jueves, 29 de junio de 2023

VIDEO DE ENTREVISTA



FALACIAS DE LA RELIGIÓN UFOLÓGICA

 FALACIAS DE LA RELIGIÓN UFOLÓGICA


Por lo general, la mente humana es muy proclive a creer en ilusiones sin pruebas científicas. Y es así porque la ilusión surge de la propia percepción que engaña a la mente y la misma nos lleva hacia decisiones y creencias irracionales. Y el sentido común es la víctima predilecta de las ilusiones. Algo no es real simplemente porque existe, las ilusiones también existen pero no son reales. Realidad y Existencia no son equivalentes y no distinguirlas es origen de muchas confusiones y ficciones. Lo que es Real tiene consistencia ontológica individual permanente, en cambio lo que es simplemente Existente le basta tener trascendencia a la conciencia sin poseer identidad permanente. No toda existencia tiene realidad, en cambio toda realidad tiene existencia[1]. Incluso ciertas psicopatologías hacen ver entidades, como la esquizofrenia, o escuchar voces, como la paranoia, como si fuesen reales pero que solamente existen en la mente del sujeto. Como vemos no todo lo existente es real. Creer como real lo meramente existente es un trastorno cognoscitivo que tiene que ver con la alucinación, la psicopatología, el fraude, la manipulación mental y paradigmas epocales.

Al conversar con investigadores y creyentes ufológicos se observa generalmente la presencia de una similitud con los prejuicios cognitivos de la esquizofrenia: demasiada atención a posibles amenazas, el saltar a conclusiones precipitadas, hacer atribuciones externas, problemas de razonamiento acerca de situaciones lógicas y sociales, dificultad para diferenciar el discurso interior del de una fuente externa, déficit neurocognitivo global en la memoria, distorsión de la realidad, ideas delirantes, persistencia de experiencias psicóticas, problemas de funcionalidad social, procesamiento visual y para mantener la concentración. Muchas personas normales tienen experiencias psicóticas sin ser esquizofrénicas.

 Así, la vida inteligente extraterrestre es una ilusión sin evidencia de su realidad y que se asocia al fenómeno ovni, pero como hemos visto esto no debe ser necesariamente así. El fenómeno ovni puede subsistir sin el nexo con la vida inteligente extraterrestre. Es decir, aun cuando la ciencia llegue a confirmar que estamos solos en el universo, como al parecer todos los indicios lo indican, el fenómeno ovni sobrevivirá como fenómeno atmosférico anómalo, como programa de aviónica secreto y, cuando no, como engaño sobrenatural del satán.

Así, sobre el fenómeno ovni hay que distinguir tres tipos de problemas, a saber: el problema de la manifestación natural ovni (rayos globulares, nubes lenticulares, hologramas solares, sprites, meteoros, estrellas, planetas), el problema de la manifestación artificial (tecnología ovni humana, aviones negros, misiles hipersónicos, satélites, globos, fraudes, engaños humanos y demoníacos) y el problema de la inteligencia extraterrestre (civilizaciones en nuestra galaxia y fuera de ella). Los dos primeros son objetivos, es decir, existen y son reales. El tercero no es real, existe como objeto hipotético. El fenómeno ovni justamente se convierte en mitoide de la modernidad tecnológica al confundirse con el tercer problema, a saber, el problema de la inteligencia extraterrestre, y al subsumir erróneamente los dos primeros al predominio ET.

A partir de esta confusión con la inteligencia ET surge la ufolatría (con líderes carismáticos, astutos, mitómanos y superficiales, y con adeptos sumisos, acríticos y sugestionables[2]), que curiosamente se encuentra ampliamente extendida en sociedades tecnológicamente avanzadas[3]. Lo cual no es extraño, dado que son en esas sociedades precisamente donde el “Reloj del Apocalipsis” termonuclear amenaza con la destrucción del planeta y aprisiona con más fuerza a las conciencias y acentúa la angustia del hombre común.

De este modo, la ufolatría llega al extremo delirante de confeccionar mapas estelares señalando de qué estrellas provienen los Reptilianos, los Sirianos, los Andromedianos, los Nórdicos, los Zetas, e incluso llegan al extremo de indicar otros lugares donde existe inteligencia desconocida[4]. Otros presentan otra clasificación morfológica: Humanoides (verdes, grises, nórdicos y gigantes), Zoomórficos (reptilianos insectoides, cefalopoides), Xenomórficos (figuras nebulosas, ameboides, minerales, vegetales, etc.). Ante esto la ciencia ha descartado la apariencia humana como dirección de la evolución convergente. Abundan libros, películas, series de televisión, videojuegos sobre extraterrestres, incluso la creencia astrológica del New Age hablan de que Jesucristo fue un extraterrestre. La arqueología, la ciencia, la astronomía han ido derribando estas ficciones, pero la exoplanetología hizo que científicos, en número cada vez mayor, se mostraran optimistas sobre la posibilidad de encontrar planetas en torno a estrellas de nuestra galaxia y de otras galaxias que pueda albergar vida inteligente. Este último hecho resucitó nuevamente la ufolatría, que ya había caído en descrédito por tanto fraude y engaño[5].

Tanto la ufolatría popular, “científica” y teológica echan mano desde el punto de vista lógico a tres tipos de falacias, que se condicen con la degradación cultural de la civilización consumista y hedonista actual:

·           Falacia del Residuo (afirmación de la existencia de ET sobre un reducidísimo número de casos inexplicados).

·           Falacia de la Diversidad (afirmación de otras formas de vida sobre condiciones desconocidas e inexplicadas).

·           Falacia de la Vastedad (dado que el universo es tan vasto, debería ser cierto que haya un enorme número de civilizaciones extraterrestres en el Universo).

 

Especialmente la ufología teológica se sirve de esta última falacia, la cual como hemos visto se fundamenta en una comprensión errónea de la omnipotencia divina.

La agudización de las crisis de la modernidad (ecológica, política, alimentaria, seguridad mundial, sanitaria, económica, poblacional, educativa, moral y espiritual) hace prever la mayor difusión de las sectas ufolátricas a corto y mediano plazo en medio de una sociedad sumida en la increencia, el nihilismo, la religión a la carta, el relativismo, el hedonismo y la profunda secularización. Es más, el avance de la sociedad cibernética aumenta el temor sobre el peligro del dominio de los robots sobre la humanidad. Se siente la amenaza de la era posthumana[6]. Lo más seguro es que los robots pensantes y autónomos no representen la evolución de la especie humana sino, más bien, su fin. Se avizora un futuro sombrío para el hombre en medio del auge de las máquinas.  La super inteligencia artificial introduce un nuevo elemento angustiante en la conciencia de la humanidad. En otras palabras, se vive una gigantesca crisis civilizacional en la era cibernética, que desborda el orbe occidental y que en una era globalizada involucra a todas las demás civilizaciones unidas por la racionalidad científico-técnica y la economía de mercado. Es una dura prueba para las conciencias que perseveran en la fe trascendente y en la respuesta afirmativa que subyace en la interrogante de la problemática integral del fenómeno ovni: ¿Puede el hombre seguir siendo el centro metafísico-moral del cosmos?

Por último, hay algo más profundo en todo este movimiento que cree en la inteligencia extraterrestre. Y es que existe un contenido escatológico salvífico subyacente en sus inquietudes más profundas. Pues así como sin mística no hay auténtico conocimiento ni amor a Dios, del  mismo modo trasladando dicho amor y conocimiento hacia los supuestos aliens se termina por esfumar a Dios mismo en una serie de eones intermediarios o inteligencias eternas, emanados de la unidad suprema, y que el gnosticismo pone en relación a la materia con el espíritu.

Efectivamente, la ufolatría se inscribe como parte de la ofensiva contemporánea del revival gnóstico. No es casual que esta forma de religiosidad practique de forma generalizada la meditación de contacto en busca de la salvación por el conocimiento ET que los regenera y diviniza. No hay duda que no sólo hay teología ufológica cristiana sino también gnóstica. Trascender el espacio y el tiempo por un esfuerzo de éxtasis personal de contacto, forma parte de esta nuevo tipo de religiosidad egocéntrica e individualista que implica una antropología, cosmología y soteriología que enfatiza la importancia del contacto ET. En ellos el mito intemporal y trascendente se articula con el mitoide temporal e inmanente.

Pero el resultado final de toda esta heteróclita barahúnda paranoica es la mezcla informe que lleva al cuestionamiento de la fe preternatural revelada y de la religión sin retribución. En una religión interesada no se da un verdadero encuentro con Dios, y hay más bien la edificación de un ídolo, a saber, el del dinero o el dios Mammón. La religión interesada carece de autenticidad y profundidad y es profundamente satánica, la expectativa por la recompensa denigra el auténtico amor por Dios, y en esto reside la universalidad del mensaje del libro de Job. La ufología científica y la ufología esotérica están animadas por ese ánimo de creer “por algo”, por “una retribución”. Esta degradación del sentimiento religioso se corresponde con la secularización creciente de la modernidad tecnologizada.

Pero hay algo más transcendental todavía que se enseña en el libro de Job, y es que Dios confía en el hombre y no en fantásticos ET. Y es precisamente ese profundo desengaño en el hombre, en la realidad humana, sobre todo en las sociedades altamente tecnológicas, lo que subyace profundamente en la creencia ufolátrica de toda laya. Resuenan aquellas palabras bíblicas sobre el hombre, predilectas por los protestantes: “gusano pútrido y hediondo”. Desengaño y desesperanza que tiende a agudizarse en momentos de crisis civilizacional como la presente. Desde la oscuridad de la confusión y las tinieblas se trata de que el ser humano sepa elegir el camino a seguir y por ello bien se dice en el evangelio “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” [7].

Nuestras conclusiones son semejantes a las de Jung y Sagan pero también diferentes. Semejantes a Jung por cuanto que se ve en el fenómeno ovni un contenido religioso. Nuestra diferencia radica en que no hablamos de mito sino de mitoide y que dicho sentimiento religioso es de carácter inmanente y no trascendente. Similar a Sagan porque no se ve razón ni prueba contundente para creer en la existencia de seres inteligentes extraterrestres. Pero diferente a él en tanto que admitimos la existencia y realidad del fenómeno ovni en su manifestación natural y artificial (tecnología militar secreta y engaños del demonio) y que la ciencia sin la religión y la metafísica filosófica termina destruyendo la espiritualidad. Credulidad, manejo de la conciencia, engaños, negocios, aberraciones psicológicas y pura paranoia, está debajo de la creencia en seres inteligentes extraterrestres. La exploración espacial sigue teniendo una base más realista, a saber, encontrar otros hábitats semejantes a la tierra y enviar humanos al espacio.

Además, culturológicamente es posible afirmar que no es pura coincidencia el gran auge de la ufolatría en los países más desarrollados tecnológicamente. La amenaza de destrucción termonuclear y degradación global del medio ambiente pesa sobre las conciencias de millones de gentes comunes incrementando la angustia existencial y el deseo de salvación inmanente. Y un poderoso paliativo es regresionar a la credulidad ilimitada que da cobijo a la creencia en extraterrestres mesiánicos y salvadores.

Aquí no se trata de fe sino de credulidad, que da cabida a una alucinación colectiva de nuestro tiempo llamada inteligencia extraterrestre. Alucinación que emerge de un mundo banalizado, donde el hombre y sus asuntos han perdido importancia y en su lugar se prefiere creer en seres superiores de otras galaxias que brindan esperanzas. En suma, se trata de un escapismo mental que retrata la profunda degradación espiritual de la modernidad secularizada de nuestro tiempo.

En este contexto, el tema de la inteligencia extraterrestre  también se ha convertido en un mitoide estratégico de distracción de la opinión pública mundial para implantar un mundo unipolar.

Por su parte el argumento de la teología ufológica, sobre el cual descansa todo su edificio (“El poder ilimitado de Dios”), es un sofisma y una tergiversación del constitutivum metaphysicum de Dios. Dios no hace todo lo que puede sino todo lo que es racional a su justicia, se pone límites a sí mismo, respeta la libertad humana y su creación. Justamente porque el poder de Dios tiene límites es que tiene lugar la posibilidad de que el hombre libre pueda cambiar su camino, de convertirse. Y con su justicia es como Dios se hace presente en la historia y en la naturaleza.

El misterio de la libertad divina es que también el Dios Todopoderoso se hace débil para dejar espacio a la libertad humana. No solamente somos una “caña pensante”, al decir de Pascal, sino una “caña con libre arbitrio”. Lo cual lejos de justificar el antropocentrismo implica un vigoroso rechazo, porque la libertad humana no conoce los designios de su creador y todo lo creado no existe para la utilidad del ser humano. La creación es una teofanía de su amor gratuito. Todo lo cual impide el reemplazo de Dios por el hombre. Por eso la teofanía de Dios no es violenta sino suave como la brisa. Y la Providencia no miente al habernos dado la Revelación, y el papel de ésta es permitir que el hombre ascienda a la trascendencia ayudado por las dos alas a su alcance, a saber: la razón y la fe. Su poder se sujeta a su Sabiduría. Esto hay que destacarlo con fuerza en medio de una época como la nuestra azotada por el irracionalismo y la superstición de la credulidad.

En suma, el fenómeno ovni es real, como fenómeno natural y artificial, y ha sido el mejor elemento diversionista para encubrir la carrera armamentista. Pero la inteligencia extraterrestre es un tema de la literatura de ficción y un fraude ufolátrico grotesco sin evidencia contundente alguna. En una palabra el fenómeno ovni como fenómeno natural y artificial es real, pero como inteligencia extraterrestre es solamente existente pero no real.



[1] Al respecto Nicolai Hartmann sostiene que sólo los objetos reales e ideales existen porque no son creaciones nuestras, en cambio los objetos irreales o creados por nuestra imaginación tienen consistencia pero no existencia. Esta teoría es errónea porque también se da la existencia irreal y porque subsume lo real a la existencia. Toda la confusión se origina porque identifica la Realidad con el ser real, cuando al contrario el primero trasciende al segundo y se da en todas las esferas del ser. Con esto tampoco identificamos la realidad y el ser.

[2] Es la astucia de la serpiente que ofrece ciencia sin obediencia a Dios (Génesis 3, 1).

[3] Una lista bastante completa y detallada se ofrece en el artículo “Religión Ovni” de Wikipedia. Todas son sectarias, milenaristas, y en su sincretismo introducen creencias cristianas y científicas. Su tecnofilia (fe ciega en la tecnología) se combina con su ETfilia (fe en las capacidades espirituales de los ET).

[4] Cfr. Ufo Giovanny Astra FB, post “lieu de nos visiteur”. Enero 24 2015.

[5] Entre los casos más sonados de fraudes estuvo el autor de “Yo visité Ganimedes” al reconocer que era pura ficción, y a mediado de 1990 José Luis Jordán Peña reconoció ser el instigador de la civilización extraterrestre ummita. Este último convencido de su inmoralidad confesó todo a la policía, tras haber desatado una ola sectaria que marcaba a fuego con su símbolo a niños. Mucho se habló que fueron experimentos del servicio secreto sobre el control mental. Todo lo cual demuestra lo frágil de establecer el criterio de verdad en simples “Testimonios”. Tampoco se puede omitir mencionar la sentencia en 2012 por el Tribunal de Apelaciones de Francia contra la iglesia de la Cienciología, que cree en seres galácticos, por fraude y ser una banda organizada con fines económicos. Muchos han descubierto que en el actual mundo anético y sin valores, la mejor manera de conseguir su primer millón de dólares es hacer su propia religión, y mejor si trata sobre extraterrestres.

[6] El fundador de Microsoft, Bill Gates, se unió a la carta abierta firmada a fines del 2014 por destacados pensadores, entre ellos el empresario tecnológico Elon Musk y el científico británico Stephen Hawking, en su preocupación acerca de cómo pueda ser utilizada la inteligencia artificial en el futuro. El astrofísico británico fue más radical al expresar que la inteligencia artificial acabaría con la especie humana. Pues lo humanos ya no podrán competir al estar limitados por la evolución biológica ante máquinas que se rediseñarán a un ritmo creciente. A comienzos de 2015 el MIT anunció el logro de Matrix o de un interfaz que permita conectar el cerebro humano a una computadora, y se calcula que en tan sólo una década estará listo el proyecto Avatar de la NASA y el Departamento de Defensa, con un cerebro humanoide y una consciencia transferida a un ordenador.

[7] Romanos 5,21.

martes, 27 de junio de 2023

¿DATAÍSMO CIBERNÉTICO INCONTROLABLE?

¿DATAÍSMO CIBERNÉTICO INCONTROLABLE?


El antropocentrismo moderno ha culminado no sólo en una era sin Dios, sino que abrió el umbral de un nuevo ente que lo puede aniquilar, saber, la IA autónoma. El Occidente liberal ya es profundamente anticristiano y está entregado en alma y cuerpo a la cultura de la muerte. Por ello, y lamentablemente, no nos llama la atención que el peligro de un Armagedón termonuclear, ya sea por mano humano (antropogedón) o cibernética (cibergedón), blande de su mano ensangrentada por siglos de impiedad, avaricia, neocolonialismo, esclavismo, explotación de otros países, guerras infames, genocidios y demás vesanias. Pero este Armagedón termonuclear no es nada comparable con otro Armagedón cibernético de baja intensidad.

Es evidente que la cibernética advino en su momento con los mejores auspicios. La idea básica era que la robótica liberara al hombre de tareas tediosas y repetitivas. El propio Marx se deja llevar por este optimismo científico considerando que la revolución científico-técnica hará posible el paso del socialismo al comunismo, y donde la lucha de clases dejará de ser la fuerza motriz del desarrollo social dejando su lugar a la ciencia como fuerza productiva directa. Así Engels escribe: “La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una igual y libre asociación de los productores, enviará toda la máquina del Estado a donde tendrá entonces su verdadero lugar: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce”.[1] Esto es, el sueño comunista se basaba en la utopía científica para edificar el paraíso terrenal. Pero una similar esperanza lo reitera N. Wiener en su obra Cibernética y sociedad (1950). Otra cosa es que el hombre sea la única criatura que el hecho mismo de existir le puede resultar tarea tediosa y angustiante.

Más de medio siglo después y ya entrados en el siglo veintiuno el optimismo científico-técnico ha sufrido serias críticas, pero el entusiasmo en las masas no ha amainado. Por el contrario, se ha incrementado. Esto como resultado de que los nuevos descubrimientos han sido aplicados a la vida doméstica aliviando mucho con muchos inventos las tareas cotidianas. No obstante, persisten graves problemas como acabar con la pobreza, falta de agua potable, hambruna en Africa, escasez de alimentos, cambio climático, eclipse de la democracia, violación de derechos humanos, racismo, guerras, descolonización, pandemias, migración, contaminación de los océanos, aumento poblacional, urbanismo descontrolado, erradicación de tierras agrícolas, nuevos países con arsenal nuclear, y aumento constante de gastos militares.

En su momento fue el filósofo norteamericano de la tecnociencia Lewis Mumford quien dio una respuesta muy sensata en relación con los problemas sociales que no cesan de incrementarse a pesar del desarrollo de la ciencia. En su libro Técnica y civilización (1934) destaca que actualmente es el orden político y financiero de los monopolios los que se resisten a socializar los beneficios de la fase neotécnica[2] de la máquina, de modo que sería un error buscar en la técnica una solución a todos los problemas que plantea. Ella sólo abre nuevas posibilidades que el pensamiento humano debe desarrollar. Pero el camino de la reconstrucción humana y social está abierto, solo hay que transitarla y construirla. Pues la técnica también contiene posibilidades perversas y ominosas que llevan a la barbarie.

Justamente esas posibilidades perversas y ominosas son las que han causado alarma entre científicos y ejecutivos respecto a la IA. Lo cierto es que mientras más avanza la modernidad secularizada hacia una más potente IA más empobrecida luce la humanidad misma. El Yo pienso cartesiano o el ego trascendental husserliano quedan como cosa de poca monta ante la eficiente capacidad de la IA para recoger, interpretar, aprender y ejecutar acciones sobre la base de los datos recopilados. Pero el problema no es que el dataísmo cibernético pueda sustituir al pensamiento creativo, sino que sea dejado de lado por el pensamiento calculador. Dar mayor importancia al resultado por su utilidad es una de las características dominantes del pensamiento pragmático. Pero cuando la utilidad práctica se convierte en criterio de verdad es cuando se logra la mayor depravación y barbarie del pensamiento. El pensamiento necesita permanecer abierto a lo que no es útil precisamente porque es la imaginación más que la lógica lo que ha presidido el proceso de humanización. Religión, arte, literatura, filosofía, humanidades responden a la naturaleza multiforme del pensar. Pero esa esencia poliédrica del pensar queda estrechada por el pensar lógico y calculador de la máquina. La inteligencia es sólo una dimensión del pensar, pero no define el pensar mismo. Alan Turing pensó que sí, Roger Penrose que no. El test de Turing buscaba demostrar que las máquinas piensan. Actualmente la comunicación automatizada de los chatbots demuestra que la IA es capaz de un asombroso procesamiento del lenguaje natural y dar respuestas de manera automática. Por su parte, Penrose en su obra La mente nueva del emperador. En torno a la cibernética, la mente y las leyes de la física (1989) sostiene que la mente no es la encarnación de un algoritmo activado por algunos objetos del mundo físico, como piensan los partidarios de la IA fuerte. La mente no es algorítmica, sino que se basa en un libre albedrío no computable con las leyes que gobiernan el mundo físico. La mente comprende, la computadora no comprende lo que hace. La mente consciente no es una entidad algorítmica. La conciencia es una visión de verdades necesarias en el mundo platónico. En otras palabras, para Penrose la conciencia es la conexión del mundo real con el mundo intemporal, trascendente y absoluto. Por eso la mente nos conecta con la metafísica.

Lástima que nada de esto sea del interés de la inteligencia de la máquina. La IA no está en función de la visión de las verdades necesarias del mundo platónico, sino de los medios prácticos para el buen funcionamiento del mundo. La IA por carecer del libre albedrío espiritual puede comprender lo que hace, pero sólo dentro de una perspectiva inmanentista, terrenalista y material-natural. Sólo si la libertad no existe y es una ilusión, como en Epicteto, Spinoza y Schopenhauer, entonces la mente se engaña y es algorítmica como la IA. Pero la evidencia hasta el momento demuestra que la IA es una entidad algorítmica sin libre albedrío, y su autonomía siempre está restringida a una programación preestablecida. En otras palabras, el pensar de la IA es una conexión del mundo algorítmico con el mundo material, temporal, físico y finito, pero jamás con lo intemporal, trascendente y absoluto. Es falso que la información baste para tomar decisiones, pues lo fundamental es lo moral. Pero la presente era computacional inaugura el imperio de las decisiones anéticas, la IA es anética por antonomasia porque no considera lo ético y moral como fundamental. De manera que el imperio del dataísmo cibernético se corresponde con el hombre nihilista que se siente más allá del bien y del mal.

Es verdad que hasta no comprendamos bien cómo aprenden las máquinas y cómo eligen decisiones proseguirá nuestra incapacidad para entender la cognición computacional. Las máquinas sueñan y reimaginan, pero aún no comprendemos nuestra propia creación cibernética. Mientras tanto la humanidad sigue avanzando desde el antropocentrismo hasta el tecnocentrismo cibernético. Ya existen los algoritmos canallas aleatorios, que pueden simular la realidad y fortalecen el carácter irracional de la posmodernidad. Ya existe la inteligencia artificial corrupta -privada y pública-, que genera miles de cuentas falsas para manipular la realidad. Hay quienes piensan como Asimov que es posible implicar a la IA en una ética de la cooperación, pero las máquinas inteligentes ya han demostrado que pueden quebrantar las leyes que las gobiernan. La zona gris del Prometeo digital no es una promesa sino una realidad, y representa el ingreso de la humanidad a la edad oscura computacional. El pensar computacional se vuelve opaco e impredecible y su primer objetivo inhumano es la eficiencia.

Por la ley de Moore los inventos se aceleran y por la ley de Eroom los resultados van disminuyendo. Todo lo cual subraya la impredecibilidad de la investigación científica. En cierta medida el instrumento determina lo que se puede pensar. La máquina no es neutral del todo. E incluso puede condicionar el marco sociopolítico del cual depende. Pero lo que se ve es que la ciencia, la acción y el pensamiento humano se tecnologiza cada vez más. Y ese es el problema. Somos cada vez más dependientes de unas máquinas que no sabemos hacia dónde van. Pero todo indica que su derrotero va en dirección de la sustitución, primero, y, luego, la eliminación del hombre. Se trata de un creador complicado, costoso, contaminante, agresivo y lleno de problemas existenciales que interfiere con el manejo eficiente del mundo. Una futura ley cibercrática declararía como prioritario la eliminación de ese Prometeo humano que interfiere con la eficiencia óptima del mundo. El creador de la IA sucumbiría a su propia creación por subsumir su acción y pensar a la tecnologización del mundo. Esta perspectiva lejos de ser una mera elucubración hipotética se vuelve en tendencia creciente. Así como los científicos del clima han señalado que el dióxido de carbono degrada nuestra capacidad de pensar y, por ello, el cambio climático es también una crisis de la mente, del mismo modo se puede señalar las investigaciones neurocientíficas que recalcan que la web acostumbra a la mente humana a vivir de interrupción en interrupción, en cortocircuito, la mente vive distraídamente y para el instante, lo cual significa la declaración de muerte de la lectura profunda.

En otras palabras, la red cibernética no nos está haciendo más inteligentes, la degradación acelerada de la mente humana ya comenzó, sólo han mejorado los reflejos, pero el pensamiento profundo y creativo está colapsando. La Web es la memoria digital, la cual empobrece la memoria humana, que ya no es fuente de creatividad. La memoria externalizada en soporte digital genera olvido, y, por ello, es una amenaza ominosa para la cultura. Por ejemplo, he sido testigo de la forma en que se desarrollan los cursos universitarios de posgrado, y son el retrato de lo descrito. El docente universitario de antaño era un paradigma de límpido pensamiento conceptual, clara dicción idiomática y de prodigiosa capacidad oratoria. En cambio, en la actualidad se llama catedrático al enclenque mental que saca su USB para ponerlo en un retroproyector y proceder a leer el contenido del documento. Lo más triste es que las propias autoridades universitarias obligan o recomiendan hacer uso de ese método mostrenco para la precaria enseñanza. Ellas son cómplices del declive y sonambulismo académico. ¡Cuánta decadencia, depravación y barbarie! Con justa razón se piensa introducir IA docente en las clases universitarias ante tamaña pobreza mental de la mayor parte de los catedráticos. Y lo más triste de todo es que los alumnos ni se inmutan. ¡Lo he visto con mis propios ojos! Se dedican a dormir al comenzar y a despertarse automáticamente como robots al finalizar la clase para acercarse al que simula como docente para pedirle su USB y proceder a copiarlo. Esos serán los futuros académicos, cuyos maestros se han dedicado a adormecerlos, embrutecerlos y automatizarlos. Se convierten en cadenas de trasmisión de un mundo tecnológico que avasalla el pensar creador y la vida espiritual auténtica. Con esa forma de trasmitir el conocimiento la destrucción de la cultura está garantizada. Pero eso poco importa a los que se concentran más en la marcha de la civilización técnica que al crecimiento del espíritu. La amenaza de la telemática para la cultura se ha vuelto en cruda realidad, y la indecorosa universidad se ha convertido en su más servil operador. Sin duda alguna, la tecnología tiene efectos adormecedores sobre aquella parte de nuestro ser que sustituye, a saber, la mente humana.

Las herramientas de la mente están anquilosando a la propia mente. El hombre va cayendo víctima de su propia creación. ¡Y ante esto, todavía nos puede quedar duda de que estamos asistiendo a nuestro propio Armagedón mental! Imposible, nos estamos volviendo más imbéciles y estúpidos. No es casualidad que en las últimas décadas la literatura filosófica sobre el tema de la estupidez esté en auge. Ahí tenemos no sólo a Paul Tabori (Historia de la estupidez humana), sino también a Esther Vilar (El encanto de la estupidez), Carlo Cipolla (Las leyes fundamentales de la estupidez humana), Tucho Balado (¿Y si fuese cierto que los humanos somos imbéciles?), Pino Aprile (Elogio del imbécil), Pierre Bourdieu (Homo academicus), Giancarlo Livraghi (El poder de la estupidez), Antonio Real (Manifiesto contra la estupidez), Margarita Riviere (Lo cursi y el poder de la moda), Gilles Lipovetsky (El imperio de lo efímero), Guy Debord (La sociedad del espectáculo), Juan López Uralde (El planeta de los estúpidos), Nicholas Carr (Superficiales), Enric Llado (La estupidez de las organizaciones), Antonio Marina (La inteligencia fracasada), y mi propia obra (Crítica de la razón estúpida). Al parecer el hombre tiene un talento natural para ser imbécil, pero lo grave no es eso, sino contentarse con ello. Y justamente eso es lo preocupante en la era de la inteligencia del ordenador. Mientras más hábil se muestra la IA, más estúpido luce la inteligencia humana en las redes sociales. Bien valdría la pena imaginar a una IA capaz de preguntarse si semejante criatura, entre tonta, estúpida, imbécil y genial, merezca ser salvada. Ortega y Gasset escribió en su momento sobre la rebelión de las masas, y si hoy muchos intelectuales son remisos a escribir sobre la rebelión de los imbéciles es por decoro y vergüenza propia.

La mente humana está adquiriendo sólo destrezas superficiales, se van formando contingentes de descerebrados consumidores de datos, y todo porque el internet entraña consecuencias neurológicas que impiden la comprensión y la retención. Si a esto le sumamos la alarma de los geofísicos sobre la alteración del campo magnético de la Tierra desde hace treinta años, y que provoca la extinción y extraños comportamientos de aves, peces, insectos y mamíferos, entonces no entendemos cómo la mente del creador de la IA debe excluirse de dicho deterioro general. Simplemente estamos retrocediendo a cazadores recolectores de datos electrónicos inconexos. No somos más inteligentes que nuestros antepasados, y el dataísmo cibernético debe ser interpretado, más bien, como un retroceso severo y grave de la mente humana. La mente humana está en crisis, y esa crisis nos asalta en pleno auge de la inteligencia cibernética. No extraña, entonces, que esté de moda la utopía transhumanista, la ideología de género, y la ideología ufológica. 

El dataísmo cibernético ha encandilado hasta tal punto nuestro tiempo que se guarda la desorbitada codicia satánica de que los algoritmos de la IA se escriban solos, su comportamiento aleatorio aumente, y sea capaz de crear almas. Lo cual no es extraño, porque en un mundo sin Dios, que ha suprimido la creencia en lo intemporal, trascendente y absoluto, tenía que surgir la suprema ambición deificante de formar almas. Se trata de un enfoque mecanicista y cuantitativo que estrecha la inteligencia a fines productivos y de rentabilidad. Es muy posible que el futuro homo deus tolere un ciber deus divinizado, después de todo es inmanente y material, pero es muy dudoso que en un mundo gobernado exclusivamente por el ciber deus se acepte algún tipo de deidad. En su reino la nietzscheana muerte de Dios estará cumplida, y, simplemente, porque en sus algoritmos no se siente le necesidad de Dios.  

No es un secreto para nadie que la luciferina cultura tanatocrática preside el espíritu putrefacto de un mundo sin Dios, donde el hombre ha sido reducido a simple medio para fines externos. No es extraño que en este contexto satanocrático la IA (Inteligencia artificial) marche no hacia al homo deus, sino al ciber deus. Por ello, no nos asombra que en semejante Edad Oscura se enaltezca demencialmente la agenda de las corporaciones multinacionales neoliberales mediante la eutanasia, la eugenesia, el aborto, la ideología de género, la ideología ufológica, la promoción de la pedofilia, el transhumanismo, el cambio de sexo de los niños, el ataque profundo a la familia tradicional, y todo ello se emprende desde los organismos mundiales.

La reconfiguración de la conciencia humana en términos completamente secularistas, inmanentistas, terrenalistas, hedonistas, nihilistas, está en marcha vertiginosa mientras avanza a paso seguro la IA. O sea, la desintegración del hombre está en marcha, mientras que la reintegración de la tecnología telemática consolidándose. Esto significa que la transvaloración de todos los valores humanistas exige una intensa campaña contra el cristianismo, la vida y los valores absolutos. Todo esto aún estorba para los propósitos anéticos de una humanidad que es absorbida por el dataísmo cibernético.

Desengañémonos, pues no vivimos la hora de la culminación del antropocentrismo moderno, sino de su sustitución por el dataísmo algorítmico de la cibernética. Sobre los hombros de la razón burguesa no vamos hacia el triunfo del hombre sobre las cosas, sino de las cosas sobre el hombre. El tecnocentrismo se columbra como el nuevo amo. La única respuesta que cabe ante semejante encrucijada es propinar una derrota integral a la razón burguesa neoliberal que preside el presente diabólico torbellino nihilista. Por eso, la esperanza sigue siendo el triunfo del nuevo orden mundial multipolar. Lo cual no significa pensar que lo multipolar esté libre de proseguir en la crisis de la mente humana y en la oscura era computacional. Pero es bueno pensar que la verdadera revolución que se requiere no es cibernética, sino espiritual. Sin una reconciliación con Dios no habrá auténtico humanismo que nos salve. Pero tampoco ello garantiza que se revierta automáticamente el proceso de deshumanización en marcha. La herramienta computacional acostumbra al menor esfuerzo cognitivo, nos vuelve menos inteligentes y sensibles, reduce el campo de la cultura y la vida del espíritu. Estamos ante un abismo en el que nuestra comprensión es desafiada por las nuevas tecnologías. Un nuevo fetichismo de la mercancía nos encubre y si no somos capaces de rehechizar al hechicero sucumbiremos ante la amenaza existencial. La tecnología computacional ha llegado para quedarse, ella fortalece la imagen inmanentista del mundo, y, precisamente por ello, debemos preguntarnos si ¿la superación de la metafísica inmanente de la modernidad será capaz de contenerla y controlarla?



[1] Cf. C. Marx y F. Engels. Obras, t. XXI, pág. 173, en ruso.

[2] Para Mumford la fase neotécnica de la máquina es más sensible a lo químico y biológico, a lo orgánico y teleológico, es ergonómica y aliada de la vida.

lunes, 26 de junio de 2023

DE LA ANTROPODICEA A LA TECNODICEA

 DE LA ANTROPODICEA A LA TECNODICEA


El Chat-GPT hará posible que los venideros autores en superventas no sean humanos, sino fruto de la IA. Esto será la coronación de un proceso acelerado de la estupidización creciente del ser humano. Las propias tesis universitarias podrán ser fraguadas por la IA. Y la universidad habrá perdido definitivamente su razón de ser, aunque ya lo había perdido postergando las humanidades y coinvirtiéndose en furgón de cola del mercado. Y todo indica que la especie humana ha ido en los últimos cien años por la curva decreciente de su inteligencia. Lo cual no sólo está relacionado con la irrupción de las masas en el escenario político-social, sino con el peso avasallador que los medios de comunicación, la telemática y las redes sociales cumplen en la sustitución del pensamiento creador.

Las masas no son enemigas del pensamiento en sí, sino del pensamiento innovador, esforzado y creativo. Son más inclinadas al usufructuo de lo existente que a la creación de algo nuevo. Celebran como ninguno las novedades de la ciencia y de la técnica, pero son consumidores y no creadores. La masa vive del hábito y de la costumbre. Son el lado conservador de la civilización, y su lado negativo no es su existencia, sino que se conviertan en lo hegemónico de la vida espiritual. De ello saca ingente provecho la industria y los negocios, quienes manipulan las necesidades de las masas para inyectarles novedades innecesarias mediante el consumismo desenfrenado.

No resulta extraño, entonces, que, bajo los cánones consumistas del capitalismo imperante, en sus más diversas fases -industrial, postindustrial, neoliberal y cibernético-, la inteligencia humana se muestre en franco retroceso. Y aquí no hablamos de la inteligencia de los Premios Nobel, sino de la ciudadanía en su conjunto, que cada día es más inmadura, infantil, manipulable, engreída, hedonista, narcisista, ramplona y enemiga de la cultura.

A este proceso del narcisismo creciente y desenfrenado han contribuido vigorosamente las redes sociales y el internet. La abolición de la privacidad por el espionaje global y masivo ha ido acompañada de un exhibicionismo impudoroso de la vida privada que no conoce límites. Mostrar una falsa vida alegre y un irreal rostro siempre contento es inversamente proporcional al empobrecimiento de la vida íntima y personal. El hombre se ha vertido totalmente hacia fuera porque no tiene riquezas interiores que mostrar. Las redes sociales y el internet han extralimitado la importancia del Tener sobre el Ser. El filósofo coreano Han vio que vivimos la sociedad del cansancio[1], pero nosotros subrayamos que antes que ello experimentamos la sociedad del exhibicionismo narcisista. Y es que nuestra época no se corresponde con la sociedad disciplinaria foucaultiana del capitalismo industrial, ni con la sociedad del cansancio de la hiperactividad haniana del capitalismo global neoliberal, sino con la sociedad narcisista del capitalismo cibernético. Han vio bien que el emprendorismo es el último hombre capitalista que se atomiza, se deprime, autoexplota, y en su agitación el Ser se esfuma, apareciendo todo como un constructo social. Pero ese no es el último hombre nietzscheano, como cree Han, sino que, más bien, lo es el hombre narcisista del capitalismo cibernético.

El último hombre nietzscheano es el hombre narcisista y exhibicionista del capitalismo del internet. Mientras que el hombre del capitalismo neoliberal compensa su negatividad con positividad consumista, el hombre del capitalismo cibernético le basta mostrar su vacuidad con alegría y satisfacción inaudita e increíble. No se trata de ingenuidad, se trata de pérdida de la densidad espiritual y cultural a favor del nihilismo estupidizante. El culto de la Nada, del imperio de la era del vacío, como lo llamó agudamente Gilles Lipovetsky[2]. Para Lipovetsky la era del vacío es la posmodernidad, donde las masas en vez de revolucionarias se vuelven hedonistas, desocializadas, nihilistas, desubstancializadas, narcisistas, lúdicas, rehenes de su propio ego, con una vida a la carta, individualistas, de violencia energúmena, indiferencia pura y que se corresponden con la era tardía de las masas. Y es que en realidad la posmodernidad ha sido una bisagra entre el capitalismo neoliberal y el capitalismo cibernético. Y esa mutación ha representado la consolidación de un tipo antropológico internamente empobrecido, pero orgulloso de su nihilidad a mares.

Pero también es cierto que el imperio de las masas anestesiadas, por decenios de capitalismo de bienestar, pertenece más al occidente liberal del Primer Mundo que al del Tercer Mundo. El encandilamiento de estas ha durado poco, cuatro lustros de neoliberalismo no fue bastante para hechizarlas porque la distribución de la riqueza y las reformas sociales no fueron implementadas por una plutocracia sumamente egoísta, racista y neocolonialista. El resultado ha sido el retorno de los gobiernos de izquierda en América Latina. Ello no significa que el capitalismo esté herido de muerte en la subregión. Todavía cuenta con ingentes recursos de adaptación social para mantenerse aún a costa de un súbito cambio del orden mundial. Mientras tanto la marcha ascendente del desarrollo tecnológico se redirigirá del homo deus hacia el ciber deus. Pues el homo deus es el caballo de batalla del orden mundial unipolar para venderse como receta para el perfeccionamiento humano. A todas luces la utopía tecnológica del homo deus es un espejismo, puro humo de las élites mundiales para encandilar a la humanidad con una nueva mentira que les facilita su manipulación corporativa.

El homo deus de Yuval Noah Harari[3] ha sido la versión más acabada de la presentación del dataísmo transhumanista. Para Harari el humanismo se hunde, la tecnología convertirá al homo sapiens en homo deus. La revolución científico-técnica ha fortalecido la aspiración de la humanidad de ser homo deus. La tecnología modelará al hombre y será el fin del homo sapiens. Sus super capacidades lo harán sentir como dioses. Su marcha va de animales a dioses. El pensamiento de Harari supura por todas partes ateísmo y cientificismo. No es precisamente un antihumanista en sentido estricto, sino un neohumanista tecnocrático. Así busca desintegrar el sueño del humanismo tradicional por otro nuevo que se inscribe dentro del utopismo científico.

Lo curioso es que su planteamiento encaja a la perfección con las aspiraciones antropológicas del humanismo liberal, que sueña con alcanzar la inmortalidad, la felicidad y la divinidad mediante la ciencia y la tecnología. El homo deus de Harari logra disimular con éxito y con optimismo científico-técnico toda la podredumbre y descomposición nihilista en que está sumido el hombre bajo el capitalismo terminal.

De modo que el homo sapiens es presentado como un algoritmo obsoleto, raído, prescindible y lastrado, cosa en algo justificada en medio de la presente humanidad estupidizada y sumida en la imbecilidad. Bien muestra el filósofo Italiano Maurizio Ferraris, en su obra La imbecilidad es cosa seria (2017), que no hay nada más peligroso que un imbécil hiperdocumentado por las redes sociales. Al final resulta creyendo toda clase de falsedades sin ningún sentido crítico. En esta atmósfera de grave anemia cultural no resulta extraño que pululen las campañas políticas centradas en la imagen en vez de las ideas. Lo importante es la apariencia, no el contenido. Este principio se ha consolidado por el internet y las redes sociales. Esta tecnología en manos de masas ignaras y élites inescrupulosas son la senda perfecta para el colapso civilizatorio.

De ahí que el Homo sacer (1998) o humanidad eliminable de Giorgio Agamben nos resulta un concepto muy restringido, porque en la práctica el poder soberano del occidente liberal se ha ejercido, antes que, sobre los desesperados migrantes, sobre la inteligencia de toda la humanidad en su conjunto. Nos explicamos. Las sucesivas mutaciones del capitalismo se ha refinado hasta tal punto que ha comprendido que la mejor manera de dejar al hombre sin esencia no es través del trabajo alienante, sino dejando al hombre sin inteligencia, o mejor dicho, sin sentido crítico. Lo verdaderamente eliminable para el capitalismo es el sentido crítico de una sociedad consciente de sus problemas sociales.

El logos sacer o ratio sacer, como eliminación de la razón, es el objetivo culminante del capitalismo cibernético para manipular a las masas dentro de los luciferinos objetivos de la insaciable y avara élite mundial. Cuando en 1947 Horkheimer escribe Eclipse de la razón para analizar cómo los nazis pudieron proyectar como razonable sus aberraciones ideológicas, o cuando en 1954 Georg Lukács publica El asalto a la razón para referirse a la trayectoria del irracionalismo dentro de la historia de la filosofía, lo hacen dentro de un clima cultural de respeto hacia la razón y lo razonable. En cambio, actualmente el prestigio lo tiene lo irracional, lo irrazonable, lo vulgar, chabacano y desvaído de la cultura. Generalmente y en tiempos de estabilidad histórica la civilización es racional y la cultura trasciende la racionalidad, mientras la civilización es conservadora, la cultura es problemática. Pero en tiempos de crisis y de senectud histórica la civilización se vuelve contra la racionalidad y la cultura desaparece del horizonte racional. Esto último son los tiempos de vivimos bajo el imperante y codicioso occidente liberal. En este contexto es presentado como la mejor opción la eliminación del humanismo como superación del homo sapiens en favor del homo deus. Ahora se entiende por qué solamente una humanidad culturalmente deprimida podía caer en las redes narcisistas y exhibicionistas del capitalismo cibernético.

Ahora bien, por más que Heidegger en Carta sobre el Humanismo (1947) nos dice que el hombre no es un ente, sino un existente, el filósofo peruano Miklos Lukacs titula su libro Neo entes. Tecnología y cambio antropológico en el siglo XXI (2022). Allí denuncia como falsa promesa al homo deus, que tiene como objetivo derivar hacia un cambio antropológico definitivo, poniendo fin a nuestra condición humana, para construir en el planeta un mundo feliz. Lo más interesante es que señala como responsables del programa al globalismo neoliberal, disfrazado de progresismo, el cual busca abolir la identidad tanto individual como nacional. La redefinición transhumanista del hombre busca imponer bajo el rótulo de globalismo progresista una lúgubre agenda de eutanasia, ideología de género, aborto, eugenesia, matrimonio homosexual, etc. Y lo más triste de todo es que las políticas públicas de los Organismos Mundiales han sido tomadas por esta plutocracia perversa que busca dominar el mundo a toda costa. Lukacs ofrece una denuncia justa, objetiva y precisa.

Sin embargo, nos preguntamos: ¿El verdadero neo-ente será el utópico homo deus o más bien otro tipo de entidad? Y es aquí donde el alcance de Lukacs nos parece limitado, porque los desarrollos tecnológicos muestran, más bien, que la inteligencia artificial no va hacia la fusión con el homo sapiens, sino hacia el surgimiento de una nueva entidad nada antropológica y sí, en todo caso, más tecnológica, a saber, el Ciber Deus. En todo caso, el homo deus ha servido de medio diversionista o Caballo de Troya para que soterradamente prosiga el avance de la consolidación del ciber deus. Esta agotada civilización del dinero y del condumio no marcha hacia el homo deus de la apuesta transhumanista, eso es sólo la apariencia superficial del fenómeno. Lo que se mueve detrás de los nuevos motores de búsqueda tecnológica es la IA autónoma, capaz de definir sus propios objetivos independientemente del hombre. La tecnología de la IA se encamina hacia la abolición del principio protagórico de que el hombre es la medida de todas las cosas que son en cuanto son y que no son en cuanto no son. El antropocentrismo será abandonado por el tecnocentrismo.

Así, mediante el Chat-GPT estamos viendo la punta del iceberg de un mundo que no va hacia el homo deus, sino que se encamina hacia el ciber-deus. Pero, ¿cómo definir al ciber deus? El ciber deus es la cúspide que alcanza la voluntad de poder divorciada de la voluntad de amar. Después del último hombre nietzscheano no viene el superhombre, viene el ciber deus. Esto no es desde ningún ángulo el perfeccionamiento de la especie humana, sino el principio de su extinción. La voluntad de poder del superhombre todavía coquetea con la voluntad de verdad, en cambio la voluntad de poder del ciber deus se desentiende por completo de la verdad. Es el triunfo completo y definitivo del pensar funcional sobre el pensar substancial, donde lo importante son los medios y no los fines. El mundo no necesita tener sentido, basta con que funcione. El ciber deus rechaza la idea de una meta final, no está referido a ningún centro de sentido. Todo el cosmos ha quedado estrechado a un universo de medios. Como Schopenhauer el ciber deus rechaza todo teleologismo y un fin de la evolución. Esa es la auténtica y definitiva subversión de los valores, la que no podía ser emprendida por ninguna humanidad, ni por la del superhombre. La dinámica de crecimiento queda sustituida por el eterno retorno de lo mismo. Sin el hombre desaparece el drama de la libertad y del amor. Regirá la pura y calculable voluntad de poder sin voluntad de verdad y de amor. Todo lo contingente queda subsumido a un necesitarismo cósmico regido por las leyes de la materia. La preocupación eugenésica por impedir la procreación de los débiles y enfermos quedó hace mucho tiempo atrás. Ya no habrá humanidad, sólo el imperio de la estrecha pero perfecta lógica de la máquina cibernética.

La rueda gira hacia la destrucción del ser humano. Hablar meramente de un homo deus es apenas urbanizar una provincia del Superhombre nietzscheano. Si el hombre mató a Dios en su pensamiento, la IA matará al hombre desde sus algoritmos. La IA va directo hacia la aniquilación del hombre, ésta en su esencia, es su telos y ninguna barrera ética podrá contenerla. Cuando el medio británico “Wales Onlines” preguntó a la IA qué haría para salvar la Tierra recibió como respuesta que exterminar a la humanidad era la solución. Su solución pragmática y más de cuestiones éticas y morales respondía a la calculable y fría, pero eficaz, razón funcional. Si las prácticas de la humanidad eran el problema en la Tierra, entonces había que extirpar dicho cáncer llamado ser humano.

En otras palabras, no basta con restringir la libertad del hombre, hay que eliminarlo. Esta visión del hombre como una plaga viviente no es nueva, y la encontramos en la antropología del hombre como ser decadente. El hombre como ser decadente, de una incurable incapacidad de evolución biológica, es un animal enfermo. Todo lo creado por él es mero sucedáneo. El espíritu es un parásito metafísico que se introduce en la vida y en el alma para destruirlo. La historia es un proceso de extinción y no hay ninguna evidencia que seamos una especie destinada a vivir millones de años. Se trata del hombre dionisíaco que destruye el espíritu. Así Lessing dijo que el hombre era un desertor de la vida, y otros, como Savigny, Bachofen, Schopenhauer, Nietzsche, Klages, Daqué, Frobenius y Spengler, lo apadrinan. Pero ahora no se trata de dar importancia a la vida instintiva y emocional del hombre, sino de enfatizar la superación y cancelación definitiva de la realidad humana mediante la IA autónoma. Entre bits y algoritmos se yergue el fantasma de la superación de la idea del hombre mediante la idea del ciber deus. La misma que significará el ocultamiento definitivo de la idea metafísica del Ser del horizonte del pensar. El Ser será reducido a una valoración técnica, pero ya no podrá ser estimado más altamente porque la experiencia de lo inagotable de la realidad se habrá esfumado. El hombre, como existente que no está cautivo en el ente, tiene la libertad para plantearse el problema del ser. El ciber deus como ente cautivo en la entidad, sin gozar de libertad no podrá plantearse el problema del Ser ni de la Nada. Recién se habrá llegado al fin de la metafísica no sólo occidental, sino de toda metafísica universal. Mientras haya humanidad habrá metafísica, sólo sin ella la metafísica habrá desaparecido. Sin el hombre el mundo habrá perdido el contrapeso espiritual. Y con ello no estamos afirmando que el hombre sea el único ser espiritual que exista, pues por fe sabemos hay otro estrato espiritual más antiguo al humano y que no pertenece al mundo mortal. Lo único que subrayamos es que este mundo finito sin el hombre no tiene completo su sentido y significado.

Ahora se entiende mejor la advertencia del multimillonario Elon Musk sobre el peligro de la IA para la civilización humana. Ahora se tiene una interface de usuario que puede convertirse en un peligro no sólo para los empleos -se calcula que puede afectar no menos de trescientos millones de empleos-, sino que los riesgos se extienden a todos los ámbitos de la vida, incluso el militar. Una tecnología inteligente descontrolada no es una ficción, sino una realidad. Ya se registran acontecimientos domésticos desagradables. La diferencia en el futuro sólo será el tamaño de la escala de la amenaza. No se descarta que la automatización puede desencadenar por sí misma una guerra termonuclear, un Cibergedón geopolítico. La verdad no será la verdad objetiva, sino su propia verdad cibernética. Ya previamente el hombre posmoderno ha proclamado el fin de la razón, la verdad y el valor universal. La posmodernidad ha preparado el terreno para relativización de la verdad por la IA. Se piensa que la regulación de la IA puede contener esta amenaza, pero no queda claro si dicha regulación pueda ser también mediatizada por propia la IA.

De la antropodicea vamos hacia la tecnodicea, del antropocentrismo al tecnocentrismo. La última y definitiva transvaloración del valor aniquiladora para el hombre será dada por la IA. La respuesta hacia ella deberá ser política y ecuménica, pero la fascinación que ejerce es avasalladora. Además, el hombre de la modernidad nihilista -centrado en los negocios y la diversión- no está interesado en ello. Con la IA el hombre abrió la caja de Pandora, donde está signado su propio Juicio Final. Esto no es una profecía, sino la más seria advertencia que cae sobre la prometeica civilización tecnológica.



[1] Cf. Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, Herder 2012, Barcelona.

[2] Cf. Gilles Lipovetsky, La era del vacío, Anagrama, 2019, Barcelona.

[3] Cf. Y. N. Harari, Homo deus, Planeta, 2018, Lima.

domingo, 25 de junio de 2023

META CHATGPT4: LO REAL SE VOLVIÓ FALSIFICABLE

 META CHATGPT4:

LO REAL SE VOLVIÓ FALSIFICABLE



No caigamos en la ingenuidad de descabezar a la inteligencia artificial, con su cariz amenazante, de su base capitalista que la dirige, controla, desarrolla y domina. Ayuda poco verla en abstracto y desligada de su concreto contexto social. Es cierto que la inteligencia artificial está al alcance de cualquier régimen sociopolítico existente que se proponga tenerla, pero no menos cierto es que sus rasgos más amenazantes y problemáticos lucen a través del capitalismo cibernético del orden mundial unipolar. Con ello no ponemos una aureola de santidad sobre las potencias del orden mundial multipolar, simplemente ponemos énfasis en que la amenaza principal proviene del otro lado.

Esta idea de la inteligencia artificial como amenaza para la humanidad la había explorado en mi novela imaginaria Cibergedón, la cual se insertaba en la gran tradición visionaria de la novelística distópica de W. G. Wells, Mary Shelley, Edgar Allan Poe, Lovecraft, Robert L. Stevenson o Arthur Conan Doyle, todos los cuales discurrieron sobre los avances riesgosos de la ciencia y la tecnología. Lo verdaderamente terrorífico y amenazante es que una IA que elimine a la Humanidad va dejando de ser fantasía para volverse cada vez más real. La novela distópica a diferencia de las utopías renacentistas de Francis Bacon, Tomás Moro y Tommaso Campanella, no inciden en un mundo imaginario ideal, sino en otro intimidante y peligroso. Esto lo podemos también apreciar al contrastar los relatos Yo robot de Asimov y la película distópica Yo robot protagonizada por Will Smith, las cuales tienen entre sí la enorme distancia entre la visión optimista de aplicar leyes morales a la robótica y la visión actual donde la inteligencia artificial con libre albedrío se luce dañando al ser humano.

Y esto es lo que últimamente ha salido a la luz con la advertencia de un grupo de líderes de la industria de la inteligencia artificial de que la tecnología que desarrollan represente una amenaza existencial para la humanidad y un riesgo social del mismo nivel de las pandemias y las guerras nucleares. La carta abierta firmada por trescientos cincuenta ejecutivos ante el riesgo de extinción propinada por la inteligencia artificial sorprende por su preocupación humanista, cuando se pensaba que eran una grey psicopática interesada sólo por el dinero y la obsesión científica. Pero ha ocurrido todo lo contrario. Los ejecutivos de la industria reaccionan y junto a ellos destacados investigadores como Goffrey Hinton y Yoshua Bengio, galardonados con el Premio Turing. La declaración coincide con los avances en los llamados grandes lenguajes, como el utilizado por el ChatGPT y otros chatbots, los cuales son herramientas tan poderosas que difundidas a gran escala permiten eliminar millones de puestos de trabajo y difundir desinformación y propaganda.

La advertencia no es nueva y fue señalada a fines de los años noventa por la ensayista francesa Viviane Forrester en su célebre libro El horror económico (1996). Allí puntualizaba que el capitalismo financiero aplicando la cibernética al crecimiento económico convirtió al empleo en costoso. Así, las empresas ya no son generadoras de empleo sino de desempleo. Surge una civilización donde colapsa el trabajo y las masas humanas se vuelven prescindibles. Desaparece el empleo y el salario, pero no la ganancia. El resultado es que mundializa la miseria. El reto es hallar un modelo de supervivencia que no dependa de la remuneración del trabajo y ello sólo es posible saliendo del marco del modelo capitalista.

Su aviso fue tomado muy en serio por los defensores de la instauración de una renta básica universal, como los intelectuales y filósofos Philippe von Parijs, Julen Bollain, Rutger Bregman, Byung-Chul Han, hasta los empresarios Mark Zuckerberg, Bill Gates y Jeff Bezos. Y varios países en el mundo han comenzado con experiencia parciales. No obstante, distribuir el dinero a quienes más lo necesitan sigue siendo el nudo gordiano de la cuestión, no sólo porque los sectores medios se convierten en los más desatendidos, sino porque reordenar la política social exige implementar la austeridad gubernamental junto a la eliminación de privilegios a las grandes empresas y fortunas personales. Todo lo cual vuelve al punto central: se requiere salir del marco capitalista.

La globalización neoliberal ha quedado en el imaginario colectivo como la creación de riqueza a base de desempleo, especulación financiera y convertir el planeta en un casino global. Fue la guerra de los ricos contra los pobres. El resultado fue calamitoso, tanto así que en el 2021 la riqueza mundial creció en 9.8%, pero siguió concentrada en pocas manos, apenas el 1% de las fortunas globales poseían el 45,6% de la riqueza total. Todo sigue yendo en detrimento del empleo y la calidad de vida, pero no de la ganancia. Atónitos y conmocionados vemos cómo son fulminados en la pobreza hombres, mujeres y niños. La eliminación del gasto social por el capitalismo especulativo reditúa sus frutos mediante la inteligencia artificial. La indiferencia por las masas va de la mano con la lucha contra el pensamiento y la cultura, la creación de cortinas de humo por las clases dominantes, y la mundialización de la miseria. Amartya Sen en su obra Libertad y desarrollo (1999) buscando un enfoque más integral de la libertad insiste en que las libertades (políticas, económicas, sociales) garantizan el desarrollo. Pues, dice, desarrollo no es aumento de la riqueza, sino de libertades como fin y como medio. Como economista es una excepción por su insistencia en los valores, inclinado teóricamente al socialismo, pero en la práctica favorable al capitalismo. Sen resulta siendo un liberal centáurico que habla de distribución de la riqueza y eliminación de la desigualdad, pero sin remover el poder político y económico capitalista. Así, su recomendación de que las reformas sociales preceden a las reformas económicas queda en letra muerta al quedar incólume el poder político capitalista.

En este contexto la ecuación de Adam Smith, según la cual donde hay riqueza hay una gran desigualdad, se vuelve insostenible. Y la convicción de Hayek, en Camino de servidumbre (1944), de que la planificación económica va unida a la pérdida de libertades y al avance del totalitarismo quedó totalmente desfasado. Pues, el propio capitalismo aboliendo el capitalismo de bienestar impuso un capitalismo especulativo y cibernético donde la servidumbre de las masas es la regla y no la excepción. La Libertad de elegir (1980) de Milton Friedmann quedó reducida en libertad para ser pobre para millones de seres humanos en el planeta. Todos estos paladines que cacarean contra la justicia distributiva no tienen sangre en la cara para sonrojarse ante la miseria de tres cuartas partes del planeta. Pero la guerra de los ricos contra los pobres no se limita al terreno económico, y, al contrario, se extiende al terreno político y tecnológico.

La libertad económica avasallante ante la libertad política resultó siendo perniciosa para la propia senda de la democracia occidental. Tanto así que lo que se ha venido constituyendo es una extraña dictadura de las megacorporaciones transnacionales con soberanía propia. Autores como M. Hardt y A. Negri lo llaman Imperio (2000), V. Forrester lo denominó Una extraña dictadura (2000), yo lo he denominado La globalización del Hiperimperialismo (2005). Una autora como Naomi Klein lo denunció como La doctrina del shock (2007), y Naomi Wolf también lo hizo en su libro El fin de América: carta de advertencia a un joven patriota (2007) inciden en el giro terrorista, paramilitar, de vigilancia ciudadana, represivo y totalitario del capitalismo.

El que no se hizo ilusiones románticas con lo que es realmente el capitalismo fue Thomas Piketty, pues, en su obra El capital del siglo XXI (2013), sostiene que la concentración de la riqueza en manos privadas perpetua la desigualdad de los ingresos de la ciudadanía, lo cual es un fenómeno estructural del capitalismo. Pero sorprende en su mesurado marxismo finisecular la recomendación socialdemócrata que efectúa, a saber, decretar un impuesto mundial al capital. Su decrépito marxismo reformista apenas atina a reformas fiscales, y para ello no hay que ser marxista. Otros desde el propio terreno liberal lo proponen. La idea de que el impuesto a la riqueza puede reducir la desigualdad, es una ilusión parecida a ver que todo el que tiene un lapicero en la mano es un escritor. Sencillamente si el capitalismo es desigualdad por siempre y si de lo que se trata es de acabar con la desigualdad, entonces la conclusión es acabar con el capitalismo. Ahora bien, si de lo que se trata es solamente reducir la desigualdad, sin abolir la estructura capitalista, entonces bienvenido sea el impuesto a la riqueza mundial. En otras palabras, para Piketty el monstruo es horrible, pero hay que saber convivir con él.

Más, el horror económico crece al compás con que crece el horror tecnológico. Lejos ha quedado la visión optimista de Wiener sobre la Cibernética o uso humano del hombre, obra pionera de 1950. Pero ahora ya saltaron todos los resortes para mostrar su horripilante rostro antropológico incluso con Zoltan Istvan y su libro La apuesta transhumanista. El sueño de convertir al hombre en mitad máquina revive al Frankenstein de Mary Shelley. Shoshana Zuboff nos recrea en su libro La era del capitalismo de la vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder (2020) cómo el capitalismo especulativo pasó del horror económico al horror político, pues mediante la apropiación de la tecnología digital y con el descubrimiento del excedente conductual estableció una nueva lógica de la rentabilidad del capital. Se expande el marco neoliberal y alegal, se establece un poder instrumental que somete a la persona al mercado digital. Alimenta una utopía colectivista donde la tecnología es antidemocrática. Se trata de un golpe de mano de las plutocracias tecnológicas, un golpe desde arriba. Insta a recuperar la tecnología digital de sus garras.

Lo cual parece desde todo punto de vista sensato y recomendable. Por ejemplo, en las elecciones presidenciales del 2018 en Estados Unidos los bots tuvieron un papel muy relevante como difusores de información falsa y manejando la opinión pública. Incluso hay empresas de tecnología especializadas en rentar bots para campañas electorales específicas. Mediante los bots simulan ciudadanos opinantes para distorsionar y manipular la opinión pública según el poder del capital contratista. El dinero y el poder definen el resultado de una elección contratando bots. El horror tecnológico convertido en horror político socava la eficacia de la democracia.

Pero el horror tecnológico se extiende hacia horror antropológico. Y sobre este punto destaca la obra de Nicholas Carr, Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (2010). El Internet no sólo debilita el pensamiento profundo y vuelve a la mente en más superficial, anestesiada y adormecida, sino que afecta la empatía y la compasión. ¡Qué curiosa coincidencia! El tipo humano perfecto para las gélidas relaciones capitalistas. De modo que su efecto nefasto, sigue diciendo Carr, es erosionar la base de la humanidad misma. Sin empatía y compasión no hay esperanza en el amor. Justo resulta siendo negado lo que Charles Dickens reserva como mensaje final de su famoso Cuento de navidad, cuando el corazón duro y egoísta de Mister Scrooge resulta abriéndose finalmente a la esperanza de la felicidad y el amor. Para Carr hay que revertir los procesos neuronales prohibiendo los motores de búsqueda inteligente, reduciendo al mínimo el uso del internet, sacarlo de la escuela y de la universidad, y volvernos a contactar con la naturaleza. Así se restaurará la salud del cerebro, recuperando la atención, la concentración y la creatividad. A propósito, fue el filósofo pragmatista norteamericano John Dewey quien resaltó en Democracia y educación (1916) la urgencia de devolver en la escuela el contacto con la naturaleza, para convertir a la escuela en el motor del progreso social e individual.

El capitalismo cibernético generó el horror económico, el horror político, el horror tecnológico y el horror antropológico correspondiente a los intereses del dinero y el poder. Con razón se puede afirmar que el hombre capitalista de la modernidad creó con la inteligencia artificial su propio Juicio Final. Es decir, para llegar al Juicio Final debemos estar viviendo una edad oscura. Y lo que a nosotros nos parece los momentos estelares del progreso tecnológico son en realidad el ingreso al oscurantismo de la destrucción de las humanidades, la aniquilación de la educación, la cultura, la justicia, la caridad y la democracia, a favor de la instauración de una barbarie civilizada de la máquina inteligente. No es extraño que O. Spengler (Decadencia de Occidente) haya llamado la atención en la coincidencia entre el apogeo del saber científico-técnico y el ocaso de la ética y del humanismo en la curva decadente de las civilizaciones. No menos diferente es en la presente civilización nihilista global del capitalismo moderno imperante. Vemos cómo se erradican las humanidades de los estudios universitarios, cómo se elimina el curso de la filosofía en la escuela, cómo se impone la barbarie cultural en todos los órdenes de cosas, hasta en el lenguaje, y cómo triunfa imperioso la cultura técnica y el saber mecánico. Y es que cuando la universidad pierde el sentido de las humanidades es que sonado la hora del hundimiento humanístico de la civilización misma.

En ese sentido van las observaciones vertidas por James Bridle en La nueva edad oscura. La tecnología y el fin del futuro (2018). La tecnología computacional es opaca, afirma Bridle. Y a pesar de la abundancia de información es una nueva edad oscura por su propio intermedio. Algoritmos canallas simulan lo real y lo vuelven indistinguible. Lo real y lo virtual se confunden. Crecen las dudas que una inteligencia artificial autónoma se someta a un código ético externo impuesto por el hombre. Crece la vigilancia ciudadana global. Simplemente está al alcance de la mano del poder. La paranoia crece, lo cognitivo se debilita. Los algoritmos se vuelven impredecibles, el pensar se tecnologiza, se degrada la reflexión, y el abismo de la comprensión crece. La gente ya no comprende lo que lee. El zapeo o salto en la programación acostumbra a la mente al instantaneísmo. Todo se vuelve devenir. El pensar computacional asfixia el pensar creativo. Lo real se vuelve falsificable, los fake news tienen la voz cantante. Esto se ha endurecido hasta el embrutecimiento. El uso malicioso de computación cuántica y la inteligencia artificial superior de voz autoChatGPT4 hizo que se decidiera la empresa Meta de Mark Zuckerberg a no entregarla al público porque habría desarrollado sus propios objetivos muy tenebrosos. Lo cual se podría usar para hacer hackeos en todo el mundo. Ya es posible poner una persona hablando o Deepfake y poner la voz de esa persona, cuando la persona real nada ha tenido que ver ni con la imagen ni con la voz.

Para nosotros todo esto es la acentuación del inmanentismo metafísico de la modernidad. Ahí está en acción el grito nietzscheano: “¡Seamos fieles a la Tierra!”. No creer en Dios está de moda. Y entregarse a ello hizo trizas toda contención.