ACTUALIDAD DE RODÓ
EN SU SESQUICENTENARIO
Gustavo Flores Quelopana
El
uruguayo José Enrique Rodó es el primer gran filósofo de la cultura
latinoamericana. Cosa que aún está por reconocerse en el elefantiásico magisterio
universitario. Antimperialismo y Espiritualismo son los principales cañonazos certeros
que mantienen la vigencia de su pensamiento a 150 años del natalicio de José
Enrique Rodó.
Hay
quienes pretendiendo limar el filo revolucionario de sus ideas ponen énfasis en
el individualismo y en el esteticismo de su arielismo. Pero éstos jamás
entenderán que a fines del siglo diecinueve el idealismo latinoamericano era la
forma de oponerse a los potros salvajes de la derruida hegemonía del positivismo
sobre el que cabalgaba el dominio imperialista europeo y estadounidense.
En este
sentido, el arielismo de Rodó es heredero del pensamiento integracionista del
libertador Simón Bolívar. “Ariel”, escrita al nacer el el nuevo siglo veinte (1900)
con apenas veintinueve años, es el testimonio de una generación juvenil que se
hizo madura con celeridad espiritual, seriedad cultural y responsabilidad
social.
Ariel es
un ensayo moral en el que se contrapone el idealismo latinoamericano al
materialismo utilitarista europeo y anglosajón. Rodó, influido por el gran vate
nicaragüense Rubén Darío, es el autor de la primera gran teoría de la filosofía
de la cultura latinoamericana.
Ariel es
el símbolo de la razón, mientras Calibán es el símbolo de la sensualidad. Son
representantes antitéticos. Son la oposición entre el Espíritu y la Materia. ¡Con
cuánta clarividencia pudo entrever Rodó la decadencia cultural y espiritual de
Occidente! Hoy cuando vemos cómo la cultura occidental luce anegada de nihilismo,
hedonismo y narcisismo es cuando el mensaje rodoniano impacta por su lucidez y
veracidad descarnada.
Entre la
civilización idealista y la civilización materialista hay un hiato profundo, el
cual no es tanto de índole económico, político y científico, sino de estirpe
espiritual. Efectivamente, Rodó despliega una filosofía de la cultura latinoamericana
para que esté en guardia contra la decadencia moral que pende en la punta de la
adarga de la racionalidad científico-técnica. Es un adelantado de las reflexiones
sobre las consecuencias deshumanizadoras de la esencia de la técnica y del
pensamiento científico. Pero también es un recio hoplita que se bate
denunciando la dominación imperialista estadounidense.
Rodó siempre
opuso la razón y el sentimiento a la desintegración moral que está ínsita en el
evangelio del frio positivismo. Rodó representó el evangelio de los valores
espirituales que tenía que oponer la intelectualidad latinoamericana entre 1900
y 1915 al avasallador avance de la cultura materialista y sin alma de la
racionalidad imperialista científico-técnica. ¿Es acaso esto una exageración? No lo es, y como demostración en la actualidad hasta en el propio Uruguay no se estudia a Rodó ni en las aulas universitarias y su mención ha desparecido en la educación básica y regular. ¿De quién fue ese logro? Sin duda, de las imperiales reformas neoliberales que se introdujeron en los sistemas educativos latinoamericanos, para extirpar a todo aquel prócer del pensamiento que hiciera recordar el espíritu libertario latinoamericano.
Ariel
fue la obra que marcó a la generación del 900, que lanzó a los latinoamericanos
a la búsqueda de su propio destino cultural, político y económico, fue el
precursor de la filosofía y la teología de la liberación, de la filosofía
inculturada, de la Revolución cubana y nicaragüense. Despertó el nacionalismo
latinoamericano del Che Guevara, Omar Torrijos, Juan Velasco Alvarado y que se prolonga hasta Hugo Chávez, López
Obrador y Castillo.
Rodó fue
hijo de su tiempo y así defendió los fueros del espíritu contra las
degeneraciones utilitaristas del positivismo. No fue perfecto, y, en ese
sentido, estamos maduros para asociar a su humanismo idealista la profundidad
de la trascendencia divina. Cosa parecido hizo en los años treinta José Carlos Mariátegui al precisar el antimperialismo mediante el anticapitalismo. Pero el arielismo de Rodó, que perteneció a la
tercera generación modernista, no fue reaccionario, oligárquico, retórico y
académico, sino todo lo contrario. Su verbalismo eurítmico defendía los fueros espirituales
de la libertad ante el avance incontenible de la civilización secularizada y utilitaria
que hasta el presente va desintegrado la vida espiritual.
La
esencia del espíritu rodoniano mantiene su actualidad sobre todo porque la
cultura latinoamericana no cesa de luchar por librarse de la hegemonía del Calibán
político y tecnológico de nuestro tiempo. Ese es el mensaje sempiterno de su
filosofía de la cultura latinoamericana.