domingo, 26 de septiembre de 2021

APUNTE SOBRE EL NIHILISMO

 APUNTE SOBRE EL NIHILISMO

Gustavo Flores Quelopana



El nihilismo no es consecuencia de la muerte de Dios, como pensaba Nietzsche, ni es consecuencia de que el mundo suprasensible haya perdido fuerza activa siendo ese el destino de la metafísica del platonismo, como sostiene Heidegger, sino que es efecto de la hegemonía de la racionalidad científico-técnica, que con la secularización convirtió lo trascendente en inmanente.

La revuelta o giro antropológico acontecido desde la muerte de Hegel culminó sumiendo a la filosofía y al espíritu de nuestra época de la modernidad tardía en el ateísmo, el anticristianismo y el nihilismo. Este naturalismo arrasador eliminó la temática religiosa y el fundamento metafísico del mundo, para poner al hombre como piedra basal de su propio ser y del cosmos en lugar de Dios. Dios quedó reducido a mera idea subjetiva, que ya no tiene origen en la autoconciencia (Fichte), la totalidad de lo finito (Schleiermacher) ni es la Idea Absoluta (Hegel), sino que nace de la neurosis religiosa (Nietzsche, Freud). Desde entonces la liberación es concebida a partir del ateísmo.

Pero este giro antropológico no sólo conocería su fracaso, sino su mayor desastre en el Holocausto. Acontecimiento del cual aún no se repone nuestro tiempo y, por el contrario, va pautando nuestra época. Efectivamente, Auschwitz no sólo representa el mayor fracaso del giro antropológico de la filosofía contemporánea, sino la demostración palmaria del desastre al que conduce convertir al hombre en el soberano absoluto.

Ni Descartes, Spinoza, Leibniz, Locke, Kant, Fichte, Schelling ni Hegel fueron ateos, ni pretendieron nunca destronar a Dios para poner al ser humano en su lugar. El ateísmo como clima espiritual histórico es propio de la modernidad tardía o después de la muerte de Hegel. Y encuentra a sus héroes en cuatro pensadores: Feuerbach, Stirner, Nietzsche y Marx. Estos son los pensadores de la finitud humana. Por ello resulta excesivo el juicio de Heidegger e impreciso el de Nietzsche. Particularmente éste último nunca puso su desconfianza en los argumentos y condicionamientos sociales de los maestros del ateísmo moderno (Feuerbach, David F. Strauss, Schopenhauer). 

Y en lo que concierne a Heidegger si bien en su "Carta sobre el humanismo" (1947) se defendió de su inclusión por Sartre en el grupo de los existencialistas ateos y afirmar en su conferencia pronunciada en 1927-1928, aunque publicada en 1969, "Fenomenología y teología", que la filosofía no es teísta ni atea y caracterizar a la teología como "enemigo mortal" de la filosofía por oponerse a la "autoasunción libre del ser-ahí total", no obstante su deslinde de las cuestiones ontológicas de la idea de Dios es un planteamiento esencialmente ateo, producto del giro antropológico de la filosofía posthegeliana en la gnoseología neokantiana y la fenomenología de Husserl. No por casualidad el método fenomenológico husserliano y el de Heidegger descartaban desde un principio la pregunta por el ser de Dios.

Dios no ha muerto sino la fe en él, y la metafísica perdió vigencia ante el avance arrollador y hegemonía cultural de la racionalidad científico-técnica, instrumental y calculadora, ante la cual está sucumbiendo la propia realidad humana. La racionalidad científico-técnica ha llevado a su epítome a la racionalidad instrumental con la aterradora consecuencia de la hegemonía imperial del nihilismo. Y es aterradora porque en definitiva el nihilismo es sólo una cosa: la desmalignización del mal y la malignización del bien. Pero cómo ha ocurrido semejante desvarío. En parte, el mismo Heidegger había señalado que la técnica es un saber del ente y un olvido del ser. Y si a esto le añadimos la lógica dineraria -tan bien descrita por Simmel en su "Filosofía del dinero"-, que convierte los valores en mercancías y disuelve lo cualitativo en lo cuantitativo, entonces lo que obtenemos es el cóctel letal del desarrollo práctico del nihilismo en todos los planos de la vida. Es cierto que el abandono de lo cualitativo está en la base y en origen de la ciencia moderna, determinando el avance arrollador del pensar funcional sobre el pensar substancial. En una palabra, el ser y el valor ha sido reducido a objeto, sin alma, sin espíritu, sin profundidad. Así quedaron asfaltadas las anchas avenidas luciferinas para el nihilista práctico.

Bajo el clima nihilista imperante el hombre se desprecia a sí mismo, toma partido por la cultura de la muerte, exalta la nada, y desespera escépticamente del conocimiento. La siniestra y tanática agenda global de la élite mundial o Cuarto Reich Bilderberg -cultura posmoderna, posverdad, ataque a la razón, eutanasia, aborto, ideología de género, lenguaje inclusivo, matrimonio igualitario, empoderamiento de la mujer, volver punitiva la masculinidad, promover la procreación genética y artificial de la humanidad, libre consumo de drogas, destrucción la familia tradicional, guerra contra la población-, es de profundo espíritu nihilista. Es el diseño de un mundo perverso en beneficio del gran capital imperial. No es difícil advertir quién promueve y a quién beneficia la ideología del nihilismo, si no es a otro sector como el de la luciferina, egoísta y avara gran burguesía planetaria. Y a este sector le hacen el juego la legión de filósofos e intelectuales, que como "tontos útiles" se suman a la danza dionisíaca y disolvente del nihilismo. ¡Nunca como en ninguna otra etapa de la historia, ha sido tan evidente y vergonzosa la traición de los intelectuales!

Contra el poder de la nada, la secularización, el inmanentismo y el estancamiento espiritual propios del nihilismo no hay más que un sólo camino, a saber, esforzarse en recuperar el supuesto de la fe en Dios. El nihilismo es la nueva neurosis espiritual mortal de nuestro tiempo y la liberación sólo es posible a través de la superación del ateísmo. En la hora presente de apoteosis del nihilismo y del último hombre, la Modernidad desnuda su verdadero rostro vernal, decadente, y depravada de una auténtica barbarie civilizada. No es el ideal de la libertad humana la que se debe abolir, sino su asunción dentro de un chato y estrecho marco inmanentista. Lo que demuestra que el hombre moderno sólo podrá realizar su mayoría de edad aunando su inmanencia con su trascendencia. No se trata solamente de repetir el lema: ¡sapere aude! o ¡atrévete a saber!, sino de enlazarlo con el otro lema indispensable: ¡atrévete a creer! Pues, el derrotero moderno es la demostración más elocuente del fracaso de una razón que se niega a reconocer las verdades suprarracionales que rodean al hombre y al mundo.

¡Despierta, hombre de nuestro tiempo! El giro antropológico de la modernidad se ha convertido en un profundo fracaso. El hombre como enemigo de Dios, a lo único que arribó es a la construcción de un orden satanocrático más nefando que Sodoma y Gomorra. Estamos a tiempo de desmontar las estructuras siniestras de la presente barbarie civilizada que se enseñorea. Recobremos la fe en Dios, la profundidad metafísica, la esencia de las cosas, reconciliémonos con la naturaleza y asumamos un nuevo ascetismo contemplativo. Hagámoslo porque la humanidad es capaz de reencontrarse con su elevada misión como criatura espiritual en la Creación. 

ÚLTIMA LECCIÓN DEL MAESTRO

 ÚLTIMA LECCIÓN DEL MAESTRO

Gustavo Flores Quelopana



Los grandes maestros lo son más fuera que dentro del aula. Son maestros de la vida. Y hacen comprender que el tiempo no es sino puente y paso hacia la eternidad. Esto lo constaté con el filósofo José Russo Delgado.

Por entonces yo era un atrevido alevín que se estrenaba como escritor. Érase un frío día del invierno limeño del año 1990 cuando me dirigía a donde vivía mi dilecto maestro sanmarquino José Antonio Russo Delgado. Recuerdo bien hasta ahora la dirección que me dio: Pasaje Ocharán, en Miraflores. Por entonces, él ya había dejado de ser profesor y yo de ser alumno de dicha casa de estudios. Previamente ya le había obsequiado algunos de mis libros y esperaba con emoción lo que me diría de ellos. Era una larga, distinguida y tranquila quinta miraflorina, ubicada frente a un umbroso parque de antiguos robles. Los trinos de los pájaros me anunciaban una sorpresa. Yo avanzaba a paso lento y emocionado. 

Era mi gran y admirado maestro. Temido por todos y venerado por mí. Su palabra sonaba como un trueno en el aula, su sabiduría iluminaba como un rayo en la obscuridad y su recia humanidad te recordaba la gran misión que uno tenía al venir a este mundo. Cuando me abrió la puerta de su departamento, vestía su severo terno y corbata negra. Nunca sonreía. Pero mis ojos atónitos debieron abrirse tanto, que él mismo me dijo: 

"Mire no tengo ni muebles para hacerlo pasar a sentarnos a conversar..."

Efectivamente, su casa lucía vacía, excepto de libros. Nada de sillones napoleónicos, espejos versallescos, lámparas belgas, ni talladas bibliotecas. Ni siquiera una mesa de comedor. Sin duda que era frugal. Nada de lujos y excesos. Al contrario, todo lucía como la celda de un contrito cenobita. La situación amenazaba con volverse incómoda, así que ambos abreviamos las palabras, recibí cumplidos de su parte y correspondiéndole me despedí. 

¿Cuál fue la última gran lección que me dio mi maestro fuera de las aulas? Su pobreza franciscana me impresionó tan hondamente que en los últimos treinta años no he dejado de pensar en ello. Recientemente leí sus gruesos volúmenes sobre "El logos: Heráclito" y "Lo que es" dedicado al gran Parménides. Y se acaba de cruzar por mis ojos este enorme pensamiento del gran ácrata H. D. Thoreau:

 "Cada uno de nosotros es rico en proporción al número de cosas que puede prescindir."

Ese fue su mensaje profundo que me dejó. El mismo que Cristo enseñó:

"No acumuléis tesoros en la Tierra donde el orín y la polilla corrompe, y donde ladrones penetran y hurtan, sino acumulaos tesoros en el Cielo".

Ahora que ya tengo sesenta y dos años, y transito cuesta abajo el trajinar de la vida, ahora que he salido indemne de la segunda ola del mortal covid, comprendo con más intensidad ese ejemplo que me dio el maestro José Antonio Russo Delgado. Él que escribió párrafos tan luminosos y verdaderos sobre los grandes maestros espirituales de la vida, Indudablemente él no era hombre pobre, sino muy rico espiritualmente. Y Dios lo debe estar premiando por tal ejemplo.

Vivimos tiempos nihilistas, por eso todo está teñido de decadencia. En medio de la recia tormenta de la presente civilización materialista y sin alma que nos asola, el ejemplo que nos legó es un reto y desafío para todos los hombres que no han perdido la fe y tenemos esperanza en un mundo espiritual antes que mendazmente ventral.

Russo tenía alma de profeta, de guía espiritual. Justo lo que hace falta hoy en día. Jamás fue un simple profesor, nunca un simple dispensador de conocimientos. Era una lámpara de Diógenes que refulgía donde se encontrara. Consciente de ello, siempre buscaba no llamar la atención, casi se ocultaba, eludía a los demás. No quería enceguecer. Mientras que los demás se arremolinaban buscando los necios aplausos, nadie como él había comprendido mejor la paz del silencio y de la soledad. El fuego de su espíritu lo consumía. Gran conocedor de Nietzsche, al que dedicó su luminoso libro "Nietzsche, la moral y la vida", jamás sucumbió a los argumentos de los defensores del ateísmo moderno y, al contrario, se esforzó en recuperar la fe en Dios. Siempre tuvo una fe inquebrantable en que el hombre podía conocer los valores absolutos.

Pero tú, que te llamas su discípulo, mírate al espejo y di cuánto te has alejado en lo esencial de tu maestro, escupiendo sobre el hombre colgado del madero como fruta silvestre por dar su vida por la humanidad. Russo no temió poner por escrito que Heráclito, San Juan y Justino hablan del mismo Logos -Cristo generado por el Padre Creador- y dirigir un ataque demoledor contra el nazi Heidegger por negar que el Dios-unidad de Heráclito es el mismo Dios-amor del cristianismo (El Logos, p. 62).

¡Descansa en paz, maestro Russo Delgado, que tu ejemplo vivirá entre nosotros inmarcesiblemente!