CÉSAR VALLEJO Y LA PIEDRA
Piedra
negra sobre una piedra blanca.
César
Vallejo
Resulta
muy paradójico que en el poeta más andino del Perú la alusión a la Piedra tenga
un sesgo sepulcral más no telúrico. No alude a las ciclópeas piedras de Machu
Picchu sino a la realidad de la Muerte. Martín Adán, por ejemplo, deja
traslucir en sus versos la doble presencia de la piedra: lo sepulcral y lo
telúrico; así dice:
Piedra ¿tú eres verdad, tú eres de piedra?
¡Dime, Machu Picchu! ¿Eres mentira?
****
¡Tú piedra, tú piedra,
Tú, sé mi vida,
Tú, dura conmigo en este mundo,
Tú, sé mi poesía!
O
quizá sea mejor decir que en Vallejo, en lo sepulcral se da lo telúrico. El
poema Piedra negra sobre piedra blanca es la más
expresa y tácita alusión al significado que tiene para él la “piedra”.
Me moriré en París con aguacero,
Un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
Tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Así
reza la primera estrofa del poema. La alusión mortuoria viene acompañada de una
atmósfera de pitoniso. Aquí poco importa que su deceso no haya ocurrido en
París sino en Valencia, España, no sucedió un jueves sino un viernes santo y
que la temporada estacional no haya sido otoño sino en la primavera
mediterránea valenciana.
El
significado no es literal sino simbólico. París representa el Viejo Mundo, el
aguacero es la tristeza, el día recordado es la fatiga vital, el “no me corro”
es la valiente resignación, el jueves es una alusión litúrgica a la pasión de
Cristo, y el otoño representa el amarilleo desnudo del cambio del ser. En una
palabra, la Muerte insurge no como una extinción sino como un renacimiento o,
en quechua, un pacaritambo.
Este
pacaritambo o renacer es lo que nos permite atisbar el significado profundo del
título del poema, donde la piedra blanca sobre la piedra negra representa un
cambio de condición ontológica de la existencia de algo que permanece y es
inmortal, a saber, el alma. De manera que la piedra es el símbolo del
revestimiento terrenal y de ultratumba del alma humana.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
Estos versos, los húmeros me he puesto
A la mala y, jamás como hoy, me he vuelto
Con todo mi camino, a verme solo.
Son
los huesos, en esta segunda estrofa, que en el dolor le muestran solitariamente
su trayectoria vital. La Piedra nuevamente funge de agorera y visionaria. Al
respecto, se llama pesomancia al arte de adivinación con piedras y extrañamente
se usan por coincidencia guijarros blancos y negros, en número de trece cada
uno. Mientras se formula una pregunta afirmativa o negativa se colocan las
piedras en un recipiente o bolsa, se las agita y con los ojos cerrados se sacan
un puñado de piedrecitas. Si hay más blancas que negras la respuesta es
favorable y viceversa. Se sabe que los incas usaban pilas de granos secos de
maíz con el mismo propósito y que los mochicas empleaban los pallares con fines
mánticos. De cualquier forma se trata de un método de adivinación muy antiguo y
presente en los pueblos ancestrales.
Aquí
no vamos a especular sobre si el andino Vallejo tuvo conocimiento de la
pesomancia, lo importante es, más bien, la asociación entre clarividencia y la
realidad pétrea. Vallejo transformado en piedra cantarina se ve soledoso en un
camino empedrado de desgano y cercado por la muerte. La realidad pétrea le
revela un destino, común a la de cualquier mortal, pero es su destino y eso lo
hace especial. Esta cualidad reveladora de la piedra tiene alusión también en
el lenguaje griego. De ahí que alethéia esté compuesta
por la partícula privativa “a”, que significa quitar, sacar, extraer, y
“lithos”, que expresa a la piedra. O sea, alethéia es: quitar la piedra para
ver la verdad. Esta relación entre lo pétreo y la verdad resulta siendo muy
simbólica, pues toda verdad exige penetración, esto es, romper la solidez que
cubre la apariencia para llegar a la realidad.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
Todos sin que él les haga nada;
Le daban duro con un palo y duro
Matthew
Arnold escribió una vez: “Sólo aquellos que nada esperan del azar son dueños
del destino”. Efectivamente, lo que aquí opera Vallejo es un enfrentamiento con
la realidad de la muerte, se le adelanta, la enfrenta a pecho descubierto, no
quiere dejar al azar su asalto y en ese acto heroico se sobrepone a la muerte y
se hace dueño de su destino. Y lo mismo acontece con la realidad de la miseria
humana. Bien dijo Dante Alighieri: “Quien sabe de dolor todo lo sabe”. Vallejo
no es un mórbido del dolor, sus desdichas son reales, existen y se intensifican
en su alma sensible y profunda. La diferencia es que cuando Vallejo se reconoce
aniquilado en su gran dolor no llora sino sangra en su angustia existencial.
Vallejo canta a su dolor para no morir, pues el dolor silencioso es más funesto
pero no se trata de un pequeño dolor locuaz sino de un grande dolor que lo sume
en el trance poético.
He
aquí otra significativa relación con lo pétreo. Digámoslo de una vez.
Cualquiera puede morir de una pedrada, pero el mayor dolor es el que gota a
gota horada el alma y la rompe. El alma también resulta siendo una piedra,
aunque invisible, inasible, y susceptible de ser penetrada y destruida por el
dolor. Sólo que para un cristiano el alma inmortal no es gran cosa, sino, más
bien la resurrección.
También con una soga; son testigos
Los días jueves y los huesos húmeros,
La soledad, la lluvia, los caminos…
El
hueso húmero, ubicado en el brazo y se articula al nivel del hombre con la
escápula u omoplato, es una clara alusión a la crucifixión del Señor. Vallejo
se siente un crucificado y sacrificado en la hornacina del dolor humano, es
consciente que somos tan pequeños como nuestra dicha y tan grandes como nuestro
dolor. Y es que solamente en un corazón bueno el dolor es saludable, mientras
que en un corazón malo el dolor es enfermizo y destructivo. La combinación de
los huesos húmeros y los días jueves tienen una clarísima alusión evangélica y
cristiana.
En
realidad Vallejo recupera la dimensión poética de la teología y con ello evita
perderse en el lenguaje árido y abstruso de los conceptos filosóficos. Así
cumple una función liberadora de la Palabra expresada en lenguaje poético. Pero
además, la poética vallejiana tiene el mérito de recuperar la dimensión poética
del lenguaje teológico y con ello le devuelve vitalidad a la praxis cristiana,
la cual no es objeto sólo de narración y de reflexión sino también de poesía.
En
Vallejo reencontramos a Cristo en su sufrimiento, el dolor del prójimo se nos
hace evidente y urgente de aliviar, nos recuerda que Dios en su misterio no
sólo es trascendente sino también es inmanente, histórico, sufriente, doliente
y no pide discursos, definiciones y categorías lógicas, sino sentimientos de
caridad. Con Vallejo descubrimos que sin amor no hay Otredad, sin caridad no se
puede descubrir al prójimo. Vallejo nos insta a remover la piedra del santo
sepulcro para que en el mundo reine el amor, la solidaridad y la fraternidad
entre todas las criaturas.
UN POEMA
MACHU PICCHU. PIEDRA ETÉREA
Inserto este
poema de mi inspiración aprovechando la disquisición sobre el significado de la
piedra en la poemática de César Vallejo.
Machu Picchu,
Piedra infinita que callas
Desde el firmamento impoluto.
Yo no acudo a ti,
Tú acudes a mí,
Ignota, sólida y estentórea.
Por las noches
Sombras incas
Recorren tus caminos.
Ellos viven en ti,
Tú no vives en ellos,
Pero ambos se acompañan.
Y el cerro silba
Melodías insondables
De dolor y alegría.
Y abajo, el valle, el alegre valle,
Que travieso salta en el alma
Bañándonos con el río.
Pero atrás de tus montañas
La jungla oscura, tenebrosa
Como las sinuosidades del corazón.
Es insuficiente tu existencia,
No morirás con la materia,
Porque vives desde el Espíritu.
Ya estás en lo eterno,
Más allá del ser y de la nada,
Más acá de la muerte, con Dios.
G.F.Q.