CLIMATERIO
CIVILIZATORIO Y RIESGO NUCLEAR
Gustavo
Flores Quelopana
Sociedad
Peruana de Filosofía
La cultura occidental se creía con patente de corso para sentirse
imperecedera y exonerada de su propio final. Pero la confluencia de crisis
evidenció que el sueño hiperracionalista de su invencibilidad histórica era en
realidad una fantasía que se volvió en horrenda pesadilla.
La cultura occidental está en su invierno decadente, subrayó Spengler.
La única diferencia es que hoy sus valores materialistas, ateos, escépticos y
pragmatistas han logrado globalizarse y con ello arrastra a todas las demás culturas
del planeta hacia su derrumbe definitivo. Las culturas cuando llegan a su ocaso
alejandrino se vuelven arreligiosas, ametafísicas, cientistas, anéticas,
nihilistas y con un sentimiento cósmico relativista. Y todo ello se constata en
el ocaso nihilista de la civilización global.
Contra lo que se piensa no hay choque de civilizaciones sino el
climaterio definitivo de todas al ser hegemonizada por los valores decadentes
de una, a saber, la occidental. El resultado es que el llamado hombre
posmoderno vive en la caverna de su propia subjetividad débil, sin advertir que
no puede cumplir con la fascinadora promesa de acabar con la realidad, la
verdad y lo absoluto. Lo único que logra en su solipsismo vital es que
desaparezca en él el amor, como potencia divina y anhelo humano.
Sin amor en el corazón, el hombre anético posmoderno con su proverbial
indiferencia a lo superior y absoluto cree haber llegado a esa vida perfecta de
la naturaleza, al primitivo edén panteísta. En su universo todo está en acto.
Sin creer en la vida perfecta trasmundana cree en la vida perfecta cismundana,
terrenal, secularizada. Vive sin perturbadoras ideas metafísicas. La idea del
alma es otro estorbo, sólo se cree en la inmortalidad genética y cultural. Y
tenía que ser así. Por cuanto tener alma es tener memoria y, en consecuencia,
historia.
Pero la historia es tiempo, y el posmoderno en tanto que suprime la
nostalgia y la esperanza, también suprime el pasado y el futuro. Ilusionándose
con un presentismo fatuo de confort y placer, no sufre el tiempo como el hombre
oriental, ni lo piensa como en la antigüedad, tampoco lo diferencia como en la
Edad Media, ni lo calcula como en la modernidad, sino que lo disfruta sin
responsabilidad, preocupación o conciencia. La experiencia del tiempo para el
hombre posmoderno está desprovista de utopías, de ideales, milenarismos,
escatologías, reduciéndose tan sólo a la experiencia anética de un presentismo
de máximo goce y utilidad.
El hombre posmoderno ya estaba prefigurado desde 1800, cuando la
voluntad de poder se entroniza como lo característico de la cultura occidental.
Es la inversión de las fuentes en que nace Occidente. Sin amor, justicia y
verdad, se inicia el imperio de la de voluntad egocéntrica del hombre anético,
símbolo de la desfundamentación nihilista de la cultura occidental.
Todo desbordó hacia la erosión nihilista de la civilización postmetafísica
que coincide con un hominismo hedonista y un capitalismo global nihilista. El
interpretacionismo de la filosofía posmoderna con su exigencia disfrazada de
tolerancia, pluralismo, emancipación y rechazo de toda metafísica trascendente
se condice con el culto de la máquina y del dinero.
Ello retrata el alma desquiciada de una civilización que llega a su
término porque pinta con nitidez el neobrutalismo de la imperante barbarie
civilizada. Lo que tenemos enfrente no sólo es el hundimiento del
hiperimperialismo de las megacorporaciones privadas sino de toda una
civilización que ha globalizado sus leyes históricas.
Esta malsana hermenéutica posmoderna del hombre sin absolutos es en el
fondo totalitaria, y lo es no sólo porque termina secuestrando la democracia
sino porque se entroniza una cabalística de la inmanencia que transforma al
hombre autónomo en un pequeño diosecillo, en un deus in terris. Pero este deus
in terris simboliza paradigmáticamente la nadificación de la humanidad sin
verdad. Lo cual se agrava con el potencial nuclear que posee.
Antihumanismo, liquidación de la identidad, desaparición del sujeto,
supresión de la verdad, primacía del evento, abolición de toda metafísica
constituyen la cadena de episodios donde el perspectivismo anodino rompe la
unidad ético-ontológico del sujeto. Con ello se liquida la persona en medio de
la hemorragia descontrolada de subjetivismo, la cual queda reducida a mero
organismo viviente, manipulable y medio para un fin externo. Esta es la
tragedia del ocaso de la civilización global, la cual refleja luciferina
antropotecnia-antropolátrica del para mí desparramado en múltiples mónadas
egoístas.
23 de Abril 2019