Sentido místico supraidiomático. Lo inexpresable.
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
El sentido
místico plantea el problema del conocimiento por mero contacto, sin un elemento
de representación ni descripción. Aquí no se trata de un conocimiento intuitivo
sensible antes de que surja el lenguaje, sino de un conocimiento intuitivo suprasensible después de que aparezca el
lenguaje, pero éste se muestra impotente e inservible. Si el sentido de las
“cosas” es anterior al sentido de las “palabras”, el sentido “místico” es
posterior al sentido de las “palabras”. Seguramente este sentido supraidiomático es un caso de conocimiento sin un elemento
de descripción.
El sentido místico
es el sinsentido para el hombre natural pero, a su vez, es el sentido más
profundo de su ser y de la realidad.
Pero
aquí surge una grave dificultad. ¿Cómo llamar conocimiento a aquel sentido cuya
significación no implique comunicación y alguna clase de lenguaje? Suponiendo
que hay algo a lo que se refiere el Aquinate al margen de toda comunicación,
juicio y lenguaje, ¿qué es lo que sería? Podemos, quizá, llamarlo conocimiento
pero aquella afirmación: “Todo lo que he escrito es paja”, es en realidad, una
metáfora radical, es decir aquello que rebasa toda expresión.
Me
explico. El desarrollo del lenguaje y de la conciencia idiomática va de la
copia a la analogía y de la analogía al concepto y al símbolo. En la mística
parece que la línea del desarrollo del lenguaje se invirtiera yendo del símbolo
y el concepto hacia la metáfora. Esta etapa analógica del lenguaje es la que
trata de aflorar en la mística pero de modo infructuoso, porque si bien la
metáfora radical es creadora de nuevos sentidos, sin embargo, en el éxtasis
místico conoce su verdadero fracaso e impotencia. La metáfora radical del
éxtasis místico encarna lo inexpresable.
La
predicación analógica es expresión no ambigua de sentido, es auténtica
caracterización de las cosas. Pero sucede que en el éxtasis místico la
predicación analógica no cuenta con recursos de caracterización posible,
recurriéndose tan sólo a tautologías de índole negativa. El fenómeno místico
señala un contexto y un universo muy diferente que no se deja atrapar ni por la
predicación analógica.
Es
cierto, predicamos a Dios por analogía pero lo que se dice es muy limitado. O
sea nuestro intento de nombrar la “cosa” fracasa. Esto significa que si bien el
movimiento natural del lenguaje discursivo es ascendente y va de lo físico a lo
espiritual, sin embargo, el lenguaje idiomático no es el único recurso con el
que cuenta el hombre para conocer. Lo ético, lo estético y lo religioso así lo
testimonian. Susanne Langer enfatizó este hecho distinguiendo entre
inteligencia discursiva, que emplea símbolos discursivos, y la inteligencia no
discursiva, que emplea símbolos presentativos (Nueva Clave de la Filosofía, p.97).
Esto es,
hay recursos cognoscitivos en los sentidos significativos no idiomáticos (en
todas las artes, el mito y el rito), aunque es cierto que en algunos, como en
la poesía y la religión, hay elementos que implican no descartar al elemento
descriptivo. La música no emplea palabras sino sonidos agrupados en armoníassignificativas, y la religión contiene ritos simbólicos igualmente
significativos. Pero todos ellos trasmiten sentidos comunicables. El simbolismo
presentativo es también portador de ideas.
La
estética kantiana insiste en que el arte es la comunicación de ideas sin
conceptos. Quizá la única excepción sea la experiencia mística inexpresable,
pero que lejos de negar el movimiento natural del lenguaje de lo físico a lo
espiritual, subraya aun con más énfasis la mayor espiritualización del lenguaje
y de las ideas al prescindir de las palabras, la comunicación y de la
descripción.
Además,
no toda descripción es discursiva. Al escuchar una melodía se transmite una
descripción sin palabras y sin conceptos. Es decir, sí existe un conocimiento
por mero contacto que implica un elemento de descripción no discursivo.
Ahora
bien, lo anteriormente admitido no tiene que ser incompatible con el principio
de que no hay conocimiento que no implique un elemento de descripción y, por
tanto, de lenguaje. Sólo que habría de hacer la salvedad, en primer lugar, que
no tiene que admitirse únicamente la descripción discursiva y conceptual como
la única válida; y en segundo lugar, así como no todo sentido significativo
implica el concepto, de modo similar no todo lenguaje tiene que ser
necesariamente comunicable. Y la mística es un lenguaje no comunicable. Si esto
es cierto, entonces la idea de que todo lenguaje y conocimiento tiene que ser
comunicable es puro mito.
Quizá
la pregunta que nos falta formular sería: por qué Dios escogería lo
inexpresable para comunicarse con el hombre. Por qué elegiría la
inteligibilidad sin comunicabilidad ni expresabilidad. Bien dice Tomás de
Kempis: “Hijo, está firme y espera en mí. ¿Qué cosa son las palabras sino
palabras? Por el aire vuelan, no hieren al que está firme…piensa que yo soy el
escudriñador de los corazones y no juzgo según la haz y parecer humano” (Imitación de Cristo, libro III, cap.
52).
Es
decir, lo inexpresable indica que las cosas de la vida eterna no advienen en
esta vida por el don de la vanidosa palabra humana ni por su orgullosa
voluntad, sino que el pensamiento sólo por visitación espiritual se puede
elevar sobre las cosas temporales de este mundo para alcanzar el mundo
preternatural.