CARLOS M. ÁLVAREZ DE ZAYAS-Filósofo/Universidad de Oriente. Cuba
EL MITO Y LA RAZÓN
(Santo Domingo, 2011)
Los que nos hemos acercado a la
Filosofía por el camino de las ciencias naturales (en nuestro caso Física),
sabemos que, desde el punto de vista epistemológico cada paso dado en función
de explicar los fenómenos que se dan en la realidad objetiva y material estudiados
por esta ciencia, requieren de encontrar un modelo, una abstracción concebida
en la mente del investigador, en el que él presupone, muy subjetivamente en que,
a partir de dicho modelo y de sus inferencias, se pueden resolver los problemas
presentes en la realidad concreta.
Dichas abstracciones en su etapa de
concepción, del parto difícil de tratar de explicar el acontecer de esos
fenómenos, son ideas, son especulaciones, son fantasías que, en su esencia,
tienen la estructura de un mito. La cual en general, es “una narración que describe y retrata en lenguaje
simbólico el origen de los elementos y supuestos básicos de una cultura”.
Esa modelación sintética, inductiva, subjetiva, inmanente del
objeto de estudio, presupone que, a la vez, se produce una caracterización
analítica, deductiva, objetiva y trascendente del mismo, en forma de
propiedades y magnitudes que, debidamente relacionadas entre sí, expresen
regularidades y leyes esenciales que, interpretadas adecuadamente, posibilitan
la solución de problemas. Pero ese proceso, que se describe rápidamente, es el
resultado en algunos casos de años, sino de siglos, de meditaciones, fracasos y
éxitos parciales.
Por ejemplo, la Mecánica clásica, se concibió por I. Newton, sobre
la base de tres principios, que son una generalización de las ideas que durante
siglos se fueron acumulando y que, en su pensamiento genial, se fueron
sistematizando. Entre ellas está el concepto de límite que, aunque tiene cuatro
siglos de validación experimental, en el modelo que se concibió, casi con un criterio
de fe, se pensó como un proceso de etapas infinitas
en que el valor de una de las variables (el tiempo) se va reduciendo y tendiendo
a cero, sobre la base del cual se explica la relación entre variables, como es
la magnitud velocidad.
De ese modelo se infiere una consecuencia decisiva para el
razonamiento científico de la etapa histórica de la modernidad: Si conozco las condiciones iniciales y la
ley que rige el movimiento, puedo predecir unívocamente el lugar que ocupará el
cuerpo en un cierto intervalo de tiempo. Parecería que al fin habíamos
superado la escolástica, que todo el movimiento está sometido a leyes que objetivamente
y sin la interferencia de la subjetividad (el mito) nos permite dirigir los
procesos que indefectiblemente van a acaecer. Para ese pensamiento denominado
positivista, eso es ciencia y lo demás pensamientos religiosos execrables,
anticientíficos y retrógrados.
Sin embargo, la vida demostró que esa lógica determinista, unívoca,
lineal es insuficiente para explicar los complejos procesos de la realidad, no
sólo sociales y psicológicos, sino incluso en la Física: el Principio de Incertidumbre de Heisenberg (1917),
cuestiona la certidumbre de la Mecánica Clásica; dicho principio formula que: si sé dónde estoy, no sé para donde voy, y
si sé para donde voy, no sé dónde estoy.
Del mito de la mecánica clásica de la
certidumbre, se pasó a un nuevo mito, el de la Mecánica Cuántica y el de la
Teoría de la Relatividad, de la incertidumbre. Lo maravilloso del nuevo modelo es
que generó criterios epistemológicos que nos permitieron revolucionar el mundo mecánico
a un mundo tecnológicamente distinto, cibernético, informacional, globalizador,
revolucionario. Tan profundo fue el cambio que Planck, genial físico del siglo
XIX, que incluso elaboró las leyes de la Mecánica Cuántica en su invarianza, no
se atrevió a aceptar la formulación cualitativa de la incertidumbre que niega
la lógica formal, válida hasta entonces.
Un físico que haya experimentado y
sufrido esos cambios paradigmáticos difícilmente aceptaría la idea de
dogmatizar el nuevo modelo y pensar que se logró la gloria, sino que es un
momento de la relación dialéctica entre un modelo y su expresión teórica,
sintético-analítico. Tampoco compartimos el criterio de que el mito concebido
por una persona, por genial que sea, es divino e inmutable y que sus
inferencias científicas también son irreversibles; no es que lo religioso sea
excluyente para un científico, para un filósofo, sobre todo cuando sabemos que
el nuevo modelo no se aprecia de la observación inmediata y que se fundamenta
en las ideas más raigales de dicho investigador.
Al igual que sucedió
en la Física, el movimiento de las nuevas ciencias hizo eclosión en la Segunda
Guerra Mundial: Desde entonces enfrentó, con un nuevo paradigma, a los modelos
mecanicistas, simples, causalistas, lineales, deterministas, atomísticos,
jerárquicos. Durante los años 70s, 80s y parte de los 90s del pasado siglo XX la
valoración más extendida sobre el estado de las ciencias sociales fue el de su
situación de crisis teórica y epistemológica, entendiendo por esta su
imposibilidad para construir y compartir en un consenso amplio, imágenes y
modelos conceptuales que permitan caracterizar, explicar y prever el devenir de
los sistemas sociales, su dinámica y el entrelazamiento causal de sus cambios. Esto
se hizo mucho más agudo en las ciencias sociales en las cuales las leyes que
parecían inconmovibles se hicieron añicos ante las profundas transformaciones
que en países, que parecían la expresión más progresista de la humanidad, iban
acaeciendo, lo que se evidenció en la caída del muro de Berlín, y ahora en las
profundas transformaciones que en el mundo árabe estamos viviendo.
Es decir, de la geometría euclidiana, de la física mecánica de Newton y el
materialismo dialéctico e histórico con sus leyes inmutables, de la
comprobación experimental como índice de certidumbre científica, el
estructuralismo con sus esquemas funcionales supuestamente exactos y las
partículas atómicas de conducta gregaria, hemos transitado súbitamente a la geometría
"fractal", al determinismo aleatorio de Aron, que reduce la
causalidad a un mero cálculo de probabilidades, la falsificación experimental a
lo Popper, la dialéctica del caos y las partículas atómicas "inteligentes".
A partir de los
modelos que se iban concibiendo de la mecánica estadística y de la teoría de
las probabilidades, de la termodinámica cuántica, de la física cuántica y de la
cinética química, que proyectan un nuevo paradigma de hacer ciencia, empezamos
a comprender el nuevo camino de las mismas. El paso consistió en franquear de
un orden mecánico (estable, regular) a un orden con tendencias, cuyos errores
se distribuían al azar, y que seguía siendo relativamente simple, más o menos
predecible, más o menos regular, según los factores intervinientes o
contextuales, hasta dar un paso más, en que apareció la complejidad.
En otra dimensión de
las nuevas tendencias se refieren a los sistemas autorregulados, adaptativos y
creadores que surgen de la cibernética, de las ciencias de la información, de
la computación y la comunicación, de las ciencias de la administración o
gestión, de la epistemología genética, de la neurobiología, y las que se refieren
a procesos de organización y desorganización, naturales y humanos, que plantean
problemas estocásticos y caóticos, en que el azar y las turbulencias no están necesariamente fuera de control, pero
vuelven más complicado el comportamiento y requieren el estudio teórico
práctico del orden y el desorden, de la sobrevivencia y la extinción, de los
peligros de la desestructuración y de las distintas posibilidades de
reestructuración o incluso de la creación de nuevas estructuras, formaciones,
complejas y órdenes, ya sean estos “naturales” o “artificiales”.
Hay otro aspecto de importancia vital:
independientemente que la tecnología sí tuvo un avance extraordinario, que
multiplican de una manera exponencial la manera de pensar y hacer del hombre,
no se resuelven los aspectos más esenciales y profundos de la espiritualidad,
de la subjetividad del hombre. De modo tal que los investigadores, filósofos,
economistas, pedagogos, psicólogos, sociólogos y otros, apoyándose en las ideas
más frescas de la ciencia se disponen a través de lo complejo emprender el camino de reencuentro con la epistemología de
la ciencia, aun en el medio del caos.
Por esa razón celebramos con júbilo la
presente obra de “Filosofía Mitocrática y Mitocratología” del profesor Gustavo
Flores Quelopana, que nos formula, después de un exhaustivo análisis histórico
y filosófico, la dialéctica de la razón y el mito.
Comparto con el distinguido profesor el
criterio de que tanto el mito como el concepto son polos de una unidad
dialéctica, que tienen como elementos comunes el hecho de que ambos son formas
de caracterizar lo universal, es decir, que ambos son filosofía, que ambos son
racionalidades; pero a la vez, son distintas, en su lógica inductiva-deductiva,
en su generalización-particularización, en su enfoque holístico-analítico, cuyos
opuestos generan su contradicción. Tan consustancial es la contradicción al
objeto de estudio de la Filosofía que podemos formular que, la identidad es
consecuencia de la contradicción; que, porque existen ambos enfoques distintos en
la realidad, es que existe la identidad de lo universal, de lo filosófico. La
identidad solo existe en la presencia de la contradicción, y lo contrario la
contradicción es la fuente de la identidad.
También comparto el criterio con el doctor
Flores de que el mito y el concepto no lo podemos clasificar en un
decursar temporal diacrónico o sincrónico, sino que ambos existen y se expresan
en una u otra dimensión en correspondencia con las condiciones que se van dando
en el desarrollo de los procesos sociales. Aunque en un momento determinado se
pueda priorizar uno u otro, de esto no se infiere que, la ausencia de un polo
implica la desaparición de ambos; es decir, que sin mito no hay racionalidad
alguna; que sin “intencionalidad emotiva, no hay intencionalidad cognoscitiva”.
Que, compartiendo la lógica pascaliana “el corazón tiene razones que la razón
no conoce”, aunque la una sin la otra no existe, en tanto son dimensiones de
una misma personalidad; de igual manera la razón sin fe no tiene sentido y lo contrario
también: “Todas las puertas que abrí a través de la ciencia, me llevaron a
Dios” (A. Einstein), que también escribió, “la fe sin ciencia es ciega; la
ciencia sin fe es sorda”. Lo que me cautivó del libro que valoramos, y que es para
mí muy instructivo, fue la caracterización del mito a través del pensar
metafórico, alegórico, multívoco, poético y analógico, a los cuales se les
puede encontrar su contrario dialéctico en la lógica formal. El autor nos
ofrece a través de esta instrumentación una lógica argumentativa para ubicar en
igual jerarquía uno u otro enfoque y apreciar que ambos son imprescindible de
aquel que quiera hacer ciencia, en que lo objetivo y lo subjetivo tienen igual
trascendencia desde lo científico, así como la relación material y lo
espiritual, basadas en las cuales podemos entender la verdadera esencia de las
ciencias biológicas, psicológicas y sociales, en que el símbolo y la palabra
son expresiones sígnicas equivalentes del razonar científico, en que el rigor
unívoco de la ciencia determinista tiene significación cuando posibilita la
expresión multívoca de la espiritualidad que también es realidad, en que la
razón de lo trascendente expresa también la intuición de lo inmanente.
Apoyados en esta cosmovisión podemos
inferir que el concepto y la metáfora tienen un vínculo dialéctico; al igual
que se acepta desde hace siglos que la prosa sin la poesía no existe; en un
orden tal que hacemos ciencia a través de la revelación; y magia a través del
concepto.
Sin embargo, pensamos,
como el autor de esta obra, que lo complejo se hace más evidente, se revela en
su verdadera esencia, cuando interviene de un modo mucho más explícito lo
subjetivo. La persona, en su expresión psicológica, no solo es expresión de lo
conductual, sino que es, sobre todo, subjetividad; que lo material, expresa su
verdadera esencia, en lo espiritual y viceversa.
Lo espiritual propio
de cada sujeto, está preñado de intereses y motivaciones que influyen
decisivamente en el comportamiento de los procesos en los cuales participan los
hombres, sin que esto implique que solo prima el caos, el desorden, y que por
lo tanto no hay ciencia alguna que lo describa.
El método, para lograr las soluciones a
los fenómenos complejos en que participa el hombre, se le puede conocer mejor con
procedimientos de acercamiento, corrección o retroalimentación que, lejos de
extrapolar el pasado, descubran y construyan, entre conflictos y consensos, el futuro posible y deseable para las
organizaciones que buscan mantener el control y asegurar su propia identidad y
sobrevivencia.
El camino de la ciencia tiene como
enemigos sujetos situados en los extremos, los que dogmáticamente absolutizan
un orden esquemático y extemporáneo; y aquellos que, niegan todo tipo de
regularidad absolutizando el caos y excluyendo lo científico en la
caracterización de la realidad. Agradezco al autor el estímulo que implica
estudiar obras como la suya y darnos cuenta que en la trinchera en que luchamos
no estamos solos.