Revista peruana de Filosofía dedicada a los temas de metafísica, ontología, antropología filosófica, ética y política con especial énfasis en las categorías de lo anético, mitocrático, hermenéutica remitizante e hiperimperialismo. Contacto: gus_floque@yahoo.com
domingo, 13 de diciembre de 2020
sábado, 12 de diciembre de 2020
PRÓLOGO AL LIBRO “PERSONA Y FORMACIÓN UNIVERSITARIA”
PRÓLOGO
AL LIBRO
“PERSONA
Y FORMACIÓN UNIVERSITARIA”
ESTUDIO
INTRODUCTORIO
Por
Gustavo Flores Quelopana
La gran pregunta que
plantea este libro es: ¿El ocaso de la metafísica, la filosofía y la cultura moderna
representa el final de las ciencias de la persona y su reducción a mera
historiografía hermenéutica?
Una modernidad centrada obsesivamente en el
crecimiento del conocimiento técnico-científico derivó hacia la desintegración
del sentido de la persona. ¿Pero porqué ha ocurrido semejante acontecimiento
metafísico en medio del imperio de la era antropológica? Desde que se impulsó
el maquinismo en el siglo XVIII la humanidad se ha sentido orgullosa de su poder técnico.
Con el tiempo la era técnica terminó avasallando la era humanística.
En realidad, las humanidades venían heridas
de muerte desde que la modernidad instauró la hegemonía del diosecillo
terrestre a través de la razón autónoma. Ese Regnum hominis o reino del hombre llevaba
en su propio corazón la desintegración de la persona. Pero por qué. Porque en
realidad el pensamiento moderno ha paralizado el pensamiento
respecto al sentido de las cosas. Y ello ocurre por responder hegemónicamente
al saber científico-técnico, el cual no es comprensión del mundo, sino
manipulación efectiva de las cosas a través de leyes y regularidades. De modo, que lo que se extravió en la modernidad fue
el sentido de la vida.
En este declive de lo humano queda demostrado
que el hombre no puede vivir de pura inmanencia. Renunciar al absoluto, lo
eterno, a Dios, a lo trascendente, resultó fatal para el hombre, la persona y
cultura misma. Acaso, ¿Puede la hegemónica
cultura técnica salvar a la Cultura de la tragedia? La cultura objetiva de la
era técnica predomina, enajena y empobrece constantemente la cultura subjetiva
de los individuos. Y justamente esto era lo que pensaba Simmel. La hegemonía de
la cultura técnica se da en la modernidad secularizada de Occidente. Es decir,
acontece con el ocaso de la metafísica, la filosofía y la religión. Por otro
lado, la esencia de la técnica es el control y manipulación del objeto.
Entonces ¿será posible
esperar que el paso hacia la orgánica y finalista fase neotécnica de la era
técnica, pueda repotenciar a la alicaída cultura subjetiva? ¿La repotenciación
de la cultura, que otrora estuvo a cargo de la religión, puede ahora estar a
cargo de la cultura neotécnica? ¿Existe, acaso, en la esencia de la cultura
neotécnica algo que pueda satisfacer los más profundos anhelos humanos de
eternidad, absoluto y trascendencia? ¿La fase neotécnica representa una
mutación en la esencia de la técnica que de calculadora la vuelva finalista? ¿O
al contrario dicha fase será la profundización del inmanentismo y el olvido
absoluto de toda trascendencia?
Quizá sea temprano en la
historia para dar una respuesta convincente. Pero mientras se despeja el
horizonte de la técnica en su nueva mutación, seguirán siendo los valores
absolutos, eternos y religiosos los únicos capaces de sacar a la cultura de su
tragedia y ocaso. ¿Pero se está despejando el horizonte para que la religión
sea una tabla de salvación o al contrario se están cerrando todas las
posibilidades en este sentido? La avasalladora secularización de la moderna
civilización occidental parece confirmar lo último. Y con ello se estaría
consolidando la tragedia completa de la cultura en medio de la decadencia de la
civilización moderna.
La universidad tampoco quedó intocada por el
fenómeno de la secularización y desgarramiento del ser. Al contrario, vemos por
todas partes que ha sucumbido a la hegemonía de la razón funcional sobre la
razón substancial. De hecho, en la modernidad decadente la universidad ha muerto porque ha
dejado de ser un saber educarse para el saber, para convertirse en marioneta de
las descoyuntadas especialidades. La universidad tiene un desafío enorme
delante de sí. Pues ir hacia el sentido de persona exige a la universidad romper
los esquemas de la racionalidad instrumental moderna.
La filosofía moderna al
tomar la percepción como originaria y no admitir la cosa fuera de la percepción
concluyó rechazando el problema del conocimiento (basado en la separación entre
objeto y sujeto), sepultando el problema de la metafísica (no hay sentido fuera
de lo humano) y soslayando el problema de la persona (no hay persona sin
sentido del espíritu).
Desde la perspectiva
inmanentista de la filosofía moderna el sentido depende de la percepción y no
del ser. Más aun, no hay ser sin percepción. Pero esto no es más que una
ilusión epocal de una humanidad antropocéntrica que eliminó el horizonte de la
trascendencia en sentido metafísico. La distinción entre persona y cosa no
puede desestimarse porque compete a lo real. Y aunque su demostración racional
sea problemática, su aceptación existencial es irrebatible. Es decir, no es por
medio de la razón lógica sino de la razón existencial que se recupera el
problema del conocimiento, el problema de la metafísica y el tema de la persona.
Esta razón existencial es también mito, fe, creencia, porque lleva a lo
incondicionado e intemporal. Y, además, liga la inmanencia con la trascendencia.
No se puede seguir por el camino
tecnológico de la domesticación del ente para recuperar el sentido de persona. La
persona tiene su propio camino. Hay que volverse sobre el camino de la
domesticación del ser. Pero este camino no es científico sino mítico. Es el mito,
la religión y la metafísica los que crean el sentimiento de la domesticación
del ser, del enigma, del misterio, de lo incondicionado e intemporal. Lo
técnico-científico crea el sentimiento de la domesticación del ente, lo útil,
lo secularizado, lo condicionado y temporal. La diferencia entre ambos es
enorme. Porque mientras el mito proporciona sentido a la existencia, lo
técnico-científico otorga sentido al dominio de las cosas en orientación a lo
útil. El hombre mítico teme a la nada y a la muerte, a lo que amenaza el ser.
En cambio, el hombre técnico-científico teme cuando las cosas salen de su
control y dominio, pero al mismo tiempo guarda un optimismo ciego en el
maquinismo arrollador. El hombre mítico tiene una metafísica primera que da
unidad a la existencia concreta. El hombre tecnológico tiene una metafísica
segunda que trata de suplir el desarraigo del ser. La filosofía antes de ser
ordenación de conceptos fue comprensión de la existencia real rodeada de
enigmas. La crisis logocrática de la modernidad que ha deshecho el sentido de
la vida, lleva nuevamente a conceder importancia a la metafísica del mito y a
las filosofías con intención mítica.
De ahí la urgencia de prestar atención al
presente libro, que busca iluminar metodológica y conceptualmente el tema de la
persona. Las investigaciones de sus tres autores -Reluz, Cervera, Taboada- nos
llevan por el camino de la meditación de la imperiosa necesidad de reconocer la
metafísica de la persona. Sin ello se sucumbe nuevamente en la racionalidad
instrumental y su aparataje funcional que asfixia las recónditas realidades
substanciales.
Lima, 12 de Diciembre 2020
jueves, 10 de diciembre de 2020
SEMBLANZAS FILOSÓFICAS
SEMBLANZAS FILOSÓFICAS
Gustavo
Flores Quelopana
JUAN BAUTISTA FERRO (1920-1993). Fue mi
profesor de Lógica en San Marcos. Sus clases eran densas, casi toda la atención
se la llevaba su anciana figura. Aunque escribió muy poco -casi ágrafo- gozaba
de una aureola de genialidad por haber reducido a siete los nueve pasos de la
decidibilidad lógica de primer orden limitada al uso de las funciones monádicas
de Quine. Y por el cual obtuvo la distinción del Premio Nacional de Fomento a
la Cultura "Alejandro Deústua" en 1968. Fumaba como chimenea y era un
gran conversador. Su inconfundible silueta en el patio de letras dialogando con
los doctores Juan Abugattas y Sixto García -también mis ilustres maestros- ha
dejado una huella indeleble en mi pupila. Muchas veces su tema favorito era
hablar de la Segunda Guerra Mundial y el nazismo. Cierta vez cuando era
estudiante en el año 1979, justo cuando él fue presidente de la Sociedad
Peruana de Filosofía, nos cruzamos en una esquina de San Isidro y allí me
retuvo casi dos horas hablando sobre los temas más disímiles. De los cuales
retengo su firme convicción, sostenida con su voz pastosa y el infaltable
cigarrillo, que hablar de la "utilidad" de la filosofía era el más
grande sinsentido absoluto. Con ello comprendí que mientras la ciencia es un
cultivo utilitario, la filosofía es un cultivo no utilitario, pero responde a
las necesidades más profundas de la condición humana. Ese era su mensaje final
en medio de una universidad arruinada por el positivismo y el avasallamiento
ideológico. Nuestros caminos no se volvieron a cruzar hasta que fue noticia
sanmarquina su fallecimiento en 1993.
AUGUSTO SALAZAR BONDY (1925-1974). Gran pensador peruano. Fino no sólo en la historia de las ideas, sino que creativo en el pensamiento de la filosofía de la dominación. A mi modo de ver, su limitación cardinal estribó en no romper con la definición eurocéntrica de la filosofía. La tarea quedaba pendiente en un discipulado que se preocupó más en cautelar la letra que el espíritu creativo del maestro. Al momento de morir ASB era un socialista humanista, partidario de una filosofía de la liberación adecuada para el Tercer Mundo y que se diferenciara de los centros de poder mundial. Su centrismo político -ni capitalismo ni comunismo- cayó en el olvido tras el fracaso de la revolución velasquista. Hasta ahora se discute si en su última obra "Bartolomé o de la dominación" se refleja alguna forma de desencanto por la vía reformista y si preconiza alguna de forma de violencia revolucionaria a lo guevarista.
ANÍBAL ISMODES CAIRO (1920-2005). Una
excelente persona y un gran maestro. Lo conocí personalmente en el cenáculo del
Dr. Antonio Belaunde Moreyra -también miembro de la Sociedad Peruana de
Filosofía-. Tuve el honor que el Dr. Ismodes prologara mi libro
"Racionalidad y metafísica de la postmodernidad" y que me invitara a
su imponente biblioteca en su hogar, donde su señora nos agasajaba con pasteles
y café.
WALTER PEÑALOZA RAMELLA (1920-2020). Gran
maestro. No lo conocí personalmente pero mi maestro el Dr. Sixto García -como
su destacado discípulo kantiano- me hizo conocer sus obras, las cuales leí con
provecho y fruición. Peñaloza, Nelly Festini, Sixto García conforman la lista
de la brillante prosapia de la cátedra kantiana que se impartió en San Marcos.
ANÍBAL QUIJANO (1928-2018). Cuando en el 2012
impartía unas conferencias sobre Filosofía Mitocrática en la Universidad
mexicana de Toluca me preguntaron por su teoría de la neocolonialidad. Pero mi
conocimiento sobre su obra era muy pobre entonces. No fue sino hasta el año
2018 que me pude hacer una idea cabal de su pensamiento a través del libro de
mi amigo y joven filósofo Segundo Montoya Huamaní. Lo conocí en persona
tardíamente, ya cuando era una figura legendaria, en el Instituto CCoriwasi a través
del rector de la Universidad Ricardo Palma Iván Rodríguez y del connotado poeta
Manuel Pantigoso. Siempre recordaré cuando me miró con profundidad y luego me
dijo: "Nuestras obras están unidas en la lucha por desenmascarar el
eurocentrismo". Lo cual me sorprendió, pero al parecer estaba informado
sobre algunos de mis libros. Para Quijano la cultura de la dominación (aporte
de Salazar Bondy) debe ser roto con un nacionalismo antimperialista (aporte de
Haya) y un socialismo humanista (aporte de Miroquesada). Su aserto que la
colonialidad del poder empieza con la dominación epistémica y mental de los
dominados es cierta, aunque siempre me pareció incompleta y que había que darle
mayor profundidad filosófica. En este sentido, advertí que el problema del poder
no es la colonialidad sino el poder mismo en la modernidad secularizada. El
problema del poder no sólo es epistémico y político sino ontológico. Ha salido
del control humano, para convertirse en una fuerza alienante, en una modernidad
dominada por la racionalidad científico-técnica y la voluntad de poder.
GUSTAVO SACO MIRO QUESADA (1915.2009). Lo
conocí en sus últimos años en una de las sesiones de la Sociedad Peruana de
Filosofía que nos reunía en el Instituto Porras de Miraflores. Saco refutaba la
ponencia de Antonio Belaunde sobre el tema peruanista de "Perú, persona,
sombra y alma" como no filosófica. Entonces tomé la palabra para decir que
el tema de los pueblos fue tematizado tanto por Hegel como por Heidegger. Me
miró el venerable anciano con curiosidad e hizo con sus labios un mohín de
complacencia. Luego leí su libro sobre la Violencia y agresión.
JOSÉ DE LA RIVA AGÜERO (1885-1944). Las
páginas de su obra dedicada al pensamiento del Inca Garcilaso nunca dejarán de
asombrarme. Fue Riva Agüero una de las mejoras plumas ensayísticas de todos los
tiempos en el Perú y América Latina. Su frase conceptuosa siempre cargada de
diamantina luz y elegancia serán un ejemplo sempiterno de la mejor forma de
escribir con elegancia, personalidad y profundidad. Gracias, eternas Don José.
CIRO ALEGRÍA VARONA. Nos conocimos justo
cuando publicaba mi primer libro sobre el tema de la filosofía andina,
"Eurocentrismo y filosofía prehispánica". Se mostró tan interesado
que no sólo me lo adquirió, sino que expresó: "Ud. está dando en el meollo
del debate". Fue la única vez que conversamos.
LUIS FELIPE ALARCO (1913-2005). No lo conocí
personalmente salvo por sus luminosos libros. Pero amigos que fueron sus
alumnos me contaban que daba sus clases con gran emoción y vibrante voz. Era un
ontólogo convicto y confeso.
MARIANO IBERICO. Al ilustre filósofo
espiritualista Mariano Iberico, a quien mi padre Luis Flores Caballero,
incorporó con medalla de Oro a la Unión Latinoamericana de Escritores y
Artistas (ULEA), lo leí tardíamente, pero con provecho. Fue un insigne filósofo
espiritualista. San Marcos tiene una deuda intelectual inmensa al no publicar
sus obras completas. Era un profesor muy elegante y con un verbo inspirado.
Gran conocedor de Plotino y los griegos. Sus obras son originales. Pero en su
tiempo su pensamiento fue opacado injustamente por el auge de la filosofía
analítica y el marxismo. Y sobre la figura del connotado epistemólogo
Francisco Miroquesada Cantuarias, testimonio que me incorporó a la Sociedad
Peruana de Filosofía tras invitarme a disertar en el año 2001.
DAVID SOBREVILLA. Tuve una relación
pintoresca -por decir lo menos- con David Sobrevilla. Yo solía enviarle mis libros a su domicilio y
él me devolvía la cortesía con largas e interesantes conversaciones
telefónicas, en las que siempre trataba de hacer resaltar su sapiencia. En un comienzo leí con entusiasmo sus libros, pero luego llegaron a cansarme. Siempre era lo mismo. Para él siempre se trataba de estar al día sobre el último libro, la última novedad sobre el tema, citar y citar. Tenía el enorme defecto de la citomanía. Lo cual me pareció de una frivolidad insufrible e inaudita. Creo que por ello no dio a luz ninguna idea profunda ni original. Tampoco me gustó su proclividad por señalar de mala forma el defecto en las obras que examinaba. Eso no lo vi nunca en Gomperz, Bréhier, Abbagnano, Russo u otros grandes historiadores de la filosofía. Siempre sospeché que había un enorme e innecesario resentimiento en su pluma. Nuestra discrepancia central giraba en torno a cómo entender la filosofía. Sobrevilla era un canónico de la concepción eurocéntrica. Lo más lejos que pudo llegar en el asunto fue con su afirmación de las "filosofías heterogéneas", concebida como trasplante a una cultura sin tradición filosófica previa. Era un antimítico firme y convicto. Siempre me causó hilaridad cuando reconoce a Jaspers como el filósofo que admite filosofía en el mito, pero que él prefería compartir la postura de Descartes, Ortega y Husserl. Nunca olvidaré el entusiasmo que le causó mi libro "El
imperio posmoderno del hombre anético", muy elogiado por él. Como tampoco
borraré de mi memoria la devolución de mi autobiografía "Más acá de los
anhelos", con carta incluida -en la que ridículamente me prohibía asistir a sus conferencias-, por considerarla desconsiderada con su
persona. Desde entonces se cortó tristemente la relación hasta su
fallecimiento. Eso me recuerda la respuesta tardía que le dirige Walter Peñaloza a Sobrevilla en la revista Epistemología (año I, n°1, Julio 1997), que en buena cuenta dice: Sobrevilla no es un crítico serio, va a la diatriba, lee sin entender, traduce defectuosamente, es chapucero, con gusto obsceno por glosar y hacer gala de referencias bibliográficas. Es presuntuoso, sabihondo, apresurado y distorsionador. Mi opinión sobre su valiosa, y a veces ofensiva obra historiográfica no ha variado: fue un
importante historiador hipercrítico de la filosofía, más no un pensador.
FRANCISCO MIRO QUESADA CANTUARIAS. Guardo un
grato recuerdo de su persona. Hombre justo que respetaba las opiniones
discrepantes. Cuando me invitó a disertar en la Sociedad Peruana de Filosofía y
al final pedir la votación de incorporación, fue el primero en alzar la mano a
favor. Cosa que a María Luisa Rivara de Tuesta y a Mario Mejía Huamán les
sorprendió. Sus críticas positivistas en el debate, por hablar en nombre propio
y mencionar a Dios, no habían dado en el blanco y tuvieron el efecto contrario.
Lo simpático de la votación final es que fue por unanimidad. Ante lo cual
Antonio Belaunde exclamó: "Incorporación suma cum lauden".
MARÍA LUISA RIVARA DE TUESTA. No recuerdo exactamente dónde la conocí, Si fue en San Marcos, en el cenáculo sanborjino o en la Sociedad Peruana de Filosofía. Lo que sí evoca mi memoria nítidamente son nuestras frecuentes reuniones en la biblioteca de su casa donde me enseñaba todo lo producido a lo largo de su trayectoria en la cátedra. Ahí fue cuando le di la idea de publicar sus obras completas, lo cual al comienzo le sorprendió. Nunca lo había pensado. Pero al cabo de un tiempo la idea le fue gustando hasta que realizó una publicación en tres tomos. No asistí a la presentación de sus libros en la Casona de San Marcos, pero los colegas me contaron que mencionó mi nombre en el agradecimiento por sus libros. Grande fue mi sorpresa cuando al recibirlos como obsequio no me mencionaba en la parte de los agradecimientos, en cambio sí aparecían el de otros. No me lo explicaba, ni le pregunté. En el cenáculo sanborjino se había desarrollado entre nosotros una gran amistad y de su parte mostraba una gran consideración hacia mi persona. Lo cual hacía más inexplicable su actitud. Incluso siempre me decía que recomendaría mi persona para que presente una ponencia en la Sociedad Peruana de Filosofía. Pero yo nunca le tomé la palabra. Había algo en ella que no me sabía sincera y que no me daba confianza. Quiso Dios que fuera el mismo Francisco Miroquesada quien me hiciera la invitación -cosa que ya lo he contado en otra parte y que acá no insistiré- y que produjera mi incorporación a la Sociedad. En otra ocasión, cuando a pedido suyo le presenté puntualmente mi trabajo sobre Antenor Orrego, se mostró muy agradecida. Siempre le obsequiaba mis libros y muy elogiosamente los ponderaba en el cenáculo. Incluso decía admirar mis ensayos sobre filosofía andina. Pero cuando ella publicó un breve ensayo sobre el tema de la filosofía andina, con el sello del BCR, ni me mencionó, sólo aparecí en la bibliografía. Se mostraba nuevamente inconsecuente, con hipocresía y con un peligroso doble cariz. Cuando llegó la hora de que el libro sobre los "Intelectuales peruanos en la primera mitad del siglo veinte" -donde tendría que publicarse mi escrito sobre Orrego- estaba a mis manos, tampoco apareció mi ensayo, sino el de otra persona en lugar mío. Muchos amigos -especialmente el Dr. Belaunde- se sorprendieron por ello y me preguntaban buscando una explicación. Esta vez sí le hablé y su respuesta final -tras muchas excusas- fue que mi ensayo no aparecía porque simplemente no enseñaba en la universidad. Ese fue el final de nuestra amistad. Ella valoraba más las formas que el fondo, los convencionalismos sociales que la creatividad. Como dama que era, siempre la saludé con respeto, pero la amistad ya no existía. Pero el destino muchas veces es justo y resarce los actos innobles. Recuerdo la anécdota siguiente. En la Universidad Católica se celebraba un Congreso Mundial sobre Tolerancia y me interesaba una ponencia sobre Orrego que lo daría mi amigo Zenón Depaz. Por entonces yo ya había publicado dos libros sobre el pensador chotano. Grande fue mi sorpresa cuando vi que quien dirigía la mesa era Rivara de Tuesta. Pero mayor todavía fue mi asombro cuando el mismo Zenón al empezar a disertar dijo en público -con mucha honestidad- que quien debiera estar sentado en su lugar sería yo y no él. La vergüenza se dibujó en toda su magnitud en el rostro de María Luisa Rivara de Tuesta. En sus movimientos corporales se notaba que quería desaparecer de la escena y no podía. No fue mi intención ser motivo de su incomodidad, pero su conciencia la acusó esta vez inmisericordemente. Mi recuerdo de su persona, obviamente, va más allá de sus defectos personales. Siempre se mostró como una esforzada pero mediana historiadora de la filosofía, nunca como una pensadora. De ahí que se sintiera incómoda ante los jóvenes pensadores y con independencia de criterio. Su carga intelectual positivista era muy fuerte, aun cuando confesó una vez haber tenido experiencias extrasensoriales. Sus escritos son eruditos, pesados, sin brillo ni vuelo. Decía adscribirse a la filosofía de la liberación, pero nunca pudo liberarse del cultivo de la historia de las ideas. El influjo que ejerció sobre aquellos que la admiraban fue nefasto: nunca pudieron pensar con cabeza propia y desarrollar una obra importante. Se volvieron en simples repetidores de pensamientos ajenos.
VÍCTOR ANDRÉS BELAUNDE (1883-1966). Su mente
era muy original y de una memoria prodigiosa. Existen numerosas anécdotas al
respecto. Hombre generoso y genial. Tenía una gran capacidad para crear
neologismos. Su alma era peruanista y a la vez universal. Sus obras siempre
serán leídas con provecho y serán fuentes permanentes de inspiración.
ARSENIO GUZMÁN JORQUERA. Lo conocí
personalmente en San Marcos. No sólo era una gran persona sino un fino
razonador. Lástima que escribió muy poco.
CARLOS ALVARADO DE PIÉROLA. Gran amigo y
esmerado maestro. Sus obras, escritas con lucidez y estilo, siempre serán de
consulta indispensable. Todavía recuerdo cuando en la sesión de relanzamiento
de la Sociedad Peruana de Filosofía en San Marcos apoyó mi candidatura a la
Presidencia. Aun sin este noble gesto merece mi sempiterno reconocimiento.
ANTENOR ORREGO (1892-1960). Crecí escuchando su
nombre constantemente de labios de mi padre, quien se reclamaba su discípulo. Por
algo se convirtió en el filósofo de la integración latinoamericana. En mis años
universitarios y postuniversitarios con pasión lo leí por mi cuenta en sus
obras principales -Monólogo eterno, Pueblo Continente y Hacia un Humanismo
americano-. Quedé deslumbrado por su fina pluma y penetrante reflexión. Años
más tarde, cuando ya era miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía, la
doctora Rivara de Tuesta leía una lista ante los socios para que se animasen a escribir
un breve ensayo sobre intelectuales peruanos de la primera mitad del siglo
veinte. Anunciaba, además, que las contribuciones serían publicadas en un
libro. Para mi sorpresa nadie se inscribía, hasta que oí el nombre de Orrego y
como un rayo alcé la mano para comprometerme a escribir algo sobre Orrego.
Rivara me proporcionó las Obras completas, que se las devolví en un mes con el
ensayo escrito, y que me incentivó a adquirirlas para mi propio estudio. Lo que
sigue es parte de otra historia que ya lo he contado y no viene a cuento
repertirlo. Lo interesante es que salieron de mi pluma dos obras dedicadas a
Orrego -Ontologismo americanista de Orrego y Teodicea, metafísica e historia en
Orrego, que fueron muy ponderadas por Germán Peralta Rivera en su libro Antenor
Orrego y la Bohemia de Trujillo-. Personalmente Orrego sigue siendo fuente de
inspiración en la escritura y en el pensar.
JUAN ABUGGATTÁS. Gran maestro sanmarquino, de
gran capacidad dialéctica, voraz lector y lúcida oratoria. En su curso de
Filosofía Medieval me animó a continuar con mis reflexiones metafísicas.
Posteriormente tuvo la gentileza de prologarme mi libro Kant y la revolución
burguesa. Este Prólogo, como me contó, le provocó las recriminaciones de
Sobrevilla, las cuales rechazó con firmeza. Toda la discrepancia giraba en
torno a que debía haberme limitado a sus reflexiones sobre la filosofía de la
historia, en vez de tomar la Crítica de la razón pura. Lo cual, evidentemente,
era no ver más allá de la letra kantiana. En vez de ello, yo me inspiré en el
espíritu del criticismo.
SIXTO GARCÍA. Fue quien me introdujo en los
secretos de la filosofía kantiana. En realidad, sus clases era opacas, a pesar
de sus inmensos conocimientos sobre el filósofo de Koenigsberg. Fue en la amistad
donde aproveché mejor sus conocimientos. Como era un maestro muy generoso me
facilitó muchas obras inasequibles de famosos kantianos, que leí con ardor.
Cuando le presenté mi tercera obra sobre Kant -En torno al sentido del ser en
Kant- se negó a prologarlo argumentando que mi punto de vista no era epistémico
sino ontológico. Tenía razón, en mi libro reprochaba a Kant el limitar la comprensión
del ser al pensar. Mi postura realista no la podía compartir. A pesar de ello
nuestra prosiguió.
JOSÉ RUSSO DELGADO. Sus clases sanmarquinas
eran intensa y todos conteníamos el aliento ante su palabra y sus ojos fieros.
Detestaba verse rodeado de discípulos. No gustaba ni siquiera la cháchara con
sus colegas. Lo conocí y fue mi maestro ya en sus últimos años. No hay duda de
que fue el helenista más grande del Perú y América Latina. No era un ágrafo. Amaba escribir más que publicar. Así que dejó muchos manuscritos que van siendo publicados. Era un gran erudito. Lo testimonian sus
densos y provechosos volúmenes sobre los presocráticos. Cierta vez dijo en
clase: “Quien me presente el mejor ensayo sobre Kant me representará en la
celebración del sesquicentenario de la Crítica de la Razón Pura. Previa
consulta con el Dr. Sixto García me devoré la obra de Heidegger “Kant y el
problema de la metafísica”. Esa lectura me sacudió y fue como un fogonazo de
luz que me inspiró muchas ideas. Encerrado en casa por treinta días salió un escrito
de casi cincuenta páginas. Se lo presenté y me olvidé del asunto. Dé repente en
el Patio de Letras alguien me tocó el hombro por la espalda, volteé y era Russo
que con su brusquedad habitual me dijo: “Ud. Es Flores Quelopana. Pues lo felicito.
Su ensayo sobre Kant mereció mi más alta calificación. Usted me representará”. Y
tan pronto como lo dijo dio media vuelta y desapareció. Así era el Dr. Russo, directo,
tajante y justo. Y ahora que se han puesto de moda los congresos de filosofía recuerdo una anécdota suya. Cierta vez un grupo de estudiantes lo rodea y le preguntan si asistirá a tal o cual congreso. Y su respuesta lo retrató de cuerpo enteró: "No hijitos, a ustedes les hará mucho bien, pero a mí mucho mal". Lo cual no está lejano de la verdad, porque ahora los congresos son palcos para los discursos ocasionales de profesores ágrafos.
ANTONIO BELAUNDE MOREYRA. Fue mi último gran maestro.
Era bueno como el pan. Con él revivió mi fe cristiana. Mantuvimos una relación
intelectual muy estrecha durante el cenáculo sanborjino. Le publiqué la mayor
parte de su obra filosófica y su contribución más importante al Derecho del
Mar. Gracias a él asistí como oyente a las sesiones de la Sociedad Peruana de
Filosofía y como se permitía hacer preguntas, llamé la atención de Francisco
Miroquesada Cantuarias, quien me extendería una invitación para disertar y ser
incorporado. El genio de don Antonio era poliédrico. Un gran ensayista. Sabía escribir
-en realidad dictaba- como hablaba, pero como su hablar era culto y jamás
chabacano solía salir de su sesera ideas brillantes. Todavía lo recuerdo
apoltronado en su sillón napoleónico meditando con el puño hundido en su
mejilla. Era un gran humanista cristiano. Fue un gran honor y una valiosa
experiencia intelectual y espiritual conocerlo.
Diciembre 2020
viernes, 4 de diciembre de 2020
jueves, 3 de diciembre de 2020
miércoles, 2 de diciembre de 2020
CHAMANISMO, HOROSCOPÍA Y PROFECÍA EN EL PERÚ ANTIGUO
CHAMANISMO, HOROSCOPÍA Y PROFECÍA
EN EL PERÚ ANTIGUO
Gustavo Flores Quelopana
Durante el Incario no se
edificaron pirámides, pero sí muchos templos con varias categorías de ministros
religiosos, que llevan a la convicción que los chamanes no desaparecieron. Así
el jesuíta chachapoyano Blas Valera en su crónica "Las costumbres antiguas
del Perú" enumera a los siguientes: el gran Vilahoma, religioso juez
supremo, era hombre sabio o amauta que vivía en abstinencia, pobreza y soledad;
los Adivinos o huatuc, agoreros célibes que entraban en trance con furor
diabólico para dejar oir al oráculo; y el hechicero o humu, especialista en
sacrificar animales, adivinar en sus entrañas, casados y computistas del año.
Y además de todos éstos había una enorme cantidad de indios
religioso o penitentes, llamados así por su vida anacoreta y solitaria, muchos
se castraban para reverenciar mejor a sus dioses. No hay que olvidar a las
Acllas o Vírgenes religiosas. Es decir, era un mundo profundamente religioso,
lleno de sentido de lo sagrado y lo místico. Pues bien, el chamán en esta
clasificación se identifica con el adivino que con furor diabólico oía al
oráculo. El huatuc es el especialista en el trance místico, realiza el viaje
cósmico, vive la hierofanía de la vida sagrada, trasciende la condición
profana, visita el mundo de los espíritus y su simbolismo está insuflado de
cosmografía espiritual.
Todo indica que en el Perú precolombino las culturas
regionales tempranas heredaron el Periodo arcaico Tardío (8 mil al 3 mil a.n.e)
y del Periodo Formativo (1,800 a.C. al 200 d.C.) la representación del mundo en
tres zonas cósmicas separadas entre sí por límites fronterizos que sólo los
podía atravesar el chamán, a saber, el Infierno, la Tierra y el Cielo. Todo
este largo tiempo es de especialización en la ascención extática del chamán.
Huacas y chamanes eran los instrumentos para establecer contacto con el mundo
de los espíritus (dioses, espíritus, demonios, antepasados, muertos, animales
míticos).
En el Muro complejo Moche de la huaca de la Luna se observa
una figura humana central encerrado en una línea oval u ovoide. La alusión es
tremendamente significativa porque simboliza que el fin de la experiencia
mística del chamán es trascender el tiempo y el espacio para metamorfosearse en
el éxtasis ascensional en un aninal-antepasado como espíritu auxiliar,
trascender la condición profana y recuperar la existencia paradisíaca del
tiempo mítico. Todo el simbolismo es una hierofanía, una cosmografía aérea de
contacto con el mundo espiritual.
La forma oval de dicha figura central simboliza al huevo,
el cual significa la idea de morir para nacer, muerte en el mundo profano y
resurrección en el mundo sagrado. Cada uno de los demás dibujos representan
objetos mágicos que poseen un simbolismo particular y desempeñan su cometido en
la preparación del viaje extático del chamán. El Muro mismo representa un microcosmos,
límite mágico que separa la Tierra del infierno y del Cielo. Todo resume el
itinerario y la aventura del chamán.
Sin embargo, dicho viaje tuvo su repercusión en este mundo
profano porque las evidencias arqueológicas arrojan el resultado que dichas
ciudades fueron abandonadas más o menos al mismo tiempo a lo largo de todo el
territorio del Perú antiguo. Esto es casi como afirmar que se esperaba un gran
acontecimiento cósmico que revelara el mensaje de los dioses. El tiempo se
cumplió, todas estas culturas colapsaron repentinamente. Pero no se trató de un
colapso sino del cumplimiento del tiempo profano y la realización de las
profecías chamánicas, a saber, la unión del Cielo y la Tierra y el inicio de
una nueva era. Un gran Pachacutec o cambio del mundo tuvo lugar, la horoscopía,
la mántica, la magia y el oráculo así lo decian. No fue un Apocalipsis o
destrucción sino un Pachacutec o renacimiento.
El chamán moche, nazquense o tiahuanaquense es sólo un
conducto místico por el cual se restablece la solidaridad cósmica entre el
Cielo y la Tierra. En los tiempos míticos primordiales cada miembro del clan o
la tribu podía convertirse en un modelo ejemplar, pero perdida aquella edad
semejante relación íntima está reservada exclusivamente a los chamanes. En el
fondo se trata de la recuperación de la condición humana cuando hombres y
dioses vivían en solidaridad.
Al parecer entre los siglos I y siglo VIII de nuestra era
en el antiguo Perú se vivió un gran apogeo del chamanismo, podemos decir que
fue su edad dorada, y a esa época pertenecen la cultura Nazca y la cultura
Moche, las más chamánicas que por estos lares se han conocido. Fue el tiempo de
la edificación de imponentes conjuntos piramidales, se esculpió el hombre
volador en la puerta de Tiahuanaco y del trazado de las líneas de Nazca. No se
puede descartar un contacto religioso entre ambas culturas y, al contrario, hay
que suponerlo. Si es así entonces el clima chamánico-místico era panandino y en
la cual también estaban insertas las culturas Recuay, Cajamarca, Lima, Vicus y
la enigmática Tiahuanaco. Todo lo cual no sería sino la culminación de un
potente proceso religioso que se retrotrae hasta tres milenios a.n.e. con las
pirámides y el altar del fuego de Caral y al templo de la cultura Chavín.
Los geoglifos de Nazca y las huacas del Sol y la Luna, como
todas las demás huacas-pirámides, no son observatorios astronómicos sino
centros ceremoniales chamámicos donde se ejercita la técnica de integración
mágica con el mundo de los espíritus y en donde se opera la
transustancialización del chamán en un ser sobrehumano capaz de volar y ser la
encarnación de un ser mítico (antepasado, animal, dios).
También hay que incluir el beneficio curativo del contacto
con los dioses. Seres sobrenaturales descienden en la ceremonia chamánica,
seguido de un dios que lleva al chamán hasta el cielo. Tras largas danzas y
cantos se cae en trance, se visitan regiones del más allá, ven el alma de los
muertos, a distintos espíritus, a semidioses o al ser del cielo, con el fin de
recuperar la situación primordial y abolir la decadencia actual del universo.
El enorme tamaño de los geoglifos de Nazca puede estar
relacionados con el poder de volar que adquieren los chamanes poderosos. El
vuelo chamánico está asociado con el rito mágico de ascensión al Cielo y
comunicación con los dioses. Además, se atribuye visión a los espíritus del
Cielo, ellos también debían ver dichas figuras desde lo alto. De ahí el enorme
tamaño de los geoglifos. Sin una visión mística, iniciática y sacra es
imposible comprender el mundo ancestral precolombino.
El tema fundamental del chamanismo andino y amazónico es el
mismo al del chamanismo universal ancestral, a saber, la ascensión celeste y la
resurrección simbólica del hombre.
Las figuras de las líneas de Nazca representan los dioses,
espíritus auxiliares y seres mágicos que ayudan al chamán en su viaje al Cielo
para alcanzar la cima del mundo cósmico. Todas las figuras de la pampa de Nazca
son un puente entre el Cielo y la Tierra para efectuar el rito de abolición del
tiempo profano y restauración del tiempo mítico y de la época paradisíaca
antaño accesible a todos los humanos.
Lugar muy importante en toda huaca es el lugar donde el
chamán debe entrar en trance extático o debe dormir. Es en sueños la vía regia
por donde llega la vida sagrada por excelencia y es donde se establecen
relaciones directas con los dioses, los espíritus y las almas de los
antepasados. En el sueño queda abolido el tiempo histórico y restablecido el
tiempo mítico, lo que permite al chamán presenciar el comienzo del mundo, a la
cosmogonía y a la teogonía primordial.
La presencia de pájaros y la serpiente en el Muro complejo
de la huaca de la Luna representa el don de profetizar. La serpiente y las aves
son animales mágicos, receptáculo del alma de los muertos o de la epifanía de
los dioses. El chamán al hablar el lenguaje de los animales en palabras
incomprensibles restaura la situación paradisíaca en el albor de los tiempos
antes de la catástrofe primordial, cuando el hombre podía hablar con los
animales, volar, no morir, y transformarse en animal. Hablar el lenguaje
secreto de los animales es lo que le permite transitar libremente en las tres
zonas cósmicas: Cielo, Tierra e Infierno y obtener profecía.
El éxtasis místico del chamán moche corresponde a la forma
extática ancestral. La mística superior excluye la posesión del espíritu de plantas,
animales, astros, semidioses, espíritus de los muertos o seres del inframundo,
para consistir en la comunicación directa con el Creador o Dios Supremo. En el
mundo moderno conviven ambas formas de mística y señalan el mismo rebasamiento
de la condición humana profana.
Las figuras animales y de plantas del muro complejo de la
huaca de la Luna son espíritus auxiliares y espíritus protectores que preparan
al chamán moche para el viaje extático a los cielos o a los infiernos. Las
figuras de las olas del mar es la invocanción por el chamán del ser divino o
semidivino del gran Señor del Mar. Las estrellas y planetas tienen también el
mismo rango. El chamán dispone de todo un panteón de seres divinos o
semidivinos, espíritus auxiliares, espíritus custodios, espíritus de plantas,
de animales y de astros para obtener una visión poderosa.
Una metafísica de la visión preside el éxtasis chamánico,
que no es otra cosa que una muerte ritual o rebasamiento de la condición humana
profana.
Las representaciones del muro complejo de la huaca de la
Luna son visiones de sueños y revelaciones chamánicas, que hablan del éxodo del
espíritu sagrado de los moches desde una dimensión temporal hacia otra
dimensión transtemporal. Es la revelación extática de un ascendente viaje
cósmico por el vuelo mágico del chamán, con ayuda de espíritus principales y
espíritus auxiliares, hacia la morada del Ser divino celeste.
Se trata de una época de auge del chamanismo en América del
Sur. Época en que los chamanes obtenían el derecho divino directamente de los
espíritus celestes. Dichos poderes mágicos fueron la base del apoyo de la
comunidad para la edificación de pirámides monumentales. El chamán no era el
sacerdote, ni el chamanismo era la religión. El chamán es el especialista en la
relación con los espíritus, el dominio del fuego, el vuelo mágico, el descenso
al infierno y el ascenso al Cielo. Su gran influencia se debe a que alcanza una
perspectiva transtemporal, es el receptáculo del mensaje de los dioses y es un
especialista en la manipulación de lo sagrado. El elemento esencial de sus
sueños y sus éxtasis es el diálogo final con el Ser celestial.
Las huacas del Sol y de la Luna son grandes pirámides
consagradas a ceremonias chamánicas. El chamán moche inicia su viaje extático
ayudado por bebidas alucinógenas para venerar al Sol y a la Luna. Los altos
terraplenes de las monumentales pirámides sirven para que el chamán moche logre
una experiencia extática espontánea observando en una visión a los planetas y
otros astros. También el espíritu de los poderosos chamanes muertos acude para exteriorizar
la vocación chamánica del chamán vivo y relacionarlo con los espíritus que lo
llevan al Cielo. Dichas huacas y sus altorelieves no se explican por fines
astronómicos sino por fines mánticos y de comercio con los seres celestes,
semidioses y el espíritu de los muertos. Lograr ver con ojos místicos el
destino del pueblo moche era sólo uno de los elementos simbólicos centrales que
hablaban de su triunfo sobre la condición de la vida profana. Dichos
asentamientos fueron abandonados porque el mensaje del destino sagrado de los
moches estaba cumplido. Esta interpretación chamánica es también aplicable a
los geoglifos de Nazca.
Salamanca, Miércoles
02 de diciembre 2020