ANTENOR ORREGO
Y LA TRAYECTORIA AMERICANA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Para Orrego, nuestra trayectoria histórica, en que se degradan los productos culturales del pasado para la preparación de una nueva cultura, no sólo nos encamina ha constituirnos en un pueblo continente con el imperativo de formar un estado continente, sino fundamentalmente, a marchar hacia un humanismo americano por medio de la fusión de estirpes antagónicas, entre el blanco europeo, el negro africano y el indio americano. Fusión capaz de resolver la encrucijada de la crisis del hombre en esta supresión de las antinomias y por la potenciación de sus posibilidades.
El punto de partida de Orrego
Orrego cree que, así como de la fusión de estirpes opuestas en el Renacimiento europeo nació el humanismo, de modo similar aquí en América, de la fusión de gérmenes distintos habrá de surgir un neo humanismo americano. América está destinada a convertirse en el epicentro de una nueva época y cultura mundial. Pero no se crea que su humanismo americano incide mas en lo etnológico que en lo ontológico, más en el aspecto histórico que en el especulativo. Lejos de ello, como se verá, la indagación del ser histórico de la nueva América transita por el examen del ser del individuo, del ser de los pueblos y el ser de la nueva América, en consonancia con una descripción de la nihilización de dos orbes culturales.
Pero quizá sea este el momento para destacar como digresión lo afirmado por el mejicano Octavio Paz. Este había afirmado que, Latinoamérica vive la tragedia de no haber tenido siglo dieciocho, es decir no ha tenido Ilustración ni revolución burguesa y por ello conocemos mejor la sátira, el humor, vivimos entre los espasmos de rebeldía y el estupor de la pasividad, y en medio de esta inmensa omisión histórica desconocemos la tolerancia y la verdadera democracia.
Si enlazamos esta reflexión a las meditaciones de Orrego, podríamos completar el razonamiento coligiendo que Latinoamérica no tuvo siglo dieciocho, ni ilustración ni revolución burguesa porque tampoco tuvo siglo quince ni dieciséis, no tuvo Renacimiento, ni movimiento literario, artístico y filosófico humanístico. Sin embargo, Orrego ve mas profundo, porque antes que una Ilustración hace falta un Renacimiento, como su presupuesto primario, ello no significa que nuestro continente tenga que reproducir las etapas históricas culturales vividas en Europa.
Pues, Orrego no cree que seamos una porción excéntrica de Occidente, por el contrario afirma que el factor biológico de la cultura en América la convierte a ésta en preñada de Nuevo Mundo, reafirma el mestizaje como el camino de una gran cultura, como la salida a nuestra vejez y la vía para constituirnos en una raza cósmica sin mimetismos simiescos. Lo occidental junto con lo andino son los componentes de la digestión vital del biometabolismo psíquico del continente.
Pero en el tetragrama racial de América se recibe no sólo el legado de lo indígena oriundo, sino también, del blanco occidental, el negro africano y el amarillo asiático. En consecuencia, el humanismo adviniente, como producto más excelso de un Renacimiento cultural, será verdadera y legítimamente americano, sin calco ni copia. Precisamente por ello, el humanismo que germinará en estas tierras americanas no tendrá que reproducir necesariamente el humanismo naturalista y egocéntrico de Occidente, aunque coincida con éste en que el concepto de humanismo tenga un origen religioso, en el sentido del renacimiento del nuevo hombre espiritual del que hablan los evangelios de San Juan y las epístolas de San Pablo.
Efectivamente, tras la letra histórica y ontológica de Orrego está el origen religioso del concepto de un nuevo humanismo. Es decir, renacimiento del hombre americano en un nuevo nacimiento histórico-espiritual. Cuando Orrego nos habla en el capitulo XIV sobre el “ser del individuo”, se refiere a la capa eterna y trascendente como su ser más auténtico, y al existencialismo sartreano le reprocha negar toda prolongación trascendente del hombre. Es decir, su humanismo no exalta el protagonismo humano en el mundo y en la historia sobre la base de la muerte de Dios, al contrario pone énfasis en que sin Dios la condición del hombre se vuelve angustiante y sin amparo.
Nada más alejado de Orrego que, aquel humanismo nietzscheano que afirma el superhombre como encarnación de la voluntad de poderío, o de aquel humanismo existencialista que sostiene que el sentido del ser depende del propio hombre, o de estotro humanismo ético que defiende la idea de un ideal bastante elevado que al final deriva hacia un nihilismo que niega todo valor, o de aquel otro humanismo racionalista que se funda en la autonomía de la razón y racionaliza el sentimiento religioso. Lejos del humanismo secular, que mitologiza a la humanidad, la ciencia y la razón, el humanismo orregiano evita los excesos inmanentistas del secularismo y los extremos trascendentalistas del fideísmo.
En este libro, Hacia un Humanismo Americano, vuelve Orrego a ratificarse en un humanismo que no cae ni en el antropocentrismo ni en el teocentrismo, sino que conjuga la realidad completa de lo humanum y lo divinum. Es por eso que, su humanismo no recae en aquella falsa antinomia sartreana: si Dios no existe entonces el hombre está condenado a ser libre; ni en aquella de índole pascaliana: el problema de Dios escapa de la esfera de la reflexión filosófica para caer en el mundo de lo irracional, del sentimiento y de la fe. Por el contrario, en el humanismo americano Orrego evita caer en los bancos de arena de la rivalidad entre Dios y el hombre, para colocar la cuestión en una nueva forma: Dios y el hombre son, de cierta forma, sujetos contrarios que postulan un reconocimiento recíproco. No cabe escoger entre uno y otro, con la necesaria eliminación – exclusión.
Con este trasfondo espiritual Orrego hace frente a la crisis del hombre moderno, lo que a su vez le permite comprender mejor el destino de los gérmenes históricos como factores del nuevo complejo cultural. De este modo, su punto de partida es un humanismo integral que no se agota en lo inmanente ni se anestesia en lo trascendente.
Elementos del proceso continental
Los capítulos primero y segundo se ocupan de los elementos del proceso histórico continental; y en ella encuentra a la generación precursora del nuevo destino americano y la “teoría del espectro antropológico”. La conquista trajo factores integracionistas (lengua, raza, historia y credo) pero en lo sustantivo siempre fue una ínsula. La independencia si bien se consumó bajo la advocación del enciclopedismo, sin embargo acaba afirmando un feudalismo despótico y oligárquico, por ello no fue simple reflejo de acontecimientos europeos. Fue Bolívar, escribe, el que rescató el sentimiento de unidad hemisférica pero el resultado inmediato fue la traición. Tras la primera guerra mundial se opera en la conciencia americana el reencuentro de sí misma. Nuestra democracia debe resultar de la propia realidad intrahistórica, y por ello no es una cuestión de hábito, como sostiene Tocqueville, sino de ejercicio popular y político. La realidad intrahistórica fundamental de nuestra América es que constituye un pueblo continente, que debe alcanzar el nivel de un Estado continente como resultado de la formación de los grandes Estados mundiales.
Y nuestra democracia, remarcará, debe ser sui géneris, basada en la justicia social de carácter comunitario proveniente del imperio incaico, y de esta forma la aplicación del socialismo no debe ser una imitación europea. La segunda parte de su teoría elemental comprende la teoría del espectro o constelación antropológica occidental, en donde determina tres zonas entremezcladas, donde se dan cita las progenies. La zona diluvial o choque (la conquista y las emigraciones), la zona sepulcral o recesiva, en donde se da el mestizaje plural, y la zona vital y orgánica de recomposición y síntesis. En suma, el mestizaje es el camino para constituir una raza cósmica.
Comienzo del proceso continental
Garcilaso y Bolívar, afirmará en los capítulos III y IV, son las dos etapas fundamentales en el comienzo del proceso histórico continental. Garcilaso representa el instante trágico y Bolívar el instante dramático y promisor en la vida del continente. No hay arte mestizo, porque lo mestizo es sólo tránsito hacia algo, sólo hay arte de transición y de penumbra. Pero las raíces metafísicas en el alumbramiento de la nueva conciencia se retrotraen a la poesía vallejiana, la cual destacando la solidaridad con el dolor humano alcanza la “oscuridad tenebrosa del socavón terrestre”. Desencubriendo la esencia del ser americano testimonia que se ha iniciado un nuevo proceso cultural en América. Vallejo, junto a Heidegger, es el más grande solecista de la época contemporánea.
Las dos tumbas
El indigenismo es la opción pintoresca por el pasado, pero América no será tal si no deja de mirar el sepulcro y dirigir la vista hacia el porvenir (capitulo V). América es un inmenso sepulcro de lo europeo en política y religión especialmente, pero a la vez la cuna de la síntesis y lo nuevo (capitulo VI). América se encuentra constreñida entre dos tumbas: el sepulcro indigenista de los necrólatras o complejo de Edipo por la madre indígena, y el sepulcro europeo, que es el complejo de Edipo de la madre española. Pero, a pesar de ello, nace una nueva criatura entre el desgarramiento de la época (capitulo VII.
Búsqueda de equilibrio espiritual
Latinoamérica es un cadáver androide que domina la vida colectiva, subvirtiendo la muerte; autómatas semicadáveres, medio hombre y medio espectros, larvas mentales que agostan lo nuevo y joven (capitulo VIII). Así, el hombre americano carece de armonía interior, esta psíquicamente enfermo su alma es la encrucijada psíquica del mundo. El hombre contemporáneo necesita una nueva armonía entre ciencia y arte, raciocinio e intuición, acción y contemplación. Un mundo puramente científico como puramente artístico es un mundo deshumanizado. Y la salud mental se recupera con el sacrificio (capitulo IX). Sin embargo, América está al borde de su juventud, sin dejar de ser aún una civilización dislocada; pero ninguna tierra como ella está conformada para una nueva y fecunda faena del espíritu. Las fuerzas arquetípicas son la acción del espíritu, las cuales conforman el cuerpo y el alma del hombre; pues la raza, el medio, el clima, etc, son meros conductores de estas fuerzas arquetípicas (capitulo X. Estas mismas fuerzas señalan el porvenir de nuestra lengua castellana, la cual está destinada a convertirse en lengua muerta como el latín, su desarticulación ha comenzado, de su fusión con otros giros y lenguas surgirá otro idioma más rico y universal. Es Cervantes mismo el que nos incita a llevar a nuestro idioma a sus últimas dimensiones históricas, espirituales y expresivas (capitulo XI).
Circunstancia americana
La cultura americana debe partir de su propia circunstancia, debe ser un pensamiento histórico y no un pensamiento intemporal. La tarea es ardua y difícil por la fascinación de nuestro pasado petrificado y muerto, y por el deslumbramiento del magisterio europeo (capitulo XII). La circunstancia americana se configura en el sentimiento de unidad, entendida como emoción metafísica y trayectoria vital del hombre americano. América está destinada a ser el epicentro de una nueva irradiación histórica, encarnación de la conciencia cósmica, lugar de surgimiento de una cultura universal ecuménica y planetaria. América nació y vive bajo el signo de la integración, el cual no es un tópico académico sino una vivencia colectiva. La presencia de esta nueva raíz integracionista es la patencia de un nuevo humanismo americano. El mundo corre hacia la unificación y América hacia un Estado mundial Indoamericano, distinta a la europea y a la precolombina (capitulo XIII).
El ser de lo Americano.
A través de la angustia y la nada se alcanza la capa trascendente y eterna del individuo; a través de la vigencia histórica se aprehende el ser de los pueblos, y a través de la nihilización del orbe cultural europeo y del orbe cultural indio se llega al ser de la nueva América. La razón vital con dialéctica histórica sirve para comprender la indagación del ser histórico. En la crisis mundial se va constituyendo una unificación antropológica mediante el mestizaje, y una unificación político jurídico. América lleva la delantera en estos dos procesos unificantes, que son la base material de su conciencia integradora, como también de su verdadero ser histórico (capitulo XIV). En el ser de lo americano se dio y aún persiste la doble tensión polar de la constelación mexicana y andina, que se encaminaban en su tiempo a la unificación hemisférica. Los gérmenes históricos que conforman la cultura americana son: La libertad (México) y la Justicia (Perú) (Capitulo XV).
El renacimiento americano.
Pero en el ser de lo americano los gérmenes culturales sufren un proceso de integración y desintegración. La colisión de la Conquista es la clave para comprender el proceso histórico de la nueva América. Para Toynbee la vieja cultura indígena está emergiendo en la sociedad actual, lo cual es una observación suya errónea y superficial. Pues, hay que distinguir en toda cultura su morfología y su esencia, la primera está definitivamente desintegrada desde el choque cultural de la conquista, al igual que la europea; la segunda sobrevive en el inconsciente colectivo del pueblo. Con la primera y segunda guerra mundial, la cultura europea perdió vigencia, lo cual favoreció la emersión de los gérmenes culturales propios. Pero estos no son de la fenecida cultura indígena, sino que son una fecundación nueva y una fusión dialéctica de una novedosa unidad cultural. El renacimiento americano no es una ilusión europeizante, se trata de un proceso vital y cultural, mas bien la ilusión falaz pertenece a la resurrección de las antiguas culturas (capitulo XVI). América insurge a la vida histórica de una catástrofe extremada (la Conquista); su rumbo puede ser expresado por el apotegma: de la sima a la cima. Hoy, América nace de una apretado nudo de raíces planetarias, su ser transparenta la integración universal de todas la razas (india, blanca, negra y amarilla). Aquí se da la antinomia entre lo europeo y el indio, y la antinomia entre el negro y el indígena. Se da una constelación triangular de polaridades, en donde el indio aporta el sentido de la tierra (razón social) el negro el sentido de la belleza (razón estética) y el blanco el sentido instrumental (razón técnica). La aportación del espíritu despierto es lo primordial del blanco. América es la expresión integral del orbe entero. La cultura superior es resultado de la coordinación de las fuerzas inferiores vitales con las energía superiores del espíritu (capitulo XVII).
Lima, Salamanca 21 de Julio 2012