EDUCACIÓN
PARA SENTIR EN TIEMPOS INSENSIBLES
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
I Seminario Internacional de Educación “Pensar,
Sentir, Hacer para Ser”
UNT – 28-31 de Octubre 2013- Ciudad de Trujillo-Perú
Resumen
La “educación para sentir” es la verdadera plataforma
para rescatar los verdaderos valores humanistas. Por ello, hay que poner fin a
la sociedad del tener y tomar conciencia que se requiere edificar una sociedad
del ser, para que surja una economía, una política y una ciencia ética.
Abstract
"Education to feel" is
the real platform to rescue
the true humanist values. Therefore, there must
be an end to society of having
and realize that is required to build a society of being, for the emergence of an economy, science policy and ethics.
Por invitación que me honra vivamente agradezco al Dr.
Alberto Moya Obeso para tomar la palabra en el histórico claustro, fundado por
el Libertador Don Simón Bolívar, de la Universidad Nacional de Trujillo, en el
marco del I Seminario Internacional de Educación denominado “Pensar, Sentir y
Hacer para Ser”.
Y debo empezar diciendo que carezco de la competencia
técnica y de la erudición que reclaman estas arduas tareas. No obstante, debo
vencer mis escrúpulos y atreverme a tratarlas ante un auditorio tan ilustrado
porque existen tres razones principales que me impulsan a acometer tan delicada
empresa intelectual:
1ª.- Un sentimiento de especial deferencia hacia los
ilustres amigos.
2ª.- El convencimiento de que nadie puede excluirse de
elevar su voz de preocupación por los derroteros decadentes de la educación
actual.
3º.- Y una tercera razón más sutil es que en el
desarrollo de una ciencia ya constituida resulta muchas veces útil interrogar a
una disciplina ajena, en este caso a la Filosofía, para que exponga ciertas
convicciones primigenias y decisivas.
Ese es el modesto servicio que atribuyo a mi
contribución en esta fiesta del espíritu. Y así no espero formular ninguna
tesis, sino ejercer junto a ustedes el viejo y siempre difícil oficio del
pensar.
En este sentido he denominado mi disertación EDUCACIÓN
PARA SENTIR EN TIEMPOS INSENSIBLES.
Y lo que voy a tratar de exponer es no sólo que
vivimos en tiempos insensibles para el saber, el sentir y el hacer. Y que esta
insensibilidad afecta la realización integral del ser humano. Sino que la
parálisis del pensamiento crítico y del quehacer fustigador tiene que ver con
razones de carácter histórico que han conducido hacia el embotamiento de los
sentimientos, la esfera emocional, el horizonte de la captación del valor y del
mundo axiológico.
En una palabra, la intuición más profunda que voy a
tratar de exponer esta mañana es que la educación está distorsionada desde la
base económica, porque está subordinada a la producción y a la economía. Y esto
conlleva a que lo que en la educación actual impere sea la educación funcional sobre la educación
substancial.
Entiéndase por educación substancial aquella que asume
al hombre como un ser anagógico, es decir, que vive en tensión de ascenso
cultural, y por educación funcional como aquella que subsume lo axiológico bajo
lo científico y ve al hombre como un homo
faber.
En este contexto, no resulta extraño ver que la
cultura es reemplazada por la civilización, porque Cultura es tensión vital
entre el humus de la naturaleza
inmanente y el lumen del espíritu
trascendente, mientras que Civilización es conquista material por medio de
fuerzas impersonales para el mejoramiento de las condiciones materiales de vida.
En otras palabras, si no advertimos que la crisis en
que se sume la educación y la cultura mundial va más allá de optar por nuevas
metodologías y capacitar mejor a los docentes, se perderá de vista que el
problema no es administrar la crisis educativa en la universidad y en la
escuela, sino, que se trata de abordarla en su verdadera dimensión social y
civilizatoria.
Ha llegado el momento crucial de pensar y exigir
cambios estructurales para la civilización misma, cuyos lineamientos ahondan la
alienación humana y conspiran de raíz contra todo proceso educativo.
Efectivamente, la educación funcional no requiere de
una educación para pensar, hacer y sentir autónomamente y en armonía con el
prójimo y con la naturaleza. Al contrario, promueve seres humanos con un
pensar, un sentir y un hacer enajenados, cuando no, cosificados.
En la situación de enajenación todavía hay descontento,
malestar y protesta; en cambio, en la situación de cosificación el malestar se
ha introyectado a tal grado que no molesta ni perturba. Esto significa que se
ha gestado una civilización cosificada, donde se pierde el sentido de la vida,
cunde la anomia y se impone la irracionalidad del sistema imperante.
Menos aún la civilización del consumo necesita seres
humanos sensibles, que aspiren a Ser antes que a Tener. Por el contrario, el
imperativo categórico que triunfa sobre todas mentes contemporáneas es obedecer
mansamente los imperativos anéticos de la sociedad darvinista.
Esto es, se promueve la generación de seres humanos
egoístas, avaros, egotistas, solitarios, insolidarios, irrefrenables en la
búsqueda hedonista de la satisfacción de
sus deseos. Poder, Placer y Riquezas son los nuevos dioses de la ciudad
secularista del Progreso.
La experiencia cotidiana nos dice en cada esquina del
mundo que el hombre actual no vive en función del “ser” sino del “tener”. Y aún
más, la civilización del lucro y del poder ha distorsionado nuestro innato
tener existencial en una neurótica actitud sibarita, irracionalista y de
dominio.
Ya no se trata solamente de un puñado de élites
especulativas transnacionales, sino del modo de ser de una época entera, que se
ha configurado en torno a valores del inmediatismo utilitario, la cual implica
un achatamiento del universo moral, mental y emocional. Se trata de la penumbra
inmanentista propia de la modernidad y posmodernidad actual.
Este inmanentismo tiene su expresión más cruda en un
estrecho economicismo, extendido como un cáncer por todo el organismo social y
que contribuye decisivamente a la instauración de un mundo anético y sin
trascendencia. Y por eso el problema del proceso educativo en el mundo actual
debe ser visto en toda su dimensión civilizatoria, porque el economicismo
imperante va devorando talento, creatividad, inteligencia y sentimientos en
actividades deshumanizantes, frívolas y cosificadoras.
Actualmente en el orden político y financiero son las
megacorporaciones monopolistas privadas las que se resisten a socializar los
beneficios económicos a través de una teoría general de la distribución de la
riqueza, y ponen obstáculos para que se expandan los socorros de la fase
neotécnica de la máquina. En el terreno de la filosofía, la relativista
corriente posmoderna es la expresión más genuina del predominio de la voluntad
de poder sobre la voluntad de verdad. Y así en todos los órdenes de cosas vamos
observando cómo la cultura humanista se diluye, la educación substancial es
relegada y se van imponiendo las posibilidades perversas y ominosas de una
civilización que lleva a la barbarie.
Lo que triunfa en el mundo es la barbarie civilizada,
entendida como el estado mental y material que obedece a la racionalidad instrumental,
relegando las necesidades espirituales a un olvidado horizonte postmetafísico.
Para refrendar todo lo dicho vamos a traer a colación
la famosa muestra educativa de la Fundación Carnegie. En el año 1986, la
Fundación Carnegie tituló su estudio: “The Undergradute Experience In América”
que muestra, entre otras cosas, que –en los EEUU- sólo el 19% del
total de estudiantes en Humanidades tenía un empleo al concluir sus estudios.
La cifra contrastaba de manera abismal con el 90% de los estudiantes de
profesiones empresariales que si tenían un empleo seguro al momento de
graduarse.
En el caso de las titulaciones relacionadas con
cuestiones empresariales se duplicaron en 23 años pasando en 1971 de 112,000 a
230,000 en 1984. El caso de los licenciados en Letras y Literatura Inglesa
descendió en el mismo periodo pasando de 57,000 a 26,500. Si se hiciera un
estudio de la diferencia porcentual de los egresados entre una y otra área el
resultado sería aplastante ya que en el primer caso el número de egresados se
duplicó mientras que en la otra área de Humanidades el número disminuyó en 50%.
La consecuencia fue que varias universidades
eliminaron asignaturas como lenguas clásicas, geología, educación musical.
Muchas redujeron drásticamente los estudios sobre filosofía, lengua, literatura
e historia para favorecer cursos triviales como hotelería, cocina y
administración de restaurantes.
El estudio de la Fundación Carnegie cita muchas
deficiencias de la educación universitaria norteamericana, entre otras:
- Una incapacidad generalizada entre los estudiantes
para leer, escribir y pensar adecuadamente.
- Una visión limitada, ausente o confusa del saber.
- Una conformidad generalizada de los profesores a la
legitimación del contenido banal de los cursos... favorecen la conformidad.
Pues bien, desde 1986 estos problemas no han decrecido
ni se han corregido, sino que, por el contrario, en los siguientes treinta años
y bajo el paraguas de la globalización neoliberal, se han universalizado,
aumentado y se las ha adecentado denominándola “educación para la competencia”.
La
introducción en la Ley Orgánica de Educación del término "competencias
básicas" implica una completa reformulación de los métodos de enseñanza.
Del "saber" al "saber hacer", de "aprender" a
"aprender a aprender" son los términos que se emplean para justificar
el objetivo económico de alcanzar el objetivo en que una vez cumplida la etapa
de escolarización obligatoria, los jóvenes hayan alcanzado una serie de
competencias que les permitan incorporarse a la vida adulta y al mercado
laboral de manera satisfactoria. Es decir, el fin no es humanista, sino
económico.
Ahora se entiende por qué los graduados en Humanidades
no sólo son cada vez menos y las titulaciones en cuestiones empresariales son
cada vez más, sino, que ahora hay algo nuevo, y es que ante la drástica
reducción del empleo en el sector industrial y de servicios en el mundo, lo que
las universidades optan es por capacitarlos para la autoempresa y autoempleo.
A esta estrategia de supervivencia se le ha dado un
nombre decente, a saber, el de emprendorismo. Y según los últimos rankings el
primer lugar mundial de emprendorismo lo tiene el Perú. Dudoso lugar para
sentirse orgulloso cuando nuestro país, según la ONU, también ostenta el primer
puesto de infelicidad en Sudamérica.
No es que aquí sugiera ligar emprendorismo con
infelicidad, sino, más bien que un pueblo tan antiguo como el peruano percibe
nítidamente que el presente no se condice en lo más mínimo con su gloria
pasada. Y, en consecuencia, es para los peruanos especialmente, y en medio de
una naturaleza tan pródiga en recursos, un asunto prioritario resolver el
dilema de la conciliación entre la exigencia moderna de libertad y el otrora
status de justicia social.
Volviendo al estudio Carnegie hay que resaltar que
aumentó la incapacidad generalizada entre los estudiantes y graduados para
leer, escribir y pensar adecuadamente. Lo cual favorece el pensamiento banal y
la conformidad con el saber impartido. Pero ello es poco valor para los fines
economicistas de la educación para las competencias.
Mientras tanto, la neurología ha enseñado que el
estudio de las letras y las humanidades demanda un mayor uso del hemisferio
derecho y las cuestiones científicas y empresariales un mayor uso del hemisferio
izquierdo. Entonces, lo que se deduce es que la humanidad se va volviendo menos
creativa e inteligente, aunque sí más operativa y funcional.
No resulta extraño entonces que la cultura y la
educación en cuanto tal estén en declive. A esta bajada del nivel cultural han
contribuido la tecnificación y la masificación.
En otras palabras, no se trata solamente que la
presente civilización de la prisa exige un biorritmo acelerado que aleja a las
personas de la lectura y del libro, el cual demanda un biorritmo pausado. Más
bien, se trata del crecimiento de fuerzas impersonales poderosas que imponen a
los seres humanos un comportamiento mecánico, alejado de la espontaneidad y del
libre juego de las facultades del pensar, hacer y sentir.
Pero estas fuerzas impersonales obedecen a la razón
pragmático-instrumental, último fundamento de la educación funcional. Esta
forma de racionalidad no bebe de las fuentes del humanismo clásico, sino de un
hominismo naturalista ligado al triunfo de un racionalismo matematizante,
calculador y objetivista.
Esta forma de pensar es lo que reduce a todos los
entes a lo manipulable y útil y con su sesgado escalpelo recorta la realidad
mutilando la dimensión no empírica, trascendente y espiritual. Por ello, con
justa razón se puede afirmar que la filosofía moderna tuvo el mérito de
devolverle al hombre su dignidad, pero, a su vez, tuvo el demérito de hacerle
perder la trascendencia y extraviarlo en la increencia y en el nihilismo. Por
su parte, el pensamiento posmoderno sorbe las últimas gotas de este malsano
relativismo y escepticismo disolvente y anético.
Un título vinculado a cuestiones empresariales demanda
primordialmente el funcionamiento del hemisferio izquierdo. El estudio de las
Letras y las Humanidades demanda un mayor uso del hemisferio derecho ya que
está vinculado al proceso de la creación. En esta perspectiva no resulta
casual, como lo indica el estudio, que muchas Universidades eliminaron
asignaturas como las lenguas clásicas, geología y educación musical. Otras
redujeron drásticamente sus estudios sobre lengua, filosofía, literatura e
historia para favorecer cursos como hotelería, administración de restaurantes,
etc.
El estudio de Carnegie citaba muchas deficiencias en
los graduados, una de ellas era la constatación de que encontraba “una amplia
incapacidad generalizada entre los estudiantes universitarios para leer,
escribir y pensar adecuadamente.”
Como podemos apreciar en la civilización funcional no es conveniente que funcione la
creatividad, ni es necesario un sentido humanístico en el pensar, hacer y
sentir. Lo que se convierte en indispensable es preparar altos niveles de
pensamiento técnico y práctico, haciendo a un lado el mundo moral y valorativo.
Últimamente, y a raíz del fraude global montado por el
sistema financiero internacional que generó el crash del 2009, a través de las
hipotecas subprime (préstamos
insolventes), se ha empezado a hablar de “ética en los negocios”, porque fue
inocultable que el casino global afecta a los contribuyentes como posibles
rescatadores.
No obstante, y como para darle nuevamente la razón a
Georg Simmel en su libro “The Philosophy of Money”, donde afirma que la esencia del dinero es la indiferencia a
todo valor y permite el abandono de lo cualitativo por lo cuantitativo, hasta
hoy esta falta de ética en las finanzas no es sancionada.
Por lo visto, al consumismo deshumanizador le sigue la
crisis ecológica, la crisis ética y la crisis educativa.
Con la educación para las competencias la educación
misma se suicida, porque dicho programa no tiene base humanista en tanto que ha
sido pensada para satisfacer la demanda laboral del mercado y no para
satisfacer la auto realización de la personalidad humana. El resultado es que
una educación funcional carece de imaginación y sólo pide competitividad. La
consecuencia es la manipulación del pensar, la represión del sentir y el
anetismo en el hacer.
Decir en esta situación que estamos en la “era del
conocimiento” resulta un eufemismo, porque la hegemonía de un conocimiento
divorciado del mundo moral y de sentimientos humanistas tiene como resultado la
robotización del hombre y la muerte de los valores. ¡Qué distante nos sentimos
ya del “Dios ha muerto” de Nietzsche! Ahora, asistimos a un nivel más profundo
de la muerte del hombre, asistimos a las exequias de los valores y del mundo
moral por el predominio de lo práctico, útil y técnico. El “Dios ha muerto” ha
desembocado a “los valores han muerto”.
En realidad, los valores mueren cuando el hombre
pierde su capacidad de desarrollar virtudes. Esto es, sin virtudes no hay
práctica de valores. En consecuencia, una educación obsesionada por lo técnico
y lo pragmático es cómplice del suicidio de aquel estrato espiritual donde se
hace posible sentir el valor y formar la virtud, esto, es, los sentimientos. Los
sentimientos son el nivel ontológico donde se manifiesta el valor y se
posibilita su concreción a través de la formación de las virtudes.
Por tanto, los aportes de Piaget, Vigotsky y Zubiría
sobre “aprender a pensar” y “pensar-investigar” de Moya Obeso, exigen no sólo
construir bien el aparato conceptual, sino sobre todo el aparato emocional, los
sentimientos. Porque la sede de la percepción del valor reside en el
sentimiento. Y si, como hemos dicho, hace falta revivir el mundo axiológico,
entonces hay que darle todo el peso que exigen los sentimientos en el nuevo
paradigma pedagógico.
No obstante, la racionalidad funcional e instrumental
no ha perdido el tiempo y ha presentado su propia versión de inteligencia
emocional basada en el arte de “llevarse bien con todo el mundo” y evitar
conflictos. Es decir, la sociedad tecnotrónica destila desde el aparato
productivo el repudio de la constitución dialéctica del mundo haciendo una
lectura de la inteligencia emocional en sentido estático y represivo.
El objetivo es claro: reprimir la individualidad y
reforzar la manipulación de la personalidad humana.
Cuando por el contrario, “aprender a pensar” y
“pensar-investigar” exige de suyo una operación previa, a saber, “aprender a
sentir” y “sentir-investigar”, con inteligencia emocional independiente y
autónoma, dinámica y sensible, imaginativa y artística, como paradigma
pedagógico nuclear en la formación de nuevos seres humanos.
Ante el dispendio antiecológico en el que está
empeñado el modo de vida californiano es difícil dudar que haga falta formar
una nueva humanidad. Pero formar una nueva humanidad exigirá oponer a la
racionalidad instrumental una racionalidad estética, donde lo axiológico
subordine lo científico, la virtud guíe al pensamiento, y el valor se anteponga
a lo útil.
Esto es casi como afirmar que la tarea titánica que
tiene que emprender un nuevo paradigma educativo significa ir a contracorriente
de las principales megatendencias mundiales, las cuales son: globalización del
hiperimperialismo, neoliberalismo antihumano, predominio del saber práctico y
técnico y la crisis de valores.
En efecto, es un
dantesco desafío la “educación para sentir” en medio de tiempos
insensibles, no sólo porque significa ir a contracorriente y no adular el gusto
mediocre del ambiente, sino porque es perentorio reconocer que si hay algo que nos vuelve
humanos es la ética, sin ella el
humanismo se vuelve hominismo naturalista,
y la ética es el verdadero camino para que el hombre se sienta vinculado a la
trascendencia.
La
ética es la síntesis del encuentro entre
lo universal y lo particular, la relación del individuo con los principios
universales. En el hombre hay algo más que el hombre, cada uno es único e
irremplazable, es el buscador de Dios, y ser libres, autónomos y racionales es
la vía para ingresar en la unidad de lo inmanente con lo trascedente.
Vivimos una época de
obscurantismo ético, pero es posible ser optimista y atisbar una oportunidad de
cambio. Pues, el núcleo duro que representa la sociedad de la avaricia, está en un extremo de la balanza y en el
otro extremo están los humanistas
radicales, pero en el medio está inmensa
mayoría que se acopla a la estructura social imperante.
Además, el hombre
nihilista de nuestro tiempo tiene menos
temor al cambio debido a que está acostumbrado a amalgamar su conducta a
las exigencias externas del mercado capitalista. Así, es posible plantear un
nuevo paradigma pedagógico ligado a la nueva utopía de la Ciudad
Humanista del Espíritu.
Para ello preciso introducir
los siguientes cambios civilizatorios:
º Introducir el salario ciudadano. Lo cual
aseguraría una libertad e independencia educativa real respecto a los poderes
externos. La excusa capitalista de que la gente es ociosa es falsa y sólo ha
servido para racionalizar la opresión sobre el prójimo. Otra ventaja sería que
el estudio que se realiza ya no encontraría su impulso en el vil lucro, sino en
la realización personal. Entonces,
realmente la humanidad habrá pasado del Reino
de la Necesidad al Reino de la
Libertad, porque el reino de la libertad jamás podrá consistir en la
alienante satisfacción de consumir sin límite. Además, el salario ciudadano
será la verdadera base material para poder subordinar
la producción a la educación e incrementar la conversión de la riqueza
material en riqueza cultural.
º Suprimir la publicidad y todos los métodos
de manipulación mental política y comercial. Lo cual eliminaría la droga
embrutecedora del consumismo.
º Destrucción completa de las armas nucleares,
biológicas y de destrucción masiva. Suprimiendo las máquinas de la muerte
se habrá dado un paso sin retorno para que el hombre avance en dirección de ser
un pastor de la educación y no un pastor de las máquinas de la muerte.
º Limitar drásticamente el derecho de los
accionistas para determinar la producción y las finanzas. Ello permitiría
no basar la producción en la ganancia, sino en las reales necesidades
educativas de la gente. Esto conlleva que la
educación dejará de estar distorsionada desde la base económica, porque en
vez de subordinarse a la producción y a la economía, ahora lo hace a los
conocimientos mismos. En realidad, cuando el objetivo de la actividad económica
ya no sean los beneficios, entonces la educación se humanizará. Por ello, se
requiere con suma urgencia una economía de las necesidades vitales, culturales
y de trascendencia humanas, que sustituya a la economía adquisitiva y lucrativa
del capitalismo. La explotación de las máquinas es la alternativa a la
explotación del hombre.
º Robustecer la autonomía de la comunidad descentralizando
el poder. Pues al madurar la vida social disminuirá el control del Estado,
el poder de los monopolios y el crecimiento de la máquina. Con un cambio de
ideales estos tiranos volverán a ser nuestros servidores. El paro social del
Estado, los monopolios y la máquina será inversamente proporcional a la
realización de los valores humanistas. En una palabra, en la medida en que
madura la vida social estas megamáquinas (Estado,
monopolios y tecnología) tenderán a desaparecer en su protagonismo tan señalado
y serán como ríos subterráneos que existen pero que ya no estorban.
En una palabra, la “educación
para sentir” es la verdadera plataforma para rescatar los verdaderos valores
humanistas. Por ello, hay que poner fin a la sociedad del tener y tomar conciencia que se requiere edificar una sociedad del ser, para que surja una economía, una política y una ciencia ética.
Sólo así seremos
capaces de crear las condiciones para el surgimiento de un nuevo hombre y de
una nueva sociedad, donde la utopía educativa
y humanista dirija a la utopía
técnica y no a la inversa.
Muchas gracias