ESENCIA DE LA MÚSICA
Ni revelación ni técnica de expresión
Gustavo
Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de
Filosofía
La
música es la expresión artística más universalmente inteligible en nuestro
tiempo. No hay melómano que no haya sentido el brote de los más diversos
sentimientos, hasta el de salir corriendo al escuchar una ingrata melodía
musical. Por qué sucede esto. Qué es lo que nos conmueve. Qué contienen los
sonidos de la música para que nos transporten. Cuál es la esencia de la música.
Qué es lo bello musical. Por qué la música conoció tardíamente su etapa
clásica, respecto a todas las demás artes. Las respuestas se han dividido en
dos grandes frentes. ¿Existe un lenguaje musical o, por el contrario, es una
semiología paralela al lenguaje mismo? ¿Es la música una expresión emotiva o
más bien denotativa y connotativa? ¿Si su origen se remonta a la imitación de
los sonidos de la naturaleza, entonces por qué es un arte tardío?
Enorme
es el caudal de pensamiento filosófico que ha sido consagrado a la música. Así,
a muchas de estas preguntas se ha dado respuesta desde dos grandes
perspectivas. Por un lado, está el enfoque metafísico, que la considera como
autorrevelación del Principio cósmico y que está por encima de todas las demás
artes; y por el otro lado el enfoque como técnica expresiva, que identifica a
la Música con sus técnicas.
Los
pitagóricos estimaban a la música como una de las ciencias supremas, por medio
de la cual se lograba la elevación hasta el orden divino de la armonía cósmica.
Platón incluía a la música entre las ciencias propedéuticas más cercana a la
dialéctica y la más filosófica. Plotino la consideró uno de los caminos para
ascender a Dios. San Agustín habló del paso de la Música de la sensibilidad a
la fase de la razón, donde se contempla la armonía divina. Dante también estimó
altamente el carácter cósmico de la música. Schopenhauer y Hegel hablan de la
esencia universal y eterna de la música y totalmente separable de los medios
expresivos por los cuales se formula como fenómeno artístico. Schelling redujo
lo bello a la identidad de los contrarios en el Absoluto. En Hegel lo bello es
la manifestación de la Idea. En Schopenhauer se convierte en la objetivación de
la Voluntad metafísica. Para Kierkegaard la música es expresión de la
genialidad erótico-sensual y como tal es el arte de expresar los sentimientos. Nietzsche
nunca se separó del todo del concepto romántico de la música y la consideró
como la expresión del sentimiento situado más allá del bien y del mal. El
pragmatista norteamericano Dewey también la considera como expresión del sentimiento.
Y Croce la refuerza al estimarla junto a las demás artes como aquella que sabe
escuchar la voz de lo Absoluto y que lo traduce al lenguaje sonoro del
sentimiento.
Esta
conexión entre la música y el sentimiento y el misterio de una obra de arte que
carece de asunto manifiesto, también fue subrayada por Bach, Beethoven Chopin,
Schumann y Liszt. Bach decía: “Donde hay música devocional, la mano de Dios
está siempre con su grata presencia”. Beethoven es también taxativo: “La música
es una revelación mayor que toda la filosofía y sabiduría”. Liszt sostuvo: “La
música es el corazón de la vida. Por ella habla el amor, sin ella no hay bien
posible y con ella todo es hermoso”. Mozart lo suscribe cuando afirma: “Dadme
el mejor piano de Europa, pero con un auditorio que no quiere o no siente
conmigo lo que ejecuto, y perderé todo el gusto por la ejecución”. El mismo Tchaikovski
confiesa su dedicación a la música por una impresión emotiva: “Hasta entonces
yo no conocía más que óperas italianas. Debo a “Don Juan” el haberme consagrado
a la música. Esta música me sumergió en un éxtasis cuyas consecuencias fueron
decisivas”. Todos estos pensadores y artistas tienen en común la
separación de la Música como arte puro, de las técnicas con las cuales se
realiza.
En la
otra orilla se encuentran los partidarios de la segunda concepción fundamental
de la música, como aquella que la identifica con sus técnicas. Esta identidad
fue expresada por Aristóteles al reconocer las técnicas musicales como conjunto
de técnicas expresivas (Pol., VIII,
7, 1341 b 30 ss.). Reaparece en el Renacimiento con Vincenzo Galilei que
reconoce el carácter expresivo de las técnicas musicales (Dialogo della Musica antica e della moderna, 1581). Retorna en la
Ilustración con el máximo exponente de la razón, Inmanuel Kant, quien la sitúa
como la más baja de todas las formas artísticas y se vale de la noción de “bello
juego de las sensaciones” para definir tanto la música como la pintura. Con
ello expresa la moderna concepción sintáctica de la música. Además, Kant
concibe la estética como la ciencia del juicio del gusto o de lo bello y lo
sublime en el arte y en la naturaleza sin mediación conceptual. En realidad es
Kant a quien le toca el honor de inaugurar la estética subjetiva, como producto
de una vivencia, contemplación o proyección sentimental. La música si es
contemplada como un bello juego de sensaciones es considerada como arte bello,
o si es estimada como simple impresión sensible es considerada como arte
placentero (Crítica del Juicio, parágrafo
51).
Pero
fue Eduard Hanslick, Lo bello musical
(1854), el que formuló más rigurosamente la concepción sintáctica de la música.
Con él la interpretación subjetiva toma un sesgo sintáctico y semiótico, como
estudio de los signos artísticos. Rompiendo con el concepto romántico de la
música como expresión de sentimientos, sistematiza su expresión lógica. Lejos
de considerar la música como una catarsis emotiva afirma ésta es una historia
de formas denotativas y connotativas
antes que emotivas. El objeto propio de la música no es el sentimiento, sino lo
bello musical, el cual consiste únicamente en sonidos conectados artísticamente.
Su elemento primario es la eufonía y su esencia es el ritmo. La teoría del
sentimiento deja de lado el oír y toma en consideración solamente el sentir. Lo
cual considera un error. Así, la música es técnica de realización artística de
sonidos. Hanslick también diferencia el lenguaje común del lenguaje musical.
Mientras en el primero, dice, el sonido es un signo, en el segundo el sonido es
autónomo y tiene importancia por sí mismo. Este carácter, no obstante, no sería
propio sólo de la música sino de todo lenguaje artístico (escultura, pintura,
danza, arquitectura, poesía, teatro, oratoria).
Ya esta
visión formal de la belleza musical había sido expresada por Ricardo Wagner: “Lo
que la música expresa es eterno, infinito e ideal; no expresa la pasión….sino
la pasión, el amor o el anhelo en sí mismos, y esto lo presenta en esa variedad
ilimitada de móviles que es la característica exclusiva y propia de la música,
ajena e inexpresable en cualquier otro lenguaje” (Gazette Musicale, n°56-58, 1841). Esto es tanto como decir que si
la música tiene alguna significación, ésta es semántica y no sintomática. Así
teóricos como Moritz Hauptmann (Die Natur
der Harmonik und Metrik, 1853) y Moritz Carriére (Aesthetik, 1859) atribuyen a la música una significación lógica
antes que emotiva, es decir no representa algo concreto pero permite captar
mejor lo emotivo.
Esto dio
motivo a otros teóricos como Moos, Heinrich y Gehring a exagerar el aspecto
formal y a negar que la música tenga significados emotivos. Es como si
rechazaran toda significación y semántica para la música. Precisamente el
último intento más radical de liberar el lenguaje musical de la sintaxis
tradicional es la llamada Música atonal. Esta lleva al extremo la música
programática, o sea sin tema unitario. Schönberg, en su Teoría de la armonía, aplaude la emancipación de la disonancia, o
sea, su equiparación con los sonidos consonantes. Si antes con Strauss, la
música temática ya amenazaba con hacer oír las cucharas y tenederos, hoy con la
música programática ya ni siquiera eso se oye. Se ha llevado a tal extremo la disonancia que la
tonalidad se revuelve en una serie de notas con conexiones complicadas. Alban
Berg señaló que la renuncia a la tonalidad no implica la anarquía armónica, porque
quedan los otros elementos esenciales de la música auténtica (Was ist Atonal, 1930). Habría que
decirle a Berg que al sonido sin forma no se le puede reconocer como elemento
auténtico.
La
música programática en su búsqueda de liberarse de la sintaxis musical
tradicional ha terminado por liberarse de la propia música, porque sus formas
sintácticas ya no pueden ser reconocidas como tales. La música atonal es el
mismo abstraccionismo que motiva a la pintura actual. Pero el arte no sólo es “forma
significativa” sino que es eminentemente “forma bella”, y el arte sin belleza
no es arte. Por tanto, la pretensión de prescindir de las formas establecidas y
reconocidas como belleza de la armonía musical es en realidad expresión de una
época que ha perdido sus contenidos y que se solaza en las meras formas vacías.
El formalismo exagerado de las técnicas expresivas musicales en la música
atonal es en realidad el agotamiento de la vía subjetiva de la interpretación
de la esencia de la música. El atonalismo se refuta a sí mismo, por cuanto en
su búsqueda de la emancipación de la disonancia disuelve la melodía y armonía
musical. El logos de la música programática es nihilista, emerge del
nominalismo y del empirismo cultural, desemboca en la desnudez de la nada y
juega con los sonidos sin sentido alguno. Los defensores de la disonancia sólo
hacen ruido sin sentido y sin lograr penetrar en la esencia de la música. La
anarquía armónica actual es puro formalismo y funcionalismo de la
significaciones auditivas, sin tener en cuenta que la autonomía del sonido
despojada de la belleza sonora deja de ser música y se vuelve ruido. La música
no es y nunca será la pura emancipación del sonido sin belleza armónica. Y esto
nos devuelve a la ligazón de la Música con el Ser.
Susanne
Langer, Nueva clave de la filosofía
(1954), también defiende la tesis de que el símbolo musical no es emocional
sino lógico, y emprende una crítica lógica del lenguaje musical. Pero en muchos
puntos se distancia del exagerado formalismo musical. La música sería una forma
simbólica de cierta especie, en sentido estricto no es lenguaje porque carece
de vocabulario, pero tiene similitud con el lenguaje. Los tonos no son
palabras, la armonía no es gramática y el tema no es sintaxis. Para Langer no
hay analogía entre música y lenguaje y distingue entre mensaje verbal y mensaje
musical. Pues, la música carece de significado literal, a diferencia de los
símbolos discursivos de la lógica, la música es un símbolo presentativo que
presenta la experiencia emotiva. La música demuestra que se puede conocer algo
sin nombrarlo, o lo que decía ya Kant, hay ideas sin concepto. La música
comunica ideas sonoras que provocan sentimientos y que el lenguaje no puede
expresar. La música es lo inexpresable para el lenguaje, es la expresión de lo
inefable. A diferencia de las matemáticas, que es formal y traducible, los
símbolos musicales son formales pero intraducibles. Para Langer la música es un
simbolismo intraducible en conceptos, por eso no es lenguaje. No se puede apelar
a la razón discursiva, sino a la razón presentativa, ella expresa lo inefable.
Pues las formas del sentimiento son más congruentes con las formas musicales.
Así, la música es semántica de hechos vitales. La música contiene una semántica
y un significado. Y ésta refleja la forma del sentimiento. Su formalismo capta
mejor lo afectivo. De ahí que el mensaje de la música no sea fijo sino variable
e inagotable. La música es simbolismo, sin connotación establecida. Es una
forma de connotar sin palabras, con sonidos armónicos que dan una significación
abierta y libre. La música es un símbolo no consumado, de significación nunca
acabada. Es forma significativa sin concepto. Justamente el poder de la música
reside en su ambivalencia, en la armonía de los contrarios, sus formas significativas
expresan la vida del sentimiento, condición que el lenguaje no posee. La música
habita fuera de los linderos del pensamiento discursivo o conceptual. Permite
concebir las cosas emotivamente antes que intelectualmente. Su significación es
ley inefable de la experiencia vital. La emoción estética es el efecto y no la
causa de la experiencia vital. Por último, para Langer en la música, al igual
que en el mito, se mantiene unido el símbolo con lo simbolizado, y por eso
constituye nuestro mito de la vida interior.
La
música como la forma de contemplación de lo bello en sonidos nos remite a un
manantial ontológico más integral, donde se hace necesario establecer una
relación entre la música como manifestación o epifanía del ser y como técnica
expresiva. Esto es, hace falta superar la desconexión tradicional entre el
plano ontológico y el plano subjetivo. Por tanto, no se trata de reducir al
mínimo el papel de lo metafísico ni de lo formal, lo cual en realidad recorta
la esencia del fenómeno musical. De lo que se trata es de captarlo en toda su
significación. Y para ello es necesario distinguir varias partes: fenomenología
del proceso musical, análisis del símbolo musical, ontología regional de la
musical, origen de la música, relación entre forma y contenido en el símbolo
musical, estudio de la función del fenómeno musical y examen de su función en
los procesos no musicales.
Debido
a la enormidad de la tarea aquí sólo me limitaré a señalar que la música es
testimonio que las cosas inaccesibles para la razón conceptual o discursiva, no
lo son para la razón presentativa, intuitiva, o como quiera llamársele. Que
mientras la razón discursiva es teórica, la razón presentativa es estética. Que
en tiempos ancestrales la razón estética presentativa dio lugar a una forma de
pensar que comienza viendo, no con
los ojos del cuerpo sino con los ojos del alma. El arte, el rito, el mito son
las formas arcaicas de un ver que
inaugura lo que llamo la metafísica de la aletheia
o de la visión del ser. En esta forma de pensar no predomina el concepto sino
la captación del mundo a través de ideas sin concepto. Es una forma de pensar
donde se conoce por intimidad, éxtasis, iniciación, metáfora, alegoría y
mántica. Este modo de pensar ancestral sobrevive hasta nuestros días, y es
indesarraigable. Por eso la música sigue canalizando en el presente nuestra sed
de integración cósmica con el absoluto. Aun cuando las artes padecen en la
actualidad de la plaga abstraccionista, todavía es el paliativo de una
cotidianidad desespiritualizada y desorientada. Es la vía compensatoria hacia
el anhelo místico y extático muy propio de la condición humana. Y por ello, la
esencia de la música no solo tiene una significación semántica, sino también
sintomática y ontológica-metafísica. La transrealidad del objeto musical hace
que tenga independencia respecto a lo real. La música es una semántica del alma
que va más allá del mero sentir. Y por eso su realidad avanza más allá de lo
real. Tiene parentesco con el ser, porque se identifica con las fuerzas
creadoras de la existencia, es expresión rítmica de la realidad que brota de
una misteriosa fuente inagotable. Música es contemplación del ser a través del
sonido armónico. Lleva en sí el anhelo de retorno al ser, el anhelo de
absoluto, porque cierto estado del ser engendra la idea musical.
Ontológicamente la música es revelación del ser en el apogeo de la armonía. En
suma, es la forma analógica no conceptual más universalmente captada por el
hombre.
Lima, Salamanca 18 de noviembre 2013