¿ERAS HISTÓRICAS ESTÚPIDAS?
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad
Peruana de Filosofía
Para poder afirmar la existencia de Eras
estúpidas es preciso determinar varias cosas: (1) la inteligencia humana
retrocede por momentos en la historia, (2) la inteligencia humana es al mismo
tiempo inteligente y estúpida, (3) el avance de la inteligencia implica al
mismo tiempo el de la estupidez. Primero se abordó la cuestión
ontológico-metafísica de la Cuádruple raíz de la razón estúpida,
luego la temática epistémica del Auge
del estudio de la estupidez, a continuación se afrontó
la
Lógica de la estupidez. Ahora toca el turno al ámbito de la
filosofía de la historia con la existencia de las Eras estúpidas.
Muy
lejos de mi intención está inaugurar una visión estúpida de la historia
universal. Más bien considero que todas las visiones la historia universal
existentes (teológica, naturalista, racionalista y metafísica) no pueden
librarse del ingrediente de la estupidez. Para la visión cristiana la historia
es el drama de la salvación, para la visión naturalista la historia se rige por
su propia ley, para la visión racionalista la historia no es una teodicea ni
una física sino un descubrimiento de la propia razón y para la visión metafísica
la historia es liberación del Espíritu. Pero aquí más bien se va hacer hincapié
en que lo estúpido está presente de modo constante en cada visión de la
historia y especialmente en su declinación.
La situación de la estupidez es tan compleja
como el de la inteligencia y exige una visión de la historia en espiral. La
figura geométrica de la espiral ayuda a visualizar una curva de ascenso, otra
de estabilización y finalmente otra de descenso antes de emprender un nuevo
ciclo. La curva de ascenso equivale a las épocas de heroísmo, la de
estabilización a la época de conservatismo, y la de descenso a la época de
decadencia. Al parecer Sodoma y Gomorra recibieron un castigo divino ejemplar
sin posibilidad de nuevo ciclo de desarrollo. Al parecer este movimiento
sinuoso del desarrollo histórico describe la vida de una era determinada del
espíritu humano. Muestra primero una respiración vigorosa, luego estable hasta
culminar en una letanía declinante. Los milenaristas gustan pensar que los
ciclos históricos duran mil años. Y parecen haber razones que los asistan. Pero
lejos determinaciones contables lo que nos interesa aquí es responder a la
pregunta si realmente existen eras estúpidas.
Tucho Balado en su novela
de humor serio Tesis doctoral de un
extraterrestre. ¿Y si fuese cierto… que los humanos somos genéticamente
imbéciles? (2013), concluye que la especia humana por sus enormes
absurdidades y destructividad tiene todas las señas de ser una especie
genéticamente estúpida. Cuando se pierde
la cabeza por una hermosa mujer se está a punto de darle la razón a Balado. Sin
duda, hay componentes genéticos que inducen a la estupidez. Pero no todo
proviene de los genes, lo cultural no puede ser obviado. Si el autor, que no
tiene una intención seria sino jocosa, estuviese en lo cierto cómo podríamos
explicar la soberanía del hombre en la Tierra y sus prodigiosas creaciones.
Obviamente que se trata de una exageración sugerente aunque inexacta. Por
consiguiente, para Balado la era de la estupidez empieza desde que aparece
sobre la Tierra la especie humana. Esto es casi como dar la razón a las criaturas
sin cerebro, como los equinodermos, y declarar que su felicidad consiste en no
pensar.
De otro talante es la obra del filósofo
español José Antonio Marina, La
inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez (2004). Postula
que lo que nos vuelve estúpidos es mantener creencias falsas ante cualquier
experiencia contraria. Y como ejemplo de la inteligencia fracasada pone a la
estupidez política. No ha duda que los políticos y dictadores son un excelente
ejemplo de estupidez humana pero ese pequeño universo no puede explicar todo la
problemática de la estupidez. Además, la experiencia empírica tampoco puede
convertirse en la medida para combatir a la estupidez. Eso es el crudo
empirismo de Locke y Hume, donde la conciencia es una tabla rasa. Incluso,
dice, la experiencia metaempírica en la lógica, matemática, semántica,
metafísica y, hasta, en la propia ciencia es una prueba de ello. Cuando al
contrario, la defensa a ultranza del método científico, llamado cientificismo,
se ha convertido en la nueva estupidez de nuestro tiempo. Por tanto, la estupidez
humana no se limita a las creencias falsas. La avaricia y el capricho, por
ejemplo, son ejemplos de estupideces efectuadas conscientemente y con lucidez
intelectual pero con oscuridad pasional. De modo que para Marina la era de la
estupidez humana comienza cuando las creencias falsas se imponen contra la
experiencia en todas las áreas de la actividad cotidiana. Y como dichas
creencias asedian al hombre desde que es hombre resulta entonces que siempre la
estupidez acompaña al hombre.
Otra es la perspectiva
del historiador económico y pensador italiano Carlo Cipolla en su breve ensayo
satírico Allegro ma non troppo
(1988). Muestra un interesante gráfico del comportamiento humano, donde los
Inteligentes son los que benefician a los demás y a sí mismos, los Incautos son
los que benefician a los demás y se perjudican a sí mismos, los Estúpidos
perjudican a los demás y a sí mismos, y los Malvados son los que perjudican a
los demás se benefician a sí mismos.
Concluye que los malvados son preferibles a los estúpidos, puesto que la actividad
de esos últimos no beneficia a nadie.
Sin necesidad de
coincidir con su repugnante remate utilitarista, es evidente que Cipolla ha
efectuado una descripción bastante exacta del comportamiento humano. No
obstante, su racionalidad económica no puede ser la medida para juzgar
comprender el fenómeno de la estupidez. Y no puede ser principalmente por dos
motivos, a saber, porque existe una fuerte dosis de estupidez en el
comportamiento malvado y porque no es del todo cierto que lo estúpido no sea en
absoluto beneficioso. Lo improductivo y ocioso es desdeñable y estúpido desde
el punto estrictamente económico, sin embargo, no lo es desde el punto de vista
creativo.
También no todos los
inteligentes se benefician a sí mismos ni hacen cosas buenas. Sócrates era
inteligente y terminó condenado a muerte. Einstein siempre se arrepintió de la
estupidez de haber contribuido a la existencia de la bomba atómica. Ni siempre
el incauto beneficia a los demás. Los incautos ufólogos creen en cosas
indemostrables sin beneficiar a los demás. Y el malvado obtiene muchos
beneficios personales pero no deja de acicatearlo la conciencia de su propia
necedad.
Además, el inteligente
junto al incauto no deja de hacer estupideces. Por ende, la visión de Cipolla
es sesgada, esquemática, economicista y utilitarista. Insuficiente para
explicar el fenómeno de la estupidez humana. En suma, para Cipolla la era de la
estupidez humana es eterna porque siempre habrá estúpidos junto a los incautos,
inteligentes y malvados.
Por tanto, para una
crítica de la razón estúpida es necesario emprender otro camino diferente al
genético, empirista y economicista, para explicar la existencia de las eras
estúpidas. En parte ese camino ya lo hemos emprendido desde el comienzo de esta
obra. En una palabra el enfoque inmanentista resulta insuficiente y limitante.
En todas las eras de
la historia está presente la estupidez pero no siempre del mismo modo y con la
misma intensidad. Por eso que no hay inconveniente en admitir las posibilidades
indicadas al principio del ensayo: (1) la inteligencia humana retrocede por
momentos en la historia, (2) la inteligencia humana es al mismo tiempo
inteligente y estúpida, (3) el avance de la inteligencia implica al mismo
tiempo el de la estupidez. En (1) el retroceso es manifiesto en la curva
decadente que atraviesa toda cultura. En (2) la tensión entre inteligencia y
estupidez es constante. Y en (3) el avance de la inteligencia hace posible el
mayor peligro que representa la estupidez.
Pero el avance la
inteligencia puede representar al mismo tiempo la encarnación de una estupidez.
Por ejemplo, como ya lo había observado O. Spengler, cuando se acentúa el
avance civilizatorio de una cultura entonces el desarrollo técnico avasalla lo
humanístico para determinar el ocaso de dicha cultura. Sin estar de acuerdo
necesariamente con la visión organológica del pensador tudesco no es difícil
advertir que el mismo fenómeno acontece en la fase tecnológica de la cultura
moderna. Los medios avasallan a los fines, la tecnología es el nuevo ídolo
predominante y el humanismo es relegado por el avance científico tecnológico.
La contrapartida es la
desintegración de la familia, la desmalignización del mal y la malignización
del bien, la tecnociencia y la manipulación genética que corporaliza la
realidad humana, el cariz amenazante de la inteligencia artificial y el
cibermundo, la desorbitada desigualdad social del orden global neoliberal donde
el 1 por ciento de la población mundial concentra el 80 por ciento de la
riquezas del planeta, el crecimiento del hombre anético, la desvalorización de
la vida humana, la ciencia puesta al servicio de la fabricación de armas más mortíferas
de destrucción masiva, el emprendimiento de guerras más crueles y destructivas
que no pueden disimular la motivación económica de las avaras élites del
planeta, la destrucción ecológica del antropocenio que encabeza la sexta
extinción masiva, en suma, el entrecruzamiento de crisis secoriales (agua,
energía, población, alimentos, cultura, moral, económica, policía, etc.) que
señalan la acentuación de la curva de desintegración civilizatoria.
En una palabra, es
notorio que la cultura moderna entra a una peligrosa fase de predominio de la
estupidez sobre la sensatez inteligente, que por el enorme potencial
destructivo acumulado puede resultar en una destrucción total de la humanidad.
Asi vemos, cómo bajo la presidencia de Obama y de Trump los Estados Unidos de
Norteamérica acentúan la demencial guerra fría contra las potencias nucleares
de Rusia China. ¡Como si la humanidad
pudiera sobrevivir a una apocalíptica guerra termonuclear entre potencias que
tienen armas nucleares capaces de destruir varias veces a países del tamaño de
Francia! Es como si las élites del llamado Reich Bilderberg encabezara la estúpida
idea de sobrevivir a una hecatombe nuclear.
En diversas
oportunidades los medios de comunicación hicieron notar que las mismas tenían
listos refugios antinucleares para sobrevivir con todas las comodidades durante
un siglo y salir luego como los nuevos dueños del planeta. Suena no sólo
descabellado y el colmo del egoísmo, sino sumamente estúpido pensar en la
sensatez de dicho plan siniestro. Pero después de todo es la consecuencia
natural del Regnum hominis instaurado
desde la cultura moderna con su concepto unívoco del ser, el inmanentismo, el
materialismo y el empirismo.
El hombre anético de
la cultura global posmoderna se siente hoy más que nunca como un diosecillo
terrenal capaz de decidir lo que es bueno y malo en cada circunstancia. Este
relativismo que se deriva es de una estupidez tan monstruosa que en su nombre
se cometen los atropellos más inverosímiles contra la humanidad. El hombre sin
Dios es llevado hacia los recovecos más oscuros y peligrosos de la peligrosa
estupidez. No hay duda que se trata de una estupidez de las elites, para
quienes les resulta provechosa la estupidización generalizada del consumismo,
la mentira mediática, la ciencia sin ética y la política sin principios. La
secularización es su reino y el plutócrata mundial está sentado en el trono
divino.
Cuando A. Toynbee
analiza y estudia a la civilización helénica señala que su gran invención -el
culto antropolátrico- fue también la causa de su destrucción en una encarnizada
lucha fratricida. La revolución religiosa introducida por el cristianismo,
islamismo y budismo solo mitigó por mil años el humanismo heleno. Lo cual lleva
a pensar en los riesgos y peligros de dicho culto antropolátrico y en evaluar por
qué actualmente está en profunda crisis la civilización cristiana tanto en Occidente
como en Oriente. Y es que desde la modernidad en Occidente se instaló un
profundo proceso de descristianización mediante el reino de la razón autónoma,
la cual rechaza las verdades suprarracionales y restringe el horizonte de la
verdad a lo empírico y fáctico.
El culto heleno del
hombre volvió desde el Renacimiento y creció incontenible en un contexto
secularizado e inmanente. Se agrandó la pústula pestilente de la idolatría del
Estado, como cáncer que devora las energías espirituales, provocando incesantes
y cada vez más terribles guerras. La estupidez humana creció y se volvió más
mortífera. Las dos guerras mundiales, los fascismos, los totalitarismos, el
Holocausto, los imperialismos, la banalidad del mal, el empleo de las bombas
atómicas, el consumismo, la corrupción moral
política, son su dolorosa demostración. La idolatría del hombre llevó
hacia la idolatría del estado, luego del dinero y, por último, a la idolatría
de la máquina. El Regnum hominis, que
agigantó la brecha entre lo inmanente y lo trascendente, se dirige hacia su estúpido colapso por agotamiento. Y de
concretarse el cibermundo de la inteligencia artificial autónoma, como parece
encaminarse, ésta le propinará el empujón final.
El marco histórico sin
Dios y meramente humano facilitó el crecimiento de lo estúpido y consumó una
era donde la tontería reina a sus anchas ni límites. Es innegable que ha habido
estupideces en otras eras de la historia pero nunca fue la protagonista como lo
es en la secularizada civilización moderna. La consumación mas depurada de la
estupidización moderna es el nihilismo metafísico, gnoseológico y moral. El
nihilismo es un subproducto del idealismo subjetivo de la modernidad. No solo
representa la muerte de Dios y de la metafísica, sino también del hombre y el
mundo. Todo queda disuelto en un difuso evento contingente donde la verdad
sobra.
La modernidad empezó
clausurando la trascendencia en el cosmos y en la razón pero el
Cielo y el infierno se volvieron a abrir el alma. Pero lejos de abrirse una
metafísica de la interioridad a lo San Agustín, se fue naufragando en la
metafísica naturalista y el gnoseologismo positivista. Un alma vaciada de Dios
no podía encontrar en ella más que desolación y el absurdo de reducir lo
infinito a lo finito. Justamente esa es la esencia de lo razón estúpida. El
idealismo moderno es subjetivo y es una desnaturalización del idealismo
objetivo greco-cristiano. Con el empirismo la “esencia” se vuelve en “idea” o
contenido de conciencia. Asi se culminaría en la negación nihilista de la
verdad objetiva. Por eso la filosofía y cultura contemporánea se ha vuelto
relativista, historicista y cientificista.
Tres grandes
estupideces que gobiernan la era actual. Nuestra época se privó de la verdad y
extravió el sentido del ser. Ahora se entiende mejor por qué es necesario
comprender el fenómeno de la estupidez desde un punto de vista
trascendentalista, como un camino para recuperar la sensatez recuperando el
problema de Dios que es intrínseco a la estructura ontológica del hombre. Pues
la trayectoria del pensamiento moderno demuestra que sin Dios no se piensa
racionalmente y aumenta la hegemonía de la estupidez.
En la base del estúpido nihilismo imperante
está el escepticismo subjetivo de Descartes y su duda metódica donde lo único
seguro es el acto de pensar; el maquiavelismo, que es el rostro político del
inmanentismo y que hay que diferenciarlo de Maquiavelo, que pone a la teoría
moral como base de la teoría política; el panteísmo espinosista que identifica
a Dios con la naturaleza, lo comprende como causa interna de todo lo que existe
y lo proclama como único ser libre; el siervo arbitrio del protestantismo que
fortalece la voluntad de poder del inmanentismo; el empirismo que vuelve a lo
fáctico en lo único real; el criticismo kantiano, que sustituye a Dios por el
Yo pienso, alentó el ateísmo y el escepticismo; el idealismo romántico alemán que
coloca lo infinito en lo finito; el positivismo que absolutiza el método
científico; la fenomenología husserliana que mediante el yo trascendental termina
abandonando la metafísica trascendente; el existencialismo ateo que temporaliza
la realidad humana y termina extraviándolo en el desamparo o en la falsa
libertad absoluta; el estructuralismo y postestructuralismo que naufragan en el
énfasis de la realidad exclusivamente inmanente; la filosofía lingüística y
semántica que se apaga en la logística de los signos empíricos; y la
postmodernidad que con su metanarrativa escéptica consagra la ontología débil y
la era del vacío.
Es
innegable que contra corriente de naufragio de la metafísica del ser y de la
persona hubo movimientos en contra desde Pascal, el teísta espiritualismo
italiano de Rosmini, Gioberti y Galluppi, hasta el personalismo cristiano, pero
se mantuvieron como movimientos subalternos. La amenaza del nihilismo y su
enorme dosis de estupidez escéptica fue aumentando hasta poner al borde del
exterminio el legado heleno y cristiano.
Sin lugar a dudas, la
existencia de las eras estúpidas es una realidad, sobre todo en la fase de
decadencia cultural, pero ninguna como la actual alcanzó tan altas cuotas de
estupidez imperante. Y no es casual que esto suceda porque el hombre vive
muerto desde que mató la verdad ni vive en la esencia de la verdad. La
decadencia de la civilización moderna es irreversible, nuestra misión debe ser
que su expiración sea lo menos traumática posible para que no obstruya el
surgimiento de una nueva civilización basada en el amor y la verdad absoluta
que es Dios.
Pero esto significa
advertir que no sólo hay que invertir los valores del mundo burgués –como ya lo
destacó M. Scheler- sino que hay que invertir el orden metafísico naturalístico
y escéptico, porque detrás del resentimiento moral está el resentimiento
metafísico contra lo trascendente. El narcisista, light y superficial hombre
postmoderno cuyos impulsos hacia lo heroico, viril y trascendente han sido
reprimidos, y en esto se parece a la solterona que reprime el impulso sexual a
la reproducción, no se encuentra libre del veneno del resentimiento metafísico
y moral. Su aparente indiferencia existencial es en el fondo el más grande
señalamiento de lo serio e importante que intenta negar.
Esta ostensiva actitud
débil y vengativa de la humanidad postmoderna, más propia de la condición
femenina, refleja el papel reactivo y pasivo de ser conquistado, que impone el
mundo burgués manipulador de la libertad personal. No es extraño que una
civilización esencialmente utilitaria tenga que ser profundamente estúpida,
casquivana, chismosa, prostibularia e inauténtica. En este sentido, el mundo
moderno que bebe de las fuentes del humanismo escéptico, racionalismo,
empirismo, fenomenismo, naturalismo, materialismo y ateísmo, es profundamente
antihumano. Por ello degrada el amor.
Ya Kant eliminó el
amor de entre los agentes morales. Pero el amor no es un afecto sino un acto
intencional del espíritu humano y uno de los constitutivos metafísicos de Dios
–los otros dos son la inteligencia y la voluntad-. Por eso, la moral cristiana
–y no sólo la teología de la liberación- prohíbe el odio de clases pero no la
lucha de clases. Pero en la actualidad se suplantó el cristianismo genuino por
la niveladora civilización moderna filantrópica de falso amor a los hombres en
vez de los principios de la propia salvación que regían las órdenes antiguas,
especialmente en los benedictinos. Y es que el ascetismo antiguo tenía el ideal
de conseguir el máximo goce con el menor número de cosas útiles.
En cambio, la
civilización moderna ha invertido la dirección de dicho ideal. Al buscar el
máximo goce con el mayor número de cosas útiles al final desemboca en la
pérdida del sentido de la vida. Así, la civilización moderna se complace en
haber logrado extender el número de años que se vive, pero para qué si ha
disminuido ostensiblemente la capacidad de darle sentido a la vida. El hombre
moderno tiene acceso a tantas cosas que nada lo satisface. Es más infeliz que
el hombre antiguo que poseía menos cosas pero era más feliz.
El resultado es la
destrucción del sentido de la vida, de la felicidad, el goce y el amor, y el
incremento exponencial de la infelicidad y la estupidez. La inversión de los
valores mediante el hedonismo del impulso adquisitivo no sólo hizo perder el
sentido de la vida, sino el sentido del Ser y de la Persona. Por eso la
estúpida civilización moderna actual carece de sentido de la vida y de arte de
vivir. Por ello, no sólo hay que superar el espíritu burgués sino el espíritu
de su metafísica rastrera y hedionda. Ciencia, tecnología, economía, política,
cultura y religión está condicionada e influida por la inversión metafísica del
espíritu
burgués.
Se trata de la degeneración propia del ethos del
industrialismo y postindustrialismo capitaneado por la lógica de la
rentabilidad y el dinero. Con razón decía Tönnies que hoy no tenemos comunidad
basada en la tradición sino la venal sociedad contractual. Y es justo aquí
donde prospera el ubicuo estúpido. Se creyó ingenuamente que el descubrimiento
del indeterminismo físico y el criterio holístico iba a cambiar las cosas pero
lejos de ello sigue avasallando la inteligencia calculadora, que estanca la
vida y el pensamiento. Se pensó que el hombre que llega a la Luna, fabrica
robots, incursiona en los genes y en la nanotecnología no podía ser estúpido.
Pero la verdad es todo lo contrario.
Las cosas se han hecho
más grandes e importantes pero los hombres se han vuelto más insignificantes e
intrascendentes. En la civilización materialista el ente es más importante que
el ser, lo óntico obscurece lo ontológico y Dios es invisibilizado. En los
países andinos como Ecuador, Perú, Bolivia esto favorece un revival de las
paganías andinas precolombinas, y precristianas en Cuba, Venezuela, Colombia y
Brasil. En América Latina el sincretismo cristiano popular está retrocediendo
ante el revival pagano. La Iglesia romana misma es corroída y remecida por la
simonía, la avaricia, la corrupción, que nace de la misma moral utilitaria de
la civilización moderna que la envuelve y la corroe. Imposible obviar al
importante contingente que aduce, exactamente como el empirista Hume, no creer en
Dios porque no lo ha experimentado aunque no descartan que puedan
experimentarlo.
Vana es la respuesta
de Kierkegaard que frente a la verdad racional y universal se tiene a la verdad
existencial, donde lo bueno es caer en manos del Dios vivo. El criterio
sociológico marxista sigue imperando con su idea materialista de que no es el
Espíritu el que genera el cambio material sino al revés. Evolucionismo y
freudismo fortaleció la visión naturalista del hombre. A resultas lo que se
tiene no es una visión humanista sino hominista. Ni siquiera el existencialismo
de la libertad y de negación de la esencia humana superó el horizonte
inmanentista. Todo lo real maravilloso quedó limitado al propio subconsciente y
a la propia naturaleza. El hombre queda reducido a pura materia que se encendió
miles de millones de años atrás. ¿Pero quién la encendió? Es una pregunta sin
sentido, engañosa e inútil que la estupidez nihilista del inmanentismo actual
deshecha supinamente.
31
de octubre 2017