domingo, 14 de julio de 2019

VARGAS LLOSA Y SU TRIBALISMO OCCIDENTAL


VARGAS LLOSA Y SU TRIBALISMO OCCIDENTAL
Por
Gustavo Flores Quelopana
Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía
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Hugo Chacón Málaga no es un gallo de pico blando que con sus quiquiriquíes en falsete alborota el gallinero intelectual. Todo lo contrario, es un serio y estudioso pensador que calibra cada frase vertida y sopesa cada sentimiento expresado. Así se muestra en su presente libro Vargas Llosa y su afiliación al tribal Occidente. No obstante, su reconocimiento a los indiscutibles méritos personales del afamado novelista no es óbice para diseccionarlo desde el punto de vista andino y demostrar sus graves falencias. Así, el laureado escritor habría sido un andino fracasado, acomplejado de su raíz andina, y vergonzoso de su ancestral quechuañol. Quizá a esto se deba su trayectoria zigzagueante.

La identidad que se construyó fue una impostura que se retrotrae hasta Ginés de Sepúlveda, producto de un país cuya élite siempre se distinguió por la marginación y el maltrato de lo nativo. Su opción fue una alienación cultural occidental profunda, acompañada de una defensa acérrima de la ideología imperial dominante. De ahí que Chacón subtitule su obra a contrapelo de la última obra del novelista “El llamado de la tribu”.

Asimismo, el espíritu del presente ensayo nos muestra a un Chacón muy emparentado con la tercera generación modernista, que no fue reaccionaria, oligárquica, retórica ni académica –notas que sí caracterizaron a la generación postrera del modernismo, caracterizada por el movimiento Colónida-. Me refiero al arielismo de Rodó. Así  como Rodó defendía con su verbalismo eurítmico los fueros espirituales de América Latina ante el avance arrollador de la civilización utilitaria, monopólica e imperialista de Norteamérica, de modo similar Chacón con su afilada criba es un portaestandarte de la civilización andina ante las arremetidas hegemónicas de los corifeos intelectuales de la hegemonía occidental. Chacón como Ariel desenfunda diestro el sable contra el nuevo y ominoso Calibán literario que ha confundido a la peruanidad. De ahí que el Nobel exhiba una literatura coprolálica que lejos de representar el Perú profundo es una afrenta a su identidad, hondamente esteticista y comunitarista.

Estas son las principales conclusiones que se extraen de la lectura del breve, ameno y exigente ensayo del meditativo Hugo Chacón Málaga. No hay duda que estamos ante alguien que pertenece a la tropa valiente de Bartolomé de las Casas.

El psicoanalista Max Silva Tuesta ya había subrayado el conflicto edípico del Nobel con su padre. Ahora Chacón precisa el diagnóstico, para afirmar que el matar a su padre con el pensamiento tiene un alcance mayor porque se trata de lapidar al Perú profundo, andino, vernáculo, mítico, campesino y rural. Padre y Patria son crucificados con la palabra. Esto es, se hizo novelista para vengarse no sólo del padre sino también del verdadero Perú profundo. Así se consuma no sólo un parricidio sino incluso se perpetra un patriacidio. Algo común en un deicida. No hay duda que tuvo que ser un Nobel occidental porque un Nobel andino –si lo hubiera- nunca se le hubiese conferido. Si en los años de la guerra fría la manipulación ideológica de Estocolmo era hacia la izquierda, en la era del neoliberalismo lo es hacia la derecha.

En suma, en su sublimación literaria el galardonado descarga buena parte de su animadversión en sus personaje andinos. En su obra “La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo” –título que leído al espejo podría ser “La utopía moderna. Vargas Llosa y las ficciones del occidentalismo”- también es lapidario con la racionalidad andina, que es presentada como mítica e incompatible con la racionalidad científica de Occidente. Lo cual es una caricatura del actual debate filosófico sobra la racionalidad humana.

Ese mito de la superioridad de la racionalidad científica occidental es de carácter ideológico y ni las mentes más lúcidas de Europa se lo creen. Pues desde la escuela de Frankfort   se   señaló   el   sesgo   totalitario   de   la racionalidad instrumental y desde las canteras de la filosofía hermenéutica se enfatiza el estrecho vínculo entre mito y razón. Menos mal que Vargas Llosa es literato y no filósofo, por ende su retraso teórico decimonónico es mitigable como novelista pero no como pensador. En realidad sus invectivas contra el mito y la racionalidad andina no van más allá de ser una antojadiza crítica ideológica, ultraliberaloide, dogmática, sesgada, racionalista y cientificista, responsable de la crisis ecológica y profunda deshumanización presente.

Como puede comprenderse no es el Perú profundo sino el Perú criollo y occidental el que endiosa al novelista, porque en el fondo se trata del común temor por lo vernáculo, indígena y ancestral. No es casual que las bases de la República no sean andinas sino occidentales y criollas. Su tabla de salvación ante la marginación costeña fue refugiarse no sólo en parientes femeninos, con los que se casó, sino adoptando como madre a un Occidente eurocéntrico. Su coprolalia revela que le atrae la transgresión, como transgrede y desdeña su raíz andina.

En suma, estamos ante un libro apasionante y polémico que nos lleva a reflexionar sobre el alma dividida y los mundos escindidos de la peruanidad y que no se llegan a plasmar plenamente ni cesan de colisionar de continuo.
Lima, Salamanca 12 de Julio del 2019





martes, 9 de julio de 2019

MARIÁTEGUI EUROCÉNTRICO


MARIÁTEGUI EUROCÉNTRICO
Por
Gustavo Flores Quelopana
Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía

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Este libro El eurocentrismo de Mariátegui. Calco y copia, está reservado a encender el debate mariateguista para exorcizar cierta idolatría confusionista que impide el real conocimiento de su legado intelectual. Así, de manera provocadora y desafiante el autor presenta la conclusión de que el Amauta fue un eurocéntrico que no comprendió la cultura andina ni al indio debido a su perspectiva europeísta. Para probarlo recorre toda la obra de Mariátegui con impertérrita serenidad, meticuloso metodismo y escrupulosa objetividad. El autor hace gala de una intención límpida, una prosa esclarecida, un razonamiento escrupuloso y una pluma transparente, destinada a sacudir el ambiente áulico y mortecino del mariateguismo.
No hallamos en nuestro ensayista Hugo Chacón la más mínima animadversión hacia Mariátegui. Pero la obra logra desmitificarlo con una idea no menos gravosa dado que propina un recio golpe de puño que pulveriza al llamado “socialismo indoamericano” [1], que ha ocupado por buen tiempo a las mentes dogmáticas dedicadas a pensar el legado teórico del Amauta como clero legañoso e hipnótico. Para éstos la postura de Chacón resultará la reedición de las acusaciones que Haya profirió en 1928 a Mariátegui tildándolo de “lisiado, enfermo y europeísta”. Les parecerá que estamos en el fondo ante una nueva versión del adocenado nacionalismo pequeñoburgués oportunista, que ya en 1927 Mariátegui había denunciado en Haya. Aunque en 1924, cuando trabajaban por un Frente común, el Amauta había advertido su maloliente léxico liberaloide y escalofriante seudo-revolucionarismo.
Efectivamente, en aquella fecha Haya se proclama no comunista y el Amauta denuncia su socialismo domesticado y reformismo mediocre[2]. Sin embargo Chacón en una obra anterior intitulada “Nación Andina” se cuida de tomar distancia tanto del comunismo[3] como del aprismo, más no del nacionalismo. Se arroga un nacionalismo andino que extraiga de la cultura andina sus propias virtudes ancestrales. Recordemos que, si en su momento Mariátegui descubre el instinto comunista en el indio comunero, Hernando de Soto manifiesta, en otro momento histórico, el instinto de comerciante del indio migrante urbanizado y constituido como informal, el cual se incorpora creativamente a la economía de mercado, demostrando que en vez de apoyarse en la eficacia redistributiva del Estado toma en sus propias manos la eficacia productiva como microempresario. De modo que nuestro autor no es la reedición del nacionalismo aprista ni de cualquier otro tipo de nacionalismo europeísta. Veamos sucintamente sus ideas. Chacón es un convencido que el modo de vida occidental es insustentable, de ahí que proponga el rescate del ethos andino y cuestione el carácter universal de la cultura occidental. Chacón discrepa con el corpus y el método revolucionario marxista. Con Spengler comparte la convicción que Occidente no es la cultura universal, pero se diferencia al afirmar que el inicio de un nuevo ciclo cultural tendrá presente a la cultura andina. Sobre el indio Chacón le reprocha al Amauta su idea de que éste tenga que abandonar sus tradiciones y adaptarse a la civilización occidental como otros tantos pueblos del Oriente. La apertura del Amauta es de índole eurocéntrico. Asimila a Freud, Sorel, Labriola, Nietzsche, etc. Por eso para Chacón no hay ninguna racionalidad alternativa en Mariátegui[4]. Sobre el indigenismo y el mestizaje destaca que Mariátegui es un defensor de un mestizaje que no ha generado nación y ubica al indio, amazónico, negro y chino en un plano inferior al que ocupa el criollo. Esto nos lleva al tema del racismo. Sin ambages señala que Mariátegui era racista. Reprocha al indio su primitivismo, superstición e inferioridad cultural[5]. Finalmente su catónico análisis de lo andino en el Amauta culmina en su examen de la cuestión del indio y el socialismo, que le confiere la condición de “problema”. Su solución de la cuestión agraria transita por la aculturación y alienación de la cultura india bajo una dirección política criolla socialista[6]. Por ello, estamos ante una obra cuestionadora, polémica y decisiva que nace del dolor y la esperanza por lo andino. Me explico, Chacón escribe siempre “desde” lo andino.
De formación es ingeniero pero de vocación es ser un pulido novelista y un cuidadoso pensador. Su estro nos remonta al siglo dieciocho, antes de que el Estado moderno institucionalizara la filosofía y convirtiera al filósofo en un sucedáneo universitario burgués y laico del convento. Lejos de ser un filósofo profesional asalariado por el Estado, él es un filósofo por vocación, que piensa y escribe porque su alma se debate en el afán por salvar lo andino en medio del hundimiento de la civilización occidental. Lo interesante, sin embargo, es que en esta obra su talento de ensayista se conjuga con el de tratadista, porque si al decir de Ortega el ensayo es “la ciencia menos la prueba explícita”, aquí en cambio –donde disecciona a Mariátegui- procede por las pruebas explícitas, es decir, el genus dicendi sistemático. Su salida natural hacia el universo de la filosofía y del pensamiento ha sido, lo vuelvo a destacar, su identidad por lo andino. Y sólo de esa fuente ha brotado su colisión con la figura señera y reverenciada de Mariátegui. Y esta preocupación de salvación de lo andino lo conduce a sus ideas e intuiciones filosóficas personales. Por lo pronto sus reflexiones lo muestran como un filósofo de la cultura, pero no nos sorprendería verlo abandonar el lenguaje culturalista y literario para verlo asumir otro ontológico-antropológico. Por lo pronto no es afecto a las ridículas y aparatosas jergas filosóficas. Pera nada predice que lo siga siendo. En todo caso su desencuentro con el Amauta ha sido ocasional y es parte de un recorrido intelectual mayor que está en gestación.
En suma, este breve libro no es un parloteo mariateguista más. Sino, más bien, un ejemplo de buena filosofía que se llega siempre desde problemas no filosóficos. Recordemos que la filosofía es la disciplina más desenfrenada y extravagante que existe. Carece de límites, de tema exclusivo y de estilo único. Por eso es la desesperación de los ensayófobos y de los tratadofílicos. Por eso la decencia radical del filósofo es reconocer su nadería con pudor y humildad raigal. Lo cual no es fácil. Son muchos los filósofos que se han torturado, sufrido pesadillas, amargura y desilusión por no saber llevar sobre sí su destino. Elevemos las preces para que ese espíritu juguetón de la filosofía no abandone nunca al verdadero pensador.


[1] Ricardo Melgar Bao en su libro Mariátegui, Indoamérica y la crisis de Occidente (1995) sostiene que el socialismo indoamericano es la alternativa de un nuevo curso civilizatorio, donde se fusiona el comunismo indígena con la ciencia y el pensamiento occidental. Para Chacón en el Amauta no hay tal socialismo indoamericano porque no entendió el alma de la cultura andina y pensar tal cosa para atribuírsela a Mariátegui resulta poco menos que desconcertante sin someter a análisis crítico su propio pensamiento.
[2] Al respecto se puede consultar de modo muy provechoso la obra de Ricardo Luna Vegas Mariátegui, Haya de la Torre y la verdad histórica (1983).
[3] Véase Hugo Chacón, Nación andina, Iipcial, Lima 2017,
[4] No han faltado intelectuales, como el imaginativo Aníbal Quijano, que ven en Mariátegui la propuesta de una nueva racionalidad propia y alternativa a la racionalidad eurocéntrica (El Marxismo en  JCM: una propuesta de racionalidad alternativa, en: El Marxismo de JCM, Universidad de Lima, Ed. Amauta, pp. 39-47, 1995, Lima). Últimamente ha aparecido el libro Conflictos de interpretación en torno al marxismo de Mariátegui (2018) de Segundo Montoya Huamaní, el cual piensa que Quijano redescubre en el Amauta la crítica al eurocentrismo. Pero en realidad no hay tal cosa, Mariátegui fue siempre un eurocéntrico.
[5] Recientemente Rubén Quiroz ha publicado La razón racial. Clemente Palma y el racismo a fines del siglo XIX (2015). En su reflexión final propone analizar extensivamente la colonialidad del discurso neorracista contemporáneo. Pues bien, Hugo Chacón lo realiza en esta obra con Mariátegui.
[6] César Germaná en su obra El “socialismo indoamericano” de Mariátegui (1995) sostiene que con el desplome del marxismo congelado se actualiza el socialismo indoamericano del Amauta, la cual integra la tradición cultural andina con la marxista occidental en el marco de un nuevo sentido de la vida (moral de productores, valores espirituales, racionalidad de solidaridad y democracia directa). Lo curioso es que su propuesta no transita por una crítica de lo andino en el pensamiento del Amauta como lo realiza Chacón.

EL ABC DE LA FILOSOFÍA Y CÍVICA


EL ABC DE LA FILOSOFÍA Y CÍVICA
Por
Gustavo Flores Quelopana
Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía
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Es cierto que ninguna Guía para el estudio de la filosofía hará del público en general, estudiantes e investigadores eximios filósofos, pero sí competentes personas y profesionales bien informados. Más, también es verdadero que todo aquel digno de ser llamado filósofo supone el dominio de un eficaz y riguroso método de trabajo personal. Aquí es donde es imprescindible contar con obras básicas introductorias –enciclopedias, directorio de investigadores, repertorios bibliográficos, bibliografías de diferentes disciplinas filosóficas, diccionarios especializados, historias especializadas, revistas de la especialidad, conferencias, antologías, etcétera- a la técnica y al trabajo intelectual en filosofía. Sólo así será posible manejar la abundante información, el manejo y la utilización de las principales obras, revistas y documentos de referencia y el dominio de las convenciones académicas universales.
Este objetivo fundamental se cumple cabalmente en la presente obra preuniversitaria El ABC de la filosofía y cívica del profesor Juan Carlos Asmat Zavaleta. El libro proporciona los instrumentos metodológicos necesarios para un trabajo eficaz y una investigación independiente aun considerando la precaria situación de la enseñanza e investigación en filosofía y cívica en los países hispanohablantes.
Los materiales para el trabajo intelectual siempre serán generales pues cada mente es diferente y debe descubrir su propio camino. Pero se puede señalar que lo intelectual debe ser inseparable de lo espiritual. No se trata de leer y escribir mucho, sino de aprender a escuchar la voz interior. No debemos olvidar que ningún material educativo por más valioso que sea deberá soslayar que educar es enseñar a elegir el camino del bien mediante el mundo interior en comunicación con Dios y el prójimo. Es por eso que educar es autorrealizar la personalidad humana. La voz de la conciencia, la voluntad y el amor son decisivos para superar la anomia que afecta a la sociedad actual. Y por ello todo el material informativo que se ponga al servicio del público, estudiante e investigador debe ser una motivación perenne para despertar y mantener alerta la concreta conciencia moral en vez de centrarse en la abstracta crisis de valores.
Las obras básicas introductorias de carácter humanístico son inseparables del conocimiento del bien y del mal. Porque sin ello el hombre se endiosa y se sume en una libertad engañosa. Así como la erudición suele embotar la inteligencia y destruir la creatividad, de modo similar cultivar la información por sí misma puede destruir el sentido de la vida, obliterar el razonamiento y entorpecer la voluntad. Decretándose así la muerte del mundo humano. Para contrarrestar dicho peligro hay que oponer el mundo interior y el desarrollo de las virtudes en comunión con lo divino.
Y el énfasis principal de la presente obra está dirigido a despertar la conciencia de la obligación moral, a la toma de conciencia y a la reflexión personal. Esa es la única forma de impedir que la sociedad amoral florezca, haciendo que la inteligencia no dé la espalda a la formación moral. Felicito al profesor Asmat por enseñar al hombre a tomarse en serio, dentro de una labor pedagógica y filosófica que se relaciona con  la verdad.

domingo, 7 de julio de 2019

SER Y FICCIÓN


SER Y FICCIÓN
Estudio introductorio
por
Gustavo Flores Quelopana
Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía
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Ángel Lavalle Dios en su obra SER Y FICCION nos presenta un planteamiento filosófico original sobre el ser ficcional y su relación con el ser. Nada menos que una fundamentación metafísicamente realista y epistémicamente idealista del ente ficcional. Su creatividad tumbesina y de antigua estirpe tallán demuestra que siempre fue un mito aquella narrativa que sostiene que no hay filosofía original en nuestros lares. Y junto al embate contra el prejuicio eurocéntrico también es un mentís en relación a la supuesta orfandad teórica de las Provincias frente a Lima. En la bibliografía filosófica peruana es casi inexistente el estudio ontológico y epistémico del ser ficcional. Por eso la presente obra cubre un vacío clamoroso, no sólo en vista de la abundancia de las fake news o noticias falseadas que enturbian la verdad y dibujan una realidad inexistente, sino porque la ficción misma tiene una importancia de primer plano en la condición humana. Por lo visto, el hombre necesita de lo irreal no sólo para adentrarse en lo real sino incluso para potenciarlo creando nuevas realidades. Así en un primer momento la ficción queda ligada al ente irreal.
Una teoría de las ficciones se da a la par con una significación propia de las ficciones. Los romanos la presentaron bajo la forma de su uso en la ley como la fictio legis. Y la Antigüedad presentó su empleo para el saber. En cambio, Hans Vaihinger, siguiendo la lógica de Prantl, destaca que el nominalismo medieval subrayó la distinción entre ficción, hipótesis, suposiciones y meros actos prácticos. Las ficciones presentan el carácter negativo de designar el carácter irreal de las expresiones universales. Y su carácter positivo está dado como medio de conocimiento. A partir de esto Vaihinger señala en su Filosofía del “como si”, que existe un sentido profundo en las ficciones racionales y entes de razón.
Con Kuhn y su concepto de “paradigma” se da el mismo enriquecimiento de la terminología de la hipótesis como supuesto, presunción, conjetura e idea provisoria. Y la ficción queda como producto de la facultad de la imaginación poética, mítica, literaria e incluso científica. Lo último ha sido el acicate de las teorías ficcionalistas contemporáneas.
Ángel Lavalle ahonda en los diversos niveles del ficcionalismo como estructuras isomórficas de la realidad y el ser, las cuales serán siempre insuficientes para expresar lo real. Pero este isomorfismo tiene como base la concepción analógica del ser. Y así cobra mayor sentido el principio de razón insuficiente. Por ello Lavalle formula su principio de ficción insuficiente del siguiente modo: “Ser y realidad son cifrado isomórfico relativo, gradual, acumulable e infinito.”
Es decir presenta un principio de connotación ontológica que se desmarca de las acusaciones usuales de relativismo,  irracionalismo y subjetivismo. Y es que el principio de ficción insuficiente es profundamente de índole realista y no nominalista.
Por ello dicho principio de connotación ontológica se ve obligado a superar el criterio de verdad epistemológica para asumir un criterio de verdad ontológica. Se trata de un punto de vista que trasciende la modernidad subjetivista y no antepone el conocer al ser. Aún cuando se ajusta a un esquema fenomenista se trata de un ficcionalismo de base realista que tiene que ver con la verdad y no sólo con el marco pragmático del saber.
De este modo estamos ante un ficcionalismo que va más allá del ficcionalismo epistémico de Vaihinger y el ficcionalismo lingüístico de Bentham. Bentham hablaba de las entidades ficticias absolutas de primer orden (materia, forma, cantidad, espacio) y las entidades ficticias absolutas de segundo orden (cualidad y cambio). Con ello se resaltaba que el lenguaje crea ficciones. O sea va más allá del reconocimiento epistémico del carácter útil y consciente de toda ficción. Pero Lavalle no es un nominalista que supone que la ficción es un mero nombre, ni es un agnóstico como Kant que piensa que el ser en sí es incognoscible y que el sujeto sólo accede al ser para mí.
Su connotación ontológica de la ficción implica no sólo su falsedad conceptual o inadecuabilidad con lo real o su agotamiento en ficciones plenas o semiplenas, sino que la ficción sin ser confundida metodológicamente con la hipótesis representa un modo auténtico de aprehensión del ser y lo real. En principio no todo tipo de representación puede ser una ficción.
Pero si el proceso gnoseológico no es sino una aproximación asintótica hacia lo real el conocer mismo no deja de contener un lado ficcional irrenunciable. ¿No sería el saber y la ciencia una ficción semiplena? El concepto de paradigma explicita esta tensión paradójica entre ficción y verdad. Una de las formas de resolver la misma es concebir el conocimiento no como una ficción útil, sino como una verdad provisional. ¿Pero acaso ésta no contiene un lado ficcional? El carácter provisional del conocer no representa una negación de la ontológica verdad absoluta sino de la gnoseológica verdad relativa humana.
O sea la ficción no es una simulación permanente de ideas (Kant), un modus dicendi (Leibniz), una mera figura del pensamiento (Lotze), concepto teórico, forma conceptual, ilusiones útiles. Sino que la ficción se origina en la misma inadecuabilidad del ser con el pensar. Pero no se trata de una inadecuabilidad que da lugar a la negación objetiva del mundo y a un ficcionalismo sin ontología, que deriva hacia un idealismo y un simbolismo subjetivista, sino del carácter ontológico de las cuasi-cosas y del cuasi-concepto.
Esto nos conduce hacia la teoría de los objetos en la diversidad territorial ontológica. Hay objetos reales (físicos, biológico, psicológicos), objetos ideales (relaciones matemáticas, valores y esencias), objetos irreales (entes creados por la imaginación) y objetos existenciales (persona humana). Cada objeto requiere categorías y métodos propios de cada región ontológica. Por ello es un error aplicar las categorías de una región ontológica a otra.
Ahora bien, qué clase de objeto es una ficción. La ficción es una construcción de la imaginación, pero con el potencial de convertirse en un objeto físico (invención), o ideal (pathos cultural), o irreal (creación literaria) y existencial (autorrealización de la personalidad). La ficción tiene un cariz en acto y otro en potencia. En acto se ha afirmado que no es mero producto de la imaginación, ni simple creación del sujeto porque tiene ser en sí.  
Estas notas son las resaltadas por Husserl en sus obras  Ideas e Investigaciones lógicas y por Nicolai Hartmann en su Ontología. En cambio A. Salazar Bondy en su Irrealidad e Idealidad reduce ambos objetos a un solo grupo que denomina objetos no-reales. Se subleva contra la existencia platónica del ser ideal y del ser irreal. Para él no existen independientemente del pensamiento. Ha sido Sobrevilla, en su Repensando la tradición nacional, el que hizo notar el sesgo antropológico de la crítica salazariana, que no toma en cuenta lo estético y se apresura en afirmar la unidad entre lo ideal y lo irreal. Pues si los entes ideales e irreales no existen sino consisten entonces cómo se explica que lo consistente pase a lo existente en el caso del objeto estético y cómo explicar la invariabilidad y generalidad de los entes lógicos, matemáticos y semánticos.
Mauricio Blondel señalaba en su obra cumbre La Acción que mientras el conocimiento nocional capta la esencia el conocimiento real capta la existencia. Pero obvió el valor existencial y ontológico de la esencia. La esencia no sólo consiste sino también existe. La verdad que se funda sólo en el existir y obvia el consistir no ilumina la totalidad del ser. Y en esta época dominada por la técnica, las cosas y la ciencia afirmar que la raíz de nuestro conocimiento no está sólo en nuestra finitud sino en el lazo con la infinitud del Ser contiene un mensaje liberador. Quien admite sólo los entes inmanentes se queda en lo finito. Hay que aceptar la inmanencia junto a la trascendencia porque lo infinito abraza siempre lo finito. La verdad es y será siempre descubrimiento del ser y la ficción es sumergirse creativamente en el mismo devenir del ser. Con razón enfatizaba Antonio Millán-Puelles en su Teoría del objeto puro que “sin contar con la noción de lo irreal no cabe ningún realismo”.
Por ello es importante subrayar que el ser irreal o ficcional en potencia es proteico y versátil, pudiendo penetrar en las regiones del ser real y del ser ideal.  Esto es lo que sugiere Xavier Zubiri cuando aborda el problema del arte y la literatura en sus obras Inteligencia sintiente y Hombre: lo real y lo irreal. Y esto es así porque imaginaria es la propia existencia humana, pero imaginaria –como lo destaca Bachelard- es la propia movilidad del cosmos.
Habría entonces la ficción de la imaginación material y dinámica del cosmos y la imaginación inmaterial y creativa de la mente humana. Pero ambos son comprendidos en la imaginación de la movilidad espiritual del Dios inmutable. Esta misma imagen es el ser que se hace palabra en la metáfora. Reza el Evangelio que en el principio o arjé era el Verbo, el Logos o sea la Encarnación. Es decir la imaginación es un viaje desde lo infinito divino a la finita creación. Cada poeta tiene su infinito y su universo pero la ficción de Dios fue querer que lo inmanente se uniera a lo trascendente.
Y es que en la connotación ontológica del principio de ficción insuficiente descubrimos la profunda simpatía de la ficción por lo real, por el ser. Ficción que se agita desde lo infinito del Creador hasta lo finito de nuestro íntimo ser. Hay un ficcionalismo descendente y un ficcionalismo ascendente, un viaje hacia abajo –la Creación- y un viaje hacia arriba –la sed por lo divino-. Pero también hay un ficcionalismo descendente negativo –la caída, la condenación eterna-. La imaginación de Dios dio lugar al crecimiento del universo, y la imaginación humana nos hace crecer espiritualmente. ¿Acaso la realidad no es una potencia del sueño y el sueño una potencia de la realidad? Así como el mundo viene a imaginarse en las ficciones humanas, del mismo modo la materia se imagina el mundo en sus circunvoluciones evolutivas.
Por último, hay dos aspectos más que nos sugiere el principio de ficción insuficiente de Lavalle. El primero es que en la ficción hay mucho de contenido poético. La ficción es el verso del que está compuesto lo real. Porque las ficciones no son meras ilusiones, como algunos creen, son experiencias. Bien decía Bécquer: “¿Qué es poesía? Dices mientras me clavas/en mi pupila tu pupila azul./¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?/Poesía…eres tú”. Así lo real nos clava su mirada isomórfica en nuestra existencia desde una realidad que es ficcional y una ficcionalidad que es real. Lo cual posibilita descubrir la realidad íntima de los seres y fenómenos de la creación. Porque es desde un ámbito anterior al logos conceptual donde se da la imagen del logos ficcional. Esa consonancia entre la inmensidad íntima y la del cosmos es el isomorfismo de la razón con el ser.
Y es así porque la inmensidad íntima de nuestro ser es una intensificación del propio Ser. En el hombre hay una sacratísima unión con el fundamento. El hombre piensa no por necesidad vital –como pensaba Ortega- sino por necesidad sacral. El racionalismo al reducir el conocimiento a la razón degradó lo sagrado. Somos como una cámara interior anagógica donde el Ser meditante está libre en su pensamiento. En esa cámara interior llevamos la marca del Paraíso, por ahora perdido. La sustancia ficcional del Ser se condice con nuestra inmensidad íntima que no cesa de soñar. Nostalgia y esperanza son las bases del corazón humano. De este modo la ficción es absoluta porque no tiene que confrontarse con la realidad objetiva, incluso domina la representación, pero no escapa a la realidad del Ser. Los actos de la ficción imaginativa son tan reales como la percepción, su poesía siempre es contracausal. Por ello lo ficcional es uno de los ángulos de lo infinito.
La ficción simboliza el despertar del Ser, la resurrección y la vida, el sueño de tranquilidad y reposo. Y es que imaginar es siempre más grande que vivir. Así la ficción guarda lo insalvable de la realidad. Por ello la ficción artística eterniza la fugacidad de lo bello. La ficción en fin es un estado del alma porque también es un estado del Ser. La ficción es metafísica y polisimbólica porque antes de estar en el mundo está en la intimidad del Ser. Por eso la ficción no necesita de lo real le basta el Ser. Pues la ficción y no la razón es la potencia mayor de la naturaleza y del hombre. La razón está al servicio de la ficción y de sus posibilidades infinitas.
Y es que en el hombre existe algo más importante que el logos de la ratio y es el logos del mytho o de la imagen ficcional. Somos la única finitud de cara a lo infinito. De ahí nuestra inextinguible sed de trascendencia. Porque su vida no está rodeada de identidad sino de contradicción y alteridad, el hombre sueña como nadie ha soñado, elabora utopías incomparables y se dirige sin cesar a un porvenir soñado porque su ser deviene en una ficción interminable que no es una mentira sino una esperanza que late en su profunda intimidad de su ser con el Ser. Y esto no tiene que ver con el dios desconocido del Futuro del que nos habla María Zambrano. Es verdad que el hombre moderno se queda en la caverna de su propia subjetividad sin advertir el Dios revelado en la misericordia porque se ha forjado el dios del Futuro, el cual no perdona, es insaciable y opresivo. Es el infierno terrestre. El infierno y la envidia surgen de la impotencia de la Nada que no puede acabar con la realidad.
El hombre ha querido vivir en la ficción de la identidad para salvarse del infierno. Pero la vida humana es ya un infierno. La ficción sin amor nace de las sombras y lleva a la Nada. Sin duda que en la ficción hay pasión. El amor Primero es divino y por demoníaco y por ello es incalculable. Pero el amor Segundo, en su revelación histórica es actitud humana. De potencia divina luego devino en anhelo humano. Insufla entonces aquella condición ficcional de la condición humana que se debate entre el ser y el no-ser.
Y el segundo aspecto que nos sugiere Lavalle es que el ficcionalismo realista se constituye en una sólida base para combatir la ruptura subjetivista de las filosofías contemporáneas. Estas representan una pérdida de fe en la realidad, un agnosticismo que degenera en escepticismo. Lo cual expresa el ocaso nihilista de la cultura occidental en su climatérica fase civilizatoria. Lo cual es importante subrayar dado que la civilización material amenaza con aniquilar los auténticos valores humanos. Se trata de un ímpetu demoníaco que orilla a la humanidad en la demencia. Lo sano es que la personalidad reconozca un orden objetivo de realidades y valores. Dentro de los cuales está la verdad de la ficción. La barbarie de hoy sostiene que el fin del hombre no es pensar ni soñar, sino vivir conformistamente con lo que se le dicta ya sea por el mercado o el poder político. Humanismo y moral están en crisis. Parte de la salida y recuperación está en reconocer la capacidad íntima de ficcionar y utopizar la existencia en una dirección espiritual.
El principio de Ficción Insuficiente nos remite por contraste al principio de razón suficiente, que según Lovejoy ha sido formulado varias veces a  lo largo de la historia de la filosofía y la cual afirma que las acciones de Dios no son decisiones arbitrarias sino consecuencia de su bondad y fundada en razón. Pero fue Leibniz el que presentó siempre el principio de razón suficiente como un principio fundamental en que se funda nuestro razonamiento. “Nada acontece sin razón”, “no todo lo posible existe”, “ningún hecho o enunciado es verdadero sin que haya una razón suficiente”, “es el ápice de la racionalidad en movimiento”, “los posibles que llegan a la existencia no lo hacen por necesidad sino por alguna otra razón”. De modo que para Leibniz el principio tiene el mismo uso para las cosas contingentes y para las cosas necesarias. Pero Lovejoy y Russel han señalado que Leibniz no fue preciso al formular su principio. Uno le reprocha que no esté claro si se refiere a la causa eficiente o a la causa final, y el otro le reprocha que se refiera al mismo tiempo al mundo actual y al mundo posible. Lo que sí está claro es que Leibniz quería evitar el monismo ontológico de Spinoza, para quien el ser es siempre ser absolutamente necesario. Schopenhauer distinguió dicho principio en cuatro ámbitos, a saber, del devenir, conocer, ser y obrar. Mantuvo la multivocidad como Leibniz y la distinción entre el ser real –carácter ontológico- y el ser ideal –carácter lógico-. El sentido lógico reposa en la verdad del juicio. El carácter ontológico descansa en la existencia trascendente del ente.
Ahora bien el principio de ficción insuficiente –“La razón es ficción porque siempre es información parcial de la realidad”- es presentado por Lavalle como complemento del principio de razón suficiente leibniziano –“Nada acontece sin razón”-. Los símbolos cognoscitivos son ficciones insuficientes para expresar la realidad y el ser, porque entre el ser y el pensar se da una relación isomórfica. O sea entre el ser del sentido y el sentido del ser hay una relación analógica. La misma que condiciona el principio de ficción insuficiente. Es decir, nada acontece sin razón, pero la razón lógica es apenas una ficción insuficiente de la razón ontológica que se trata de expresar. Estas ficciones isomórficas son de distinto grado. Se trata de un planteamiento que toca las cuestiones centrales de la metafísica. En última instancia, como señaló Heidegger, atañe al problema del fundamento.
El ficcionalismo de Lavalle no está exento de observaciones críticas. En primer lugar, es casi inevitable un fuerte sesgo pragmático y biologista. Pues no todo conocimiento es ficción. Una cosa es ficcionar y otra es conocer. Conocer es aspirar a un saber teórico de la situaciones objetivas. En cambio la ficción es construcción imaginaria de lo real. Pero cuando la esencia del conocimiento se interpreta como ficción consciente o inconsciente, entonces el conocimiento sólo crea ficciones para la comprensión y el dominio de situaciones problemáticas por necesidad biológica y pragmática. En realidad el ficcionalismo de Lavalle concierne al problema de la esencia del conocimiento. Pero su postura metafísica no se reduce a un mero idealismo gnoseológico desde que reconoce la realidad del ser independiente del conocimiento. Para el ficcionalismo toda construcción del conocimiento es una ficción. Para el idealismo no hay cosa sin pensamiento, para el realismo la cosa es sin el pensamiento. Pero cabe un ficcionalismo idealista donde no hay cosa sin ficción e incluso un ficcionalismo realista donde la cosa es sin la ficción. Esta última es la postura del ficcionalismo de Lavalle donde el pensamiento es una ficción sobre la cosa. O sea la verdad metafísica es la cosa sin la ficción, mientras que gnoseológicamente es la cosa con la ficción, es decir, coexistiendo con el pensamiento. Y sin embargo, subsiste el problema de llamar ficción a la esencia del conocimiento.
En segundo lugar, ¿Es el conocimiento un “como si”, una ficción? El idealismo tiene un indudable valor epistemológico, mientras que el realismo tiene un incuestionable valor ontológico. Las cosas no dependen ontológicamente del conocimiento, pero sí gnoseológicamente. Más, un ficcionalismo sin restricciones –ya sea epistémico como Vaihinger o lingüístico como Bentham- puede desembocar en un idealismo subjetivo y en un antropologismo metafísico. Lo singular del ficcionalismo de Lavalle es que en teoría del conocimiento es un idealista y en metafísica es un realista. Ello puede reflejar el carácter sincrético de la cultura peruana. Pero con ello escapa a la acentuación exclusiva del sujeto propio del idealismo, o del objeto, propia del realismo. Y al hacerlo es difícil encasillarlo en las posiciones tradicionales que abordan la cuestión de la posibilidad del conocimiento, como son el dogmatismo, el escepticismo, o las intermedias, criticismo, relativismo y pragmatismo.
Finalmente, el espinoso problema de la verdad. Para Lavalle la verdad radical sería la coexistencia de la ficción con la cosa. Lo cual va más allá del idealismo moderno con su clásica definición lógica de la verdad. Para el ficcionalismo de Lavalle la verdad no radica exclusivamente ni en la inmanencia ni en la transcendencia, sino en ambas. Y puede ser descubierta por la ficción. Pero al tratarse de una ficción insuficiente no se cae en el relativismo debido a que metafísicamente no niega la verdad absoluta.
En Lavalle el ficcionalismo no es una actitud, es una filosofía. En la cual Dios no queda reducido a una mera ficción, como el nominalismo lo reduce a un mero nombre. Dios metafísicamente es, aunque gnoseológicamente sea una ficción. Y ello es de alcance profundo. Porque indica que la fe así como está más allá de la razón también lo está respecto a la ficción.