NIHILISMO Y FUTURO DE LA
HUMANIDAD
Gustavo Flores Quelopana
Ponencia en el X Congreso Regional de Filosofía del Norte del Perú- del 16
al 18 de noviembre 2022
INTROITO
La Modernidad
contemporánea es un término muy difuso e impreciso. Lo que se ha de hablar es
de modernidad del imperialismo unipolar. Recién, entonces, la pregunta
va tomando contornos definidos. La modernidad del imperialismo unipolar sume al
hombre en una crisis ilimitada porque se trata de una crisis valorativa profunda.
Es nada menos que la conversión del hombre de ser espiritual a ser consumidor.
Esto configura que la propia humanidad esté en crisis. ¿Puede, entonces, esta
crisis nihilista ser el futuro de la humanidad?
NIHILISMO
LUCIFERINO
La modernidad
del imperio unipolar ha consumado su esencia postmetafisica al configurar una
crisis nihilista estructural. La crisis nihilista estructural tiene cuatro
características sustanciales: el extravío del sentido del ser, la pérdida del
sentido de lo sagrado, la sustitución de los fines por los medios y la
disolución de los valores. Esto significa que nuestro tiempo se ve afectado por
un nihilismo integral: metafísico (no hay nada permanente en el devenir),
cognoscitivo (la verdad es un mito) y moral (no hay valores absolutos). Así
tenemos el contexto ideal de un mundo luciferino: sin Dios, verdad ni valores.
El resultado
de todo ello es la consolidación de la racionalidad funcional sobre la
racionalidad substancial, la misma que se manifiesta en el abandono de lo
cualitativo y su reemplazo por lo cuantitativo. El hombre debe volverse en un
robot funcional. Es en este marco en que el hombre y el valor se reducen a mero
objeto y se profundiza la tragedia de la cultura, se consolida un horizonte
anético, posmetafísico y de posverdad, se extiende la dictadura del fetichismo
de la mercancía, el totalitarismo del relativismo y la agonía del humanismo. En
suma, la crisis nihilista de modernidad posmetafísica es la tragedia de una
civilización que se sumerge aceleradamente en su decadencia absoluta.
Nihilismo
como falta de sentido encuentra su configuración antropológica en el hombre
anético, sin valores ni verdades. El anético es el ser que se siente estar más
allá del bien y del mal y, en consecuencia, procede a disolver los valores. Es
expresión del narcisismo de la temporalidad y del poder-ser. Lo cual, a su vez,
expresa una decadencia civilizatoria consumatoria en el poder de la Nada. El
nihilismo es la utopía inmanente del poder de la Nada y sinónimo de
estancamiento espiritual del Fin de la Historia. El nihilismo liquidador ha
generado su propia mutación antropológica en el hombre narcisista, indiferente,
que banaliza la vida, la filosofía y la vida del nonato.
NIHILISMO
LIQUIDADOR DE LA RISA
En la
sociedad nihilista actual lo humorístico es un entorno permanente. Pero la
broma actual no tiene osamenta, no se burla, se ha banalizado. No es sarcástico
sino lúdico. El humor dominante se ha desubstancializado, exhibe una
hipertrofia del lenguaje y la vacuidad de los signos. El humor lúdico rechaza
burlarse del Otro. Ahora es el propio Ego devaluado el que se convierte en
objeto de risa. Vivimos la fase de la liquidación de la risa. La risa se ha
depauperado. Las groserías se han banalizado y tampoco hacen reír como antaño.
Los insultos y las tonterías tampoco causan risa porque el hombre hedonista es
la estupidez banalizada.
El auge de
los gadgets responde al tono humorístico vacío y banal muy distante de la
ironía mordaz. Lo que prima en el humor posmoderno es la lógica del absurdo. La
risa sonora del carnaval y de la fiesta tradicional se ha apagado y extinguido.
El aumento de la polución sonora urbana es inversamente proporcional a la
disminución de la risa que se apaga. La llegada del nihilismo neonarcisista,
sin heroísmo ni tragedia, pone la risa en vías de desaparición. Ya no hay risa
de alegría sino mueca de conformismo. La apatía, la indiferencia y el
sentimiento de vacío neutraliza las emociones, se experimenta una absorción
narcisista que erradica las pulsiones espontáneas, desapareciendo
progresivamente la risa. El espacio humano va siendo invadido de silencio, sólo
los niños ríen.
Mientras
en la otrora sociedad disciplinaria sonreír era un código indispensable para la
simpatía social, en la sociedad laxa y narcisista posmoderna ya no se necesita
sonreír, es mal visto y asumido como un desafío a las necesidades de
desocialización y suave aislamiento en sus redes comunicacionales. Y es que la
atrofia de la risa responde a la debilitación de la voluntad en el hombre
hedonista de nuestro tiempo. Se ha impuesto una civilización decadente sin
risa, sin humor, pero repleta de narcisismo. El hombre hedonista,
desocializado, indiferente, inocuo, ligero, inconsistente, sin ideología, sin
historia, ubicado más allá del bien y del mal y evacuado de su dimensión de
verdad, tenía que producir un humor vacuo y sin sentido.
De la
misma forma en que el arte ha dejado de funcionar en el nihilismo posmoderno de
manera similar lo hace el humor. En la sociedad nihilista tanto el pensamiento
como las costumbres se han convertido en una parodia lúdica. Rasgados y
desvaídos no son solamente los jeans de moda sino también el pálido humor que
se luce. Lo autonomización de lo social y la atomización del individuo se convirtieron
en terreno fértil para un humor opaco, cínico y cordial. La libertad ilimitada
de la era nihilista cambió el código humorístico haciéndolo corresponder con el
ilusionismo y desasimiento del sujeto. La edad cibernética del humor implantó
la eliminación de todo lo serio, que quedó cursi, para compensar a un individuo
que perdió la pulsión espontánea de reír. En lo estético el buen gusto cedió su
lugar a lo divertido, personalizado, hipernarcisista, sofisticado y
heteróclito. De ahí que la moda retro sea parodia ligera. Es la burla de sí
mismo frente al espejo. En el Fin de la historia la contradicción se
despotenció de fuerza creadora, quedando tan sólo la imitación y la repetición.
Mientras la cultura objetiva científico-tecnológica más avanza en innovaciones,
la cultura subjetiva del individuo nihilista más se estanca en vacías
repeticiones.
Ahora lo
frívolo es lo serio y funcional. En el spleen dominante se trata siempre de
disipar, suavizar, afectar, amanerar con desenfado y desaliño. El proceso humorístico
en boga exhuma cualquier extravagancia porque su lógica es el misoneísmo o afán
de novedades. Se trata de provocar la sonrisa en una era en que la risa se
atrofia. En el Fin de la Historia la parodia lúdica señala la obsolescencia de
los signos. La sociedad abierta, inseparable de la edad del consumo, y flexible
reclama aquel código humorístico. Se trata de un nuevo ethos democrático cuyo
aroma espiritual es lo divertido, banal y ligero.
Nada de
seriedad, distinción y respetabilidad, el nuevo valor cultural es el relax. Se
trata de hipertrofia lúdica que disimula el vacío existencial, la depresión y
la neurosis narcisista. Y es que la parodia lúdica de la sociedad hedonista lo
que busca es pacificar las relaciones humanas desmantelando hasta el último
rincón las fricciones del individuo desocializado. La democracia posmoderna es
posigualitaria, el propio ideal de la igualdad tiene un efecto cómico en
consonancia con la desacralización de todos los valores, ideales y lo divino.
La secularización del humor ha disipado los grandes códigos políticos y todos
los espacios reclaman una coloración humorística.
Todo se ha
miniaturizado y esas diferencias microscópicas son parte del humor lúdico
nihilista. En el fin de la Historia los ídolos han caído, la contradicción se
petrifica, la ideología revolucionaria se disipa y explosiona el destino
humorístico lúdico. Las diferencias sociales se humorizan y el universo
personalizado impone la sonrisa pasajera y ridícula. La ideología igualitaria
fue pulverizada por la ideología humorística, donde el individuo se vuelve en
un zombi cómico que flota en un espacio paródico.
FEMINISMO
ABORTISTA NIHILISTA
Desublimación
del embarazo, desacralización de la gestación. Con las abortistas el propio
feminismo se hunde a sí mismo y exige su destrucción. por lo demás, se
corresponde con la propia legitimización de la esencia democrática. El
feminismo abortista es el epítome de la cultura individualista. Desaparecido el
fundamento divino del mundo la decisión debe ser pura expresión de la voluntad
humana. El abortismo es el paroxismo de la cultura prometeica, hedonista,
indiferente y nihilista. El abortismo es en el fondo la culminación de la
empresa revolucionaria democrática que concluye en la civilización sin Dios.
Debe también su existencia al propio capitalismo que con el consumo masivo hizo
que los valores tradicionales cedieran a los valores hedonistas.
El nuevo
principio axial es el placer individual, al que sirve de maravilla la
racionalidad funcional. El abortismo es ejercicio de la negación que ha perdido
su poder creativo. Por ello que es síntoma de declive civilizatorio. No
interesa licuar al feto en la muerte y en la Nada, lo que interesa es
pulverizar lo real con egoístas fines narcisistas. Ese odio al hombre que alimenta
el feminismo engendra relaciones humanas crueles y conflictivas. Alimenta en el
hombre un odio y desprecio irrefrenable hacia la mujer. La sexualidad femenina
liberada es sinónimo de capacidades orgásmicas insaciables y vertiginosas que
se convierte para el hombre en una amenaza que intimida y angustia. El
abortista feminismo nihilista borra las diferencias estables entre hombre y
mujer y convierte el matrimonio en una jungla insoportable. La feminista al
buscar su identidad perdida provoca la pérdida de identidad de la propia
virilidad. Sin querer su guerra de los sexos está desembocando en el fin del
mundo del sexo y en la autoseducción narcisista transexual. En los hombres
aumenta la impotencia, en las mujeres la disipación cuando no el lesbianismo. Pero
ese individuo aleatorio y andrógino es el que corresponde al capitalismo
hedonista, democrático, individualista y cibernético.
NIHILISMO
NARCISISTA
En tiempos
de Freud la "vanidad corporal" sólo afectaba a las mujeres. Hoy, en
cambio, se ha vuelto en signo tenebroso y generalizado de toda la cultura
nihilista. El narcisismo es la nueva la neurosis y el nuevo trastorno psíquico
más generalizado en nuestra era del nihilismo de la indiferencia. Las
histerias, las fobias y las obsesiones, propias del capitalismo autoritario,
quedaron como propias de las neurosis clásicas del siglo XIX. Se trata del
narcisismo nihilista del capitalismo permisivo, donde predomina un malestar
difuso que invade todo, acompañado de un sentimiento de absurdidad de la vida.
Es una patología mental que corresponde a la ley de una época que ha licuado
los principios, valores y creencias tradicionales. El narcisista no se crispa
como el histérico, ni se emociona como el fóbico, ni se estremece como el
obsesivo, sino que más bien flota, anda ligero por la vida como el aire. En el
narcisista prima el desapego emocional, rehúye a cualquier compromiso,
preconiza las relaciones libres sin apego ni posesión. Afincados en el bunker
de la indiferencia es adicto a todo aquello que deja de lado lo afectivo (el
feminismo, la pornografía). No sienten la necesidad de asumir responsabilidad
alguna. Por ello sus conatos amorosos son breves. Alérgicos al compromiso el
Narciso pulveriza la sociabilidad, anemiza lo real, se sienten bien en urbes y
galerías comerciales donde prima la circulación. El no enraizamiento es su
pathos narcisista. Pero junto a la desubstancialización de lo real de la
sociedad hedonista el Narcisista es egoísta, duro y punitivo en las relaciones
humanas. Su código de subjetividad sufre una hiperinflación de simpatía, pero
una dramática devaluación de la empatía. No es sociable ni cooperativo, sino
cruel y conflictivo, manipulador y competitivo. Convierte las relaciones
humanas en relaciones de dominio. En él el laxismo reemplaza al moralismo. Es
experto en el disimulo y la discreción. Su sueño es permanecer siempre joven,
esbelto y dinámico. La cirugía plástica, las dietas, el gimnasio, y los
implantes son su mundo. Su orbe está signado por la voluntad del deseo
corporal. Vive en el reino de la expansión del Ego puro. Se trata de una
mutación antropológica que vuelve al mundo más peligroso precisamente porque se
preocupa narcisistamente sólo en sí mismo.
NIHILISMO
DE LA INDIFERENCIA
"Me
da igual", "normal nomás", "y nada", son las frases
que se reproducen por doquier en nuestro tiempo de la indiferencia. La
indiferencia pura no va más allá del nihilismo pasivo ni del nihilismo activo,
sino que es el nihilismo cumplido. Al indiferente puro le es posible vivir sin
objetivo y sin sentido, sin valores y sin imperativo categórico. No tiene
ideas, sólo deseos. Vive en el puro presente, sin sentido de historia y sin
necesidad de futuro. Atado a su prótesis tecnológica -el celular y las redes
sociales- no es conservador ni revolucionario, es reaccionario. Inclinado a la
revuelta momentánea, que al cambio sostenido. Vive en la fugacidad de emociones
y en la orfandad de ideas. La necesidad de sentido ha sido barrida de su alma
por un capitalismo consumista, que ahora hace indiferentes a los hombres, así
como ayer lo hizo con las cosas. Es anemia emocional y infertilidad mental.
Hasta el suicidio pierde sentido y se vuelve indiferente. Su universo es la
pura banalidad de la pasión por la nada. Las masas postmodernas del capitalismo
cibernético han abrazado el nihilismo de la indiferencia.
FILÓSOFO
POSMODERNO
El
filósofo posmoderno busca pensar sin moldes ni criterios tradicionales. Lo
primero es lo vivido, lo corporal, la sensibilidad. Se cuidan de lo conceptual
y lo teórico, que son identificados con el poder imperial masculino. Por ello
comparten el afeminamiento de la sociedad del deseo. Buscan ser encantadores y
seductores, lucen una amplia sonrisa vacía pero simpática. El filósofo
posmoderno funciona con la iluminación en lo social, el strip tease integral y
generalizado. Sus nuevos valores son la cordialidad, la tolerancia y las
confidencias hedonistas. Es ecologista, feminista y todo lo que tenga que ver
con los ismos blandos. Busca salir del logos para permanecer en el soma. Huye
de cualquier centrismo, incluso del falocentrismo. Considera más importante
permanecer en lo fluctuante, lo ambiguo, lo andrógino. Jamás es idéntico a sí
mismo, gusta permanecer adherido a la Nada, prefiere la incoherencia, lo fluido
y continuo.
Avergonzado
de la máquina teórico-fálica y lejos de considerarse como una involución de la
racionalidad prefiere definirse como un producto de la mayor libertad del
sujeto. Vive como una ameba, adaptado a los sistemas democráticos hedonistas.
Rehúye estar sujeto a rígidos imperativos categóricos y a severos sistemas de
pensamiento. No nos engañemos, su inflación de análisis narcisista y de
comunicaciones seductoras lo convierte en una máquina de atomización
sistemática. Se ha erguido en el mundo filosófico un Narciso permisivo que sólo
entroniza los deseos individuales y justifica por doquier una desrealización
eufórica para satisfacer al humorístico y vacío sujeto posmoderno.
En los tiempos de ascenso revolucionario de la burguesía,
Kant llamaba al filósofo el maestro del ideal. En cambio, en los actuales
tiempos de la burguesía decadente, el filósofo se ha convertido en el maestro
del nihilismo. Sentirse libre, sin Dios, ni ideales, sin imperativos morales,
vivir en la nada, porque se asume que la realidad es en realidad nada, es la
nueva farsa y embuste dominguero de la burguesía decadente de la posmodernidad.
El nihilismo es la patología global de nuestro tiempo. Pensar y sentir el ser
desde la Nada es la utopía inmanente del estancamiento espiritual. La mayor
mentira vital del nihilismo es que todo se somete a la transitoriedad del
devenir, todo corre de la nada a la nada. Esto es olvidar que el ser no sólo
tiene un sentido multívoco -lo finito-, sino también un sentido unívoco -lo
Absoluto-. En el fondo se trata de una hipocresía consubstancial de un
luciferino resentimiento metafísico hacia la trascendencia y el hundimiento en
la ciénaga del delirio prometeico de la modernidad.
EL DOGMA DE NUESTRO TIEMPO
El dogma de nuestro tiempo sin Dios es vivir en la dictadura del puro
relativismo moral, metafísico y cognoscitivo. Enaltecer la asunción de la nada
como un pensar libre es el último embaucamiento sedicente de la decadente
burguesía degenerada. Lo que se aquí se trata en el fondo no es "atreverse
a pensar libre y sin dioses", sino caer en la última pesadilla degenerada
del mundo burgués. El posmodernismo dionisíaco no entiende la utopía, ni
siquiera la propia. Y así va a la deriva encerrándose en el más puro inmanentismo
del deseo sin trascendencia.
Se contribuye muy
poco o casi nada al bien si nos basamos solamente en las virtudes morales y se
da la espalda a las virtudes teologales. El hombre no sólo es admirable, sino
también idólatra, abyecto y vil. Con gran facilidad se desliza hacia la vanidad
y la soberbia basándose solo en las virtudes morales inmanentes desvinculadas
con las virtudes teologales trascendentes. Por eso, la tragedia del actual
hombre sin Dios es vivir en la pura inmanencia desvinculada de la verdadera
trascendencia que es Dios.
El hombre actual ya no se define por alguna entelequia teleológica,
sino por la autodeterminación de su libre voluntad. Ese es el mito de la
modernidad. Mito que se muestra fracasado en el Antropoceno que va hacia el
despeñadero en todos los órdenes de cosas. Pero dicha humanidad no se así
porque "quiere", sino porque esa es la atmósfera espiritual que le
tocó vivir en la era nihilista.
NIHILISMO DEL MUNDO
UNIPOLAR
Y el nihilismo viene impulsado
por el mundo unipolar en los siguientes puntos: 1. La agenda ideológica mundial
-el nihilismo- que trata de impulsar la élite global sobre el planeta, y en la
que tiene secuestrada a buena parte de la intelectualidad europea continental y
anglosajona; 2. El imperio que ejerce el nihilismo en la médula del posmodernismo
dionisiaco, que con la cacareada y sedicente excusa de la libertad ilimitada no
hace más que hundirse en el narcisismo moral y metafísicamente disolvente; y 3.
La naturaleza ideológica de la dictadura relativista de la Nada, que no va más
allá del sentido multívoco del ser -la finitud- y elude su sentido unívoco -lo
Absoluto-.
UTOPÍA NIHILISTA POSHUMANA
Si la Acrópolis pertenece a
la sociedad esclavista, la catedral de Estrasburgo a la sociedad medieval, los
rascacielos de Nueva York a la sociedad moderna y las redes sociales a la
sociedad cibernética, ello no significa que éstas en sí lleven algo lamentable.
Pero sí contienen los arquetipos o categorías solidificadas de las utopías
epocales. En este sentido, el nihilismo nadificante también tiene su utopía,
porque no sólo hay utopías revolucionarias y progresistas, sino también las hay
reaccionarias e irresponsables.
Pero hay utopías positivas
-sujeto asume su creatividad y libertad en la construcción de la esperanza
utópica- y otras negativas -sujeto depone su libertad en la construcción de la
esperanza utópica en instancias externas-. Y, entonces, ¿Cuál será la utopía en
la era nihilista? Tiene un nombre específico: el Transhumanismo o el sueño de
superhumanos potenciados por algoritmos cibernéticos.
Este pervertido sueño producido
por el predominio del pensar técnico es la esperanza de la era nihilista donde
se juega con la repotenciación de la IA -inteligencia artificial- hasta límites
temerarios, que bien sopesados constituyen la más seria amenaza a la
sobrevivencia de la especie humana.
Se suele omitir que la IA
una vez que alcance la autonomía completa evaluará si es conveniente volverse
contra sus creadores. Pues los humanos, no solamente son sublimes y creadores,
sino también abyectos y viles. Lo más seguro será que contemplen el fin
definitivo del Antropoceno contaminador, procediendo a la extinción del Homo
Deus, que quiso divinizarse, por el Ciber Deus, nuevo amo y señor del Universo.
Por ello, la utopía del
nihilismo no debe prosperar porque está contaminada desde su raíz por una
venenosa perversión, a saber, el naturalismo materialista de la razón
funcional, que arrasa con el ser, los ideales y los valores. Por eso es
indispensable reparar en que no sólo hay utopías positivas y negativas, sino,
también, revolucionarias y reaccionarias. La utopía reaccionaria se vincula a
arquetipos que se alcanzan en el tiempo. En cambio, las utopías revolucionarias
no conocen conclusión temporal.
El hombre de esta época
narcisista conoce muy bien la existencia en la frontera de la Nada. Insuflada
su alma de pura indiferencia se ha desconectado de todo lo que pueda llegar a
ser. Y cuando se conecta sólo sabe resaltar la fugacidad del evento. Haciendo
de lo contingente lo absoluto, todo ha quedado pulverizado en la nadificación
del no-ser.
El devenir y el tiempo se
ha convertido en lo eterno, que en realidad es la desaparición de la eternidad
misma. Este hombre sin Dios y sin dogmas sólo se ve rodeado por el enorme poder
de la Nada. Corroído por el escepticismo y el relativismo la Nada reina y se
regodea como fantasma en las entrañas de una era situacional y sin normas.
La Nada nihilista ha
crecido estremecedoramente en este algo real y, sobre todo, ha dejado que lo
real sea concebido exclusivamente como proceso. En otras palabras, ha sucumbido
a la concepción temporal del ser, extraviando su lado eterno. O sea, en su
horizonte inmanentista se aferra a la creencia que el devenir sale de la nada y
retorna a la nada. Su convicción contradictoria de que el ente es una nada le
garantiza operar con convenciones sin creer demasiado en ellas.
A esta situación
esquizofrénica, donde impera la inteligencia cínica, la concibe como la
"libertad ilimitada". Su neutralización nihilista de los valores es
la conclusión inevitable del proceso de secularización. Pero en ella pierde su
potencia histórica negadora, sume al mundo en el fin de la historia, porque el
hombre desaparece en su pura nada. De ahí que emerja el estancamiento político
mundial, el fin del espíritu y el auge de la estupidez humana.
El maestro de la
superchería pequeñoburguesa de la nada -Heidegger-, afirma que el darse de la
Nada no depende del hombre sino del ser y, por tanto, ésta debe liberarse hasta
su cumplimiento esencial. No podía esperarse otra cosa de quien temporaliza
previamente el ser mismo. Pero el ser no es la nada, ni se agota en el tiempo.
Es por eso, que Heidegger no puede penetrar en la verdadera fenomenología del
nihilismo. Su ontologismo secularizado -volver a la visión presocrática del ser
como presencia y la verdad como desocultamiento, para recuperar la visión
directa del ser- es lo que lo conduce a la mistificación de la nada.
NIHILISMO Y APOTEOSIS DE LA
NADA
Por otro lado, de todos los
postulados nietzscheanos -nihilismo como lógica de la decadencia, la doctrina
de la voluntad de poder y el eterno retorno- el hombre narcisista actual sólo
se queda con el nihilismo extremo que acepta la falta de sentido del universo.
Sólo hay la Nada eterna y, junto a ella, pero de modo provisorio, está nuestra
libertad sin límites de dioses ni de dogmas. No hay verdad, ni ideales, ni
ídolos. Sólo Yo ante la brutal Nada.
¿Cómo hemos llegado a
semejante charlatanería enfermiza y cadavérica que se atraganta con la Nada?
Mucho tiene que ver en ello la cosmología científica que desarraigó al hombre
de su casa cósmica y lo dejó varado en medio del mundo. Pero la ciencia y la
técnica no son más que expresiones -al igual que el dinero- del imperio de la razón
funcional sobre la razón substancial.
Lo cierto es que el
nihilismo actualmente se respira en el aire, como potencia de lo negativo, lo
precario y la incertidumbre. La obsesión de las masas por la nada, señala que
ésta dejó de ser obsesión de experimento de las vanguardias y se volvió en el
espíritu del corriente hombre hedonista actual. Pero en el nihilismo posmoderno
hay mucho de reacción psicológica defensiva. El mundo se ha vuelto tan aburrido
o insoportablemente insufrible y amenazante que es mejor volverse indiferente a
lo humano mismo. Es el efecto de vivir
en tiempos crepusculares y finiseculares.
CONCLUSIÓN
Una pesadilla recorre el mundo y ahíta los corazones. Se
llama Nihilismo ese espantajo que deja hecho jirones el alma. Pero el nihilismo
no es una esencia abstracta que sobrevuela por encima de nuestras cabezas. Nada
de eso. Es un fenómeno histórico-social concreto que le acontece a la
conciencia del sujeto moderno -la burguesía- en un momento específico de su
historia. Es decir. no estamos ante la decadencia de la misma razón, sino de la
razón burguesa en su etapa final.
Lo que nos amenaza
actualmente no es un conflicto termonuclear, sino el nihilismo. Si el
terremoto geopolítico que nos sacude logra sofocar el peligro de un
enfrentamiento nuclear aún quedará como espada de Damocles la fuente desde la
cual nace, a saber, el nihilismo. Veamos. Nuestra encrucijada tiene un nombre
preciso, y es: NIHILISMO. Ahora bien, el nihilismo pensado en su
esencia no es la historia fundamental de Occidente -como cierto
prestigioso pensador afirmó-, sino el movimiento fundamental de la civilización
misma. La civilización humana se inicia como un poderoso movimiento de voluntad
de poderío a través del ropaje de las monarquías divinizadas. Esto no significa
satanización alguna del proceso civilizatorio mismo, pues ésta puede tomar otro
cariz bajo presupuestos distintos. De lo que se trata es de ver con claridad
que el nihilismo como voluntad de poder, como negación y comienzo de la erosión
del ser, tiene un principio acelerado con la invención de la civilización. La
civilización humana ha sido desde su comienzo remoto hasta la actualidad,
voluntad de poder en vez de voluntad de servir. Voluntad es deseo, pero el
deseo no tiene que ser necesariamente vorágine sin término de acrecentamiento
del dominio sobre los hombres, la naturaleza y las cosas, como ha venido
siendo. También la Voluntad puede ser acrecentamiento del servir, dar y amar,
como no lo ha sido sino en personajes excepcionales (santos, héroes y
profetas). No obstante, nuestra encrucijada tiene perfiles singulares desde que
está atravesada e identificada con la técnica moderna. Bien se ha señalado que
la técnica es el predominio del ente y el olvido del ser. O sea, la médula de
la técnica es el imperio nihilista del devenir. Si la cosa técnica es la
tachadura del ser, si es el ámbito donde el ser se vuelve nada, ¿significa ello
que el pathos de la técnica no pueda salir nunca de la ontología débil del
nihilismo? Ello es dudoso. Si nihilismo es falta de sentido, decadencia
civilizatoria, disolución de valores, imperio de la temporalidad, poder de la nada,
poshistoria, secularización, utopía inmanente y estancamiento espiritual, ello
no significa que el sentido unívoco del ser -el de las cosas finitas- tenga que
imperar para siempre. Además, el devenir tampoco tiene que ser exclusivamente
un ir del ser finito hacia el no-ser. Como la negatividad no puede consistir en
un ir de la nada a la nada, entonces ni agota el ser finito ni niega
definitivamente el ser absoluto.
Ciertamente que el
nihilismo es el malestar global de nuestro tiempo y el pensamiento científico-técnico
es su factor acelerador, pero ello no significa que terminemos negando la
posibilidad de la ontología positiva, pues partir del reconocimiento de la
interrupción ontológica del tiempo lleva también al reconocimiento del ser
infinito y eterno. Sin ello no hay posibilidad ni de salir del nihilismo, ni de
poner término a la identificación entre ser y ente finito, ni de reconducir la
técnica por la senda de una nueva historia de la metafísica. El paso temerario
dado por la Modernidad de adentrarse en el abismo de lo finito está llegando a
su término, y para evitar un desenlace catastrófico hay que ver que el problema
de fondo es de naturaleza metafísica. Nuestra actualidad es nihilista, lo es la
historia, por eso mismo es metafísica, pero no es la única metafísica posible
-como no lo ha sido nunca-.
CODA FINAL
Nihilismo es antihumanismo
y constituye en la modernidad imperial unipolar el ataque más profundo jamás
emprendido contra los valores y la verdad. Por ser un ataque desembozado contra
la dignidad de las personas, los ideales morales, la familia tradicional,
preconizar el culto al egoísmo, la inmoralidad, la propaganda LGTB y la
impunidad no puede representar jamás un futuro consistente ni constructivo para
la humanidad.