SOBRE EL TIEMPO Y LA
ETERNIDAD
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
I
Heráclito
advirtió el eterno devenir, Parménides el eterno presente y los modernos el
eterno pasado de la historia. En especial Schelling hurgó en el peculiar
devenir de la supratemporalidad de la eternidad. Lo que en el presente escrito
se pretende es indagar en las complejas manifestaciones del devenir del ser en
sus distintos estratos ontológicos, a saber, la materia inerte, la vida, la
historia, el hombre, el ángel y la divinidad.
Lo
primero que advertimos es el estrato de la Materia inerte, allí el tiempo
transcurre inserto en una intratemporalidad donde el futuro y el pasado se
plasma en un eterno devenir del presente.
Desde el campo de energía hasta las galaxias repiten el mismo ciclo de fuerzas
microcósmicas y macrocósmicas lanzadas a un perpetuo presente de repetición en
eones.
En
cambio en el siguiente estrato ontológico de la Vida, donde el presente, el
pasado y el futuro se configuran en una Temporalidad donde se plasma el eterno devenir del futuro. El organismo
es la primera estructura teleológica con ciclo definido y siempre lanzado hacia
el futuro.
El
tercer estrato ontológico particular es la Historia, donde el presente y el
pasado sin futuro se configuran en una Intemporalidad
donde se plasma el eterno pasado y
sin posibilidad de modificación. Puede parecer paradójico que la historia sea
la intemporalidad perfecta, pero lo es porque en el orden de lo finito lo
devenido permanece inmodificable en una intemporalidad perfecta.
El
cuarto estrato ontológico corresponde al Hombre, donde el presente, pasado y
futuro encuentran su punto nodal en la Acción,
como futuro que se plasma en el presente para petrificarse en el pasado. De ahí
que el hombre se temporaliza porque es la manifestación de la temporalidad
perfecta, y es perfecta debido a que por su acción deliberada participa en las
tres dimensiones de lo finito pero además participa de lo infinito por su
ideal, aspiración y pertenencia ontológica.
El
quinto estrato ontológico pertenece a lo Angélico, donde se configura como el eterno
presente sin futuro y sin pasado en una Eviternidad
intemporal que plasma el eterno presente
con movilidad accidental.
La
cúspide del estrato ontológico pertenece a Dios, que es el Ser mismo, donde el
presente sin pasado y sin futuro se configura en una Atemporalidad en el que se plasma el eterno presente.
De
este modo tenemos seis especies de eternidades:
- eterno devenir del
presente (mundo de la materia)
- eterno devenir del futuro
(mundo de la vida)
- eterno devenir del
pasado (mundo de la historia)
- eterno devenir de la acción libre (mundo humano)
- eterno presente con movilidad accidental (mundo
angélico)
- eterno presente
(mundo de Dios)
Pero
todas estas eternidades no tienen la misma estructura –a propósito, fue Louis
Lavelle (Du temps et de l´éternité, 1945) quien señaló que “lo
temporal es una especie de circulación en la eternidad”-, a partir de lo cual
podemos plantear la siguiente clasificación en cuatro grandes grupos:
- Eternidad
formal o potencial (materia, vida, historia, hombre en el pecado)
- Eviternidad
temporal (hombre salvado)
- Eviternidad
intemporal (ángeles)
- Eternidad
actual (Dios)
Y estos cuatro grupos pueden
subsumirse en dos grandes áreas:
I.
área de lo finito del micro y
macro mundo (lo creado temporal)
II.
área de lo infinito del
mesomundo (lo increado intemporal). Llamo mesomundo a aquello que está en el
mundo sin pertenecer al mundo (ángeles y Dios).
El
área de la temporalidad es la movilidad
completa. El área de la eviternidad consiste en la inmovilidad esencial más la movilidad
accidental. El área de lo increado se distingue por la inmovilidad completa. Así tenemos el presente cuadro:
Temporalidad movilidad completa (vida finita)
Eviternidad inmovilidad esencial y movilidad
accidental (ángeles)
Eternidad inmovilidad completa (vida
interminable)
Eterno
es Dios porque es simultáneo; Eviterno
–categoría creada por Boecio- son los espíritus puros que son simultáneos sin
antes ni después; y Temporal son los
seres finitos del mundo con pasado, presente y futuro.
El
hombre como ser mundanal, finito y creado es temporal, pero como ser destinado
a la salvación eterna por la gracia de Dios pertenece a la eviternidad temporal, distinta a la eviternidad angélica con eviternidad intemporal. El hombre a
pesar de ser la criatura de Dios predilecta en la creación es un ser
contingente, en cambio el ángel es un ser permanente no por sustancia sino por
designio del Creador. Así tenemos:
Temporalidad
escatológica hombre en la historia
profana
Eviternidad
temporal hombre salvo
Eviternidad
intemporal ángeles
Eterno Dios
Cuando
Schelling piensa en la vida eterna de la divinidad y en la dialéctica interna
de la eternidad –dialéctica que está presente desde su panteísmo inicial hasta
su teosofía final- o lo que se llama en teología católica la vida
intratrinitaria de Dios, se está planteando pensar a Dios como la oposición por
excelencia y cuyas sucesivas síntesis van desde la nada hasta la realización
plena y final de lo divino (Las edades
del mundo). En el tema está presente el grandioso tema del pasado absoluto
o tiempo anterior al mundo donde se plantea una serie de eternidades en el seno
mismo de Dios.
Pensar
la eternidad no sólo algo que excluye el tiempo sino que lo contiene, equivale
a pensar un Supratiempo como origen
de la eternidad mismo. Así, se tendría el tiempo en el seno de Dios o de la
eternidad o supratiempo, y el tiempo del mundo. La principal objeción a esta
alternativa vendría a ser que no tiene sentido separar a Dios de su esencia, o
sea que el supratiempo es la misma eternidad y no su origen.
Obviamente
que en estas consideraciones estamos más allá de la perspectiva moderna objetivista,
naturalista, empirista y positivista, que considera la eternidad como simple
“deseo de eternidad” (Ferdinand Alquié, Le
désir d´éternité, 1943) –la filosofía contemporánea ha sido generalmente
temporalista y ha tendido a excluir la eternidad-, y más bien nos ubicamos en
la investigación ontológica metafísica de la jerarquía de los seres y el
movimiento ascensional, desde el grado inferior material hasta el grado
superior espiritual, donde se parte desde una eternidad sin tiempo hasta
descender hacia una temporalidad sin eternidad.
Santo
Tomás de Aquino destacó que es necesario distinguir rigurosamente entre la
eternidad y el tiempo, y ello se logra midiendo la simultaneidad de la
eternidad por lo permanente y la temporalidad por lo contingente (S. T. I, 10, i-vi). En el medio está lo
que no está en el tiempo pero tampoco es eterno, estos son: los espíritus
puros. Por eso son eviternos, son inmutables en su naturaleza y contingentes en
sus operaciones –pensamientos y propósitos-. Ya antes San Agustín había
señalado que lo eterno no es simplemente lo intemporal y que no se le puede
medir por el tiempo. Por eso la eternidad pertenece a Dios y el tiempo a lo
creado. Sin embargo, el tomismo –siguiendo a Boecio (De consol. V)- reconoce una zona intermedia entre lo eterno y lo
temporal, a saber, lo eviterno.
Como
lo inferior no puede servir de medida de lo superior, lo eterno no puede ser
medido por lo temporal sino al revés, lo temporal puede ser medido por la
eternidad. Así, lo eterno no es el tiempo infinito sino que es algo que
trasciende el tiempo y mide lo eterno potencial que hay en las cosas finitas.
Esta
consideración supone el rechazo de la concepción de Platón sobre lo eterno como
la “duración eterna” (Fedón 103 E) y
glosada por Aristóteles como “duración infinita” (Física VIII 8, 263 a 3). Pues la duración infinita no es algo
opuesto al tiempo sino que señala lo intemporal en vez de lo eterno. Fue
Plotino el que acertó en la consideración de lo eterno como lo que se encuentra
siempre en el presente, sin partes y estable (Eneada tercera cap. VII).
Y con ello dio paso a la consideración de lo eterno como la vida total o
infinita. No obstante, el defecto de tal concepción se haría notorio en Proclo,
quien en un afán por defender la unidad de la eternidad afirma que ésta existe
incluso con “anterioridad” a las cosas eternas.
La
tendencia gnoseológica en vez de ontológica de la filosofía moderna también
deja su huella en la concepción de lo eterno. Así, se señala la eternidad del
mundo sin precisar en qué consiste dicha eternidad o haciendo de ella una
aristotélica duración infinita. Este es el caso de Giordano Bruno, el panteísta
Spinoza, el psicologismo de Locke y Condillac y el conceptualismo de Hegel.
Para éste último la eternidad es la intemporalidad absoluta del concepto, con
lo cual se pierde de vista la diferencia entre intemporalidad y atemporalidad.
Entre
los pensadores más destacados del siglo veinte ha sido Rougés el que concibe la
eternidad como algo presente en cada jerarquía de los seres (Las jerarquías del ser y la eternidad,
1943). Esto era una respuesta a la filosofía bergsoniana que admitía la noción del
ser espiritual pero que carecía de la idea de eternidad, pues la duración del
élan vital o evolución creadora era sólo de índole temporalista.
Nuestra
reflexión no separa a Dios de la eternidad porque lo encuentra como un sin
sentido. Por ello es reacia a considerar a la eternidad como un hontanar
creador (Lavelle), una temporalidad sin tiempo (Rougés) o un “deseo” de
eternidad (Alquié). La eternidad para ser real y ontológicamente un estrato del
ser, no puede ser subjetiva ni una forma de temporalidad, sino algo que
trasciende al tiempo y está ligada a la simultaneidad de un ser permanente que
obra libre e inteligentemente. Lo eviterno tampoco tiene tiempo pero puede
conjugarse con el tiempo, así sólo el tiempo tiene antes y después.
II
Últimamente el filósofo
Price (La Flecha del Tiempo y el Punto de
Vista de Arquímedes, 1996) y el físico Barbour (El Fin del Tiempo: La Próxima Revolución en Física, 2001) han
argumentado a favor de que el tiempo es una ilusión. A esta postura la llamo
nominalista, porque piensa que el tiempo es un simple concepto abstracto de la
mente sin referente en la realidad. La postura -como veremos- no es nueva, sino
renovada con nuevas consideraciones físicas y filosóficas.
Este tiempo con un antes y
un después es el de Newton con su “tiempo absoluto” y el de Einstein con su
“tiempo relativo”. Asimismo, según la teoría general de la relatividad, también
los campos gravitatorios originan una dilatación del tiempo. De manera que la
teoría de Einstein ni elimina la idea del tiempo como una constante universal
ni excluye la idea del tiempo con un antes y un después. Incluso en la mecánica
cuántica no se cuestiona al tiempo cuando afirma que 10-43 segundos,
el llamado tiempo de Planck, es la unidad más pequeña de tiempo que tiene
sentido en la física, porque no se excluye el tiempo con un antes y un después
aunque éste se presente en un orden distinto. Incluso en la teoría determinista
del astrónomo y matemático francés Pierre Simon, marqués de Laplace (S. XVIII),
donde no se distingue entre el pasado y el futuro, al estar ambos contenidos en
el presente, tampoco se excluye un antes ni un después.
Por otro lado, la
percepción psicológica percibe el tiempo como un presente por donde pasa el
flujo del futuro hacia el pasado. Por tanto, no es cierto que las teorías de la
física fundamental afirman que el tiempo no fluye en ningún sentido y que es
probablemente una ilusión de nuestra conciencia y de procesos biológicos termodinámicos y que el tiempo no es otra
cosa que una medida de las posiciones cambiantes de los objetos (Barbour, El Fin del Tiempo: La Próxima Revolución en
Física, 2001).
Los nuevos modelos físicos
que proponen que el tiempo es sólo una ilusión, sosteniendo que el concepto de
“paso o flujo y dirección” del tiempo no tiene cabida en la física, y que todas
las teorías que describen los procesos físicos fundamentales, ya sean las de
Newton, Einstein o las relacionadas con la mecánica cuántica, son simétricas o
reversibles en el tiempo, no significa que sus ecuaciones no permiten
distinguir entre el pasado y el futuro sino entenderlos de otra manera. Así
resulta que lo que es ilusión no es el tiempo sino su reversibilidad es la
verdadera ilusión.
Este subjetivismo
nominalista de ciertas nuevas teorías físicas derivan hacia el absurdo de
afirmar que lo observado no es un fenómeno real sino que se trata de una
película se proyectada al revés. Y buscan basarse en lo que Einstein afirmaba sobre
que los sucesos en el tiempo están establecidos “todos a la vez”. Con ello
buscan anular la diferencia entre pasado, presente y futuro como una ilusión. Pero
en realidad que pasado, presente y futuro coexistan en el espacio-tiempo no
significa su anulación en la teoría de la relatividad especial y que el flujo o
paso del tiempo no es real. El tiempo sigue siendo real, donde pasado, presente
y futuro coexisten de forma nueva en el espacio-tiempo.
Es decir, no es cierto que en
la física moderna no existe la noción de momento presente o “ahora” y no se
contempla el “paso o flujo del tiempo” en sus leyes. Incluso, la relatividad afirma
que los acontecimientos suceden, existiendo en un continuo espacio-temporal
tetra dimensional donde no se da la irrealidad de la noción de “flujo del
tiempo”.
El concepto de flujo se
refiere a movimiento. En la física moderna el tiempo es una dimensión que puede
representarse por medio de una línea que se prolonga indefinidamente en ambas direcciones,
en la que cada momento de tiempo tiene el mismo estatus que todos los demás y
no existen instantes privilegiados. Las ecuaciones matemáticas que aparecen en
las teorías de la física sólo se ocupan de intervalos entre instantes de
tiempo.
El filósofo inglés J. E. Mc
Taggart en su ensayo La Irrealidad del
Tiempo (1908) distingue dos conceptos de tiempo. La serie A describía el
tiempo con la noción de pasado, presente y futuro, y la serie B como la
distinción entre el antes y el después, correspondiente a las fechas de los
sucesos. En su ensayo piensa que ambas descripciones del tiempo se contradicen,
pues un ahora móvil (serie A) es incompatible con las fechas fijas (serie B)
donde no existe el ahora, solo el antes y el después, lo que lo lleva a
concluir que las impresiones de temporalidad son ilusorias.
La precipitada conclusión de
Mc Taggart (pues el ahora móvil es lo que da sentido al antes y después) es la
imagen del llamado “tiempo de bloque” sugerido por la serie B, y coincide con
la descripción nominalista del tiempo promovida en la física moderna por Julián
Barbour. Una cosa es que la descripción de
universo a nivel cuántico deba ser atemporal, otra que el tiempo puede ser un
concepto que surge en el macrocosmos y otra muy distinta afirmar que el tiempo
es sólo una ilusión. Barbour al sostener que son incompatibles los enfoques del
tiempo en la mecánica cuántica y en la relatividad general propone eliminar el
tiempo de las ecuaciones que describen el universo a fin de poder unificar
ambas teorías en un universo llamado “Platonia”, donde sólo existen formas
eternas e inmutables, aun cuando en el mundo físico nuestros sentidos perciben
un flujo constante.
En Einstein el
espacio-tiempo es un todo unitario fundamental en la relatividad, y el pasado,
presente y futuro permanecen en la física relativista. Incluso la segunda ley
de la termodinámica, que distingue entre el pasado y el futuro y motivó al
astrónomo británico Sir Arthur Eddington a definir el concepto que llamó “la
flecha del tiempo”, afirma que el pasado y el futuro son diferentes: hay más
entropía en el futuro que en el pasado. En buena cuenta, el pasado, el presente
y el futuro permanecen.
Se distinguen un total de
seis flechas del tiempo (termodinámica, radiación, cuántica, kaón y
cosmológica) de las cuales sólo una no es de origen físico sino psicológico. Y
se discute la caracterización de las diferentes flechas del tiempo y cómo se
relacionan entre sí (problema taxonómico). Igualmente la ciencia no puede
explicar por qué el mundo físico muestra asimetría temporal en la
termodinámica, cosmología y fenómenos relacionados con la radiación, cuando las
leyes físicas fundamentales que explican todos los fenómenos naturales poseen
simetría temporal (problema genealógico).
Incluso las teorías que en
la actualidad intentan la unificación de la teoría de la relatividad general
con la mecánica cuántica (teorías de la gravedad cuántica o de todas las cosas),
no dejan de postular el tiempo (aunque no sea continuo, sino “cuantizado”). Sin embargo, ni el problema
taxonómico ni genealógico, ni el tiempo cuantizado, permiten afirmar que el
tiempo sea una ilusión.
Ni siquiera el llamado
“problema del tiempo congelado”, originado cuando se intentó convertir la
teoría general de la relatividad en una teoría cuántica de la gravedad aplicando
la “cuantización canónica” y según la cual el universo se encuentra congelado
en el tiempo, no permite deducir que el tiempo sea una ilusión.
Barbour al proponer
eliminar el tiempo de las ecuaciones que describen el universo a fin de poder
unificar ambas teorías, se aúna al intento de Godel donde resulta un mundo
donde no existe el tiempo y se decide por una postura relacionista. La ecuación
Wheeler-De Witt también motivó que los filósofos Jhon Earman y Jhon D. Norton,
a fines de 1980, analizaran el principio de covarianza general, que afirma que
las leyes de la física son iguales para todos los observadores, principio
fundamental de la relatividad general. Dicho principio repercute en las dos
posturas ontológicas sobre el espacio y el tiempo, el substancialismo y el
relacionismo.
Mientras el substancialismo
sostiene que el espacio y el tiempo existen independientemente de todo lo dado
en el universo, el relacionismo considera que espacio-tiempo son constructos de
la mente para describir cómo los objetos físicos se relacionan. La conclusión convencionalista
de Earman y Norton es que la postura substancialista implica que la teoría de
la relatividad general es indeterminada. Para que la teoría sea determinista se
requiere que el espacio-tiempo sea una ficción, tal como afirma el
relacionismo.
El error de esta conclusión
subyace en suponer que el relacionismo permite el determinismo y el
substancialismo, y hace lo mismo con el indeterminismo respecto a la teoría de
la relatividad general, porque concibe el universo en términos de oposición absoluta entre la necesidad y
la contingencia en vez de pensarlo en términos de oposición relativa. O sea en el universo no hay “necesidad pura” ni
“contingencia pura”, sino que se da una interrelación e interdependencia
dialéctica entre ambos. De este modo el substancialismo no lleva necesariamente
al indeterminismo ni el relacionismo al determinismo.
La conclusión
convencionalista de Earman y Norton es debido a que razonan en términos no
dialécticos. De esta forma no hay tal aparente victoria del relacionismo sobre
el substancialismo. Además, el relacionismo es cuestionable por la consolidación
que el substancialismo le da a la mecánica cuántica. Pues, si el espacio-tiempo
carece de significado fijo entonces es imposible verificar las observaciones en
lugares y momentos definidos, como exige la mecánica cuántica.
El ingeniero Enrique
Pfeiffer, muy versado en física teórica y adepto a la idea que el tiempo es
ilusión, ha puesto de relieve el trabajo del filósofo Huw Price relacionado con
las flechas físicas del tiempo y la asimetría entre pasado y futuro
(“Reflexiones sobre el tiempo y la temporalidad. Desde un enfoque psico-físico
y filosófico”, en: Archivos. Cenáculo de
filosofía Yachaywiñay, tomo II, año II, n° 2-2014). Price concluye que los
físicos para explicar la asimetría de las flechas del tiempo, aun cuando las
leyes fundamentales de la física son temporalmente simétricas, están
“contaminados” por un “raciocinio circular”, en el que se incluyen presupuestos
que son asimétricos en el tiempo (La
Flecha del Tiempo y el Punto de Vista de Arquímedes, 1996). Para Price no
tiene sentido hablar del flujo del tiempo ni de la dirección en la que el
tiempo fluye (flecha del tiempo).
Esta desconcertante
conclusión prácticamente coincide con la tesis nominalista de Barbour sobre el
tiempo como ilusión. Pero el problema del tiempo llega hasta los fundamentos de
la física cuando apreciamos que la teoría de las súper cuerdas se inclina hacia
el substancialismo y la teoría de la gravedad cuántica de bucles hacia el
relacionismo. Es decir, el problema del tiempo aparece tanto en la solución
canónica de la gravedad cuántica como en toda la física.
Este subjetivismo
nominalista de ciertas nuevas teorías físicas que derivan hacia la tesis que el
tiempo no es un fenómeno real sino que se trata de una proyección de la mente
humana es parte de un fenómeno cultural más amplio, según el cual la atmósfera
espiritual nihilista somete la observación de todos los fenómenos ideológicos,
científicos y culturales a una evaporación de su realidad.
De ahí que la opinión de
Roger Penrose cobre actualidad al pensar que “el camino matemático griego nos
ha servido mucho, pero dista mucho de ser el verdadero camino hacia la
realidad” (El camino hacia la realidad.
Una guía completa de las leyes del universo, 2006). La formalización matemática
se ha ido imponiendo en la concepción científica del tiempo, terminando por
vaciarla de todo contenido real. Ahora ya son varios los científicos los que
adoptan un punto de vista más relajado respecto a un espacio-tiempo
clásicamente aceptable. Y aunque se derivan tales consideraciones de solamente
ecuaciones matemáticas suelen presentarse como situaciones “físicas” del tiempo
su propia ilusión.
Que el tiempo no exista en
la naturaleza y sea tan solo una ilusión subjetiva de la mente humana se
presenta como algo plausible en lugares donde con más claridad se da la unión
cuántico-gravedad, esto es, en las singularidades
espacio-temporales del big bang y los agujeros negros. Pero que esta flagrante
asimetría temporal cosmológica sea la característica esencial de la naturaleza
en todas sus manifestaciones para ser más un exceso de la credulidad moderna en
las conclusiones de las ecuaciones matemáticas.
III
En el fondo la tesis de la
naturaleza ilusoria del tiempo no es sino la actualización de la idea del
tiempo como movimiento intuido. Veamos. En filosofía se dan tres posiciones
sobre el tiempo: 1. Como orden mensurable del movimiento (Antigüedad,
concepción cíclica, metempsicosis y concepción científica), 2. Como movimiento
intuido (concepto de conciencia), y 3. Como estructura de posibilidades
(concepción existencialista).
La primera interpretación
del tiempo ha ido desde la imagen móvil de la eternidad (Platón) hasta el orden
de las cadenas causales (Reichenbach); especialmente éste último en su libro
póstumo The Direction of Time (1956)
manifestó que el orden del tiempo se identifica con el orden de la causalidad y
la dirección de la entropía creciente. Pero en realidad fue Kant el que en su
Analítica de los principios en vez de en su Estética trascendental redujo el
tiempo al orden causal.
La segunda interpretación fue
formulada por Hegel donde el tiempo es definido como principio mismo del Yo, de
la pura conciencia de sí, o el simple concepto abstracto en su exterioridad (Enc. § 258). O sea el tiempo no es
identificado con la conciencia plena sino tan sólo con un aspecto formal o
abstracto de la conciencia misma. Para Plotino no existe el tiempo fuera del
alma, porque ella es intuición del devenir (Enn.
III, 7, 11). Y esta doctrina encuentra su más completa exposición en San
Agustín, donde no hay tres tiempos sino tan sólo tres presentes: el presente
del pasado, el presente del presente y el presente del futuro (Conf. XI, 28, 1). Esta concepción la
opusieron Bergson con su idea de duración (Pensamiento
y movimiento, 1934) y Husserl con su idea de vivencia real (Ideas, I, § 81) al concepto científico
de tiempo. Lo cual significa que el tiempo consiste en un eterno presente.
La tercera interpretación
del tiempo es de índole existencialista y la concibe como estructura de la
posibilidad. Es la postura representada por Heidegger en su identificación
entre ser y tiempo (Ser y tiempo, 1927),
donde la primacía lo tiene el futuro, como proyecto y posibilidad. Con esto el
tiempo no es lo necesario sino lo posible, donde prima el futuro sobre el
presente y el pasado es fundamento del porvenir.
Por todo ello hemos
afirmado que en el fondo la tesis de la naturaleza ilusoria del tiempo no es
sino la actualización de la idea del tiempo como movimiento intuido o sea como
concepto de conciencia. Pero ahora nos preguntamos: ¿puede ser el tiempo
cosmológico el proyecto de Dios? ¿Es decir, es el tiempo fruto de la voluntad
infinita de la inteligencia suprema plasmada en la creación? Sólo un enfoque
escatológico y providente permite la comprensión del tiempo en sus tres
dimensiones: material (medición del movimiento), subjetiva o acontecimiento del
alma (fenómeno del presente) y espiritual (proyecto).
Lima,
Salamanca 23 de Junio 2015