LA INMORTALIDAD Y LA CULTURA NIHILISTA
DE LA INCREENCIA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Quien elige los bienes del alma elige lo más divino,
Quien elige los del cuerpo, lo más humano.
Demócrito
I
El hombre de la cultura actual prefiere estar vivo para la carne y muerto para el espíritu y se siente más a su gusto con la idea de “mente”, “cerebro” y “máquina”, que con la idea de alma, pues ésta última por sus repercusiones religiosas incomoda a sus pretensiones de ser completamente autónomo y autárquico. El tema del alma le resulta más aburrido que bailar con la propia suegra.
La verdad es, que el hombre reinante de la posmodernidad es una personalidad profunda y dramáticamente dividida. Ha optado por su autodivinización y con una egolátrica voluntad de poder decide lo que es la verdad de sí mismo y de las cosas. Con esto se abren las compuertas de las aberraciones más antinaturales. Vive con el horizonte trascendente ocluido y el espacio inmanente sobredimensionado en lo hedonístico e infradesarrollado en lo moral y espiritual. Y el daño ha sido doble porque lo ético moldea lo ontológico.
Por una parte, trata de llevar una vida feliz y despreocupada mediante un régimen de vida hedonista, pragmática y utilitaria, inquietándose solamente por las cosas más inmediatas, placenteras y terrenales. Pero por otra parte, siente en el interior de su persona que está traicionando los más elevados principios éticos, normas morales aceptables y preocupaciones religiosas auténticas. Su ideal de vida buena se resume en conseguir el máximo provecho personal con el menor compromiso social. Libertad sin justicia no es libertad auténtica.
No hay duda que es la expresión antropológica del darviniano mercado globalizado, con un Estado reducido al mínimo y el principio del laissez faire rigiendo la vida práctica y social. Todos deben someterse al poder del mercado, que debería fluir bondadosamente en beneficio del conjunto de los ciudadanos, todos deben regirse por el ritmo mecanizado y estandarizado de la técnica.
Esta utopía neoliberal del sobredimensionamiento de la inmanencia es muy parecida a la del taoísmo, donde la mayor virtud es someterse al poder del Tao deplorándose las luchas humanas. El efecto es un individualismo que raya en lo patológico, pero que encuentra un consuelo y justificación en una ideología inmanentista y sin trascendencia que se deriva de la omnipotencia del dinero, la absolutización de la ciencia y de la tecnología, cuando no en creencias panteístas que sacralizan la Naturaleza.
No es extraño entonces, que impere en nuestro tiempo un gran escepticismo, un hondo nihilismo, que vacía el sentido de la vida y vuelve insostenible el problema del alma y su inmortalidad.
Cierto que esta es primordialmente una enfermedad espiritual de la civilización occidental, pero en la medida que es la que se expande con gran ímpetu por el mundo, sus efectos se dejan sentir cada vez más por todos los rincones civilizacionales de otras latitudes. El choque de civilizaciones será actualmente político pero en lo cultural la estandarización prospera incontenible. Así, por todos lados avanza aceleradamente en el tercer milenio la convicción en la supervivencia genética y cultural de la persona humana.
¡Quién lo diría! Con esto, el Occidente nihilista y globalizado se da la mano con el Extremo Oriente, específicamente con el panteísmo del dualismo complementario del yin y yang taoísta y el naturalismo confucianismo de la filosofía china. La inmanencia es la regla de oro en todo. A todas luces el occidente humanista y cristiano, que soñó una vez extenderse por todo el globo, está ahora en reflujo.
A propósito viene bien observar aquí, que desde el Renacimiento a la fecha el pensamiento gnóstico ha venido en ascenso, y esto se debe a que la gnosis no sólo es una actitud existencial teúrgica, esotérica, teosófica, individualista y elitista, sino que es también una actitud racionalista que prescinde de la fe, que cree que la mente humana por su propio esfuerzo se eleva a lo divino, y por eso encontró su mejor caldo de cultivo en la modernidad laica y descreída.
La tetralogía “Alma, mente, cerebro y máquina” ilustra bastante bien las nociones claves que se disputan la interpretación correcta de la condición humana.
En este ensayo defiendo la idea del alma como una sustancia en conexión con el cuerpo pero que no depende de éste para sobrevivir. El alma humana que sobrevive al cuerpo no es en sentido estricto una persona humana, ya que su destino es volver a existir unida al cuerpo. No es fácil percatarse de la existencia del alma, la cual no es transparente ni observable inmediatamente. Y aquí he intentado concebirlo al hilo de una discusión con el dualismo metafísico, monismo naturalista, fisicalismo, conductismo, cognitivismo, interaccionismo, emergentismo, eliminativismo, conceptualismo y la teoría científica de los universos paralelos.
Reparar en el hecho de que la identidad y unidad de la mente no se corresponde con una parte definida del cerebro, hace ver que la mente no es el cerebro, es el yo el que posee un cerebro y no a la inversa. Por ello es un error –en el que incurren Strawson y Armstrong – el afirmar que no hay distinción entre mente y cuerpo. Tampoco es cierto que la mente sea inobservable –como piensa Ryle siguiendo a Hume y Kant-. Más falso es el antimentalismo conductista de Quine, refutado certeramente por la psicología cognitiva, pues la evidencia niega que tan sólo haya entidades físicas y que no sucesos o experiencias mentales. Pues, por la Novena Sinfonía advertimos a la mente y no el producto causal del cerebro.
Por su parte, la inteligencia artificial, como dice Searle, no tiene pensamiento y mente –como creen Churchland, Rorty, Feyerabend y Putnam-, puesto que sin el programador la inteligencia artificial no es nada. Todas estas corrientes son tributarias del giro moderno que reemplaza el alma por la conciencia, la mente, el yo, y el cerebro. Popper tiene razón al criticar el materialismo, el paralelismo, la teoría de la identidad, y defender un dualismo interaccionista de la mente, pero se equivoca al sostener que la filosofía debe dejar el esencialismo y asumir la explicación conjetural de la ciencia. Pues no tiene sentido negar el esencialismo para luego reconocer que el yo es una esencia debido a su carácter activo e integrador. Tampoco advierte, por su agnosticismo, que la realidad del Mundo cultural 3 es más compleja que una mera interacción entre el Mundo físico1 y el Mundo psíquico 2, pues ella está sometida al fundante y primordial Mundo espiritual 4. Aquí, donde el alma pertenece, el orden final se sobrepone sobre al orden causal y al azar.
II
La insensibilidad es la imbecilidad del alma
Anónimo
Yo creía, en primer lugar, que el problema del alma me atraía por una cuestión intelectual y de fe, y así respondí participando en el debate que se desató en los meses de mayo y junio del 2011 por el ciberespacio, a propósito de las burlonas palabras del científico Hawking sobre el “Paraíso y la vida más allá de la muerte”. Luego ligué mi inquietud con algo mucho más antiguo, remontándose a mi tierna infancia, cuando con apenas seis años, en mí iluminado dormitorio vi salir de una pared un pequeño bulto negro que luego se me iba acercando, pero del cual huí con precipitación.
Yo soy viudo, en el año 2007 falleció mí amada esposa, y además también creyente, por lo cual es indudable que esta circunstancia también resulta motivadora en la investigación. Es indubitable que la pérdida de seres queridos puede predisponer a un filósofo hacia la creencia en el alma, pero la propensión no significa la solución de la cavilación, hay que emprender la faena no como una apología sino como una indagación. Además, por más que mi madre era creyente mi padre me inculcó desde pequeño el escepticismo y la duda racionalista –lo cual jamás hice yo con mis hijos-, cosa que se fortaleció durante la universidad con el agnosticismo kantismo y salida de ella con el ateísmo marxista, en el cual estuve atrapado una década, hasta que sintiéndome asfixiado en mi creatividad pude librarme de él por medio de la poesía, dando comienzo a una nueva etapa filosófica queme permitió recuperar mi otrora fe perdida.
En el caso de mi experiencia infantil no digo que viera un alma pero tampoco lo niego, describo sencillamente el hecho, una pequeña sombra oscura que no permitía ver silueta ni forma definida alguna salía de la pared de un dormitorio. Hasta ahora no sé qué fue, pero desde entonces me intrigó profundamente, y quien conozca mi itinerario espiritual se dará cuenta que dicho acontecimiento no me condujo inmediatamente hacia la creencia religiosa, sino, por el contrario, estuve por un largo tiempo alejado de ella, y sólo muy lentamente, y ya maduro, se produjo mi transitar por el camino de la fe.
Pero, y sin subestimar estas motivaciones, ahora comprendo que mi preocupación por el problema del alma responde a la inquietud que guardo sobre el destino de una humanidad que vive a la sombra de la increencia y la pérdida de valores. Una humanidad que idolatra el dinero y la máquina tenía que prescindir de la idea del hombre y del alma.
De manera que cuando el pasado 16 de mayo de 2011 la agencia Reuters nos trajo un cable desde Londres -las cuales conocí a través de mi cordial amigo Enrique Álvarez Vita- con las afirmaciones del científico británico Stephen Hawking, autor de Una breve historia del tiempo. Allí afirmaba que “la idea del paraíso y de la vida después de la muerte es un cuento de hadas de gente que tiene miedo a fallecer”.
Esta manera de pensar también fue mía, tanto en mi etapa marxista, reforzada por la lectura del freudismo y sobrevivió hasta los principios de mi etapa culturalista. Reconozco, además, que es una forma característica del pensamiento moderno el considerar el alma reduciéndolo a la conciencia o a la mente. Así, lo que afirmó el científico más destacado del Reino Unido en una entrevista publicada en el periódico británico The Guardian, en la que vuelve a poner énfasis en su rechazo a las creencias religiosas y considera que no hay nada después del momento en que el cerebro deja de funcionar, me resultó chocantes y de muy incipiente evolución espiritual.
“Yo considero al cerebro como una computadora que dejará de funcionar cuando fallen sus componentes. No hay paraíso o vida después de la muerte para las computadoras que dejan de funcionar, ese es un cuento de hadas de gente que le tiene miedo a la oscuridad”, señaló tristemente el ex catedrático de Matemáticas Aplicadas y Física Teórica de la Universidad de Cambridge. Esta fue la celebrada opinión sobre un hombre máquina por parte de Hawking.
Esta infeliz comparación por parte de Hawking del cerebro con la computadora es catalogable en el más rudimentario materialismo, según la cual se ve a los hombres como máquinas. Esto es ignorar que los hombres son fines en sí mismos, irremplazables y únicos, es decir, todo lo contrario a las máquinas. Hawking que de filósofo demuestra no tener ni una pizca suscribe el mito ilustrado del hombre máquina.
Esta visión nada humanista no puede entender que los hombres no somos como las máquinas, pues, somos capaces de embelesarnos con la vida, de padecer, de revolvernos reflexivamente ante la muerte, de ansiar la inmortalidad y de creer en Dios. Quizá la inmensidad de los cielos estrellados le hagan a Hawking ver al hombre como pequeña cosa del universo físico, pero olvida –como apuntaba Kant al final de su Crítica de la Razón Práctica- que la ley moral en nuestro interior eleva inconmensurablemente su valor como ser responsable e inteligente.
Por ello, mi primera reacción ante la noticia fue de indiferencia y lástima, no sólo por detectar un grave error categorial que confunde los niveles de la realidad, sino, por exhibir un crudo materialismo ateo que no comprende el valor intrínseco del hombre. Si los grandes filósofos materialistas fueron defensores de una ética humanista, esta novísima versión del “hombre-máquina” directamente socava la misma.
Por eso le concedí poca importancia a la noticia y no volví a ella. Pero además, yo venía justamente de leer –a insistencia de mi amigo Enrique- uno de sus últimos libros El Gran Diseño escrito junto con el físico Leonard Mlodinow, que me causó una profunda decepción. Este libro sin demostrar nada, no sólo se dedica a despotricar contra la filosofía diciendo que la misma “ha muerto porque no se ha mantenido al corriente de los últimos avances de la física”, sino a negar que el universo sea producto de un Dios Providente y más bien es el resultado espontáneo salido de la Nada, a lo cual lo llamo Nihil creatum ex nihil, la nada crea desde la nada. Y todo ello se hace a expensas de una Teoría M que aun falta confirmar y no deja de ser una consideración lógica abstracta, admitida por los propios autores en el capítulo final.
En otras palabras, toda la evidencia disponible no confirma la susodicha teoría M y más bien sigue abonando a favor de un Dios que decidió crear el universo de esta manera. Por eso en su oportunidad escribí: “Alguien que no ha podido demostrar aun el estatus científico de la teoría "m" no está en las mejores condiciones para denostar contra la vida después de la muerte y calificarla de un cuento de hadas. Pues la misma impresión causa su último libro sobre El gran diseño. Es preferible omitir estas declaraciones desafortunadas de un gran científico que es totalmente insensible a los problemas de la religión y de la filosofía.” Y por decir esto recibí el desafío, hasta ahora no atendido por mí, del profesor sanmarquino Raymundo Casas Navarro, para disputar sobre el estatus científico de la teoría “M”.
No desdeño la importancia del tema, que por lo demás no conozco a profundidad, pero lo que me obsedía era el problema del alma y la inmortalidad. Además, un debate intelectual para no convertirlo en una exhibición impudorosa de egos, debe atraer para aprender y no para vencer. Dicho debate será para otra oportunidad más propicia y menos cargada de encono.
En una palabra, aunque el argumento de Hawking niega dos cosas: el paraíso y la idea del alma, en mi libro “Alma, mente, cerebro y máquina” examino la idea de que: “no hay nada después del momento en que el cerebro deja de funcionar”. Esta idea del “funcionamiento” del cerebro como si fuese una máquina es bastante antigua y se remonta al famoso libro de La Mettrie, El Hombre máquina (1747). Pero insistimos que los hombres no son autómatas ni máquinas, sino todo lo contrario, son fines en sí mismos.
Veamos qué tan ciertas pueden ser estas afirmaciones. En torno a estas declaraciones, en los meses de mayo y junio se desplegó en Lima un Foro en el Ciberespacio sobre la inmortalidad del alma, debate provocado justamente por la noticia dada por Hawking, promovido por el Cenáculo de Filosofía y Ciencia “La Serpiente de Oro”, que dirige mi amigo: el señor Enrique Álvarez Vita, quien me convenció a participar y lo hice de forma extensa. En este libro acopio muchas de las ideas expresadas allí. La diferencia es que lo hice con el calor del debate, mientras que aquí se presenta la ocasión de un desarrollo más ordenado. También publiqué en el mes de julio un breve ensayo sobre el tema que fue divulgado en la web por Librosperuanos.com.
Pero la inquietud me aguijoneaba como un tábano persecutor. Y en el transcurso me he detenido en las experiencias clínicas de muertos que reviven, la experiencia parapsicológica y, sobre todo, las pruebas de la existencia del alma. El examen de las posiciones filosóficas clásicas sobre el alma ha sido indispensable, seguido de una exploración de la relación entre inmortalidad y conservación, luego las relaciones entre Ciencia y Verdad, las relaciones entre Ciencia y Metafísica, las tres grandes corrientes sobre la inmortalidad del alma y finalmente la diferencia del alma con la conciencia y la mente, que intentarán demostrar que Hawking se limita a repetir el reduccionismo mentalista de la Filosofía moderna.
El objetivo no es rebatir a Hawking –que es sólo un cajón de resonancia de la empírica filosofía inglesa-, sino, a través de él, refutar los juicios que a lo largo de la historia de la filosofía moderna terminaron supliendo el problema del alma por el de la conciencia y de la mente. Lo cual significa no sólo llevar el debate más allá de la ciencia, hacia las canteras filosóficas en que nació, sino que además se reconoce que la filosofía no puede dar la espalda al conocimiento científico ni subordinarse a él, así como de la urgencia de replantearse las bases metafísicas de la actual cultura nihilista de la increencia que es fiador de la declive moral de la humanidad.
Quiero dejar estas líneas con una reflexión civilizacional. No es la primera vez que la humanidad atraviesa por periodos de crisis espiritual tan hondos, donde todas las creencias son puestas en duda e impera un materialismo práctico. Lo vimos durante el movimiento sofístico, respondido por Sócrates y Platón; la época helenística romana, afrontada por el cristianismo; en el siglo XI y XII en pleno avance de la sociedad urbana, la economía dineraria y la riqueza esplendorosa, que fue contrarrestada con el movimiento espiritual del gótico; y lo vemos ahora con la Modernidad anética y descreída. Y ya van más de 500 años y no se atisba todavía el movimiento espiritual que la ataje. Esta visión prometeica de endiosamiento humano está fuera de control, haciendo creer al hombre que es un producto de sí mismo y no de Dios. Negar el alma es parte de esta mentalidad de inmanentismo prometeico, común tanto al capitalismo como al comunismo.
Lima, Salamanca 16 de Octubre 2012
___Estimado Amigo. No puedo encontrar más alegría para escribir a Usted estas líneas. ___Tengo una total coincidencia con el tono de sus palabras y reflexiones. Creo entonces que nos deparan largas horas de charlas y debate filosófico sobre el tema.
ResponderEliminar___Usted bien dijo, ***"... el Alma humana que sobrevive al cuerpo no es en sentido estricto una persona humana..."***
___Pues bien, aquí le dejo mi comprensión: "Es un Sujeto Psíquico Pensante" que es capaz de trascender el Tiempo y el espacio, de un modo que aún no deseamos aceptar científicamente.
Un cálido abrazo