NICOLÁS DE OLEA
Neotomismo
moral
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Como filósofo neotomista sintonizó con su
tiempo porque buscó una síntesis entre la teología y la filosofía natural,
mientras que predominaba la reflexión moral. No obstante, influyó difusamente
sobre la ilustración virreinal. Nicolás de Olea (1635-1705) fue un filósofo
neoescolástico que consigna en sus obras por primera vez a los filósofos
racionalistas, se destaca por la consideración activa de la materia y por
intentar una ontología teológica más cercana a la ciencia nueva. No obstante,
más que un pensador era un educador y como tal no sintió pasión por la
experiencia ni el naturalismo, reservándose la misión conservadora de
transmitir la ciencia establecida.
Es filósofo jesuita y reputado maestro de
su tiempo. No hay acuerdo sobre el lugar de su nacimiento. Saldamando lo ve limeño,
mientras Mendiburu cree que es de Huánuco. Hijo de Domingo de Olea y Constanza
de Aguinaga y de la Roca. Hizo estudios de Artes en el Colegio Real de San Martín, y luego de
iniciados sus estudios de Teología en la Universidad de San Marcos en 1651, decidió ingresar a la
Compañía de Jesús en 1652, por lo cual concluyó sus estudios de sacerdote en el Colegio Máximo de San Pablo de Lima,
a cuyo término defendió conclusiones teológicas en una actuación pública
dedicada al Virrey Alba de Liste. Formuló sus tres votos de jesuita en 1658.
Fue profesor de Gramática y Humanidades
en el Colegio Real de San Martín. Fue
trasladado al Colegio San Bernardo
del Cuzco, donde fue Prefecto de Estudios y desarrolló la cátedra de Prima
de Teología. Allí aprendió la lengua quechua e hizo su segunda profesión en 1659.
Volvió a Lima como profesor y Prefecto de Estudios en el Colegio Real de San Martín. De 1682 a
1686 acompañó como Consultor al Provincial jesuita Martín de Jáuregui a los diferentes establecimientos
jesuitas de la Provincia del Perú. Rector del Colegio Máximo de San Pablo de Lima de 1692 a 1695, del Colegio de San
Bernardo del Cuzco de 1695 a
1698 y del Noviciado de 1698 a 1701. Retornó al Colegio Máximo de San Pablo
donde enseñó Gramática; Artes y Teología.
Es un filósofo neoescolástico, porque
siendo seguidor de las ideas de Aristóteles
y Santo Tomás de Aquino, supo citar a los
filósofos del Renacimiento como Campanella, Bruno, Brahe y Descartes. Fue un activo escritor y
publicó Manual de Filosofía en 1687, Curso de Artes en 1693 y Resoluciones Morales y Absolución de las
Dudas en 1694. La crítica positivista e ilustrada ha prestado atención más
a la primera que a la última y con ello ha contribuido a distorsionar el
interés moral de su pensamiento. Su neotomismo es de índole moral porque su
atención prestada a los filósofos modernos responde a una preocupación
normativa antes que netamente Por lo demás, sus Resoluciones Morales son fruto de su reflexión madura.
Además Saldamando menciona: Panegírico a Diego Benavides de la Cueva,
Compedium universi veteris de 1675, Informe
sobre la fundación sobre el monasterio de Jesús María, Declaración de las
constituciones de la real y militar orden de Nuestra Señora de la Merced, Memorial de la vida del padre Juan de Alloza,
cartas de edificación, y de este segundo grupo sólo sobreviven dos: Teología de los Sacramentos y la Suma Teológica. En la primera cita a
Campanella y su parecer sobre si los niños no bautizados pueden salvarse; y en
la segunda considera a la Física subsumida a la religión, porque en vez de
considerarla bajo el método de la experimentación
de la naturaleza defiende que ella es contemplación
de la naturaleza. Esto significa que habiendo leído a Campanella y a Descartes
no asumió el método inductivo, la preocupación moral es notoria y central (cuestión
sobre los niños no bautizados), y por ello su explicación del universo es
religiosa, no obstante sus disquisiciones sobre la Nada y la Materia prima son
interesantes.
Olea como autor del renacimiento se
interesa por las cuestiones del macrocosmos. El escolasticismo moderno de la
filosofía española y colonial extiende sus preocupaciones desde el ámbito
metafísico teológico hasta la especulación natural. Así, le preocupan los temas
cosmológicos, discute el concepto de la Nada y cae en la cuenta que en el
principio del mundo la Nada no existió, por tanto siendo Dios acto puro hizo
que el mundo antes de la creación existiera en potencia, pero por voluntad
divina el Universo existió en acto. La Nada sería entonces el Universo en
potencia y no en acto. Lo cual no significa contradicción lógica-ontológica
alguna, como le parece a Felipe Barreda Laos, porque lo que es en el orden de
la eternidad no lo es en el orden de la finitud. No obstante, si materia es todo lo que está en potencia
y forma todo lo que está en acto,
cómo puede algo potencial estar en Dios que es acto puro. No hay nada potencial
en Dios, en él todo es actualidad, en consecuencia lo potencial aparece con la
creación de la materia. Para Olea el Universo en potencia es la Nada y de aquí
colige que la Nada es la potencialidad de la materia, el Universo en acto es la
actualización de la forma. Pero decir que la Nada es la potencialidad de la
Materia es confundir lo no creado con lo creado. Esta identidad entre Nada y
Materia prima no es precisamente lo que se deriva de las enseñanzas del tomismo,
dentro del cual no hay confusión alguna entre la Nada, lo potencial y la
Privación, donde ésta última es el no-ser en acto. Olea confunde el no-ser en
acto de la privación con la Nada.
Otra preocupación suya son los problemas
del microcosmos. Así emprende la explicación del cambio substancial de los
cuerpos que se transforman en nuevos compuestos. Si los cambios sustanciales
existen –razona- es porque los átomos sustancialmente son compuestos. El
principio universal que explica todas las transformaciones en todos los seres
es la Materia prima, donde se da la
identidad fundamental de todos los seres. Por su parte, Tomás de Aquino explicaba
que lo que está en potencia respecto al ser sustancial es la materia prima, mientras lo que está en
potencia respecto al ser accidental se llama materia segunda o sujeto, por cuanto es el sujeto lo que hace
existir al accidente. O sea, Materia es todo aquello que está en potencia
respecto al ser sustancial o al ser accidental. Materia es todo lo que está en potencia y Forma es todo lo que está en acto, para que algo se genere o cambie
se requiere el ente en potencia, que es la materia; el no-ser en acto, que es
la privación; y aquello por lo cual algo se hace en acto, que es la forma. La
Forma explica aquello por lo que se hace la
generación; mientras que la materia y la privación explican aquello de lo que se hace la generación. Materia
y privación son lo mismo ontológicamente, aunque difieren conceptualmente.
Con lo cual Olea si bien señala a la materia prima como aquello que explica
todas las transformaciones en la sustancia, ello no significa que desconozca el
papel de la Forma, porque la materia
prima sería aquello de lo que se
hacen los cambios sustanciales, mientras que la forma aquello por lo que
se hace el cambio sustancial. Pero está claro que Olea nuevamente no repite al aquinate,
al afirmar que la materia prima
explica el cambio del ser sustancial sin el concurso de la forma. Otra vez reluce la autonomía de la materia prima, así como anteriormente lo había hecho la materia potencial. Claro que sin la
actualidad que da la forma la
potencialidad de la materia prima no puede manifestarse, pero la impresión
contraria da la disquisición de Olea. ¿Expresa acaso esto cierta vacilación
hacia el naturalismo materialista? No lo creemos, y sí más bien son parte de su
deseo de compartir ciertos presupuestos con el naturalismo renacentista y de la
crisis en que entra el realismo sustancialista peripatético. Pero su
disquisición sobre la materia potencial y la autonomía de la materia prima
deriva sin dificultad hacia el universo infinito de los modernos y su oposición
al finitismo aristotélico. Si la materia prima explica el cambio en la
sustancia entonces es lo infinito-finito que actúa y padece de modo actual, con
lo cual se refuta la argumentación aristotélica de la imposibilidad del
infinito actual y se coincide con el infinitismo de los presocráticos.
Efectivamente, la posibilidad del infinito actual es uno de los conceptos
claves de la ciencia moderna. Para Tycho Brahe, Copérnico y Kepler el mundo es
enorme pero finito, sólo Giordano Bruno admite la infinitud del universo, la
misma que será reafirmada por Galileo, Newton, la geometría y luego la
teología.
Olea no defiende las verdades geométricas de la
ciencia moderna pero hizo un real esfuerzo por hacer la física más dinámica y
moderna que la aristotélica, no obstante su intento tímido es osado. Su
concepción pretende una modificación conceptual, antes que metodológica, de la
ciencia medieval. Por lo demás, ya Koyré y Kuhn han enfatizado certeramente que
la ciencia moderna antes de caracterizarse por ser positivista y experimental,
es revolución teórica, esto es, antepone la teoría a la praxis y no renuncia a
la verdad profunda. Esto mismo, o sea una revolución teórica modesta, se
propone efectuar Olea en cuestiones cosmológicas y físicas respecto al
aristotelismo. Su intento procura modificar la continuidad metafísica y
conceptual del legado peripatético-tomista, sin atender las cuestiones
metodológicas. Como lector de los modernos siente que la ontología ordenada del
peripatetismo comienza a hundirse y procura modificarla, pero por su formación
teológica-humanística no cae ni en la ontología mágica que pululó entre los
renacentistas ni en la matematización de la realidad, así sólo le quedaba un
camino: la modificación conceptual del marco metafísico tradicional. El cosmos
de Aristóteles es un cosmos compuesto por un Dios que sólo piensa en sí mismo y
que ignora el mundo que no ha creado, el cosmos del aristotelismo occidental
corresponde al Dios creador del cristianismo. Pero los modernos han vuelto a
poner sobre el tapete al platonismo medieval, con la primacía del alma, la
realidad de las ideas, el matematismo y el apriorismo. Esto exige al intelectual
del siglo diecisiete la modificación de la ciencia medieval de sesgo
aristotélico mediante la modificación de
nociones metafísico-teológicas fundamentales: como el del dinamismo de la
materia.
Es decir, Olea pretende proyectar nueva
luz mediante una mutación metafísica de ciertos conceptos que no lleve tanto a
la “disolución” de la visión del mundo clásico-cristiano, sino a su
“actualización”. Su aspiración no es tan grande como para pretender un triunfo
de Platón sobre Aristóteles y menos pugnar por la victoria del matematismo
platónico sobre el realismo sustancialista aristotélico, para ello le faltaba
genio y tiempo, pero lo que procura le parece importante, posible y razonable.
Él no pertenece a la tradición empirista, pero es consciente de la necesidad de
emprender un experimento mental –tal como Galileo confiesa que hizo un
experimento real sobre la ley de la caída de los cuerpos- con ciertas nociones
metafísicas fundamentales. Así como Galileo hace una buena física a priori,
podemos imaginar a Olea haciendo una buena metafísica a priori, el riesgo está
en que la imaginación tome el lugar de la verdad. Es por esto que Olea
conquistó un lugar en la historia del pensamiento virreinal no como sabio, pues
no descubrió nada ni inventó nada, sino como filósofo, porque intentó
proporcionar una nueva ontología neoescolástica de la materia, que en su mismo
siglo sería alcanzada por Gassendi. Pero Olea al seguir siendo sus
explicaciones demasiado cualitativas y aunque se haya aproximado a la idea del
vacío no contribuyó a lo que la nueva ola científica de su tiempo buscaba: la
reducción del ser físico a mecanismo puro. Lejos de ser un genio matemático ni
un experimentador sagaz, su contribución fundamental reside en su intento neoescolástico
de proporcionar una nueva ontología de la materia más conforme con los avances
de la ciencia moderna.
Esta clara intención de conciliar al
saber de la nueva escolástica con la nueva ciencia se deja advertir cuando
escribe: “El Génesis dice que Dios creó todos los elementos en el primer día:
luego no hubo dos creaciones de elementos sino una, en consecuencia, los
elementos sublunares y celestes son de idéntica naturaleza…”. De esta forma la
doctrina de nuestro jesuita rompe con al aristotelismo y el tomismo para
aproximarse a una concepción universal, real y activa de la materia. Para Olea
la materia celeste es igual a la materia sublunar, con ello suprime la dualidad
sostenida por la concepción aristotélico-tomista. Con ello se sentía más cerca
que a Bruno, Descartes y a Copérnico al mismo Nicolás de Cusa, que negó la
oposición entre el cielo y la tierra. Su insistencia en la identidad en la
naturaleza y el abandono de varias doctrinas del tomismo fue alentada sobre
todo por la filosofía del Cusano. En este sentido la Suma Teológica de Nicolás de Olea intentó ser una tímida superación
de la doctrina del tomismo, y “tímida” porque cuando expone la teoría sobre las
propiedades de la materia retorna a la doctrina de las inclinaciones naturales
de los cuerpos. “La materia por sí misma desea la hermosura”, escribe. La
doctrina cosmológica de Olea no se divorcia de la metafísica de la inteligencia
del tomismo, pero este animismo tampoco está alejado de la teosofía de las
filosofías naturalistas del renacimiento.
Y luego de haberse extendido en su primer
libro de Teología sobre la forma y la materia, en su segundo libro lo hace
respecto a las causas motoras y el fin. Lo
más interesante en su tratado de las causas es el abordamiento de la causa
eficiente, porque aborda el problema de la libertad humana. Su aserto es que
Dios es la condición pero no la ocasión de ser libre. Por ejemplo, la noche no
es condición, sino ocasión de robar. Dios, por creación, concurre a todas las
acciones humanas, pero en el hombre existe el elemento voluntario del libre
albedrío que concurre en los actos de su vida. Con ello Olea busca conciliar la
omnipotencia divina con la libertad humana y se atiene al veredicto del
Concilio de Trento (1545-1563), que condenaba tanto al luteranismo, que como
Orígenes acentuaba la predestinación y negaba la libertad humana, y al
pelagianismo, que acentuaba la libertad humana negando la predestinación. La
falta de ahondamiento en este peliagudo tema sólo permite conjeturar que en vez
de compartir con San Agustín la doctrina de la predestinación por la gracia
(completa) y por la gloria (incompleta), se atuvo a la doctrina tomista de la
predestinación única (Dios salva pero no condena), donde la predestinación no
destruye el libre albedrío y Dios quiere que el hombre libremente se salve o
no. En el siglo diecisiete la polémica sobre el tema se bifurcaba entre
agustinos (no hay predestinación radical), tomistas (Dios obra extrínseca e
intrínsecamente), luteranismo (agustinismo radical, siervo arbitrio),
calvinismo (predestinación doble) y naturalismo (metafísica de la libertad).
Olea pudo también pronunciarse sobre la doctrina molinista de la ciencia media,
y es difícil que no la conociera por ser Luis de Molina (1535-1600) otro
jesuita español. En la escolástica se distingue entre futuribles absolutos y
futuribles condicionados y entre dos tipos de ciencia divina: la ciencia de los
posibles (conocimiento de los actos posibles como posibles) y la ciencia de la
visión (de los existentes como tales). Molina introduce una tercera ciencia: la
ciencia media (Dios conoce los futuribles antes de todo decreto absoluto pero
no antes de lo lógicamente posible). Con esto Dios coopera con la libertad
humana para que elija el bien o el mal. Lo cual representaba una clara alusión
de censura a la campaña violenta de extirpación de idolatrías contra los
indios. En otras palabras, el adoctrinamiento evangélico debía dejar a los
naturales en óptimas condiciones para optar libremente por el cristianismo sin
violencia alguna. Esta tendencia jesuita de origen tomista de acentuar el libre
albedrío se enlazaba con el ideal neoplatónico providencialista del Inca
Garcilaso de la Vega en pro de dejar a los indios adoctrinados la facultad de
dirigir sus destinos, cosa evidentemente subversiva para los intereses de la
Corona.
De todas formas, el intento de Olea de
salvar dentro de la doctrina tomista la omnipotencia divina sin menoscabar la
libertad humana no ignora intelectualmente todo este debate; solución que en lo
literario se reproduce en la obra El
Condenado por desconfiado, del dramaturgo barroco y mercedario español Tirso
de Molina (1579-1648). El desenlace es un intento por resaltar el valor del
libre albedrío sin negar la predestinación de los protagonistas, pues Paulo y
Enrico reciben la ayuda sobrenatural por la cual Dios ilumina al espíritu de la
gracia suficiente, de modo que el libre albedrío deja en libertad a cada uno
para usar de la gracia divina y capacita a la voluntad para ejecutar lo que
Dios quiere y salvarse o permite también su rechazo y su condena.
En su comentario sobre la causa final
sostiene que el fin coincide con la forma y es la causa de las causas, porque
es un bien querido que determina la voluntad a un acto. Los hombres -escribe-
mueven la voluntad con el conocimiento de un fin, que determina en el espíritu
el proceso de la intención, deseo, intención determinada, investigación de
medios y ejecución. Los actos de los animales son por instinto y no obedecen a
un fin. Y el fin último de todos los seres es Dios, hacia quien todos se elevan
por la ley del perfeccionamiento. Natura,
Gratia, Gloria, expresan el movimiento ascendente del universo hacia la
divinidad. Difícilmente esta conclusión podría corresponder a un dialéctico que
estaba al tanto de Campanella, Descartes, Cusa, Bruno, Tycho Brahe y Copérnico,
pero la metafísica del renacimiento tiene la característica de aspirar a una
síntesis de los opuestos y Olea forma parte del escolasticismo moderno de la
filosofía española, que sin renunciar a la herencia aristotélico-tomista la somete
a un acercamiento en física y cosmología con la reforma científica.
Nicolás de Olea es la demostración más
notoria que la asimilación a la conciencia científica no va unida a la
disolución del pensamiento clásico-cristiano, ni del pensamiento metafísico, y
es así porque en esta fase crítica no hay predominancia del espíritu
antimetafísico que luego hará presencia en los siglos dieciocho y diecinueve. De
manera que si con Bartolomé de las Casas se da inicio al humanismo teológico,
con Nicolás de Olea se da comienzo a una audaz concordancia entre teología y
filosofía natural matemática. Por ello, Olea es un pensador de su tiempo, pues
su época pretendía discurrir sobre temas morales para estabilizar el Virreinato,
y él lo hizo, pero aun cuando con su realismo metafísico se mostraba desfasado
con las exigencias metódicas y matemáticas del momento, fue el neoescolástico
más importante del siglo diecisiete, que acercando teología a la ciencia nueva influyó
difusamente en el movimiento ilustrado del dieciochesco virreinal.