NEOBRUTALISMO DEL SENTIDO COMÚN
El sentido común es
patrimonio de la naturaleza humana y es fundamento de la matemática, la ciencia
y la filosofía. El sentido común es una forma del raciocinio humano que obtiene
conocimientos directamente de la experiencia. Su verdad no se manifiesta en
razonamientos apoyados en la ciencia, en la filosofía o en contenidos
culturales, sino con evidencia inmediata y se presenta como indudable, aunque
puede ser puesto en duda por un pensamiento posterior.
El sentido común es pasivo, como los sentimientos o estados afectivos,
porque su sujeto no tiene conciencia de actividad alguna. Por su inmediatez y
pasividad proporciona conocimientos intuitivos generales y universales porque
son patrimonio de la totalidad de los hombres de toda cultura y todo tiempo,
permanecen a pesar de los cambios históricos y de la diferente capacidad
intelectual individual, como tampoco cambian en las diferentes etapas de la
vida. Es por ello que el sentido común es patrimonio de la condición humana. De
ahí que Kant [1]pueda
decir que el sentido común es el principio del gusto o la facultad del
sentimiento para juzgar acerca de los objetos en general.
El contenido del sentido común surge de la experiencia del hombre con la
realidad, por ello se refiere tanto a la realidad como al hombre. Sus
conocimientos se rigen por primeros principios especulativos y primeros principios
éticos. Con ello proporcionan un sentido de la realidad, muy general, a la vida
individual y colectiva. Se trata de un contenido que permite la comunicación
humana por encima de los condicionamientos culturales. De modo que sirve de
fundamento para todo tipo de conocimiento. Incluso proporciona las premisas
necesarias para toda investigación racional de la realidad, sea filosófica o
científica. De manera que la razón filosófica y la razón científica presuponen
la razón natural. El saber del sentido común es inteligencia espontánea y
natural que se encuentra unido al recto conocimiento sencillo y a los afanes de
la vida diaria. El sentido común es un modo especial de sentir los principios.
A pesar de las innegables distancias entre el saber filosófico y el científico
con el sentido común, no hay ruptura definitiva respecto de este último.
El sentido común es un poderoso consejero para juzgar razonablemente las
situaciones de la vida cotidiana y decidir con acierto. Por ello se cae en el
disparate o la insensatez cuando se toman decisiones alejadas del conocimiento
práctico de la razón. Por ejemplo, si no se sabe nadar es alocado arrojarse al
mar. De ahí que es fácil advertir que el conocimiento humano tiene grados y el
del sentido común es el más básico, por lo que no debe ser sobrevalorado. La
filosofía y la ciencia son grados más profundos del saber humano, que exigen
una mayor esfuerzo y más intenso cultivo. Así, Aristóteles[2]
puede definir el sentido común como la capacidad general de sentir con la doble
función de constituir conciencia de la sensación y la de percibir las
determinaciones sensibles.
Sin embargo, como el sentido común es el entendimiento humano en su
funcionamiento natural no puede ser nunca abandonado ni sustituido por la
filosofía y la ciencia por exigencia del conocimiento práctico de la razón. Que
un físico de partículas sepa que los neutrinos atraviesan todo y a velocidad de
la luz, no significa que él intente estrellarse una y otra vez contra puertas y
paredes imitándolos. Eso es intentar aplicar un conocimiento científico
específico para cosas de la vida diaria. A partir de esto se comprende que para
los autores latinos como Cicerón y Séneca el sentido común tiene el significado
de hábito, gusto, modo común de vivir y hablar. Vico[3]
es más tajante al calificarlo como un juicio sin reflexión aceptado por toda
una comunidad y que tiene como tarea el dominar el albedrío humano. El mismo
significado le otorga la escuela escocesa con Reid a la cabeza, el cual
consideró que es lo que nos hace ley y gobierno propio. El sentido común sería
una facultad regulativa que hace posible que emerja la racionalidad de toda
proposición. Como apuntó Jacobi el sentido común es como una creencia cuya
naturaleza es racional.
Es baladí reconocer que el sentido común falla estrepitosamente cuando
se le intenta utilizar más allá de los hechos cotidianos. Dewey[4]
destaca el carácter práctico sentido común. Existen, sin duda, las fronteras
entre los diversos grados del conocimiento humano y resulta ser locura
desconocerlos. La razón natural y la razón científica no culmina en la razón
filosófica, porque por encima de todas ellas está la razón teológica. La fe no
es irracionalidad, la fe tiene una racionalidad y su certeza es que la voluntad
es movida por la gracia de Dios. La duda en la racionalidad teológica proviene
de nosotros, al no entender plenamente contenidos racionales que no son
idénticos a la racionalidad humana.
En suma, el sentido común da sentido al mundo, pero ello no significa
que lo conozca en su especificidad. Lo cual no debe significar que se deba
abrazar el lema de “más ciencia y menos sentido común”. Eso es confundir los
grados del conocimiento. Lo que sí es aconsejable es cultivar los diferentes
grados del conocimiento humano. Resulta ser tan bárbaro como insensato
conformarse en la vida sólo con la retención de un grado de conocimiento sin
intentar asimilar otros grados más. De ahí que la tendencia a la
especialización en nuestro tiempo de idolatría de la ciencia, en desmedro de la
generalización humanística, genera bárbaros especialistas.
El saber es una tarea naturalmente humana. Y ningún otro grado de
conocimiento debe ser totalmente incompatible con el modo de ser del hombre,
con su naturaleza. El saber no debe conducir nunca al dilema entre la razón
cultivada y la razón natural, entre filosofía, ciencia y sentido común,
sencillamente porque la filosofía y la ciencia son también conforme con la
naturaleza humana. En ese sentido se puede afirmar que la filosofía, primero, y
la ciencia, después, son la plenitud humana del saber natural o sentido común.
Ahora bien, una cosa es que el sentido común sea patrimonio de la
naturaleza humana, proporcione sentido de la realidad, sea facultad regulativa
presente en todo tiempo y época, y otra cosa es que se pueda ver afectada por
condicionamientos histórico-culturales de todo tipo.
Y esto es precisamente lo que se observa sobre el sentido común no sólo
desde el predominio de la sociedad sobre la comunidad, el contrato sobre el
compromiso de honor, el industrialismo sobre el artesanado, la irrupción de la
sociedad de masas, el predominio de los medios de comunicación sobre la opinión
pública, la negación de la verdad, la ciencia y Dios con la cultura posmoderna,
la posverdad, la ideología de género y demás manifestaciones adjuntas, sino que
el verdadero giro viene dado desde que en la modernidad se opera la hegemonía
de la razón funcional sobre la razón substancial, lo cuantitativo sobre lo
cualitativo, el dinero sobre el valor, la sociedad de medios sobre la sociedad
de fines, el universo causal sobre el teleológico. En una palabra, el impacto
de la nueva imagen del mundo moderno, terrenalista, inmanentista y secular,
sobre el sentido común es profundo y decisivo. El neobrutalismo, como proceso
espiritual en el mundo moderno, no se instala de golpe, sino que es un proceso
largo y progresivo, toma siglos, que al comienzo tiene todos los visos de tener
un aspecto progresista, liberador y poco anuncia sus rasgos decadentes y nauseabundos
hasta estar bien desarrollado. Por lo demás, el venidero neobrutalismo de la
modernidad nace del neobrutalismo de la civilización medieval que se opera
desde mediados del siglo XIV y a lo largo del siglo XV, o sea en plena
decadencia de su imagen del mundo. Es un proceso que tiene sus manifestaciones
filosóficas en el medioevo tardío en el terminismo de Duns Scoto y en el
nominalismo de Occam, los cuales tienen en común el individualismo y el
voluntarismo, justamente las premisas sobre las que expandirá la moderna
racionalidad burguesa. No en vano el nominalismo influirá sobre el empirismo
inglés. Ambos representan el fin del equilibrio entre lo intelectual y lo
volitivo establecido por el tomismo. Y en economía encuentra su expresión más
notoria en la aparición de la banca, el préstamo a interés y el desarrollo de
la mentalidad calculadora, organizacional y funcionalista del mercader
cristiano[5],
lo que aceleró el derrumbe de la sociedad medieval. En pocas palabras, el
mercader cristiano desarrolló un papel central en la formación de la cultura
laica -escuelas laicas, escritura, cálculo, historia, geografía, lenguas
vulgares, manuales, racionalizó la existencia-, ejerció el mecenazgo artístico
y cultural -arquitectura, pintura, artículos de lujo, literatura, humanismo-.
Es decir, contribuyó a cambiar la sociedad civil al resolver la tensión entre
la cultura monástica y la cultura racionalista a favor de ésta última. Proceso
que culminará en el siglo dieciocho, con la Revolución Francesa, con la pérdida
de la hegemonía del monje sobre el intelectual. El amor a la humanidad desplazó
el amor a Dios y la verdad se secularizó. Es por ello que el nominalismo puede
ser considerado como un notorio progreso de la conciencia burguesa al
constituirse en el reconocimiento de la individualidad, lo cual era un retorno
desde el mundo trascendente al mundo inmanente, de la religión a la política,
de Dios al hombre. La nueva imagen del mundo se coaguló como una ruptura
metafísica entre la dimensión inmanente con la trascendente.
A la nueva racionalidad secularizada se le llamó pensamiento crítico,
teniendo su expresión característica en el criticismo kantiano. “Aude sapere”
decía Kant, reflejando el nuevo espíritu de la época. Pero la nueva connotación
de la razón está dada con Descartes, con el cual la modernidad consagra al
hombre como el arquitecto de la realidad. Con Cartesio la filosofía moderna da
el giro idealista y la primacía del pensar sobre el ser. Con ello se da
comienzo al obscurecimiento del sentido ontológico del ser y de la realidad, y
que encontrará sus más hondas consecuencias en la negación del sentido de la
realidad del sentido común actual. El avance del racionalismo moderno no
acontece sin resistencias. Así, Descartes, que tan sólo publicó cuatro obras en
vida, no dio a la imprenta el Tratado del hombre y el Tratado de la
luz por miedo a recibir una condena eclesiástica. No en vano en 1600
Giordano Bruno fue quemado vivo, en 1633 la Inquisición condena los libros de
Galileo y la primera mitad del siglo XVII está convulsionado por las cruentas
guerras religiosas que acaban en 1648 con la Paz de Wesfalia. La racionalidad
secular tenía como fundamento el nuevo pensamiento científico que entendía a la
naturaleza como un mecanismo y, por tanto, lleva a un mundo sin dioses. Para
Descartes a Dios no se llega por el mundo, sino por el cogito, por lo cual se
le acusó de heterodoxo, impiedad, pelagiano y ateo. El mismo Pascal le replicó
oponiéndole el Dios de Abraham. Desengañado de la recepción de su filosofía y en
quiebra económica aceptó ser preceptor de la reina de Suecia. Allí muere de
neumonía en un rápido deceso que genera la leyenda de que fue envenenado. Y es
aquí donde es notorio cómo los avances científicos modifican la imagen
filosófica del mundo.
No es fácil establecer las etapas en la consolidación de la nueva imagen
del mundo que terminará impactando sobre el sentido común, especialmente sobre
su sentido de la realidad y el sentido de la vida. No obstante, es posible
delinear un proceso que va de la mano con la urbanización, la tecnología, el
cambio social y político, la educación y la alfabetización, el consumismo y la
economía de mercado, hasta culminar en la globalización de la interconexión
digital. En este sentido intentaré esquematizar las etapas, más o menos
definibles, en este proceso de la formación de la consolidación de la nueva
imagen del mundo de la modernidad. En lo cual no consideraré que la técnica[6]
sea una fuerza automática que determina a las demás instituciones (Marx), sino
que está en constante juego con otras fuerzas culturales. Una época y su imagen
del mundo es un equilibrio dinámico, y no estático, en el curso de la historia.
Así tenemos:
1. Sociedad agraria y artesanal moderna, donde el aparato productivo es
premoderno en medio del predominio de la imagen mecanicista de la naturaleza.
Aún se mantiene la fase eotécnica de la civilización basada en la madera, el
agua, carbón, hierro, el molino, y el viento. Con el vidrio el ojo se vuelve
importante, la casa se vuelve higiénica, macro y micromundo cambió. También
cambió el mundo del ego. Sus inventos gigantes son la imprenta, el reloj y el
alto horno, sin obviar el método experimental, la fábrica, la universidad, el
laboratorio, la academia y la feria industrial.
2. Sociedad industrial, donde la acumulación de capital espolea los
inventos técnicos. Es la fase paleotécnica de la Revolución industrial en el
siglo dieciocho, el capitalismo carbonífero hizo estragos en la vida humana y
el medio ambiente a escala industrial. La máquina de vapor acentuó la
cuantificación de la vida. Adviene la degradación del trabajador y nace el
hombre económico justificado por la utilidad y la democracia. Se abre paso la
inanición de la vida con la degradación de la mente y los sentidos. En nombre
el Progreso se somete a la vida hasta los límites de la barbarie. La lucha por
la existencia fue la racionalización de las condiciones económicas dominantes.
Surge la psicología y el freudismo en momentos en que el hombre se hunde en la
patología de la depresión, la desesperación y la crueldad despiadada del
colonialismo imperialista europeo. Después de 1850 el proletariado resuelve el
complejo de inferioridad identificándose con el nacionalismo, el anarquismo y
el socialismo. Era de las revoluciones sociales. Aumenta la energía y el tiempo
se acelera. Las sinfonías, el impresionismo, las novelas realistas, las
filosofías voluntaristas, historicistas, relativistas e irracionalistas fueron
la compensación estética y filosófica en un mundo enfurecido. Los triunfos mecánicos
(barco a vapor y puente de hierro) son inversamente proporcionales a la derrota
humanística. La civilización paleotécnica de la civilización industrial fue
humana y socialmente desastrosa, ñero técnicamente un avance extraordinario que
acentuó el sentido cuantitativo de la vida.
3. Sociedad postindustrial, donde los refinamientos técnicos hacen
posible que lo cuantitativo y lo mecánico sea más sensible a lo vital. La
civilización neotécnica conoce mejor lo químico y lo biológico. Ahora los
inventos se derivan de la ciencia antes que de la economía. El papel del
ingeniero se hace preponderante. La energía eléctrica libera a la industria de
la mina de carbón. El automatismo de la máquina hizo al obrero menos
importante. El proletariado se desplazó de la fábrica al sector servicios y
educación. Los materiales neotécnicos son sintéticos, de ahí su gran deuda con
la química. El avión, la gasolina y el automóvil son sus símbolos. Se abre paso
el capitalismo de bienestar. La comunicación se vuelve instantánea, pero el
pensamiento se desvitalizó. La fotografía, la película y el fonógrafo cambia la
psicología introspectiva a conductista. Los nuevos medios de archivo exigen una
sensibilidad más fina y una mayor inteligencia. La máquina neotécnica se vuelve
aliada de la vida, pero el dualismo alma-cuerpo se sustituye por la energía. Se
abre camino la energía nuclear. Vuelve el respeto por el color, la forma, lo
estético, las cantidades diminutas y lo invisible. Impera lo ergonómico. La
fijación del nitrógeno fue el logro más importante que libró a la agricultura
del tiempo de plagas. Se impone la planificación del crecimiento y distribución
de la población. Cambio de valores con el control de la natalidad y el uso de
preservativos. Faltan las instituciones políticas, sociales y económicas que en
vez de perseguir la rentabilidad privada del capital busquen el cumplimiento
social completo de la fase neotécnica de la máquina. Su irresolución es lo que
provocó la crisis ambiental y ecológica, la degradación de la política en
corrupción generalizada, la disolución moral de la sociedad, la crisis de
seguridad, la migración por guerra, violencia, desempleo y explotación
neocolonial, el racismo, la espantosa y generalizada adicción a las drogas
especialmente en los países del occidente neoliberal, junto a su libre consumo.
4. Sociedad digital[7],
donde se globaliza la sociedad de mercado y las redes sociales mediante el
internet. Se desarrolla la nanotecnología, la tecnociencia, la biotecnología,
las ciencias genómicas. De lo cual se aprovecha el naturalismo biologista, como
sucedáneo del materialismo, para vender la utopía del “homo deus”, mitad
biológico y mitad máquina. Esta postura inmanentista y temporalista lo único
que hace es reducir el problema de la Vida a lo biológico. Nace la bioética y
el bioderecho para impedir que la tecnociencia se convierta en una amenaza
manipulando genes con fines subalternos. Lo positivo de este desarrollo es que
las ciencias de la vida han puesto en evidencia la primacía del criterio ético sobre
el científico y la necesidad de recuperar la dimensión teleológica, metafísica,
religiosa y trascendente de la vida. La biotecnología tiene sus riesgos (armas
biológicas, nuevas pandemias), pero también sus beneficios (medicina,
alimentos, ambiente mejorado). Por otro lado, a libre competencia económica es
frenada por acuerdos comerciales de las propias corporaciones. Se sale del
marco del imperialismo clásico para pasar a la fase del hiperimperialismo,
donde las megacorporaciones tienen soberanía propia, están desterritorializadas
y convierten el planeta en un casino global. Las guerras del Complejo
Industrial Militar norteamericano se implementan mediante groseros montajes
mediáticos que sirvan de pretexto para el caso. Es aquí cuando el orden político
y financiero se resiste y entra en mayor colisión con la fase digital de la
máquina. Crece a nivel desproporcionado la concentración de la riqueza y la
desigualdad global se impone a niveles nunca alcanzados bajo el colonialismo
del siglo diecinueve. La era de la cibernética es puesta al servicio de la
ganancia y beneficio privado por medio de los grandes monopolios de la
inteligencia artificial. Las GAFAM -acrónimo que alude a Google, Amazon,
Facebook, Apple y Microsoft- controlan la explotación del internet consiguiendo
una mayor depravación y barbarie adormeciendo la empatía y anestesiando la
compasión. No menos grave es la trivialización del pensar humano, donde en vez
de avanzar hacia la era del saber se profundiza el hoyo de la era de la
estupidez humana. Otro efecto nefasto es la instauración de la vigilancia
privada con fines políticos y comerciales. Se instaura la dictadura y la nueva
edad obscura de la tecnología cibernética mediante las redes sociales. La
tecnología computacional es opaca y permite que los algoritmos simulen la
realidad y lo vuelvan indistinguible. El sentido de la realidad se vuelve
difuso. Lo real y lol virtual se confunden. El irracionalismo y el idealismo
subjetivo se acentúan en la filosofía. Se pone de moda la antifilosofía falsa
-porque hay también la antifilosofía verdadera (Sócrates, Marx, Heidegger,
Wittgenstein, entre otros)-, que busca destruir la filosofía, pero ello es
necesario para el ocultamiento de la verdad, indispensable para la disolución
del pensar crítico y que proclama como inútil y pernicioso al pensar
filosófico. Brota la ideología de género y junto a ésta la del transhumanismo,
donde mediante la negación de la esencia humana se juega con la libre elección
del ser que se quiera vivir. Se impone el mito del culturalismo, donde todo se
concibe como un producto de la construcción social. El pensamiento
computacional asfixia el pensar creativo, se acentúa hasta el límite el
inmanentismo metafísico de la modernidad. La posverdad, todo tipo de noticia
falsa o fake news se pregona. Lo real se vuelve falsificable. La
abominable ideología de género pulula y es promovida desde las más instancias
mundiales dominadas por el occidente neoliberal. La corrompida y avara élite
megacorporativa del occidente neoliberal incentiva y presiona en la
implementación de su agenda que atenta contra la familia, la tradición, la
nación, la soberanía de los pueblos y los valores. En una palabra, al
apropiarse el capitalismo de la tecnología digital lo que logra es un mayor
individualismo disolvente del humanismo, una mayor barbarie y una más honda y
sofisticada degradación humana. Todo esto no significa que la barbarie y el
neobrutalismo se produce únicamente al no haberse resuelto la contradicción
dialéctica entre progreso científico y progreso social, porque hay otras
fuerzas progresistas que también pugnan por un nuevo orden humano.
5. Sociedad posdigital, donde la gobernanza global pasa del Orden
mundial unipolar hacia el Orden mundial multipolar, lo económico se subsume a
la política social y la ganancia privada es puesta al servicio del beneficio
social. China anda a la cabeza de este proceso, le sigue Rusia y van a la zaga
el grupo de los BRICS. El mundo unipolar encabezado por el imperio
norteamericano implementó la guerra en Ucrania, desbaratando con una nueva
guerra fría la integración euroasiática de China y Rusia con el Occidente
europeo, y aprovechando el conflicto ucraniano destruyó los gasoductos que
resolvían las necesidades energéticas de occidente en desmedro de las compañías
estadounidenses. Y la ocupación descarada de más de siete décadas de Palestina
por el sionismo israelí con el apoyo descarado político militar del imperio
norteamericano para asegurarse el dominio del golfo petrolero del Medio
Oriente. Lo cual se ha puesto en evidencia en el genocidio de más de 25 mil
civiles en Gaza en tan sólo dos meses de asedio. Una indescriptible masacre que
ha sido condenada por la Corte Internacional de Justicia de la Haya. Las bases
del viejo orden neocolonial se están estremeciendo y con ello comienzan a
derrumbarse su imagen del mundo basado en el libertinaje. El significado de
este cambio histórico en marcha -a pesar de los sabotajes y resistencias del
finisecular mundo unipolar- tiene un sentido filosófico profundo y definido que
ser traduce en una nueva imagen del mundo, donde en vez de rechazar lo
inmanente y postergar lo trascendente, y al compás de la defensa de la familia,
la religión y la tradición, se encamina hacia una nueva síntesis metafísica
entre lo inmanente y lo trascendente. Es una vuelta al mundo de las esencias y
reconciliación del hombre con Dios. No es una vuelta a la Edad Media, a lo
Berdiaev, sino una reconciliación de lo finito con lo infinito. La sociedad
posdigital hace que la tecnociencia no anda separada de la teología, en tanto
ésta es ciencia de la vida sobrenatural y sempiterna.
En suma, la sociedad agraria y artesanal moderna vive una modernidad
mecanicista, donde el tiempo comienza a acelerarse y con él el hombre se vuelve
más mecánico. La sociedad industrial experimenta una modernidad biopolítica y
de la vigilancia, como la descrita por Foucault, donde el poder de castigar y
vigilar recae no sólo en el Estado, sino que se muestra difuso en todo el
organismo social. Lo que no advierte Foucault es que la sociedad de la
vigilancia, que es el industrialismo, está asociado a la visión terrenalista
del mundo y al inmanentismo imperante donde se declara expeditivamente “la
muerte del individuo”. La sociedad posindustrial es la encarnación de la
modernidad neoliberal cuyas nuevas técnicas de poder no están basadas en la
psicopolítica como cree Byung-Chul Han, sino en la tecnopolítica. No es el
poder opresor de la sociedad agraria ni el poder seductor del industrialismo lo
que preside la explotación, sino el poder técnico lo que anima al individuo a
entregar su libertad a la autoexplotación del llamado emprendorismo. La
sociedad digital experimenta una modernidad hipercomunicada, saturada de
información, de falsificaciones de la realidad, donde se vuelven indistinguibles
la verdad de la mentira, es el reino de lo que el filósofo coreano Han llama
“no cosas” y en el que nos volvemos ciegos a las cosas mismas, la realidad es
puesta entre paréntesis de modo automático, la epojé del mundo es equivalente
al olvido del ser y a la supresión de la realidad, fenómeno que se hace
soportable mediante el avatar de la hiperrealidad del metaverso. Lo digital se
convierte en el escapismo por excelencia a la desintegración social, la anomia
digital se impone. La modernidad digital es la que llama Bauman “tiempos
líquidos”, donde no hay valores permanentes ni absolutos. Pero bien visto el
asunto a la modernidad digital no le corresponde lo “líquido” sino lo
“gaseoso”. Efectivamente, la modernidad líquida es propia de la modernidad capitalista
posindustrial, en cambio la modernidad digital le pertenece a la modernidad
capitalista digital. Y es así porque la misma realidad puede esfumarse de las
manos con la tecnología del metaverso y la hiperrealidad de la Web. Finalmente,
la sociedad posdigital vive una modernidad en tránsito que pretende poner el
reino digital y la inteligencia artificial bajo control humano. Asociado a una
nueva imagen del mundo que reivindica la unión metafísica de lo inmanente con
lo trascendente busca poner el algoritmo al servicio del humanismo, rescatar el
fundamento ontológico de la historia para superar el relativismo y restituir el
valor de la realidad finita e infinita sobre la hiperrealidad de las “no
cosas”.
El sentido común durante la modernidad se vio naturalmente afectada por
todos estos cambios. Quizá el más dramático sea la pérdida de cinco sentidos
existenciales: el sentido de lo sagrado, sentido del ser, sentido de la vida,
sentido de la realidad, y sentido de la caridad. Que el sentido común sea patrimonio
de la naturaleza humana no significa que permanezca inmutable e incontaminado,
porque diversos factores influyen sobre su sentido de la realidad. Que sea una
facultad regulativa presente en todo tiempo y época, no significa que
permanezca invariable en todo tiempo y época. Cada tiempo tiene su propio a
priori incuestionado, que posteriormente entra en crisis. Podemos llamarlo
“paradigma” como lo hace Kuhn, “formaciones discursivas” como Foucault o
“verdades epocales” como Feyerabend. Pero lo cierto es que ello no tiene que
abonar necesariamente en favor del relativismo de la verdad. La verdad y la
objetividad puede tener una expresión epocal, pero un contenido universal. Sin
duda, el sentido común a lo largo de la modernidad se vio afectada por condicionamientos
histórico-culturales de todo tipo. Su futuro depende del curso contingente de
los acontecimientos históricos. Pero el pináculo de su afección espiritual
llamada “neobrutalismo” alcanzó las más altas cuotas bajo la modernidad
digital, donde el sentido de la realidad es postergado por lo que ofrece el
algoritmo deshumanizador de la hiperrealidad del avatar del metaverso.
[1]
Kant, Crítica del Juicio, parágrafo 20.
[2]
Aristóteles, De Anima, III, I, 425a 14.
[4]
Dewey, Lógica, 1950, pág. 135.
[5] Sobre el surgimiento de la racionalidad capitalista en
la Edad Media destacan los estudios siguientes: Jaques Le Goff, Mercaderes y
banqueros de la Edad Media (Eudeba, 1975); Alexander Murray, Razón y
sociedad en la Edad Media (Taurus, 1982); Henri Pirene, Historia social
y económica de la Edad Media (FCE, 1975).
[6] A propósito, el destacado filósofo norteamericano de
la tecnociencia Lewis Mumford subraya en su obra Técnica y civilización
(Alianza, 1977), que la máquina no es reciente, tiene tres mil años. La magia
con su idea de manipular el mundo externo anticipó la ciencia. Pues la
tecnología artesanal no sólo empleó herramientas, sino también máquinas. La
máquina es generalista, la herramienta es especialista. El control social desde
la invención del Estado descubrió cómo convertir los hombres en máquinas antes
de la era de la técnica. Por ello, la edad de la máquina no comienza con las
máquinas, sino con el comportamiento mecánico del hombre. Además, desde el
siglo X al XV la máquina avanzó sin el capitalismo, luego sufre su poderoso
influjo hasta hoy. El punto de partida de la técnica moderna fue la filosofía
mecanicista del siglo XVII.
[7]
Sobre la sociedad digital, la estupidez y la posverdad
puede consultarse: James Bride, La nueva Edad Oscura. La tecnología y
el fin del futuro (Debate, 2020); Nicholas Carr, Superficiales ¿Qué está
haciendo internet con nuestras mentes? (Taurus, 2016); Shoshana Zuboff, La
era del capitalismo de la vigilancia (Paidós, 2020); Maurizio Ferraris, Posverdad
y otros enigmas (Alianza, 2019), M. Ferraris, La imbecilidad es cosa
seria (Alianza, 2018); Antonio Marina, Las culturas fracasadas. El
talento y la estupidez de las sociedades (Anagrama, 2010); Peter Sloterdijk,
Crítica de la razón cínica (Siruela, 2003); Gabriel Sala, Panfleto
contra la estupidez contemporánea (Laetoli, 2009); José Luis Trueba, La
tiranía de la estupidez (Taurus, 2012); Carlo M. Cipolla, Las leyes
fundamentales de la estupidez humana (Critica, 1976); y Gustavo Flores
Quelopana, Crítica de la razón estúpida (IIPCIAL, 2017); G. Flores Q. Contra
el género (IIPCIAL, 2023).