UNA POLÉMICA EN TORNO
A MANUEL GONZÁLEZ PRADA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
I
RESEÑA
Reseña de Gustavo
Flores Quelopana a Thomas Ward: La
anarquía inmanentista de Manuel González Prada. Nueva York y otros:
Peter Lang Publishing, 1998, 232 páginas.
Ante la figura egregia y señera de González Prada (G.P.) caben dos
actitudes: una, ceñirse a la letra y la otra ceñirse a su espíritu. Apegarse a
la letra o al verbo puede significar repetir sus célebres pensamientos, buscar
un programa o una doctrina que no dejó, o tratar de hallar tras su ideología
caduca, los presupuestos filosóficos en los que se desenvuelve. Ceñirse al espíritu
no sólo es saltar sobre los mediocres repetidores de frases, sino recoger el
legado inmarcesible de su credo de justicia tanto en el terreno teórico como en
el práctico.
Para nosotros T. Ward intenta lo primero con el afán pesquisidor
de descubrir tras su literatura una filosofía. Tal intento no nos parece
injustificado desde un punto de vista amplio, puesto que si bien toda actitud
literaria refleja consciente o inconscientemente una postura filosófica, en el
caso que nos ocupa, nuestro ensayista no careció de conocimientos filosóficos.
Tan cierto es esto que nunca fue un positivista monacal sino que
su positivismo era jacobino y revolucionario. En este sentido, Ward no procede
con el bisturí del crítico, sino con la lupa del arqueólogo, y así lejos de
derribar busca reconstruir, sin importarle sobremanera lo vulnerable del fondo
y forma de los presupuestos filosóficos de sus escritos. Pero aún cuando
nuestro hispanista del Norte se aboca seriamente a la labor de historiógrafo
con la disciplina del seminarista sus tesis encierran afirmaciones
problemáticas como veremos.
Para Ward, G.P. es un anarquista inmanentista o protocristiano. El
concepto panteísta de inmanencia (Dios hecho hombre) define para él el
protocristianismo que a su vez sería el sistema filosófico del anarquismo. Habría
influido sobre él el inmanentismo de Lucrecio, Spinoza, Comte y Renán, y a
través de este último recoge no sólo su anticlericalismo, sino la concepción
pre-católica de Jesucristo.
De este modo en G.P., según Ward, se presenta un anarquismo al
cual se llega por un espiritualismo inmanentista opuesto al espiritualismo
teísta de la religión institucionalizada. Su anarquismo en esencia
reivindicaría el poder temporal del espíritu libre del individuo. En
consecuencia, para Ward G.P. no fue ateo ni irreligioso por ser anticlerical,
sino que habría creído en un dios panteísta.
Como vemos, Ward se apega a la letra del maestro para hurgar los
presupuestos teóricos detrás de su cultura literaria y filosófica, y halla,
según él, a un G.P. panteísta, creyente, libertario y protocristiano.
Sin embargo es notorio en Ward un exagerado afán por vincular el
anarquismo gonzález-pradiano al cristianismo original, intento que no socava su
figura pero que enrarece su espíritu. Se podría incluso conceder el
reconocimiento en su pensamiento del cristianismo original pero de ahí a
convertirlo en la fuente única y central de su anarquismo nos parece una
exageración desfiguradora.
Por el contrario, el cristianismo original no constituye la base
suficiente para explicar la génesis de su anarquismo dado su inveterado
realismo que lo haría rechazar el milenarismo y simbolismo ilusorio del
idealismo cristiano.
Por ende, a pesar de toda preocupación social y cierto
inmanentismo del protocristianismo su núcleo será el dualismo trascendente de
raíz platónica, a la cual G.P. nunca se adhiere por sentirla vaporosa,
acriforme y enrarecida.
Pero además de su voluntad de renunciar a toda realidad que
sobrepase a la naturaleza está su inocultable propósito de destruir y no
conservar el poder temporal, de ahí su admirable ejemplo moral intransigente y
rebelde frente a la bifronte prédica de Jesucristo de “Dad a César lo que es de
César, y a Dios lo que es de Dios”.
La sólida coherencia y no la nebulosa doble moral caracterizan al
maestro. Por ello ni siquiera el cristianismo original puede servir de base
suficiente -como pretende Ward- para explicar el contenido de su anarquismo
noble y fuerte que no renuncia a construir el paraíso aquí en la tierra. El
contenido viril de su utopía anarquista no procede sólo del protocristianismo,
liberalismo o del enciclopedismo, sino también del socialismo. Pues su adhesión
al utopismo de Kropotkin y Bakunin en contra de Marx responde más a su
sensibilidad literaria y aristocrática, como cree Mariátegui, a sus firmes
convicciones libertarias y antiautoritarias.
A diferencia de Ward que se limita a señalar como la esencia de su
anarquismo la reivindicación del poder temporal del espíritu libre del
individuo, nosotros resaltamos que dicho espíritu libertario no se queda en
esta definición sino que está henchida de un pathos revolucionario de índole
anticapitalista y anticlerical, que Ward omite, válido a pesar de que G.P. no
haya aportado un modelo alternativo de sociedad.
Igual de controvertible resulta la tesis de su supuesto credo
panteísta, no sólo por su militante positivismo revolucionario, que lo mantuvo
en su juventud en las filas del ateísmo y en su vejez abrigó dudas agnósticas,
sino porque si de algún credo cabe hablar en él es del credo de la justicia,
por el cual le admiramos y estimamos.
Escribe Mariátegui que G.P. se convirtió, a su pesar, en
predicador del credo de la justicia y que su ateísmo es religioso pero no en la
acepción vieja del vocablo, sino como fe que trasciende el rito y la Iglesia.
En conclusión, en G.P. es su espíritu más que su letra la que
explica cómo su pasión revolucionaria por la libertad y la justicia predomina
sobre los mitos inmanentistas de la razón, la ciencia y el progreso propios del
siglo XIX.
(Gustavo Flores Quelopana, junio de 1998).
II
Respuesta de Thomas Ward
En La anarquía
inmanentista de Manuel González Prada (Nueva
York: Peter Lang, 1998) arguyo en contra de ubicar el pensamiento del destacado
escritor peruano dentro de tres doctrinas que tradicionalmente se utilizan para
catalogarlo, el ateísmo, el positivismo y el socialismo.
Es básica la diferencia que se mide entre estos y el ideario del
pensador. Estudiando su poesía, y en grado menor su prosa, descubrí numerosas
instancias en que el polígrafo aporta una visión inmanentista de las cosas.
En tal inmanencia, la monista y la panteísta, no caben conceptos
como el ateísmo, el cual, además, González Prada explícitamente rechaza: “El
que afirma y el que niega, / El deísta y el ateo/ Son dos teólogos iguales/ Mas
en los polos opuestos” (Obras, ed. Luis Alberto Sánchez, Lima,
PetroPerú, VI, 145; las referencias de MGP vendrán de esta edición).
Yo cito a estos versos en la p. 24 de mi libro, una pista entre
varias en la investigación extensiva que realicé sobre la inmanencia de
González Prada.
De modo parecido, cotejándolo detalladamente con las obras de
Auguste Comte, hallo que el pensador peruano se adhiere a pocas recomendaciones
del positivismo. Supera, por ejemplo, su misoginia, su aversión a la anarquía,
y su propuesta jerárquica de la sociedad. De este sistema filosófico oriundo de
Francia, el único concepto que el maestro acepta es la ley evolutiva de los
tres estados, el teológico, el metafísico y el positivo. Sólo en este sentido,
la búsqueda de la última etapa social, MGP podría calificarse de positivista.
En cuanto al socialismo, nada puede documentarse más nítidamente
que el recelo sentido por MGP ante esta ideología tal como se expresa en su
ensayo, “Socialismo y anarquía”: “Los libertarios deben recordar que el
Socialismo, en cualquiera de sus múltiples formas, es opresor y reglamentario,
diferenciándose mucho de la Anarquía, que es ampliamente libre y rechaza toda
reglamentación o sometimiento del individuo a las leyes del mayor número” (Obras,
III, 288).
Esta oración la cito en La
anarquía inmanentista (p.
169) donde examino el anti socialismo del autor. En fin, una lectura detenida
de las Obras comprueba numerosas instancias donde
se aleja del ateísmo, del positivismo y del socialismo.
Son interesantes los críticos que comentan libros sin prestar
mucha atención a la exposición del argumento que contienen. Así es el caso con
Gustavo Flores Quelopana cuya reseña de La
anarquía inmanentista de Manuel González Prada aparece en el presente número de la Revista Peruana de Filosofía
Aplicada. El señor Flores atribuye una serie de conclusiones a mi libro que
tienen poco que ver con el análisis que ofrezco. Quisiera ofrecer algunos
comentarios acerca de sus aseveraciones.
En lo que toca al “ateísmo” del maestro. En ningún momento sugiero
que el autor de Horas de lucha cree “en un dios panteísta”, según
escribe el señor Flores.
Más allá de mis razones por las cuales la palabra “panteísmo” no
sirve para deslindar el pensamiento de Prada (p. 32), la inmanencia que lo
define tiene poco que ver con “dios”, o con “Dios”, sino con la reducción de la
energía y la materia a un solo plano, con la síntesis de lo celestial y lo
terrenal.
Explícitamente explico cómo “procede de la reducción de Dios al
espíritu humano” (p. 32). Es decir, reduce lo trascendental del catolicismo a la
inmanencia del anarquista. Por esta razón, en ningún momento insinúo que MGP
fue “creyente”, como afirma Gustavo Flores.
Acerca de este tema al cual se dedica la primera mitad del libro,
“el poder espiritual”, estudio cómo para González Prada Jesucristo era un gran
hombre quien no podría calificarse de divino. Me escapa cómo un lector podría
deducir de estas investigaciones sobre el anti catolicismo y el
anticlericalismo del maestro que él sería creyente.
En otro lugar el señor Flores se equivoca absolutamente cuando
afirma que según mi interpretación, el “núcleo [de MGP] será el dualismo
trascendente de raíz platónica”. Tal conclusión es lo inverso de las
conclusiones expuestas en la monografía, la cual indaga en el “monismo” y la
“inmanencia” del sabio radical. Hasta por el mismo título del libro se sabe que
su pensamiento no puede ser trascendente. En una palabra, la inmanencia es la
negación de la trascendencia dualista.
Para concluir con este tema, el señor Flores supone que MGP “no
fue ateo ni irreligioso”. En cuanto a su ateísmo, tiene razón, pero a lo largo
del trabajo comento el aspecto irreligioso del maestro, entendiéndolo como una
reacción contra los ritos formulistas del catolicismo (p. 46, por ejemplo), un
rasgo de su tan celebrado (¡y vituperado!) anticlericalismo. Claramente el
trabajo convalida que en González Prada lo espiritual representa un atributo
que va en contra de la religión institucional. Esta actitud tiene sentido dado
el anarquismo del pensador.
Para el reseñador hay una “índole anticapitalista y anticlerical,
que Ward omite”. No hay declaración más errónea que podría emitirse acerca de La anarquía inmanentista. En
cuanto al anticlericalismo de González Prada, como ya se aduce, todo el libro
lo investiga. Es el tema del texto. Acerca del anti capitalismo, en varias
ocasiones examino la reticencia de González Prada ante el capitalismo,
basándome en pasajes como los que se encuentran en las páginas VI, 185; II, 324
de las Obras.
Sin embargo, el rechazo de González Prada del capitalismo no es
absoluto. Puesto que buscaba la modernidad para el Perú, concebía un
capitalismo restringido como factor de esta modernidad. En esto coincide con
otros escritores de la época como Clorinda Matto de Turner quien en Aves sin nido evita censurar el sistema capitalista.
Uno de sus personajes modélicos, Fernando Marín, por ejemplo, es
accionista de minas. La novelista limita sus críticas al feudalismo, a la mita,
y a la violencia contra las mujeres. La actitud de González Prada es análoga a
la de Matto y es representativa de una plétora de intelectuales de aquella
época, los civilistas, los del Círculo Literario, los de la Unión Nacional y
las tan comentadas “Escritoras Ilustradas”.
El señor Flores supone que La
anarquía inmanentista es un
tratado teológico que pasa por alto la búsqueda del Maestro para la justicia.
Definitivamente, el texto no constituye un argumento teológico aunque sí
reconoce la dimensión inmanentista de la lucha social del rebelde. No se puede
eliminar la “teología” completamente de un pensador que sostiene lo siguiente:
“no cabe ateísmo cuando en lo íntimo del alma se rinde culto a la justicia” (Obras,
IV, 104), referencia que también aporto en mi libro (p. 27).
Y es así en González Prada y en la interpretación ofrecida en La anarquía inmanentista. La
psiquis no impide una dimensión social, sino que significa un resorte para
estimular la protesta. Cualquier compromiso con la humanidad tiene que nacer
con el espíritu.
Sobre “el positivismo” del anarquista, el señor Flores Quelopana
también se confunde. Uno de los principales temas de La anarquía inmanentista es la relación espinosa de González
Prada con Auguste Comte, el primer positivista, a quien cita a menudo. No
obstante, es oscurantismo atribuir a MGP un “militante positivismo revolucionario”.
Conforme a lo que muestro en el libro, el positivismo no era
revolucionario. Comte aborrecía la anarquía porque amenazaba los privilegios
sociales que él defendía. Nunca abogaba por las masas sino por las jerarquías
que él concebía como necesarias. El ácrata peruano nunca hubiera aceptado tal
posición. A pesar de apegarse a ciertos conceptos comtianos como la ley de los
tres estados, él tuvo que apartarse del pensador francés mientras que se
acercaba a la anarquía, la cual es antitética al positivismo.
Acerca de la influencia del “socialismo” en el Maestro, este
crítico sostiene que “el contenido viril de su utopía anarquista no procede
sólo del protocristianismo, liberalismo y del enciclopedismo, sino también del
socialismo”.
De hecho, la anarquía de MGP no se limita a las primeras tres
tendencias, mas concebirlo también como socialista es malentender la diferencia
entre el socialismo y la anarquía. El primero favorece un estado omnipresente y
la segunda aboga por la destrucción del mismo. Especialmente después de volver
de Europa, de acuerdo con lo que dice al pie de la letra y asimismo con lo que
se deduce del espíritu de su obra, sería absurdo calificar a González Prada de
socialista. El no proponía un gobierno socialista, sino abogaba por destruir el
Estado. En este sentido era nihilista total.
En conclusión, no se puede encontrar en los escritos del Maestro
“lo vulnerable del fondo y forma de los presupuestos filosóficos”, como infiere
el señor Flores.
Son precisamente actitudes conformes a ésta lo que La anarquía inmanentista refuta, mostrando que González Prada
no sólo tuvo una ideología o ideologías, sino que hay un sistema filosófico (la
inmanencia) [el subrayado es nuestro] que le sirvió para organizar todos los aspectos de su pensamiento:
el indigenismo, el feminismo, el igualitarismo, el anticlericalismo, el
sindicalismo y su búsqueda general de la justicia.
Los errores principales del señor Flores Quelopana, que MGP sea
ateo, positivista y socialista, son equívocos que se habían repetido en los
comentarios acerca del maestro (juntos con otros que reconocen su panteísmo).
Son precisamente los equívocos que rectifico en mis investigaciones. Quizá el
comentarista debe leer menos crítica, más González Prada y el libro que va
comentando.
Ha llegado la hora de evaluar de nuevo este importante intelectual
decimonónico, pero no acudiendo a artículos y libros del pasado, sino a nuevas
lecturas de Páginas libres, Horas de lucha, Minúsculas y Presbiterianas.
Es hora de liberarse de los cajones restrictivos del ateísmo, del positivismo y
del socialismo y reconocer que MGP es mucho más que un indigenista. Su grito
por la justicia llega a todos los sectores de la sociedad, desde una
perspectiva que es a la vez anárquica e inmanente.
III
Esta
interesante polémica con el peruanista norteamericano Thomas Ward se reduce a
lo que se debe entender por anarquía inmanentista. Para Ward la anarquía
inmanentista de Manuel González Prada consiste en hay un sistema filosófico
inmanente que le ayudó a organizar toda su ideología libertaria. Para mí
atribuirle la existencia de dicho sistema es excesivo. En todo caso puedo admitir
una visión o cosmovisión inmanentista pero no un sistema filosófico
inmanentista.
Más bien
González Prada es un hombre de la Ilustración por rechazar las creencias
religiosas (ateo), ser un racionalista y tener una acendrada fe en la ciencia
(positivista). Y es un inmanentista por ser un modernista y no por tener un
sistema filosófico inmanente. Esto es, como señala Paul Hazard (La crisis de la conciencia europea), es un
inmanentista por compartir el presupuesto modernista de creer en la razón
humana como fundamento de sí misma y que su verdad es toda la verdad.
Extraer citas
sueltas de su prosa y verso para sostener la existencia en su pensamiento de un
sistema filosófico inmanentista es excesivo y descaminador. Desembolsar de su
literatura y de sus ensayos acusadores una filosofía inmanentista sistemática
resulta imaginativo pero poco realista. No obstante, no hay dificultad en
considerar a MGP como inmanentista en sentido amplio. O sea por adherirse a la
construcción del regnum hominis de la
modernidad y no creer en la restauración del fundamento trascendente.
En resumen,
pienso que la Anarquía inmanentista
de Ward pierde de vista lo más sustancial del pensamiento del ácrata por
prestar atención a una imaginaria existencia de la filosofía inmanentista. Y
esta esencia es la liberación del indio por obra de su propia acción
revolucionaria. Bien destaca Gonzalo Portocarrero (Racismo y mestizaje, y otros ensayos, Lima: Fondo Editorial del
Congreso, 2007, p. 368) al subrayar que la redención del indio requiere paradójicamente
del exterminio del hombre blanco.
Además, su
discurso sobre el indio nutrió, como señala Osmar González (Ideas, intelectuales y debates en el Perú,
Editorial Universitaria, Universidad Ricardo Palma, p. 688), a los
intelectuales arielistas (Víctor Andrés Belaunde, José de la Riva Agüero,
Francisco y Ventura García Calderón), a los del Centenario (Mariátegui, Haya) y
Colónidos (Valdelomar, More).
En una palabra,
MGP como filósofo social antes que filósofo puro nunca elaboró una sistemática
filosofía inmanentista, pero sí se adhirió al inmanentismo de la modernidad a través
del anarquismo, racionalismo y cientificismo.
Lima, Salamanca
29 de Junio 2016