martes, 31 de octubre de 2017

¿ERAS HISTÓRICAS ESTÚPIDAS?

¿ERAS HISTÓRICAS ESTÚPIDAS?
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Para poder afirmar la existencia de Eras estúpidas es preciso determinar varias cosas: (1) la inteligencia humana retrocede por momentos en la historia, (2) la inteligencia humana es al mismo tiempo inteligente y estúpida, (3) el avance de la inteligencia implica al mismo tiempo el de la estupidez. Primero se abordó la cuestión ontológico-metafísica de la Cuádruple raíz de la razón estúpida, luego la temática epistémica del Auge del estudio de la estupidez, a continuación se afrontó la Lógica de la estupidez. Ahora toca el turno al ámbito de la filosofía de la historia con la existencia de las Eras estúpidas.

Muy lejos de mi intención está inaugurar una visión estúpida de la historia universal. Más bien considero que todas las visiones la historia universal existentes (teológica, naturalista, racionalista y metafísica) no pueden librarse del ingrediente de la estupidez. Para la visión cristiana la historia es el drama de la salvación, para la visión naturalista la historia se rige por su propia ley, para la visión racionalista la historia no es una teodicea ni una física sino un descubrimiento de la propia razón y para la visión metafísica la historia es liberación del Espíritu. Pero aquí más bien se va hacer hincapié en que lo estúpido está presente de modo constante en cada visión de la historia y especialmente en su declinación.

La situación de la estupidez es tan compleja como el de la inteligencia y exige una visión de la historia en espiral. La figura geométrica de la espiral ayuda a visualizar una curva de ascenso, otra de estabilización y finalmente otra de descenso antes de emprender un nuevo ciclo. La curva de ascenso equivale a las épocas de heroísmo, la de estabilización a la época de conservatismo, y la de descenso a la época de decadencia. Al parecer Sodoma y Gomorra recibieron un castigo divino ejemplar sin posibilidad de nuevo ciclo de desarrollo. Al parecer este movimiento sinuoso del desarrollo histórico describe la vida de una era determinada del espíritu humano. Muestra primero una respiración vigorosa, luego estable hasta culminar en una letanía declinante. Los milenaristas gustan pensar que los ciclos históricos duran mil años. Y parecen haber razones que los asistan. Pero lejos determinaciones contables lo que nos interesa aquí es responder a la pregunta si realmente existen eras estúpidas.

Tucho Balado en su novela de humor serio Tesis doctoral de un extraterrestre. ¿Y si fuese cierto… que los humanos somos genéticamente imbéciles? (2013), concluye que la especia humana por sus enormes absurdidades y destructividad tiene todas las señas de ser una especie genéticamente estúpida.  Cuando se pierde la cabeza por una hermosa mujer se está a punto de darle la razón a Balado. Sin duda, hay componentes genéticos que inducen a la estupidez. Pero no todo proviene de los genes, lo cultural no puede ser obviado. Si el autor, que no tiene una intención seria sino jocosa, estuviese en lo cierto cómo podríamos explicar la soberanía del hombre en la Tierra y sus prodigiosas creaciones. Obviamente que se trata de una exageración sugerente aunque inexacta. Por consiguiente, para Balado la era de la estupidez empieza desde que aparece sobre la Tierra la especie humana. Esto es casi como dar la razón a las criaturas sin cerebro, como los equinodermos, y declarar que su felicidad consiste en no pensar.

De otro talante es la obra del filósofo español José Antonio Marina, La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez (2004). Postula que lo que nos vuelve estúpidos es mantener creencias falsas ante cualquier experiencia contraria. Y como ejemplo de la inteligencia fracasada pone a la estupidez política. No ha duda que los políticos y dictadores son un excelente ejemplo de estupidez humana pero ese pequeño universo no puede explicar todo la problemática de la estupidez. Además, la experiencia empírica tampoco puede convertirse en la medida para combatir a la estupidez. Eso es el crudo empirismo de Locke y Hume, donde la conciencia es una tabla rasa. Incluso, dice, la experiencia metaempírica en la lógica, matemática, semántica, metafísica y, hasta, en la propia ciencia es una prueba de ello. Cuando al contrario, la defensa a ultranza del método científico, llamado cientificismo, se ha convertido en la nueva estupidez de nuestro tiempo. Por tanto, la estupidez humana no se limita a las creencias falsas. La avaricia y el capricho, por ejemplo, son ejemplos de estupideces efectuadas conscientemente y con lucidez intelectual pero con oscuridad pasional. De modo que para Marina la era de la estupidez humana comienza cuando las creencias falsas se imponen contra la experiencia en todas   las  áreas  de  la  actividad  cotidiana.  Y  como dichas creencias asedian al hombre desde que es hombre resulta entonces que siempre la estupidez acompaña al hombre.

Otra es la perspectiva del historiador económico y pensador italiano Carlo Cipolla en su breve ensayo satírico Allegro ma non troppo (1988). Muestra un interesante gráfico del comportamiento humano, donde los Inteligentes son los que benefician a los demás y a sí mismos, los Incautos son los que benefician a los demás y se perjudican a sí mismos, los Estúpidos perjudican a los demás y a sí mismos, y los Malvados son los que perjudican a los demás  se benefician a sí mismos. Concluye que los malvados son preferibles a los estúpidos, puesto que la actividad de esos últimos no beneficia a nadie.

Sin necesidad de coincidir con su repugnante remate utilitarista, es evidente que Cipolla ha efectuado una descripción bastante exacta del comportamiento humano. No obstante, su racionalidad económica no puede ser la medida para juzgar comprender el fenómeno de la estupidez. Y no puede ser principalmente por dos motivos, a saber, porque existe una fuerte dosis de estupidez en el comportamiento malvado y porque no es del todo cierto que lo estúpido no sea en absoluto beneficioso. Lo improductivo y ocioso es desdeñable y estúpido desde el punto estrictamente económico, sin embargo, no lo es desde el punto de vista creativo.

También no todos los inteligentes se benefician a sí mismos ni hacen cosas buenas. Sócrates era inteligente y terminó condenado a muerte. Einstein siempre se arrepintió de la estupidez de haber contribuido a la existencia de la bomba atómica. Ni siempre el incauto beneficia a los demás. Los incautos ufólogos creen en cosas indemostrables sin beneficiar a los demás. Y el malvado obtiene muchos beneficios personales pero no deja de acicatearlo la conciencia de su propia necedad.

Además, el inteligente junto al incauto no deja de hacer estupideces. Por ende, la visión de Cipolla es sesgada, esquemática, economicista y utilitarista. Insuficiente para explicar el fenómeno de la estupidez humana. En suma, para Cipolla la era de la estupidez humana es eterna porque siempre habrá estúpidos junto a los incautos, inteligentes y malvados.

Por tanto, para una crítica de la razón estúpida es necesario emprender otro camino diferente al genético, empirista y economicista, para explicar la existencia de las eras estúpidas. En parte ese camino ya lo hemos emprendido desde el comienzo de esta obra. En una palabra el enfoque inmanentista resulta insuficiente y limitante.

En todas las eras de la historia está presente la estupidez pero no siempre del mismo modo y con la misma intensidad. Por eso que no hay inconveniente en admitir las posibilidades indicadas al principio del ensayo: (1) la inteligencia humana retrocede por momentos en la historia, (2) la inteligencia humana es al mismo tiempo inteligente y estúpida, (3) el avance de la inteligencia implica al mismo tiempo el de la estupidez. En (1) el retroceso es manifiesto en la curva decadente que atraviesa toda cultura. En (2) la tensión entre inteligencia y estupidez es constante. Y en (3) el avance de la inteligencia hace posible el mayor peligro que representa la estupidez.

Pero el avance la inteligencia puede representar al mismo tiempo la encarnación de una estupidez. Por ejemplo, como ya lo había observado O. Spengler, cuando se acentúa el avance civilizatorio de una cultura entonces el desarrollo técnico avasalla lo humanístico para determinar el ocaso de dicha cultura. Sin estar de acuerdo necesariamente con la visión organológica del pensador tudesco no es difícil advertir que el mismo fenómeno acontece en la fase tecnológica de la cultura moderna. Los medios avasallan a los fines, la tecnología es el nuevo ídolo predominante y el humanismo es relegado por el avance científico tecnológico.

La contrapartida es la desintegración de la familia, la desmalignización del mal y la malignización del bien, la tecnociencia y la manipulación genética que corporaliza la realidad humana, el cariz amenazante de la inteligencia artificial y el cibermundo, la desorbitada desigualdad social del orden global neoliberal donde el 1 por ciento de la población mundial concentra el 80 por ciento de la riquezas del planeta, el crecimiento del hombre anético, la desvalorización de la vida humana, la ciencia puesta al servicio de la fabricación de armas más mortíferas de destrucción masiva, el emprendimiento de guerras más crueles y destructivas que no pueden disimular la motivación económica de las avaras élites del planeta, la destrucción ecológica del antropocenio que encabeza la sexta extinción masiva, en suma, el entrecruzamiento de crisis secoriales (agua, energía, población, alimentos, cultura, moral, económica, policía, etc.) que señalan la acentuación de la curva de desintegración civilizatoria.

En una palabra, es notorio que la cultura moderna entra a una peligrosa fase de predominio de la estupidez sobre la sensatez inteligente, que por el enorme potencial destructivo acumulado puede resultar en una destrucción total de la humanidad. Asi vemos, cómo bajo la presidencia de Obama y de Trump los Estados Unidos de Norteamérica acentúan la demencial guerra fría contra las potencias nucleares de Rusia  China. ¡Como si la humanidad pudiera sobrevivir a una apocalíptica guerra termonuclear entre potencias que tienen armas nucleares capaces de destruir varias veces a países del tamaño de Francia! Es como si las élites del llamado Reich Bilderberg encabezara la estúpida idea de sobrevivir a una hecatombe nuclear.

En diversas oportunidades los medios de comunicación hicieron notar que las mismas tenían listos refugios antinucleares para sobrevivir con todas las comodidades durante un siglo y salir luego como los nuevos dueños del planeta. Suena no sólo descabellado y el colmo del egoísmo, sino sumamente estúpido pensar en la sensatez de dicho plan siniestro. Pero después de todo es la consecuencia natural del Regnum hominis instaurado desde la cultura moderna con su concepto unívoco del ser, el inmanentismo, el materialismo y el empirismo.

El hombre anético de la cultura global posmoderna se siente hoy más que nunca como un diosecillo terrenal capaz de decidir lo que es bueno y malo en cada circunstancia. Este relativismo que se deriva es de una estupidez tan monstruosa que en su nombre se cometen los atropellos más inverosímiles contra la humanidad. El hombre sin Dios es llevado hacia los recovecos más oscuros y peligrosos de la peligrosa estupidez. No hay duda que se trata de una estupidez de las elites, para quienes les resulta provechosa la estupidización generalizada del consumismo, la mentira mediática, la ciencia sin ética y la política sin principios. La secularización es su reino y el plutócrata mundial está sentado en el trono divino.

Cuando A. Toynbee analiza y estudia a la civilización helénica señala que su gran invención -el culto antropolátrico- fue también la causa de su destrucción en una encarnizada lucha fratricida. La revolución religiosa introducida por el cristianismo, islamismo y budismo solo mitigó por mil años el humanismo heleno. Lo cual lleva a pensar en los riesgos y peligros de dicho culto antropolátrico y en evaluar por qué actualmente está en profunda crisis la civilización cristiana tanto en Occidente como en Oriente. Y es que desde la modernidad en Occidente se instaló un profundo proceso de descristianización mediante el reino de la razón autónoma, la cual rechaza las verdades suprarracionales y restringe el horizonte de la verdad a lo empírico y fáctico.

El culto heleno del hombre volvió desde el Renacimiento y creció incontenible en un contexto secularizado e inmanente. Se agrandó la pústula pestilente de la idolatría del Estado, como cáncer que devora las energías espirituales, provocando incesantes y cada vez más terribles guerras. La estupidez humana creció y se volvió más mortífera. Las dos guerras mundiales, los fascismos, los totalitarismos, el Holocausto, los imperialismos, la banalidad del mal, el empleo de las bombas atómicas, el consumismo, la corrupción moral  política, son su dolorosa demostración. La idolatría del hombre llevó hacia la idolatría del estado, luego del dinero y, por último, a la idolatría de la máquina. El Regnum hominis, que agigantó la brecha entre lo inmanente y lo trascendente, se dirige hacia su estúpido colapso por agotamiento. Y de concretarse el cibermundo de la inteligencia artificial autónoma, como parece encaminarse, ésta le propinará el empujón final.

El marco histórico sin Dios y meramente humano facilitó el crecimiento de lo estúpido y consumó una era donde la tontería reina a sus anchas ni límites. Es innegable que ha habido estupideces en otras eras de la historia pero nunca fue la protagonista como lo es en la secularizada civilización moderna. La consumación mas depurada de la estupidización moderna es el nihilismo metafísico, gnoseológico y moral. El nihilismo es un subproducto del idealismo subjetivo de la modernidad. No solo representa la muerte de Dios y de la metafísica, sino también del hombre y el mundo. Todo queda disuelto en un difuso evento contingente donde la verdad sobra.

La modernidad empezó clausurando la trascendencia en el cosmos y en  la  razón  pero  el Cielo y el infierno se volvieron a abrir el alma. Pero lejos de abrirse una metafísica de la interioridad a lo San Agustín, se fue naufragando en la metafísica naturalista y el gnoseologismo positivista. Un alma vaciada de Dios no podía encontrar en ella más que desolación y el absurdo de reducir lo infinito a lo finito. Justamente esa es la esencia de lo razón estúpida. El idealismo moderno es subjetivo y es una desnaturalización del idealismo objetivo greco-cristiano. Con el empirismo la “esencia” se vuelve en “idea” o contenido de conciencia. Asi se culminaría en la negación nihilista de la verdad objetiva. Por eso la filosofía y cultura contemporánea se ha vuelto relativista, historicista y cientificista.

Tres grandes estupideces que gobiernan la era actual. Nuestra época se privó de la verdad y extravió el sentido del ser. Ahora se entiende mejor por qué es necesario comprender el fenómeno de la estupidez desde un punto de vista trascendentalista, como un camino para recuperar la sensatez recuperando el problema de Dios que es intrínseco a la estructura ontológica del hombre. Pues la trayectoria del pensamiento moderno demuestra que sin Dios no se piensa racionalmente y aumenta la hegemonía de la estupidez.

En la base del estúpido nihilismo imperante está el escepticismo subjetivo de Descartes y su duda metódica donde lo único seguro es el acto de pensar; el maquiavelismo, que es el rostro político del inmanentismo y que hay que diferenciarlo de Maquiavelo, que pone a la teoría moral como base de la teoría política; el panteísmo espinosista que identifica a Dios con la naturaleza, lo comprende como causa interna de todo lo que existe y lo proclama como único ser libre; el siervo arbitrio del protestantismo que fortalece la voluntad de poder del inmanentismo; el empirismo que vuelve a lo fáctico en lo único real; el criticismo kantiano, que sustituye a Dios por el Yo pienso, alentó el ateísmo y el escepticismo; el idealismo romántico alemán que coloca lo infinito en lo finito; el positivismo que absolutiza el método científico; la fenomenología husserliana que mediante el yo trascendental termina abandonando la metafísica trascendente; el existencialismo ateo que temporaliza la realidad humana y termina extraviándolo en el desamparo o en la falsa libertad absoluta; el estructuralismo y postestructuralismo que naufragan en el énfasis de la realidad exclusivamente inmanente; la filosofía lingüística y semántica que se apaga en la logística de los signos empíricos; y la postmodernidad que con su metanarrativa escéptica consagra la ontología débil y la era del vacío.

 Es innegable que contra corriente de naufragio de la metafísica del ser y de la persona hubo movimientos en contra desde Pascal, el teísta espiritualismo italiano de Rosmini, Gioberti y Galluppi, hasta el personalismo cristiano, pero se mantuvieron como movimientos subalternos. La amenaza del nihilismo y su enorme dosis de estupidez escéptica fue aumentando hasta poner al borde del exterminio el legado heleno y cristiano.

Sin lugar a dudas, la existencia de las eras estúpidas es una realidad, sobre todo en la fase de decadencia cultural, pero ninguna como la actual alcanzó tan altas cuotas de estupidez imperante. Y no es casual que esto suceda porque el hombre vive muerto desde que mató la verdad ni vive en la esencia de la verdad. La decadencia de la civilización moderna es irreversible, nuestra misión debe ser que su expiración sea lo menos traumática posible para que no obstruya el surgimiento de una nueva civilización basada en el amor y la verdad absoluta que es Dios.

Pero esto significa advertir que no sólo hay que invertir los valores del mundo burgués –como ya lo destacó M. Scheler- sino que hay que invertir el orden metafísico naturalístico y escéptico, porque detrás del resentimiento moral está el resentimiento metafísico contra lo trascendente. El narcisista, light y superficial hombre postmoderno cuyos impulsos hacia lo heroico, viril y trascendente han sido reprimidos, y en esto se parece a la solterona que reprime el impulso sexual a la reproducción, no se encuentra libre del veneno del resentimiento metafísico y moral. Su aparente indiferencia existencial es en el fondo el más grande señalamiento de lo serio e importante que intenta negar.

Esta ostensiva actitud débil y vengativa de la humanidad postmoderna, más propia de la condición femenina, refleja el papel reactivo y pasivo de ser conquistado, que impone el mundo burgués manipulador de la libertad personal. No es extraño que una civilización esencialmente utilitaria tenga que ser profundamente estúpida, casquivana, chismosa, prostibularia e inauténtica. En este sentido, el mundo moderno que bebe de las fuentes del humanismo escéptico, racionalismo, empirismo, fenomenismo, naturalismo, materialismo y ateísmo, es profundamente antihumano. Por ello degrada el amor.

Ya Kant eliminó el amor de entre los agentes morales. Pero el amor no es un afecto sino un acto intencional del espíritu humano y uno de los constitutivos metafísicos de Dios –los otros dos son la inteligencia y la voluntad-. Por eso, la moral cristiana –y no sólo la teología de la liberación- prohíbe el odio de clases pero no la lucha de clases. Pero en la actualidad se suplantó el cristianismo genuino por la niveladora civilización moderna filantrópica de falso amor a los hombres en vez de los principios de la propia salvación que regían las órdenes antiguas, especialmente en los benedictinos. Y es que el ascetismo antiguo tenía el ideal de conseguir el máximo goce con el menor número de cosas útiles.

En cambio, la civilización moderna ha invertido la dirección de dicho ideal. Al buscar el máximo goce con el mayor número de cosas útiles al final desemboca en la pérdida del sentido de la vida. Así, la civilización moderna se complace en haber logrado extender el número de años que se vive, pero para qué si ha disminuido ostensiblemente la capacidad de darle sentido a la vida. El hombre moderno tiene acceso a tantas cosas que nada lo satisface. Es más infeliz que el hombre antiguo que poseía menos cosas pero era más feliz.

El resultado es la destrucción del sentido de la vida, de la felicidad, el goce y el amor, y el incremento exponencial de la infelicidad y la estupidez. La inversión de los valores mediante el hedonismo del impulso adquisitivo no sólo hizo perder el sentido de la vida, sino el sentido del Ser y de la Persona. Por eso la estúpida civilización moderna actual carece de sentido de la vida y de arte de vivir. Por ello, no sólo hay que superar el espíritu burgués sino el espíritu de su metafísica rastrera y hedionda. Ciencia, tecnología, economía, política, cultura y religión está condicionada e influida por la inversión metafísica del   espíritu   burgués.  

Se  trata  de  la  degeneración propia del ethos del industrialismo y postindustrialismo capitaneado por la lógica de la rentabilidad y el dinero. Con razón decía Tönnies que hoy no tenemos comunidad basada en la tradición sino la venal sociedad contractual. Y es justo aquí donde prospera el ubicuo estúpido. Se creyó ingenuamente que el descubrimiento del indeterminismo físico y el criterio holístico iba a cambiar las cosas pero lejos de ello sigue avasallando la inteligencia calculadora, que estanca la vida y el pensamiento. Se pensó que el hombre que llega a la Luna, fabrica robots, incursiona en los genes y en la nanotecnología no podía ser estúpido. Pero la verdad es todo lo contrario.

Las cosas se han hecho más grandes e importantes pero los hombres se han vuelto más insignificantes e intrascendentes. En la civilización materialista el ente es más importante que el ser, lo óntico obscurece lo ontológico y Dios es invisibilizado. En los países andinos como Ecuador, Perú, Bolivia esto favorece un revival de las paganías andinas precolombinas, y precristianas en Cuba, Venezuela, Colombia y Brasil. En América Latina el sincretismo cristiano popular está retrocediendo ante el revival pagano. La Iglesia romana misma es corroída y remecida por la simonía, la avaricia, la corrupción, que nace de la misma moral utilitaria de la civilización moderna que la envuelve y la corroe. Imposible obviar al importante contingente que aduce, exactamente como el empirista Hume, no creer en Dios porque no lo ha experimentado aunque no descartan que puedan experimentarlo.

Vana es la respuesta de Kierkegaard que frente a la verdad racional y universal se tiene a la verdad existencial, donde lo bueno es caer en manos del Dios vivo. El criterio sociológico marxista sigue imperando con su idea materialista de que no es el Espíritu el que genera el cambio material sino al revés. Evolucionismo y freudismo fortaleció la visión naturalista del hombre. A resultas lo que se tiene no es una visión humanista sino hominista. Ni siquiera el existencialismo de la libertad y de negación de la esencia humana superó el horizonte inmanentista. Todo lo real maravilloso quedó limitado al propio subconsciente y a la propia naturaleza. El hombre queda reducido a pura materia que se encendió miles de millones de años atrás. ¿Pero quién la encendió? Es una pregunta sin sentido, engañosa e inútil que la estupidez nihilista del inmanentismo actual deshecha supinamente.


31 de octubre 2017