DEGRADACIÓN MÍSTICA PROTESTANTE
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Los reformadores desde un comienzo fueron enemigos
de la mística, aunque a veces hicieran sentir sus tendencias místicas. Pero en
lo fundamental, tanto en Lutero como en Calvino, la experiencia de unión mística
de amor entre el hombre y Dios se torna imposible, porque Dios se encuentra tan
alejado de las criaturas que al hombre sólo le queda la justificación por la
fe.
Pero también hay diferencias notables entre ambos
reformadores. Lutero es quietista mientras Calvino es activista. El primero
sintiéndose atraído por el neoplatonismo de los místicos alemanes, en especial
por el maestro Eckhart y Tauler. Adoptó de Tauler su oposición a la razón,
considera un insulto a Dios que el hombre pueda merecer algo por sus buenas
obras. Defiende la extraña idea de la voluntad humana pertenece a dios y no al
hombre, y por ello debería ser ejercida por Dios y no por el hombre. Y no dice
ni una palabra sobre la gracia santificante.
A estas ideas de Tauler le añade Lutero la doctrina
de la justificación por la fe sola, sin obras. Así, desemboca en un quietismo
que desprecia toda actividad humana y abre entre el hombre y Dios un abisma que
sólo puede ser salvado por la ficticia figura de que Dios imputa los méritos de
Cristo al hombre, pero que contradictoriamente sigue tan pecador como antes.
En una palabra, en el quietismo de Lutero la vida espiritual
humana es incapaz de cualquier progreso. El hombre se limita a permanecer
pasivo en agradecimiento a lo que Cristo ha hecho por él. Este cariz de la trasformación
dogmática luterana es lo que permite el mayor avance de la secularización de
los países nórdicos. Y con ello el luteranismo abrió las puertas para que las
masas caigan presa de los lemas mundanos.
Ciencia, poesía y filosofía ganaron terreno en la
misma proporción en que se agotó la fuerza religiosa del luteranismo. La
secularización luterana y la obediencia ciega al Estado inculcada por Lutero
están detrás no sólo de su disolución y fragmentación confesional, sino,
incluso, de la monstruosa hegemonía política que logró el fascismo hitleriano. De
manera que no resulta casual el surgimiento del nazismo en Alemania. A todas
luces el luteranismo señala un declive de la espiritualidad y la promoción de
formas espirituales desviadas que se consolidan en ídolos culturales. El
protestantismo ha contribuído poderosamente a debilitar la vida espiritual y
mística de nuestro tiempo.
Posteriormente Lutero y la mayoría de sus seguidores
se desviaron hacia la mística, pero la ortodoxia luterana impidió que el
reconocimiento del esfuerzo humano, el esfuerzo moral y las virtudes ascéticas
desempeñaran un lugar relevante en su mística como en los católicos.
No muy distinto sería el derrotero de la mística con
el sentido activista del calvinismo. Calvino toma la doctrina de la
justificación de Lutero pero enseñando que las buenas obras son una
consecuencia de la fe. A esto añade la doctrina de la santificación progresiva.
Pero ésta tiene una grave restricción, a saber, que se limita a los predestinados
de la salvación y excluye a los predestinados a la condenación.
Esta doctrina conduce directamente a un
acentuamiento de la angustia, la congoja y la desazón, dado que la voluntad de
Dios es inescrutable. Este dilema desarrolló la mística de la consolación. La
misma que apenas puede atenuar la íntima convicción de que el hombre es radicalmente
débil y malvado. Ante lo cual sólo le resta elevar su mente a la bondad de Dios,
que dejará su cólera a un lado y se mostrará más benevolente y lleno de amor. Pero,
en buena cuenta, la ascética calvinista se hace polvo ante su doctrina de una
rígida predestinación y su concepción de un Dios iracundo.
De manera que el calvinismo también contribuyó a la
declinación de la fe y la pérdida de la espiritualidad. Con su rigidez promovió
el efecto contrario e incentivó el desarrollo de la cultura mundana hedonista,
pragmática y nihilista. Bajo su sombra prosperó la libertad política y el
progreso económico.
El protestantismo en su conjunto preparó
directamente el espíritu secular contemporáneo. Su ortodoxia irénica, teología
racional, pietismo, neología sentimental, promovió la ilustración, el
historicismo, liberalismo y comunismo. La certeza de la fe se extravía para ir
a reposar en valores estéticos, políticos, económicos, sentimentales y
culturales.
La promoción de la secularización en el contexdto
protestante es determinada por la transformación de la dogmática misma. El
rechazo del misterio, el purgatorio, los sacramentos, la devoción e intercesión
de los santos, venerar a María, etc., son parte de la poderosa disolución
confesional y relajamiento de la estructura dogmática que desarrolla
intensamente a la cultura secularizada.
Resulta siendo uno de los errores más graves en
cuestión de doctrina protestante el rechazo de las gracias santificantes. Con
ello se deja al hombre tan solo y abandonado con su pecado y a Dios tan lejano
en su propia gloria, que apenas queda la justificación por la fe o la
predestinación a la salvación. Pero en cualquiera de las dos formas deja en el
alma una profunda angustia, que se resuelve ya sea en la rigidez neurótica o en
la paulatina indiferencia religiosa. Soluciones ambas que agravan la situación
espiritual del hombre.
Cómo respondió el catolicismo estas rigideces del
protestantismo. Para los católicos la predestinación no destruye el libre
albedrío, el hombre sigue siendo responsable de elegir el bien o el mal. Veamos
las otras variantes. Para el Infralapsismo (después de la caída) Dios eligió
cierto número de caídos para ser salvos, y condenó a todos los demás al catigo
eterno. Para el Supralapsismo (antes de la caída), propio del calvinismo radical,
Dios preordenó de modo absoluto antes de la caída, que algunos ahombres fueran
salvados y los demás condenados. Y para el Sublapsismo (bajo la caída), propio
del calvinismo moderado, Dios sólo permitió la caída de adán, sin ser su causa
real. La doctrina católica rechaza todas estas interpretaciones basadas en el determinismo
del libre albedrío. El hombre pecó libremente y puede salvarse si quiere. La
Redención ofrece la gracia suficiente para vencer el pecado y salvarnos. Pero
esto depende de nuestra aceptación de esa gracia que Cristo nos ofrece. Bien
escribe San Agustín: “El que te creó sin ti, no puede salvarse sin ti”.
De esta manera no es difícil comprender que el
desarrollo intensivo de la cultura político-económica es consecuencia de las
distorsiones dogmáticas del protestantismo. Y esto es tan cierto afirmarlo que
en su teología racionalista radica no sólo el declive de la fe sino, también,
abrir las puertas a la noche del nihilismo. De ahí proviene la rigidez neurasténica
del deber ser de Kant, el temor y temblor de Kierkegaard, la oposición de la
libertad humana con la divina de N. Hartmann, la ontoteología de Heidegger.
Nietzsche se burla del protestantismo y le llama la hemiplejía del cristianismo
y de la razón. Pero al rechazar la compasión cristiana por los débiles está
actuando con el mismo determinismo predestinacionista del calvinismo, y
sustituye el papel central de la voluntad de Dios de la teología occamista y del
luteranismo por el papel central de la voluntad de poderío.
En la teología protestante contemporánea se aprecia
la acentuación de la distancia entre el hombre pecador y el Dios de la gloria,
la franca tendencia al secularismo y al ateísmo. En consecuencia, la vida
mística no puede superar las dificultades de antaño.
Así, Karl Barth (La doctrina de Dios) al estudiar la cognoscibilidad de Dios rechaza
la católica convicción de que el hombre conoce a Dios por la luz de la razón natural,
porque ello equivaldría a sostener que es cognoscible sin revelación. De modo
que tras rechazar la teología natural afirma que sólo por la gracia y
misericordia divina se hace posible la cognoscibilidad de Dios.
Para E. Brunner tampoco hay teología natural válida
porque entre la revelación en la creación y el hombre natural se interpone el
pecado. O sea, admite la revelación de Dios en su creación, pero el pecado
impide el verdadero conocimiento natural de Dios. En Paul Tillich (Dogmática) Dios aparece como
suprapersonal, está más allá de todo teísmo. Considera que la esencia del
cristianismo es el Nuevo ser o el hombre elevado a la dimensión divina por Jesucristo,
que fue simple hombre y no Dios. En buena cuenta, en Tillich el protestantismo
se quita la careta religiosa y aparece secularizado. Es ateísmo en lenguaje
teológico porque culmina en un antropologismo inmanentista.
El mismo recorrido infeliz acontece en R. Bultmann
(Jesucristo y mitología), quien al
negar lo sobrenatural acabó en el ateísmo. Por su parte, D. Bonhoeffer (Redimidos para lo humano) debe haber una
comprensión no religiosa de Dios. Con ello promovió un cristianismo sin
religión y una teología secular. Según el Obispo anglicano J. Robinson (Sincero para con Dios) sostiene que la
teología no debe ser naturalista ni supranaturalista sino secularista. Pues
Dios es fundamento del ser más que un trascendente más allá.
En una palabra, la disolución confesional que
comienza con la teología racional de los reformadores del siglo quince y que va
a impedir el desarrollo de la mística en el sentido católico de unión amorosa
con Dios, va a culminar tristemente en el siglo veinte en la más abierta
teología secularista, atea y suprapersonal, donde se reclama la fe en los
valores inmanentes y las cosas terrenales. En esta decadencia y degradación del
éxtasis místico, lo místico será
vivenciar lo terrenal y mundano.
Lima, Salamanca 17 de Diciembre del 2016