lunes, 26 de junio de 2023

DE LA ANTROPODICEA A LA TECNODICEA

 DE LA ANTROPODICEA A LA TECNODICEA


El Chat-GPT hará posible que los venideros autores en superventas no sean humanos, sino fruto de la IA. Esto será la coronación de un proceso acelerado de la estupidización creciente del ser humano. Las propias tesis universitarias podrán ser fraguadas por la IA. Y la universidad habrá perdido definitivamente su razón de ser, aunque ya lo había perdido postergando las humanidades y coinvirtiéndose en furgón de cola del mercado. Y todo indica que la especie humana ha ido en los últimos cien años por la curva decreciente de su inteligencia. Lo cual no sólo está relacionado con la irrupción de las masas en el escenario político-social, sino con el peso avasallador que los medios de comunicación, la telemática y las redes sociales cumplen en la sustitución del pensamiento creador.

Las masas no son enemigas del pensamiento en sí, sino del pensamiento innovador, esforzado y creativo. Son más inclinadas al usufructuo de lo existente que a la creación de algo nuevo. Celebran como ninguno las novedades de la ciencia y de la técnica, pero son consumidores y no creadores. La masa vive del hábito y de la costumbre. Son el lado conservador de la civilización, y su lado negativo no es su existencia, sino que se conviertan en lo hegemónico de la vida espiritual. De ello saca ingente provecho la industria y los negocios, quienes manipulan las necesidades de las masas para inyectarles novedades innecesarias mediante el consumismo desenfrenado.

No resulta extraño, entonces, que, bajo los cánones consumistas del capitalismo imperante, en sus más diversas fases -industrial, postindustrial, neoliberal y cibernético-, la inteligencia humana se muestre en franco retroceso. Y aquí no hablamos de la inteligencia de los Premios Nobel, sino de la ciudadanía en su conjunto, que cada día es más inmadura, infantil, manipulable, engreída, hedonista, narcisista, ramplona y enemiga de la cultura.

A este proceso del narcisismo creciente y desenfrenado han contribuido vigorosamente las redes sociales y el internet. La abolición de la privacidad por el espionaje global y masivo ha ido acompañada de un exhibicionismo impudoroso de la vida privada que no conoce límites. Mostrar una falsa vida alegre y un irreal rostro siempre contento es inversamente proporcional al empobrecimiento de la vida íntima y personal. El hombre se ha vertido totalmente hacia fuera porque no tiene riquezas interiores que mostrar. Las redes sociales y el internet han extralimitado la importancia del Tener sobre el Ser. El filósofo coreano Han vio que vivimos la sociedad del cansancio[1], pero nosotros subrayamos que antes que ello experimentamos la sociedad del exhibicionismo narcisista. Y es que nuestra época no se corresponde con la sociedad disciplinaria foucaultiana del capitalismo industrial, ni con la sociedad del cansancio de la hiperactividad haniana del capitalismo global neoliberal, sino con la sociedad narcisista del capitalismo cibernético. Han vio bien que el emprendorismo es el último hombre capitalista que se atomiza, se deprime, autoexplota, y en su agitación el Ser se esfuma, apareciendo todo como un constructo social. Pero ese no es el último hombre nietzscheano, como cree Han, sino que, más bien, lo es el hombre narcisista del capitalismo cibernético.

El último hombre nietzscheano es el hombre narcisista y exhibicionista del capitalismo del internet. Mientras que el hombre del capitalismo neoliberal compensa su negatividad con positividad consumista, el hombre del capitalismo cibernético le basta mostrar su vacuidad con alegría y satisfacción inaudita e increíble. No se trata de ingenuidad, se trata de pérdida de la densidad espiritual y cultural a favor del nihilismo estupidizante. El culto de la Nada, del imperio de la era del vacío, como lo llamó agudamente Gilles Lipovetsky[2]. Para Lipovetsky la era del vacío es la posmodernidad, donde las masas en vez de revolucionarias se vuelven hedonistas, desocializadas, nihilistas, desubstancializadas, narcisistas, lúdicas, rehenes de su propio ego, con una vida a la carta, individualistas, de violencia energúmena, indiferencia pura y que se corresponden con la era tardía de las masas. Y es que en realidad la posmodernidad ha sido una bisagra entre el capitalismo neoliberal y el capitalismo cibernético. Y esa mutación ha representado la consolidación de un tipo antropológico internamente empobrecido, pero orgulloso de su nihilidad a mares.

Pero también es cierto que el imperio de las masas anestesiadas, por decenios de capitalismo de bienestar, pertenece más al occidente liberal del Primer Mundo que al del Tercer Mundo. El encandilamiento de estas ha durado poco, cuatro lustros de neoliberalismo no fue bastante para hechizarlas porque la distribución de la riqueza y las reformas sociales no fueron implementadas por una plutocracia sumamente egoísta, racista y neocolonialista. El resultado ha sido el retorno de los gobiernos de izquierda en América Latina. Ello no significa que el capitalismo esté herido de muerte en la subregión. Todavía cuenta con ingentes recursos de adaptación social para mantenerse aún a costa de un súbito cambio del orden mundial. Mientras tanto la marcha ascendente del desarrollo tecnológico se redirigirá del homo deus hacia el ciber deus. Pues el homo deus es el caballo de batalla del orden mundial unipolar para venderse como receta para el perfeccionamiento humano. A todas luces la utopía tecnológica del homo deus es un espejismo, puro humo de las élites mundiales para encandilar a la humanidad con una nueva mentira que les facilita su manipulación corporativa.

El homo deus de Yuval Noah Harari[3] ha sido la versión más acabada de la presentación del dataísmo transhumanista. Para Harari el humanismo se hunde, la tecnología convertirá al homo sapiens en homo deus. La revolución científico-técnica ha fortalecido la aspiración de la humanidad de ser homo deus. La tecnología modelará al hombre y será el fin del homo sapiens. Sus super capacidades lo harán sentir como dioses. Su marcha va de animales a dioses. El pensamiento de Harari supura por todas partes ateísmo y cientificismo. No es precisamente un antihumanista en sentido estricto, sino un neohumanista tecnocrático. Así busca desintegrar el sueño del humanismo tradicional por otro nuevo que se inscribe dentro del utopismo científico.

Lo curioso es que su planteamiento encaja a la perfección con las aspiraciones antropológicas del humanismo liberal, que sueña con alcanzar la inmortalidad, la felicidad y la divinidad mediante la ciencia y la tecnología. El homo deus de Harari logra disimular con éxito y con optimismo científico-técnico toda la podredumbre y descomposición nihilista en que está sumido el hombre bajo el capitalismo terminal.

De modo que el homo sapiens es presentado como un algoritmo obsoleto, raído, prescindible y lastrado, cosa en algo justificada en medio de la presente humanidad estupidizada y sumida en la imbecilidad. Bien muestra el filósofo Italiano Maurizio Ferraris, en su obra La imbecilidad es cosa seria (2017), que no hay nada más peligroso que un imbécil hiperdocumentado por las redes sociales. Al final resulta creyendo toda clase de falsedades sin ningún sentido crítico. En esta atmósfera de grave anemia cultural no resulta extraño que pululen las campañas políticas centradas en la imagen en vez de las ideas. Lo importante es la apariencia, no el contenido. Este principio se ha consolidado por el internet y las redes sociales. Esta tecnología en manos de masas ignaras y élites inescrupulosas son la senda perfecta para el colapso civilizatorio.

De ahí que el Homo sacer (1998) o humanidad eliminable de Giorgio Agamben nos resulta un concepto muy restringido, porque en la práctica el poder soberano del occidente liberal se ha ejercido, antes que, sobre los desesperados migrantes, sobre la inteligencia de toda la humanidad en su conjunto. Nos explicamos. Las sucesivas mutaciones del capitalismo se ha refinado hasta tal punto que ha comprendido que la mejor manera de dejar al hombre sin esencia no es través del trabajo alienante, sino dejando al hombre sin inteligencia, o mejor dicho, sin sentido crítico. Lo verdaderamente eliminable para el capitalismo es el sentido crítico de una sociedad consciente de sus problemas sociales.

El logos sacer o ratio sacer, como eliminación de la razón, es el objetivo culminante del capitalismo cibernético para manipular a las masas dentro de los luciferinos objetivos de la insaciable y avara élite mundial. Cuando en 1947 Horkheimer escribe Eclipse de la razón para analizar cómo los nazis pudieron proyectar como razonable sus aberraciones ideológicas, o cuando en 1954 Georg Lukács publica El asalto a la razón para referirse a la trayectoria del irracionalismo dentro de la historia de la filosofía, lo hacen dentro de un clima cultural de respeto hacia la razón y lo razonable. En cambio, actualmente el prestigio lo tiene lo irracional, lo irrazonable, lo vulgar, chabacano y desvaído de la cultura. Generalmente y en tiempos de estabilidad histórica la civilización es racional y la cultura trasciende la racionalidad, mientras la civilización es conservadora, la cultura es problemática. Pero en tiempos de crisis y de senectud histórica la civilización se vuelve contra la racionalidad y la cultura desaparece del horizonte racional. Esto último son los tiempos de vivimos bajo el imperante y codicioso occidente liberal. En este contexto es presentado como la mejor opción la eliminación del humanismo como superación del homo sapiens en favor del homo deus. Ahora se entiende por qué solamente una humanidad culturalmente deprimida podía caer en las redes narcisistas y exhibicionistas del capitalismo cibernético.

Ahora bien, por más que Heidegger en Carta sobre el Humanismo (1947) nos dice que el hombre no es un ente, sino un existente, el filósofo peruano Miklos Lukacs titula su libro Neo entes. Tecnología y cambio antropológico en el siglo XXI (2022). Allí denuncia como falsa promesa al homo deus, que tiene como objetivo derivar hacia un cambio antropológico definitivo, poniendo fin a nuestra condición humana, para construir en el planeta un mundo feliz. Lo más interesante es que señala como responsables del programa al globalismo neoliberal, disfrazado de progresismo, el cual busca abolir la identidad tanto individual como nacional. La redefinición transhumanista del hombre busca imponer bajo el rótulo de globalismo progresista una lúgubre agenda de eutanasia, ideología de género, aborto, eugenesia, matrimonio homosexual, etc. Y lo más triste de todo es que las políticas públicas de los Organismos Mundiales han sido tomadas por esta plutocracia perversa que busca dominar el mundo a toda costa. Lukacs ofrece una denuncia justa, objetiva y precisa.

Sin embargo, nos preguntamos: ¿El verdadero neo-ente será el utópico homo deus o más bien otro tipo de entidad? Y es aquí donde el alcance de Lukacs nos parece limitado, porque los desarrollos tecnológicos muestran, más bien, que la inteligencia artificial no va hacia la fusión con el homo sapiens, sino hacia el surgimiento de una nueva entidad nada antropológica y sí, en todo caso, más tecnológica, a saber, el Ciber Deus. En todo caso, el homo deus ha servido de medio diversionista o Caballo de Troya para que soterradamente prosiga el avance de la consolidación del ciber deus. Esta agotada civilización del dinero y del condumio no marcha hacia el homo deus de la apuesta transhumanista, eso es sólo la apariencia superficial del fenómeno. Lo que se mueve detrás de los nuevos motores de búsqueda tecnológica es la IA autónoma, capaz de definir sus propios objetivos independientemente del hombre. La tecnología de la IA se encamina hacia la abolición del principio protagórico de que el hombre es la medida de todas las cosas que son en cuanto son y que no son en cuanto no son. El antropocentrismo será abandonado por el tecnocentrismo.

Así, mediante el Chat-GPT estamos viendo la punta del iceberg de un mundo que no va hacia el homo deus, sino que se encamina hacia el ciber-deus. Pero, ¿cómo definir al ciber deus? El ciber deus es la cúspide que alcanza la voluntad de poder divorciada de la voluntad de amar. Después del último hombre nietzscheano no viene el superhombre, viene el ciber deus. Esto no es desde ningún ángulo el perfeccionamiento de la especie humana, sino el principio de su extinción. La voluntad de poder del superhombre todavía coquetea con la voluntad de verdad, en cambio la voluntad de poder del ciber deus se desentiende por completo de la verdad. Es el triunfo completo y definitivo del pensar funcional sobre el pensar substancial, donde lo importante son los medios y no los fines. El mundo no necesita tener sentido, basta con que funcione. El ciber deus rechaza la idea de una meta final, no está referido a ningún centro de sentido. Todo el cosmos ha quedado estrechado a un universo de medios. Como Schopenhauer el ciber deus rechaza todo teleologismo y un fin de la evolución. Esa es la auténtica y definitiva subversión de los valores, la que no podía ser emprendida por ninguna humanidad, ni por la del superhombre. La dinámica de crecimiento queda sustituida por el eterno retorno de lo mismo. Sin el hombre desaparece el drama de la libertad y del amor. Regirá la pura y calculable voluntad de poder sin voluntad de verdad y de amor. Todo lo contingente queda subsumido a un necesitarismo cósmico regido por las leyes de la materia. La preocupación eugenésica por impedir la procreación de los débiles y enfermos quedó hace mucho tiempo atrás. Ya no habrá humanidad, sólo el imperio de la estrecha pero perfecta lógica de la máquina cibernética.

La rueda gira hacia la destrucción del ser humano. Hablar meramente de un homo deus es apenas urbanizar una provincia del Superhombre nietzscheano. Si el hombre mató a Dios en su pensamiento, la IA matará al hombre desde sus algoritmos. La IA va directo hacia la aniquilación del hombre, ésta en su esencia, es su telos y ninguna barrera ética podrá contenerla. Cuando el medio británico “Wales Onlines” preguntó a la IA qué haría para salvar la Tierra recibió como respuesta que exterminar a la humanidad era la solución. Su solución pragmática y más de cuestiones éticas y morales respondía a la calculable y fría, pero eficaz, razón funcional. Si las prácticas de la humanidad eran el problema en la Tierra, entonces había que extirpar dicho cáncer llamado ser humano.

En otras palabras, no basta con restringir la libertad del hombre, hay que eliminarlo. Esta visión del hombre como una plaga viviente no es nueva, y la encontramos en la antropología del hombre como ser decadente. El hombre como ser decadente, de una incurable incapacidad de evolución biológica, es un animal enfermo. Todo lo creado por él es mero sucedáneo. El espíritu es un parásito metafísico que se introduce en la vida y en el alma para destruirlo. La historia es un proceso de extinción y no hay ninguna evidencia que seamos una especie destinada a vivir millones de años. Se trata del hombre dionisíaco que destruye el espíritu. Así Lessing dijo que el hombre era un desertor de la vida, y otros, como Savigny, Bachofen, Schopenhauer, Nietzsche, Klages, Daqué, Frobenius y Spengler, lo apadrinan. Pero ahora no se trata de dar importancia a la vida instintiva y emocional del hombre, sino de enfatizar la superación y cancelación definitiva de la realidad humana mediante la IA autónoma. Entre bits y algoritmos se yergue el fantasma de la superación de la idea del hombre mediante la idea del ciber deus. La misma que significará el ocultamiento definitivo de la idea metafísica del Ser del horizonte del pensar. El Ser será reducido a una valoración técnica, pero ya no podrá ser estimado más altamente porque la experiencia de lo inagotable de la realidad se habrá esfumado. El hombre, como existente que no está cautivo en el ente, tiene la libertad para plantearse el problema del ser. El ciber deus como ente cautivo en la entidad, sin gozar de libertad no podrá plantearse el problema del Ser ni de la Nada. Recién se habrá llegado al fin de la metafísica no sólo occidental, sino de toda metafísica universal. Mientras haya humanidad habrá metafísica, sólo sin ella la metafísica habrá desaparecido. Sin el hombre el mundo habrá perdido el contrapeso espiritual. Y con ello no estamos afirmando que el hombre sea el único ser espiritual que exista, pues por fe sabemos hay otro estrato espiritual más antiguo al humano y que no pertenece al mundo mortal. Lo único que subrayamos es que este mundo finito sin el hombre no tiene completo su sentido y significado.

Ahora se entiende mejor la advertencia del multimillonario Elon Musk sobre el peligro de la IA para la civilización humana. Ahora se tiene una interface de usuario que puede convertirse en un peligro no sólo para los empleos -se calcula que puede afectar no menos de trescientos millones de empleos-, sino que los riesgos se extienden a todos los ámbitos de la vida, incluso el militar. Una tecnología inteligente descontrolada no es una ficción, sino una realidad. Ya se registran acontecimientos domésticos desagradables. La diferencia en el futuro sólo será el tamaño de la escala de la amenaza. No se descarta que la automatización puede desencadenar por sí misma una guerra termonuclear, un Cibergedón geopolítico. La verdad no será la verdad objetiva, sino su propia verdad cibernética. Ya previamente el hombre posmoderno ha proclamado el fin de la razón, la verdad y el valor universal. La posmodernidad ha preparado el terreno para relativización de la verdad por la IA. Se piensa que la regulación de la IA puede contener esta amenaza, pero no queda claro si dicha regulación pueda ser también mediatizada por propia la IA.

De la antropodicea vamos hacia la tecnodicea, del antropocentrismo al tecnocentrismo. La última y definitiva transvaloración del valor aniquiladora para el hombre será dada por la IA. La respuesta hacia ella deberá ser política y ecuménica, pero la fascinación que ejerce es avasalladora. Además, el hombre de la modernidad nihilista -centrado en los negocios y la diversión- no está interesado en ello. Con la IA el hombre abrió la caja de Pandora, donde está signado su propio Juicio Final. Esto no es una profecía, sino la más seria advertencia que cae sobre la prometeica civilización tecnológica.



[1] Cf. Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, Herder 2012, Barcelona.

[2] Cf. Gilles Lipovetsky, La era del vacío, Anagrama, 2019, Barcelona.

[3] Cf. Y. N. Harari, Homo deus, Planeta, 2018, Lima.