martes, 31 de julio de 2012

VALLEJO Y LA SITUACIÓN LÍMITE DE LA CONDICIÓN HUMANA

CÉSAR VALLEJO: POETA DE LA SITUACIÓN LÍMITE DE LA CONDICIÓN HUMANA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
 

El hombre es mortal por sus temores e inmortal por sus deseos.
Pitágoras

Sobre la poética de Vallejo se han dado las siguientes interpretaciones:
  1. Poeta metafísico (J. Carlos Mariátegui, Orrego, Juan Larrea)
  2. Poeta del mestizaje americano (André Coyné)
  3. Poeta de la solidaridad humana (Luis Monguio)
  4. Poeta del dolor humano (Alcides Spelucín, Armando Bazán)
  5. Poeta de lo trascendente (Américo Ferrari)
  6. Poeta cristiano (Xavier Abril)
  7. Poeta cristiano y metafísico (Enrique Chirinos Soto)
  8. Poeta de la absurdidad de la existencia humana (James Higgins)
  9. Poeta revolucionario (Luis Hernán Ramírez)
  10. Poeta existencial (Antonio Belaunde Moreyra)

Yo creo que todas estas interpretaciones están justificadas por tan eminentes autores y estudios, sin embargo, como los rayos de la aurora que anuncian la luz del día,  todos ellos contribuyen a tener una imagen más cabal del gran vate de Santiago de Chuco. Esta imagen más integral y aparentemente nueva debe dar cuenta de todas las anteriores pero sin pretensiones eclécticas deberá proponer una interpretación más básica y fundamental.

Esta nueva interpretación es la siguiente. Quienquiera se aproxime a Vallejo se dará con la convicción central que el tema básico del poeta peruano es la situación límite de la condición humana. En otras palabras, si Vallejo es un poeta metafísico, cristiano y existencial no es por su interés en la metafísica, en la teología o en la existencia, sino porque es un poeta de la situación límite de la condición humana. Esta nota característica de su estro lírico se mantiene tanto en su juvenil romanticismo tardío, su paso al modernismo y su arribo al vanguardismo. El soneto romántico endecasílabo cederá su lugar primero a las metáforas modernistas y luego al versolibrismo vanguardista, aunque no siempre, para acoger el habla popular, la exclamación, el epíteto, pero la temática de fondo será la misma, a saber, la situación límite de la condición humana.

Pero qué es la situación límite de la condición humana. Se ha escrito sobre la condición humana en términos de activismo (Hannah Arendt), sobre la condición obrera (Simone Weil), la condición postmoderna (Lyotard), la conciencia mistificada (Henri Lefebvre), etc., pero comprender la condición humana implica algo más fundamental que las abarque a todas, porque involucra dar cuenta de la situación del hombre no sólo en un determinado periodo histórico, sino de la estructura fundamental que está presente en todas las etapas de su historia. Esto es, comprende una teoría de las necesidades del hombre, de su fin y destino. En una palabra, envuelve toda una teoría del hombre.

Un poeta no elabora sobre su emoción teorías, sino que intuye verdades expresadas en metáforas. Y en este sentido en Vallejo no hay una teoría de la condición humana, y menos de su situación límite, lo que hay es una profunda intuición de la situación límite de la condición humana.

Y en qué consiste dicha situación límite de la condición humana. Según Karl Jaspers la situación límite permite una aprehensión del existir en una forma más radical que el examen del mundo. Se trata de una dilucidación de la existencia no de carácter objetiva o psicológica sino de índole metafísica. Es un camino que desbroza la vía hacia lo trascendente a partir de los modos en que la existencia se consagra a buscar las diversas formas del ser. Desde este punto de vista todo ser que no sea trascendencia aparece como insuficiente, aunque radicado en la historia. La muerte, la culpa, lo relativo, el azar, el sufrimiento, lo fáctico, la historicidad, todo aquello que el hombre no puede cambiar y escapa de su control son situaciones límite.

Para Heidegger la situación límite coloca al hombre ante su propia condición finita, como la angustia ante la muerte y su forma se existir auténtica. Para Frankl es la toma de postura o la búsqueda de sentido ante lo inevitable. En Gadamer la hermenéutica de la facticidad comienza preguntándose por las situaciones límite. La teología dialéctica de Karl Barth volvió a problematizar la situación límite como el escenario en que no basta escuchar a Jesucristo hay que contemplarlo. Paulo Freire la utiliza en su pedagogía ubicándola en la situación límite del oprimido. En suma, una situación límite no sólo es la situación para conocer el dolor sino también para saber de la felicidad.

La poesía, la mística y la filosofía tienen una especial predisposición para enfrentar situaciones límites de carácter metafísico-existencial. Yo pienso que esta tensión límite entre lo contingente, histórico y temporal y lo absoluto, divino y eterno, fue intuida y vivida de forma radical por Vallejo. En los versos de nuestro vate el hombre no puede dejar de ser humano ni siquiera en la condición de deshumanización, soledad, humillación, sufrimiento, hambre, vida, muerte y cuestionamiento de Dios. El hombre es una inmanencia que no puede dejar de ponerse frente a lo trascendente.

En el estro poético vallejiano la situación límite es la tensión de lo humano y finito ante un Dios que se percibe al mismo tiempo tan lejano y tan cercano a la vez. Así se trasluce en los poemas “Los dados eternos”, “Dios”, “Absoluta” en Los Heraldos Negros, el poema XXXI de Trilce. Así dirá:  

Siento a Dios que camina
Tan en mí, con la tarde y con el mar.
Con él nos vamos juntos. Anochece.
Con él anochecemos. Orfandad.

En el estro poético vallejiano la situación límite se subleva de modo lapidario y contundente ante un Dios inhumano, lejano, ahistórico, trascendente y que no sufre, apareciendo casi como un precursor de las posteriores teologías de la praxis que remecerían a Roma por reclamar una nueva imagen de Dios:

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
Hoy supieras ser Dios;
Pero tú, que estuviste siempre bien,
No sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre; el Dios es él!

En el estro poético vallejiano la situación límite no deriva hacia un endiosamiento del hombre, no lo convierte en un deus in terris, sabe demasiado bien lo que es el hombre, de sus flaquezas, miserias y limitaciones.

Dios mío, y esta noche sorda, oscura,
Ya no podrás jugar, porque la Tierra
Es un dado roído y ya redondo
A fuerza de rodar a la aventura,
Que no puede parar sino en un hueco,
En el hueco de inmensa sepultura.

Yo no creo que en el estro poético vallejiano la preocupación por Dios nazca de un conflicto entre Eros y la Religión, que se remontaría a que sus abuelos fueron sacerdotes no célibes, como sostiene el ilustre crítico Edmundo Bendezú Aibar. Por el contrario, pienso que Vallejo llega al Dios inmanente o encarnado como la única forma de que el hombre destinado al bien pero inclinado al mal pueda encontrar ayuda. En otras palabras, Vallejo sufre porque advierte la vocación deicida del hombre que mata constantemente a Dios con su pecado.

Más, todo esto implica que en el hombre hay algo de sagrado, de trascendente, que hay salvar por su propio amparo, pero aquello por salvar traspasa incluso la condición humana para solidarizarse con todos los seres que existen. Pero no es la indigente existencia lo que le apena, ni siquiera la de Dios mismo, que también sufre, sino porque la enorme incógnita de este lado sufriente del ser se hace nudo en el hombre. Sino veamos estos versos de “Los anillos fatigados” en Los Heraldos Negros (1919):

Hay ganas de…no tener ganas, Señor;
A ti yo te señalo con el dedo deicida:
Hay ganas de no haber tenido corazón.

El dedo deicida increpa a lo trascendente por el sentido de lo inmanente. A propósito de esta situación límite Vallejo expresa una gigantesca antinomia en el mismo libro:

Hay golpes en la vida, tan fuertes…Yo no sé!
Golpes como el odio de Dios;….

Es decir, el lado temporal y sufriente de lo absoluto se le revela a Vallejo de modo palmario y trágico. Toda una teología de la encarnación de alcance cósmico, que involucra no sólo al hombre sino además a todos los entes, pone en cuestión el sentido de lo inmanente. También en Trilce (1922) preside todos sus versos el misterioso poema I:

Quién hace tanta bulla, y ni deja
Testar las islas que van quedando.

El Vallejo maduro y europeo de Poemas Humanos (1923-1938) también deja traslucir dicha situación límite pero con más intensidad aun. Así en Intensidad y Altura escribe:

Quiero escribir, pero me sale espuma,
Quiero decir muchísimo y me atollo;
No hay cifra hablada que no sea suma,
No hay pirámide escrita sin cogollo.

Tiene un tono casi místico, propio de quien se encuentra ante lo inefable de la condición humana. Pero reiteradamente la búsqueda del sentido de lo inmanente se deja ver en los Nueve Monstruos:

Y desgraciadamente,
El dolor crece en el mundo a cada rato,…

Más notoria es la ausencia de sentido de la vida humana al leer lo escrito en su poema Fallo Personal:

Considerando en frío, imparcialmente
Que el hombre es triste, tose y, sin embargo
Se complace en su pecho colorado;
Que lo único que hace es componerse
De días;
Que es lóbrego, mamífero y se peina.

No menos vívido es Traspié entre dos estrellas cuando dice:

¡Amado sea aquel que tiene chinches,
El que lleva zapato roto bajo la lluvia,
El que vela el cadáver de un pan con dos cerillas,
El que se coge un dedo en una puerta,
El que no tiene cumpleaños,
El que perdió su sombra en un  incendio,
El animal, el que parece un loro,
El que parece un hombre, el pobre rico,
El puro miserable, el pobre pobre!

A propósito de esa enorme incógnita de este lado sufriente del ser que se hace nudo en el hombre, Orrego cuenta que Vallejo le narró su sueño premonitorio sobre su muerte en París y lo plasma en Piedra negra sobre una piedra blanca:

Me moriré en París con aguacero,
Un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París y no me corro,
Tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

La existencia misma se escarnece en el hombre, todo el movimiento cósmico acontece como si señalara al hombre su abultada insignificancia ante los impenetrables misterios del universo. Es como si en el hombre mismo se conjugaran en una tensión permanente lo inmanente y lo trascendente. Así dice en Juego Final:

Escarnecido, aclimatado al bien, mórbido, urente,
Doblo el cabo carnal y juego a copas, donde acaban los destinos,
Donde comí y bebí de lo que me hunde.

Pero el entristecido Vallejo deja espacio para la esperanza, lo escatológico, lo soteriológico y la teodicea. Y allí reluce con todo patetismo en su estremecedor y compasivo poema Masa:

Al fin de la batalla,
Y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
Y le dijo: “¡No mueras; te amo tanto!”.
Pero el cadáver, ¡ay! siguió muriendo.
….
Entonces, todos los hombres de la tierra
Le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
Incorporóse lentamente,
Abrazó al primer hombre; echóse a andar…

Esta esperanza no es exactamente la prosaica solidaridad humana, como suele interpretarse, sino que es la inefable condición humana preternatural restaurada por Cristo, la única capaz de superar a la muerte, el dolor y la tristeza de lo existente en el ser del hombre. Vallejo siempre fue cristiano, tanto así que su marxismo no implica materialismo ni compromiso de su libertad estética. Su conflicto con el Dios encarnado, Cristo, no envuelve una pérdida de fe, por el contrario, exige una mayor identificación con él a través del sufrimiento humano. Incluso es conocida la carta del 18 de junio de 1929 a su hermano Víctor en que pide desde Europa una misa al Apóstol para que lo saque bien librado de un asunto.

Entonces, Vallejo tiene un Dios y no es un dios cualquiera, es el Dios cristiano, Providente y omnipotente. Esto explica que a partir de esta intuición esperanzadora sobre el lado intemporal de la realidad se entiende la última palabra dictada a su esposa Georgette en su lecho de muerte en el hospital de Villa Arago el 29 de marzo de 1938:

“Cualquiera que sea la causa que tenga que defender ante Dios,
Más allá de la muerte, tengo un defensor: Dios”.

Es cierto, si Vallejo fue capaz de advertir la absurdidad de la existencia humana, la entraña metafísica del dolor del ser, si se miró a sí mismo como un Cristo, la dimensión trascendente del hombre, la solidaridad y el dolor humano, fue porque encarnó en su ser la situación límite del hombre como única criatura donde lo finito se planta ante lo infinito de manera visceral.

Por qué Vallejo sintió con especial intensidad la situación límite de la condición humana. Un crítico tan autorizado como Luis Monguio es de la opinión que fueron causas biográficas (mestizo, clase media, abuelos sacerdotes no célibes, provinciano, la casa de su infancia, la vista al cementerio, la penurias económicas, el hambre, el dolor, la muerte, la cárcel, la incomprensión de los críticos, y su temperamento sensible y romántico) las que predispusieron la obra del poeta.

Lo cual no es falso, sólo que es insuficiente. Causas psicológicas y sociológicas pueden ser detonantes pero no causas de su peculiar genio. Muchos poetas sufrieron como él y quizá hasta más y no lograron su especial condición. Creo más bien que en este punto los franceses tienen razón cuando se refieren de un escritor genial señalando que tiene “duende”, o sea es poseedor de un don divino, único e inexplicable. Y efectivamente de nada hubieran servido sus vivencias y condiciones sociales sin ese “don” misterioso que lo hacía sentir con especial intensidad las situaciones límites de la condición humana. A él lo hizo sufrir profundamente, pero su dolor dejó una obra creadora impar en el espíritu universal.

En suma, Vallejo es un poeta de una estirpe y de una raza (Mariátegui, Coyné), un metafísico (Juan Larrea, Orrego), de la solidaridad humana (Monguio), un trascendente (Ferrari), del dolor humano (Alcides Spelucín, Armando Bazán), un cristiano (Abril), metafísico-cristiano (Chirinos Soto), de la absurdidad de la existencia humana (James Higgins), un revolucionario (L. Hernán Ramírez), porque su especial sensibilidad lo predispuso para percibir con exclusiva intensidad la situación límite de la condición humana.

Sin ánimo de deslucir los profundos versos de nuestro vate, siento que sería injusto despedir a tan ilustre trovador sin osar pergeñar de mi parte unos modestos versos hilvanados en mi humilde sesera:

Oda a Vallejo

Loa al bardo mestizo,
cuyo triste mirar universal,
donde Dios brillar quiso,
exhala nuestro dolor mortal.

¿Dónde moras?
¿A quién cantas?
¿Dónde vas?
Con tu hermana Muerte
ya no estás,
con la hermana vida,
volverás.

Los dados eternos rodarán,
los heraldos refulgirán,
te abrazará el último hombre
y te echarás a  andar.

Vive sempiterno,
con tus Cristos del alma,
vive sonriente,
con tu pan celestial.

Lima, Salamanca 31 de Julio 2012

EL HOMBRE NIHILISTA Y LA SUPERVIVENCIA GENÉTICA Y CULTURAL

EL HOMBRE NIHILISTA Y LA SUPERVIVENCIA GENÉTICA Y CULTURAL
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
 

Moneda que está en la mano quizá se deba guardar;
la monedita del alma se pierde si no se da.
Antonio Machado

La nueva utopía del hombre de mentalidad nihilista, científico-técnica es la supervivencia genética y cultural de la persona, más cercana a la tradición de la filosofía china que a la propia tradición del humanismo occidental.  Veamos cómo se gestó este derrotero del monismo naturalista y a la cual han favorecido cambios históricos y espirituales.

Alma, en griego psique, significa en general el principio de la vida, de la sensibilidad y de las actividades espirituales que se constituye en sustancia. Esta última nota es importante porque expresa un principio autónomo e irreductible a otras realidades. La mayor parte de las teorías filosóficas tradicionales consideran la sustancialidad del alma como la realidad última y más alta que ordena y gobierna el mundo.

Así, por lo menos, está expresado en el monismo cosmológico de los filósofos presocráticos. Por ejemplo, para Anaxímenes y Diógenes de Apolonia el Alma es aire que es principio de las cosas; para Pitágoras es armonía numérica, en Heráclito es el fuego como principio universal de todas las cosas, y en Demócrito son los átomos esféricos.

El dualismo metafísico en la consideración del alma comienza con Platón, el cual considera que ésta preexiste al cuerpo, encarna y luego se libera de éste en la contemplación de las ideas, para volver a su verdadera patria de orden divino. Aristóteles defenderá la unidad psicofísica del alma y el cuerpo, pero reconoce que nada impide que sean separables las partes del alma que no son actividad del cuerpo. Para el estagirita el alma no existe sin el cuerpo ni como cuerpo, porque la concibe como la actividad de un cuerpo determinado, es decir, la realización de la potencia que es propia de este cuerpo.

Epicuro compartió la caracterización aristotélica del Alma como causa, ya que cuando el alma se separa del cuerpo, éste no tiene ya sensibilidad. Reconoce que es una realidad en sí misma, pero añade que se disuelve en sus partículas con la muerte del cuerpo. Los estoicos afirman la corporeidad del alma, lo cual no le quita ni simplicidad ni inmortalidad, de la misma manera que el Alma del Mundo, de la que forman parte los seres animados y el alma del sabio.

Pero será Plotino el que rompa con la doctrina aristotélica del Alma.  Rechaza de los estoicos que el alma sea cuerpo y de Aristóteles que sea forma del cuerpo. Como Platón, acentúa los caracteres divinos del Alma: indivisible, incorruptible, ingenerable y  unidad. Para examinar lo que es el alma indica el camino de la interioridad, la introspección, replegamiento sobre sí. De modo que la noción de conciencia comienza por obra de Plotino.

Los Padres de la Iglesia oriental repitieron las determinaciones neoplatónicas de los neoplatónicos Porfirio y Proclo.  Pero será San Agustín el que incorpora la herencia neoplatónica al cristianismo, sobretodo con la idea de la preexistencia del alma al cuerpo. Pero la búsqueda agustiniana dará sus frutos en la escolástica tardía con los franciscanos Duns Scoto y Occam, admitiendo una forma corporeitatis como realidad que posee el cuerpo orgánico, autónomamente de su unión con el alma.

Sin embargo, la escolástica estuvo dominada por la doctrina aristotélica, la que vuelve a proponer en los mismos términos a partir de Scoto Erígena hasta Duns Scoto, quien afirmaba que el alma como forma del cuerpo no puede subsistir tras destruirse el cuerpo, por tanto, la inmortalidad es cuestión de fe. Distinta fue la solución del dominico Santo Tomás de Aquino, quien admitiendo la idea aristotélica de que el alma es la forma del cuerpo y no preexiste a éste, sin embargo, subsiste al cuerpo y ha de retornar a éste en la resurrección de los muertos para estar en el Juicio Final.

La innovación radical proviene de Occam con su duda acerca de la realidad del Alma intelectiva. Occam proporcionó a Descartes y a la filosofía moderna la idea de la experiencia interna. La inmortalidad del alma, dice, no se puede demostrar por la existencia del alma intelectiva, porque todo lo que experimentamos son la intelección, la volición y otras operaciones que bien pueden ser propias del cuerpo mismo. Así, en Occam la inmortalidad del alma es materia de fe. Esta negación se basa en la experiencia interna que se tiene de los propios actos espirituales, y que resultó tan cara para la filosofía moderna.

En el Renacimiento sobrevivió la idea de alma como sustancia. La interpretación materialista de Hobbes no niega que  el  alma  sea  una  realidad.  El  punto de quiebre lo traerá Descartes para quien la reafirmación de la realidad del alma se une con  el reconocimiento de un camino privilegiado de acceso a tal realidad. A partir de él, el concepto de conciencia o mundo de la experiencia interna se vuelve predominante en el concepto del alma. Por eso Heimsoeth ha insistido en el estrecho lazo entre agustinismo e idealismo. Para Malebranche el alma aprehende directamente a Dios y al mundo a través de Dios. Leibniz es un intento de mediación entre el realismo antiguo, según el cual el alma está en el mundo, y el idealismo moderno, para quien el mundo está en el alma.

Las críticas de Hume y Kant al concepto de alma conducen no a una negación de la misma, sino a una adscripción al puro terreno nouménico y metafísico. En psicología se aproximó el concepto de alma al de conciencia, como unidad de lo psíquico. Pero esta comparación no concierne a la cuestión metafísica del alma, como lo fue la concepción de Descartes como substancia pensante y de Leibniz como mónada, sino mera indicación del predominio de uno de los sectores de la vida psíquica en la totalidad de esta vida.

Fue Scheler el que intentó distinguir con rigor entre el alma, la vida y el espíritu, haciendo de la primera la sede de las emociones, afectos y sentimientos, a diferencia del espíritu, que es básicamente objetividad, personalidad y trascendencia.

Pero esta solución no es una respuesta al problema metafísico del alma, porque la reducción del alma al espíritu vacía a éste último de todo lo que es pura subjetividad. La identificación idealista entre alma y conciencia tampoco es satisfactoria, porque mientras la conciencia está sumida en la temporalidad,  en  cambio  el  alma  es  eternidad y permanece fuera de toda contingencia. Además, el problema del alma es con frecuencia extrafilosófico. Casi todas las religiones buscan la forma personal de aquella existencia esencial.

Por su parte, el evolucionismo emergentista considera que las almas surgen en virtud de un proceso evolutivo de perfeccionamiento de los organismos biológicos. La tesis aristotélica de la unidad psicofísica alma-cuerpo ha prosperado en el mundo actual.  Tanto así que el tercer milenio avanza hacia la aceptación de la supervivencia genética y cultural de la persona, más parecida al taoísmo y al confucianismo, y sobre el rechazo del dualismo cartesiano.

En síntesis, han sido tres grandes derroteros por los que han discurrido las teorías del alma: el dualismo metafísico alma-cuerpo, que viene de Oriente, se extiende hacia Grecia y llega hasta Descartes; el monismo naturalista que viene desde el taoísmo chino, los charvaka de la India, Demócrito, Lucrecio y la ciencia positivista; y el monismo espiritualista de la alta escolástica, el personalismo y el existencialismo creyente.

La supervivencia genético-cultural es el nuevo leit motiv de la humanidad narcisista y mercantilizada. La ciencia promete la duración criogénica por siglos hasta que la tecnología del futuro pueda revivir los cuerpos de los magnates congelados. El ideal inmanente es la duración en la tierra y no la vida eterna, la cual es desdeñada y vista con escepticismo.

El hombre actual prefiere cambiar el más hermoso tesoro que posee por más desdichas en un mundo de injusticias y males que lo rodean. Sin creer en el alma y sus confines, sino en la mente como fenómeno del cerebro, deposita todas sus esperanzas en la resurrección científica de su cuerpo. ¿Y su alma? ¿Cómo volvería a ese cuerpo? Que el hombre crea que se debe construir un paraíso en la tierra, no es malo, pero daña el proyecto desde la base cuando cree poder hacerlo de espaldas al Creador. Después de todo, la apostasía general es señal de tiempos apocalípticos.

La concepción natural en la antigüedad era finalista. La causa final preside todo el proceso cósmico, con el demiurgo artesano en Platón y el Primer Motor Inmóvil de Aristóteles. Detrás de todo estaba la causa final del alma, animal o humana, o bien de la razón divina. Pero la causa será mecanicista con el materialismo atomista de Leucipo y Demócrito. Lo que despierta la queja de Aristóteles diciendo que Demócrito no conoce la causa final. Esta concepción del universo sin propósito ni causa final es el que predomina en las concepciones mecanicistas, deterministas e indeterministas de nuestro tiempo. Y esta es la metafísica que subyace en la concepción que restringe la supervivencia de la persona a lo genético y cultural. Lo nombres más famosos de la ciencia moderna (desde Heisenberg, pasando por Max Born, hasta llegar a Hawking y Penrose) se adscriben a un universo sin causa final.

Y es que la ciencia al tornarse indeterminista y probabilística con la física cuántica, ha reemplazado el universo finalista por el universo azaroso. El viejo mecanicismo resulta ser una ilusión y la dominancia unilateral de la mecánica clásica ha cedido el paso al indeterminismo fundamental del universo físico. Pero esto sugiere que cada nivel inferior y superior emergente no sólo está abierto entre sí, sino también está abierto a una causación finalista que trasciende pero a su vez abarca al universo en todos sus estratos jerárquicos. Este es el esquema metafísico que opongo al supuesto de la supervivencia genética y cultural de la persona humana.

Lima, Salamanca 31 de Julio 2012