CHÁVEZ DE LA ROSA Y LA FILOSOFÍA COLONIAL
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Pedro José Chávez de la Rosa (1740-1819),
religioso español
nacido en Cádiz, obispo de
Arequipa en el Perú (1788-1805).
De carácter severo, enemigo de la ignorancia y los abusos, propulsor de la
cultura y reformador de los estudios eclesiásticos, bienhechor de las clases
desvalidas con la fundación de una casa de huérfanos y en su gran celo por la
moral y reformador tuvo altercados con autoridades civiles, eclesiásticas,
religiosos y monjas. Por saludar a las Cortes Españolas tras la abolición del
Tribunal de la Inquisición fue marginado por el rey Fernando VII.
En la Universidad de
Osuna optó grados de Doctor en Teología (1761) y Bachiller en
Cánones (1765), sucesivamente fue catedrático de Teología Moral y rector en
tres períodos. El 18 de diciembre de 1786 fue designado obispo de
Arequipa y llegó al Callao el 7 de enero de 1788. Al primer año salió a visitar
su extensa diócesis y de retorno, pasó a la provincia de los Collaguas, adonde
no había llegado ningún obispo desde hacía 70 años. Obra notable suya fue la
fundación de una casa para niños huérfanos (1788) que, en gran parte, sostuvo
con su propio peculio. En ella fueron acogidos sucesivamente 1431 niños y
niñas. Inflexible en su enfrentamiento con la relajación moral de la población,
que se reflejaba en el excesivo número de hijos ilegítimos bautizados en su
jurisdicción, así como el excesivo lujo femenino, el juego de dados y muchas
otras prácticas incompatibles con la verdadera y sólida piedad, contra los
cuales pedía la intervención de la autoridad virreinal. Tuvo una particular
preocupación por el Seminario de
San Jerónimo, al cual reformó según las corrientes doctrinarias que
a la sazón se imponían en Europa (1791). Le preocupaba mucho la formación
intelectual y moral del clero y redactó un nuevo plan de estudios, más adaptado
a las ideas enciclopedistas de la época.
Con el cabildo civil, intendentes, cabildo
eclesiástico, curas, clérigos, religiosos y monjas tuvo agrias
discusiones. Su intento de reformar el monasterio
de Santa Catalina y
reducir a las monjas a observar la vida común le acarreó grandes disgustos. Las
monjas se vengaron informando al rey que la intención del obispo era robarlas
bajo diferentes pretextos. Indignado en 1795 presentó al rey su deseo de
renunciar. En 1804, vuelve a presentar su renuncia y se ausentó de Arequipa en
compañía de su leal secretario Francisco
Xavier de Luna Pizarro, pasando a Lima. La Santa Sede aceptó su renuncia en 1805. Debido a
la crisis que atravesaba España, permaneció en Lima hasta 1809, año en que
retornó definitivamente a la península, a su natal Cádiz. Durante la guerra
contra la invasión francesa fue nombrado por la Regencia como Patriarca de las Indias
y Vicario de los Ejércitos contra Napoleón (1813), saludó a las cortes
españolas cuando abolieron la Inquisición. Tras el restablecimiento del
absolutismo sufrió en carne propia la represión que se desató en la península.
En su calidad de Patriarca fue a recibir al rey Fernando VII en Burgos, y le tocó bendecir la mesa. El rey
no lo convidó a ella, y dejó que estuviese de pie todo el tiempo que tardó en
comer; en seguida lo confinó a Chiclana de la
Frontera, muy próxima a Cádiz. Sus últimos años fueron de extrema
indigencia, en su enfermedad final vendió un cáliz que era lo único de valor
que le quedaba. Falleció en 1819. Dejó sus bienes de Arequipa a la Casa de
Huérfanos y su biblioteca al Seminario de San Jerónimo.
La importancia que tiene este hombre severo, íntegro
y reformador para la historia de la filosofía colonial peruana de la segunda
mitad del setecientos es que haciéndose eco de los ideales libertarios del
enciclopedismo francés actualizó el discurso teológico humanista, demostró la
continuidad intrínseca entre el libertarismo del pensamiento ilustrado y la
idea cristiana de libertad y que la libertad, justicia e igualdad dieciochesca
se retrotrae en su espíritu a la figura combativa del discurso lascaciano.
Además, representa la figura bisagra entre el naturalismo cristiano y el
criticismo cristiano. Con Cosme Bueno, Llano Zapata e Isidoro de Celis comparte
una postura protoliberal, pero a diferencia de éstos no encarna el teísmo
regalista sino el teísmo episcopal de avanzada y reformador en el seno mismo
del catolicismo.
El saludo que dirigió a las Cortes españolas por la
abolición del Tribunal de la Inquisición no se relaciona con alguna simpatía
soterrada con la visión ateológica y ametafísica de la Ilustración, sino con el
celo evangélico por la caridad cristiana. Lo cual fue censurado por la reacción
absolutista de Fernando VII. Pero en el ambiente de una ilustración colonial
moderada que convive con la religión, resultaba bien visto bajo el impulso reformista
de Carlos III y de mayor prudencia de Carlos IV las reformas emprendidas por el
obispo Chávez de la Rosa. Ya como Patriarca en la Península tampoco advirtió el
peligro de la reacción absolutista, la cual restablecida no tardó en enseñarle
los colmillos del regalismo desenfrenado.
Cuando el espíritu de reforma e innovación es
sofocado a partir de 1804, entonces insurge el espíritu de emancipación.
Efectivamente, ya en 1785 el virrey Croix hizo cumplir la orden real que
disponía que las tesis de los alumnos y lo programas de los catedráticos no se
publicaran sin licencia previa del gobierno. La represión sobre los centros de
enseñanza ejercida por el gobierno temeroso del espíritu de revuelta se acentúa
cuando dicho virrey ordena decomisar las
obras de Montesquieu, Marmontel, Maquiavelo y los tomos de la Enciclopedia. En
1795 se deja de publicar el bisemanario Mercurio
Peruano vocero de la Sociedad Amantes
del País, el cual no fue un órgano periodístico revolucionario pero tuvo la
virtud de mencionar por primera vez al Perú bajo el nombre de “Patria”, lo cual
resultaba suficientemente molesto a las autoridades absolutistas al insinuar la
idea de separatismo respecto a la metrópoli. En 1796 el virrey Ambrosio
O´Higgins prohibió la circulación de periódicos extranjeros ingleses, franceses
y de los Estados Unidos. Pero ya los libros prohibidos habían penetrado en las
Colonias hispanas desde el cambio de Casa Real con los Borbones. El proceso
reformista iniciado por los propios afrancesados borbónicos culminaría en el
proceso emancipador e independentista de América. No obstante, la hostilidad a
la reforma ilustrada se extiende con el gobierno del virrey Abascal hasta 1816
y llega a su pináculo cuando el virrey Pezuela clausura el Convictorio de San
Carlos en 1817.
La situación no era menos alarmante para la Corona
española, pues Inglaterra tras la pérdida de su colonia americana estaba
empeñada en la destrucción definitiva del poderío colonial español, la
edificación de un nuevo imperialismo y con su ayuda ya había logrado el
libertador caraqueño Simón Bolívar la independencia de Ecuador (1809), Colombia
(1810) y Venezuela (1811), y el Generalísimo tucumano San Martín la de Argentina
(1816) y se encaminaba a la de Chile
(1818), el cura Hidalgo logra la de México (1810), Artigas la de Uruguay
(1811), y se concretaba la de Paraguay (1811). Por ello, los infaltables detractores
de los libertadores afirmaron luego con exageración que Bolívar y San Martín
fueron los “cipayos del imperio inglés”. Pero estas medidas represivas y
desesperadas de la reacción absolutista avivaron las llamas de la revolución
independentista entre los criollos peruanos, mutando el espíritu de reforma en
espíritu de emancipación. No obstante conviene no exagerar, pues el Perú era
una república mal dispuesta para la revolución americana, incapaz de libertarse
a sí misma, con líderes irresolutos, confusos y oportunistas, que prefirieron
negociar con los realistas que con Bolívar (Riva Agüero), poseída por una
absurda xenofobia andina, con tropas peruanas desertoras y sin interés por la
guerra.
En otras palabras, en el Perú el espíritu de reforma
una vez atajado trocó en espíritu de emancipación, pero éste no maduró en espíritu
de independencia en una sociedad indiferente a la causa libertadora debido a su
alta estratificación social. Un pueblo sumiso, paciente, resignado, propenso a
la corrupción y con baja moral esperaba el resultado militar que definiría su
futura suerte. No es que en el Perú no hubiera patriotas y hombres preclaros,
sino que la causa de la independencia nunca fue popular. Si es que Bolívar no
hubiera confiado en su genio y en su lugar hubiera escuchado a sus amigos y
colegas que le aconsejaban retirarse, no se habría concretado la revolución
independentista americana. Y a este factor hay que añadir la torpeza de
Fernando VII en 1823, que al liberarse de la servidumbre constitucional del ejército
francés, abolió la constitución y puso fin a las reformas liberales. Esto
dividió profundamente el Alto Mando español en el Perú entre absolutistas y
liberales, provocó la división de fuerzas, pérdida de valioso tiempo e impidió
dar un golpe decisivo a las fuerzas colombianas de Bolívar. Esta división
interna entre los realistas hizo posible la épica victoria patriota en la
batalla de Junín (6 de agosto), donde no se disparó ni un solo tiro y el silencio
era roto sólo por espadazos y el galope de la caballería; y la victoria en la
batalla de Ayacucho (9 de diciembre de 1824), donde el virrey La Serna es
tomado prisionero. Sin esperanzas de refuerzos de España los realistas
capitularon. El Libertador se cubrió de Gloria y en el Perú se consumó la
libertad de América.
En el Perú colonial borbónico de fines del
setecientos y principios del ochocientos la cohesión de la sociedad experimenta
la consolidación del fin de la monarquía organicista tradicional y la
consolidación de la monarquía burguesa corporativa. Pero los nobles españoles de
las colonias se convirtieron en un distinguido grupo de ociosos y corruptos que
monopolizaba la burocracia, lo cual debilitó aun más su legitimidad en el poder
y enajenó el apoyo de los criollos. Lo que hizo predominante la mentalidad
pragmático utilitaria del capitalismo no fue el naturalismo deísta sino la
pérdida de la misión social humanista de la nobleza española afrancesada. Las
reformas borbónicas buscaban ciencia y literatura marginando los cambios
políticos que implicaban, pero en su lugar consiguen que la hegemonía o
supremacía cultural y espiritual pase al estrato criollo. Con ello pierden el poder
de manipular la sociedad altamente estratificada del Perú, que por lo demás, la
misma elevada estratificación implicaba un alto contenido de automanipulación.
Pero los criollos peruanos si bien experimentaron una elevada transformación de
su conciencia, su batalla de ideas no irradiaron en la conciencia de las masas
indias ignorantes e iletradas. La lucha por la revolución del pensamiento se
operó entre la élite educada, que en el Perú de la época era reducida aunque
influyente en los centros de enseñanza. El indio marginado y convertido por
siglos en bestia de carga desde su estado de postración veía con escepticismo
la nueva república, Bolívar al darles tierra sin capitales los convirtió en deudores
de los terratenientes, al no golpear a las grandes haciendas consolidó su estado
de servidumbre y en el fondo para el indio el nuevo Perú era el mismo que el
anterior pero con nuevas formas.
En suma, el reformismo borbónico era profundamente
teísta regalista y generó en América una ilustración moderada protoliberal
dentro de un universo social peruano altamente estratificado e incapaz de
hacerse eco de la causa de la revolución independentista americana.
Lima, Salamanca 22 de enero 2016