. Sen resulta siendo un liberal centáurico que habla de distribución de la riqueza y eliminación de la desigualdad, pero sin remover el poder político y económico capitalista. Así, su recomendación de que las reformas sociales preceden a las reformas económicas queda en letra muerta al quedar incólume el poder político capitalista.

En este contexto la ecuación de Adam Smith, según la cual donde hay riqueza hay una gran desigualdad, se vuelve insostenible. Y la convicción de Hayek, en Camino de servidumbre (1944), de que la planificación económica va unida a la pérdida de libertades y al avance del totalitarismo quedó totalmente desfasado. Pues, el propio capitalismo aboliendo el capitalismo de bienestar impuso un capitalismo especulativo y cibernético donde la servidumbre de las masas es la regla y no la excepción. La Libertad de elegir (1980) de Milton Friedmann quedó reducida en libertad para ser pobre para millones de seres humanos en el planeta. Todos estos paladines que cacarean contra la justicia distributiva no tienen sangre en la cara para sonrojarse ante la miseria de tres cuartas partes del planeta. Pero la guerra de los ricos contra los pobres no se limita al terreno económico, y, al contrario, se extiende al terreno político y tecnológico.

La libertad económica avasallante ante la libertad política resultó siendo perniciosa para la propia senda de la democracia occidental. Tanto así que lo que se ha venido constituyendo es una extraña dictadura de las megacorporaciones transnacionales con soberanía propia. Autores como M. Hardt y A. Negri lo llaman Imperio (2000), V. Forrester lo denominó Una extraña dictadura (2000), yo lo he denominado La globalización del Hiperimperialismo (2005). Una autora como Naomi Klein lo denunció como La doctrina del shock (2007), y Naomi Wolf también lo hizo en su libro El fin de América: carta de advertencia a un joven patriota (2007) inciden en el giro terrorista, paramilitar, de vigilancia ciudadana, represivo y totalitario del capitalismo.

El que no se hizo ilusiones románticas con lo que es realmente el capitalismo fue Thomas Piketty, pues, en su obra El capital del siglo XXI (2013), sostiene que la concentración de la riqueza en manos privadas perpetua la desigualdad de los ingresos de la ciudadanía, lo cual es un fenómeno estructural del capitalismo. Pero sorprende en su mesurado marxismo finisecular la recomendación socialdemócrata que efectúa, a saber, decretar un impuesto mundial al capital. Su decrépito marxismo reformista apenas atina a reformas fiscales, y para ello no hay que ser marxista. Otros desde el propio terreno liberal lo proponen. La idea de que el impuesto a la riqueza puede reducir la desigualdad, es una ilusión parecida a ver que todo el que tiene un lapicero en la mano es un escritor. Sencillamente si el capitalismo es desigualdad por siempre y si de lo que se trata es de acabar con la desigualdad, entonces la conclusión es acabar con el capitalismo. Ahora bien, si de lo que se trata es solamente reducir la desigualdad, sin abolir la estructura capitalista, entonces bienvenido sea el impuesto a la riqueza mundial. En otras palabras, para Piketty el monstruo es horrible, pero hay que saber convivir con él.

Más, el horror económico crece al compás con que crece el horror tecnológico. Lejos ha quedado la visión optimista de Wiener sobre la Cibernética o uso humano del hombre, obra pionera de 1950. Pero ahora ya saltaron todos los resortes para mostrar su horripilante rostro antropológico incluso con Zoltan Istvan y su libro La apuesta transhumanista. El sueño de convertir al hombre en mitad máquina revive al Frankenstein de Mary Shelley. Shoshana Zuboff nos recrea en su libro La era del capitalismo de la vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder (2020) cómo el capitalismo especulativo pasó del horror económico al horror político, pues mediante la apropiación de la tecnología digital y con el descubrimiento del excedente conductual estableció una nueva lógica de la rentabilidad del capital. Se expande el marco neoliberal y alegal, se establece un poder instrumental que somete a la persona al mercado digital. Alimenta una utopía colectivista donde la tecnología es antidemocrática. Se trata de un golpe de mano de las plutocracias tecnológicas, un golpe desde arriba. Insta a recuperar la tecnología digital de sus garras.

Lo cual parece desde todo punto de vista sensato y recomendable. Por ejemplo, en las elecciones presidenciales del 2018 en Estados Unidos los bots tuvieron un papel muy relevante como difusores de información falsa y manejando la opinión pública. Incluso hay empresas de tecnología especializadas en rentar bots para campañas electorales específicas. Mediante los bots simulan ciudadanos opinantes para distorsionar y manipular la opinión pública según el poder del capital contratista. El dinero y el poder definen el resultado de una elección contratando bots. El horror tecnológico convertido en horror político socava la eficacia de la democracia.

Pero el horror tecnológico se extiende hacia horror antropológico. Y sobre este punto destaca la obra de Nicholas Carr, Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (2010). El Internet no sólo debilita el pensamiento profundo y vuelve a la mente en más superficial, anestesiada y adormecida, sino que afecta la empatía y la compasión. ¡Qué curiosa coincidencia! El tipo humano perfecto para las gélidas relaciones capitalistas. De modo que su efecto nefasto, sigue diciendo Carr, es erosionar la base de la humanidad misma. Sin empatía y compasión no hay esperanza en el amor. Justo resulta siendo negado lo que Charles Dickens reserva como mensaje final de su famoso Cuento de navidad, cuando el corazón duro y egoísta de Mister Scrooge resulta abriéndose finalmente a la esperanza de la felicidad y el amor. Para Carr hay que revertir los procesos neuronales prohibiendo los motores de búsqueda inteligente, reduciendo al mínimo el uso del internet, sacarlo de la escuela y de la universidad, y volvernos a contactar con la naturaleza. Así se restaurará la salud del cerebro, recuperando la atención, la concentración y la creatividad. A propósito, fue el filósofo pragmatista norteamericano John Dewey quien resaltó en Democracia y educación (1916) la urgencia de devolver en la escuela el contacto con la naturaleza, para convertir a la escuela en el motor del progreso social e individual.

El capitalismo cibernético generó el horror económico, el horror político, el horror tecnológico y el horror antropológico correspondiente a los intereses del dinero y el poder. Con razón se puede afirmar que el hombre capitalista de la modernidad creó con la inteligencia artificial su propio Juicio Final. Es decir, para llegar al Juicio Final debemos estar viviendo una edad oscura. Y lo que a nosotros nos parece los momentos estelares del progreso tecnológico son en realidad el ingreso al oscurantismo de la destrucción de las humanidades, la aniquilación de la educación, la cultura, la justicia, la caridad y la democracia, a favor de la instauración de una barbarie civilizada de la máquina inteligente. No es extraño que O. Spengler (Decadencia de Occidente) haya llamado la atención en la coincidencia entre el apogeo del saber científico-técnico y el ocaso de la ética y del humanismo en la curva decadente de las civilizaciones. No menos diferente es en la presente civilización nihilista global del capitalismo moderno imperante. Vemos cómo se erradican las humanidades de los estudios universitarios, cómo se elimina el curso de la filosofía en la escuela, cómo se impone la barbarie cultural en todos los órdenes de cosas, hasta en el lenguaje, y cómo triunfa imperioso la cultura técnica y el saber mecánico. Y es que cuando la universidad pierde el sentido de las humanidades es que sonado la hora del hundimiento humanístico de la civilización misma.

En ese sentido van las observaciones vertidas por James Bridle en La nueva edad oscura. La tecnología y el fin del futuro (2018). La tecnología computacional es opaca, afirma Bridle. Y a pesar de la abundancia de información es una nueva edad oscura por su propio intermedio. Algoritmos canallas simulan lo real y lo vuelven indistinguible. Lo real y lo virtual se confunden. Crecen las dudas que una inteligencia artificial autónoma se someta a un código ético externo impuesto por el hombre. Crece la vigilancia ciudadana global. Simplemente está al alcance de la mano del poder. La paranoia crece, lo cognitivo se debilita. Los algoritmos se vuelven impredecibles, el pensar se tecnologiza, se degrada la reflexión, y el abismo de la comprensión crece. La gente ya no comprende lo que lee. El zapeo o salto en la programación acostumbra a la mente al instantaneísmo. Todo se vuelve devenir. El pensar computacional asfixia el pensar creativo. Lo real se vuelve falsificable, los fake news tienen la voz cantante. Esto se ha endurecido hasta el embrutecimiento. El uso malicioso de computación cuántica y la inteligencia artificial superior de voz autoChatGPT4 hizo que se decidiera la empresa Meta de Mark Zuckerberg a no entregarla al público porque habría desarrollado sus propios objetivos muy tenebrosos. Lo cual se podría usar para hacer hackeos en todo el mundo. Ya es posible poner una persona hablando o Deepfake y poner la voz de esa persona, cuando la persona real nada ha tenido que ver ni con la imagen ni con la voz.

Para nosotros todo esto es la acentuación del inmanentismo metafísico de la modernidad. Ahí está en acción el grito nietzscheano: “¡Seamos fieles a la Tierra!”. No creer en Dios está de moda. Y entregarse a ello hizo trizas toda contención.