Prólogo al libro “ATEÍSMO VERSUS NIHILISMO” de
Ana Lacalle Fernández
Por
Gustavo
Flores Quelopana
Past-presidente
de la Sociedad Peruana de Filosofía
Considero
interesante contar el amable lector cómo conocí a la filósofa barcelonesa Ana de
Lacalle. Mi amistad con Ana de Lacalle Fernández se remonta hace pocos años
atrás, en medio de la nefasta pandemia del Covid 19. De haberla conocido me congratulo
efusivamente, tanto por sus cualidades teóricas como personales. Desde entonces
nuestro encuentro filosófico ha sido, tal como ella misma lo caracteriza, “breve
pero intenso”.
Originalmente
fue a través de un evento virtual de filosofía política denominado “Pensar más
allá de la democracia”, el 14 de noviembre del 2020, que organizó nuestro común
amigo argentino Francisco González Cabañas, de la ciudad de Corrientes. Desde
entonces hemos participado conjuntamente en diversos foros filosóficos vía web
organizados por diversas instituciones filosóficas de mi país, el Perú, entre
ellas la Sociedad Liberteña de Filosofía, presidido por el profesor y escritor
Juan Carlos Asmat. La palabra pertinente e ilustrada de Anita de Lacalle concitó
la atención y desde entonces fue muy solicitada por estos lares andinos.
Luego
ella tuvo la gentileza de remitirme por correo su interesante producción
novelística de índole filosófica y de hacer un prólogo para uno de mis libros -Nihilismo
y Revolución-. En aquel libro sostengo que el nihilismo es un fantasma que
recorre el mundo y lo hace cabalgando sobre la conciencia del sujeto moderno
llamado “burguesía”. El mundo burgués ha
perdido anti humanísticamente el ser y se ha contentado con el tener. Y eso es
Nihilismo. Y Ana en el prólogo que me escribe se ubica como una “atea nihilista”
que se siente cuestionada por mi planteamiento, no obstante reconocer que ambos
consideramos al ser humano -como cultivo de la interioridad- como lo
prioritario.
Luego,
en este año 2024 estuve cerrando la edición de una de mis otras obras -Caleidoscopio
intelectual-, y le invité para que escriba una opinión sobre mi pensamiento.
Lo cual muy solicita accedió y me lo remitió sin demora. En dicha opinión
incidía sobre el tema del nihilismo que a ambos nos apasiona sin coincidir
naturalmente. Allí se plantea si nos puede descosificar la inmanencia o la trascendencia.
Yo que me decanto por la trascendencia y los valores absolutos, y ella que se
posiciona en un ateísmo nihilista. Piensa que el ateísmo es resultado de la
imposibilidad de creer en Dios, lo cual sitúa en un nihilismo, en un vacío de
sentido y conciencia de la nada que impulsa a contribuir a la rehumanización
del hombre. En suma, aquí sostiene la tesis de que es posible rescatar al
hombre desde un “ateísmo nihilista”. Lo cual yo cuestiono. En una palabra, ambos
coincidimos en la posibilidad de humanizar al hombre, sólo discrepamos en los
medios -para ella es posible hacerlo desde la cultura de la inmanencia, y para
mí desde la cultura de la trascendencia-.
Considero
que este disenso entre nuestras opiniones resulta enriquecedor para ambos. La
honestidad en la búsqueda filosófica de la verdad no debe reunir el cuestionamiento
de las propias convicciones, y, por el contrario, debe ir tras el encuentro del
diálogo y la crítica. Ello fue lo que me motivó a invitarla a que escriba un libro
sobre el tema que hoy presenta con solvencia y sabiduría, bajo el compromiso
que yo lo publicaría. Y nuevamente nuestra brillante pensadora en pocos meses
ha cumplido el desafío y lo tenemos ante nosotros.
Admiro no
sólo su compromiso con el pensamiento filosófico, su talento de escritora, su
sinceridad intelectual y la sutileza de su razonamiento, sino que no menos
rescatable es la defensa valerosa de sus convicciones. Todas estas virtudes
adornan a una persona que de por sí concita las simpatías personales con
holgura y cariño.
Ahora sí,
tras esta breve excursión en nuestra amistad intelectual, entremos brevemente
al contenido de su obra. Lo primero que sorprende de entrada es su provocador
título “Ateísmo versus nihilismo”. Esta contraposición nos azora porque en un principio
ella se reconocía como “atea nihilista”. Su primer capítulo despeja el distingo
nietzscheano entre nihilismo positivo y negativo, para resumir que: “Aquel no es
capaz de asumir la “muerte de Dios” se queda enredado en el nihilismo pesimista
que solo siente el vacío”. Su segundo capítulo incide en la idea de que “en el
mundo contemporáneo el nihilismo en su sentido negativo, [se ha] materializado
en el neocapitalismo” y la revolución digital. La tragedia humana sería, según
Nietzsche, que el nihilismo que prevalece es el pasivo, donde la preponderancia
del actuar está reservada para la deshumanizada élite económica. Lacalle dice,
pues, “quedemos, pues, con la noción del nihilismo, como una actitud activa,
creadora y dotadora de nuevo sentido y nuevos valores tras “la muerte de
Dios”.
El
tercer capítulo está dedicado al ateísmo y tras exponer diversas versiones del
mismo destaca, sobre todo, dos ideas, a saber: 1° el auténtico cristiano es
ateo porque vive la muerte de Dios como experiencia real, y 2° el ateísmo es la
prescindencia de cualquier tipo de trascendencia. O sea, el ateísmo subyace en
el cristianismo. Con la misma concisión de los primeros, el cuarto capítulo
aborda el interesante acápite del imperio de la posverdad tras la caída de los
absolutos. Afirma Lacalle que ha surgido un nuevo sujeto donde predomina el
subjetivismo cognoscitivo y que reclama medios emocionales para ser manipulado.
Lo cual, a su vez, se asocia a la decadencia del modelo democrático y abre las
puertas a nuevos totalitarismos.
El quinto capítulo examina la posverdad en la alicaída
época posmoderna y nihilista. Y aquí la autora busca que quede bien claro que tras
el hecho de que Dios ha muerto todo depende de que el hombre sea consciente que
es él quien gobernará la constelación axiológica y epistemológica, llevando a
término la inexorable transvaloración de los valores. Así arribamos al capítulo
final, donde se resuelve la intención del escrito: Ateísmo versus nihilismo y
viceversa. Toda la argumentación se centra en una idea clave, la cual es: el
error estriba en creer que si no hay un sentido trascendente la existencia no puede tener sentido. Pero, dice, aunque lo
real sea una materialidad inmanente, como nuestra existencia, puede dotarse de
sentido, propósito y valores. Pero estos no vendrán gracias a una trascendencia
divina, sino que cada sujeto deberá buscar su sentido y sus valores. El
nihilismo negativo ha resultado ser una planicie para el capitalismo hedonista
y materialista.
Igualmente,
no se puede pensar el ateísmo sin confrontarse con el nihilismo. Pero un mundo
sin Dios no es un mundo vacío de valores, sino de un mundo donde los valores
corren a cargo de la subjetividad humana. Se tratará de un mundo de valores
contingentes como el sujeto que los crea. De manera que la asunción del
nihilismo deriva del ateísmo. Y es, a estas alturas cuando se pregunta si será
posible un ateísmo no nihilista. Y admite que lo es, por lo menos en los
ateísmos cristianos que no implican estar reñidos con la trascendencia. De modo
que un cristiano no acaba siendo realmente un ateo. Para Lacalle la correspondencia
entre ateísmo y cristianismo es ficticia. En el cristianismo realmente no hay
ateísmo. A partir de todo ello colige que sin trascendencia no hay fundamento que
legitime valores absolutos. Por ello, sintetiza Lacalle, el ateísmo se sostiene
sobre bases nihilistas. El ateísmo deriva del nihilismo porque encuentra allí
su fundamento.
Estos seis
capítulos rematan en uno final de Conclusiones y Respuestas, el cual diría es
el más sustantivo por las reflexiones y cuestionamientos que se plantea. Aquí
confiesa una meditación profunda y honesta como sigue: “Si pensamos con
detenimiento el ateísmo -que clarificamos en un apartado anterior- no deja de
ser la opción más difícil de asumir en la medida en que parece quedarse sin
ninguna respuesta a las preguntas nucleares de la existencia humana. Esto
conduce a muchos a cuestionarse si se puede existir sin sentido, si una
existencia vacía y meramente biológica es sostenible para el humano”. Pero
reponiéndose de inmediato afirma que el ateísmo no es atribuir a la nada un
estado permanente. Esto, dice con agudeza, es reparar que no hay una
correspondencia entre ateísmo y nihilismo. Los cuales pueden ser deslindados
entre sí.
Se
pregunta: “¿Quién puede querer la nada?”. Y como ello es absurdo, insiste en la
idea que si no hay un sentido trascendente hay un sentido inmanente. Se
pregunta si esto no es incurrir en un subjetivismo axiológico. Y responde que
el no haber un criterio universal no significa que no existan valores básico
compartidos por todos. Esto es, asumir que el sujeto humano sea el nuevo
creador de valores no implica la imposibilidad de la coincidencia en valores
básicos. Esto sería lo que base posible la moral y el derecho. Pero se vuelve a
interrogar: “¿qué hace que la existencia valga la pena?”. Reconoce que los
humanos necesitamos algo más que la satisfacción de las necesidades materiales.
Necesitamos una vida digna de ser vivida, sentirnos plenos en relación con los
otros y con nosotros mismos. Porque una existencia que no pueda elevarse a esa
noción ética de vida nos deja a merced de las contingencias que estimulen más o
menos nuestros impulsos destructivos y suicidas.
En
suma, siendo el ateísmo de raíz nihilista -porque implica una negación de
cualquier trascendencia como fundamento de sentido de la existencia-, no supone
que sea capaz de vivir sin un sentido, sino que los sentidos que busca brotan
se su misma existencia inmanente. De manera que se puede vivir siendo ateo, sin
Dios, sin trascendencia alguna y sin profesar una fe religiosa. Sólo asumiendo
un nihilismo positivo el ateísmo no resulta destructivo, pesimista y negativo.
El nihilismo positivo, nos dice, lleva a una actitud activa creadores de
valores y sentidos nuevos.
Como
ejemplo de nihilismo negativo cita a Mainländer, quien bajo la convicción de
que la muerte de Dios acabó con su vida. Y como nihilista positivo destaca a
Cioran, que, aunque haya pasado por un pesimista filosófico sea el mejor
representante de un ateísmo nihilista positivo, porque apostó siempre por
convertir la existencia en vida, aunque el hecho mismo de saber que podía
matarse era un motivo para seguir existiendo.
Sin
duda que estamos ante un libro valioso e interesante, que asiste al mundo contemporáneo,
especialmente del Occidente liberal, a persistir en la vida y creación de valores
a partir de un nihilismo positivo, a pesar de asumir el ateísmo. ¡Ateo, no te
suicides, y ten el coraje para asumir la creación de valores desde tu propia
inmanencia!, nos dice en resumen el presente trabajo de la filósofa Ana de Lacalle
Fernández. Todo lo expuesto nos motiva las siguientes reflexiones.
Considero
que la parte sustantiva de las reflexiones sobre el nihilismo y el ateísmo expuestas
por Lacalle son de índole existencial y moral, y clama por su ausencia la consideración
ontológico metafísica del mismo.
El
análisis emprendido en su libro se resiente al no problematizar el aspecto
metafísico del nihilismo, el cual considero decisivo y gravitante. Al propio
Nietzsche aquello no se le pasó desapercibido, y lo pensó a través de sus conceptos
de Amor fati y el Eterno retorno de lo mismo. Siendo justamente
éstos la parte más controvertible de su planteamiento nihilista.
Nietzsche
vio con profundidad clarividente lo que era sucumbir al biologismo, naturalismo
y materialismo. Lo cual lo llevó a entronizar el devenir de lo mismo. Y es aquí
justamente donde brota toda la contradicción metafísica del nihilismo creador
de la Voluntad de poder del superhombre tras la muerte de Dios.
Su
libertad creadora se convierte en necesitarismo y determinismo científico y
todo al final se reduce a soportar la falta de sentido de la existencia. La
propia creación de valores del nihilismo positivo sucumbe ante el eterno retorno
de lo mismo. Su transvaloración de los valores y la concepción dionisíaca de la
existencia se vuelve en una tarea vana e inútil. Y todo como resultado de
desplazar el Ser por el Devenir.
Este
aspecto metafísico y problemático del nihilismo nietzscheano no lo afronta Lacalle,
dejando de lado el vértice más fundamental del planteamiento nihilista. El
hecho mismo de que el nihilismo nietzscheano no culmina en el Superhombre, la
Voluntad de poder y la transvaloración del valor es el hecho más significativo
de su planteamiento, y que nos indica que su crítica ética se sustenta en una
visión metafísica del mundo de índole inmanente que merece atención.
De no
abordar este punto neurálgico se desmorona el supuesto carácter ilusorio de
Dios, del Ser y los valores universales-absolutos. En una palabra, se desmorona
el propio ateísmo. En Nietzsche no sólo Zaratustra es la idea del superhombre
en eterno devenir, sino que la Voluntad de poder es la realidad interna del
Universo. ¿Pero por qué la misma no sería trascendente sino inmanente? No lo
explica, como deja sin explicación muchas otras cosas, y simplemente asume una
hipótesis empírica radical. Y aquí justamente es pertinente traer a colación al filósofo italiano Emanuele Severino (1929-2000) que con su filosofía
neoparmenídea rechaza el devenir, el tiempo y declara la eternidad del ser en
su obra Esencia del nihilismo (1985).
Severino niega la oposición
absoluta entre el ser y el no-ser. Los entes son eternos en su aparecer y
desaparecer, y ni vienen ni vuelven a la nada. Aparte de los entes eternos hay
el ser inmutable. Todo aparece de manera necesaria, la libertad no existe. El
devenir es un simple aparecer y desaparecer de lo eterno. Occidente está
destinado a tramontar la fe en el devenir para asentarse en la fe en el ser. A la locura de la filosofía
nihilista que afirma que sólo existe el devenir -tipo Nietzsche-, Severino
responde con la otra locura de que sólo existe el ser. La consecuencia de su
pensamiento es que la diferencia ontológica heideggeriana entre el ser y el
ente no existe, el desaparecer de los entes en la nada tampoco, siendo todo
eterno no hay creación ni aniquilamiento, el Dios cristiano no existe. Y siendo
todo ente eterno y significativo el hombre se convierte en un superdios.
Severino ha sido criticado
por Fabro, Bontadini y Berti por su concepción unívoca del ser. Aristóteles ya
había demostrado que la ascensión del principio de no contradicción llevaba al
reconocimiento de la concepción plurívoca del ser. Lo que permite reconocer la
pluralidad de significados del ser. Por su parte, Severino admite el principio
de no contradicción, pero sin asumir las diferencias. En buena cuenta, Severino
refuta la locura nihilista del devenir con la locura parmenídea de que sólo
existe el ser eterno. Con ello cae en un panteísmo que vuelve imposible la
superación del sesgo inmanentista de la modernidad.
Ello nos obliga a pensar la superación del nihilismo de otra manera, sin caer en
la locura parmenídea que niega la existencia
del ser finito y contingente. En ese sentido ya Tomás de Aquino había reparado
que sin reconocer el sentido multívoco del ser no es posible escapar del
panteísmo y materialismo. Dejó claro que Dios está en el plano del ser y las criaturas
en el plano de los entes. Las criaturas no participan de Dios, es Dios con su
trascendencia horizontal y vertical el que participa de los entes. Ese el
defecto central del biologismo materialista nietzscheano pensar el ser sólo en un
sentido unívoco del ser. Si el sentido unívoco del ser en Severino es la trascendencia,
en Nietzsche lo es la inmanencia. Y en ambas posturas extremistas perdemos una
parte importante de la realidad.
Lo apuntado sirve para
señalar que la negación del ser absoluto en el ateísmo nihilista no significa
caer en la Nada, porque de la nada nada viene -nihil ex nihilo, decían los
griegos-. El imperio nihilista del devenir no es el imperio de la nada en
sentido absoluto, sino en sentido relativo, pues el devenir es el paso del ser
al no ser y así de continuo. Hegel identifica el ser con la nada, haciendo que
el Absoluto sea esencialmente resultado. Él igualmente se mantiene fiel a la
visión unívoca del ser. Y esto es lo que retiene Nietzsche. En el campo
científico el último en intentar algo parecido fue Stephen Hawking con su
hipótesis de que el “Gran Diseño” del universo no es producto de un Dios, sino
del vacío cuántico, que espontáneamente genera muchos universos salidos de la
nada -nada en sentido relativo-. Hasta el momento tal Diseño azaroso de origen
cuántico es pura ficción, y, más bien, todo apunta hacia la verosimilitud del
Gran diseño Providencial.
De tal manera que, si no resulta
consistente la base metafísica del nihilismo resulta más difícil y menos
defendible mantener de manera coherente un nihilismo ateo positivo en sentido
moral y existencial. Que el hombre sea esencialmente biología y naturaleza no resulta
justificable. El nihilismo podrá mantenerse como ideología y como expresión
dramática de una viva crisis espiritual para la cual no existe salida alguna
dentro del decadente esquema inmanentista actual.
Lima, 13 de agosto, 2024