APOCALIPSIS CIVILIZATORIO
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Si a la brevedad no somos capaces de emprender una profunda revolución política que haga frente a los graves desafíos que amenazan la supervivencia de la humanidad entonces no hay duda que en menos de dos décadas se habrá operado la conversión de la actual crisis civilizatoria en apocalipsis insalvable.
Los jinetes y las trompetas del apocalipsis cabalgan actualmente al galope sobre la fatal combinación de la crisis climática, económica, del pensamiento político, de los recursos vitales, desproletarización, explosión demográfica, carestía de alimentos, agua, energía, salubridad, estilo de vida consumista, recesión mundial y crecimiento del abismo social global.
Sustráete por un instante de esta vida nefanda, consumista, materialista y acelerada y eleva serenamente tu mirada para contemplar que el hermoso cielo, los verdes bosques, los calmos lagos, los trepidantes ríos y los majestuosos océanos han sido dañados por un proceder irracional que hoy provoca la reacción de nuestro planeta azul.
A las turbulencias sociopolíticas se vienen a sumar las turbulencias naturales cada vez más frecuentes y severas con huracanes, inundaciones, erosión, escasez de agua y alimentos, terremotos, formación de sequías y Niños más intensos, que simplemente serán capaces de provocar el colapso de nuestra civilización técnica en tan sólo dos décadas.
Han bastado doscientos años de industrialización y creencia ciega en la ideología del progreso material indefinido para contaminar todos los ríos de la tierra, secar la mayoría de los lagos, contaminar con defoliantes la tierra, emponzoñar químicamente los mares, opacar con dióxido de carbono los cielos, desaparecer los glaciales, exponenciar el crecimiento poblacional, poner en emergencia todos los recursos vitales, originar una imparable urbanización planetaria y fulminar la vida ética del hombre. El sentido de la vida ha quedado reducido a un prosaico y primitivo materialismo consumista. Tanto es así que sigue creciendo el tráfico internacional de seres humanos y el tráfico internacional de órganos. Ya es una realidad que sólo las personas de elevados ingresos pueden comprar genes y óvulos de mujeres bellas y jóvenes para someterlos a la fecundación in vitro. Este amoral y despreciable comercio de órganos también es expresión de que la desigualdad social se convierte en desigualdad genética.
Actualmente no es necesario recurrir a las catastróficas profecías apocalípticas de las cuartetas de Nostradamus para advertir que estamos inmersos en un proceso autodestructivo casi incontenible. Por lo demás, las propias cifras de los organismos mundiales se encargan de proyectar un futuro más que sombrío.
Así, los estudios hidrológicos de las Naciones Unidas dan a conocer que cuando en el 2030 una población de 6,600 millones de habitantes de los países en desarrollo sea totalmente urbana se afrontará una escasez brutal y sin precedentes del recurso hídrico. A la crisis del agua se sumará la crisis de escasez de alimentos y sus precios altos. Y ante esto intensamente se preparan en el plano militar las potencias, como si su solución fuese bélica.
Según la FAO desde el 2005 los precios de los alimentos han subido un 75%, sin posibilidad de disminuir y poniendo ya en peligro la seguridad alimentaria del planeta. Si a esto unimos el derretimiento bien comprobado de los glaciales del Himalaya y de los Andes entonces tendremos una ecuación verdaderamente mortal para la sobrevivencia de nuestra civilización, a saber:
- Crisis de recursos vitales (escasez de agua, alimentos y energía).
- Crisis de salud (insalubridad, plagas, enfermedades, pandemias, nuevas virosis).
- Crisis de gobernabilidad (ante la desesperación se propagará el caos social).
- Crisis internacional (guerras internacionales por el recurso hídrico).
Acaso nos podemos imaginar a las sobrepobladas potencias nucleares de la India y la China con los brazos cruzados cuando el agua sea más valiosa que el oro. Cuando el contaminadísimo Yangtzé, Ganges y Brahmaputra no satisfagan la demanda de agua de estos dos megapaíses utilizarán sin duda su poder militar para conseguirlo más allá incluso de su propio continente. Su desesperada búsqueda pueda que no sea infructuosa adueñándose de los escasos lagos que quedan en el mundo, pero es previsible que incluso éstos ya hayan sido dispuestos por otras potencias exasperadas.
Menos aún los países árabes se quedarán inactivos, asolados como están por su clima desértico. No será una conflagración entre civilizaciones sino una despiadada pelotera caótica de todos contra todos. Y a quienes pensaban que Europa sería islámica en tan sólo quince años se desilusionarán, porque la lucha por la sobrevivencia desplazará a la lucha política por el poder.
Al desaparecer los glaciales andinos se vuelve más apetecible el recurso lacustre del Titicaca. La devastación agrícola en Bolivia, Chile, Perú, Colombia, Ecuador será de tal envergadura que la hambruna llevará a la guerra. El Amazonas será más apetecible por las potencias. Brasil y Venezuela tendrán que ser abatidos. El descomunal y escandaloso rearme chileno se explica mejor por este factor que por el tema del diferendo marítimo con el Perú. Sin lugar a dudas se puede afirmar con toda seguridad que Chile no sólo busca la hegemonía militar y cuenta con un presupuesto militar sectorial privilegiado, sino que lanzará sus modernas fragatas Leander, sus aviones no tripulados UAV, sus F16 y sus tanques Leopard A4 con o sin seguridad total de superioridad aérea y terrestre, porque habrá llegado la hora de resolver el acuciante problema energético. Así, lo del veredicto de La Haya será sólo una pequeña escaramuza, lo que explica por qué privilegia el gasto militar sobre el gasto social. Cierto que para Chile la contienda no es jurídica sino geopolítica, porque perder en La Haya significará cambiar el statu quo regional del Tratado de 1929, pero más importante que el mar para su agudo problema energético es el agua dulce del Titicaca y la reservas de gas de Bolivia y Perú. Y lo mismo se puede decir del armamentismo de las minipotencias regionales de Colombia, Venezuela y del gigante Brasil. Y en esta frágil situación se encuentran, según las Naciones Unidas, no menos de 38 países con altos índices de crecimiento demográfico urbano. La preparación por la venidera guerra por los recursos estratégicos del planeta es intensiva, será el final de las políticas de disuasión, el síncope de las zonas de influencia de las potencias y el desplome del sistema jurídico internacional.
Quizá podemos conjeturar las consecuencias inauditas para un planeta convulsionado por el desastre climático, la crisis de los recursos vitales, la sobrepoblación, la crisis económica, las pestes, los nuevos virus, guerras internacionales, inesperadas migraciones de pueblos enteros. La historia registra civilizaciones que murieron por dramáticos cambios climáticos que fueron retroalimentados por groseros errores políticos. Nosotros estamos a punto de repetir lo mismo. El inmenso poder de la civilización maya no la salvó de su extinción, lo mismo ocurrió con la civilización moche. De manera similar nuestro inmenso poder técnico científico no nos salvará sin las decisiones políticas acertadas y adecuadas.
Pero ni la guerra será la salvación, a menos que se invente algo en lugar del agua, porque cuando el agua se agota y los alimentos junto con la energía sean caros y escasos, entonces se habrá cumplido la fórmula para acabar definitivamente con la paz mundial y con la sobrevivencia de la civilización técnica. ¡Qué paradójico resulta ser que le ocurra la extinción a aquella civilización que soñó con dominar a la naturaleza y crear el paraíso en la tierra con ayuda de la ciencia y la tecnología!
Y lo más grave de todo es que ninguna potencia está ni estará en capacidad científica, tecnológica, económica, política y militar de proponer alternativas para resolver el desbarajuste climático y de los recursos vitales, porque en los últimos veinte años de neoliberalismo global se ha desperdiciado el tiempo en una guerra financiera y comercial incapaz de comprender el origen de su propia crisis, ha creado un mundo más desigual, donde según cifra del Banco Suizo de Crédito ha crecido el abismo social entre un 1% de ricos que tiene el 43% de la riqueza mundial, mientras que el 99% de pobres tiene menos del 2% de ella.
Del mismo modo la cultura científica de los países desarrollados se ha malgastado en cientos de patentes e inventos para aumentar la riqueza y las ganancias en vez de resolver problemas de vital importancia. Así, si los países del Tercer Mundo son un páramo científico que gasta en investigación y desarrollo cerca del 1% de su PBI, mientras los países avanzados han desperdiciado su inversión científica en armamentos, comunicaciones de espionaje, biotecnología para traficar con genes y fecundación in vitro, todo lo cual entrampó la cultura científica e hipotecó el destino de la civilización técnica.
Esto equivale a reconocer que los países en desarrollo crecen gracias a los precios internacionales pero con exclusión social y atraso tecnológico, mientras que los países desarrollados no crecen, están fuertemente endeudados, la inclusión social se degrada velozmente en medio del adelanto tecnológico. Lo único en común que va dejando la globalización es el empobrecimiento de muchos (99%) y el enriquecimiento de muy pocos (1%). Y si la recesión occidental y japonesa sigue durando entonces el crecimiento chino se estancará, el crecimiento de los países emergentes se detendrá y entraremos a una recesión global que haría colapsar la economía capitalista. Lo único cierto de todo este proceso histórico es que el capitalismo es incompatible con la estabilización permanente de la inclusión social y que el desarrollo tecnológico no garantiza por sí solo ni significa la inclusión social.
Por tanto es un falso dilema crecer con exclusión o sin exclusión social ó crecer a base de desarrollo tecnológico, cuando de lo que se trata es de un cambio de sistema. Pues bajo el capitalismo ni la tecnología ni el desarrollo genera igualdad social, al contrario tiende a borrarla, tanto en los países emergentes como avanzados. Para confirmar lo dicho basta revisar el índice GINI de desigualdad social en el mundo donde se muestra que el propio Estados Unidos tiene niveles de desigualdad social casi similares a los países pobres del planeta. Esto demuestra, por tanto, que es un mito que el desarrollo de la cultura científica y el interesarse por la ciencia debe conducirnos a la igualdad social y al desarrollo. Así como crecimiento no es desarrollo tampoco lo es el desarrollo de la cultura científico-tecnológica. Sencillamente ni la tecnología, ni la innovación, ni el conocimiento científico puede llevarnos al mejoramiento del desarrollo humano porque bajo el capitalismo lo que interesa no es el hombre sino el lucro y la ganancia.
La actual crisis financiera global no ha pasado, ya lleva cinco años y la tendencia es que durará más porque se agudiza en los Estados Unidos y Europa, y esto aunado a la preocupante guerra monetaria entre Estados Unidos y China hace prever que la caída del empleo, el consumo y los ingresos reales seguirá cayendo en picada. Lo que significará para muchos países exportadores de materias primas el fin de su bonanza minera y el comienzo de las turbulencias sociales y políticas por el alza del petróleo y de los alimentos. Si a esto sumamos que el cambio climático está desapareciendo los glaciales, provocando sequías e inundaciones más persistentes, incendios descomunales, y que en el 2020 las poblaciones de los países en desarrollo serán casi totalmente urbanas, haciendo muy aguda la insalubridad, escasez de agua, alimentos y energía, tenemos entonces una inminente situación muy explosiva y más fulminante que el reciente terremoto político en el mundo árabe. La ultraderecha, tanto en los países emergentes como desarrollados, sacará de su caverna jurásica el mazo paleolítico para empuñar políticas autoritarias y corruptas, habrá narco-estados desembozadamente, que acabarán con lo poco que queda de civilidad en medio de una civilización que se deshace.
Por lo demás, la explosión demográfica y la revolución tecnológica, unida a la desproletarización mundial y la especulación financiera del capitalismo global, ha creado toda una generación desperdiciada de jóvenes por la crisis recesiva norteamericana-europea. Ante esto algunos piensan que la planificación familiar y la educación son la solución, pero en realidad son incapaces de ver que es la propia lógica del capitalismo lo que impide por razones financieras, ideológicas y políticas extender todos los beneficios de la ciencia y la técnica a la sociedad y pensar en un cambio de sistema capaz de hacer frente al cambio climático.
En este sentido, muchos baten palmas ante la nueva izquierda porque no confunde la economía de mercado con la especulación financiera, es consciente del proceso de desproletarización, de la necesidad de proteger la ecología, imponer más impuestos a los ricos, controlar los monopolios y regular el sistema financiero. Alaban su vocación ecológica sobretodo, frente a una derecha que se aferra al discurso de la guerra fría.
Pero bien visto, la nueva izquierda es en realidad no un programa revolucionario sino reformista de la pequeña burguesía radicalizada que busca moderar pero no renunciar al estilo de vida californiano y, más bien, es un movimiento regresivo y antihistórico que se ilusiona con recrear un capitalismo adocenado y limpio de sus llagas cancerosas por el arte de birlibirloque del control monopólico y el respeto a la naturaleza.
Nada más iluso que esto. El capitalismo es incapaz de hacer frente al cambio climático porque la conservación y respeto de la naturaleza va en contra de la usura y la ganancia inherente a ella. La esencia del capitalismo –ya sea escandinavo, chino, ruso, latinoamericano, europeo, japonés o norteamericano- es siempre la misma, esto es, la deshumanización creciente porque no busca satisfacer necesidades sino crear demanda artificial y concentrar la riqueza en pocas manos. Por eso el capitalismo jamás tuvo ni tendrá una teoría general de la distribución de la riqueza que evite su concentración en superfortunas personales que dañan el bienestar de la comunidad. Es cierto, el capitalismo hizo que pasáramos de una economía de la necesidad a una economía de la adquisición. Pero se trata de un sistema perverso porque prospera estimulando necesidades en vez de limitarlas y satisfacerlas. Vuelve al “cambio” en algo postizamente permanente.
Sólo hay algo que puede salvar al capitalismo por un tiempo más, antes de hundirnos con él, y es la invención de la energía de fusión o sea producir la energía del sol en reactores en la tierra. Pero esto es todavía un proyecto que según los especialistas tienen para veinte años más, o sea justo cuando es demasiado tarde. Mientras tanto el petróleo, carbón y gas, que son energías fósiles contaminantes y no renovables, generan los 300 millones de kilovatios que producen 58 trillones de dólares del PBI mundial. Pues la energía solar y eólica sigue siendo muy costosa en su almacenamiento, y la biomasa elimina tierra agrícola necesaria ante la creciente demanda de alimentos. Por eso el desarrollo sostenible es sólo una aspiración y no una realidad. Sin cambiarla base energética el clima del planeta para el 2050 será insoportable para la civilización actual.
Ante este inconveniente no es posible reducir radicalmente las emisiones de CO2 y evitar el recalentamiento del planeta. Más aun, hasta ahora se creía que el petróleo se agotaría en 15 años pero según la Agencia Internacional de Energía los Estados Unidos se convertirán en el 2020 en el primer productor de petróleo lo que pondrá fin a su dependencia del petróleo árabe y su involucramiento en el Medio Oriente. Pero nada de esto evitará sino que acelerará que la temperatura de la tierra aumente rápidamente dos grados más con efectos desastrosos.
Esto nos lleva a reconocer que la base energética de nuestra civilización técnica está atrapada en una encrucijada, pues un país no es viable económicamente con un bajo consumo de energías fósiles, pero nuestra civilización está condenada a morir si seguimos con un alto consumo de energía fósil. Ahí tenemos frente a nosotros el ejemplo chino, un coloso que desplazó a Japón del segundo lugar de la economía mundial y que es la locomotora de la misma, pero cuyo intenso uso del carbón genera la contaminación más descomunal del mundo y a este infierno ecológico se suma el infierno laboral dado que 800 millones de trabajadores cuentan con bajísimos ingresos. China es actualmente el mayor contaminador de los ríos, océanos y aire del mundo, ya destronó a Estados Unidos como principal emisor de CO2. Además su corrupción es proverbial, es bien conocido el tráfico de órganos en las prisiones chinas. No podría faltar la replicación en China del estilo de vida californiano con autos, piscinas, clubes, etc., donde descomunales megalópolis van creciendo en Asia, Africa y América Latina a expensas de devorar tierra agrícola, agua, alimentos y energía. Entonces al ecocidio, contaminación y sobrexplotación se suma la hiper-deshumanización con el desempleo y la delincuencia. El modelo California resultó ser el camino más seguro para el colapso civilizatorio.
Y la principal causa de todo esto es la primacía de la economía dineraria capitalista que da más importancia al crecimiento económico y a la ganancia que al bienestar humano y al respeto de la naturaleza. Pero lo peor de todo es que su efecto es planetario, pues el recalentamiento de la Tierra afecta su ciclo hidrobiológico aumentando no sólo la frecuencia de alteraciones atmosféricas sino a la misma la vida marina, con especies que es cada vez más frecuente verlas en masa varadas y aniquiladas en las playas del mundo. Amén de que los graneros del mundo, como son las praderas norteamericana y canadiense, se ven erosionados repercutiendo en el alza dramática de los precios de los cereales.
Por eso lo que nuestros tiempos requieren con dramática urgencia es de un comunismo postmarxista, esto es, un sistema no capitalista, un comunismo nada ideológico y sí más bien científico y humanístico. Nunca como ahora ha sido tan urgente unir ciencia y humanidades, política y religión, razón y fe. El respeto al hombre y a la naturaleza así lo requiere. La propia máquina es comunista, porque concentrada en lo funcional descarta lo clasista, pecuniario y sentimental. En otras palabras, el comunismo básico en educación, salud, seguridad social, bienes y servicios que se puso en práctica en las propias democracias occidentales es necesario extenderlo al crédito, tierra, capital, Estado y tecnología. Es la forma más sensata de hacer frente al cambio climático y en que la cooperación tome el lugar de la lucha por la existencia. De la economía capitalista de la adquisición hay que pasar a la economía socialista de la vida. Pero ello no es posible sin implementar lo siguiente:
- La normalización del consumo
- Implementar un comunismo básico en bienes y servicios
- Economizar la producción
- Aumentar la conversión de la riqueza material en cultural
- Tender al equilibrio dinámico entre lo regional, industrial, agrícola, urbano, rural, comunal y maquinal.
En otras palabras, se trata de cambiar el equilibrio del caos del capitalismo por el equilibrio dinámico de la producción planificada y racionada por los recursos agotables del planeta. La crisis actual no sólo es económica sino ecológica, porque la base energética civilizatoria es contaminante, su estilo de vida es consumista, la acelerada vida urbana devora agua, alimentos y energía cada vez más escasos, y finalmente se extiende como un verdadero cáncer la desigualdad social. Ante tan descomunal desafío no caben medidas cosméticas para el capitalismo, hay que emprender una profunda revolución política que lleve hacia el cambio de sistema, porque el capitalismo de cualquier especie será siempre el mismo, a saber, la cosificación humana al orientarse hacia las cosas y lo útil.
A medida que nos acerquemos por un cambio de sistema a un equilibrio industrial y agrícola, rural y urbano, la raison d´être del capitalismo se desvanecerá y el apocalíptico cambio climático podrá ser controlado y remontada la crisis civilizatoria que nos acosa. Por eso es que sin una profunda revolución política no seremos capaces de afrontar la crisis civilizatoria que nos amenaza con la extinción.
Lima, Salamanca 25 de noviembre 2012