MÁS ALLÁ
DE LA
RACIONALIDAD FUNCIONAL
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
El hombre sin
Dios trascendente de la sociedad secularizada actual tiene tres nuevos dioses
inmanentes, a saber, la máquina, el mercado y el placer. Tres utopías tiranizan
la vida del hombre actual: la utopía de la máquina, la utopía del mercado y la
utopía de la libertad irrestricta. El fundamento común de las tres utopías es
la racionalidad funcional imperante en la etapa sibarita del capitalismo
contemporáneo.
Por ejemplo, el
hombre se volvió en pastor de las Máquinas, ahora las máquinas son el Ser, lo virtual
reemplaza lo real y lo ontológico de la filosofía es desplazado por lo óntico
de las ciencias positivas. Así si la ontología antigua trabajó con conceptos de
“cosas”, la ontología moderna con conceptos de “existencia y cosas”, y la
ontología posmoderna lo hace con conceptos de “eventos”.
Si Aristóteles
dijo: “el alma es en cierto modo todos los entes”, ahora el alma no es ni
siquiera un ente, simplemente lo real se ha esfumado. Si la ontología antigua
concibe al ente como “presencia presente”, la ontología posmoderna la concibe
como “presencia instantánea”. Lo efímero y fugaz es el nuevo emperador. Lo
existencial (lo más cercano) ha sido sustituido por lo existenciario (ontológicamente lo más lejano).
Por ende,
ontología ya dejó de ser la ciencia de los entes reales para convertirse en
ciencia de los entes virtuales. Entonces es inevitable que en un mundo
virtualizado el valor de la persona humana se esfume, en aras de funciones
externas como la maximización de la riqueza, el poder y el placer.
Es más, en el
mundo actual hay dos tendencias aparentemente contrapuestas: una señala que el
hombre claudica de su responsabilidad, prefiere dejar de pensar y que las
máquinas decidan, y la otra indica la absoluta prioridad de la libertad del
individuo. La primera responde a la tendencia deshumanizante de la razón
instrumental y la segunda tiene que ver con la defensa posmoderna de lo
particular contra lo universal.
Aparentemente
el hombre actual está tirado por dos cuerdas que jalan antagónicamente hacia
lados contrarios. Entonces nos preguntamos: ¿En un mundo donde cada uno puede
disponer libremente a su antojo, o sea en un entorno donde la verdad se ha
relativizado, acaso no se impone la dictadura o el totalitarismo silencioso del
aparato tecnológico, del anonimato de la técnica y el progreso de la máquina? ¿En
un contexto donde impera la “religión secular” del mercado neoliberal no se
impone la alienación del individuo?
Los derechos
humanos se han vuelto contra sí mismos y en vez de su otrora carácter universal
ahora reclaman un estatus particular. Todo indica que el libertinaje, el
relativismo y el pluralismo tienen una misma fuente, a saber, la sustitución de
la razón substancial por la razón funcional. En la práctica esta circunstancia
sirve de coartada no sólo para la impunidad del individuo sino también para que
el poder de facto goce de impunidad y reine el incumplimiento internacional.
En otras palabras,
el punto débil de los derechos humanos, la máquina y el mercado no reside en la
voluntad política de los actores responsables de su hegemonía, sino en la
primacía de la racionalidad funcional en la que se encuentran inmersas. Así, los
derechos humanos han devenido en la defensa a ultranza del individuo en contra
de la defensa de la Moral, la Máquina cancela la libertad individual del hombre
y el Mercado aliena al individuo falsificando sus necesidades reales por las necesidades
artificiales.
El mundo
moderno actual es caótico y bárbaro porque todos los ideales han sido
defenestrados y en su lugar impera el brillo opaco de la lógica del poder, la
máquina, el dinero y el placer. Lo decisivo que ocurrió con el yo cartesiano se
hace evidente recién con la hemorragia de mónadas subjetivas que ponen fin a la
libertad misma. La colectividad se ha tornado perversa, egoísta y tanática. El
amor ha sido el gran crucificado.
La sociedad
desencantada de la que hablaba Max Weber se ha hecho carne, sus profetas eluden
la ética (Heidegger, Foucault) y todos los valores son proclamados mentiras
(Nietzsche). La civilización occidental que reemplazó el humanismo por el hominismo
naturalista tenía que terminar implosionando desde dentro al perder el eje
valorativo. Lo funcional se demuestra
incapaz de tomar el lugar de lo substancial
porque al desterrar lo espiritual impone la enajenación descendente en la
materia.
Sin comprender
que no es lo legal lo que sostiene lo moral y que lo moral es frágil sin lo
divino, entonces todo el orden instaurado se vuelve contra el hombre, se
derrumban los valores y el sentido de la vida. Lo moral no se reduce a lo
normativo, como pensaba Kant. El sueño iluminista de la autonomía del regnum hominis ha concluido en una
pesadilla. Sin restaurar el fundamento trascendente o divino del orden natural
y humano nada habrá cambiado, será imposible reconquistar la unidad entre lo
trascendente y lo inmanente en el hombre, ni recuperarnos de la ruina de la
civilización europea.
Ir más allá de
la racionalidad funcional significa marchar hacia una civilización centrada en
lo substancial, la vida y el Ser. Representa acabar con la tiranía del dinero,
el mercado, el lujo, el capitalismo, la máquina y lo virtual. Simboliza el fin
de la barbarie invasiva de la cultura tecnológica, el éxito, la vulgaridad, la
revolución cultural hacia abajo, la inversión de los valores y el nihilismo.
Lima, Salamanca 26 de Diciembre 2016