EL REVIVAL DE CHACÓN
El presente descalabro espiritual y cultural al que nos precipita la actual modernización y globalización neoliberal consumista, nihilista y atea, ha provocado una comprensible búsqueda desesperada de salvación en las sabidurías ancestrales y prácticas espirituales que buscan reconstruir las religiones antiguas politeístas y animistas -druidismo, el helenismo, el asatrú, entre otros-, contrarias al monoteísmo y a la fe cristiana, que revaloran el pasado cultural como valiosas para el presente y sean una respuesta a la disolvente razón instrumental que impera en la actualidad.
Pero, ¿Cómo llamar a una propuesta que busque para nuestro tiempo el restablecimiento del panteón del Imperio romano, maya, azteca, precolombino o de cualquier otra religión premonoteísta? De la forma más amable podemos decir que se trata de una propuesta reactivadora, de reestreno, un revival, un renacimiento espiritual, un aggiornamento. Y de la forma más severa la podemos calificar de retrógrada, antihistórica, paganismo, anacronismo, regresionismo, politeísmo, superstición, que desconoce el sentido de la pedagogía y magisterio divino.
Pues bien, una propuesta de este tipo es la que presenta Hugo Chacón Málaga en SABIDURÍA FILOSÓFICA DEL YAWAR MAYU (2024). Libro escrito en estilo ensayístico y lenguaje culto, adosado de multiplicidad de términos quechuas. Aunque la sensación general que deja es que expone más mediante aserciones categóricas en vez de razonamientos matizados.
Literalmente Yawar Mayu significa río de sangre, pero puede tener más significados simbólicos en relación con la naturaleza, la vida y la guerra. En su caso Yawar Mayu es devenir material de la naturaleza en el espacio-tiempo. En términos occidentales es logos no creador sino ordenador que discurre en la existencia cíclica del mundo.
El autor en esta obra postula la restitución de la estructura ideológico-religiosa precolombina en los Andes para la edificación de una nueva civilización andina. Filosóficamente lo justifica con una interpretación circular del espacio-tiempo, donde pasado y presente no son antagónicos en un movimiento sin fin. Y políticamente lo expone como una respuesta ante el fracaso del modelo de desarrollo capitalista y el modelo de desarrollo socialista mediante la edificación de un Nuevo estado Andino -Confederación Trinacional entre Ecuador, Perú y Bolivia- dirigido por el indio como nuevo protagonista social.
Estamos ante una obra que guarda parentesco indisoluble con el indigenismo radical del primer Luis E. Valcárcel de Tempestad en los Andes (1927) que con el segundo de Ruta cultural del Perú (1945). Chacón también cree como el primer Valcárcel que en los Andes renacerá la cultura ancestral. Esa es su común esperanza racialista y antioccidental. A diferencia del segundo Valcárcel no abandona su racismo y antioccidentalismo ni reconoce la necesidad del mestizaje ni la asimilación de la técnica y ciencia occidental. Ni qué decir de la distancia que lo separa de Uriel García en El Nuevo Indio (1930), el cual defiende el mestizaje porque el nuevo indio -con piel blanca incluso-, alfabetizado, tiene gran capacidad de adaptación, usa dinero y vestimenta occidental, desaparece como raza, pero reaparece como hombre culto y creador.
La versión indigenista de Chacón parece detenida en el tiempo, y de hecho lo está en lo programático. Se distancia de Mariátegui con su fusión de indio y socialismo, de Uriel García con el nuevo indio como mestizo, pero se reafirma en el indigenismo radical, racista y antioccidental del primer Valcárcel. Su particularidad es que desarrolla nuevos argumentos filosóficos y políticos para fundamentar su convicción de que la sabiduría ancestral está llamada a conformar un cambio civilizatorio. En lo filosófico se puede afirmar que ha ido más lejos del andinismo antioccidental de Luis Alvizuri (Andinia, 2004). Y esto es tan cierto que si en su anterior libro Nación Andina (2017) Chacón está recién en el despeje filosófico aquí presenta elaboraciones propias, al margen de ser controvertidas.
El libro se divide en tres partes: la primera trata de la Sabiduría Filosófica, la segunda es la propuesta política y la tercera son 328 aforismos que resume todo el libro.
Su punto de partida es el tema del espacio-tiempo, el mito, la magia y lo sagrado. Piensa que la sabiduría andina es la base del nuevo orden civilizatorio ante el fracaso de los modelos imperantes. Interpreta ese saber desprovisto de un dios único, es un monoteísmo polimórfico (¿?), un panteísmo (pág. 85) de la energía cósmica del Camay y donde el espacio-tiempo circular helicoide, regido por cuatro principios (complementariedad, reciprocidad, correspondencia y dualidad). Sacralizan los cuerpos celestes, tienen un modo de producción andino, sin esclavos (p. 31), sin pensamiento abstracto P. 34), donde predomina el ser comunal, de santidad laica, con uso de alucinógenos, donde lo real es flujo y devenir. No hubo cosmovisión sino sabiduría filosófica. Considera que esto último es la clave del pensamiento precolombino. No hubo Imperio sino Confederación. El logos del mito es el modelo de desarrollo sacro-espiritual a seguir.
Sobre esta primera parte hay mucho que comentar, pero seremos sucintos y destacaremos lo esencial. Primero, su panteísmo es forzado y distorsiona el politeísmo precolombino testimoniado en todos los cronistas y documentos a la vista, el cual nunca redujo sus deidades a una energía cósmica. El panteísmo supone un estadio de pensamiento abstracto complejo donde se piensa el sentido unívoco del Ser. Lejos estoy de negar el pensamiento precolombino abstracto como lo hace Chacón, pero las fuentes indican que no fueron hacia la negación del politeísmo. Entonces, de dónde le viene la interpretación panteísta a Chacón. A mi parecer le viene de dos fuentes: de Federico García Hurtado, ateo convicto y confeso, quien en su libro Pachacuteq (2009) defiende la existencia del Kamaqen como energía vital; y de su pasado marxista con su tendencia a limitarse a la Naturaleza y a la materia. Este sedimentado ateísmo es proyectado en panteísmo precolombino en ambos casos. Aquí no ocultaré que mi propuesta es diferente a la suya, la explico por la categoría del “henoteísmo” (deidad principal con deidades secundarias) sin caer en el recurso fácil y extraviado del panteísmo (El secreto de Wiracocha, 2024).
Segundo, para
evitar el uso del término politeísmo presenta la idea de “monoteísmo
polimórfico”. Esta argucia es de difícil comprensión, equivale a la cuadratura
del círculo. Hasta el momento conocíamos el monoteísmo estricto del judaísmo e
islamismo, el monoteísmo trinitarista del cristianismo, pero aparece Chacón con
el “monoteísmo polimórfico”, sin mayor justificación ni explicación y
simplemente como término sustitutorio para no emplear “politeísmo”. Recuerdo haber
discutido ampliamente con él esta idea, cosa que lo publiqué en uno de mis libros
(En torno al universalismo filosófico, 2023). Pero antes como ahora no da
las satisfacciones requeridas. Es por ello que afirmé que en su libro imperan
las aserciones categóricas antes que las demostraciones racionales. En una
palabra, en filosofía es común crear neologismos, pero hay que justificarlos.
En cambio, aquí se trata de un término contradictorio, sin mayor justificación
y caprichoso.
Tercero, su postura ante la filosofía es ambigua. Por un lado, afirma que la sabiduría filosófica ancestral no es “especulativa”, “no desarrolla lógica” (p. 86) y reduce el saber andino a lo sacro, lo práctico y rechaza lo abstracto. Y, por otro lado, sostiene que sus elevados principios son filosofía porque son sabiduría. En su libro anterior -Nación andina- no mostraba esa vacilación, pero ahora antepone el término “sabiduría” al de “filosofía”, en el que no se dejar de oler un tufo antioccidental. Pero nos preguntamos, ¿no son las matemáticas que emplearon para hacer sus monumentales construcciones demostración de saber abstracto? ¿colocar en el Coricancha como preeminente al disco solar en vez de la Cruz del Sur no es pensamiento abstracto? Podemos seguir con los ejemplos, pero no es necesario. De dónde le viene a Chacón, entonces, esa cierta aversión por lo abstracto. Me atrevo a pensar que procede de su falta de sensibilidad y sutileza hacia los conceptos abstractos de la filosofía.
Cuarto, su idea clave del espacio-tiempo helicoide explica la ciclicidad del cosmos precolombino. Lo cual es cierto, pero no es fundamental como supone Chacón. Y no lo es porque la misma idea del Espacio-Tiempo helicoide que condiciona la circularidad mítica responde a una idea más profunda, y que está detrás de las propias categorías dualidad y complementariedad. Me refiero a la idea “Nada proviene de la Nada” o Nihil ex nihilo. Sin esta idea basal no es posible pensar la circularidad del tiempo y el espacio, ni las ideas de dualidad y complementariedad. Es más, todo el universo metafísico precolombino cuelga del cordel de este principio. Y esto no lo advierte Chacón. No es su culpa, pues exige abstracción filosófica inevitable. Nos explicamos. Como no hay Dios creador no hay creatum ex nihilo (creación desde la nada), sino deidades subalternas en torno a una deidad principal, entonces el espacio ni el tiempo tienen principio, todo discurre en un eterno retorno cíclico. Otra cosa es discutir si los precolombinos distinguieron junto a lo sagrado y lo profano, lo trascendente y lo inmanente. Personalmente creo que lo atisbaron en la idea del “dios desconocido” de los Incas. En suma, lo primigenio no es el espacio-tiempo circular, sino el principio metafísico del nihil ex nihilo, sin el cual no es posible el eterno retorno ni las categorías de dualidad y complementariedad. Por otro lado, Chacón habla en mucho pasaje del Espacio-Tiempo circular helicoide. Helicoide es la forma del ADN, el torno, etc. Pero ni la naturaleza ni la geometría matemática conocen lo circular helicoide, Lo circular se da en dos dimensiones, lo helicoide es tridimensional. Me parece que se plantea como otro concepto confuso y sin mayor aclaración científica.
Quinto, dice que no hubo Imperio sino Confederación porque no hubo imposición. La justificación resulta insostenible tan sólo con pensar que se dieron guerras sangrientas, quizá la más conocida de todas entre Chancas e Incas. No menos violenta y brutal fue la sostenida contra los chimúes, que al final al quedarse sin agua tuvieron que capitular. Tampoco se puede olvidar los castigos que aplico Pachacútec tras la rebelión de los Canchis con penas de muerte, ejecuciones públicas y altos tributos. La realidad habla por sí sola, hubo Imperio en el mundo precolombino y fue brutal y violento como todos. Esta exageración también se asocia a su afirmación de que existió una “sacralidad laica” y que no hubo “esclavos”. Entonces qué fueron los yanas sino esclavos. Y laico significa neutralidad religiosa. Por tanto, eso de “sacralidad laica” es otra cuadratura del círculo más. Lo que quiso decir es que todas las personas vivían la sacralidad, pero para ello era innecesario usar el término” laico”. No hay duda de que esta visón angelical, edénica y romántica del mundo precolombino viene de su intencionalidad política de impulsar la resurrección del Tahuantinsuyo, la nación andina y la nueva civilización andina.
Considero que estos cinco puntos bastan para ilustrar el contenido de una obra que se destaca por su indigenismo radical, racista, anticristiano y antioccidental. Quizá un comentario adicional se relaciona con su exaltación de lo andino como lo más originario y verdadero de nuestra historia. Sobre esto valdría la pena tener en cuenta que las modernas investigaciones arqueológicas con el radar Lidar han demostrado enormes asentamientos en el Amazonas que remontan la civilización en nuestros lares hasta 20 mil años, mientras que lo andino apenas tiene 5 mil años. Su destrucción antediluviana se relaciona con la hecatombe del periodo glaciar entre el 12 y 8 mil A.C. Por ello, esto de que lo andino es lo más antiguo está en cuestión. Al final Tello tendría razón, fue la selva que antes fue sabana lo que constituyó en el origen de las civilizaciones. De lo contrario cómo explicar la aparición de técnicas avanzadas en Caral.
La
interpretación filosófica de Chacón es sugerente y aceptable, en especial en la
idea del espacio-tiempo circular, con las observaciones expuestas, pero su
interpretación histórica resulta forzada, y la política es tendenciosa y
anacrónica. El logos del mito cree Chacón que se puede reestablecer. Ni
siquiera se plantea una síntesis entre el logos el mito y el logos de la ratio.
Lo cual se atisba como lo más plausible para nuestro tiempo fatigado de
racionalismo, pero que no puede prescindir de la ciencia. De todos modos, su
lectura leída con sentido crítico no dejará de ser provechosa.
Sí, Hugo Chacón es un indigenista radical, tan alejado del criollo como Túpac Amaru, como conflictuado con el mesticismo de todas las sangres de Arguedas. Su solución no es el éxito del Perú fusionado sino de un Perú balcanizado en el anodino odio racial por su obscurantista rebelión contra la civilización occidental. Se trata de una lectura tendenciosa de lo andino, que no responde a su espíritu sincrético ni a su vocación de asimilación cultural.