sábado, 21 de julio de 2012

EL HOMBRE COMO CRIATURA UTÓPICA

EL HOMBRE COMO CRIATURA UTÓPICA

Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía


DEFINICION DE UTOPIA
La  definición usual de la Utopía es: Género literario y filosófico creado por Tomás Moro basado en la planificación ideal de una forma de gobierno perfecto, a la cual se le ha añadido posteriormente la acepción de ‘irrealizable’ (utópica).

Esto es que no sólo es el ideal político, social y religioso irrealizable (Platón, Campanella, Bacon), sino también, y a la luz de modernas teorías psicológicas de desarrollo personal y motivación,  involucra la dimensión personal e individual

VALORACION DE LA UTOPÍA
Fue el filósofo fundador del positivismo Augusto Compte quien confió a la utopía la tarea de mejorar las instituciones políticas y desarrollar las ideas científicas.

Fue Marx el que le dio un connotación peyorativa y condenó como utopistas las formas de socialismo de Fourier, Saint-Simon y Proudhon.

Más tarde Sorel opuso la utopía, obra de teóricos, al mito, obra de revolucionarios. Lo cual fue recogido por el marxista peruano José Carlos Mariátegui.

En sentido contrario, Mannheim considera que la Utopía tiende a realizarse mientras que Ideología no. Lo que es modernamente aplicado por Francis Fukuyama con su tesis del fin de la historia y el triunfo del neoliberalismo.

ELEMENTOS DE LA UTOPÍA
Los elementos de la utopía pueden clasificarse del modo siguiente:

-       Profético, anuncio de acontecimientos porvenir.
-       Escatológico, referente a las cosas últimas de la historia o del futuro.
-       Cientista, conformada por observaciones útiles y genuinamente objetivas.
-       Moralistas, recomendaciones para mejorar la conducta social e individual.

VARIEDADES DE UTOPÍAS HISTÓRICAS

A.-MÍTICO-RELIGIOSAS:
-       U. mágico-animista, busca la felicidad con conjuros y sortilegios
-       U. Milenarista, unido al mito arcaico de Fundación y al mito de la Promesa
-       U. Cristiana, predica la perfecta Ciudad Celeste de Dios ante la concupiscente Ciudad Terrestre.
-       U. Apocalíptica, busca establecer el Reino de los evangelios.
-       U. Cabalística, preconiza el destino místico-revelado del mundo.
-       U. ufológicas, mantiene la idea que civilización extraterrestre salvará la humanidad.

B.- LITERARIA:
-       U. Imaginarias, propone exploraciones ficticias (Cirano de Bergerac, Fenelón, Variasse).

C.-FILOSÓFICAS:
-       U. Racionalista, que confía en la razón para los cambios sociales
-       U. Iluminista, extiende la crítica de la razón a todos los campos sin excepción.
-       U. Positivista, amplía el método científico a la organización de la sociedad humana.
-       U. Hermenéutica, propone un mundo pluralista sin estructuras objetivas de la realidad.
-       U. Naturalista, lo cultural es funcional por tanto hay que adaptarse al determinismo genético (R. Dawkins).
-      
D.-POLÍTICAS:
-       U. Marxista, preconiza que cambiando el ser social se transforma la conciencia social.
-       U. Liberal, búsqueda de un mundo feliz donde prime la libertad sobre la autoridad.

CLASIFICACIÓN DE LAS UTOPÌAS
-       U. Cientistas, aquellas que ponen mayor énfasis en el elemento científico, en la episteme, (Racionalista, Iluminista, Positivista, Marxista, Naturalista, Liberal) y que son mayormente de raigambre occidental.
-       U. Escatológicas, las que colocan la mayor importancia en el elemento intuitivo, irracional y mistérico (Milenarista, Cristiana, Apocalíptica, Cabalística, Imaginaria) y que son o padecen el influjo de las civilizaciones orientales.
-       U. Interpretacionistas, enfatizan la racionalidad interpretativa, el nihilismo escéptico y el pluralismo.
-       U. personales, corresponde a las metas e ideales personales.

LA UTOPÍA HERMENÉUTICA.-
-       Sostiene que todas las utopías clásicas son falsas porque se basan en un fundamentalismo metafísico que supone una estructura objetiva de la realidad.
-       El fin de las utopías clásicas representa el fin de la modernidad misma.
-       El fin de la modernidad exige ir hacia una racionalidad histórico-interpretativa.
-       La racionalidad interpretativa rescata la dimensión utópica pluralista y nihilista.
-       Ha sonado la hora del naufragio de las Utopías esencialistas y su reemplazo por las Utopías antiesencialistas, no metafísicas y anti fundamentalistas.
-       Vattimo (Nihilismo y emancipación, 2003) reconoce la necesidad de una izquierda no metafísica, más pragmática y desideologizada, que asuma la autonomía de la política y abandone la interpretación metafísica entre justicia y derecho.

CONSIDERACIÓN CRÍTICA.-
-       El pensamiento utópico occidental ha entrado en una seria crisis histórica tras el derrumbe del socialismo real y el desencanto de la globalización neoliberal. Lo que se viene imponiendo es un pragmatismo anético, sin valores y ramplón que va decantando un peligroso derrotero histórico para nuestra civilización
-       ¿Tendrá razón la filosofía hermenéutica posmoderna al sostener que la nueva utopía de nuestros tiempos es la U. nihilista que busca un mundo donde se respeten la pluralidad de interpretaciones y la libertad de cada uno? ¿es acaso cierto y justo afirmar, como lo hace la filosofía posmoderna, que todas las U. clásicas han pretendido imponer la libertad y la democracia mediante la violencia armada, como es el caso de la lucha norteamericana contra el llamado eje del mal?
-       Pero ante la interpretación hermenéutica surge la pregunta ¿Si no hay verdad objetiva ni principio de realidad, si no hay ser sino evento interpretativo, entonces cómo legitimar la libertad, la justicia y el derecho?
-       Lo cierto y constatable es que por un lado no todas sino algunas U. esencialistas ponen en peligro la libertad del individuo, y por otro lado, las U. antiesencialistas buscando preservar la libertad humana ponen en peligro la posibilidad del conocimiento y de la verdad misma.
-       En conclusión, el pensamiento social Utópico resuelve su vigencia al no entregarse en brazos del relativismo escéptico ni caer bajo el peso del fundamentalismo dogmático.
-       Además, onto-antropológicamente el ser humano es constitutivamente utópico, no sólo vive haciendo utopías sociales y personales, sino que su ser es una utopía, un proyecto, una posibilidad incierta e irrealizable de perfección, busca lo imposible y sueña constantemente con lo utópico.
-       El hombre es un ser utópico porque es un ser imaginativo. Es decir, no vive ceñido al dato fáctico del mundo, sino a la imagen que recrea en sí sobre el mundo, vive su sueño, su propia poesía, y esto es lo que lo hace más humano.

Lima, Salamanca 21 de Julio 2012

ANTENOR ORREGO PROFETISMO Y UTOPISMO NO CIENTISTA

ANTENOR ORREGO
 PROFETISMO Y UTOPISMO NO CIENTISTA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
 

Antenor Orrego no fue un sabio acrisolado al estilo de Confucio, ni un místico sumido en la meditación como Buda, fue más bien una figura radicalmente profética, caracterizada por una espiritualidad de extraordinaria intensidad.
Un gran pensador, a su manera, fue un filósofo perfectamente coherente pero no un filósofo sistemático que nos dejara un sistema doctrinal perfectamente acabado y libre de contradicciones. No fue un erudito apartado del mundo, que desarrollara una problemática filosófica abstracta de fe y obras.
A él se podría aplicar perfectamente las palabras de Pablo en los Hechos de los Apóstoles: “He soportado más penalidades, he estado mas veces en prisión, me han dado más azotes, muchas veces estuve en peligro de muerte... He hecho muchos viajes, he cruzado peligrosos ríos, peligros de salteadores, peligros de los de mi pueblo, peligros de gentiles, peligros de ciudad, peligros en despoblado, peligros de mar, peligros entre falsos hermanos”.
La vena profética de Orrego no sigue un enfoque reflexivo y temático, sino que la misma fue un proyecto vital; su grandeza se mide así como resultado de cómo resplandece en su obra la autenticidad de una vida que vivió de cara tanto a la historia, como a la eternidad.
Sin embargo, ¿hay mesianismo en su pensamiento? ¿si lo hubiera, cómo entenderlo en relación con su profetismo? ¿no fue mas bien un utopista? ¿Guardará su pensamiento relación con el milenarismo?.
En realidad, esto es todo un tema que ocuparía un estudio aparte; por lo cual aquí sólo dejaré apuntadas unas cuantas ideas. Conocido es, por ejemplo, cómo el pensamiento iluminista, profético y apocalíptico de Joaquín De Fiore(fallecido en 1202), influyó sobre algunos cronistas de la Conquista de América, con su doctrina de las tres edades del mundo: la edad del padre o del Antiguo Testamento, la edad del Hijo o del Nuevo Testamento, y la edad del Espíritu Santo o monacal y espiritual; haciéndolos pensar que lo que estaba ocurriendo en la Conquista del Nuevo Mundo pertenecía a la edad del Espíritu Santo. Un eco lejano de la profecía iluminista de joaquinismo se puede establecer en Orrego, cuando en vez de la edad del espíritu santo el predice la edad del humanismo americano para en nuevo mundo.
Su profetismo encierra esa confianza mesiánica en un proceso bienhechor que se espera. Pero tratase de un proceso que ha de plasmar una idea o proyecto hermoso pero realizable, en ese sentido no es utópico para él el humanismo americano que prevé. No obstante hay vínculos con el tema de la Ciudad Radiante común al utopismo y al milenarismo. Y es que él, después de todo, es un pensador occidental, que nace de una doble raíz externa: semítica o judeocristiana, de la que hereda la noción de progreso, creación y libertad individual; y grecorromana o indoeuropea, de la que recibe el racionalismo y la visión cíclica de la historia. Pero a su vez cuenta con la presencia de una raíz interna: el mestizaje entre lo indígena y lo hispánico, de la que absorbe un alma dividida que añora su integración.
El humanismo americano de Orrego, en este sentido, no está al margen del dilema de los tiempos modernos entre la revolución milenarista, que busca la revolución de los pobres y el progreso, y la utopía cientista, que supone el regreso a la quietud protectora del seno materno y el eterno presente. Pero él fue consciente de que ambos ponen en peligro la libertad del individuo.
Si la utopía es el símbolo onírico de retornar al protector útero materno, el milenarismo es el avance hacia la   dictadura  del   pueblo, la utopía es un sueño de refugio y la utopía científica mezcla está calma con la noción de progreso del milenarismo. En este sentido, lo que tranquiliza al hombre secularizado de hoy no es la religión sino la ciencia, aún bajo peligro de sacrificar su tranquilidad. En el marxismo hay la utopía de las leyes justas, y a la vez el milenarismo del reino de los pobres.
Orrego no es un milenarista porque cree que más allá de cualquier configuración histórica del Espíritu, incluso del humanismo americano, está en primer lugar el reino de la felicidad infinita del espíritu finito por la presencia de Dios en la conciencia del hombre. No abraza por tanto un utopismo cientista que pone incienso en el altar de la ciencia ni cree en la perennidad de la felicidad presente en este mundo. Pero tampoco es un milenarista de viejo cuño, que rechace la necesidad de construir en la tierra la Ciudad del Sol; lo que no admite es el peligro totalitario de cualquier teocentrismo ó antropocentrismo, por ello, justamente su metafísica resucita – sin quererlo – la síntesis realista del tomismo entre lo inmanente y lo trascendente, evitando caer en una metafísica inmanentista atea del existencialismo tanto sartreano como heideggeriano, y la chatura neopositivista que hiperboliza lo experimental y lo sensible.
            Su metafísica se basa en una filosofía equilibrada que no rechaza la ciencia, confía en la razón sin desconocer sus límites y subraya la responsabilidad social del hombre sin olvidar que su fin último es la vida sobrenatural y la visión de Dios.
Lima, Salamanca 21 de Julio 2012

ANTENOR ORREGO Y HUMANISMO SIN ANTROPOCENTRISMO

ANTENOR ORREGO Y EL HUMANISMO
 SIN ANTROPOCENTRISMO
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

                                                    

Hacia un humanismo americano es una obra inédita de Antenor Orrego, publicada por Mejía Baca en el año 1966; no comentada por Augusto Salazar Bondy en su Historia de la ideas en el Perú contemporáneo de 1967, apenas mencionada en un pié de página en su Filosofía en el Perú; presentada en las Obras Completas de 1995 sin comentario ni reseña alguna; y expuesta justiciera, aunque sucintamente en veintidós  líneas, por David Sobrevilla en su Filosofía Contemporánea en el Perú de 1996.

Por esto, no creo haber incurrido en un exceso al haber expuesto con alguna mayor atención su contenido. Al contrario, creo que era necesario por un doble motivo: para apreciar los sutiles matices de su pensamiento, y para demostrar que su elán humanista hallase fuertemente unido aún ontologismo religioso.

Se trata, pues, de entender el humanismo americano de Orrego en su plenaria dimensión: un nuevo proceso vital y cultural preformado fecundamente por las fuerzas arquetípicas del Espíritu, que actúan desde la profunda capa trascendente y eterna del individuo. Esta acción fecunda en la historia humana por parte del Espíritu,  guarda  un  parecido muy estrecho con Bossuet y su idea que la causa única y primera de la Historia es Dios, el cual actúa a través de una causalidad natural. En Orrego, el humanismo no supone deslizarse hacia la antropolatría de Feuerbach, Compte o Nietzsche, ni encarna aquella culminación de la absoluta autonomía humana hija del antropocentrismo renacentista.

Su noción de espíritu está lejos de derivar hacia una divinización democrática de la humanidad, como ocurre en los dos primeros mencionados, ni en una divinización aristocrática del hombre como sucede con el filósofo de la voluntad de poder. Tampoco Espíritu significará para Orrego: alma, entendimiento o razón, o lo que Hegel llama Espíritu subjetivo; ni significa el mundo de las instituciones históricos-sociales como en Dilthey; o forma de vidas como en Spranger. Sino que, su significado se retrotrae mas acá de la filosofía moderna, resulta más emparentado con la fuerza sutil que anima todas las cosas en el cristianismo, aunque sin mentar el significado trinitario del nombre Espíritu.

            Substancia sutil, antes que la materia sutil de los estoicos y teósofos del Renacimiento, es lo que hay en Orrego. Cierto que, Víctor Andrés Belaunde, en su Síntesis Viviente, al referirse a la crisis de la civilización actual la relaciona con la desintegración del Espíritu religioso, mientras que Orrego pondrá más énfasis en su humanismo americano, en el crisol de las culturas, su entremezclamiento y nuevo fruto. Pero aquí el contraste es de perspectiva más que de contenido, porque mientras Belaunde  pone énfasis  en el  objetivo  religiosos Orrego pone hincapié en el proceso cultural para llegar al mismo objetivo.
Es decir, su humanismo supone al Espíritu que guía a los hombres por la senda de la verdad y estará con ellos siempre como presencia continua de Dios.
 Antenor Orrego y Víctor Andrés Belaunde se inspiran siempre en una antropología de la trascendencia, postulan como el Inca Garcilaso que nuestro objetivo es lograr la unidad espiritual mediante el mestizaje y que la tragedia del hombre moderno reside en cerrarse a la fe y a la trascendencia. Sin embargo, en Orrego no hay ese abierto y franco catolicismo presente en Belaunde.
Lima, Salamanca 21 de Julio 2012

ANTENOR ORREGO Y LA TRAYECTORIA AMERICANA

ANTENOR ORREGO
 Y LA TRAYECTORIA AMERICANA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

 
            Para Orrego,  nuestra trayectoria histórica, en que se degradan los productos culturales del pasado para la preparación de una nueva cultura, no sólo nos encamina ha constituirnos en un pueblo continente con el imperativo de formar un estado continente, sino fundamentalmente, a marchar hacia un humanismo americano por medio de la fusión de estirpes antagónicas, entre el blanco europeo, el negro africano y el indio americano. Fusión capaz de resolver la encrucijada de la crisis del hombre en esta supresión de las antinomias y por la potenciación de sus posibilidades.
El punto de partida de Orrego
Orrego cree que, así como de la fusión de estirpes opuestas en el Renacimiento europeo nació el humanismo, de modo similar aquí en América, de la fusión de gérmenes distintos habrá de surgir un neo humanismo americano. América está destinada a convertirse en el epicentro de una nueva época y cultura mundial. Pero no se crea que su humanismo americano incide mas en lo etnológico que en lo ontológico, más en el aspecto histórico que en el especulativo. Lejos de ello, como se verá, la indagación del ser histórico de la nueva América transita por el examen del ser del individuo, del ser de los pueblos y el ser de la nueva América, en consonancia con una descripción de la  nihilización de dos orbes culturales.
            Pero quizá sea este el momento para destacar como digresión lo afirmado por el mejicano Octavio Paz. Este había afirmado que, Latinoamérica vive la tragedia de no haber tenido siglo dieciocho, es decir  no ha tenido Ilustración ni revolución burguesa y por ello conocemos mejor la sátira, el humor, vivimos entre los espasmos de rebeldía  y el estupor de la pasividad, y en medio de esta inmensa omisión histórica desconocemos la tolerancia y la verdadera democracia.
Si enlazamos esta reflexión a las meditaciones de Orrego, podríamos completar el razonamiento coligiendo que Latinoamérica no tuvo siglo dieciocho, ni ilustración ni revolución burguesa porque tampoco tuvo siglo quince ni dieciséis, no tuvo Renacimiento, ni movimiento literario, artístico y filosófico humanístico. Sin embargo, Orrego ve mas profundo, porque antes que una Ilustración hace falta un Renacimiento,  como su presupuesto primario, ello no significa que nuestro continente tenga que reproducir las etapas históricas culturales vividas en Europa.
            Pues, Orrego no cree que seamos una porción excéntrica de Occidente, por el contrario afirma que el factor biológico de la cultura en América la convierte a ésta en preñada de Nuevo Mundo, reafirma el mestizaje como el camino de una gran cultura, como la salida a nuestra vejez y la vía para constituirnos en una raza cósmica sin mimetismos simiescos. Lo occidental junto con lo andino son los componentes de la digestión  vital del biometabolismo psíquico del continente.
Pero en el tetragrama racial de América se recibe no sólo el legado de lo indígena oriundo, sino también, del blanco occidental, el negro africano y el amarillo asiático. En consecuencia, el humanismo adviniente, como producto más excelso de un Renacimiento cultural, será verdadera y legítimamente americano, sin calco ni copia. Precisamente por ello, el humanismo que germinará en estas tierras americanas no tendrá que reproducir necesariamente el humanismo naturalista y egocéntrico de Occidente, aunque coincida con éste en que el concepto de humanismo tenga un origen religioso, en el sentido del renacimiento del nuevo hombre espiritual del que hablan los evangelios de San Juan y las epístolas de San Pablo.   
            Efectivamente, tras la letra histórica y ontológica de Orrego está el origen religioso del concepto de un nuevo humanismo. Es decir, renacimiento del hombre americano en un nuevo nacimiento histórico-espiritual. Cuando Orrego nos habla en el capitulo XIV sobre el “ser del individuo”, se refiere a la capa eterna y trascendente como su ser más auténtico, y al existencialismo sartreano le reprocha negar toda prolongación trascendente del hombre. Es decir, su humanismo no exalta el protagonismo humano en el mundo y en la historia sobre la base de la muerte de Dios, al contrario pone énfasis en que sin Dios la condición del hombre se vuelve angustiante y sin amparo.
            Nada más alejado de Orrego que, aquel humanismo nietzscheano que afirma el superhombre como encarnación de la voluntad de poderío, o de aquel humanismo existencialista que sostiene que el sentido del ser depende del propio hombre, o de estotro humanismo ético que defiende la idea de un ideal bastante elevado que al final deriva hacia un nihilismo que niega todo valor, o de aquel otro humanismo racionalista que se funda en la autonomía de la razón y racionaliza el sentimiento religioso. Lejos del humanismo secular, que mitologiza a la humanidad, la ciencia y la razón, el humanismo orregiano evita los excesos inmanentistas del secularismo y los extremos trascendentalistas del fideísmo.
En este libro, Hacia un Humanismo Americano, vuelve Orrego a ratificarse en un humanismo que no cae ni en el antropocentrismo ni en el teocentrismo, sino que conjuga la realidad completa de lo humanum y lo divinum.  Es por eso que, su humanismo no recae en aquella falsa antinomia sartreana: si Dios no existe entonces el hombre está condenado a ser libre; ni en aquella de índole pascaliana: el problema de Dios escapa de la esfera de la reflexión filosófica para caer en el mundo de lo irracional, del sentimiento y de la fe. Por el contrario, en el humanismo americano Orrego evita caer en los bancos de arena de la rivalidad entre Dios y el hombre, para colocar la cuestión en una nueva forma: Dios y el hombre son, de cierta forma, sujetos contrarios que postulan un reconocimiento recíproco. No cabe escoger   entre uno y otro, con la necesaria eliminación – exclusión.       
            Con este trasfondo espiritual Orrego hace frente a la crisis del hombre moderno, lo que a su vez le permite comprender mejor el destino de los gérmenes históricos como factores del nuevo complejo cultural. De este modo, su punto de partida es un humanismo integral que no se agota en lo inmanente ni se anestesia en lo trascendente.
Elementos del proceso continental
            Los capítulos primero y segundo se ocupan de los elementos del proceso histórico continental; y en ella encuentra a la generación precursora del nuevo destino americano y la “teoría del espectro antropológico”. La conquista trajo factores integracionistas (lengua, raza, historia y credo) pero en lo sustantivo siempre fue una ínsula. La independencia si bien se consumó bajo la advocación del enciclopedismo, sin embargo acaba  afirmando un feudalismo despótico y oligárquico, por ello no fue simple reflejo de acontecimientos europeos. Fue Bolívar, escribe, el que rescató el sentimiento de unidad hemisférica pero el resultado inmediato fue la traición. Tras la primera guerra mundial se opera en la conciencia americana el reencuentro de sí misma. Nuestra democracia debe resultar de la propia realidad intrahistórica, y por ello no es una cuestión de hábito, como sostiene Tocqueville, sino de ejercicio popular y político. La realidad intrahistórica fundamental de nuestra América es que constituye un pueblo continente, que debe alcanzar el nivel de un Estado continente como resultado de la formación de los grandes Estados mundiales.
            Y nuestra democracia, remarcará, debe ser sui géneris, basada en la justicia social de carácter comunitario proveniente del imperio incaico, y de esta forma la aplicación del socialismo no debe ser una imitación europea. La segunda parte de su teoría elemental comprende la teoría del espectro o constelación antropológica occidental, en donde determina tres zonas entremezcladas, donde se dan cita las progenies. La zona diluvial o choque (la conquista y las emigraciones), la zona sepulcral o recesiva, en donde se da el mestizaje plural, y la zona vital y orgánica de recomposición y síntesis. En suma, el mestizaje es el camino para constituir una raza cósmica.
Comienzo del proceso continental
Garcilaso y Bolívar, afirmará en los capítulos III y IV, son las dos etapas fundamentales en el comienzo del proceso histórico continental. Garcilaso representa el instante trágico y Bolívar el instante dramático y promisor en la vida del continente. No hay arte mestizo, porque lo mestizo es sólo tránsito hacia algo, sólo hay arte de transición y de penumbra. Pero las raíces metafísicas en el alumbramiento de la nueva conciencia se retrotraen a la poesía vallejiana, la cual destacando la solidaridad con el dolor humano alcanza la “oscuridad tenebrosa del socavón terrestre”. Desencubriendo la esencia del ser americano testimonia que se ha iniciado un nuevo proceso cultural en América. Vallejo, junto a Heidegger, es el más grande solecista de la época contemporánea.

Las dos tumbas
            El indigenismo es la opción pintoresca por el pasado, pero América no será tal si no deja de mirar el sepulcro y dirigir la vista hacia el porvenir (capitulo V). América es un inmenso sepulcro de lo europeo en política y religión especialmente, pero a la vez la cuna de la síntesis y lo nuevo (capitulo VI). América se encuentra constreñida entre dos tumbas: el sepulcro indigenista de los necrólatras o complejo de Edipo por la madre indígena, y el sepulcro europeo, que es el complejo de Edipo de la madre española. Pero, a pesar de ello, nace una nueva criatura entre el desgarramiento de la época (capitulo VII.
Búsqueda de equilibrio espiritual
Latinoamérica es un cadáver androide que domina la vida colectiva, subvirtiendo la muerte; autómatas semicadáveres, medio hombre y medio espectros, larvas mentales que agostan lo nuevo y joven (capitulo VIII). Así, el hombre americano carece de armonía interior, esta psíquicamente enfermo su alma es la encrucijada psíquica del mundo. El hombre contemporáneo necesita una nueva armonía entre ciencia y arte, raciocinio e intuición, acción y contemplación. Un mundo puramente científico como puramente artístico es un mundo deshumanizado. Y la salud mental se recupera con el sacrificio (capitulo IX). Sin embargo, América está al borde de su juventud, sin dejar de ser aún una civilización dislocada; pero ninguna tierra como ella está conformada para una nueva y fecunda faena del espíritu. Las fuerzas arquetípicas son la acción del espíritu, las cuales conforman el cuerpo y el alma del hombre; pues la raza, el medio, el clima, etc, son meros conductores de estas fuerzas arquetípicas (capitulo X. Estas mismas fuerzas señalan el porvenir de nuestra lengua castellana, la cual está destinada a convertirse en lengua muerta como el latín, su desarticulación ha comenzado, de su fusión con otros giros y lenguas surgirá otro idioma más rico y universal. Es Cervantes mismo el que nos incita a llevar a nuestro idioma a sus últimas dimensiones históricas, espirituales y expresivas (capitulo XI).
Circunstancia americana
La cultura americana debe partir de su propia circunstancia, debe ser un pensamiento histórico y no un pensamiento intemporal. La tarea es ardua y difícil por la fascinación de nuestro pasado petrificado y muerto, y por el deslumbramiento del magisterio europeo (capitulo XII). La circunstancia americana se configura en el sentimiento de unidad, entendida como emoción metafísica y trayectoria vital del hombre americano. América está destinada a ser el epicentro de una nueva irradiación histórica, encarnación de la conciencia cósmica, lugar de surgimiento de una cultura universal ecuménica y planetaria. América nació y vive bajo el signo de la integración, el cual no es un tópico académico sino una vivencia colectiva. La presencia de esta nueva raíz integracionista es la patencia de un nuevo humanismo americano. El mundo corre hacia la unificación y América hacia un Estado mundial Indoamericano, distinta a la europea y a la precolombina (capitulo XIII).
El ser de lo Americano.
A través de la angustia y la nada se alcanza la capa trascendente y eterna del individuo; a través de la vigencia histórica se aprehende el ser de los pueblos, y a través de la nihilización  del orbe cultural europeo y del orbe cultural indio se llega al ser de la nueva América. La razón vital con dialéctica histórica sirve para comprender la indagación del ser histórico. En la crisis mundial se va constituyendo una unificación antropológica mediante el mestizaje, y una unificación político jurídico. América lleva la delantera en estos dos procesos unificantes, que son la base material de su conciencia integradora, como también de su verdadero ser histórico (capitulo XIV). En el ser de lo americano se dio y aún persiste la doble tensión polar de la constelación mexicana y andina, que se encaminaban en su tiempo a la unificación hemisférica. Los gérmenes históricos que conforman la cultura americana son: La libertad (México) y la Justicia (Perú) (Capitulo XV).
El renacimiento americano.
            Pero en el ser de lo americano los gérmenes culturales sufren un proceso de integración y desintegración. La colisión de la Conquista es la clave para comprender el proceso histórico de la nueva América. Para Toynbee la vieja cultura indígena está emergiendo en la sociedad actual, lo cual es una observación suya errónea y superficial. Pues, hay que distinguir en toda cultura su morfología y su esencia, la primera está definitivamente desintegrada desde el choque cultural de la conquista, al igual que la europea; la segunda sobrevive en el inconsciente colectivo del pueblo. Con la primera y segunda guerra mundial, la cultura europea perdió vigencia, lo cual favoreció la emersión de los gérmenes culturales propios. Pero estos no son de la fenecida cultura indígena, sino que son una fecundación nueva y una fusión dialéctica de una novedosa unidad cultural. El renacimiento americano no es una ilusión europeizante, se trata de un proceso vital y cultural, mas bien la ilusión falaz pertenece a la resurrección de las antiguas culturas (capitulo XVI). América insurge a la vida histórica de una catástrofe extremada (la Conquista); su rumbo puede ser expresado por el apotegma: de la sima a la cima. Hoy, América nace de una apretado nudo de raíces planetarias, su ser transparenta la integración universal de todas la razas (india, blanca, negra y amarilla). Aquí se da la antinomia entre lo europeo y el indio, y la antinomia entre el negro y el indígena. Se da una constelación triangular de polaridades, en donde el indio aporta el sentido de la tierra (razón social) el negro el sentido de la belleza (razón estética) y el blanco el sentido instrumental (razón técnica). La aportación del espíritu despierto es lo primordial del blanco. América es la expresión integral del orbe entero. La cultura superior es resultado de la coordinación de las fuerzas inferiores vitales con las energía superiores del espíritu (capitulo XVII). 
Lima, Salamanca 21 de Julio 2012