lunes, 15 de octubre de 2012

INMORTALIDAD Y CONSERVACIÓN

INMORTALIDAD Y CONSERVACIÓN
Gustavo Flores Quelopana
Past Presidente de la SITA-Perú

El alma, en cierto modo, es todo.
Aristóteles
 

Permitidme detenerme brevemente en la relación entre inmortalidad y principio de conservación que tan agudamente me señaló un amigo, el filósofo Fidel Gutiérrez y cuya obra gira en torno a la postulación de los principios de conservación y de destrucción. El me preguntaba si la posibilidad de la inmortalidad tenía relación con lo que él llama el principio de conservación. Aun cuando en mi opinión la conservación no es necesariamente un principio, la pregunta conserva todo su valor en cuanto tendencia. Es más si la gravedad jala a los objetos hacia un centro posibilitando la organización de los mismos, por su parte la energía oscura los empuja haciéndole el juego a la entropía en su desorganización final. Es por ello que el dualismo de fuerzas que plantea mi amigo me resulta dudoso.
Ahora bien, volviendo al tema si la inmortalidad es señal de conservación se puede afirmar sin obstáculos que en la vida sensible el hombre aprehende el valor de la existencia en el presente y rechaza la muerte instintivamente, pero como ser intelectual desea y concibe la existencia perdurable. El hombre no sólo alcanza la perpetuidad por el alma, mediante la cual aprehende el ser en absoluto y perdurablemente, sino que dicha idea no puede tener origen sensible, ni ser producto del mero juego de la imaginación, de lo contrario no sería universal. Su origen es más bien a priori, está en el alma y junto a ella. Es por eso que el hombre puede pensar universalmente la inmortalidad.
Es decir, en el hombre hay no solamente un deseo natural de sobrevivencia, sino un deseo consciente de inmortalidad, que presupone la idea de una existencia perdurable. El propio Tomás de Aquino afirma que este deseo es la forma en que toma en un ser intelectual el impulso a la conservación de la vida y es una señal de la incorruptibilidad del alma humana. Es decir, en la base tenemos el impulso a la conservación de la vida, que es una señal de la incorruptibilidad del alma humana, y sobre la cual surge el deseo natural de sobrevivencia y la idea de una existencia perdurable.
En otras palabras, en el impulso a la conservación a la vida y en el deseo de inmortalidad, advertido también por la razón agónica de Unamuno, reside una señal más de la incorruptibilidad del alma humana y por tanto de su inmortalidad. ¿Pero pueden realmente ser el “impulso” a conservar la vida y el “deseo” de inmortalidad   una   señal  de  la  inmortalidad  del  alma?
Pero la refutación no tardó en llegar. Es cierto que los pensadores medievales como Duns Scoto y Guillermo de Occam, mantuvieron la opinión que la existencia de actividades humanas que trascienden el poder de un agente material no demuestra que el alma sobreviva a la disolución del ser compuesto, y que por tanto primero se debe demostrar que el alma humana es capaz de sobrevivir a la muerte. Repárese aquí que Tomás de Aquino habla de “indicio” y no de “demostración” de la inmortalidad personal y privada.
De modo que el argumento de la inmortalidad por el deseo natural no parece convincente, pero cuando fue formulado por el aquinate en el siglo XIII estaba dirigido a combatir la teoría de un solo intelecto inmortal para todos los hombres, que era expuesta en la época por un grupo de profesores de la Facultad de Artes de la Universidad de París.
El Santo mantenía que el Peripatético había sido malinterpretado, pues la teoría de un solo intelecto en todos los hombres era incapaz de explicar las diferentes ideas y vidas intelectuales en las personas. El argumento que combatía provenía de una interpretación de Averroes que termina negando la inmortalidad personal. Si fuera cierta no tendría sentido atribuir responsabilidad moral a los actos voluntarios (De unitate intellectus contra Averroístas).
En consecuencia, el argumento de la inmortalidad personal por el deseo natural estaba dirigido a refutar las interpretaciones averroístas en boga de un solo intelecto inmortal. No obstante, todavía es totalmente plausible poner énfasis que el “deseo natural” del alma como impulso a la conservación de la vida como un indicio (signum) de inmortalidad de carácter personal y privado. Veamos por qué.
Los virus son casi inmortales, pueden sobrevivir en estado de latencia cientos y millones de años y ¿son acaso un indicio de su inmortalidad? Pero la diferencia en el hombre es que se trata de un “deseo natural” del alma racional, es decir, de una condición ontológica, algo que se busca conscientemente y que tiene su mayor asidero en la creencia de la mayoría de la humanidad de que la muerte no es el final de la vida. Es decir, no es que la “creencia” genere el “deseo” sino exactamente al revés, que del “deseo” de inmortalidad se genere la “creencia”. Naturalmente, que la mayoría “crea” en algo no significa que ese algo sea verdadero, esto sería una falacia.
En el lenguaje común las falacias son razonamientos incorrectos, pero psicológicamente persuasivos muy usados en retórica. Convertir un “indicio” de verdad en una verdad porque la mayoría así lo asume, equivaldría a incurrir en el argumento ad populum. Pero de eso no se trata. Aquí no se pretende convertir un “indicio” en una verdad, sino sólo señalar que es tan sólo una señal, un atisbo, un asomo, una pista que induce al conocimiento de algunas cosas, y en este caso de la inmortalidad del alma.
Si en el alma hay un deseo natural a conservar la vida es porque puede ser que la inmortalidad del alma sea su condición natural. ¿Acaso se puede desear algo de forma natural que lleve hacia la propia  destrucción? Naturalmente que no. De modo que si el alma busca conservar la vida es porque revela un indicio de su condición inmortal.
Todo esto nos lleva hacia algo más misterioso y es que la condición inmortal es una condición ontológica, es decir indesarraigable. Esto es, por más que la neguemos será irremisiblemente nuestro destino. Pero Tomás de Aquino añadía algo más todavía. Decía que el destino del alma es volver a estar unida al cuerpo, por  tanto su estado de separación es transitorio y antinatural. El fin ontológico era profundamente ético, porque era la existencia de la persona o sea la unión del alma y el cuerpo, y la recuperación de dicha unidad señalaba una nueva edad de la humanidad.
Ferrater Mora en su libro El ser y la muerte (1979) sostiene que la inmortalidad humana es una aspiración legítima que nace del temor a la muerte o del sentimiento de insuficiencia de la existencia. En todo caso esta aspiración no constituye para él en una prueba de la inmortalidad del alma, permanece simplemente en el nivel del deseo humano. Pero en él no es difícil advertir la opinión antirreligiosa de Freud combinado con una asunción parcial de la postura platónica. Es muy débil la reducción del filósofo español de la inmortalidad como deseo humano porque ni el temor ni la insuficiencia explican cabalmente un problema que tiene que ver no sólo con la razón sino también con la fe.
Abiertamente hostil a la religión y a todo lo que provenga de ella es Bertrand Russell, quien en su libro Religión y ciencia (1956) afirma que la ciencia no sólo permite acercarse cada vez más a la verdad, poniendo fin a las supersticiones de  orden religioso, sino, además contribuye a mejorar las condiciones de vida de los hombres. En él el problema de la inmortalidad del alma es una superstición religiosa más y típica de la mentalidad primitiva. Como vemos el filósofo inglés está hechizado por la mitología científica y los prejuicios antirreligiosos de la Ilustración.
En cambio Strawson (Un ensayo de descripción metafísica, 1959) desde un enfoque lógico analítico, brinda una base para mantener la posibilidad de la existencia de una pura conciencia individual. Para él el concepto de persona es lógicamente previo al concepto de conciencia individual y no puede analizarse como concepto de un ánima corporificada. Una persona no es un yo separado del cuerpo, pero un yo puede ser una persona separada del cuerpo, conservando el beneficio lógico de la individualidad de haber sido una persona. De modo que se puede concebir una sobrevivencia individual tras la muerte corporal. Y el razonamiento de Strawson no es mera aspiración a sobrevivir, sino deducción lógica de una posibilidad real del deseo natural de inmortalidad. Este argumento representa un duro golpe a los analíticos de sesgo cientificista con sus propias armas.
Claro que a Strawson se le podría contra-argumentar. Pero si un “indicio” de verdad no es la “verdad”, tampoco una “posibilidad lógica” es una “posibilidad real”. Pero lo que Strawson quiere decir es que la inmortalidad del alma existe no por una deducción lógica, sino que dicha deducción es posible sobre un orden real que la determina. El orden ontológico predomina sobre el orden lógico. No es exactamente lo mismo de lo que afirma el Doctor Angélico porque en éste lo ontológico se subsume al orden moral divino.
En fin de cuentas, la ideología de la “conservación” que relega la inmortalidad en el desván de las creencias primitivas, tiene su fuente en la racionalidad científica y es alimentada actualmente con las tendencias a manipular la vida a través de la biotecnología, la clonación, la eutanasia y la eugenesia. Estos potentes instrumentos de la cultura de la muerte están actualmente asociados con la tendencia a negar la existencia del alma y reducir todo el debate a un nuevo dualismo del algoritmo, en donde la mente no es sino un efecto calculable del mismo cerebro ya sea natural o artificial.

Lima, Salamanca 15 de octubre 2012

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