sábado, 22 de abril de 2023

EL TIEMPO EN BERGSON

                                         EL TIEMPO EN BERGSON 

Libro que reúne el curso del Colegio de Francia entre 1902-1903. Su importancia estriba en que dicho curso es el puente entre su obra escrita y su enseñanza oral, de la que proviene su fama. Bergson hablaba sin notas, siempre vestía lo mismo, llamaba la atención lo peculiar de su voz, la entonación y el estilo de su reflexión. Aquí exhibe una de las mejores interpretaciones de la metafísica de Plotino.

Para Bergson la historia de la idea del tiempo ha sido lastrada por el espíritu racionalista de la filosofía griega, la cual subsumió el devenir a lo absoluto e inmóvil mediante el predominio del concepto, la Idea, la Forma o lo Uno. Fue Plotino con su teoría de la conciencia y bajo el influjo del judeocristianismo el que abre una brecha hacia el tiempo, el devenir y la duración a través de la intuición. El neoplatonismo del Renacimiento comenzó a ver las Ideas en las cosas, y en la modernidad lo real empezó a ser visto como lo temporal. Para Bergson la intuición penetra la duración, mientras el concepto inmoviliza la cosa. Preconiza una revitalización de la intuición para captar lo real.

Sin embargo, Bergson no capta que la intuición también puede penetrar lo eterno. Y sólo recuperando lo eterno se evita caer en la metafísica temporalista e inmanentista que caracteriza a la modernidad. 



LA PATRIA LASTIMADA

 

LA PATRIA LASTIMADA


 

Anoche pude ver cómo los corazones de los asistentes se inflamaban de patriotismo cuando se hablaba de nuestra filosofía prehispánica.

 

Anoche pude sentir los ojos ensangrentados y ahítos de esperanza y sed de justicia cuando los oyentes sentían en su pecho el orgullo de sentirse hijos de una historia rica en ideas y tradiciones de una añeja civilización.

 

Anoche pude percibir toda la ira contenida de un pueblo que espera su hora decisiva para proclamar su verdadera libertad e independencia.

 

Todos estos sentimientos encontrados estaban en el aire mientras disertaba en la presentación del libro del filósofo y amigo Víctor Mazzi “Huellas de reflexión originaria. Caita yuyachihuay hamutachihuay” que se llevó a cabo en la Biblioteca de la Municipalidad de Miraflores. Participábamos como presentadores Rubén Quiroz, actual presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, y mi persona, los cuales flanqueábamos al autor Víctor Mazzi.

 

Y es que nosotros somos parte de la Tercera Ola afirmativa de la filosofía nacional. La Primera Ola tuvo lugar apenas a los 65 años de producida la Hecatombe de la Conquista que destruyó la cultura de la civilización ancestral y tuvo como protagonistas de un mestizaje cultural reivindicativo al Inca Garcilaso, Guamán Poma de Ayala y Juan Santacruz Pachacuti. Todos ellos, y cada uno en su estilo, hablaron de la existencia de sabios y amautas filósofos en el Perú precolombino. Pero la discusión fue sofocada durante todo el Virreinato de los Habsburgo y especialmente la Colonia de los Borbones.

 

La República de los criollos tampoco modificó la situación y en lugar de un país con dos naciones -españoles e indios, como fue bajo la dominación hispánica- instauró el país de una sola nación, la de los blancos. Prosperó el gamonalismo y la “justicia” de horca y cuchillo del señor gamonal. No fue hasta 1965, en los estertores de la agotada república oligárquica peruana, que vino la Segunda Ola con Antero Peralta y José Tamayo Herrera, quienes en el Coloquio sobre la Cultura Peruana en el Cusco relanzaron la idea de volver a discutir si hubo filosofía en el Perú ancestral. Lo que vino después es consabido: vino el desastroso boicot parlamentario apro-odriísta contra el débil gobierno liberal de Belaunde Terry, lo cual provocó el golpe militar del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada encabezado por el General Juan Velasco Alvarado, cuyas reformas estructurales enviaron a la tumba para siempre a la racista, clasista decrépita oligarquía peruana. Sin duda el Perú cambió, aunque sea por un tiempo. Obsérvese a la distancia que se le rompió el espinazo a la oligarquía, pero tras ella sobrevivió el clasismo y el racismo, que en la segunda década del nuevo siglo veintiuno vuelve a levantar cabeza ignominiosamente.

 

A esta segunda ola vino a suceder desde la segunda mitad de los años 90 la Tercera Ola, caracterizada por las propuestas interpretativas. El debate se encendía bajo el contexto histórico de la sedicente globalización neoliberal de las megacorporaciones transnacionales que proclamaba la muerte de las Patrias. En ese escenario se vieron enfrentadas dos posiciones: los eurocéntricos cosmovisionales (David Sobrevilla y Rivara de Tuesta) y los afirmativos nativistas (con toda una variedad de matices). A esta segunda postura pertenecemos Víctor Mazzi, mi persona y otras figuras destacadas, como Víctor Díaz Guzmán, Luis Alvizuri, Máximo Grillo, entre otros.

 

La Tercera Ola sigue viva y vigorosa dando frutos intelectuales hasta el presente y al ritmo del auge del mundo multipolar, mientras que al compás de la decadencia y degradación del hegemónico y neocolonial mundo unipolar viene menguando la postura eurocéntrica cosmovisional. A nivel interno vivimos una patria lastimada por la bota imperialista, tras los recientes acontecimientos políticos que violentan la voluntad popular. Son las horas de las exequias de la esclerótica burguesía nacional e internacional del occidente liberal, que siente que se le acaba la fiesta y por ello vuelve a mostrar los colmillos lobunos del racismo y del clasismo. Pero en el presente terremoto geopolítico mundial avizoramos el retorno de las patrias, del nacionalismo abierto al mundo, el llamado del terruño, el florecimiento de la Pachamama, que sin mutilar nuestro lado cosmopolita nos complementa con nuestra faz nacionalista.

 

Una última cosa y quizá la más importante. Lejos de tratarse de un asunto baladí de mera reivindicación chauvinista estamos ante la reinterpretación misma de la esencia de la filosofía, que deja de creer que Grecia es la medida de toda filosofía posible. El asombro filosófico no es ni fue nunca patrimonio de Occidente, y es propia de todas las culturas porque atañe a la propia condición humana.