LA LÓGICA DE HEGEL Y LA LOCURA
DE LA MODERNIDAD
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
No hay duda que si un tipo se nos acerca para decirnos que es Jesucristo
le miramos para ver si no le giran los ojos y tomar las de Villadiego. No pocas
veces se ha afirmado que Hegel estaba loco porque cree ser Dios. Y esta
afirmación se la ha supuesto implícita en la Ciencia de la Lógica. Pero Hegel no era un lunático común y corriente,
es más, no era ningún lunático. Y esto nos lleva a preguntar, más bien, que si
su filosofía del saber absoluto no se trató de algún tipo de locura cultural. A
propósito el profesor Vincent Descombes sostiene:
“La ciencia de la lógica de Hegel es un conjunto de enunciados divinos…
Así, el “Soy Dios” implícito en la lógica hegeliana como en la ética de
Spinoza, es un enunciado que se destruye a sí mismo, de la misma manera que la
paradoja clásica del género “duermo”, “estoy muerto”, etc… Pero entonces Hegel
cree ser Dios, y como es notorio no es Dios, y está loco. O bien Hegel se
considera autor mortal, humano y su pretensión no es ya ser divino o eterno,
sino llegar a serlo, en cuyo caso roza la locura” (Lo mismo y lo otro. Cuarenticinco años de filosofía francesa-1933-1978,
pp. 68, 69, 70).
Kojéve recuerda
un episodio depresivo en la vida de Hegel entre los veinticinco y treinta años,
donde al avanzar en la experiencia de ser Dios “creyó durante dos años volverse
loco” (Intr. Hegel, p. 441). Incluso
se asocia la lectura de Hegel con la imposibilidad de escribir de los literatos
franceses Flaubert y la experiencia depresiva de Mallarmé. Bataille y Derrida
también mencionan este momento de locura padecido por Hegel. La cuestión es que
en Hegel sus libros imposibles aparecen a partir de los treintisiete años –Fenomenología del Espíritu de 1807 abre
la saga del saber absoluto-, o sea cuando ya había quedado muy atrás su crisis
depresiva.
Pienso que este momento de locura que ha impresionado enormemente a los
escritores franceses rebasa el ámbito individual de Hegel y atañe a la crisis del
espíritu de endiosamiento humano de la modernidad misma. Es más, sostengo que la presente era sin Dios es de apoteósis protagórica del hombre como medida de todas las cosas, que en el fondo representa la invalidez del principio de no-contradicción y la defensa de un nihilismo total donde todo puede ser verdad. Este nominalismo donde sólo lo individual es lo real significa la negación de lo sustancial y la afirmación de lo accidental. Buscar a Dios en este contexto significa desbrozar la oscuridad nominalista, desmentir el uso pragmático del principio de no-contradicción y restablecer por sí su validez ontológica. Lo que me recuerda a mi amigo chamán-shipibo Iwo Nete al afirmar que en el origen del mundo moderno está un gran acto de magia negra. Es decir, cuando una comunidad pierde sus vínculos con el mundo suprasensible no se puede vivir de manera legítima y equilibrada. Y precisamente esto es lo que sucede. El mundo moderno ha perdido el equilibrio en casi todos los planos y amenaza con su propio exterminio. Hoy la condición humana vive amenazada bajo la bestialidad y el caos -se impone la ideología de género, se presentan iniciativas legislativas para aprobar el incesto y la necrofilia-. Todo esto es parte de la desmalignización del mal y la malignización del bien.
Dicho asalto a la razón fue excelentemente expuesta por Paul Hazard (La crisis de la conciencia europea) no tanto
en lo que concierne a lo cronológico –ubica la crisis entre 1680 y 1715- sino
en el diagnóstico –destrucción del fundamento trascendente el orden humano y
natural-. La edificación de la autonomía del regnum hominis alcanza en Hegel su ápice, porque la dialéctica del
espíritu encarna la elaboración de lo divino en la idealidad, no hay creatio ex nihilo, lo que hay es un Dios
que hace su aparición cuando todo ya está hecho en la personificación de la
humanidad.
Este nuevo mesianismo laico e iconoclasta del monismo hegeliano no es la
culminación de la secularización, por cuanto en Hegel por la praxis humana se
alcanza la divinidad pero en Marx la dialéctica del espíritu es sustituída por
la dialéctica material. Aquí ya no es la razón humana la que es elevada a la
condición absoluta de Dios sino la praxis, como actividad material humana que
transforma la naturaleza y al hombre mismo. A partir de Marx el extravío de
Dios es total y carece de sentido cualquier restauración del fundamento
trascendente o divino del orden humano y natural.
El deísmo de la Ilustración y el panteísmo hegeliano ceden su paso al
ateísmo del racionalismo cientificista. La ciudad celeste de San Agustín ha
sido demolida y el regnum hominis del
deus in terris o reino humano del diosecillo terrestre empieza relegando
los valores espirituales al reino inferior de las superestructuras para culminar
en la posmodernidad en un nihilismo integral (metafísico, gnoseológico y
moral), disolvente y anético.
El hombre prometeico que con Hegel pretende encarnar la divinidad al
final de la historia –y que ha muchos parece locura- ha derivado por su
inexorable lógica interna en un desquiciamiento de la propia praxis humana sin
Dios y sin valores superiores.
Desde el bien intencionado Descartes que con la duda metódica buscaba
verdades indubitables, desde Hume que con su estrecho empirismo exigía arrojar
al fuego toda la metafísica, desde Kant con su doctrina de la impotencia de la
razón negaba la explicación de lo eterno y divino, hasta Hegel que con la razón
dialéctica describe un mundo que no es el Ser ni la Nada sino devenir y
contradicción, se dibuja la línea fundamental del pensamiento moderno, a saber,
la acentuación de la temporalidad y el rechazo rotundo de la eternidad.
Con esto no se intenta una estéril condena sino sopesar nuevamente si lo
Absoluto es esencialmente resultado (Hegel, Marx), desarrollo del ser que se
piensa a través de la conciencia y praxis humana. En el fondo se trata de
lograr el conocimiento de la verdad, de decidir si la dialéctica es no sólo el
alma de la ciencia sino del conocimienmto mismo. El marxismo lo intentó, buscó
desembarazarse del sistema y conservar el método. Engels sentenciaba: “Todo lo
que existe merece perecer”, o sea no hay nada definitivo en los resultados del
pensamiento y acción humana. Pero lo que vino después fue que el ideologismo, la
escatología y la teodicea social, arruinó la pretendida asunción del método.
Pero hay algo más grave y serio aun. Y tiene que ver con el corazón
mismo de la dialéctica, esto es, si el desarrollo, el movimiento, la
contradicción, lo temporal, es lo único y verdaderamente existente. O sea el
problema de la dialéctica no sería su ideologización sino su absolutización
ontológica. Aquí residiría la verdadera vesanía del hombre moderno entregado al
trasegar de un cambio sin descanso. Y en caso de ser cierto esto, un profundo
error subyacería en el meollo de la presente locura de la modernidad imperante.
En otras palabras, la distorsión de la doctrina del ser, la doctrina de
la esencia, la doctrina del concepto y la doctrina de la praxis tendría su
fundamento en el carácter temporalista y antimetafísico de la modernidad. Sólo
el arraigado temporalismo del pensamiento moderno podía hacer posible el Dios
hegeliano que se personifica en la humanidad. Y de aquí sólo hay un pequeño
paso hacia el nihilismo integral.
Efectivamente. Si lo Absoluto sin contradicción, si lo eterno intemporal
existe no por un desvarío de las ilusiones trascendendales de la razón, sino de
modo efectivo, entonces el reino del espíritu, sus valores superiores y las
verdades eternas, no tendrían que significar nuevamente la restauración de la
metafísica abstracta y el naufragio de la razón autónoma. Todo lo contrario.
Lograr el conocimiento de la verdad precisa reconocer que el devenir no agota
la realidad ni el ser ni la verdad. El Ser como fuente común de la existencia y
de la realidad es eterno. La Existencia como sentir y pensar de un poder ser es
temporal. Y la Realidad como ser manifiesto y fenoménico es lo instantáneo, el
evento, devenir que no es Ser ni es Nada.
En suma, lo que a los escritores franceses les pareció locura temporal
de Hegel es en realidad la alienación epocal moderna con su obsesión efímera por
el tiempo, el movimiento y el cambio.
Lima, Salamanca 15 de marzo del 2017