viernes, 15 de marzo de 2024

Los vampiros de Dios: La batalla por los fundamentos del Mundo (Reseña)

 Los vampiros de Dios:  

La batalla por los fundamentos del Mundo

Diego Lino Arditto-UNMSM



“El campo de batalla de estas 

disputas sin fin se llama metafísica”

Kant, Crítica de la razón pura


Con falsa modestia, la filosofía universitaria de nuestros tiempos ha renunciado a brindar una visión general del mundo. Su falta de ambición comprensiva y de propuesta, no se debe a la prudencia teórica, sino a su afán por seguir a las ciencias particulares, en un proceso de especialización que la ha vuelto inaccesible, incluso para quienes tienen conocimiento sobre la historia y los problemas generales de la disciplina. Esta especialización hipertrofiada, ha sido señalada por algunos de los pensadores más importantes del siglo pasado, pues comprendieron que conduce a un proceso de desarticulación de la visión del mundo, que no solo impide formular hipótesis más comprensivas, sino que extingue el interés general por el enigma del mundo y del conocimiento humano .

Esto explica, porqué muchas de las propuestas filosóficas más ambiciosas y vitales de nuestros tiempos, se encuentran fuera de las criptas universitarias, donde el filósofo no tiene la obligación burocrática de producir papers anodinos, ni de usar el corsé de las convenciones académicas. Este es el caso del pensador peruano Gustavo Flores Quelopana, quien tiene más de cien títulos en su haber y, sin duda alguna, es el filósofo peruano que ha ensayado más teorías y propuesto más conceptos, dejando a las siguientes generaciones, la colosal tarea de someter su obra a copelación. 

Los vampiros de Dios: Kant, Hegel, Nietzsche, Heidegger: Hitos de la metafísica moderna inmanente, es el nombre de su última publicación. Esta summa  sobre el origen de la metafísica inmanente  está dividida en cuatro actos. En cada uno de ellos se presenta a los filósofos mencionados en el subtítulo, en el orden en el que aparecen. Junto con sus comentarios al sistema correspondiente, el autor presenta una cuantiosa batería de citas tomadas de fuentes primarias y secundarias, demostrando su dominio sobre el tema. Acompaña el final de cada capítulo una nota con curiosidades biográficas que, suponemos, hacen las veces de entremés e invitan a reiniciar la lectura de los análisis más rigurosos.

En cuanto a la forma, Flores es amable con el lector y no complica su exposición innecesariamente. Por momentos se deja notar que escribe rápido, y sospecho que una edición más rigurosa hubiese reducido el número de páginas considerablemente. No obstante, este detalle formal no llega a desanimar al lector tenaz, al que “la práctica deficiente le importa menos que la sana teoría” .


Primer acto: Kant en el banquillo

El autor pone especial atención en Kant. Más de la mitad del libro está dedicado al análisis del idealismo trascendental. Sin embargo, no presentaremos aquí una revisión pormenorizada del mismo, sino un comentario sinóptico del acto dedicado al filósofo de Konigsberg. 

Para nuestra fortuna, Flores no es de los que hace esperar a su público. Desde las primera líneas del prólogo plantea la cuestión sin ambigüedades: la modernidad está agonizando y un estudio crítico de sus filosofías nos puede ayudar a entender por qué. Para nuestro filósofo, el idealismo trascendental carga con el peso de ser la filosofía paradigmática de la agonía del mundo moderno, con todo y sus males bien conocidos.  Es cierto que Flores exime de la culpa a su artífice, pero sin hacer una distinción entre el finis operis y el finis operantis , con lo cual, al final del capítulo, a pesar del desagravio inicial, nos queda la sensación de que Kant ha sido sentado en el banquillo, acusado por el “descalabro de la Edad Moderna” .

Pero, ¿en qué consiste específicamente esta acusación? Según el autor, el sistema de Kant “elevó a lo teórico la convicción de que la estructura del mundo es creada por el hombre” . Ante semejante señalamiento, creo justa y necesaria la pregunta de si la intención de Kant fue o no darle sustento teórico a esta convicción. A mi juicio, atendiendo al prólogo de la segunda edición de la CRP, podemos afirmar que la intención de Kant era salvar la metafísica, del espiral de desprestigio en el que la habían sumido el dogmatismo y el escepticismo . Ahora, quisiera poner atención especial en lo siguiente: para Kant, la crisis de la metafísica se debía a que en su época, la del florecimiento de las ciencias particulares, la razón humana había alcanzado un punto en el que ya no le era posible engañarse con “saberes ilusorios” , en este sentido, la salvación kantiana de la metafísica no podía ser otra cosa que su alineamiento con el progreso de estas ciencias, las cuales habían alcanzado certeza y necesidad. Hasta aquí el finis operantis.

El finis operis tuvo como medio la CRP, seguida de las otras críticas, que intentan completar el sistema y en las que la intención inicial se ve tan desfigurada, que caben en ellas múltiples interpretaciones, con sus respectivas consecuencias. La de Flores nos presenta el giro copernicano hecho por Kant, como un reemplazo del enfoque ontológico por el gnoseológico. Desmantela el “tribunal de la razón” , pieza por pieza, con todo su aparato de facultades y conceptos puros a priori, para mostrarnos cómo, a través de la estética, la analítica y la dialéctica trascendental, la gnoseología de Kant fracasa en su intención de fundamentar la ciencia de la metafísica, obteniendo como resultado la acusación de idealismo radical, a pesar de sus vanos intentos de aferrarse al realismo a través de la constante mención a lo trascendental. El titubeo kantiano entre lo a priori y la experiencia como fundamento de la realidad, se acentuará en los textos posteriores a la CRP, mucho menos sistemáticos y llenos de lagunas argumentales. Los que, a la larga, lo conducirán al escándalo de la cosa en sí. Arena movediza de la que intentará liberarse con todas sus fuerzas, pero que al final de su vida intelectual acabará absorbiéndolo por completo. Este suelo inestable e indeterminado constituye el punto de partida del idealismo alemán.

Quizá, ese titubeo se debiera a que Kant se debatía entre sus deudas con la escolástica y sus simpatías ilustradas. De cualquier forma, no le faltan razones a Flores, cuando sostiene que Kant confunde “el concepto de objeto con la existencia real del objeto”, confusión que terminó degenerando en un “desorbitado subjetivismo” , cuya influencia se extenderá a la filosofía posterior. Cabe señalar que se hace una salvedad importantísima: Kant no es la fuente original del error. Para hacer una genealogía de este extravío gnoseológico, el autor se remonta a la doctrina de Protágoras, interpretando su homomensura como una primera radicalización subjetivista de la filosofía, que continúa en Occam, Descartes, Spinoza, Pascal y Leibniz, hasta llegar a Kant, que es donde cristaliza la metafísica inmanente, para ser legada al idealismo alemán, la fenomenología, al existencialismo y llegar a su cúspide con el desvarío posmoderno.

Respecto el iniciador de esta genealogía, recordemos que estudiosos como Guthrie han denominado la época de Protágoras y los sofistas como “ilustración” . Cassirer, en Philosophy of the Enlightenment, hace una comparación directa de la ilustración de los sofistas con la Ilustración del siglo XVIII . De la misma manera, las doctrinas sofistas son fáciles de relacionar con las de Hegel, Nietzsche y Heidegger. En el caso de Kant, la cita es elocuente: “buscar dentro de uno mismo (o sea, en la propia razón) el criterio supremo de la verdad; y la máxima de pensar siempre por sí mismo es lo que mejor define a la ilustración” , difícilmente podremos encontrar una mejor caracterización de la filosofía inmanente. Flores no abunda, sin embargo, en el ethos compartido por los sofistas y los ilustrados, hilo que lo hubiera llevado de Kant a Hegel, sin tener que sortear sus enormes diferencias. Pues, la ilustración burguesa, por la que Hegel mostró juvenil devoción, requería para su revolución la destrucción del fundamento de su legitimidad: el Dios trascendente. Pero, sospecho que Flores no hizo esta omisión por falta de conocimiento, sino para no derivar en cuestiones de orden histórico y político, que lo hubieran desvíado de su propósito argumentativo.

En fin, se podría objetar que la crítica a la modernidad, no es un tema nuevo, de hecho, existe una enorme cantidad de bibliografía, llena de anuncios funerarios sobre la modernidad. Lo que es verdaderamente novedoso (por valiente), y que lo sea debería contar como síntoma, es la propuesta de Quelopana: hacer una segunda revolución copernicana . A saber, si el giro de Copérnico quita a la Tierra, y con ella al hombre, del centro del universo, Kant lo vuelve a poner allí. Así que la propuesta de Flores consiste, en buen crisitano, en poner las cosas en su sitio. Volver a un sano realismo, basado en una ontología que reduzca la arrogancia epistémica, y permita la aceptación del misterio y lo divino revelado en la palabra de Dios.


Segundo acto: Hegel, la conciencia delirante

De la mano de D’Hont, el filósofo peruano inicia el capítulo dedicado a Hegel con una etopeya. Hegel no era un ilustrado tímido como Kant. A pesar de su figura pública de conservador, tenía una faceta privada de revolucionario. Su “panteísmo, ateísmo, irreligiosidad, el rechazo de la creación, la trinidad y la trascendencia de Dios”  eran patentes en las lecciones que impartía. Esta vida paralela, explicaría en alguna medida su necesidad de expresarse de forma retorcida y esotérica. Un cuadro clínico enmarca el retrato del joven Hegel, entre delirios mesiánicos y depresiones. Su crisis psicológica, según Flores, está en relación directa con la crisis de la época, pues, “cuando una comunidad pierde sus vínculos con el mundo suprasensible, no se puede vivir de manera legítima y equilibrada” . 

A pesar de haberse formado durante 5 años en la carrera eclesiástica, Hegel se muestra obsesionado por la idea de un Dios que surge de la razón misma, lo cual, por otro lado, es bastante comprensible en un continuador del iluminismo. El absoluto para Hegel no es, como propone Schelling, una entidad mística, ni como propone Spinoza, una sustancia, sino un movimiento que va y viene de la totalidad de la naturaleza hacia el espíritu, alcanzando su mayor expresión en la razón humana, lugar donde cobra consciencia de sí. En resumen: la dialéctica del espíritu elaborada por Hegel, no es más que otra versión de un mismo proceso, en el que los fundamentos de la realidad pasan del Dios trascendente a la razón humana.

Así entronca el idealismo absoluto con la genealogía del desvarío inmanentista. En sus Lecciones sobre historia de la filosofía, Hegel reivindica, explícitamente, el giro antropológico de los sofistas, emparentándose con ellos con su interpretación de la homomensura y la verdad relativa. En efecto, para ellos, siguiendo a Heráclito, “la materia es un puro fluir”  relativo a la consciencia. Según Hegel, este es un gran descubrimiento de Protágoras y representa el primer momento de la conciencia. 

El nuevo ethos ilustrado, promovido por la propaganda revolucionaria de los burgueses, hace también su presencia en Hegel. El alemán se ve tentado a comparar la metafísica con las ciencias particulares, aunque no intenta, como Kant, dotarla de certeza y necesidad científicas. Sin embargo es el mismo impulso de cambio y revolución el que lo impulsa a buscar para su sistema esa fluidez, ese progreso y rendimiento extraordinario de las ciencias particulares, que causó tanto optimismo en el mundo intelectual del siglo XIX. Pero para ir en esa dirección con libertad, tenía que deshacerse de los obstáculos. Por eso acomete la empresa de destruir la metafísica precedente, cuya racionalidad tenía como piedra de toque el principio de no contradicción. En esta empresa se entretiene y se confunde la filosofía hegeliana, afirmando lo que luego va a negar, sin poder lograr una doctrina clara que sirva de fundamento para la acción del hombre, pues Hegel siempre intentó dejar muy claro que “la filosofía debe cuidarse de ser edificante” .

La hipóstasis de la dialéctica, que a veces aparece como ley general de la naturaleza y en otras como una sombra del intelecto divino, que está más allá de la contradicción, tuvo que resultar muy atractiva para pensadores de una época en la que, si bien la inversión inmanentista se sentía en el ambiente intelectual, todavía era casi imperceptible para el conjunto de la sociedad. El sistema de Hegel se presenta como la transición perfecta, entre la cristalización teórica de la metafísica inmanente (Kant) y las doctrinas basadas en la praxis, en el puro ser y quehacer humano, que dominarán la filosofía del siglo XX.


Tercer acto: Nietzsche y el elogio de la locura

El pensamiento de Nietzsche, flor de la metafísica inmanente, se presenta de manera muy didáctica. Dividido en 2 momentos, con dos etapas en cada uno. El primer momento, el de la “anunciación”, con sus respectivos periodos estético y antropológico-psicologista. El segundo momento, el de la “predicación”, con sus respectivos períodos del superhombre, del nihilismo y el amor fati. Flores consigue con esta categorización, dotar de sistema el pensamiento de Nietzsche, el cual, para los no adeptos, se presenta como una caótica suma de textos, tan elocuentes como faltos de argumentación y fundamento. No obstante lo antes mencionado, el pensamiento de Nietzsche pertenece también a la tradición del desvarío iniciada por Protágoras, además de prolongar su influencia en nuestros tiempos. Pues, con su inversión de los valores cristianos, termina por desvelar un proceso que en sus predecesores se mantenía todavía en la timidez de la insinuación y el hermetismo.

Si la obsesión de Hegel es la idea de un Dios que emerge de la razón humana, que a su vez emana dialécticamente de la naturaleza, para Nietzsche, como todos sabemos, Dios ha muerto. Con esta fórmula lapidaria sentencia la crisis de Occidente, el cual “ha llegado a empantanarse hasta límites aberrantes” . De tal manera, la ¿filosofía?  del pensador alemán se manifiesta al mismo tiempo como síntoma que anticipa y agente que propaga.

Para terminar, es innegable la coherencia vital de Nietzsche con su doctrina. A medida que ésta se va dirigiendo al desmoronamiento lógico y la ininteligibilidad, el hombre también. Razón por la cual acabará sus días en completa consecuencia con lo que anunció y predicó durante toda su vida: la locura del hombre sin Dios.


Cuarto acto: Heidegger o el triunfo de la nada

El último acto está dedicado a Heidegger su metafísica del supraser. Para Flores, Heidegger, a diferencia de los anteriores, acierta al diagnosticar al mundo de su mal metafísico, pero yerra en su prescripción. Su filosofía, según nuestro filósofo, presenta 4 errores. El primero, es interpretar la tradición platónica como causante del olvido del ser, siguiendo en esto, aunque de forma distinta, la concepción que Nietzsche tiene de la razón socrática. El segundo error es rechazar la idea del Dios personal, que se relaciona con el mundo por amor, pues esto es una aberración para la idea del Dios griego, que es principio inmutable. El tercer error, que sitúa de lleno a Heidegger en la genealogía del desvarío inmanentista, es su adhesión al nominalismo, lo cual desemboca en el cuarto y más grave: su ontología de la facticidad, que conduce a pensar el Ser “en su recóndita incognoscibilidad y aislamiento absoluto” . 

Como consecuencia de malentender la tradición, y no signar el inicio del olvido del Ser a la tradición a la que pertenece, es decir, al empirismo, Heidegger va a oponer la metafísica de la aletheia, a la metafísica del eidos. Como en una especie de negativo de la gnoseología escolástica, su ontología parte de la facticidad, pero esta facticidad solo revela al Ser tras la consciencia de que lo experimentado es aparente, es una mera envoltura eidética, la cual hay que correr como una cortina, para encontrar la verdad. La ontología de Heidegger es una mística. Es por esto que triunfa en la segunda mitad del siglo XX, como fundamento teórico de los más disparatados movimientos artísticos y pseudocientíficos, y se la puede encontrar, en el fondo, emparentada con el new age y el orientalismo de tercera ola. 

La solución que propone Heidegger a la enfermedad metafísica del mundo moderno es otro tanto de lo mismo que la causó. Así se rompe la “síntesis entre lo trascendente y lo inmanente del Ser”  a la vez que se sella el círculo de la visión nihilista del mundo. 


Conclusión

Aparece ahora con toda claridad el sentido del título. Estas oscuras luminarias del pensamiento alemán, han perforado el mundo con sus doctrinas, como el vampiro que clava sus colmillos sobre la víctima para extraerle el líquido vital. Sus castillos conceptuales construidos sobre pantanos, sus prosas hipnóticas, y sus vidas azarosas, han inmerso a gran parte de la academia en una vigilia onírica, de la que, al parecer, tardará mucho tiempo en despertar, si es que lo logra.

Con este trabajo, Flores Quelopana entra de lleno en la batalla contra el oscurantismo alemán. Una tradición filosófica que, voluntariamente o no, drena la realidad del más radical de sus sentidos. Esta justa metafísica deja a Flores en una posición difícil, pues no son pocos los administradores de la filosofía académica que viven de la existencia y la influencia de las doctrinas aquí escrutadas. Son ellos quienes garantizan su propagación sin advertencia, así como la invisibilización de sus críticos. 

Tomo partido con este aporte, pues para los amantes del saber, no hay otra opción que promover la filosofía fuera de los claustros universitarios, a la luz de la vida cotidiana, donde se puede ver más claro su extravío. En estos lugares marginales, suena con más fuerza la pregunta urgente de la filosofía de nuestros tiempos: ¿cómo cerramos, sistemáticamente, la brecha que hay entre la filosofía teórica y la filosofía práctica? En los Vampiros de Dios, el lector encontrará una respuesta.


EL PERU GERMINAL

EL PERU GERMINAL


A lo largo de su historia republicana el Perú ha conocido páginas ignominiosas de vergonzosa oposición entre el Perú oficial y el Perú profundo, pero nunca como hasta ahora hemos visto cómo de una forma tan descarada esta contradicción se ha acentuado hasta el límite de lo indescriptible. La colisión de poderes del Estado es sólo la superficie porque lo que está detrás es una aberrante preeminencia del narco-poder, que viola impunemente los convenios internacionales en DDHH y busca perpetuarse en la vida del Perú oficial.

Pero contra ese Perú oficial está el Perú profundo, y por este último no aludimos a una sesgada alusión a los Andes y a la Selva, no, nada de rancios racismos, clasismos, ni regionalismos, porque el Perú profundo alude a dos ideales históricos de nuestra historia, a saber, el ideal de Justicia de raíz incaica y el ideal de Libertad de procedencia occidental. Y motivados por ambos ideales el Perú profundo se movilizó en sendas marchas por la democracia que dejaron como saldo víctimas mortales que hasta hoy se lloran. 

En el Perú oficial actual todo es ficción y cáscara sin orden ni concierto, y sobre todo, los dos vicios más perjudiciales y pertinaces, corrupción estructural y enorme incompetencia en la gestión pública.

Ante esto obviamente que se requiere una radical reforma política, pero, y en mayor medida, confiar en un proyecto de transformación cultural. No se puede esperar que todo sea operado desde el Estado, aunque su ejemplo es decisivo en la vida pública. La política no es una solución suficiente del problema nacional porque el nuestro es un problema histórico.

Toda cultura representa el tesoro de los principios, y cuando deja de serlo ha dejado de ser cultura. El problema de nuestro tiempo es que la cultura ha sido minada, saboteada, refundida y secuestrada por intereses comerciales, mediáticos, subordinados, que muchas responden a los intereses mezquinos de las corporaciones y las élites mundiales. La ideología de género, eutanasia, eugenesia, libre consumo de drogas, elección de operaciones para cambiar de sexo en adolescentes, aborto, matrimonio homosexual, transhumanismo y demás, son el cóctel letal de la agenda que se impone al mundo occidental desde los sumisos organismos mundiales.

Sin embargo, la verdadera cultura unida a la tradición, la religión y la defensa de la familia no ha muerto, está viva, aunque luche denodadamente por su existencia. En tal sentido, las líneas maestras de la nueva política deben ser la recuperación de la soberanía nacional y la nacionalización. El problema no sólo es el Estado y sus podridas instituciones, todo no puede resolverse con la varita mágica de la nueva constitución y el cambio de gobernantes. La chabacanería en el trato y el lenguaje es un grave síntoma de la enfermedad de la cultura, que afecta a los políticos y al resto de la sociedad.

A todas vistas se impone una solución integral, como en su momento insistía Basadre. La acción regeneradora tiene que actuar sobre todo el cuerpo social del Perú. Y la matriz conductora es cultural, porque la cultura es la única que puede inducir a hombres y mujeres concretos de la sociedad peruana virtudes como la disciplina, el amor por el saber, y la unidad indisoluble entre la Justicia y la Libertad.

Hay una oposición entre el Perú realmente existente, corrupto, encanallado, injusto y desigual, y el Perú germinal, que no existe, pero que está en las aspiraciones de las mayorías y minorías de buen corazón. El Perú profundo es un deseo, un mito político, una aspiración legítima, un ideal y expresión de una voluntad que responde a cinco mil años de historia.

Tengámoslo bien claro, hacerse del poder no es difícil, lo verdaderamente difícil es revitalizar una verdadera cultura con valores, que felizmente corren por las venas de nuestra historia. La tarea pedagógica y educativa es insoslayable a la par que la política y económica. El mal del siglo XIX y del XX ha sido fiarlo todo a la política, poner en primer plano los problemas de la vida social, cuando la raíz de los problemas políticos subyace en la cultura. No hay que perder de vista los estratos más profundos que se alimentan del pasado histórico y dan sentido real a los problemas de la hora presente.

Vertebrar el Perú es un asunto plebiscitario de todos los días, y no, de cada vez que estamos ante las urnas. Hay que evitar caer en los particularismos y universalismos malsanos que nos desunen e impiden construir una nación solidaria. Soberanía y Nacionalización en política es lo que la Integración es en cultura. Y sin justicia social con libertad no es posible integrar a todos los peruanos.

Hay que decirlo con toda claridad: la razón política debe recuperar su enlace con la razón moral, porque sin ello quedó demostrado las monstruosidades que el soberano desde el poder es capaz de hacer. Lo social no subsume lo individual -como pretendió el comunismo clásico-, ni lo individual subsume a lo social -como insiste el liberalismo existente-. Mantener este difícil equilibrio sólo es posible lograrlo respetando la hegemonía de la razón moral. 

Esto no es preconizar un socialismo ético, un socialismo progresista, ni una revisión idealista del marxismo, siguiendo la sirena de la decadencia capitalista. No, la lucha de clases es real, no es un invento del marxismo, y mientras subsista no debe perderse de vista. Pero la riqueza social de los que generan capital no debe ir a parar a sus bolsillos, sino en beneficio de la sociedad en su conjunto. Otra cosa es que esa tarea requiera en la actualidad de un Estado fuerte, liderado por un partido comprometido con el pueblo -caso China comunista-. Responder a una cultura de ideales no es volver a caer en la trampa de las utopías irrealizables, sino que es ajustar el ideal a la textura de lo real. Y lo real no es mero invento de la construcción social, porque debe respetar la esencia de la cosa misma.

De manera que la regeneración del Perú profundo pasa por una revolución cultural que respete la realidad de las cosas mismas superando la telaraña del secularismo ateológico. Nuestra preocupación nos asalta en pleno tránsito histórico en que se desmorona la emoción radical de la modernidad que preconizó excluir todo aquello que no sea meramente humano. El humanismo laico ha fracasado y un nuevo humanismo con fuerte carga ética y trascendente está por venir. Bien sea por el Perú germinal que está por brotar.