sábado, 12 de diciembre de 2020

PRÓLOGO AL LIBRO “PERSONA Y FORMACIÓN UNIVERSITARIA”

 

PRÓLOGO AL LIBRO

“PERSONA Y FORMACIÓN UNIVERSITARIA”

ESTUDIO INTRODUCTORIO

Por

Gustavo Flores Quelopana



La gran pregunta que plantea este libro es: ¿El ocaso de la metafísica, la filosofía y la cultura moderna representa el final de las ciencias de la persona y su reducción a mera historiografía hermenéutica?

Una modernidad centrada obsesivamente en el crecimiento del conocimiento técnico-científico derivó hacia la desintegración del sentido de la persona. ¿Pero porqué ha ocurrido semejante acontecimiento metafísico en medio del imperio de la era antropológica? Desde que se impulsó el maquinismo en el siglo XVIII la humanidad se ha sentido orgullosa de su poder técnico. Con el tiempo la era técnica terminó avasallando la era humanística.

En realidad, las humanidades venían heridas de muerte desde que la modernidad instauró la hegemonía del diosecillo terrestre a través de la razón autónoma. Ese Regnum hominis o reino del hombre llevaba en su propio corazón la desintegración de la persona. Pero por qué. Porque en realidad el pensamiento moderno ha paralizado el pensamiento respecto al sentido de las cosas. Y ello ocurre por responder hegemónicamente al saber científico-técnico, el cual no es comprensión del mundo, sino manipulación efectiva de las cosas a través de leyes y regularidades. De modo, que lo que se extravió en la modernidad fue el sentido de la vida.

En este declive de lo humano queda demostrado que el hombre no puede vivir de pura inmanencia. Renunciar al absoluto, lo eterno, a Dios, a lo trascendente, resultó fatal para el hombre, la persona y cultura misma. Acaso, ¿Puede la hegemónica cultura técnica salvar a la Cultura de la tragedia? La cultura objetiva de la era técnica predomina, enajena y empobrece constantemente la cultura subjetiva de los individuos. Y justamente esto era lo que pensaba Simmel. La hegemonía de la cultura técnica se da en la modernidad secularizada de Occidente. Es decir, acontece con el ocaso de la metafísica, la filosofía y la religión. Por otro lado, la esencia de la técnica es el control y manipulación del objeto.

Entonces ¿será posible esperar que el paso hacia la orgánica y finalista fase neotécnica de la era técnica, pueda repotenciar a la alicaída cultura subjetiva? ¿La repotenciación de la cultura, que otrora estuvo a cargo de la religión, puede ahora estar a cargo de la cultura neotécnica? ¿Existe, acaso, en la esencia de la cultura neotécnica algo que pueda satisfacer los más profundos anhelos humanos de eternidad, absoluto y trascendencia? ¿La fase neotécnica representa una mutación en la esencia de la técnica que de calculadora la vuelva finalista? ¿O al contrario dicha fase será la profundización del inmanentismo y el olvido absoluto de toda trascendencia?

Quizá sea temprano en la historia para dar una respuesta convincente. Pero mientras se despeja el horizonte de la técnica en su nueva mutación, seguirán siendo los valores absolutos, eternos y religiosos los únicos capaces de sacar a la cultura de su tragedia y ocaso. ¿Pero se está despejando el horizonte para que la religión sea una tabla de salvación o al contrario se están cerrando todas las posibilidades en este sentido? La avasalladora secularización de la moderna civilización occidental parece confirmar lo último. Y con ello se estaría consolidando la tragedia completa de la cultura en medio de la decadencia de la civilización moderna.

La universidad tampoco quedó intocada por el fenómeno de la secularización y desgarramiento del ser. Al contrario, vemos por todas partes que ha sucumbido a la hegemonía de la razón funcional sobre la razón substancial. De hecho, en la modernidad decadente la universidad ha muerto porque ha dejado de ser un saber educarse para el saber, para convertirse en marioneta de las descoyuntadas especialidades. La universidad tiene un desafío enorme delante de sí. Pues ir hacia el sentido de persona exige a la universidad romper los esquemas de la racionalidad instrumental moderna.

La filosofía moderna al tomar la percepción como originaria y no admitir la cosa fuera de la percepción concluyó rechazando el problema del conocimiento (basado en la separación entre objeto y sujeto), sepultando el problema de la metafísica (no hay sentido fuera de lo humano) y soslayando el problema de la persona (no hay persona sin sentido del espíritu).

Desde la perspectiva inmanentista de la filosofía moderna el sentido depende de la percepción y no del ser. Más aun, no hay ser sin percepción. Pero esto no es más que una ilusión epocal de una humanidad antropocéntrica que eliminó el horizonte de la trascendencia en sentido metafísico. La distinción entre persona y cosa no puede desestimarse porque compete a lo real. Y aunque su demostración racional sea problemática, su aceptación existencial es irrebatible. Es decir, no es por medio de la razón lógica sino de la razón existencial que se recupera el problema del conocimiento, el problema de la metafísica y el tema de la persona. Esta razón existencial es también mito, fe, creencia, porque lleva a lo incondicionado e intemporal. Y, además, liga la inmanencia con la trascendencia.

No se puede seguir por el camino tecnológico de la domesticación del ente para recuperar el sentido de persona. La persona tiene su propio camino. Hay que volverse sobre el camino de la domesticación del ser. Pero este camino no es científico sino mítico. Es el mito, la religión y la metafísica los que crean el sentimiento de la domesticación del ser, del enigma, del misterio, de lo incondicionado e intemporal. Lo técnico-científico crea el sentimiento de la domesticación del ente, lo útil, lo secularizado, lo condicionado y temporal. La diferencia entre ambos es enorme. Porque mientras el mito proporciona sentido a la existencia, lo técnico-científico otorga sentido al dominio de las cosas en orientación a lo útil. El hombre mítico teme a la nada y a la muerte, a lo que amenaza el ser. En cambio, el hombre técnico-científico teme cuando las cosas salen de su control y dominio, pero al mismo tiempo guarda un optimismo ciego en el maquinismo arrollador. El hombre mítico tiene una metafísica primera que da unidad a la existencia concreta. El hombre tecnológico tiene una metafísica segunda que trata de suplir el desarraigo del ser. La filosofía antes de ser ordenación de conceptos fue comprensión de la existencia real rodeada de enigmas. La crisis logocrática de la modernidad que ha deshecho el sentido de la vida, lleva nuevamente a conceder importancia a la metafísica del mito y a las filosofías con intención mítica.

De ahí la urgencia de prestar atención al presente libro, que busca iluminar metodológica y conceptualmente el tema de la persona. Las investigaciones de sus tres autores -Reluz, Cervera, Taboada- nos llevan por el camino de la meditación de la imperiosa necesidad de reconocer la metafísica de la persona. Sin ello se sucumbe nuevamente en la racionalidad instrumental y su aparataje funcional que asfixia las recónditas realidades substanciales.  

Lima, 12 de Diciembre 2020