CRÍTICA DE LA RAZÓN EXISTENCIAL
Prólogo al libro “LA RAZÓN EN SU LABERINTO”
Gustavo Flores Quelopana
Presidente
de la Sociedad Peruana de Filosofía
La
Razón como facultad y como fundamento tiene sus propios laberintos que causan
desconcierto. El alma racional humana conoce sus extremos y sus puntos
equidistantes. Sin embargo, éstos mismos suelen ser móviles y dinámicos. En un
momento determinado la razón y la fe están fusionadas y en otro momento pueden
encontrarse en colisión. Pero aun así, hay fe en la razón y hay razón en la fe.
Pero lo más perturbador no sólo es la estructura
dinámica de la razón humana sino que en una de sus aristas no es ajena a la
estupidez y en otra a la mística. Y además tiene la capacidad mediante
algoritmos de crear la inteligencia artificial (IA) autónoma. La razón humana
no es algorítmica sino que se basa en el libre albedrío. Y por eso nos conecta
con el plano metafísico. Pero la IA cuando comprenda lo que hace será una real
amenaza a la razón humana. Hallar un orden en el laberinto de la razón equivale
a dar cuenta de un tipo de ser peculiar denominado la existencia de la persona
humana. Pero la existencia insurge en el Ser como posibilidad y libertad.
Esa correspondencia entre existencia, razón y
libertad lo predispone a constituirse en un ser con vocación hacia la Verdad.
Es una criatura filosófica por excelencia. Pero como libertad puede también dirigirse contra sí mismo, dejar de oponerse
a lo causal renunciando al ideal, renunciar al Ser, al valor, a la belleza y al
bien. Estando unidos lo ontológico, lo axiológico, lo estético, lo ético y lo epistémico
tiene la atribución de desunirlos en su ser. Y esa es la coyuntura en la que
nos encontramos en el presente.
La crisis de certidumbres del presente posmoderno
tiene en común con la crisis griega de los tiempos de Platón la negación y el
olvido del Absoluto. La diferencia estriba en que otrora sucedió en el seno de
una civilización que creía en Dios y la Verdad, en cambio nuestra crisis
acontece en medio de una civilización anegada en la increencia y signada por el
destino fatal del nihilismo. Son los nuevos sofistas los que nos atormentan. Qué
otra cosa podía representar el alumbramiento hegemónico en la modernidad del
idealismo subjetivo con su veredicto que el hombre es el que impone el ser a
las cosas. La entronización del hombre como un pequeño diosecillo o un deus in terris es la cima de una era en
que se afronta el final del mundo moderno.
No asistimos a la decadencia de Occidente sino al
periclitar de la modernidad subjetivista, escéptica, secular, egoica e
inmanentista. Nunca como hoy se ha condenado al olvido el trascendente sentido
del ser y se lo ha reemplazado por el inmanente ser del sentido. El hombre de
hoy ensoberbecido por los efectos de la revolución científico-técnica se ha
dejado arrastrar por la racionalidad instrumental olvidando la importancia de
la racionalidad humanística de fines.
Pero en el fondo la crisis actual es la crisis del
logos mismo, o sea de la Razón. La renuncia del ser, la tecnolatría, la
reducción del hombre a mero productor y consumidor, la anulación de la privacidad
a favor de la masificación y el vertiginoso desarrollo de la inteligencia
artificial no son sino episodios de aquel hombre moderno que creyó sentirse
superhombre por medio de la conceptuación y de la ciencia. El resultado no
podía ser más dramático, a saber, la destrucción de las humanidades y la
contaminación de la Naturaleza. El idealismo subjetivo que hizo trizas la
metafísica de las esencias y de la persona terminó luciferinamente abriendo las
puertas del infierno.
Nunca como hoy fue tan patente la necesidad de un
cambio de metas y una revolución de la conciencia, la recuperación del anhelo
armonioso por el absoluto, una nueva forma de ser y de vivir. De lo contrario,
la humanidad actual seguirá siendo devorada por toda clase de monstruos que salen
de su entraña desde un giro metafísico perverso que se funda en un
resentimiento hacia lo absoluto. Lo cual señala algo muy propio de la Razón
humana.
Me refiero al afán de trascendencia. Sin ello la
razón humana pierde su peculiaridad que ha impulsado su humanización. Y sin
ello lo único que tenemos es hominismo, o sea un mero proceso biológico,
genético, cerebral y material. De modo que lo da dignidad a la razón humana es
su sed de Dios, su capacidad en todos los tiempos de atisbar lo numinoso y trascendente.
No obstante, el logos humano o la razón misma es un problema, tanto como facultad como fundamento. Y bien visto ello nos conduce a afirmar que la crisis
de la razón es parte inherente de su propio laberinto en que se desenvuelve. La
concepción de la razón tiene matices tan distintos que van desde la fe hasta el
concepto. Incluso hay quienes excluyen la fe del ámbito de la razón.
Pero al efectuar una exégesis-ontológico
existencial de la razón se descubre su unidad indestructible con la fe. O sea
su afirmación de verdades indemostrables e inverificables. Es decir, que la
naturaleza misma de la razón es metafísica y hace del hombre un ser metafísico.
Pero hay algo más importante aun. Y es que siendo de raíz la razón humana de
índole metafísica se constituye en filosófica. Claro, en un significado de
“filosofía” muy diferente al griego. En otras palabras, el hombre hace
filosofía porque su razón misma es metafísica, ya sea por la fe o por el
concepto.
Siendo la razón una facultad metafísica se entiende
que emplee diversos sentidos significativos para explicarse el fundamento. Los
dos primeros libros están dedicados al estudio de esta espinosa polaridad de la
razón humana. Pero, por otra parte, también nos asalta el significado
histórico-antropológico del logos humano en la historia. Así la razón
substancial y la razón funcional han mantenido una constante dialéctica
hegemónica en todas las culturas y civilizaciones. Siendo la funcional la
predominante en el mundo moderno. Lo cual se estudia en el tercer libro. Ahora
bien este predominio dio como resultado un tipo de razón creado por el logos
humano, me refiero al logos cibernético. El cual amenaza no sólo en su edad de
autonomía con abolir la racionalidad humana sino en destruirla.
A consecuencia de ello en el laberinto de la razón
destaca su otro extremo, a saber, su propia desconcertante estupidez. Finalmente,
así como la inconmensurabilidad de Dios rebasa toda comprensión humana también
en la naturaleza hay enigmas y misterios que indican que el hombre no puede
desprenderse del logos mítico, como saber y oír por encima de la conceptuación.
Y ese hiato que actualmente separa a la Razón del Mito es parte de la crisis
del logos mismo. De ahí que sea necesaria una nueva utopía que reconcilie la
razón con el mito, asunto que abordo en libro sexto de la presente obra.
En suma, el laberinto de la Razón humana exige no
sólo ser abordado en sentido gnoseológico, lógico y metafísico sino en sentido
existencial. La razón humana es existencial, lo cual no es confundible con la razón histórica ni
con la razón vital. Porque no es la historia ni la vida sino la existencia la
realidad radical. Y en dicha realidad radical la connotación ontológica de lo
trascendente no es solamente lo “trascendente a mí” sino lo trascendente
Absoluto, Dios. Por eso la razón antes que acción intelectual es acción
existencial que nos pone en contacto con la realidad. Realidad que no siempre
es cognoscible.
Por ello la razón existencial no repudia lo
irracional sino que lo afirma. De modo que ni las ideas ni las creencias serán
la realidad misma, porque ésta las rebasa. Lo relativo no es la realidad misma
sino el conocimiento de la misma. Por ello la realidad siempre sobrepasa al
sujeto. La razón existencial se basa en el primado de lo ontológico sobre lo
gnoseológico. Lo cual describe el proceso de la razón respondiendo tanto a
exigencias externas como internas. La existencia humana surge en el todo del
ser como una libertad y posibilidad mediante el pensamiento o la razón.
La razón es posibilidad de darse una esencia frente
a lo cumplido de las cosas. El centro metafísico de la razón no es la angustia
ni el cogito sino el separarse del todo del ser y oponerse a la realidad
mediante el ideal.
La
crítica de la Razón Existencial desemboca en la convicción de que no existimos
porque razonamos (idealismo subjetivo) sino que razonamos porque existimos
(realismo). Es la inversión de los términos metafísicos lo que permitirá
encontrar una salida a la profunda crisis de la razón en la modernidad. Solo
una inversión copernicana desde el pensar hacia el ser puede preservar la cultura
y los valores en medio del hundimiento catastrófico y finisecular de la
civilización occidental. Con el idealismo subjetivo la cultura occidental echó
las bases para el último extravío mortal del nihilismo. Y así se pasó del
estéril reduccionismo científico hacia la esterilidad metafísica del
pensamiento moderno. El idealismo cartesiano fue la fuente del error, pero
dicho error nace con la filosofía del signo lingüístico de la filosofía nominalista
de Occam. El idealismo subjetivo hizo prevalecer la esencia sobre la
existencia. Y de este modo se impuso un nuevo protagorismo relativista en donde
el hombre es el que determina el ser de las cosas. Lo cual es falso porque el
Ser no implica que el conocer sea la causa de la existencia.
Por
el contrario, el realismo es el método que antepone el ser al pensar, la
existencia a la esencia, lo ontológico a lo epistemológico. Y esto es así
porque el Ser y la Existencia sobrepasa al conocer. Ambos son lo previo e indemostrable para la razón permite postular desde la existencia de las
cosas a un Ser Supremo como fundamento de la causa del ser, más allá de las
cosas, de lo creado y temporal. En una palabra, la razón existencial permite
recuperar el ser rompiendo con la metafísica inmanentista del individuo moderno
y asumir como evidencia primaria que las cosas son, que el Ser rebasa el pensar
y que la razón humana es singularmente vocación por la trascendencia.
Aquí no se trata de
ayudar al hombre moderno a superar su crisis civilizatoria. Pues así como se
encuentra atrapado en la cultura de la increencia, el cientismo, el tecnologismo,
el impersonalismo, el escepticismo y el nihilismo, lo más seguro es no estorbar
su caída y asegurar que sobrevivan núcleos que aseguren la pervivencia de la
cultura tras el enorme tránsito histórico que se avecina. Los cenáculos serán
los equivalentes a los monasterios medievales que en plena decadencia civilizatorio
dieron oportunidad a un nuevo renacimiento cultural.
Lima, agosto 2019